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Bosque
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Bosque
Recuerdo del primer mensaje :
Pensaba que sabía lo que iba a decirme pero eso no me lo esperaba para nada. ¿Cómo que sabía todo aquello? No me lo podía creer. Nos lo podría haber dicho desde el principio, y de algún modo entendía el por que no nos había informado pero.. ¿eso? Que Ziel ha desarrollado un trastorno de personalidad es más que evidente, pero cuando le ví parecía más que natural y normal. Mmm... Ahora mismo no sabía ni que pensar. Le ví el brazo y puse una mueca. He estado tan distraída que ni me había fijado. ¿Quieres que te lo cure? Así podrás volver... Dije mientras me acercaba. Seguí escuchando sus palabras. Entiendo que quieras matarle, de verdad, y no me opondré a ello, ha matado a mucha gente y se lo merece, pero ha cambiado. Créeme. He estado varios días con ellos y no es ni mucho menos igual que al principio. No quiero que le protejas, no te estoy pidiendo eso, ni te lo pediría jamás. Solo quiero que se vaya y nos deje en paz. Y ahora que ha cambiado, si se lo pedimos lo hará, si se lo dije Ziel lo hará, se irá de aquí sin más. intenté explicarle y volver a repetirle todo aquello que vi y he experimentado estos días, pero sé que no cambiará su opinión.
Al hablar de los cazadores me di cuenta que durante varios días no se les ha visto el pelo, y todo gracias a Kasha... Vaya. Se ha jugado muchísimo haciendo eso y aun asi ni la dejan pisar por la asociación. Muchas gracias por lo que has hecho Kasha. Le dije con una sonrisa. Yo ni mucho menos merecía algo como aquello. Deje dos meses solo a Ziel a su suerte pensando que Marcus le protegería, pero él también se fue. ¿Por qué? No lo sé. Pero seguiré sintiéndome culpable por todo aquello.
Oye.. Cambiando de tema.. ¿Has visto a Nokku? Es que necesito hablar con él. Hacía semanas que quería hablar con él y no daba señales de vida, cosa que me extrañaba.
Pensaba que sabía lo que iba a decirme pero eso no me lo esperaba para nada. ¿Cómo que sabía todo aquello? No me lo podía creer. Nos lo podría haber dicho desde el principio, y de algún modo entendía el por que no nos había informado pero.. ¿eso? Que Ziel ha desarrollado un trastorno de personalidad es más que evidente, pero cuando le ví parecía más que natural y normal. Mmm... Ahora mismo no sabía ni que pensar. Le ví el brazo y puse una mueca. He estado tan distraída que ni me había fijado. ¿Quieres que te lo cure? Así podrás volver... Dije mientras me acercaba. Seguí escuchando sus palabras. Entiendo que quieras matarle, de verdad, y no me opondré a ello, ha matado a mucha gente y se lo merece, pero ha cambiado. Créeme. He estado varios días con ellos y no es ni mucho menos igual que al principio. No quiero que le protejas, no te estoy pidiendo eso, ni te lo pediría jamás. Solo quiero que se vaya y nos deje en paz. Y ahora que ha cambiado, si se lo pedimos lo hará, si se lo dije Ziel lo hará, se irá de aquí sin más. intenté explicarle y volver a repetirle todo aquello que vi y he experimentado estos días, pero sé que no cambiará su opinión.
Al hablar de los cazadores me di cuenta que durante varios días no se les ha visto el pelo, y todo gracias a Kasha... Vaya. Se ha jugado muchísimo haciendo eso y aun asi ni la dejan pisar por la asociación. Muchas gracias por lo que has hecho Kasha. Le dije con una sonrisa. Yo ni mucho menos merecía algo como aquello. Deje dos meses solo a Ziel a su suerte pensando que Marcus le protegería, pero él también se fue. ¿Por qué? No lo sé. Pero seguiré sintiéndome culpable por todo aquello.
Oye.. Cambiando de tema.. ¿Has visto a Nokku? Es que necesito hablar con él. Hacía semanas que quería hablar con él y no daba señales de vida, cosa que me extrañaba.
- Bella.N.Gring
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Re: Bosque
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Destrucción. Eso era lo único que estaba generando; lo único que sabía provocar. Marcus O'Conell había nacido para ser el portador de un destino completamente caótico. No había sanación en él, así como tampoco en su cuerpo yacía paz alguna. Tanto él como su don habían sido incitados a provocar el mal, y era eso justamente lo que estaba haciendo ahora, hasta el punto de generárselo a él mismo. Se había salido de control como jamás lo había hecho, y lo peor era no poder encontrar un por qué. Aunque, en su interior, en algún rincón recóndito, creía poder hallar la respuesta.
El vampiro yacía inconsciente, cubierto de troncos y polvo. Nada había que pudiera hacer, pues su mente había tomado el control supremo de todos sus sentidos, de su cuerpo por completo. Marcus no podía reaccionar, no podía pensar, no podía hallar la calma y frenar esa tempestad. De un momento a otro parecía haber abierto el paso del infierno en la mismísima tierra, literalmente. El dolor se adueñaba de su pecho y su corazón latía aceleradamente. Sentía que iba a ser aplastado, que la sangre se esparciría debido a no encontrar un cause normal dentro de él. Y todo eso lo soportaba en silencio, siendo incapaz de abrir los ojos, de reaccionar, de frenar esa locura. Su rostro se mostraba tan apacible mientras su interior era un verdadero caos y el exterior era el máximo reflejo de ese desequilibrio interno. Los árboles no cesaban de caer y, junto con ellos, todo lo demás que pudiera arrastrar la caída.
Marcus era incapaz de salvar lo que lo rodeaba y, por lo tanto, incapaz de salvarse a sí mismo. Su propio poder lo estaba consumiendo. ¿Cómo era posible que un ser como él tuviera un fin tan patético e indigno de su posición? Todos estos años luchando por ser más fuerte, por ser poderoso y venerado, por ser temido y respetado... para esto. Definitivamente, algo andaba demasiado mal. Esto no podía ser real. Marcus O'Conell no podía morir así. Y mientras todo continuaba haciendo añicos a su alrededor, un pequeño gorrión intentaba ir contra la tempestad y auxiliarlo. Ah, inocente muchacho. ¿Acaso no entiendes que él ha llegado a su límite? La sangre de Marcus estaba completamente caliente, hirviendo casi, como sería impensable para un vampiro. Pero ese exceso de energía lo provocaba y lo consumía. Y Ziel estaba allí, luchando contra viento y marea, para socorrerlo. ¿Quién diría que él, el joven al que siempre Marcus deseó proteger, estaría ahora intentando protegerlo a él? Ironías de la vida. Paradojas milagrosas, se podría decir.
Los intentos de reanimarlo del neófito no parecían obtener fruto alguno. Marcus estaba completamente sellado. Sin embargo, el muchacho no cesaba de golpetear en su mente. Sus palabras querían penetrar a toda costa, aunque el vampiro no lo permitiese en su estado actual. Y, entonces, tanto esfuerzo lograba obtener sus frutos. Lentamente, el sonido parecía llegar desde alguna parte. Sin embargo, Marcus no se movía. No había en él ningún signo de mutación. Estaba completamente silencioso... Y todos saben que el silencio es peligroso cuando se avecina una tormenta. Pero la tormenta ya estaba allí, por lo tanto, ¿qué podría ser peor?
Sangre. Heridas. Ziel estaba comenzando a resultar herido por el inmenso poder incontrolable del vampiro mayor.
El aroma a aquella sangre se extendió, entremezclándose con la propia del vampiro inconsciente. Marcus continuaba apacible, en aquel estado inconsciente. Sin embargo, estaba acabando con todo. Incluso ahora, parecía querer acabar con Ziel. Eso... Eso no es algo que Marcus haría, ni aunque estuviera muy enfadado y fuera de sí. Pero ahora... ¿quién podría apostar a su favor? Absolutamente nadie. Quizás, solo el ingenuo Ziel continuaría confiando en él, luchando por él y negando a toda costa su ser monstruoso y destructivo. Ah, ¿pero qué haría Marcus O'Conell si se enterase que estaba lastimando al único ser por el cual pudo volver a ser él, por quien recordó lo que era el amor y sintió nuevamente en su piel la calidez de un abrazo sincero?
"Marcus por favor, salgamos juntos de esta".
Aquella voz... Aquella voz apenas pudo penetrar el muro de su consciencia. Marcus la oyó pero la rechazó, contra su pesar. Aunque en el exterior no había ni un ápice de expresión en su rostro, en el interior estaba sufriendo, y demasiado... Y ahora, al percatarse de que Ziel estaba allí y, sobre todo, que estaba siendo herido por su propia falla, no podía soportar el hecho de estarse quieto sin hacer nada mientras todo se iba al diablo. De los ojos cerrados de Marcus, una finas líneas carmesí emergieron, trazando un camino por sus pálidas y marmóreas mejillas. Ziel estaba allí, siendo herido, incluso cuando estaba otorgándole su sangre para sanar sus heridas. No podía permitirlo, pero tampoco tenía los medios para apartarlo de allí. Marcus estaba desesperado, angustiado, aterrado... Si él llegaba a hacerle algo a Ziel, juraba por su propia vida que se la quitaría. Aunque este fuera un pensamiento egoísta, no le importaba. Pero no podría cargar con la culpa. Tantas cosas habían pasado, tantos obstáculos superados... para esto. Definitivamente debía ser alguna broma de mal gusto.
"Z-ziel..." apenas pudo pensar. "V-ve... ve con... Bella" pensó luego. Incluso parecía tartamudear en sus propios pensamientos debido al gran esfuerzo que le significaba ir contra su propia consciencia. Le era casi imposible retomar el control sobre su mente y, por lo tanto, sobre su cuerpo y cada una de sus acciones. Sin embargo, quería transmitirle lo que ocurría. Quería explicarle lo que había logrado deducir mientras estaba en la casa de Kasha, pero no lograba formular las palabras. No podía ni decirlas ni pensarlas. Y agradecía que lo único que había podido decir eran los nombres de ellos dos en esa pequeña oración entrecortada. Quería que estuvieran a salvo, que se alejaran de él mientras aún había tiempo.
"Ziel... N-no quie... No quiero las... timart-te..." pudo transmitir al cabo de un buen rato, al mismo tiempo que una herida horizontal se abría paso en una de las piernas de Ziel, en su zona superior. Las lágrimas de sangre continuaban fluyendo mientras tanto. ¿Cómo detener esto? Marcus lo intentaba y lo intentaba, pero este destructivo poder lo controlaba por completo.
"V-vla... Vladimir... é-el..." alcanzó a pensar nuevamente, pero fue incapaz de terminar la frase. El pecho de Marcus se elevó del suelo, haciendo que su espalda se arqueara. La tela de su chaqueta así como su camisa blanca, comenzó a resquebrajarse y desintegrarse en múltiples harapos. Marcus abrió los ojos y la boca, debido al impacto del dolor sobre su pecho. Sin embargo, sus pupilas estaban completamente vacías, siendo rodeadas por un carmesí apagado que pronto se volvió refulgente, al mismo tiempo que de las manos de Marcus surgían garras y en su claro rostro los colmillos, creciendo desmesuradamente, otorgaban un aspecto completamente temible y horroroso, rozando lo demoníaco. Sus orejas pequeñas pasaron a crecer en forma puntiaguda y una especie de extrañas elevaciones emergían sobre su cabeza, como si de cuernos se tratase. Un aspecto similar había tenido Marcus aquella vez en la piscina, pero jamás había llegado a ser tan espantoso; jamás se había salido de control. Ahora, las heridas no solo recaían sobre Ziel, sino sobre el mismo Marcus, generando múltiples cortes en su pecho y abdomen. Sentía que el gélido corazón le quemaba y amenazaría con salirse de su sitio. No podía luchar más contra esto.
- Z-ziel... A-aléjat-te... -gruñó por lo bajo, siendo increíble que lograse hacer uso de, al menos, una de sus facultades físicas como lo es hablar.
Esto era lo que él era. Para este fin él había prestado su cuerpo abatido por un alma entristecida y ennegrecida por la pérdida: para ser un completo monstruo, una máquina de matar, un robot diseñado para destruir a disposición de Vladimir D'Shaitis.
Destrucción. Eso era lo único que estaba generando; lo único que sabía provocar. Marcus O'Conell había nacido para ser el portador de un destino completamente caótico. No había sanación en él, así como tampoco en su cuerpo yacía paz alguna. Tanto él como su don habían sido incitados a provocar el mal, y era eso justamente lo que estaba haciendo ahora, hasta el punto de generárselo a él mismo. Se había salido de control como jamás lo había hecho, y lo peor era no poder encontrar un por qué. Aunque, en su interior, en algún rincón recóndito, creía poder hallar la respuesta.
El vampiro yacía inconsciente, cubierto de troncos y polvo. Nada había que pudiera hacer, pues su mente había tomado el control supremo de todos sus sentidos, de su cuerpo por completo. Marcus no podía reaccionar, no podía pensar, no podía hallar la calma y frenar esa tempestad. De un momento a otro parecía haber abierto el paso del infierno en la mismísima tierra, literalmente. El dolor se adueñaba de su pecho y su corazón latía aceleradamente. Sentía que iba a ser aplastado, que la sangre se esparciría debido a no encontrar un cause normal dentro de él. Y todo eso lo soportaba en silencio, siendo incapaz de abrir los ojos, de reaccionar, de frenar esa locura. Su rostro se mostraba tan apacible mientras su interior era un verdadero caos y el exterior era el máximo reflejo de ese desequilibrio interno. Los árboles no cesaban de caer y, junto con ellos, todo lo demás que pudiera arrastrar la caída.
Marcus era incapaz de salvar lo que lo rodeaba y, por lo tanto, incapaz de salvarse a sí mismo. Su propio poder lo estaba consumiendo. ¿Cómo era posible que un ser como él tuviera un fin tan patético e indigno de su posición? Todos estos años luchando por ser más fuerte, por ser poderoso y venerado, por ser temido y respetado... para esto. Definitivamente, algo andaba demasiado mal. Esto no podía ser real. Marcus O'Conell no podía morir así. Y mientras todo continuaba haciendo añicos a su alrededor, un pequeño gorrión intentaba ir contra la tempestad y auxiliarlo. Ah, inocente muchacho. ¿Acaso no entiendes que él ha llegado a su límite? La sangre de Marcus estaba completamente caliente, hirviendo casi, como sería impensable para un vampiro. Pero ese exceso de energía lo provocaba y lo consumía. Y Ziel estaba allí, luchando contra viento y marea, para socorrerlo. ¿Quién diría que él, el joven al que siempre Marcus deseó proteger, estaría ahora intentando protegerlo a él? Ironías de la vida. Paradojas milagrosas, se podría decir.
Los intentos de reanimarlo del neófito no parecían obtener fruto alguno. Marcus estaba completamente sellado. Sin embargo, el muchacho no cesaba de golpetear en su mente. Sus palabras querían penetrar a toda costa, aunque el vampiro no lo permitiese en su estado actual. Y, entonces, tanto esfuerzo lograba obtener sus frutos. Lentamente, el sonido parecía llegar desde alguna parte. Sin embargo, Marcus no se movía. No había en él ningún signo de mutación. Estaba completamente silencioso... Y todos saben que el silencio es peligroso cuando se avecina una tormenta. Pero la tormenta ya estaba allí, por lo tanto, ¿qué podría ser peor?
Sangre. Heridas. Ziel estaba comenzando a resultar herido por el inmenso poder incontrolable del vampiro mayor.
El aroma a aquella sangre se extendió, entremezclándose con la propia del vampiro inconsciente. Marcus continuaba apacible, en aquel estado inconsciente. Sin embargo, estaba acabando con todo. Incluso ahora, parecía querer acabar con Ziel. Eso... Eso no es algo que Marcus haría, ni aunque estuviera muy enfadado y fuera de sí. Pero ahora... ¿quién podría apostar a su favor? Absolutamente nadie. Quizás, solo el ingenuo Ziel continuaría confiando en él, luchando por él y negando a toda costa su ser monstruoso y destructivo. Ah, ¿pero qué haría Marcus O'Conell si se enterase que estaba lastimando al único ser por el cual pudo volver a ser él, por quien recordó lo que era el amor y sintió nuevamente en su piel la calidez de un abrazo sincero?
"Marcus por favor, salgamos juntos de esta".
Aquella voz... Aquella voz apenas pudo penetrar el muro de su consciencia. Marcus la oyó pero la rechazó, contra su pesar. Aunque en el exterior no había ni un ápice de expresión en su rostro, en el interior estaba sufriendo, y demasiado... Y ahora, al percatarse de que Ziel estaba allí y, sobre todo, que estaba siendo herido por su propia falla, no podía soportar el hecho de estarse quieto sin hacer nada mientras todo se iba al diablo. De los ojos cerrados de Marcus, una finas líneas carmesí emergieron, trazando un camino por sus pálidas y marmóreas mejillas. Ziel estaba allí, siendo herido, incluso cuando estaba otorgándole su sangre para sanar sus heridas. No podía permitirlo, pero tampoco tenía los medios para apartarlo de allí. Marcus estaba desesperado, angustiado, aterrado... Si él llegaba a hacerle algo a Ziel, juraba por su propia vida que se la quitaría. Aunque este fuera un pensamiento egoísta, no le importaba. Pero no podría cargar con la culpa. Tantas cosas habían pasado, tantos obstáculos superados... para esto. Definitivamente debía ser alguna broma de mal gusto.
"Z-ziel..." apenas pudo pensar. "V-ve... ve con... Bella" pensó luego. Incluso parecía tartamudear en sus propios pensamientos debido al gran esfuerzo que le significaba ir contra su propia consciencia. Le era casi imposible retomar el control sobre su mente y, por lo tanto, sobre su cuerpo y cada una de sus acciones. Sin embargo, quería transmitirle lo que ocurría. Quería explicarle lo que había logrado deducir mientras estaba en la casa de Kasha, pero no lograba formular las palabras. No podía ni decirlas ni pensarlas. Y agradecía que lo único que había podido decir eran los nombres de ellos dos en esa pequeña oración entrecortada. Quería que estuvieran a salvo, que se alejaran de él mientras aún había tiempo.
"Ziel... N-no quie... No quiero las... timart-te..." pudo transmitir al cabo de un buen rato, al mismo tiempo que una herida horizontal se abría paso en una de las piernas de Ziel, en su zona superior. Las lágrimas de sangre continuaban fluyendo mientras tanto. ¿Cómo detener esto? Marcus lo intentaba y lo intentaba, pero este destructivo poder lo controlaba por completo.
"V-vla... Vladimir... é-el..." alcanzó a pensar nuevamente, pero fue incapaz de terminar la frase. El pecho de Marcus se elevó del suelo, haciendo que su espalda se arqueara. La tela de su chaqueta así como su camisa blanca, comenzó a resquebrajarse y desintegrarse en múltiples harapos. Marcus abrió los ojos y la boca, debido al impacto del dolor sobre su pecho. Sin embargo, sus pupilas estaban completamente vacías, siendo rodeadas por un carmesí apagado que pronto se volvió refulgente, al mismo tiempo que de las manos de Marcus surgían garras y en su claro rostro los colmillos, creciendo desmesuradamente, otorgaban un aspecto completamente temible y horroroso, rozando lo demoníaco. Sus orejas pequeñas pasaron a crecer en forma puntiaguda y una especie de extrañas elevaciones emergían sobre su cabeza, como si de cuernos se tratase. Un aspecto similar había tenido Marcus aquella vez en la piscina, pero jamás había llegado a ser tan espantoso; jamás se había salido de control. Ahora, las heridas no solo recaían sobre Ziel, sino sobre el mismo Marcus, generando múltiples cortes en su pecho y abdomen. Sentía que el gélido corazón le quemaba y amenazaría con salirse de su sitio. No podía luchar más contra esto.
- Z-ziel... A-aléjat-te... -gruñó por lo bajo, siendo increíble que lograse hacer uso de, al menos, una de sus facultades físicas como lo es hablar.
Esto era lo que él era. Para este fin él había prestado su cuerpo abatido por un alma entristecida y ennegrecida por la pérdida: para ser un completo monstruo, una máquina de matar, un robot diseñado para destruir a disposición de Vladimir D'Shaitis.
- Marcus O'Conell
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Re: Bosque
[♫]
Mientras estaba acurrudado sobre su pecho, cual cachorro, estaba tratando de recordar todos los buenos momentos que pasamos juntos. Intentaba no dejarme ninguno y lentamente, los pasaba hacia su cuerpo. Recuerdos como la primera vez que me protegió, como la insistencia que antes tenía de decir "Ziel es mío. Una pequeña sonrisa apareció, aunque terminó por deshacerse de la misma forma en que se produjo.
"¿Te acuerdas, Marcus? ¿Te acuerdas de todas las veces que dijiste eso? Ah, cuánto hace de eso, ¿verdad? Y dime, ¿te acuerdas de la primera vez que me defendiste de Vladimir? ¿Y de la primera vez que te dije que te quería? Seguro que pensarías que era un completo imbécil y sin moral. Total, ¿quién iba a enamorarse de su propio Amo? Únicamente yo. Y al final, no sé cómo lo hiciste, ni qué fue concretamente, pero acabaste también por caer a esto. ¿Te acuerdas de la primera vez que me dijiste que me querías? Estábamos en la iglesia, refugiándonos de los cazadores y tu Padre. Y después de que apareciera Bella, me sacaste de allí sin más y me gritaste todo. Parece que lo hubiera vivido ayer.
Y más de una vez, pensarías que estábamos locos por llevar a cabo esto, ¿a que sí? Es verdad, Marcus. Estamos locos, pero me alegra haberte conocido, aunque si fuera posible, quizá cambiara las circunstancias. No sé, me gustaría que hubiera sido en la Academia, o en algún lugar del pueblo. Un cordial saludo, una coincidencia, una segunda... Y desde luego, no puedo imaginarte de otra forma que no sea siempre defendiéndome de alguien. Gracias, Marcus. Por todas esas veces que me has salvado la vida, de las veces que me equivoqué y me perdonaste; de las veces que te has encargado de mis heridas. Porque... pudiste haberme matado en varias ocasiones. Sin embargo, tras la primera vez que me dejaste medio muerto, supe que aún había algo en ti. Quería descubrir cuál era motivo por el que dejarías a un humano con vida, por qué habías hecho un pacto conmigo. Y mira a lo que nos ha llevado..."
A mi cabeza vinieron millones de imágenes sobre él, sobre cada una de sus expresiones y las distintas tonalidades que adquirieron sus ojos durante este tiempo. Me limpié las lágrimas con el brazo, soportando los golpes de los árboles cayendo sobre el escudo. De vez en cuando, el cuerpo del neófito se encogía, como una parte del peso del árbol caído se doblara sobre él. En cambio, lo ignoraba con tal de mantenerme alerta. Y entre tanto, continué hablándole mentalmente, con la idea de mantener viva la llama de abrir los ojos. Conocía a Marcus y sabía que él no quería parecer un débil como cualquier otro vampiro. Él quería ser fuerte para protegernos a Bella y a mí.Y si no abría sus ojos, era porque se escontraba en deplorables condiciones. Por eso mismo, por las veces que Marcus había hecho esto mismo, me quedaría con él. Aunque fuera lo último que hiciera, pues no iba a rendirme con él.
Me incorporé, sereno y tratando de mantener la mente fría y actuar con precaución. Miré arriba, a todos los troncos que había por encima de nuestras cabezas sujetando el escudo. Bella aún no había venido. Y no podía demorar en que Marcus siguiera desangrándose. Debía hacer algo cuanto antes. Pasé una mano por su mejilla y besé su frente.
-Vamos a... salir de aquí. - Murmuré, buscando con la mirada algo. Tenía pensado algo, y por muy alocado que fuera iba a intentarlo. Salí en busca de aquello que necesitaba y regresé a su lado con un par de largas y fuertes raíces. Tomé el cuerpo de Marcus y enredé una de las raíces por su cintura. Sí, iba a llevarlo hasta la superficie, aun si existía la posibilidad de que cayéramos en otro foso. Y sin esperar más, até la raíz sobre mis hombros y lo cargué sobre estos. Agarré sus piernas y empecé a subir por los troncos que se encontraban cercanos a las paredes.
Otro tronco más cayó. Hubo un pinchazo sobre el pecho del neófito, el cual resbaló y bajó al árbol inmediatamente inferior.
"Vamos, Marcus. Podemos hacerlo"; pensé.
Volví a recuperar el paso, rápido, ágil con su cuerpo a cuestas. Y de repente, hubo un corte en la mejilla. Después otro en el brazo. Mi cuerpo se tambaleó de improvisto. Los ojos fueron a clavarse sobre los cortes y seguidamente sobre Marcus. Debía darme prisa y subir hasta arriba. Sin embargo, los troncos se acabaron, quedando únicamente las paredes y todos los árboles que habían sido arrastrados por el poder del vampiro; permaneciendo por el encima del escudo dorado. Miré las paredes y alcé la cabeza. Eran varios metros de subida en vertical, pero no tenía otra opción si quería salir de allí con él. Cerré los ojos un momento, meditando. Tenía las fuerzas suficientes para subir por mi propias manos, pero no sabía si lo lograría con su peso. Le había pasado la mitad de energía que tenía. Aun así, lo intentaría. Mejor dicho, iba a hacerlo. Acaricié el pelo de Marcus y besé su sien. "Ahora ya no podrás decir que soy un conejo indefenso", le dije. Estaba seguro de ello.
Di un salto y agarré una de las piedras que sobresalían por la pared. Estiré el brazo y agarré otra, buscando apoyo para los pies. "Vamos, ya queda menos. Marcus, aguanta..."; pensé para él.
Y lentamente, el neófito avanzaba con el otro vampiro sobre la espalda, atados ambos por la cintura.
Había conseguido subir ya varios metros. En cambio, el cansancio comenzaba a notarse. La frente sudaba a mares y a veces los brazos temblaban del esfuerzo; sin contar que también se encontraba el peso que soportaba del escudo. Respiré hondo, tratando de calmar el ajetreo de pulsaciones que llevaba, y agarré una de las raíces que salían de la superficie. No obstante, el poder de Marcus seguía expandiéndose. Se crearon más cortes. Uno sobre la barbilla, otro sobre el pecho, y otro sobre el mismo brazo de antes. De repente, mi brazo flaqueó con el nuevo corte, quedando colgado de un solo brazo. Grité, incapacitado de mí. Pero no iba a rendirme. La vida de Marcus estaba en juego e iba a sacarle de allí. Apreté los dientes y lancé de nuevo el brazo hacia arriba, intentando coger otra piedra o raíz. Y aun si es más el esfuerzo que estaba haciendo, la pared de tierra fue rasgada, produciéndose un boquete más. Los ojos del neófito se abrieron sorprendidos cuando la piedra que agarraba salió completamente de la tierra. Sujetos por una simple raíz, tentaban con caer al vacío; hasta que, finalmente, en cuanto la raíz se descolgó, cayeron sin miramientos.
El golpe contra el suelo fue duro, frío, seco. El hombro con el que caí se vio afectado indudablemente, el cual había quedado hecho trozos. Pero eso no afectó a que desatara las cuerdas y fuera a mirar el estado de Marcus. Y como cualquier animal salvaje, lamí la piel con tal de que sanara. "Lo siento, perdóname"; pensé rápidamente disculpándome. Regresé la vista hacia arriba y suspiré, limpiando el surco de las lágrimas que no terminaban por desaparecer. Era imposible que volviera a escalar de nuevo. Era imposible hacerlo y más si en cualquier momento la pared iba a derrumbarse.
Me arrodillé junto al vampiro y comprobé nuevamente su estado. La atención se fijó sobre sus heridas, las cuales aún no terminaban por sanar. No lo dudé. Mordí de nuevo la muñeca y le pasé dos veces más sangre. Con ello quizá fueran cerrándose lentamente y al menos, conseguiría que su nivel de sangre no siguiera descendiendo. A pesar de la sed, a pesar del agotamiento y los cortes, lo hice. Alejaba la sed de mi cabeza de todas las maneras que podía, pues claramente, su sangre, aquella primera que inundó mi garganta, estaba derramándose y espacierdo su aroma sin piedad.
Abracé a Marcus y seguidamente lo coloqué sobre las piernas. Lo observé durante unos instantes, rozando con las yemas sus heridas y absorbiéndolas más tarde sobre mi cuerpo. Chasqueé la lengua con el dolor de sentir el metal madre encima de la carne. Sin ellas, todo sería mucho más rápido. Marcus ya no tenía razón por la que sangrar y por tanto, deduje que debería abrir los ojos en pocos minutos. O aunque fuera más tiempo, pero que lograra hacerlo de una vez por todas.
Rocé su rostro embelesado, trazando incluso una sonrisa sobre sus labios con dos dedos. Ojalá estuviera consciente. Ojalá pudiera volver a sonreír como lo había hecho, justo como le había visto. Ojalá pudiera despertarte ahora y decir un: Ziel, vámonos a casa. Sin embargo, verle allí, sin movimiento, tan indefenso, estaba matándome lentamente. Ahora sabía lo que era ver a tus seres queridos en este estado, del mismo modo que Bella y el propio Marcus habían experimentado varias veces por mi culpa. Y sin previo aviso, otro corte. Esta vez sobre el costado. Miré la herida y la tapé con la mano del brazo que podía mover. "Tranquilo, no pasa nada. Estoy bien, Marcus. Tú... tú solo despierta, ¿de acuerdo?...", pensaba vagamente. La pérdida de sangre había superado cierta resistencia del neófito y las naúseas eran cada vez más seguidas y de duración constante.
Entonces, los ojos volvieron a desorbitarse en cuanto escuché dentro de su cabeza. No pude evitar sentir felicidad. Marcus estaba bien, dentro de lo que era. Estaba consciente y podía hablarme mentalmente. Enredé los dedos sobre su cabello, sin dejar de acariciarle y mantener presente que aún estaba con él.
"¿Y qué pasará contigo? No pienso dejarte, Marcus...". Ignoré decirle que Bella estaba en camino si ya había terminado de sanar a Kai y quizá a Kasha y Zero. Un nuevo árbol cayó. Me agaché hacia delante, sujetándome el pecho, dolorido por la suma de todas las heridas físicas: tanto las de por bala, como las de la caída, como las del escudo. Abrí los labios, conteniéndolo y sonreí levemente. "No... No estás... haciéndome nada, Marcus. Estoy bien". Utilicé el mejor tono posible para que no se notara la pronta debilidad de mi cuerpo y negué con la cabeza varias veces. Retiré la mano del costado, llena de sangre y suspiré taponándola de nuevo. No podía preocuparle ahora y decirle que estaba herido y menos por su causa. Total, él no era consciente de que estaba dañándome con su don. ¿O sí?
Negué con la cabeza suavemente de nuevo. Y de repente el muslo se abrió en canal por un nuevo y feroz corte. Sonó un aullido de dolor. La herida comenzaba a sangrar sin consideración, inundando de rojo lo que quedaba de los pantalones y derramándose por el suelo. Quise gritar de nuevo por el dolor, pero incliné la cabeza hacia atrás y traté de evitarlo. Rápidamente estiré el brazo y agarré las raíces que sustituían anteriormente a las cuerdas. Las enrollé alrededor del muslo y como pude, con tan sólo un brazo y tirado de mala manera en el suelo, apenas pude hacer un buen torniquete con los dientes. Al menos así sangraría menos, dentro de lo que cabe no sería tanta la pérdida de sangre a largo plazo.
Me arrastré hasta llegar de nuevo a Marcus, acariciando levemente su rostro otra vez. Puse un dedo sobre sus labios, como si estuviera hablando por ellos. "No hables... Ya... ha-brá t-tiempo p-ara explicaciones..."; me esfocé en decir, limpiando sus lágrimas de sangre. Oculté la cara sobre su pecho, sintiéndome un verdadero inútil. De haber sido al revés, seguramente ya estuviéramos los dos en casa y no habría ocurrido nada grave. Sin embargo... al revés era totalmente diferente, pues ni siquiera podía igualar su fuerza.
Perdóname por ser tan sumamente débil.
"B-Bella... ¿dón-de... estás? S-salva a Marcus, por favor. S-sáca-lo de aquí cuan-to a-antes... Sán-alo... "; traté de enviar a la chica, la cual se encontraba demasiado lejos en estos instantes. Maldita sea. ¿Por qué yo no era lo suficiente capaz de salvarle? ¿Por qué aun siendo un vampiro, no podía hacer nada por él? Yo era el culpable de todo esto. Si no me hubiera enfadado, no habría salido de la casa y por tanto, aún estaríamos bajo techo, viendo una simple película a ser posible. En cambio, por esa simple estupidez de querer hacerlo solo, de los insuperables celos que me dieron, escapé, provocando que Marcus cayera en este estado. No sabía si Vladimir se había cruzado con él, si era el causante de aquello o si por el contrario, era el único que podía hacer que volviera. Pero igualmente, ya no era capaz de trepar nuevamente. Hacía tiempo que no era capaz. Y a cada segundo, perdía las esperanzas de que Marcus saliera de allí con vida, pues el escudo comenzaba a flaquear a causa del cansancio.
Sin esperarlo, el cuerpo de Marcus comenzó a levitar sorprendemente. Sus ropas se deshicieron y alcé el brazo para volver a atraerlo contra el suelo. Y después... lo que vino después jamás podría haberlo llegado a imaginar. Observé absorto el físico de Marcus, sin apenas poder creerlo. Él... ¿qué era lo que estaba pasando? ¿Por qué...? No... no entendía nada.
-N-no... M-m-ar...cus... - Negué con la cabeza, llamándolo. Debía volver en sí o todo estaría perdido. En realidad, él estaría totalmente perdido. Lo que ocurriera después con mi vida, prácticamente y a partir de ahora, comenzaba a darme igual; aunque me preocupaba incansablemente por Bella. Quizá sería mejor que no viniera, pues la imagen que encontraría de ambos, no sería debidamente de su agrado.
Me arrastré por el suelo otra vez, para levantarme forzósamente con una de las piedras más grandes y dejar la espalda sobre la pared de tierra. El aura del vampiro se colaba por dentro a causa del don, provocando escozor por dentro.
El neófito se separó de la pared cojeando, con un hombro dañado y el resto de brazo inválido, además cortes por todo el cuerpo; entre los cuales el del costado y el del muslo eran los más profundos. Cerré los ojos, sintiendo cómo la piel se abría en canal en otras zonas. En cambio, seguía sin terminar de rendirse, sin terminar de caer.
-Marcus... - Dije débilmente, queriendo avanzar hacia él. Mi cuerpo se tambaleaba, pero seguía apretando la mandíbula y avazando paso a paso. Porque, ¿acaso Marcus hubiera huído de cambiarse las tornas? Pues eso mismo estaba haciendo el joven vampiro.
- Ziel A. Carphatia
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Re: Bosque
Debía luchar. Sabía que debía hacerlo. Ahora, más que nunca. Pero...
Marcus había perdido completamente el control. Quizás quedara en él algún ápice de equilibrio interno, pero realmente aquello parecía imposible. Todo en él había cambiado. Su don se había propagado con alcances inimaginables y su aspecto había tomado una nueva forma, quizás la real luego de someterse a la hermandad de Vladimir. Sin embargo, también había cambiado su interior: Marcus ya no era aquel ser solitario, triste, oscuro... Si bien no se habían borrado por completo aquellos rasgos, ahora resplandecía su espíritu mucho más. Había conseguido darle un nuevo sentido a su vida. Había encontrado dos personas maravillosas que se lo otorgaban día a día. Una sonrisa de ellos, un simple gesto, y eso bastaba para que él tuviera fuerzas para seguir adelante y dar todo de sí. En este instante, entonces, debería bastar sentir la presencia de Ziel como para poder poner los pies sobre la tierra otra vez. Sin embargo, no era tan sencillo. Aunque Marcus ansiaba por dentro el poder controlarse y volver a la normalidad, aquel exceso de energía, aquel exceso de poder, se lo impedía. Controlaba su cuerpo y, desgraciadamente, también su mente.
Las palabras de Ziel llegaron costosamente a su mente. Algunos mensajes eran cortados por su misma consciencia en caos. El pecho, agitado, se elevaba y se apaciguaba frenéticamente. Ziel estaba allí, estaba hablándole. Él debía... Él sólo debía aferrarse a ello, aferrarse a su voz. Ahora mismo, era su único cable a tierra. Y decir que no era consciente del esfuerzo del chico por sacarlo de allí, pues su cuerpo apenas había sentido la embestida contra el suelo nuevamente. Como sus sentidos se veían agobiados y su don destructivo sólo le permitía sentir y pensar lo que este pretendía, no había sido capaz de sentir en carne propia el golpe. Sin embargo, había ocurrido. Había ocurrido y Ziel estaba arriesgándose a cada instante para poder auxiliarlo. Pero la tempestad allí sembrada era muy cruda. Aunque Ziel no era ningún debilucho -pues se había fortalecido en este último tiempo- aún le quedaba mucho por aprender, y enfrentarse a Marcus no era lo mismo que enfrentarse a cualquier otro vampiro. El muchacho había tenido la mala suerte de encontrarse con un verdadero ser monstruoso, resultado de una mutación extraña que supera en poder incluso a los Sangre Pura. Ziel había tenido la mala suerte de encontrarse, conocerse y, tras verdaderas penurias, enamorarse de él.
"Ziel..."
Una lágrima se escabulló desde el extremo exterior de su ojo, mientras que los lagrimales parecían rebalsarse. Su mirada, aunque continuaba vacía y sin brillo, parecía denotar lo que verdaderamente ocurría en su interior: Marcus continuaba luchando. No permitía que los minutos ni los segundos se desperdiciaran. El aroma a sangre de Ziel se colaba por su nariz y lo atormentaba, no porque tuviera sed, sino porque lo estaba hiriendo y eso le perturbaba infinitamente. El chico había tenido suficiente, tanto de parte suya como de esos inmundos cazadores, ya no merecía más. Y mucho menos de alguien que lo ama y aprecia con la vida. Esto era lo peor de todo: ser incapaz de protegerlo de él mismo.
Una última palabra se oyó en el lugar.
La pronunciación de su propio nombre llegó hasta sus oídos. Mientras el cuerpo levitaba brevemente, Ziel pronunció el nombre del vampiro. Instantáneamente, los ojos de Marcus se movieron con rapidez y exactitud, clavándose en el cuerpo joven que avanzaba a duras penas. Los colmillos del vampiro contenían un leve temblor. ¿Aquel gesto había sido bueno o malo? ¿Encerraba la misma destrucción o había reaccionado al menos un poco? Imposible saberlo. Imposible adivinar cualquier intención bajo ese par de ojos vacíos y opacos en su bermejo color. No obstante, si de adivinar intenciones se trataba, ninguna buena podría atisbarse.
Los árboles continuaron cayendo y destruyéndose. La tierra continuó rajándose. Incluso la pared de hierba sobre la que Ziel había estado apoyado estaba haciéndolo. Pero, de buenas a primeras, al menos la caída de los árboles cesó y, junto con ella, la enorme ráfaga de viento que estaba ocasionando el movimiento de los elementos de aquel bosque y sus terribles embestidas. Los ojos de Marcus parecieron entrar en razón por un instante, pero el brillo vívido desapareció tan rápido como apareció. Sus labios parecían querer moverse para decir algo, pero su cuerpo aún no estaba listo para reaccionar. "Vladimir, él..." intentaba pensar, pero nunca podía acabar la frase. Maldita sea, el tiempo se acababa y él no lograba obtener el control de sí mismo. Lo que fuese que fuera aquello que lo manejaba, era de lo peor. En su fuero interno se preguntaba si sus hermanos también lo estaban sintiendo. Incluso se preguntaba si ellos aún estaban en el pueblo y si sabían lo mismo que él acerca de Padre. La única certeza que tenía por el momento es que, si no les había ocurrido, tarde o temprano iba a suceder. Al menos, si todas sus hipótesis eran ciertas.
Uno de sus brazos empezó a moverse con un temblor claro de su lucha interna. Logró que el miembro quedase estirado verticalmente. Luego, logró estirarlo horizontalmente, en dirección a Ziel. Así, con la palma hacia arriba, flexionó sus dedos. La mirada bordó -porque ya había abandonado hacía tiempo el carmesí de siempre- no se desvió ni un palmo del cuerpo de Ziel, que continuaba esmerándose por avanzar. En ese momento, la mente de Marcus solo pudo proyectar imágenes del muchacho junto a él, de Bella, del pueblo cuando era agradable con sus festividades, de la Muerte cuando estaba lejos, de la nueva casa en la que podrían habitar con tranquilidad... Todo aquello y muchas otras imágenes del pasado invadieron sus pensamientos. Y, entre todo ese manjar de recuerdos, también el nombre de Ziel, presente allí, emergió escrito con sangre y fuego. Marcus sabía que esta era la única forma que le quedaba para poder detenerse a sí mismo. Había intentado todo, y todo había fallado irremediablemente. Sin embargo, aún quedaba una esperanza, la cual podía salir terriblemente mal, pero que era la única opción viable.
Rápido, letal.
El brazo de Marcus, extendido hacía unos minutos, se movió con ferocidad dirigiendo su mano hacia su propio pecho. Allí, sus dedos se incrustaron, justo rodeando su corazón. Los ojos del vampiro reflejaron a Ziel mientras la sangre comenzaba a manar de la reciente herida. Sus dedos comenzaron a escarbar duramente, emprendiendo una lucha contra ellos mismos a causa del Marcus que quería destruirlo todo y de aquel Marcus que tan sólo quería savar aquello que aún no estaba perdido y remediar lo que se había roto. Ni un solo quejido, ni un solo grito ni de guerra ni de dolor. Marcus estaba castigándose con el afán de poder controlarse de alguna manera. Lamentaba mucho que Ziel tuviera que ver esto, pero la única manera de acabar con este horrendo espectáculo era dejándose a él mismo fuera de juego. Para ello, solo tenía que recurrir a la única debilidad que él poseía: el amor, aquel sentimiento hacía tiempo perdido que había regresado para poner todas sus piezas en su lugar otra vez. Y, como única debilidad abstracta, en cierto sentido, debía atacar directamente a su contenedor. Hace un tiempo atrás, arrebatarse el corazón del pecho no lo hubiera destruido, pero hoy...
Hoy, ¿quién sabe?
Marcus había logrado hundir sus dedos completamente, encerrando su órgano principal y vital. Ahora, lo único que quedaba por hacer era extirpárselo del pecho. Y, aunque el dolor abatía su cuerpo, no podía emitir ningún sonido ni realizar ningún gesto. Sus emociones parecían tan apagadas como su pensamiento. era increíble cómo con ese simple pero comprometido acto su fuerza destructiva disminuía. El cuerpo de Marcus estaba recibiendo la embestida de la debilidad. Su rostro seguía sin expresar emoción alguna, sin embargo, pudo parpadear. Pudo parpadear una única vez, cuando el dolor se acrecentó y el final estaba cerca...
"No voy a destruir tu vida una vez más. P-perdóname, pero... pero debo hacerlo".
Marcus había perdido completamente el control. Quizás quedara en él algún ápice de equilibrio interno, pero realmente aquello parecía imposible. Todo en él había cambiado. Su don se había propagado con alcances inimaginables y su aspecto había tomado una nueva forma, quizás la real luego de someterse a la hermandad de Vladimir. Sin embargo, también había cambiado su interior: Marcus ya no era aquel ser solitario, triste, oscuro... Si bien no se habían borrado por completo aquellos rasgos, ahora resplandecía su espíritu mucho más. Había conseguido darle un nuevo sentido a su vida. Había encontrado dos personas maravillosas que se lo otorgaban día a día. Una sonrisa de ellos, un simple gesto, y eso bastaba para que él tuviera fuerzas para seguir adelante y dar todo de sí. En este instante, entonces, debería bastar sentir la presencia de Ziel como para poder poner los pies sobre la tierra otra vez. Sin embargo, no era tan sencillo. Aunque Marcus ansiaba por dentro el poder controlarse y volver a la normalidad, aquel exceso de energía, aquel exceso de poder, se lo impedía. Controlaba su cuerpo y, desgraciadamente, también su mente.
Las palabras de Ziel llegaron costosamente a su mente. Algunos mensajes eran cortados por su misma consciencia en caos. El pecho, agitado, se elevaba y se apaciguaba frenéticamente. Ziel estaba allí, estaba hablándole. Él debía... Él sólo debía aferrarse a ello, aferrarse a su voz. Ahora mismo, era su único cable a tierra. Y decir que no era consciente del esfuerzo del chico por sacarlo de allí, pues su cuerpo apenas había sentido la embestida contra el suelo nuevamente. Como sus sentidos se veían agobiados y su don destructivo sólo le permitía sentir y pensar lo que este pretendía, no había sido capaz de sentir en carne propia el golpe. Sin embargo, había ocurrido. Había ocurrido y Ziel estaba arriesgándose a cada instante para poder auxiliarlo. Pero la tempestad allí sembrada era muy cruda. Aunque Ziel no era ningún debilucho -pues se había fortalecido en este último tiempo- aún le quedaba mucho por aprender, y enfrentarse a Marcus no era lo mismo que enfrentarse a cualquier otro vampiro. El muchacho había tenido la mala suerte de encontrarse con un verdadero ser monstruoso, resultado de una mutación extraña que supera en poder incluso a los Sangre Pura. Ziel había tenido la mala suerte de encontrarse, conocerse y, tras verdaderas penurias, enamorarse de él.
"Ziel..."
Una lágrima se escabulló desde el extremo exterior de su ojo, mientras que los lagrimales parecían rebalsarse. Su mirada, aunque continuaba vacía y sin brillo, parecía denotar lo que verdaderamente ocurría en su interior: Marcus continuaba luchando. No permitía que los minutos ni los segundos se desperdiciaran. El aroma a sangre de Ziel se colaba por su nariz y lo atormentaba, no porque tuviera sed, sino porque lo estaba hiriendo y eso le perturbaba infinitamente. El chico había tenido suficiente, tanto de parte suya como de esos inmundos cazadores, ya no merecía más. Y mucho menos de alguien que lo ama y aprecia con la vida. Esto era lo peor de todo: ser incapaz de protegerlo de él mismo.
Una última palabra se oyó en el lugar.
La pronunciación de su propio nombre llegó hasta sus oídos. Mientras el cuerpo levitaba brevemente, Ziel pronunció el nombre del vampiro. Instantáneamente, los ojos de Marcus se movieron con rapidez y exactitud, clavándose en el cuerpo joven que avanzaba a duras penas. Los colmillos del vampiro contenían un leve temblor. ¿Aquel gesto había sido bueno o malo? ¿Encerraba la misma destrucción o había reaccionado al menos un poco? Imposible saberlo. Imposible adivinar cualquier intención bajo ese par de ojos vacíos y opacos en su bermejo color. No obstante, si de adivinar intenciones se trataba, ninguna buena podría atisbarse.
Los árboles continuaron cayendo y destruyéndose. La tierra continuó rajándose. Incluso la pared de hierba sobre la que Ziel había estado apoyado estaba haciéndolo. Pero, de buenas a primeras, al menos la caída de los árboles cesó y, junto con ella, la enorme ráfaga de viento que estaba ocasionando el movimiento de los elementos de aquel bosque y sus terribles embestidas. Los ojos de Marcus parecieron entrar en razón por un instante, pero el brillo vívido desapareció tan rápido como apareció. Sus labios parecían querer moverse para decir algo, pero su cuerpo aún no estaba listo para reaccionar. "Vladimir, él..." intentaba pensar, pero nunca podía acabar la frase. Maldita sea, el tiempo se acababa y él no lograba obtener el control de sí mismo. Lo que fuese que fuera aquello que lo manejaba, era de lo peor. En su fuero interno se preguntaba si sus hermanos también lo estaban sintiendo. Incluso se preguntaba si ellos aún estaban en el pueblo y si sabían lo mismo que él acerca de Padre. La única certeza que tenía por el momento es que, si no les había ocurrido, tarde o temprano iba a suceder. Al menos, si todas sus hipótesis eran ciertas.
Uno de sus brazos empezó a moverse con un temblor claro de su lucha interna. Logró que el miembro quedase estirado verticalmente. Luego, logró estirarlo horizontalmente, en dirección a Ziel. Así, con la palma hacia arriba, flexionó sus dedos. La mirada bordó -porque ya había abandonado hacía tiempo el carmesí de siempre- no se desvió ni un palmo del cuerpo de Ziel, que continuaba esmerándose por avanzar. En ese momento, la mente de Marcus solo pudo proyectar imágenes del muchacho junto a él, de Bella, del pueblo cuando era agradable con sus festividades, de la Muerte cuando estaba lejos, de la nueva casa en la que podrían habitar con tranquilidad... Todo aquello y muchas otras imágenes del pasado invadieron sus pensamientos. Y, entre todo ese manjar de recuerdos, también el nombre de Ziel, presente allí, emergió escrito con sangre y fuego. Marcus sabía que esta era la única forma que le quedaba para poder detenerse a sí mismo. Había intentado todo, y todo había fallado irremediablemente. Sin embargo, aún quedaba una esperanza, la cual podía salir terriblemente mal, pero que era la única opción viable.
Rápido, letal.
El brazo de Marcus, extendido hacía unos minutos, se movió con ferocidad dirigiendo su mano hacia su propio pecho. Allí, sus dedos se incrustaron, justo rodeando su corazón. Los ojos del vampiro reflejaron a Ziel mientras la sangre comenzaba a manar de la reciente herida. Sus dedos comenzaron a escarbar duramente, emprendiendo una lucha contra ellos mismos a causa del Marcus que quería destruirlo todo y de aquel Marcus que tan sólo quería savar aquello que aún no estaba perdido y remediar lo que se había roto. Ni un solo quejido, ni un solo grito ni de guerra ni de dolor. Marcus estaba castigándose con el afán de poder controlarse de alguna manera. Lamentaba mucho que Ziel tuviera que ver esto, pero la única manera de acabar con este horrendo espectáculo era dejándose a él mismo fuera de juego. Para ello, solo tenía que recurrir a la única debilidad que él poseía: el amor, aquel sentimiento hacía tiempo perdido que había regresado para poner todas sus piezas en su lugar otra vez. Y, como única debilidad abstracta, en cierto sentido, debía atacar directamente a su contenedor. Hace un tiempo atrás, arrebatarse el corazón del pecho no lo hubiera destruido, pero hoy...
Hoy, ¿quién sabe?
Marcus había logrado hundir sus dedos completamente, encerrando su órgano principal y vital. Ahora, lo único que quedaba por hacer era extirpárselo del pecho. Y, aunque el dolor abatía su cuerpo, no podía emitir ningún sonido ni realizar ningún gesto. Sus emociones parecían tan apagadas como su pensamiento. era increíble cómo con ese simple pero comprometido acto su fuerza destructiva disminuía. El cuerpo de Marcus estaba recibiendo la embestida de la debilidad. Su rostro seguía sin expresar emoción alguna, sin embargo, pudo parpadear. Pudo parpadear una única vez, cuando el dolor se acrecentó y el final estaba cerca...
"No voy a destruir tu vida una vez más. P-perdóname, pero... pero debo hacerlo".
- Marcus O'Conell
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Re: Bosque
[♫]
Seguí avanzando entre sudor y esfuerzo. Mi cuerpo quería rendirse al siguiente paso que daba; en cambio, no le permitía derrumbarse ahora. Todavía debía llegar hasta él fuera como fuese. No me rendiría. Y si de algo podía estar orgulloso, desde luego no sería por la fuerza o un grandioso don como eran los de Bella; sino de la capacidad de insistencia que podía albergar. Porque a pesar de que ahora mismo Marcus no pareciera él mismo, a pesar de que estuviera destruyéndolo todo, a pesar de eso... seguía confiando en él. Sabía que antes o después se daría cuenta de lo que estaba haciendo y lograría controlar todo aquel destructivo don, que todo acabaría en una simple tontería para cuando Bella llegara. Sin embargo... ojalá fuera así. Ojalá.
Miré hacia arriba de nuevo. Los troncos seguían sostenidos por tal escudo inestable. Y sin remediarlo, me preguntaba por Bella. Esperaba que estuviera bien y nada se hubiera complicado con los cazadores. También rezaba porque ellos no vinieran hacia aquí, pues seguramente Marcus se alterara más de lo debido y pudiera reventarnos a todos.
Mientras, intentaba sonreír para él, para aquel ser que estaba delante de mis ojos en este instante. Trataba de alejar la imagen física de terror que estaba proyectando e ignorarlo para no retirarme por su aspecto. Pero, ¿acaso se puede conseguir cuando tienes delante a aquel que aprecias? ¿Se puede realmente esbozar una simple sonrisa, en vez de continuar derramando lágrimas que no van hacia ningún lugar? Quizá, aunque, desde luego yo no sabía hacerlo. De modo que, limpié las lágrimas con el brazo y continué avanzando.
Hubo más cortes. A medida que me acercaba a Marcus, se iban haciendo más profundos. ¿Y por ello me detendría? No. De ser al contrario él no retrocedería y huiría, sino que continuaría haciendo lo mismo. Podía conocerlo, porque en alguna ocasión ya había perdido los estribos fácilmente. Cerré los ojos deteniéndome un momento. "Marcus... por favor... No dejes que esto te consuma... Yo... yo sé que puedes hacerlo. Confío en ti desde el primer día", dije para él. Y al abrir los ojos, se creó otro corte en la mejila. Sonreí imbéci de mí, tratando de tranquilizarle tras ver tan fina y cristalina lágrima. Aunque su rostro no denotara preocupación alguna, algún minúsculo trozo de él estaba haciéndolo. No lo dudaba ni un solo segundo.
Levanté el brazo con la intención de abrazarle. "Da igual lo que cueste, Marcus. Estaré esperando hasta que lo consigas. Y no te preocupes por las heridas, ya que sanan de una forma o de otra; pero no voy a dejarte", continué hablándole mentalmente. Mi voz se había rasgado hacía tiempo y no podía articular palabra, aunque eso no significaba que no lo lograra por otros métodos. Costaba esfuerzo y voluntad, no obstante, lo estaba haciendo. Puede que Marcus haya producido muchas cicatrices en un cuerpo que anteriormente fue humano, sin embargo, ya no podían quedar marcas, salvo pequeños tonos mate en una piel tan marmólea. Por ello no debía preocuparse, pues los cazadores jamás tuvieron tantos miramientos como los que él tenía ahora.
Un tropezón y el cuerpo del neófito se encontraba en el suelo. Apreté los dientes y los párpados, clavando la mano en el suelo e intentando doblar las piernas para levantarme de nuevo. Y entonces, su brazo se alzó. En un instante, temí lo peor. Miré arriba, creyendo que los troncos caerían sobre nosotros. Luego de un tiempo, no ocurrió nada. Suspiré aliviado y separé el pecho de la tierra, la cual comenzaba a resquebrajarse lenta y silenciosamente. Quedaba poco tiempo si no queríamos caer en otro foso mucho más profundo y del que no pudiéramos volver a salir. Debía darme prisa o entonces no quedaría nada de Marcus O'Conell y tampoco de Ziel Carphatia.
Grité lo más fuerte que pude por varias razones. La primera, por si alguien lograba oirnos y pudieran buscar a Bella, o al menos, pedir ayuda de algún modo antes de que la tierra se deshiciera bajo nuestros pies. La segunda, para reunir la fuerza y ponerme de pie de una vez por todas.
Por favor, si alguien me escucha... Ayúdenme.
Pensé sin más, esperando leer en la mente ajena y hallar respuesta. Pero, en vez de hallarla en otra persona ajena... la encontré dentro de mí mismo. Cerré los ojos y...
Todo se volvió turbio de repente. Completamente negro. Las heridas habían desaparecido y la ropa estaba completamente perfecta, impecable de cualquier mancha de sangre. La palpé incrédulo varias veces. Después, reparé en la ausencia de Marcus. Lo llamé sucesivas veces, andando en la nada. Me detuve un momento, recapacitando sobre las últimas imágenes que vieron mis ojos. ¿Acaso... había quedado inconsciente? ¿Acaso... Marcus... él... me había matado? ¿Estaba muerto? No, no podía ser. Entonces, ¿no había nadie más que pudiera devolverle a quien era en verdad? Bella... No, no podía creerlo. Grité desesperado su nombre, sin encontrar más sonido que el de mi propia voz. No obstante, al cabo de unos minutos, se escuchó un gruñido que acabó transformándose en un verdadero rugido. ¿Qué demonios estaba ocurriendo?
Y de repente, al alzar la mano y encontrar a aquel que respondió, rocé el fino y frío cristal. Me acerqué y pegué ambas palmas a la superficie junto con la frente. Las miré sin entender. Lentamente, hubo otras dos manos que se colocaron en la misma forma, justamente procedente del otro lado del cristal. Levanté la mirada y ahí pude verlo. Sus ojos estaban bañados en carmín, sobre la sangre de sus víctimas, brillantes, asesinos y feroces. Sus colmillos estaba afilados hasta su máximo y resplandecían aterradores y sagaces. Su rostro blanquecino y aniñado, de apariencia suave y aterciopelada, pero resistente frente al acero. Y por último, su largo cabello que le llegaba a media espalda; color azul. Aunque no terminara de creerlo, allí estaba la voz que solía hablarme, la locura hecha persona. Él era la viva imagen del otro, la parte salvaje e indomable que no terminaba por acatar la voluntad del otro. Él era el chico, y a la vez, el chico era él; pues resultaba ser el verdadero y escondido neófito. Sin duda, aquel muchacho era el vampiro que se había impuesto sobre un corazón humano, pero que había permitido a este seguir viviendo dentro del mismo cuerpo.
Dime humano, ¿no pediste desesperadamente ayuda?, se escuchó finalmente en un gruñido. ¿Acaso lo había hecho? Lo había olvidado completamente. Marcus... Marcus continuaba luchando, viviendo por el motivo se vivir con nosotros. Y mientras estaba demorándome, perdiendo totalmente el tiempo. Retrocedí hacia atrás, buscando una manera de salir de allí.
Ahora mismo, soy el único que puede ayudarte. Lo sabes mucho mejor que yo, Ziel. Resonó de nuevo, sin que sus labios se movieran un poco. No, me niego. Me niego rotundamente a perder la cordura y hacer algo a Marcus. Pero, ¿podía alguien más otorgarme la ayuda que necesitaba en estos momentos? Un rotundo no se formaba en respuesta. Giré la cabeza, observándolo de nuevo. Aquel ser sería yo dentro de unos años seguramente. O quizá es quien hubiera sido de haber nacido en la cuna de los vampiros.
Volví a acercarme al cristal y lo rocé. Podía sentir su inmenso deseo por la sangre, por descuartizar a aquel que osara a mirarlo simplemente, por correr libre en hábitat salvaje. En cambio... no tenía otra opción.
El azul cedió nuevamente con el rojo.
De improviso, se escuchó un feroz rugido que ahuyentó a todo ave que se encontraba entre las ramas de los árboles. Su cabello había crecido rápidamente y se estancó a mitad de su espalda, ondeando levemente por sus puntas. Sus colmillos se habían vueltos más afilados y su lengua los acariciaba en busca de alimento que calmara el escozor de su garganta. Las heridas más leves comenzaron a regenerar más deprisa, justo como un verdadero vampiro haría. Pero seguía sediento tras tanto tiempo sin probar la sangre de aquel que yacía de pie frente a él, esparciendo su olor como dulce pecado.
Finalmente, se clavó el codo y se irguió. Mis pies quedaron paralelos, amenazantes con desplomarse en cuanto intentara moverme. Sin embargo, me encontraba seguro de mí mismo por segunda vez desde la conversión. Deseaba fervientemente no rendirme, no caer agotado y dejar que todo ocurriera sin más. Iba a luchar con mis propios y reales medios, aunque estos fueran mínimos; únicamente por él.
Pero el tiempo gastado no se podía volver a recuperar. Marcus había decidido arrancarse lo más preciado para él: su corazón. La aguja del reloj comenzó a ir más rápido, hasta el punto de dar vueltas incansablemente.
Hubo un paso, otro, otro. El dolor no aplacaba el cuerpo del mismo modo que antes. Se sentía insoportable, pero podía moverme. Podía andar. Podía... aún podía detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.
Y antes de que el vampiro pudiera preveerlo, el neófito se encontraba corriendo delante, hacia él, ignorando el dolor y emitiendo aquel aura salvaje y desgarradora. Apenas tardó en lanzarse y derribarlo para quedar encima de él. Una fuerte bofetada cayó sobre la mejilla de Marcus. El vampiro del interior del peliazul conocía perfectamente sus limitaciones y por supuesto, sus mayores cualidades, entre las que se encontraba el perfecto dominio y conocimiento de los dones que le habían sido concedidos. Pegó la mano en el suelo y lo miró a los ojos, rugiendo. Al mismo tiempo, estaba furioso, aterrado, confiado y totalmente descontrolado. Luego, juntó su frente con la del otro vampiro y cerró los ojos. Debajo de Marcus, justo como aquella vez, rápidamente la misma figura circular con extraños símbolos se dibujaba debajo del cuerpo de Marcus; paralizándole inmediatamente a medio camino de conseguir su propósito. "No voy a perdonarte...", le dije. Más que nada, porque no le dejaría hacer aquéllo.
El hedor de su sangre llegaba e inundaba la nariz con su atrayente aroma. No pudo evitarlo siquiera. Agresivamente se lanzó a morder el brazo que trataba de destruirlo, sacudiendo la cabeza para destrozar su carne e impedir que lograra moverlo. Aunque Marcus se librara de la parálisis, no iba a mover el brazo de todos modos.
Voy a impedirlo... como sea.
Clavaba los colmillos una y otra vez, con cuidado y conocimiento de dónde tenía que hacerlo para romper las fibras exactas de sus músculos e impedir después que lograra articular con éste hasta dentro de un largo tiempo; gritando por el éxtasis que circulaba ahora por sus venas. Inmediatamente, sus heridas empezaron a sanar veloces gracias a la sangre y antes de que terminara la tarea, ya las había curado todas. Incluso su hombro roto había soldado adecuadamente, permitiéndose el lujo de la movilidad absoluta. En cuanto acabó, su rostro estaba impregnado del mayor de los dos y sus ojos señalaban el ansia que tenía de seguir bebiendo de él hasta la última gota. En cambio, frenó sus instintos a causa del otro participante que se preocupaba por él. Interiormente ahí permanecía Ziel, aunque sus gestos y acciones parecieran decir lo contrario. En la absoluta y atrayente negrura de su pupila, podía contemplarse un pequeño halo azul. Rugió disconforme, avisando también a Marcus de lo que ocurriría con su otro brazo en caso de que lo moviera, o por si tenía pensado cualquier otra estupidez. Y de repente, la mano del neófito se posó sobre el brazo destrozado y a punto estuvo de morderle nuevamente. No obstante, la retiró con cuidado de su pecho para que su corazón no sufriera en exceso y se quedara donde correspondía, en su pecho, en vez de salir por su locura. Finalmente, puso la mano sobre su pecho para evitar el derrame de sangre.
Se escuchó un leve gemido y se acercó al cuerpo, acariciando su mejilla con la suya, igual que un cachorro con su padre. Puede que no lo pareciera, pero los métodos de Marcus estaban desgarrándome en el alma. La voz del neófito se escuchó: "Esta no es la forma de hacerlo, Marcus...". Sin embargo, ¿cuál era la verdadera forma de detener aquello, de traerle a como era realmente?
Ziel... Ziel, escúchame. Ziel. Mátalo ahora y después cuéntales a todos que fue por defenderte de él, que Marcus perdió la cabeza y quería descuartizarte en múltiples trozos. No, no puedo hacer eso. No quiero ocasionarle sufrimiento y soy incapaz de matarle. Me dirás que después de todo, ¿aún quieres salvar a este hombre? ¿Quieres hacerlo aunque tu vida haya estado colgada por su desconsideración, aunque sea el principal causante de todo lo que ha acontecido? ¿Lo amas tanto como para dar hasta lo más ínfimo de ti? Dime... ¿estarías dispuesto a sacrificarte por su causa? Resonó. Quedé sin palabras. Verdaderamente, ¿quería hacerlo aunque no hubiera marcha atrás? ¿Prefería antes su sonrisa a poder vivir con Bella tanto como deseé en el pasado? Tanto, tanto, ¿era tanto cuanto lo quería? Cerré los ojos unos momentos, acordándome de las veces que Marcus me dejó al borde de la muerte, de las veces que me había salvado la vida. Sin duda, las segundas eran mucho más numerosas que las primeras.
La respuesta fue rotunda, clara y concisa: Sí, bajo cualquier cosa.
Entonces que así sea.
Las manos del neófito fueron a posarse sobre su propio pecho y cerró los ojos. Repentinamente, empezó a llover, colándose el agua por entre el follaje de los árboles que se encontraban encima. El viento comenzó a moverse, agitando los ahora largos cabellos azules, intranquilo por lo que pudiera suceder. El aura del neófito creció, extendiéndose lentamente, brillante en aquel tono dorado; justo como cuando la fiesta de aniversario. Luego, los árboles comenzaron a marchitarse, dejando caer tristemente sus hojas hacia el suelo, atravesando el escudo del pequeño. Tomaba todo lo que podía de la tierra, de los árboles, de la propia lluvia. De alguna forma, había otro "algo" que estaba ayudándole, una Gaia que brindaba aura.
Tomó aire profundamente. Separó sus manos del pecho, arrastrando consigo el matiz dorado que cubría a su cuerpo, hasta dejarlo completamente vacío. El pelo empezó a decrecer a su vez, dejándolo igual que antes. Todo lo que extrajo de sí, se arremolinó todo en una pequeña esfera del mismo color, cálida, hermosa quien la viera. Allí, en esa pequeña y abstracta esfera, se encontraba el aura del neófito. Por así decirlo, ahí se encontraba la temperatura que mantenía a su corazón caliente, las numerables sonrisas que podían producir sus labios incansablemente, la cura contra su enfermedad humana y la rapidez de curación de sus heridas. Ahí se encontraba lo que terminaba de hacer a un neófito, convertise en un vampiro. Era, sin lugar a dudas, la voluntad, la bondad, la fuerte esperanza hecha "objeto". Y se la iba a entregar libremente a Marcus O'Conell para brindarle lo que necesitaba para luchar consigo mismo y redimir a aquello que estaba controlándole.
Aquellos eran los verdaderos dones de Ziel Carphatia, tan escondidos como prohibidos.
Y si alguna vez nació con un propósito, desde luego, este debía ser. La razón por la que, de ser humano, jamás habría llegado a los veinticuatro. Era completamente incapaz de imaginar que podría hacer algo así con ellos, pero aquel que estaba ayudándome era totalmente conscinete de cada acto, del compás regulado de respiración, de lo que ocurriría después de hacerlo. Lentamente, extendió sus manos hacia el pecho del vampiro, despidiéndose del don que apenas aprendió a disfrutar o manejar. Los troncos se partían, muertos; mientras que la tormenta se cernía sobre ambos, empapándoles. El aura se resistía a abandonar a su dueño, enredándose sobre sus muñecas. En cambio, acabó por marcharse en tan triste despedida. Finalmente, acabó por desaparecer dentro del cuerpo que tenía tendido debajo, regalándole lo más preciado para un vampiro. Se inclinó, rozando sus labios y dejando el último hálito de aire caliente -dentro de lo que pudieran dar sus pulmones- sobre estos.
-Te quiero. - Susurró contra su boca, depositando una suave caricia y terminando en un beso. Dos gotas resbalaron por sus mejillas y se retiró, sonriente, cerrando los ojos.
Si yo no puedo, por favor, cuida de Bella.
Apareció un relámpago y el fuerte sonido del trueno rompió el silencio. La mano de la enfermedad atresaba desgarradoramente su pecho desde atrás. Había vuelto. Su rostro hizo una mueca de dolor tras la "bienvenida". Quizá nunca terminara por avanzar y consumirlo definitivamente -ya que aún seguía siendo inmortal-, pero continuaría agarrada a su pecho, hasta que su aura volviera. Si es que lo hacía.
La fiebre se agarró a su cuerpo nuevamente tras tanto tiempo y su cuerpo empezó a irradiar calor. Su respiración se hizo visible, ajetreada y angustiada por la necesidad de ventilar la temperatura elevada. La vista se nubló y... todo acabó negro. Ambos símbolos, tanto el que tenía Marcus debajo de su cuerpo, como el que señalaba el escudo se deshicieron; permitiendo movilidad en un lado, dejando que la cantidad de troncos se estrellaran con ellos, en el otro. El cuerpo del chico cayó hacia delante, enfermo por la humedad y el aire, por el propio exterior que lo hacía enfermar continuamente; casi hasta protegiendo por la que sería última vez a Marcus O'Conell.
Con tu fuego lento, le arrancaste las alas al ángel que solía ser.
- Ziel A. Carphatia
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Re: Bosque
Las cartas ya estaban echadas.
Marcus había decidido tomar el camino más drástico y peligroso, pero no quedaba otra opción. Entre todas sus escasas posibilidades, esa era la que más esperanzas otorgaba: esperanzas por salvar a Ziel de su furia y esperanzas por salvarse a sí mismo, por mínimas que fueran. Marcus había desatado este infierno en su interior, y ahora debía apaciguarlo, pero no precisamente con agua traída desde el Paraíso.
El vampiro estaba sujetando con fuerza su propio corazón. Aún no podía recuperar su consciencia, pero el movimiento ya había sido realizado en un lapso de lucidez esporádico. Ahora, solo quedaba darle rienda suelta al total accionar y esperar lo mejor... O lo peor. La sangre manaba, ahora, ya no por sus ojos, nariz y boca, sino por los pequeños huecos que habían formado sus dedos en su pecho. Marcus volvió a arquearse como respuesta inconsciente de su organismo ante tal dolor y flagelo. Se sentía como estar de pie frente a las puertas de algún siniestro cementerio. Sin embargo, la sensación desapareció dando paso a otra nueva, en cuanto el neófito saltó sobre él listo para impedir su movimiento.
El cuerpo de Marcus fue embestido con tal fiereza que acabó arrastrándose por el suelo unos metros. Ziel estaba sobre él, pero los ojos vacíos del vampiro mayor lo miraban sin mirar. El bordó de sus ojos sin luz no mostraba ningún asombro, ninguna emoción. Su brazo, sin embargo, continuaba accionando sus movimientos anteriores, hasta que Ziel comenzó a morderlo con brutalidad, buscando dejarlo fuera de juego. Estaba dañando los músculos de su brazo y consiguió lo que quería. La mano de Marcus no pudo ejercer más fuerza y, finalmente, Ziel logró que cayera a un lado. El pecho quedó ensangrentado y adolorido, pero ya no peligraba su corazón. No obstante, aunque no llegó a cumplir lo que su escasa consciencia había planeado, había logrado conseguir algunos efectos. En su interior, Marcus sentía el dolor y la desesperación. Aunque no conseguía ver nada de lo que ocurría a su alrededor, podía sentir a Ziel sobre él, llegando hasta el límite de sus capacidades para traerlo de vuelta.
"Esta no es la forma de hacerlo, Marcus..."
Entre rugidos y gemidos, aquel mensaje llegó para impregnar su mente, formando pensamientos que creía imposible hasta el momento. Los labios de Marcus se entreabrieron. Un ligero temblor se adueñó de su brazo no herido. Ziel estaba allí aún... Podía olerlo ahora. Podía sentir que la presencia del chico había cambiado un poco, que ahora resultaba más temeraria y amenazante que antes. Podía sentir cómo su brazo fue desgarrado y cómo la sangre manaba hacia el exterior, tanto de su hombro como de su pecho.
¿Y cuál es la forma de hacerlo... Ziel?
Y la respuesta estaba allí, palpable en el aire. Aunque no quisieran adimitirlo ninguno de los dos, los métodos poco ortodoxos de Marcus habían funcionado, y los de Ziel también. Marcus había recuperado algo de sensibilidad en el cuerpo, pese a no poder ver nada aún. Las cosas a su alrededor habían dejado de destruirse, aunque aún quedaban algunos vestigios del poder intenso que Marcus había liberado. Pero, ahora, ya no parecía representar un peligro. Aunque todo yacera en pedazos, al menos ya no saldrían ellos heridos, al menos no por la culpa de Marcus O' Conell.
Ziel... ¿Dónde estás? Ziel... Perdóname. Y-yo... Yo no siento mi cuerpo, no puedo tomar el control sobre mí. Por favor, vete ahora que ha cesado la destrucción momentáneamente. Ve a buscar a Bella, cuéntale, mientras tanto yo seguiré luchando. Sé que te esfuerzas por mí, sé que quieres ayudarme, pero no puedo asegurar tu bienestar ahora. Ziel... No quiero hacerte daño, no quiero herirte más... De ninguna manera.
Las palabras de Marcus eran arrojadas rápidamente por sus pensamientos. Aunque no pensara exactamente en lo que planeaba decir, no se preocupaba por armar un discurso perfecto. Simplemente dejaba que huyeran de su mente todas las frases que podían demostrar lo que él estaba experimentando. Esta desesperación, este sentirse ajeno a uno mismo y herir a quien más se ama y añora. No podía soportar más esta situación, quería darle un fin y Ziel lo había impedido. Y ahora...
¿Y ahora qué?
Lo que Marcus había logrado controlar costosamente, había vuelto a desatarse. Los árboles comenzaron a resquebrajarse otra vez, si es que quedaba árbol alguno ya, y la tierra comenzó a temblar otra vez. Marcus dejó rígido su cuerpo y logró cerrar los ojos con fuerza. Apretó la mandíbula, luchando, pero esto había logrado controlarlo de nuevo. Maldecía en su fuero interno, y luchaba por no perder la consciencia otra vez. Al menos eso quería que permanezca. Al menos quería poder pensar con claridad, por más que a su alrededor todo se cayera a pedazos.
Entre la tempestad y la destrucción, el silencio entre los amantes era aún más doloroso y demoledor. Marcus no podía hablar, no podía decirle a Ziel cuánto lo sentía, cuánto lo quería y necesitaba. Aunque tal vez las palabras sobraran, él moría por decirlas, pues temía no poder hacerlo nunca más. De haber podido llorar, lo hubiera hecho. Pero ya ni algo tan simple y efímero le era permitido. ¿Por qué ocurría esto? ¿Por qué aún continuaba su pena? Quería vivir en paz, junto a Ziel y a Bella. Quería darles todo lo que necesitaran. Quería ser su escudo y su bala al mismo tiempo, pues mataría a quien fuera por ellos y daría hasta su propia vida por protegerlos, sin titubear. Pero ahora... Ahora él no era más que un estorbo, un obstáculo altamente peligroso que no tenía dominio de sí.
Y, de repente, la calidez.
Una extraña sensación inundó el cuerpo de Marcus, empapando asimismo sus pensamientos y emociones. El vampiro estaba confundido, pero podía sentir nuevamente el aroma de Ziel. La herida que había hecho él mismo en su pecho, se estaba curando velozmente, sin dejar rastro. Marcus aún no lograba hacer que sus ojos vieran por él, que le comunicaran lo que ocurría, pero al menos podía olerlo, sentirlo... oírlo. Ziel estaba allí, a su lado, y ahora mismo se inclinaba sobre él. Una corriente eléctrica pareció apoderarse de cada uno de sus músculos, incluso los de su brazo dañado que comenzaba a curarse también. Y el toque más calido y delicado vino luego, con el rozar de sus suaves labios, acariciando con su ternura los suyos. Los dones de Ziel estaban purgando el cuerpo de Marcus como nunca antes podría alguien haberlo imaginado. Pero no solo eran sus dones, sino Ziel mismo y la calidez de su amor. Los pensamientos de Marcus se quedaron prendidos de aquel beso, y no quería que acabase el contacto. Por fin se sentía extrañamente vivo; por fin sentía algo que no fuera desesperación, furia o instinto destructivo. Lo sentía a él, a Ziel, y eso era maravilloso para su nuevo despertar. Instantáneamente, el bordó de sus ojos se transformó, en un parpadear, en el carmesí intenso de siempre. La vista de Marcus, borrosa al principio, se aclaró luego, formando el perfecto rostro de porcelana de Ziel ante sí, aún otorgándole una caricia a sus labios. Los ojos sorprendidos de Marcus pasaron a entrecerrarse, anesteciado por el cansancio de lo ocurrido y la consecuenta relajación debido al puro placer de aquel beso. Cuando el joven se alejó de él, Marcus elevó costosamente una de sus manos, dispuesto a acariciar la mejilla de Ziel y a traerlo hacia sí de nuevo, pero eso no fue posible, pues las palabras de Ziel marcaron la distancia: un te quiero y un extraño adiós. Palabra dichas y palabras pensadas para entristecer. El ceño de Marcus se frunció. Aún permanecía en sus labios el sabor de los de Ziel. No podía pensar con claridad en lo que estaba ocurriendo, pero Ziel se estaba desvaneciendo ante sus ojos.
- Z-ziel... -susurró con esfuerzo. La preocupación de Marcus podía sentirse en el aire, era tan palpable y visible como las decenas de árboles caídos. El cuerpo de Ziel cayó hacia adelante, hacia su dirección. Marcus creía que iba a fallar en intentar sujetarlo a causa del desgaste físico que había recibido. Sin embargo, apenas pensó en proteger a Ziel y ayudarlo, una extraña energía lo invadió y su cuerpo fue rodeado por un extraño resplandor dorado que se entremezclaba con un bello y tenue color rojizo, propio del aura del vampiro. Esto le permitió a Marcus reaccionar y ejecutar sus movimientos. Vio cómo el sello que le impedía moverse antes desapareció, así como también el escudo. Todo lo que el escudo sostenía, cayó irremediablemente sobre ellos. Marcus, sujetando el cuerpo de Ziel, no dudó en inclinarse sobre él y recibir todos los golpes. Gimió y gruñó, porque aunque sus energías fueran extrañamente renovadas, su cuerpo sentía el cansancio y el dolor. Cayó el último tronco y Marcus intentó elevar su espalda nuevamente, luchando por erguirse. Sus brazos temblaban, a causa del esfuerzo de sus músculos. Miró a Ziel, pero él ya estaba desmayado. Sin embargo, le llamó la atención el extraño brillo del sudor que corría por su frente. Marcus frunció el ceño y le apartó el cabello de la frente. Una sutil brisa atrajo hacia él la mala salud y la pestilencia de la enfermedad. Marcus comenzó a negar con la cabeza. No, esto no podía estar pasando. Él... Él era un vampiro, él había combatido aquello, y ahora... Ahora debía estar bien.
- Ziel... -susurró nuevamente, posando una de sus grandes manos sobre su mejilla. Sin embargo, no había reacción ni respuesta de parte del neófito. El sentimiento de la desesperación regresó y el aura que lo mantenía fuerte desapareció. Marcus casi cayó hacia adelante, pero apenas pudo sostenerse con sus manos sobre el suelo. Debía sacar a Ziel de allí. Debía buscar a Bella. Ya no podía pensar en lo ocurrido y en su propio bienestar, ya que Ziel y su pronta debilidad ocupaban cada resquicio de su mente. Marcus apretó la mandíbula, haciendo crujir sus colmillos. Su apariencia había vuelto a ser la de siempre: el hombre elegante, apuesto y apacible de siempre. Ahora, tal hombre luchaba por ponerse de pie y ayudar a la persona que amaba. Pero el Destino siempre fue sucio con ellos dos; siempre tendió trampas y se divirtió con su miseria. Marcus flaqueó y cayó sobre el pecho de Ziel. Cerró los ojos tras un dolor intenso que se adueñó de sus sienes. Respiró entrecortadamente y buscó con necesidad la mano de Ziel con la suya. Una vez rozó sus dedos, apoyó su palma sobre la suya y cerró la mano. No iba a abandonarlo. No iba a irse sin él. Debía ponerse de pie... Debía...
La inconsciencia apagó su mente. Ambos amantes quedaron tendidos en la destruída tierra. Ambos, juntos, sujetos de la mano como si hubieran sido víctimas de un repentino derrumbe, acabaron desmayados en aquel bosque tempestuoso. Gotas de lluvia comenzaron a caer nuevamente, empapando ambos cuerpos. Lo único que los diferenciaba, además de la edad, era que uno se encontraba terriblemente enfermo, mientras que el otro gozaba de una salud que excedía lo normal, incluso para un vampiro. Aún así, eso no había bastado para que Marcus se hubiera puesto de pie. Lo ocurrido había demandado demasiado energía, demasiado esfuerzo. No es sencillo luchar asi con uno mismo. Y ahora, cuando más se necesitaba de su fortaleza, había caído rendido. Sin embargo, en medio de la inconsciencia, el vampiro mayor comenzó a emanar aquel aura brillante nuevamente, envolviendo el cuerpo de Ziel con ella, otorgándole la calidez que una vez le perteneció aún sin saberlo. Y, de ese modo, ambos yacieron. Amado y amante, recíprocamente, unidos, siendo sepultados en aquel nido de troncos y tierra malherida. Pero este no era el final... No podía serlo, ¿verdad? Ahora sus rostros apacibles sentían la frescura de la lluvia limpiando la suciedad de la lucha. Ahora, podían descansar, aunque no fuera el momento ni el lugar oportunos para hacerlo.
Marcus había decidido tomar el camino más drástico y peligroso, pero no quedaba otra opción. Entre todas sus escasas posibilidades, esa era la que más esperanzas otorgaba: esperanzas por salvar a Ziel de su furia y esperanzas por salvarse a sí mismo, por mínimas que fueran. Marcus había desatado este infierno en su interior, y ahora debía apaciguarlo, pero no precisamente con agua traída desde el Paraíso.
El vampiro estaba sujetando con fuerza su propio corazón. Aún no podía recuperar su consciencia, pero el movimiento ya había sido realizado en un lapso de lucidez esporádico. Ahora, solo quedaba darle rienda suelta al total accionar y esperar lo mejor... O lo peor. La sangre manaba, ahora, ya no por sus ojos, nariz y boca, sino por los pequeños huecos que habían formado sus dedos en su pecho. Marcus volvió a arquearse como respuesta inconsciente de su organismo ante tal dolor y flagelo. Se sentía como estar de pie frente a las puertas de algún siniestro cementerio. Sin embargo, la sensación desapareció dando paso a otra nueva, en cuanto el neófito saltó sobre él listo para impedir su movimiento.
El cuerpo de Marcus fue embestido con tal fiereza que acabó arrastrándose por el suelo unos metros. Ziel estaba sobre él, pero los ojos vacíos del vampiro mayor lo miraban sin mirar. El bordó de sus ojos sin luz no mostraba ningún asombro, ninguna emoción. Su brazo, sin embargo, continuaba accionando sus movimientos anteriores, hasta que Ziel comenzó a morderlo con brutalidad, buscando dejarlo fuera de juego. Estaba dañando los músculos de su brazo y consiguió lo que quería. La mano de Marcus no pudo ejercer más fuerza y, finalmente, Ziel logró que cayera a un lado. El pecho quedó ensangrentado y adolorido, pero ya no peligraba su corazón. No obstante, aunque no llegó a cumplir lo que su escasa consciencia había planeado, había logrado conseguir algunos efectos. En su interior, Marcus sentía el dolor y la desesperación. Aunque no conseguía ver nada de lo que ocurría a su alrededor, podía sentir a Ziel sobre él, llegando hasta el límite de sus capacidades para traerlo de vuelta.
"Esta no es la forma de hacerlo, Marcus..."
Entre rugidos y gemidos, aquel mensaje llegó para impregnar su mente, formando pensamientos que creía imposible hasta el momento. Los labios de Marcus se entreabrieron. Un ligero temblor se adueñó de su brazo no herido. Ziel estaba allí aún... Podía olerlo ahora. Podía sentir que la presencia del chico había cambiado un poco, que ahora resultaba más temeraria y amenazante que antes. Podía sentir cómo su brazo fue desgarrado y cómo la sangre manaba hacia el exterior, tanto de su hombro como de su pecho.
¿Y cuál es la forma de hacerlo... Ziel?
Y la respuesta estaba allí, palpable en el aire. Aunque no quisieran adimitirlo ninguno de los dos, los métodos poco ortodoxos de Marcus habían funcionado, y los de Ziel también. Marcus había recuperado algo de sensibilidad en el cuerpo, pese a no poder ver nada aún. Las cosas a su alrededor habían dejado de destruirse, aunque aún quedaban algunos vestigios del poder intenso que Marcus había liberado. Pero, ahora, ya no parecía representar un peligro. Aunque todo yacera en pedazos, al menos ya no saldrían ellos heridos, al menos no por la culpa de Marcus O' Conell.
Ziel... ¿Dónde estás? Ziel... Perdóname. Y-yo... Yo no siento mi cuerpo, no puedo tomar el control sobre mí. Por favor, vete ahora que ha cesado la destrucción momentáneamente. Ve a buscar a Bella, cuéntale, mientras tanto yo seguiré luchando. Sé que te esfuerzas por mí, sé que quieres ayudarme, pero no puedo asegurar tu bienestar ahora. Ziel... No quiero hacerte daño, no quiero herirte más... De ninguna manera.
Las palabras de Marcus eran arrojadas rápidamente por sus pensamientos. Aunque no pensara exactamente en lo que planeaba decir, no se preocupaba por armar un discurso perfecto. Simplemente dejaba que huyeran de su mente todas las frases que podían demostrar lo que él estaba experimentando. Esta desesperación, este sentirse ajeno a uno mismo y herir a quien más se ama y añora. No podía soportar más esta situación, quería darle un fin y Ziel lo había impedido. Y ahora...
¿Y ahora qué?
Lo que Marcus había logrado controlar costosamente, había vuelto a desatarse. Los árboles comenzaron a resquebrajarse otra vez, si es que quedaba árbol alguno ya, y la tierra comenzó a temblar otra vez. Marcus dejó rígido su cuerpo y logró cerrar los ojos con fuerza. Apretó la mandíbula, luchando, pero esto había logrado controlarlo de nuevo. Maldecía en su fuero interno, y luchaba por no perder la consciencia otra vez. Al menos eso quería que permanezca. Al menos quería poder pensar con claridad, por más que a su alrededor todo se cayera a pedazos.
Entre la tempestad y la destrucción, el silencio entre los amantes era aún más doloroso y demoledor. Marcus no podía hablar, no podía decirle a Ziel cuánto lo sentía, cuánto lo quería y necesitaba. Aunque tal vez las palabras sobraran, él moría por decirlas, pues temía no poder hacerlo nunca más. De haber podido llorar, lo hubiera hecho. Pero ya ni algo tan simple y efímero le era permitido. ¿Por qué ocurría esto? ¿Por qué aún continuaba su pena? Quería vivir en paz, junto a Ziel y a Bella. Quería darles todo lo que necesitaran. Quería ser su escudo y su bala al mismo tiempo, pues mataría a quien fuera por ellos y daría hasta su propia vida por protegerlos, sin titubear. Pero ahora... Ahora él no era más que un estorbo, un obstáculo altamente peligroso que no tenía dominio de sí.
Y, de repente, la calidez.
Una extraña sensación inundó el cuerpo de Marcus, empapando asimismo sus pensamientos y emociones. El vampiro estaba confundido, pero podía sentir nuevamente el aroma de Ziel. La herida que había hecho él mismo en su pecho, se estaba curando velozmente, sin dejar rastro. Marcus aún no lograba hacer que sus ojos vieran por él, que le comunicaran lo que ocurría, pero al menos podía olerlo, sentirlo... oírlo. Ziel estaba allí, a su lado, y ahora mismo se inclinaba sobre él. Una corriente eléctrica pareció apoderarse de cada uno de sus músculos, incluso los de su brazo dañado que comenzaba a curarse también. Y el toque más calido y delicado vino luego, con el rozar de sus suaves labios, acariciando con su ternura los suyos. Los dones de Ziel estaban purgando el cuerpo de Marcus como nunca antes podría alguien haberlo imaginado. Pero no solo eran sus dones, sino Ziel mismo y la calidez de su amor. Los pensamientos de Marcus se quedaron prendidos de aquel beso, y no quería que acabase el contacto. Por fin se sentía extrañamente vivo; por fin sentía algo que no fuera desesperación, furia o instinto destructivo. Lo sentía a él, a Ziel, y eso era maravilloso para su nuevo despertar. Instantáneamente, el bordó de sus ojos se transformó, en un parpadear, en el carmesí intenso de siempre. La vista de Marcus, borrosa al principio, se aclaró luego, formando el perfecto rostro de porcelana de Ziel ante sí, aún otorgándole una caricia a sus labios. Los ojos sorprendidos de Marcus pasaron a entrecerrarse, anesteciado por el cansancio de lo ocurrido y la consecuenta relajación debido al puro placer de aquel beso. Cuando el joven se alejó de él, Marcus elevó costosamente una de sus manos, dispuesto a acariciar la mejilla de Ziel y a traerlo hacia sí de nuevo, pero eso no fue posible, pues las palabras de Ziel marcaron la distancia: un te quiero y un extraño adiós. Palabra dichas y palabras pensadas para entristecer. El ceño de Marcus se frunció. Aún permanecía en sus labios el sabor de los de Ziel. No podía pensar con claridad en lo que estaba ocurriendo, pero Ziel se estaba desvaneciendo ante sus ojos.
- Z-ziel... -susurró con esfuerzo. La preocupación de Marcus podía sentirse en el aire, era tan palpable y visible como las decenas de árboles caídos. El cuerpo de Ziel cayó hacia adelante, hacia su dirección. Marcus creía que iba a fallar en intentar sujetarlo a causa del desgaste físico que había recibido. Sin embargo, apenas pensó en proteger a Ziel y ayudarlo, una extraña energía lo invadió y su cuerpo fue rodeado por un extraño resplandor dorado que se entremezclaba con un bello y tenue color rojizo, propio del aura del vampiro. Esto le permitió a Marcus reaccionar y ejecutar sus movimientos. Vio cómo el sello que le impedía moverse antes desapareció, así como también el escudo. Todo lo que el escudo sostenía, cayó irremediablemente sobre ellos. Marcus, sujetando el cuerpo de Ziel, no dudó en inclinarse sobre él y recibir todos los golpes. Gimió y gruñó, porque aunque sus energías fueran extrañamente renovadas, su cuerpo sentía el cansancio y el dolor. Cayó el último tronco y Marcus intentó elevar su espalda nuevamente, luchando por erguirse. Sus brazos temblaban, a causa del esfuerzo de sus músculos. Miró a Ziel, pero él ya estaba desmayado. Sin embargo, le llamó la atención el extraño brillo del sudor que corría por su frente. Marcus frunció el ceño y le apartó el cabello de la frente. Una sutil brisa atrajo hacia él la mala salud y la pestilencia de la enfermedad. Marcus comenzó a negar con la cabeza. No, esto no podía estar pasando. Él... Él era un vampiro, él había combatido aquello, y ahora... Ahora debía estar bien.
- Ziel... -susurró nuevamente, posando una de sus grandes manos sobre su mejilla. Sin embargo, no había reacción ni respuesta de parte del neófito. El sentimiento de la desesperación regresó y el aura que lo mantenía fuerte desapareció. Marcus casi cayó hacia adelante, pero apenas pudo sostenerse con sus manos sobre el suelo. Debía sacar a Ziel de allí. Debía buscar a Bella. Ya no podía pensar en lo ocurrido y en su propio bienestar, ya que Ziel y su pronta debilidad ocupaban cada resquicio de su mente. Marcus apretó la mandíbula, haciendo crujir sus colmillos. Su apariencia había vuelto a ser la de siempre: el hombre elegante, apuesto y apacible de siempre. Ahora, tal hombre luchaba por ponerse de pie y ayudar a la persona que amaba. Pero el Destino siempre fue sucio con ellos dos; siempre tendió trampas y se divirtió con su miseria. Marcus flaqueó y cayó sobre el pecho de Ziel. Cerró los ojos tras un dolor intenso que se adueñó de sus sienes. Respiró entrecortadamente y buscó con necesidad la mano de Ziel con la suya. Una vez rozó sus dedos, apoyó su palma sobre la suya y cerró la mano. No iba a abandonarlo. No iba a irse sin él. Debía ponerse de pie... Debía...
La inconsciencia apagó su mente. Ambos amantes quedaron tendidos en la destruída tierra. Ambos, juntos, sujetos de la mano como si hubieran sido víctimas de un repentino derrumbe, acabaron desmayados en aquel bosque tempestuoso. Gotas de lluvia comenzaron a caer nuevamente, empapando ambos cuerpos. Lo único que los diferenciaba, además de la edad, era que uno se encontraba terriblemente enfermo, mientras que el otro gozaba de una salud que excedía lo normal, incluso para un vampiro. Aún así, eso no había bastado para que Marcus se hubiera puesto de pie. Lo ocurrido había demandado demasiado energía, demasiado esfuerzo. No es sencillo luchar asi con uno mismo. Y ahora, cuando más se necesitaba de su fortaleza, había caído rendido. Sin embargo, en medio de la inconsciencia, el vampiro mayor comenzó a emanar aquel aura brillante nuevamente, envolviendo el cuerpo de Ziel con ella, otorgándole la calidez que una vez le perteneció aún sin saberlo. Y, de ese modo, ambos yacieron. Amado y amante, recíprocamente, unidos, siendo sepultados en aquel nido de troncos y tierra malherida. Pero este no era el final... No podía serlo, ¿verdad? Ahora sus rostros apacibles sentían la frescura de la lluvia limpiando la suciedad de la lucha. Ahora, podían descansar, aunque no fuera el momento ni el lugar oportunos para hacerlo.
"Recordaré el amor que nuestras almas habían jurado hacer.
Ahora, miro la lluvia que cae...
Todo lo que mi mente puede ver ahora es tu rostro."
Ahora, miro la lluvia que cae...
Todo lo que mi mente puede ver ahora es tu rostro."
- Marcus O'Conell
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Re: Bosque
Había escuchado a Marcus mentalmente. E iba a responder antes de que la Enfermedad me pillara desprevenido. Ahora ya no podía ni recordar dos simples palabras de las que me dijo y tampoco podía concebir respuesta alguna. Me dolía la cabeza, el cuerpo, todo realmente. Porque yo ni siquiera era verdaderamente consciente de que regresaría a ser un chico enfermizo cuando le entregara al vampiro mi aura. Pero, al menos, si con esto servía de algo y dejaba de ser un verdadero inútil cuando más se necesitaba, estaría satisfecho con el resultado. Lidiar con la fiebre ya se convertiría en un objetivo secundario. De todas formas, había luchado contra ella durante prácticamente toda mi vida.
Los troncos cayeron y pronto el estruendo se formó dentro del espléndido silencio que se había formado en el fondo de aquel vacío en la tierra. Aunque no podía saberlo y tampoco sentía nada, de alguna forma, imaginaba que habían caído sobre la espalda. Había conseguido proteger a Marcus en dos ocasiones. Con eso era feliz. Con estar entre sus brazos una vez más, era suficiente; pese a que él no lograra perdonarme nunca. Pese a que él formara una nueva vida con otra persona. Ahora estaba bien, esto estaba bien. Al menos estaba a salvo. Y mientras los troncos no hubieran cometido ninguna grave lesión, no me importaba en absoluto que cayeran sobre mi cuerpo. Ya que nunca te importa cuando osas a proteger a un ser amado y darle lo mejor. Pero en vez de aplastar al neófito desmayado por las altas temperaturas que contenía su cuerpo, hubo un escudo que lo impedía y rompía su lógica: Marcus O'Conell.
El aura que antes me había pertenecido, había actuado por su fuerza de voluntad y a pesar de no formar parte del cuerpo del neófito, lo había "protegido" gracias al vampiro. En cambio, tan pronto como vino, tan pronto se marchó. La resistencia de ninguno daba para más. Lo habían hecho todo, lo habían otorgado todo al otro sin mirar ni un solo instante por su propia salud. Únicamente por el contrario. Marcus cayó también en este mar de la Inconsciencia. Ambos seres quedaron sepultados bajo la madera y la lluvia limpiaba los rastros de tan larga ejecución de salvamento. Uno sobre el otro, agarrándose la mano como buenos amantes que eran, protegiéndose con lo último que les quedaba; escribiendo encima del Destino que ambos hacían hasta lo imposible por el otro. El hilo rojo que los unía a ambos por su dedo índice estaba enredado por éste, y aun así, deshacían los nudos que se iban formando para volver a dejarlo en perfectas condiciones. Porque esto no era nada nuevo. Desde el principio lo habían hecho -ya fuera de una manera u otra y quizá algunas veces no de la mejor forma- y que ya no existía otra manera de pensar para ninguno. Que hasta eran capaces de dar la vida, si era necesario, pues a ninguno le habría importado realmente en haberla dado.
Entonces, ¿este era el fin de Marcus O'Conell y Ziel Carphatia?
Quizá fuera así y ambos terminaran abandonados en el bosque. Sin embargo, uno de ellos contenía el doble de vitalidad y resistencia que el otro, pues albergaba la de ambos realmente. Ese tenía más posibilidades de salvarse, en cuanto su cuerpo se recuperara del duro golpe tanto físico como mental que había sufrido. Pero...
Se escucharon voces por los alrededores. Rápidamente hubo más en torno al agujero que se extendía en el bosque. Un grupo de vampiros con uniformidad blanca, bordeaba la separación de nivel del terreno. Todos miraban hacia abajo y se preguntaban sobre lo ocurrido. Claramente, el rastro que dejó Marcus con tan destructivo don era perceptible por cualquiera. Y el bosque seguía siendo un territorio de la Academia Cross. Es más, de no ser por una de las alumnas de la clase nocturna, ambos amantes aún continuarían esperando ayuda. En cambio, la Casualidad esta vez tomó negras y derrocó al rey del Destino.
Algunos jóvenes estudiantes de la clase Nocturna, bajaron con cuidado hasta los troncos. Por supuesto que lo hacían porque conocían que había alguien allí dentro; mejor dicho, ahí debajo de entre los árboles muertos. El olor a sangre era abrumador para todos ellos y algunos tuvieron que retirarse para apaciguar su sed. Los más experimentados se encargaron de retirar los troncos hacia un lado y encontrar los dos cuerpos inconscientes.
-¿Qué demonios ocurrió aquí? - Exclamó uno de ellos, incrédulo por encontrarlos aún con vida después de tanto destrozo. Se agachó y retiró hacia un lado el cuerpo de Marcus. Y en cuanto su rostro fue visto por el pequeño grupo, corrió la alarma. Todos sabían quién era aquel hombre y lo que había hecho. La única mujer del grupo de expedición gritó sorprendida.
-Está bien, está bien. Cálmense todos. - Sugirió el más sensato de todos, claramente, el encargado de notificar al Director lo ocurrió en los territorios de la Academia. - Hagamos lo más sensato y alejemos este alboroto de los estudiantes humanos. Se los entregaremos al Consejo y que decidan sus vidas allí. - Comentó serio, observando al chico de pelo azul. Su cara le era familiar. Y más tarde encontró la referencia de que pertenecía a la clase diurna, pero que más tarde, de repente, se hizo su traslado a la clase nocturna. Sí, había oído de hablar de él, como aquel que siempre acompaña a Marcus O'Conell y jura por su inocencia. Giró la cabeza. Era una lástima, pero a veces las compañías no bien escogidas, podían suponer el sacrificio.
-¡Estás loco! ¿Cómo podemos calmarnos con este asesino delante de nuestras narices, Kouhai? - Preguntó otro de ellos, señalando el cuerpo del causante del desastre natural. - Este hombre ha matado a varios de los nuestros en aquella fiesta... ¿Por qué deberíamos ahora llevarle a lugar seguro? ¡Deberíamos matarle aquí y ahora! - Vociferó. El resto de vampiros secundó la moción con unos cuantos gritos.
-Habrán sido muchas las víctimas que este hombre se haya llevado, pero nosotros no somos quienes tenemos que juzgarle. De ser así, lo único que conseguirás es convertirte en alguien con su misma sed de destrucción. Y de esto se encargarán los Ancianos. Ellos darán la sentencia que cada uno se merezca. - Respondió relajadamente al otro, deteniendo sus inteciones. Suspiró y señaló con la cabeza a ambos. - No hay más que decir, o notificaré a Cross y a Kuran de sus actos. Llévenselos ahora mismo y el resto, que se encargue de reestablecer la zona para los humanos. Este ya no es lugar seguro. - Y dicho aquello, subió por los troncos de nuevo y escapó del agujero. Dos de ellos cargaron a los vampiros inconscientes y finalmente, marcharon con los otros dos sobrantes como si de una escolta se tratara, dirección al Consejo.
Los troncos cayeron y pronto el estruendo se formó dentro del espléndido silencio que se había formado en el fondo de aquel vacío en la tierra. Aunque no podía saberlo y tampoco sentía nada, de alguna forma, imaginaba que habían caído sobre la espalda. Había conseguido proteger a Marcus en dos ocasiones. Con eso era feliz. Con estar entre sus brazos una vez más, era suficiente; pese a que él no lograra perdonarme nunca. Pese a que él formara una nueva vida con otra persona. Ahora estaba bien, esto estaba bien. Al menos estaba a salvo. Y mientras los troncos no hubieran cometido ninguna grave lesión, no me importaba en absoluto que cayeran sobre mi cuerpo. Ya que nunca te importa cuando osas a proteger a un ser amado y darle lo mejor. Pero en vez de aplastar al neófito desmayado por las altas temperaturas que contenía su cuerpo, hubo un escudo que lo impedía y rompía su lógica: Marcus O'Conell.
El aura que antes me había pertenecido, había actuado por su fuerza de voluntad y a pesar de no formar parte del cuerpo del neófito, lo había "protegido" gracias al vampiro. En cambio, tan pronto como vino, tan pronto se marchó. La resistencia de ninguno daba para más. Lo habían hecho todo, lo habían otorgado todo al otro sin mirar ni un solo instante por su propia salud. Únicamente por el contrario. Marcus cayó también en este mar de la Inconsciencia. Ambos seres quedaron sepultados bajo la madera y la lluvia limpiaba los rastros de tan larga ejecución de salvamento. Uno sobre el otro, agarrándose la mano como buenos amantes que eran, protegiéndose con lo último que les quedaba; escribiendo encima del Destino que ambos hacían hasta lo imposible por el otro. El hilo rojo que los unía a ambos por su dedo índice estaba enredado por éste, y aun así, deshacían los nudos que se iban formando para volver a dejarlo en perfectas condiciones. Porque esto no era nada nuevo. Desde el principio lo habían hecho -ya fuera de una manera u otra y quizá algunas veces no de la mejor forma- y que ya no existía otra manera de pensar para ninguno. Que hasta eran capaces de dar la vida, si era necesario, pues a ninguno le habría importado realmente en haberla dado.
Entonces, ¿este era el fin de Marcus O'Conell y Ziel Carphatia?
Quizá fuera así y ambos terminaran abandonados en el bosque. Sin embargo, uno de ellos contenía el doble de vitalidad y resistencia que el otro, pues albergaba la de ambos realmente. Ese tenía más posibilidades de salvarse, en cuanto su cuerpo se recuperara del duro golpe tanto físico como mental que había sufrido. Pero...
Se escucharon voces por los alrededores. Rápidamente hubo más en torno al agujero que se extendía en el bosque. Un grupo de vampiros con uniformidad blanca, bordeaba la separación de nivel del terreno. Todos miraban hacia abajo y se preguntaban sobre lo ocurrido. Claramente, el rastro que dejó Marcus con tan destructivo don era perceptible por cualquiera. Y el bosque seguía siendo un territorio de la Academia Cross. Es más, de no ser por una de las alumnas de la clase nocturna, ambos amantes aún continuarían esperando ayuda. En cambio, la Casualidad esta vez tomó negras y derrocó al rey del Destino.
Algunos jóvenes estudiantes de la clase Nocturna, bajaron con cuidado hasta los troncos. Por supuesto que lo hacían porque conocían que había alguien allí dentro; mejor dicho, ahí debajo de entre los árboles muertos. El olor a sangre era abrumador para todos ellos y algunos tuvieron que retirarse para apaciguar su sed. Los más experimentados se encargaron de retirar los troncos hacia un lado y encontrar los dos cuerpos inconscientes.
-¿Qué demonios ocurrió aquí? - Exclamó uno de ellos, incrédulo por encontrarlos aún con vida después de tanto destrozo. Se agachó y retiró hacia un lado el cuerpo de Marcus. Y en cuanto su rostro fue visto por el pequeño grupo, corrió la alarma. Todos sabían quién era aquel hombre y lo que había hecho. La única mujer del grupo de expedición gritó sorprendida.
-Está bien, está bien. Cálmense todos. - Sugirió el más sensato de todos, claramente, el encargado de notificar al Director lo ocurrió en los territorios de la Academia. - Hagamos lo más sensato y alejemos este alboroto de los estudiantes humanos. Se los entregaremos al Consejo y que decidan sus vidas allí. - Comentó serio, observando al chico de pelo azul. Su cara le era familiar. Y más tarde encontró la referencia de que pertenecía a la clase diurna, pero que más tarde, de repente, se hizo su traslado a la clase nocturna. Sí, había oído de hablar de él, como aquel que siempre acompaña a Marcus O'Conell y jura por su inocencia. Giró la cabeza. Era una lástima, pero a veces las compañías no bien escogidas, podían suponer el sacrificio.
-¡Estás loco! ¿Cómo podemos calmarnos con este asesino delante de nuestras narices, Kouhai? - Preguntó otro de ellos, señalando el cuerpo del causante del desastre natural. - Este hombre ha matado a varios de los nuestros en aquella fiesta... ¿Por qué deberíamos ahora llevarle a lugar seguro? ¡Deberíamos matarle aquí y ahora! - Vociferó. El resto de vampiros secundó la moción con unos cuantos gritos.
-Habrán sido muchas las víctimas que este hombre se haya llevado, pero nosotros no somos quienes tenemos que juzgarle. De ser así, lo único que conseguirás es convertirte en alguien con su misma sed de destrucción. Y de esto se encargarán los Ancianos. Ellos darán la sentencia que cada uno se merezca. - Respondió relajadamente al otro, deteniendo sus inteciones. Suspiró y señaló con la cabeza a ambos. - No hay más que decir, o notificaré a Cross y a Kuran de sus actos. Llévenselos ahora mismo y el resto, que se encargue de reestablecer la zona para los humanos. Este ya no es lugar seguro. - Y dicho aquello, subió por los troncos de nuevo y escapó del agujero. Dos de ellos cargaron a los vampiros inconscientes y finalmente, marcharon con los otros dos sobrantes como si de una escolta se tratara, dirección al Consejo.
- Ziel A. Carphatia
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Re: Bosque
SIENTO QUE ME MANTIENES VIVO, TU ERES MI SALVACIÓN.
No sabía dónde estaba, no sabía lo que hacía, simplemente seguía el rastro casi perdido de Ziel y Marcus. ¿Dónde demonios se habían metido? Hacía horas que no daban señales y esto iba de mal en peor. Seguí corriendo hasta que capté un fuerte olor a sangre.. O no.. Me paré en seco delante de una montaña de árboles destruidos. Me arrodillé ante éstos. La presencia de Ziel y Marcus ya no estaba allí, pero su olor perduraba junto a otros que desconocía. Había llegado tarde, demasiado tarde. ¿Dónde demonios se los han llevado? ¿Quién? ¿Los cazadores? No... No pueden haber sido ellos, su olor es demasiado reconocible.
Os encontraré, lo prometo... Apreté el puño y con todas mis fuerzas golpeé el suelo quedándome así, aguantando las ganas de llorar, de maldecir. Por qué seré tan inútil. Por culpa de mi estupidez Ziel y Marcus lo estarán pasando mal, o dios sabrá que les estarán haciendo en estos momentos.
Me senté en uno de los troncos con el rostro oculto bajo mis manos. ¿Por qué siempre a nosotros? Pregunté a la nada. No habíamos ni empezado a estar bien en nuestra propia casa y al poco nos vuelven a hacer daño. Es como una maldición, como si no quisieran dejarnos tranquilos. Ya estaba harta, totalmente agotada emocionalmente... Y por si fuera poco, la lluvia comenzaba a caer tan fuerte que no se podía ver claramente. ¿Me gustaba? Ahora ya daba igual.
¿Que por qué siempre a vosotros? Una voz a lo lejos se mofaba mientras reía sin parar. Porque sois escoria, no os merecéis nada. Me incorporé de un salto, parecía que solo estaba él. No me daba buena espina... Y por si no fueran a ir mal las cosas, era uno de los cazadores que vinos hace tiempo. Me limité a no responderle y buscar una forma de huir de aquí. Tsss tsss ni lo intentes pequeña, ¿crees que vas a poder huir de mi sin tus queridísimos amantes? O ¿cómo prefieres llamarlos? Te han dejado aquí tan solita... El cazador se humedeció los labios.
Daba asco, y por primera vez sentía verdadero miedo. Pero podría con él. ¿De verdad podría? Miré a mi alrededor y no veía a nadie más. Esta lluvia lo empeoraba todo. Me agazapé y le enseñé los colmillos. No sabes lo que dices... Dime dónde están. El cazador seguía inmóvil a unos metros de mi posición. En serio das pena. Nosotros no les hemos hecho nada, ya me habría gustado atrapar a ese maldito... Cerró su puño con rabia. Me quedé bastante desconcertada. Estaba claro que ellos no se los habían llevado pero.. ¿quiénes entonces?
Agité la cabeza y no dude ni un segundo en salir corriendo. Tenía que salir de alli como fuera. Mi cuerpo comenzó a arder en llamas mientras varias de ellas iban directas al cazador.
Éste comenzó a reír y en pocos segundos escuché varios ruidos metalizados que me dejaron inmóvil.
Estaba atada de pies y manos, colgada como un animal. No sabía por donde venían. Sus risas comenzaron a estallar en mi cabeza. Comenzaron a acercarse uno a uno. El que estaba al fondo se acercó y me agarró el cuello con fuerza. Ya te lo dije sucia zorra, no ibas a escapar de aquí. Y ahora tus amigitos vendrán a buscarte y caerán directos en la trampa. O la pobre Bella... Eres una inútil. El puño del cazador se estrelló contra mi rostro, dejando un rastro de sangre en él. Comencé a reír, no sabía por qué, ni de qué. Simplemente me alegraba de que en este momento Ziel y Marcus no supieran donde estaba. No van a venir... ¿Y sabes por qué? Porque no saben donde estoy, y no les diré que vengan a por mi. Dais asco, todos. Comencé a moverme, intentando liberarme de aquellas cadenas, pero era imposible. Supongo que siempre me estoy metiendo en problemas en los que otros serán dañados. Pero esta vez no. Ziel había sufrido demasiado con estos psicópatas y Marcus no podría hacerlo solo. No quería que vinieran a por mi...
Habéis hecho demasiado daño, todo lo que estáis haciendo fallará algún día, y cuando lo haga, caeréis como moscas malditos humanos, lo haréis.. Comencé a reír sin parar. Las cadenas comenzaron a dar descargar eléctricas. El dolor se introducía en mis huesos. Quería gritar de dolor, pero era tan fuerte que solo podía aguantar la respiración y esperar a que cesara. Ahora ya sabía por lo que había tenido que pasar Ziel, y no quería que le sucediera lo mismo si llegara a encontrarme. Ma..mal...maldit.. Mi cuerpo no respondía, la cabeza me daba vueltas.. ¿este sería mi final? Nadie querría morir a manos de estos patanes pero, ¿y si era mejor para todos? No daba más que problemas, no sabía hacer nada bien...
Miles de imágenes comenzaron a rondarme por la cabeza. La primera vez que vi a Ziel, aquel rostro dulce y angelical que al principio me miraba con desagrado. No sabía por qué, pero al principio era bastante gracioso ver su reacción ante mí y hacia otros vampiros. El tiempo había pasado tan rápido, me habría gustado que las cosas fueran de otra forma, que hubiéramos podido vivir tranquilos, como una pareja normal.
La siguiente imagen fue la de Marcus llevándose a Ziel. Recuerdo el odio que sentí aquella vez. Y más adelante, me di cuenta gracias a Ziel que Marcus no lo había hecho por maldad, al principio puede que si, pero luego me di cuenta de que estaba igual de solo que nosotros. Necesitaba cariño y comprensión, cosa que le podía dar Ziel. Supongo que todo sucede por una razón, y si Marcus no hubiera entrado en nuestra vida, ahora Ziel estaría muerto... Todo este tiempo he sido feliz a su lado, tanto con Ziel como con Marcus, y ahora mismo me alegraba haber podido estar con ellos, por una vez he sabido lo que es una familia.
Uno de los cazadores me agarró de la muñeca y me introdujo un líquido naranja. Andando chicos, no tardará en caer... Los cazadores comenzaron a andar y yo, poco a poco, iba perdiendo la consciencia.
¿Vendrás a salvarme?
- Bella.N.Gring
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Re: Bosque
¿Vas a abrazarme ahora? Sostén ahora mi congelado corazón.
Estoy mirando fijamente desde la distancia y
siento que todo pasa a través de mi.
No puedo estar solo ahora.
Estoy mirando fijamente desde la distancia y
siento que todo pasa a través de mi.
No puedo estar solo ahora.
Vapor. Frío. Nieve. Pequeños copos de nieve caían del cielo grisáceo que los esperaba fuera del edificio. Su libertad se respiraba sobre el aire fresco y la humedad del ambiente, traduciéndose en el calor de sus pulmones cortando las bajas temperaturas de fuera; en vez de ser algo cerrado, caluroso y enfermizo. Pasos. Un largo recorrido se formaba desde que salieron del edificio de la Nueva Asociación, quizá algo macabro para la bonita imagen que proyectaba el paisaje y sus dos caminantes. El perfecto blanco fue deteriorado por el gotear de la sangre caliente bajando por su katana, además dejando que su propia sangre fuese esparciéndose y dejando un rastro que terminaría por desaparecer bajo otro manto blanco. Sacudió su arma bruscamente para eliminar los rastros de esos sucios bastardos que habían querido maltratarle de nuevo, como si ésta fuera a perder su filo de estar manchada.
Cerró los ojos, centrándose en el sonido principalmente. Sus pulmones, agitados, albergaban la necesidad de respirar entrecortadamente por las heridas de los disparos que había sufrido anteriormente, comenzando a sentir el dolor después de haber realizado todo ese desastre en el edificio. Por suerte, incluso recuperó sus dos colas perdidas y las pantallas azules que tantas vidas se llevaron dentro, por ende, desaparecieron para no dejar ni rastro de su masacre. Las ocho colas se movían mientras tanto entre ellas, enredándose amigablemente unas con otras, casi transmitiendo la felicidad que sentía en el fondo de su pecho. Negativamente, la energía que Fraiah le había regalado por su despertar, comenzaba a desgastarse, sumándose a su cuerpo el cansancio. Llevar una esencia que no te pertenecía naturalmente era bastante agotador. Sin embargo, su pulso no dudaba y sus piernas no flaqueaban por seguir andando, en busca de algún refugio o una guarida donde poder descansar y alimentarse apropiadamente ambos, recuperando las energías perdidas y con el único fin de buscar al resto de su extensa manada. Al menos, eso era lo que esperaba el neófito: encontrar a los suyos, aunque no llegara a reconocerlos por ahora.
Andaba con la misma parsimonia que antes, camuflándose perfectamente por su físico y vestimenta entre la nieve. Aún cargaba a Fraiah bajo su brazo, pero tras comprobar con algunos copos la frialdad de la nieve y el vapor que se formaba cuando expiraba el aire, sintió la obligación de proteger a su manada. La nieve de unos de los árboles cayó por su propio peso. Se giró instantáneamente con la katana dispuesta a seguir degollando cazadores y la blandió al aire, justo a la altura del cuello de sus enemigos. No obstante, esta vez no hubo nadie. Sus orejas se balancearon, atentas por cualquier sonido más, aunque todo fue una mera precaución por si lo atacaran por la espalda. De todas formas, podría escuchar a los cazadores correr hacía él desde numerables metros, en este caso.
Entonces, abrazó a la chica instintivamente –sin conocer que ella necesitaba el calor para sobrevivir, pues acabó por deducirlo tras llevar rato cargándola y notando su excesiva temperatura en comparación a la suya–, para darle el poco calor que pudiera transmitirle su fría piel de terciopelada y al mismo tiempo, protegiéndola de la intemperie. Acarició su mejilla con la suya propia, soltando un gemido tierno y finalmente dio un lametón a esta, asegurándola de alguna forma que todo estaba seguro.
Su mirada ensombrecida aún, regresó al frente y continuó caminando a la deriva. Se aclaró ciertamente a medida que descubría que el exterior no era tan peligroso a como llegó a imaginarlo. Al ver todo el exterior blanco, abrió los ojos, expectante y asombrado. Su rostro cambió radicalmente de expresión, regresando a su faceta tierna y adorable, abandonando la crueldad de sus venas. La curiosidad sembró un brillo sobre el azul y el amarillo. Extrañado por ver esa lluvia blanca, levantó la cabeza y cerró los ojos, intentando oler ese fenómeno que desconocía. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que era totalmente inofensiva y simplemente un fenómeno meteorológico y natural. Lo que la Diosa Tierra provocara, era por el bien de todos sus hijos y por supuesto, también para el bien de Fraiah y Ziel. Sus orejas se echaron hacia atrás repentinamente, asustadizo, cuando un par de copos de deshicieron sobre su rostro. Estornudó cuando uno de ellos se introdujo sobre el orificio de su nariz. Pero, ¿acaso la nieve tiene un aroma característico? No. Por tanto, continuaba siendo de desconfiar para el cachorro, el cual había quedado totalmente sorprendido tras salir de la Nueva Asociación.
Por fin halló un pequeño sendero de pinos de gruesos troncos y ramajes que no dejaban que la nieve creciera debajo de ellos. Dedujo inmediatamente que se trataba de un buen lugar para descansar. Era apartado, silencioso, alejado fuera del camino y difícil de encontrar para un humano; aunque quizá algo frío para la naturaleza de Fraiah Eslin. Se introdujo bajo las ramas, que además proporcionaban protección y los resguardaría de miradas ajenas, dado que la nieve había hecho caer las más bajas de su copa. Primeramente, dejó el cuerpo de la chica inconsciente sobre el suelo, con delicadeza y preocupado por cualquier mero detalle que sucediera. Pero al parecer, todo permanecía bien, salvo por el estado de ella. Se irguió de nuevo y entre la espesura se escuchó un gemido. Sus orejas se movieron deprisa y sacudió la cabeza para quitarse la pequeña capa húmeda que se había formado encima de su pelo. Incluso sus ocho colas se agitaron nerviosas para retirar la nieve de encima.
Sus colmillos salieron a la luz tras un bostezo de cansancio. El pequeño cachorro de zorro blanco se encontraba cansado y terriblemente dolorido, aunque no supiera expresar emocional ni corporalmente estos aspectos. Terminó por sacudirse del todo, eliminando la humedad y desvistiéndose tan salvajemente, incómodo por la vestimenta. La parte superior de su kimono blanco se deslizó por sus hombros, dejando su torso al descubierto y quedándose con los pantalones negros del ropaje. Las costuras continuaban dibujando su piel tétricamente así como los disparos sobre el resto de su cuerpo. Pero al menos habían dejado de molestarle tan excesivamente como al principio, pese a que el dolor de estos últimos se incrementara mayormente a cada minuto que transcurría. La frialdad que provocaba la nieve le hacía bien y sembraba la anestesia sobre sus heridas, dejando de molestarle, contraproducentemente. Dejó las rodillas en el suelo y agarró la chaqueta del kimono con los dientes, –sin darse cuenta de que podía usar las manos–, poniéndola sobre el cuerpo desnudo de Fraiah, a modo de protección. Seguidamente, se tumbó a su lado, pegando la barbilla contra el suelo, entre ambas manos, y se acomodó para que ninguna de sus heridas le provocara molestia. Miró a la chica dormitar y ladeó la cabeza. Sus orejas se echaron hacia atrás, sumiso y aparentemente tranquilo, pareciendo desaparecer ambas entre su pelo. Su rostro pareciera que no, pero mostraba la preocupación de un hermano, así como lo había tomado Ziel con ella. Se irguió un momento y lo intentó por tercera vez. Empujó su mejilla con la punta de su nariz queriendo despertar a su compañera, gimiendo de angustia, deseando porque abriera los ojos. Dio un lametón en su carrillo, paciente pero nervioso al mismo tiempo. Visto el resultado, volvió a tumbarse nuevamente. Bostezó y enseñó unos afilados colmillos que parecían no desear la sangre de Fraiah ahora. Sus colas instintivamente y paternales, fueron a posarse además sobre la tela de su kimono, brindándole el calor de su espeso pelaje al cuerpo de Fraiah. Observó en su espera la nieve caer y finalmente, sus párpados cayeron de mero cansancio y dolorido.
Así permanecieron dos seres bajo la protección de un pino en pleno invierno y en medio de tan fría nevada. Tan dispares por sus naturalezas y su interior, pero tan parecidos paradójicamente.
- Ziel A. Carphatia
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Re: Bosque
Eran las seis menos cinco minutos. Yagari siempre solía ser bastante puntual. En realidad, lo era cuando atravesaba unos de esos días en donde no todo le sabía a mierda. Hoy, particularmente, estaba de humor. Tal vez fuera el resultado de arrancar bien la mañana, con un café y una grata charla no esperada. En fin, cosas que no suceden todos los días, y uno debería ser más agradecido, tal vez, cuando ocurren. Sin embargo, ¿existía gratitud alguna en el interior de un ser tan frío y hosco? Quizás poca, o mas bien ninguna. Eso, por supuesto, a la mirada de aquellos que no le conocían bien. Aunque, viéndolo de cierto modo, ¿acaso había sobre la faz de la tierra algún ser que conociera bien a Yagari Touga, con todas sus luces y sombras? Probablemente, ni siquiera Kaien lograse destrabar los millares de acertijos que giraban en torno a él y su misteriosa y sombría persona.
Transcurrieron cinco minutos y dieron las seis. Yagari miró su reloj y acomodó su sombrero. Se había quitado el traje elegante de profesor y lo había trocado por la vestimenta habitual de cazador. Con la escopeta colgando a su espalda, apoyó el antebrazo en el fuerte tronco de un árbol. Recargó la frente sobre este y miró el suelo por unos instantes, llevando la mano de su brazo libre hacia su bolsillo. En la lejanía divisó algunos cazadores acercándose, y sonrió de lado. Si su vista no le fallaba, contaba tres hombres. Bien, sería número suficiente en caso de que nadie más llegase. Sería más que suficiente, en realidad. Lidiar con unos miserables Nivel E no sería gran cosa, o al menos eso era lo que ocurría siempre: hombres aburridos por no poder descargar sus ansias asesinas en esa escoria.
Cuando los cazadores se acercaron a él, le saludaron con una pequeña reverencia, bajando sus cabezas. Yagari hizo lo propio y también saludó, solo que su cortesía era mucho más fugaz y sencilla. No le gustaba andar con esos formalismos inservibles. Le interesaba muy poco toda la mierda que significaban, como si eso cambiara alguna cosa. Todos fueron muy respetuosos con Damaru, y así le fue.
- Aguardaremos cinco minutos más, y si nadie llega, nos vamos -comunicó, observando su reloj nuevamente y alzando la clara mirada hacia el horizonte. Si tenían suerte, en una hora darían esto por finalizado, o tal vez menos.
Transcurrieron cinco minutos y dieron las seis. Yagari miró su reloj y acomodó su sombrero. Se había quitado el traje elegante de profesor y lo había trocado por la vestimenta habitual de cazador. Con la escopeta colgando a su espalda, apoyó el antebrazo en el fuerte tronco de un árbol. Recargó la frente sobre este y miró el suelo por unos instantes, llevando la mano de su brazo libre hacia su bolsillo. En la lejanía divisó algunos cazadores acercándose, y sonrió de lado. Si su vista no le fallaba, contaba tres hombres. Bien, sería número suficiente en caso de que nadie más llegase. Sería más que suficiente, en realidad. Lidiar con unos miserables Nivel E no sería gran cosa, o al menos eso era lo que ocurría siempre: hombres aburridos por no poder descargar sus ansias asesinas en esa escoria.
Cuando los cazadores se acercaron a él, le saludaron con una pequeña reverencia, bajando sus cabezas. Yagari hizo lo propio y también saludó, solo que su cortesía era mucho más fugaz y sencilla. No le gustaba andar con esos formalismos inservibles. Le interesaba muy poco toda la mierda que significaban, como si eso cambiara alguna cosa. Todos fueron muy respetuosos con Damaru, y así le fue.
- Aguardaremos cinco minutos más, y si nadie llega, nos vamos -comunicó, observando su reloj nuevamente y alzando la clara mirada hacia el horizonte. Si tenían suerte, en una hora darían esto por finalizado, o tal vez menos.
- Yagari Touga
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Re: Bosque
La grandeza de la nieve no es algo que se pueda explicar con simples palabras. Tan cruel como bella, esta inaplacable dama lo tomará todo de ti, sin pedirte permiso, sin dejar nada para tu consuelo. Por eso, para comprenderla tienes que sentirla, tienes que haberla sufrido en tu propia piel. Su despampanante audacia cautivará tus huesos y hará que todo el calor escape de tu cuerpo sin que tu siquiera tengas tiempo para darte cuenta de ello. Primero acariciará tus brazos y tus piernas, inmovilizandote, dejándote vivo pero incapaz de defenderte, después, y poco a poco, rozará todo tu ser con sus gélidos dedos, arrancando de tu débil cuerpo lo poco que le queda de vida. Como una sirena, la belleza de la nieve te atravesará y cuando más débil estés te tomará como su eterno amante. A ella no le importa si eres fuerte o débil, guapo o feo, hombre o mujer, simplemente te aceptará y tu te recostarás en su regazo como buen cordero y agradecerás tan placentera y cruel muerte.
Un hijo de la nieve. Frio, hosco, blanco como el mármol, con una mirada severa y plácida al mismo tiempo, con unos ojos que son capaces de atravesarlo todo con una simple mirada. Un corazón helado que descansa bajo una montaña de nieve. No... definitivamente ese no podía ser yo ¿O tal ves si? Quizás soy solo la oveja negra de la familia invernal. Yo odio y amo el invierno por una sola razón. La nieve fue mi maestro y mi mentor, mucho más que los profesores de la academia, e igual que a un buen maestro la acabé aborreciendo y amando al mismo tiempo. Me sentía libre en ella, me sentía bien, como si una luz blanca se encendiera dentro de mi. Podía caminar sobre ella sin hacer ruido, podía camuflarme en ella, podía sobrevivir plácidamente con ella como compañero. Y aun así ella me traía tantos recuerdos dolorosos. Sangre, campos de fina y blanca nieve sembrados por una sangre que nunca parece secarse. Cuando cortas a alguien y salpicas con su sangre sobre fría nieve no esta acaba de coagularse, se congela y conserva su peculiar color carmesí sin desteñirse en ese agrio y asqueroso marrón muerte.
Me pareció oler el fino aroma de esa sangre que tan bien recordaba, pero no, seguramente no sería más que una ilusión. Una perturbadora y macabra ilusión. Seguí caminando por esos bosques llenos de nada en busca de algo y ciertamente me topé con algo muy interesante. Las huellas de alguien. Había pasado tiempo desde que seguía un rastro, pero eso no cambiaba nada, no había nada más fácil que seguir un rastro en la nieve que no se había intentado ocultar.
Eran unas pisadas torpes, pesadas, desestabilizadas. El sujeto que estaba siguiendo debía estar cansado, muy cansado. Por el camino encontré unas gotas de sangre, no pude deducir si eran de el, supuse automáticamente que si. No me molesté tampoco en ocultar mis pisadas, no lo necesitaba, que me siguiera quien quisiera, lo cortaría antes de que pudiera tocarme.
El sujeto había recorrido un largo camino, pero estaba agotado y estaba seguro de que tarde o temprano acabaría por ocultarse en algún sitio. De todos modos no parecía ser un personaje cuidadoso, dejando sus huellas por allí y por allá, como si quisiera que alguien lo encontrara. Tal vez era eso. Tal vez el sujeto había llegado a la conclusión de que su suerte había acabado, que si no era encontrado por el enemigo moriría por la nieve. Claro, su única opción era la de dejar sus huellas con las esperanzas de que alguien que no fuera el enemigo lo encontrara. Aunque también es posible que el no se hubiera parado a pensar en nada de eso. Dejé de darle vueltas al asunto y seguí caminando tranquilamente con mi bufanda tapándome la mitad inferior de la cara.
Pude vislumbrar ligeramente una figura postrada bajo un árbol. No podía ver bien a causa de la borrasca. No sabía si era una trampa o no. Me agaché en la nieve y caminé lentamente, sin hacer ruido, sin revelar mi posición. Entonces el cálido olor de los recuerdos me golpeó de forma salvaje como una bestia enfurecida. Era el aroma de Fraiah ¡Ja! pero eso no era posible ¿Qué clase de broma era esa? Fraiah había sido capturada por el enemigo, maldita sea ¿Cómo iba a encontrármela de repente tirada por el bosque muriéndose de frió? Además, aquel sujeto no era Fraiah, estaba claro. Pero de pronto lo vi, una pequeña figura que se dibujaba al lado del sujeto. ¿Que estaba pasando? No podía ser real. Comencé a caminar rápidamente hacia aquellos dos de forma deliberada. Si era una trampa yo caería de lleno. Corrí, jadeé y me tropecé varias veces, la nieve me dificultaba mucho la movilidad, pero no importaba.
Fraiah. Dios mio, era ella. Y junto a su congelado cuerpo estaba... ¿Ziel? ¿Que diablos había pasado? Ziel parecía estar protegiendo a Fraiah, pero el estaba muy débil también. Los dos descansaban desmayados uno junto al otro, preparándose para la muerte inminente que se les venía encima. Idiotas ¿Qué hubiera pasado si no hubieran sido encontrados a tiempo? Clavé mis rodillas en el suelo junto a ambos y tomé el pulso de Fraiah. Era débil, pero constante, seguían vivos. Me alejé instintivamente por un momento. Pero... ¿Cómo? Ya debían de haber pasado unas horas desde que se habían tumbado ahí. No importa si eres un vampiro o un humano, si te congelas mueres, tus músculos no pueden moverse, tu cerebro se emboba y finalmente caes dormido ante la muerte. Tal vez Ziel hubiera podido aguantar en ese estado durante unas horas en el duro invierno casi sin ropa, pero Fraiah ¿Por qué? ¿Y por qué no podía solo alegrarme de encontrarla viva? Ahí pasaba algo muy raro y macabro, pero ese no era el momento de tener dudas.
Esto es como la primera vez que nos conocimos ¿Recuerdas pequeña?
Dije lentamente mientras me quitaba la chaqueta y la envolvía alrededor de la chaqueta que le había puesto Ziel a Fraiah por encima. Su pequeño cuerpo... era un milagro que siguiera con vida. Mi expresión no fue ni dulce ni reconfortante, después de decir aquellas palabras solamente mantuve mi sereno semblante, como una gárgola. Había que darse prisa, mucha prisa. Levanté a Fraiah y me la puse sobre el hombro, no podría llevarla en brazos, era evidente, porque en ese caso no podría... llevar a Ziel con nosotros. Después de cargar con el cuerpo envuelto de Fraiah me agaché con esfuerzo y puse al pequeño vampiro bajo el amparo de mi brazo. Mi rostro se tornó algo más hosco y malhumorado, todavía no habíamos partido y el frío ya se estaba instalando en mis huesos. Esto no era en absoluto como la primera vez, estaba exponiendo mi cuerpo a serio peligro caminando por ahí cargando a esos dos sin chaqueta y con la borrasca que estaba cayendo. Si tan solo fuera más fuerte...
El camino de vuelta era largo y doloroso, mi frente sudaba pero todo el sudor que mi cuerpo expulsaba se congelaba casi al instante y me helaba por completo. Tendríamos suerte si conseguíamos salir vivos de esa los tres. El bao de mi aliento se volvía cada vez más pesado y la luz del sol cada vez menos intensa. La noche se acercaba. Gruñí, expresando por primera vez en mucho tiempo algún tipo de sentimiento, aun si era dolor o ira.
Frio... blanco... pequeños copos que caían lentamente frente a mi hipnotizándome sin remedio. Mi vista comenzaba a fallar y ya hacía tiempo que no podía sentir ni los hombros ni los brazos. El frió había atravesado mis botas y mis dedos solo eran salchichas duras e inservibles. Mi pelo recto y también duro, congelado a causa del sudor me ayudaba a mantenerme despierto, pues me molestaba como el demonio. Mientras mi cuerpo se quedaba tieso, como el de una pequeña ardilla que se pierde en la estepa, mi mente trabajaba como nunca para mantenerse activa. Ese estúpido paisaje helado te emboba y te somete, dejándote en el suelo, yo no iba a dejar que eso pasara. Solo tenía que seguir caminando, y en eso me centré. Solo pensaba en caminar. Un paso, ahora el otro pie, bien ahora el siguiente. Y continué así hasta donde puedo recordar.
Fraiah...esta viva...
Mi mirada se había perdido entre la blancura y en mi mente me repetía esa frase continuamente, porque ella seguía viva y eso quería decir que por lo menos ella no era tan inútil como yo, y eso me daba fuerzas.
Viviréis, no me importa como, y me prepararás ese estúpido café, y tu te quejarás de los cazadores y llorarás como una nena. Ni penséis que vais a morir entre mis brazos.
Hablaba solo, delirando mientras la noche caía y mis movimientos se volvían cada vez más esquemáticos y monótonos. Íbamos a llegar a casa aun si me moría por el camino. Ese era el sendero que había tomado y esa era mi decisión.
Un hijo de la nieve. Frio, hosco, blanco como el mármol, con una mirada severa y plácida al mismo tiempo, con unos ojos que son capaces de atravesarlo todo con una simple mirada. Un corazón helado que descansa bajo una montaña de nieve. No... definitivamente ese no podía ser yo ¿O tal ves si? Quizás soy solo la oveja negra de la familia invernal. Yo odio y amo el invierno por una sola razón. La nieve fue mi maestro y mi mentor, mucho más que los profesores de la academia, e igual que a un buen maestro la acabé aborreciendo y amando al mismo tiempo. Me sentía libre en ella, me sentía bien, como si una luz blanca se encendiera dentro de mi. Podía caminar sobre ella sin hacer ruido, podía camuflarme en ella, podía sobrevivir plácidamente con ella como compañero. Y aun así ella me traía tantos recuerdos dolorosos. Sangre, campos de fina y blanca nieve sembrados por una sangre que nunca parece secarse. Cuando cortas a alguien y salpicas con su sangre sobre fría nieve no esta acaba de coagularse, se congela y conserva su peculiar color carmesí sin desteñirse en ese agrio y asqueroso marrón muerte.
Me pareció oler el fino aroma de esa sangre que tan bien recordaba, pero no, seguramente no sería más que una ilusión. Una perturbadora y macabra ilusión. Seguí caminando por esos bosques llenos de nada en busca de algo y ciertamente me topé con algo muy interesante. Las huellas de alguien. Había pasado tiempo desde que seguía un rastro, pero eso no cambiaba nada, no había nada más fácil que seguir un rastro en la nieve que no se había intentado ocultar.
Eran unas pisadas torpes, pesadas, desestabilizadas. El sujeto que estaba siguiendo debía estar cansado, muy cansado. Por el camino encontré unas gotas de sangre, no pude deducir si eran de el, supuse automáticamente que si. No me molesté tampoco en ocultar mis pisadas, no lo necesitaba, que me siguiera quien quisiera, lo cortaría antes de que pudiera tocarme.
El sujeto había recorrido un largo camino, pero estaba agotado y estaba seguro de que tarde o temprano acabaría por ocultarse en algún sitio. De todos modos no parecía ser un personaje cuidadoso, dejando sus huellas por allí y por allá, como si quisiera que alguien lo encontrara. Tal vez era eso. Tal vez el sujeto había llegado a la conclusión de que su suerte había acabado, que si no era encontrado por el enemigo moriría por la nieve. Claro, su única opción era la de dejar sus huellas con las esperanzas de que alguien que no fuera el enemigo lo encontrara. Aunque también es posible que el no se hubiera parado a pensar en nada de eso. Dejé de darle vueltas al asunto y seguí caminando tranquilamente con mi bufanda tapándome la mitad inferior de la cara.
Pude vislumbrar ligeramente una figura postrada bajo un árbol. No podía ver bien a causa de la borrasca. No sabía si era una trampa o no. Me agaché en la nieve y caminé lentamente, sin hacer ruido, sin revelar mi posición. Entonces el cálido olor de los recuerdos me golpeó de forma salvaje como una bestia enfurecida. Era el aroma de Fraiah ¡Ja! pero eso no era posible ¿Qué clase de broma era esa? Fraiah había sido capturada por el enemigo, maldita sea ¿Cómo iba a encontrármela de repente tirada por el bosque muriéndose de frió? Además, aquel sujeto no era Fraiah, estaba claro. Pero de pronto lo vi, una pequeña figura que se dibujaba al lado del sujeto. ¿Que estaba pasando? No podía ser real. Comencé a caminar rápidamente hacia aquellos dos de forma deliberada. Si era una trampa yo caería de lleno. Corrí, jadeé y me tropecé varias veces, la nieve me dificultaba mucho la movilidad, pero no importaba.
Fraiah. Dios mio, era ella. Y junto a su congelado cuerpo estaba... ¿Ziel? ¿Que diablos había pasado? Ziel parecía estar protegiendo a Fraiah, pero el estaba muy débil también. Los dos descansaban desmayados uno junto al otro, preparándose para la muerte inminente que se les venía encima. Idiotas ¿Qué hubiera pasado si no hubieran sido encontrados a tiempo? Clavé mis rodillas en el suelo junto a ambos y tomé el pulso de Fraiah. Era débil, pero constante, seguían vivos. Me alejé instintivamente por un momento. Pero... ¿Cómo? Ya debían de haber pasado unas horas desde que se habían tumbado ahí. No importa si eres un vampiro o un humano, si te congelas mueres, tus músculos no pueden moverse, tu cerebro se emboba y finalmente caes dormido ante la muerte. Tal vez Ziel hubiera podido aguantar en ese estado durante unas horas en el duro invierno casi sin ropa, pero Fraiah ¿Por qué? ¿Y por qué no podía solo alegrarme de encontrarla viva? Ahí pasaba algo muy raro y macabro, pero ese no era el momento de tener dudas.
Esto es como la primera vez que nos conocimos ¿Recuerdas pequeña?
Dije lentamente mientras me quitaba la chaqueta y la envolvía alrededor de la chaqueta que le había puesto Ziel a Fraiah por encima. Su pequeño cuerpo... era un milagro que siguiera con vida. Mi expresión no fue ni dulce ni reconfortante, después de decir aquellas palabras solamente mantuve mi sereno semblante, como una gárgola. Había que darse prisa, mucha prisa. Levanté a Fraiah y me la puse sobre el hombro, no podría llevarla en brazos, era evidente, porque en ese caso no podría... llevar a Ziel con nosotros. Después de cargar con el cuerpo envuelto de Fraiah me agaché con esfuerzo y puse al pequeño vampiro bajo el amparo de mi brazo. Mi rostro se tornó algo más hosco y malhumorado, todavía no habíamos partido y el frío ya se estaba instalando en mis huesos. Esto no era en absoluto como la primera vez, estaba exponiendo mi cuerpo a serio peligro caminando por ahí cargando a esos dos sin chaqueta y con la borrasca que estaba cayendo. Si tan solo fuera más fuerte...
El camino de vuelta era largo y doloroso, mi frente sudaba pero todo el sudor que mi cuerpo expulsaba se congelaba casi al instante y me helaba por completo. Tendríamos suerte si conseguíamos salir vivos de esa los tres. El bao de mi aliento se volvía cada vez más pesado y la luz del sol cada vez menos intensa. La noche se acercaba. Gruñí, expresando por primera vez en mucho tiempo algún tipo de sentimiento, aun si era dolor o ira.
Frio... blanco... pequeños copos que caían lentamente frente a mi hipnotizándome sin remedio. Mi vista comenzaba a fallar y ya hacía tiempo que no podía sentir ni los hombros ni los brazos. El frió había atravesado mis botas y mis dedos solo eran salchichas duras e inservibles. Mi pelo recto y también duro, congelado a causa del sudor me ayudaba a mantenerme despierto, pues me molestaba como el demonio. Mientras mi cuerpo se quedaba tieso, como el de una pequeña ardilla que se pierde en la estepa, mi mente trabajaba como nunca para mantenerse activa. Ese estúpido paisaje helado te emboba y te somete, dejándote en el suelo, yo no iba a dejar que eso pasara. Solo tenía que seguir caminando, y en eso me centré. Solo pensaba en caminar. Un paso, ahora el otro pie, bien ahora el siguiente. Y continué así hasta donde puedo recordar.
Fraiah...esta viva...
Mi mirada se había perdido entre la blancura y en mi mente me repetía esa frase continuamente, porque ella seguía viva y eso quería decir que por lo menos ella no era tan inútil como yo, y eso me daba fuerzas.
Viviréis, no me importa como, y me prepararás ese estúpido café, y tu te quejarás de los cazadores y llorarás como una nena. Ni penséis que vais a morir entre mis brazos.
Hablaba solo, delirando mientras la noche caía y mis movimientos se volvían cada vez más esquemáticos y monótonos. Íbamos a llegar a casa aun si me moría por el camino. Ese era el sendero que había tomado y esa era mi decisión.
- Jack Wintersnow
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Re: Bosque
Seguí corriendo mientras comenzaba a alcanzar poco a poco las lindes del bosque. Mi boca, levemente abierta a causa de mi agitada respiración, dejaba escapar pequeñas nubecillas de bao que iban a perderse hacia el cielo helado. El pelo, a causa del rato que llevaba corriendo y del viento, estaba completamente alborotado. Había salido de mi casa con el tiempo justo, dando algún que otro rodeo para no pasar por las calles centrales portando un arma, pero si me apuraba podría llegar a tiempo. No había parado ni un momento desde que llegué por la tarde después de las clases. Había tenido el tiempo necesario para comer y cambiarme el uniforme por algo más apropiado. Además, tenía que avisar a Shinji de que estaría un rato antes de lo previsto en el bosque. Y, mientras yo le llamaba apurada, era su hijo el que me contestaba para decirme que en aquel instante no se podía poner. ¿La razón? Estaba durmiendo. Maldito Shinji, no se podía quejar de estilo de vida. Al menos, mucho estrés no parecía tener.
No me gustaba llegar tarde, todo lo contrario; prefería llegar siempre con un margen antes de la hora acordada. Pero aquel día tendría que seguir corriendo si quería estar a tiempo. Notaba a Kazeshini dar pequeños botes sobre mi espalda a pesar de estar bien sujeta por la funda. La cadena que unía ambas guadañas no producía ningún ruido ya que estaba bien recogida, por lo que no me acompañaba aquel agudo tintineo metálico. Entré casi sin darme cuenta en el bosque, corriendo lo más rápido que pude. Apenas notaba el frío debido a la carrera y a la chaqueta que llevaba, la cual me comenzaba a sobrar. Corría como un suspiro entre los troncos de los árboles, cada vez más abundantes. La nieve, por suerte, comenzaba a escasear por allí debido a la frondosidad de las copas de los árboles, que formaban un improvisado techo. El sol hacía rato que había iniciado su descenso, por lo que era hora de que las sombras comenzasen a ser las protagonistas de la escena, confundiendo nuestra vista y ocultando los peligros, traicioneras.
Evité desniveles del suelo y raíces que sobresalían, y, sin saber cómo, no acabé abrazando el suelo. Las mejillas me ardían de correr y el corazón parecía querer salírseme del pecho. Al poco, llegué atropelladamente a donde se encontraban los cazadores. Contando con Yagari, eran cuatro. Bueno, para buscar y eliminar a unos Niveles E sería suficiente con aquello, ¿no? Sonreí levemente; parecía que no llevaban allí mucho rato, menos mal. Frené en seco al llegar y apoyé la mano contra el tronco de un árbol, descansando brevemente. Recuperando la compostura rápidamente, me incliné ante ellos.- ¡Siento el retraso!- Dije casi a modo de saludo, jadeando aun.
No me gustaba llegar tarde, todo lo contrario; prefería llegar siempre con un margen antes de la hora acordada. Pero aquel día tendría que seguir corriendo si quería estar a tiempo. Notaba a Kazeshini dar pequeños botes sobre mi espalda a pesar de estar bien sujeta por la funda. La cadena que unía ambas guadañas no producía ningún ruido ya que estaba bien recogida, por lo que no me acompañaba aquel agudo tintineo metálico. Entré casi sin darme cuenta en el bosque, corriendo lo más rápido que pude. Apenas notaba el frío debido a la carrera y a la chaqueta que llevaba, la cual me comenzaba a sobrar. Corría como un suspiro entre los troncos de los árboles, cada vez más abundantes. La nieve, por suerte, comenzaba a escasear por allí debido a la frondosidad de las copas de los árboles, que formaban un improvisado techo. El sol hacía rato que había iniciado su descenso, por lo que era hora de que las sombras comenzasen a ser las protagonistas de la escena, confundiendo nuestra vista y ocultando los peligros, traicioneras.
Evité desniveles del suelo y raíces que sobresalían, y, sin saber cómo, no acabé abrazando el suelo. Las mejillas me ardían de correr y el corazón parecía querer salírseme del pecho. Al poco, llegué atropelladamente a donde se encontraban los cazadores. Contando con Yagari, eran cuatro. Bueno, para buscar y eliminar a unos Niveles E sería suficiente con aquello, ¿no? Sonreí levemente; parecía que no llevaban allí mucho rato, menos mal. Frené en seco al llegar y apoyé la mano contra el tronco de un árbol, descansando brevemente. Recuperando la compostura rápidamente, me incliné ante ellos.- ¡Siento el retraso!- Dije casi a modo de saludo, jadeando aun.
- Rangiku Matsumoto
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Re: Bosque
- Yagari, ¿estamos esperando a alguien más? Porque de lo contrario, ya deberíamos comenzar, ¿no cree? -inquirió uno de los recién llegados ni bien Touga sugirió esperar cinco minutos más. Aunque él no sabía si ella llegaría, prefería esperar unos cinco míseros minutos más antes que dejarla sola en medio de la nieve sin saber qué rumbo tomar para seguir el rastro. Por lo tanto, se acomodó el sombrero y miró a la cara a aquel muchacho, joven e impulsivo, como su naturaleza lo describe. Bastó una mirada y una simple palabra:
- Esperaremos.
El silencio se formó en torno al grupo mientras la nevada no cesaba. A este paso, el bosque acabaría sepultado, y la punta de los árboles serían reducidas a simples arbustos. De todos modos, la nieve no le disgustaba. Su color blanco, resplandeciente e incandescente, le recordaba a la pureza del mundo -acaso la poca que quedaba- y su tenacidad para conservarse por medio de la muerte. ¿Cuántos inocentes habían sido sepultados por el crudo invierno? ¿Cuántos culpables habían sido absorbidos por las ventiscas, cubiertos en aquel blanco impoluto, quizás por única vez en sus vidas? Si a él le preguntaran, le gustaría ser sepultado en un campo nevado, el día más frío del año, cuando la Muerte lo reclamara. Y si tuviese que elegir el lugar exacto donde morir y perderse, sin duda eligiría que fuese en batalla, en un sitio donde su sangre pudiese marcar con su veneno aquella pureza brillante que tanto amaba y que, a fin de cuentas, tanto odiaba a la vez.
Entre meditación y meditación, los cinco minutos ya habían transcurrido. Yagari miró su reloj y estuvo a punto de dar la orden para comenzar a ingresar al bosque, pero entonces el torpe chasquido de unas pisadas frenéticas se oyó y, junto con él, la voz ajetreada de Rangiku, la cual llegaba con el corazón atascado en la garganta, como si estuviera a punto de salir de esta, abandonando su pecho con inmediatez. Touga se volteó ligeramente al verla y le dedicó una mirada fría pero amable a la vez. En términos sencillos: él típico saludo habitual del cazador, para variar.
- Bien, ya podemos dar inicio a la misión. Recuerden bien los datos especificados en el informe. Y ante esto, debo advertirles que he recibido una notificación nueva desde la Asociación. Dos cazadores han encontrado alrededor de cinco vampiros Nivel E que no responden al patrón estipulado. Han logrado asesinar a dos, pero los otros tres escaparon -explicó, mientras comenzaba a ingresar al bosque dando largas y amplias zancadas. Realmente era curioso cómo una misión tan simple poco a poco iba tiñéndose con oscuros datos. Por un lado, debía admitir que le desagradaba el sabor amargo que estaba tomando esto. Por esa razón, ante tal pensamiento, frunció el ceño, sin dejar de avanzar. Apenas echó un vistazo hacia atrás, esperando que los cuatro cazadores le siguieran. Solo esperaba que las bajas, esta noche, no fueran los suyos.
- Esperaremos.
El silencio se formó en torno al grupo mientras la nevada no cesaba. A este paso, el bosque acabaría sepultado, y la punta de los árboles serían reducidas a simples arbustos. De todos modos, la nieve no le disgustaba. Su color blanco, resplandeciente e incandescente, le recordaba a la pureza del mundo -acaso la poca que quedaba- y su tenacidad para conservarse por medio de la muerte. ¿Cuántos inocentes habían sido sepultados por el crudo invierno? ¿Cuántos culpables habían sido absorbidos por las ventiscas, cubiertos en aquel blanco impoluto, quizás por única vez en sus vidas? Si a él le preguntaran, le gustaría ser sepultado en un campo nevado, el día más frío del año, cuando la Muerte lo reclamara. Y si tuviese que elegir el lugar exacto donde morir y perderse, sin duda eligiría que fuese en batalla, en un sitio donde su sangre pudiese marcar con su veneno aquella pureza brillante que tanto amaba y que, a fin de cuentas, tanto odiaba a la vez.
Entre meditación y meditación, los cinco minutos ya habían transcurrido. Yagari miró su reloj y estuvo a punto de dar la orden para comenzar a ingresar al bosque, pero entonces el torpe chasquido de unas pisadas frenéticas se oyó y, junto con él, la voz ajetreada de Rangiku, la cual llegaba con el corazón atascado en la garganta, como si estuviera a punto de salir de esta, abandonando su pecho con inmediatez. Touga se volteó ligeramente al verla y le dedicó una mirada fría pero amable a la vez. En términos sencillos: él típico saludo habitual del cazador, para variar.
- Bien, ya podemos dar inicio a la misión. Recuerden bien los datos especificados en el informe. Y ante esto, debo advertirles que he recibido una notificación nueva desde la Asociación. Dos cazadores han encontrado alrededor de cinco vampiros Nivel E que no responden al patrón estipulado. Han logrado asesinar a dos, pero los otros tres escaparon -explicó, mientras comenzaba a ingresar al bosque dando largas y amplias zancadas. Realmente era curioso cómo una misión tan simple poco a poco iba tiñéndose con oscuros datos. Por un lado, debía admitir que le desagradaba el sabor amargo que estaba tomando esto. Por esa razón, ante tal pensamiento, frunció el ceño, sin dejar de avanzar. Apenas echó un vistazo hacia atrás, esperando que los cuatro cazadores le siguieran. Solo esperaba que las bajas, esta noche, no fueran los suyos.
- Yagari Touga
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Re: Bosque
Me incorporé y miré al grupo de cazadores que se hallaba delante mía. En un gesto nervioso, me recogí detrás de una oreja un par de mechones de pelo, que luego volvieron a caer a su sitio. Yo y mi pelo indomable, sin contar con el eterno mechón que siempre se cruzaba entre mis ojos. Al menos, por suerte, no solía molestar. Pasé la mirada por cada uno de los cazadores, observando su reacción. A excepción de Yagari, ninguno pareció mostrar mucho entusiasmo por mi presencia. Con un nudo en el estómago pude ver detrás de aquellas expresiones serias, tan comunes en los cazadores, aquella mirada que tanto odiaba; la mirada de una persona que me subestimaba, que en aquellos momentos se estaba replanteando cómo alguien como yo podía estar trabajando para la Asociación. ¿Demasiado joven? ¿Demasiado inexperta? ¿Demasiado débil? ¿Cuántas veces tendría que demostrar que estaba perfectamente cualificada para aquello? Qué pasaba, ¿no me veían con la suficiente entereza para acabar con la vida de un vampiro? Sentía decepcionarlos, no tendría ningún escrúpulo si debía hacerlo. Eran vidas, sí, pero eran muchísimas más las que estaban en juego si no se les paraba los pies a los que estaban descontrolados. Sería tímida, escuálida, sensible... pero ante todo era una cazadora.
Enderecé un poco la espalda, tratando de no mostrar ningún signo de debilidad. Sentía mi orgullo herido cada vez que percibía miradas como aquellas. Todos ellos también eran jóvenes, podían ser igual de inexpertos que yo, y tampoco era que me tratase de alguien completamente sin experiencia. La había tenido, corta pero suficientemente intensa. Cómo le agradecía a Yagari que él no me mirase con aquella expresión. Suponía que, al menos, él no tenía ese concepto de mí. O eso esperaba. Asentí con seriedad ante sus palabras, frunciendo levemente el ceño. No eran noticias tranquilizadoras precisamente. ¿Cinco Niveles E juntos correteando por el bosque? ¿Y no habían podido acabar con todos ellos? Y eso de que 'no correspondían al patrón estipulado'... Tuve el impulso de preguntarle a qué se refería con eso, pero opté por callarme. Toqueteé en un acto reflejo las correas que sujetaban a Kazeshini, pensativa. Tenía un mal presentimiento, y rogaba a todo lo que pudiese escucharme que, por favor, no se cumpliese. Durante un momento, mis ojos fueron a perderse al suelo, mirando la nieve. Podría sernos de ayuda aquella noche, y a la vez podía ser una de las peores trampas. En ella se quedarían grabadas las huellas tanto de los cazadores como de las presas; el tiempo decidiría quién era quién.
Alcé la cabeza al ver que comenzaron a andar. Me apresuré a seguirlos, tratando de no quedarme atrás, a pesar de los amplios pasos que daban. Me quedé en la retaguardia, la última de la comitiva. Seguíamos adentrándonos en el bosque, que cada vez nos mostraba su faceta más salvaje; los troncos más juntos, cúmulos de nieve aquí y allá. Sobre ella había pisadas de animales, ninguna que pareciese perteneciente a una persona. Sobre nuestras cabezas, las ramas se enlazaban entre sí, dando lugar a que la poca luz solar que quedaba jugase con las sombras y crease siluetas que se ocultaban en la maleza, como si se tratasen de espíritus. Ahora que lo pensaba, ¿cómo demonios iba a encontrarme con Shinji? Si no hubiera sido tan perezoso podría haber venido y me hubiese ahorrado la molestia. Además, tendría que informarle acerca de las nuevas referentes a los Niveles E que aun seguían sueltos. Sentía una extraña inquietud por dentro, el típico malestar que se siente cuando se tiene un mal presagio. Hasta ahora no había pasado nada, ninguno de los dos cazadores que había mencionado Yagari habían resultado gravemente heridos... al menos que hubiese comentado. Sin embargo, aquellos tres Niveles E deberían de tratarse de los más hábiles, y precisamente a ellos nos tocaba enfrentarnos. Y mi instinto me decía que había algo mal, algo que no era normal en esos vampiros. Sacudí la cabeza, tratando de alejar todo aquello de mi mente. No merecía la pena comenzar a hacer cavilaciones acerca del tema, hasta que no los encontrásemos no podríamos saberlo. Mejor tener la mente despejada.
Como si fuese la sombra del grupo, los seguía en silencio, tratando de que mi presencia no fuese muy notable. Prefería la indiferencia antes que aquellas miradas que gritaban a los cuatro vientos que no me veían válida para ese trabajo. Escuché un pequeño crujido a mi derecha. Miré de reojo, escudriñando la espesura en busca del responsable. No vi a nadie, así que supuse que tal vez hubiese sido un animal. Sin embargo, no pude evitar soltar una de las correas de la funda. Seguí andando detrás del grupo, y al poco volví a escuchar otro crujido. Aquello no podía ser de un animal, sonaba muy pesado. Me paré en seco y miré hacia el lugar de donde había provenido, llevándome las manos a la espalda y dejando libre una de las guadañas. El arma brilló de manera peligrosa bajo la débil luz que quedaba, acompañada del tintineo metálico de la cadena que la unía a su gemela.- Me parece que tenemos compañía.- Anuncié, sin apartar los ojos del lugar.
Enderecé un poco la espalda, tratando de no mostrar ningún signo de debilidad. Sentía mi orgullo herido cada vez que percibía miradas como aquellas. Todos ellos también eran jóvenes, podían ser igual de inexpertos que yo, y tampoco era que me tratase de alguien completamente sin experiencia. La había tenido, corta pero suficientemente intensa. Cómo le agradecía a Yagari que él no me mirase con aquella expresión. Suponía que, al menos, él no tenía ese concepto de mí. O eso esperaba. Asentí con seriedad ante sus palabras, frunciendo levemente el ceño. No eran noticias tranquilizadoras precisamente. ¿Cinco Niveles E juntos correteando por el bosque? ¿Y no habían podido acabar con todos ellos? Y eso de que 'no correspondían al patrón estipulado'... Tuve el impulso de preguntarle a qué se refería con eso, pero opté por callarme. Toqueteé en un acto reflejo las correas que sujetaban a Kazeshini, pensativa. Tenía un mal presentimiento, y rogaba a todo lo que pudiese escucharme que, por favor, no se cumpliese. Durante un momento, mis ojos fueron a perderse al suelo, mirando la nieve. Podría sernos de ayuda aquella noche, y a la vez podía ser una de las peores trampas. En ella se quedarían grabadas las huellas tanto de los cazadores como de las presas; el tiempo decidiría quién era quién.
Alcé la cabeza al ver que comenzaron a andar. Me apresuré a seguirlos, tratando de no quedarme atrás, a pesar de los amplios pasos que daban. Me quedé en la retaguardia, la última de la comitiva. Seguíamos adentrándonos en el bosque, que cada vez nos mostraba su faceta más salvaje; los troncos más juntos, cúmulos de nieve aquí y allá. Sobre ella había pisadas de animales, ninguna que pareciese perteneciente a una persona. Sobre nuestras cabezas, las ramas se enlazaban entre sí, dando lugar a que la poca luz solar que quedaba jugase con las sombras y crease siluetas que se ocultaban en la maleza, como si se tratasen de espíritus. Ahora que lo pensaba, ¿cómo demonios iba a encontrarme con Shinji? Si no hubiera sido tan perezoso podría haber venido y me hubiese ahorrado la molestia. Además, tendría que informarle acerca de las nuevas referentes a los Niveles E que aun seguían sueltos. Sentía una extraña inquietud por dentro, el típico malestar que se siente cuando se tiene un mal presagio. Hasta ahora no había pasado nada, ninguno de los dos cazadores que había mencionado Yagari habían resultado gravemente heridos... al menos que hubiese comentado. Sin embargo, aquellos tres Niveles E deberían de tratarse de los más hábiles, y precisamente a ellos nos tocaba enfrentarnos. Y mi instinto me decía que había algo mal, algo que no era normal en esos vampiros. Sacudí la cabeza, tratando de alejar todo aquello de mi mente. No merecía la pena comenzar a hacer cavilaciones acerca del tema, hasta que no los encontrásemos no podríamos saberlo. Mejor tener la mente despejada.
Como si fuese la sombra del grupo, los seguía en silencio, tratando de que mi presencia no fuese muy notable. Prefería la indiferencia antes que aquellas miradas que gritaban a los cuatro vientos que no me veían válida para ese trabajo. Escuché un pequeño crujido a mi derecha. Miré de reojo, escudriñando la espesura en busca del responsable. No vi a nadie, así que supuse que tal vez hubiese sido un animal. Sin embargo, no pude evitar soltar una de las correas de la funda. Seguí andando detrás del grupo, y al poco volví a escuchar otro crujido. Aquello no podía ser de un animal, sonaba muy pesado. Me paré en seco y miré hacia el lugar de donde había provenido, llevándome las manos a la espalda y dejando libre una de las guadañas. El arma brilló de manera peligrosa bajo la débil luz que quedaba, acompañada del tintineo metálico de la cadena que la unía a su gemela.- Me parece que tenemos compañía.- Anuncié, sin apartar los ojos del lugar.
- Rangiku Matsumoto
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Re: Bosque
La tensión era palpable en el ambiente. No solo la misión en sí misma encerraba la presión de lo desconocido y lo problemático, sino que también los cazadores allí presentes parecían desconfiar entre ellos. Touga fue capaz de detectar un par de miradas acusadoras y frías, pero decidió no decir ni una palabra. Ya antes de llegar al bosque y emprender la misión, varios planes se habían trazado en su mente. No iba a echarlos a perder por una tontería como esa. Ya era sabido que la Asociación no era estándar, precisamente, de las mejores relaciones laborales, y mucho menos en esta época y frente a la situación actual, pero eso no daba motivos a sus hombres para comportarse como críos, acechando a su camarada en cada paso que daba. Todos estaban psicóticos, nerviosos, impacientes y paranoicos. Yagari también, desde luego, pero parecía ser el que mejor lo sabía sobrellevar. Su terrible y tenaz frialdad para imponerse ante la vida le había otorgado varias cartas de triunfo ante estas situaciones. Sin embargo, para su sorpresa, las incordiosas miradas acusadoras de sus hombres se disiparon ante la llegada de Matsumoto. En cuanto la chica apareció, tímida y descuidada como parecía ser, los tres cazadores quitaron las intrigas sobre ellos para arrojarlas, de lleno, sobre la chica. Yagari, que ya había comenzado a caminar, lo había notado. Vio de reojo el accionar de cada uno de ellos, incluso de Rangiku. Y ella, por ser joven e inexperta en algunos aspectos, tenía más cabeza que todos ellos juntos. ¿Qué mierda les ocurría hoy? ¿Acaso la nieve era excesivamente fría para los escasos cerebros que habitaban esos cráneos casi vacíos? Tsk, detestaba perder el tiempo, y aunque no lo pareciera, ya habían perdido valiosos minutos mientras esos tres se dignaban a avanzar y quitarle los ojos de encima a la cazadora.
- ¿Acaso no han visto a sus mujeres hoy? -espetó, serio, mientras no apartaba su mirada del camino, sin dejar de tomar la delantera. Los cazadores se miraron entre sí, algo sobresaltados por el repentino llamado de atención. En ese instante, dejaron de murmurar, para concentrarse en la misión de una buena vez. Uno de ellos, el más joven, se volteó para observar a Rangiku, quien avanzaba en la retaguardia del grupo. Carraspeó y regresó su vista al frente, dirigiéndose a Yagari.
- Maestro, ¿no le dirá nada? ¿No sería más seguro que ella avanzara en el centro y nosotros detrás? -inquirió, seguro de que su propuesta sería la adecuada. Entonces, Touga detuvo sus pasos por un momento, girando levemente el rostro. Llevaba ambas manos en los bolsillos, y no se molestó en quitarlas de ahí para dirigirse a su discípulo.
- ¿Qué, tienes miedo de que ella se las apañe mejor que tú allí atrás? -respondió, contraatacando con otra pregunta. Entrecerró los ojos y volvió su mirada al frente, sacando del bolsillo de su chaqueta los cigarros. Encendió uno e inhaló el humo-. Sigan avanzando -ordenó, sin dar más lugar a otros cuestionamientos inadecuados. A decir verdad, no sabía por qué ese muchacho insistía en dejarse llevar por las influencias de otros cazadores que, en cuanto a moral, se sabía en demasía que dejaban mucho que desear. La Asociación estaba llena de machistas, y Yagari detestaba a los hombres de ese calibre tan barato y burdo. ¿Cuándo aceptarían que una mujer puede tener mejores condiciones que un hombre para ciertas misiones y trabajos? Incluso para las artes marciales poseían un cuerpo mejor calificado. Cuerpos menudos, pero rápidos; sensibles, pero ágiles. Podían ser más letales que diez hombres juntos, y algunos eran tan ilusos y necios como para no querer asimilarlo ni aceptarlo nunca. Y aquel discípulo suyo, ah, ¿qué le iba a hacer? Estaba pasando demasiado tiempo junto a James últimamente. No podía culparlo... O, en realidad, sí podía hacerlo, pues se suponía que él estaba lo suficientemente entrenado y bien educado para no cometer ese tipo de errores. Lo que había dicho podía ser considerado una alta falta de respeto entre los cazadores, pues en esa simple pregunta había puesto bajo cuestionamiento las habilidades de Matsumoto. El crío lo sabía, por eso guardó silencio y no dijo ni una palabra más.
Pasaron unos minutos y la nieve ya era densa en aquella zona. Yagari chasqueó la lengua, mirando hacia los lados. Si a esa altura del bosque las cosas se presentaban así, no se imaginaba cómo sería estando más adentro, donde la espesura era tremenda, y más aún con aquel clima. No dejaba de nevar y el abrigo de los cazadores no bastaría. De por sí, no podían cargar con mucho peso, ni aunque fuese para cubrirse del frío, pues les impediría la mayor movilidad para enfrentarse a sus enemigos. Sin embargo, en situaciones normales se suponía que el abrigo que llevaran debería bastar, la única diferencia era que esta noche parecía hacer más frío de lo habitual. El presente invierno se mostraba con la mayor de las fierezas. Touga hizo una señal para que dos de sus hombres pasaran al frente y su discípulo quedara en el medio. Él, por su parte, se dio la vuelta y caminó hacia la retaguardia, encontrándose pronto con la joven cazadora. Al verla, pudo advertir la incomodidad en su semblante, y no la culpaba, a decir verdad. No hacía mucho habían tenido una pequeña conversación en torno a ello -precisamente en la mañana- donde él le había dicho que debía mostrar su valía. Ella iba a ser subestimada muchas veces más, y lo sabía. Tal era la suerte de las mujeres en una sociedad machista. Y aunque Yagari odiase admitirlo, por momentos parecía sumarse él también a eso que tanto odiaba, pero por ser tan sumamente protector. Claro que no lo hacía con malicia, pues jamás cuestionaría la habilidad de sus subordinados, pero no podía evitar preocuparse. Mucho menos con la cantidad de peligros a los cuales los cazadores se enfrentaban últimamente, acerca de los cuales también le habló a Rangiku esa mañana en la cafetería. Ah, mujeres, siempre complicándolo todo, pero qué sería de la fría y sombría Asociación sin el toque femenino que recordaba a sus hombres que aún estaban vivos. Yagari sonrió fugaz y sutil ante sus pensamientos, y no demoró en situarse al lado de la joven, exhalando el grisáceo humo del tabaco. A fin de cuentas, él tampoco podía estarse tranquilo allí adelante sin echarle un ojo a la muchacha (sí, un ojo, en el sentido más amplio y literal de la palabra), mucho menos luego de haber visto él mismo la inseguridad que los Sangre Pura le otorgaban. No dijo ni una palabra. Se limitó a mirarla de reojo y, luego, mirar al frente sin apartar la vista. Si ella tenía algo que decirle, lo haría. Después de todo, no solo había optado por esa posición en la formación para asegurarse de que todo marchara bien, sino que también estaba dispuesto a oír cualquier cosa que la incomodase: duda, queja o sugerencia. No creía que la escena anterior hubiese resultado grata para ella, por más que quisiera esconderlo. Después de todo, sin contar la fiesta de Navidad y la fiesta de Carnaval, esta era la primera misión oficial bajo su mando a la cual Matsumoto asistía. Por más borde y hosco que Yagari fuera, su responsabilidad con sus subordinados y su interés en el bienestar de los mismos no le permitían dejar pasar por alto esos detalles.
Ya en la espesura podían oírse los animales cruzando las ramas de los árboles, resecas por el frío. Las tormentas de invierno habían dejado una secuelas de árboles caídos en algunas zonas, por lo cual deberían saltarlos para poder atravesar esa zona. Los chasquidos de las pisadas sobre la nieve se volvían incómodos por momentos, pues parecían conformar una línea de sonido uniforme, único, incesante, ante el cual cualquier anomalía podía significar peligro. Y, hablando de él, justamente, no tardó en emerger. Rangiku, alerta, comunicó a los demás acerca de un curioso sonido, el cual seguramente venía acompañado por una ingrata presencia. O, al menos, eso era lo que todos allí suponían, pues ¿qué se puede esperar de un bosque nevado hasta la médula en un pueblo plagado de vampiros en la total penumbra? Touga, que se encontraba detrás de la muchacha, puso una mano en su escopeta, listo para sacarla de su estuche. Mientras sus ojos estaban fijos en el sitio que Rangiku señalaba, el resto de sus sentidos se concentraban en el bosque en sí, esperando captar cualquier cosa antes de que fueran sorprendidos. Y, en medio de la escasa espera, las ramas crujieron y, desde la oscuridad, una silueta emergió. Los otros tres cazadores apuntaron, listos para disparar al objetivo, pero entonces una voz conocida surgió para salvar su propio trasero.
- Hey, hey, hey, ¿qué clase de recibimiento es este? Uno no puede darse el lujo de dormir una siesta hoy en día. Me retraso un poco y ni bien aparezco ya están ustedes queriendo arrancarme la cabeza -soltó, entre suaves gestos cómicos, un cazador que era conocido por su pereza y falta de puntualidad, pero también por su talento y destreza para matar: Shinji.
Los cazadores suspiraron y bajaron sus armas. Yagari lo miró fijamente y, tras dedicarle una escueta pero suficiente mirada de bienvenida, volvió su vista al frente y ordenó avanzar al grupo, con un gesto de cabeza. Menudo imbécil. Al menos podría avisar por radio, que no por nada tenían esos aparatos para poder comunicarse. Para torpes y despreocupados como él, era toda una suerte que las armas cazavampiros no dañaran a humanos.
- ¿Acaso no han visto a sus mujeres hoy? -espetó, serio, mientras no apartaba su mirada del camino, sin dejar de tomar la delantera. Los cazadores se miraron entre sí, algo sobresaltados por el repentino llamado de atención. En ese instante, dejaron de murmurar, para concentrarse en la misión de una buena vez. Uno de ellos, el más joven, se volteó para observar a Rangiku, quien avanzaba en la retaguardia del grupo. Carraspeó y regresó su vista al frente, dirigiéndose a Yagari.
- Maestro, ¿no le dirá nada? ¿No sería más seguro que ella avanzara en el centro y nosotros detrás? -inquirió, seguro de que su propuesta sería la adecuada. Entonces, Touga detuvo sus pasos por un momento, girando levemente el rostro. Llevaba ambas manos en los bolsillos, y no se molestó en quitarlas de ahí para dirigirse a su discípulo.
- ¿Qué, tienes miedo de que ella se las apañe mejor que tú allí atrás? -respondió, contraatacando con otra pregunta. Entrecerró los ojos y volvió su mirada al frente, sacando del bolsillo de su chaqueta los cigarros. Encendió uno e inhaló el humo-. Sigan avanzando -ordenó, sin dar más lugar a otros cuestionamientos inadecuados. A decir verdad, no sabía por qué ese muchacho insistía en dejarse llevar por las influencias de otros cazadores que, en cuanto a moral, se sabía en demasía que dejaban mucho que desear. La Asociación estaba llena de machistas, y Yagari detestaba a los hombres de ese calibre tan barato y burdo. ¿Cuándo aceptarían que una mujer puede tener mejores condiciones que un hombre para ciertas misiones y trabajos? Incluso para las artes marciales poseían un cuerpo mejor calificado. Cuerpos menudos, pero rápidos; sensibles, pero ágiles. Podían ser más letales que diez hombres juntos, y algunos eran tan ilusos y necios como para no querer asimilarlo ni aceptarlo nunca. Y aquel discípulo suyo, ah, ¿qué le iba a hacer? Estaba pasando demasiado tiempo junto a James últimamente. No podía culparlo... O, en realidad, sí podía hacerlo, pues se suponía que él estaba lo suficientemente entrenado y bien educado para no cometer ese tipo de errores. Lo que había dicho podía ser considerado una alta falta de respeto entre los cazadores, pues en esa simple pregunta había puesto bajo cuestionamiento las habilidades de Matsumoto. El crío lo sabía, por eso guardó silencio y no dijo ni una palabra más.
Pasaron unos minutos y la nieve ya era densa en aquella zona. Yagari chasqueó la lengua, mirando hacia los lados. Si a esa altura del bosque las cosas se presentaban así, no se imaginaba cómo sería estando más adentro, donde la espesura era tremenda, y más aún con aquel clima. No dejaba de nevar y el abrigo de los cazadores no bastaría. De por sí, no podían cargar con mucho peso, ni aunque fuese para cubrirse del frío, pues les impediría la mayor movilidad para enfrentarse a sus enemigos. Sin embargo, en situaciones normales se suponía que el abrigo que llevaran debería bastar, la única diferencia era que esta noche parecía hacer más frío de lo habitual. El presente invierno se mostraba con la mayor de las fierezas. Touga hizo una señal para que dos de sus hombres pasaran al frente y su discípulo quedara en el medio. Él, por su parte, se dio la vuelta y caminó hacia la retaguardia, encontrándose pronto con la joven cazadora. Al verla, pudo advertir la incomodidad en su semblante, y no la culpaba, a decir verdad. No hacía mucho habían tenido una pequeña conversación en torno a ello -precisamente en la mañana- donde él le había dicho que debía mostrar su valía. Ella iba a ser subestimada muchas veces más, y lo sabía. Tal era la suerte de las mujeres en una sociedad machista. Y aunque Yagari odiase admitirlo, por momentos parecía sumarse él también a eso que tanto odiaba, pero por ser tan sumamente protector. Claro que no lo hacía con malicia, pues jamás cuestionaría la habilidad de sus subordinados, pero no podía evitar preocuparse. Mucho menos con la cantidad de peligros a los cuales los cazadores se enfrentaban últimamente, acerca de los cuales también le habló a Rangiku esa mañana en la cafetería. Ah, mujeres, siempre complicándolo todo, pero qué sería de la fría y sombría Asociación sin el toque femenino que recordaba a sus hombres que aún estaban vivos. Yagari sonrió fugaz y sutil ante sus pensamientos, y no demoró en situarse al lado de la joven, exhalando el grisáceo humo del tabaco. A fin de cuentas, él tampoco podía estarse tranquilo allí adelante sin echarle un ojo a la muchacha (sí, un ojo, en el sentido más amplio y literal de la palabra), mucho menos luego de haber visto él mismo la inseguridad que los Sangre Pura le otorgaban. No dijo ni una palabra. Se limitó a mirarla de reojo y, luego, mirar al frente sin apartar la vista. Si ella tenía algo que decirle, lo haría. Después de todo, no solo había optado por esa posición en la formación para asegurarse de que todo marchara bien, sino que también estaba dispuesto a oír cualquier cosa que la incomodase: duda, queja o sugerencia. No creía que la escena anterior hubiese resultado grata para ella, por más que quisiera esconderlo. Después de todo, sin contar la fiesta de Navidad y la fiesta de Carnaval, esta era la primera misión oficial bajo su mando a la cual Matsumoto asistía. Por más borde y hosco que Yagari fuera, su responsabilidad con sus subordinados y su interés en el bienestar de los mismos no le permitían dejar pasar por alto esos detalles.
Ya en la espesura podían oírse los animales cruzando las ramas de los árboles, resecas por el frío. Las tormentas de invierno habían dejado una secuelas de árboles caídos en algunas zonas, por lo cual deberían saltarlos para poder atravesar esa zona. Los chasquidos de las pisadas sobre la nieve se volvían incómodos por momentos, pues parecían conformar una línea de sonido uniforme, único, incesante, ante el cual cualquier anomalía podía significar peligro. Y, hablando de él, justamente, no tardó en emerger. Rangiku, alerta, comunicó a los demás acerca de un curioso sonido, el cual seguramente venía acompañado por una ingrata presencia. O, al menos, eso era lo que todos allí suponían, pues ¿qué se puede esperar de un bosque nevado hasta la médula en un pueblo plagado de vampiros en la total penumbra? Touga, que se encontraba detrás de la muchacha, puso una mano en su escopeta, listo para sacarla de su estuche. Mientras sus ojos estaban fijos en el sitio que Rangiku señalaba, el resto de sus sentidos se concentraban en el bosque en sí, esperando captar cualquier cosa antes de que fueran sorprendidos. Y, en medio de la escasa espera, las ramas crujieron y, desde la oscuridad, una silueta emergió. Los otros tres cazadores apuntaron, listos para disparar al objetivo, pero entonces una voz conocida surgió para salvar su propio trasero.
- Hey, hey, hey, ¿qué clase de recibimiento es este? Uno no puede darse el lujo de dormir una siesta hoy en día. Me retraso un poco y ni bien aparezco ya están ustedes queriendo arrancarme la cabeza -soltó, entre suaves gestos cómicos, un cazador que era conocido por su pereza y falta de puntualidad, pero también por su talento y destreza para matar: Shinji.
Los cazadores suspiraron y bajaron sus armas. Yagari lo miró fijamente y, tras dedicarle una escueta pero suficiente mirada de bienvenida, volvió su vista al frente y ordenó avanzar al grupo, con un gesto de cabeza. Menudo imbécil. Al menos podría avisar por radio, que no por nada tenían esos aparatos para poder comunicarse. Para torpes y despreocupados como él, era toda una suerte que las armas cazavampiros no dañaran a humanos.
- Yagari Touga
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Re: Bosque
Era incómodo, realmente incómodo, pero en los últimos tiempos había aprendido a aparentar indiferencia ante aquellas reacciones. No tenía más remedio, era eso o resignarme y agachar la cabeza; y mi orgullo no iba a permitir lo segundo. Sostuve la mirada con seriedad, sin inmutarme, pasando mis ojos negros por cada uno de ellos. Tuve que admitir que me sorprendió cuando Yagari comentó aquello. No pude evitar de esbozar una sonrisa, tratando de aguantar la risa que amenazaba con escaparse. Me encantaban aquel tipo de puntos, y más cuando se soltaban con aquella seriedad y naturalidad. Y había surtido efecto, pues los puso a todos en su sitio. Me sentí aliviada cuando los murmullos cesaron y las miradas dejaron de tener aquel matiz acusador. Mientras caminaba tras ellos, pude escuchar la pregunta del que parecía más joven. ¿Tanto me subestimaban? Lo había presupuesto, pero aquella descarada pregunta me había sorprendido. Dirigí mi mirada hacia la nieve, apartándola del grupo durante un instante. Aquel comentario había resultado doloroso, aunque tal vez no hubiese ido con maldad. No iba a hacerle caso a un comentario así, pero si Yagari se mostraba de acuerdo con él, debería de acatar sus órdenes. Sin embargo, el cazador me demostró una vez más que el no me consideraba de la misma manera que el resto. Le agradecí que me defendiera con una sonrisa amable. Tuve ganas de agradecérselo en voz alta, y de paso soltar algún comentario... Pero tal vez fuese mejor que me callara. Había suficiente tensión en el grupo como para que metiera más cizaña. Tal y como Yagari indicó, seguimos avanzando, y esa vez lo pude hacer con la cabeza más alta. El muchacho guardó silencio y no volvió a añadir nada más. Había tenido suficiente, aquel había sido un golpe bajo para su orgullo, además de entender lo brusco que había resultado.
El frío comenzaba a calarse por mi chaqueta, y me arrepentí de no haber cogido nada más gordo. Pero no había tenido más remedio. ¿Cómo iba a moverme por allí con algo pesado encima? Algunos árboles habían cedido y ahora había que saltar sus troncos para poder seguir avanzando. Y aun más, ¿cómo manejaba a Kazeshini? Aquel arma exigía que estuviese con un mínimo de movilidad y pendiente de cada viro que daba. No solo debía de asegurarme de acertar en el blanco, sino también de cuidarme de que el arma no me diese a mí. Si no se tenía cuidado al manejarla, podría resultar un arma de doble filo, y nunca mejor dicho. Necesitaba mi cuerpo lo más ligero posible, y también contando con el que no podía permitirme el lujo de que me atrapasen. En aquel caso sí que estaría perdida. Notaba mis botas hundirse cada vez más en la nieve, que comenzaba a ser más densa. Sacudí levemente la cabeza y me pasé una mano por el pelo, quitando algunos copos de nieve que se habían ido acumulando. No lo entendía, aquella mañana no parecía que fuese a hacer tanto frío. Me arrebujé aun más en aquel liviano abrigo mientras seguía caminando, buscando algo de calor. Alcé la cabeza al notar el cambio de posición, observando lo que pasaba. Miré a Yagari cuando se colocó a mi lado sin pronunciar ni una sola palabra, pero su silencio hablaba por sí solo. Le sonreí, girando un poco la cara hacia él, agradecida por aquel detalle.- Gracias por lo de antes.- Comenté en voz no muy alta para que el resto no me escuchase, refiriéndome a la conversación anterior. Sonreí levemente al darme cuenta de que el humo del tabaco ya casi ni me afectaba, al contrario que en un principio. Quise comentarle que no era necesario que se tomase aquellas molestias, pero comprendía que en cierto modo quisiera estar pendiente. Todo lo que se estaba presentando en aquel día no era precisamente tranquilizador, y, por lo que me había comentado, el sector femenino de la Asociación era el más amenazado. Me había prometido a mí misma no ser un estorbo aquella noche, no le iba a decepcionar. Y ya que estábamos, les quitaría un poco aquellas ideologías machistas a los otros de la cabeza. Una mujer podía ser tan hábil como un hombre.
Por mucho que me los quitase, los copos de nieve seguían cayendo sobre mi cabeza, quedándose entre mi pelo. De vez en cuando me pasaba los dedos entre los cortos mechones de pelo negro, quitando aquellas pequeñas motas de nieve. Había decidido hacía bastante tiempo que tenerlo tan largo era una molestia, aunque había veces que echaba de menos mi melena. ¿Qué diría Yuuko si me viese así? Seguramente nada; se limitaría a darme una colleja y a obligarme a dejármelo otra vez largo. '¡Ni molesto para el trabajo ni leches!' Si dijese algo seguramente sería así. Además, si ella siguiera viva, jamás habría sabido nada sobre la Asociación, y tampoco hubiese conocido a Ichigo. Todo se había desencadenado como una serie de catastróficas desdichas desde que ella ya no estaba. Mi vida había dado un giro completo, del que en un principio no me asustaba, como si se tratase de una aventura más, aunque fuese completamente consciente de la responsabilidad que cargaba sobre mis espaldas y lo que suponía. Siempre había sido muy seria con aquellos temas. Sin embargo, cuando fui del todo consciente, fue cuando Ichigo desapareció. Aquella misión, una como tantas otras en las que no podía estar presente. ¿Para qué los habían convocado? Ya ni recordaba aquellos detalles. Todo estaba sepultado bajo el recuerdo del dolor. Miré de soslayo hacia el grupo y luego hacia la espesura que se extendía ante nosotros. Una misión tal y como aquella, quizás. Una misión de la que todos esperábamos regresar vivos, con la esperanza de volver a casa y dormir lo que nos quedase de noche y vivir para ver un nuevo amanecer.
Y ahora, en aquel instante, sentía mi corazón latir en la garganta. Me hice un poco a un lado para dejarle vía libre a Yagari, y de reojo pude ver cómo el resto del grupo también apuntaba hacia el lugar. Quité las correas de la guadaña restante y comencé a girar la que tenía en la mano derecha, asiéndola por la cadena, dispuesta a lanzarla contra lo que fuese que saliera de allí. Kazeshini se mostró en casi todo su esplendor después de mucho tiempo, describiendo en el aire un círculo plateado mientras giraba, dejando que se oyese un silbido amenazador al rozar contra el aire helado. Cuando aquella silueta apareció, eché un pie hacia atrás dispuesta a lanzarme, pero por suerte la luz que quedaba mostró la identidad de aquel hombre antes de que pudiese ser demasiado tarde.- ¡Shinji!- Exclamé, alzando los párpados de la sorpresa. Dejé que la hoja derecha de Kazeshini diese una última vuelta en el aire antes de agarrarla por el mango y dejarla apuntando hacia el suelo. Lo miré confundida mientras decía aquello. No sabía muy bien cómo me sentía; por un lado, estaba aliviada, mientras que por otro quería estrangular al cazador. Si le hubiesen disparado no le hubiese pasado nada, pues las balas para vampiros no le hacían daño a los humanos... Pero un arma blanca seguía dañándolos por igual. Si no se hubiese identificado a tiempo, posiblemente contaría ahora con un brazo menos. Shinji agitó los brazos y soltó un par de risas estridentes, como era habitual en él. Saludó a Yagari inclinando levemente la cabeza; a los demás les dedicó un simple gesto con la mano. Lo miré con el ceño fruncido mientras se acercaba.- ¿En qué estás pensando?- Le espeté en voz baja, enfadada. Podía haber salido muy mal parado, había sido muy descuidado de su parte. Sin embargo, Shinji no contestó. Posó una de sus manazas sobre mi cabeza e hizo que la inclinase, haciendo que soltase a Kazeshini del sobresalto.- Espero que no esté dando muchos problemas.- Le comentó a Yagari. Me zafé de su mano y le dirigí una mirada acusadora mientras me colocaba bien el pelo. Sin embargo, hubo algo que me sorprendió. Conocía muy bien sus gestos, y aquella mirada me escondía algo. ¿Preocupación? ¿Por qué? Tan solo era una misión, y no iba sola precisamente. Le hubiese preguntado si supiese que me iba a contestar a mi pregunta; pero, conociéndole, me soltaría una evasiva y me ignoraría. Si hubiese querido contar lo que fuese ya lo hubiera hecho. Sujeté de nuevo a Kazeshini contra mi espalda, colocando las correas con la habilidad de quien ya está acostumbrado.
Mientras volvíamos a caminar, agarré con suavidad la manga del abrigo del cazador.- Shinji, Matarou no se habrá quedado solo, ¿no?- le pregunté, consciente de que el hombre había salido de su casa antes de lo que teníamos previsto. Shinji negó con la cabeza, con el semblante serio.- ¿Mi hijo? No, se ha quedado con su tía.- Contestó sin más, volviendo de nuevo su cara hacia el frente. Fruncí el ceño. El hijo de Shinji era un amor, a penas contaba con ocho años, y había sacado la vena de buena persona de su padre, y gracias a Dios no había sacado la de perezoso. Su tía, la hermana de su difunta esposa, era una mujer ya con sus años, muy severa e incluso algo hostil, pero no era mala persona. Me sentí aliviada al saber que el pequeño estaba en buenas manos, pero aquello no había sido más que una excusa para que Shinji volviese la cara hacia mí. Y había podido comprobar lo que momentos antes había visto; algo enturbiaba su mirada, y una sombra de preocupación de cruzaba por sus ojos. ''¿Qué me ocultas?'' Pensé. Shinji era casi como un tío para mí, y no estaba acostumbrada a que actuase así. Había dejado de lado su habitual apariencia indiferente para caminar un poco delante mía, con la mirada al frente y con aire sombrío. Algo no iba bien.
El frío comenzaba a calarse por mi chaqueta, y me arrepentí de no haber cogido nada más gordo. Pero no había tenido más remedio. ¿Cómo iba a moverme por allí con algo pesado encima? Algunos árboles habían cedido y ahora había que saltar sus troncos para poder seguir avanzando. Y aun más, ¿cómo manejaba a Kazeshini? Aquel arma exigía que estuviese con un mínimo de movilidad y pendiente de cada viro que daba. No solo debía de asegurarme de acertar en el blanco, sino también de cuidarme de que el arma no me diese a mí. Si no se tenía cuidado al manejarla, podría resultar un arma de doble filo, y nunca mejor dicho. Necesitaba mi cuerpo lo más ligero posible, y también contando con el que no podía permitirme el lujo de que me atrapasen. En aquel caso sí que estaría perdida. Notaba mis botas hundirse cada vez más en la nieve, que comenzaba a ser más densa. Sacudí levemente la cabeza y me pasé una mano por el pelo, quitando algunos copos de nieve que se habían ido acumulando. No lo entendía, aquella mañana no parecía que fuese a hacer tanto frío. Me arrebujé aun más en aquel liviano abrigo mientras seguía caminando, buscando algo de calor. Alcé la cabeza al notar el cambio de posición, observando lo que pasaba. Miré a Yagari cuando se colocó a mi lado sin pronunciar ni una sola palabra, pero su silencio hablaba por sí solo. Le sonreí, girando un poco la cara hacia él, agradecida por aquel detalle.- Gracias por lo de antes.- Comenté en voz no muy alta para que el resto no me escuchase, refiriéndome a la conversación anterior. Sonreí levemente al darme cuenta de que el humo del tabaco ya casi ni me afectaba, al contrario que en un principio. Quise comentarle que no era necesario que se tomase aquellas molestias, pero comprendía que en cierto modo quisiera estar pendiente. Todo lo que se estaba presentando en aquel día no era precisamente tranquilizador, y, por lo que me había comentado, el sector femenino de la Asociación era el más amenazado. Me había prometido a mí misma no ser un estorbo aquella noche, no le iba a decepcionar. Y ya que estábamos, les quitaría un poco aquellas ideologías machistas a los otros de la cabeza. Una mujer podía ser tan hábil como un hombre.
Por mucho que me los quitase, los copos de nieve seguían cayendo sobre mi cabeza, quedándose entre mi pelo. De vez en cuando me pasaba los dedos entre los cortos mechones de pelo negro, quitando aquellas pequeñas motas de nieve. Había decidido hacía bastante tiempo que tenerlo tan largo era una molestia, aunque había veces que echaba de menos mi melena. ¿Qué diría Yuuko si me viese así? Seguramente nada; se limitaría a darme una colleja y a obligarme a dejármelo otra vez largo. '¡Ni molesto para el trabajo ni leches!' Si dijese algo seguramente sería así. Además, si ella siguiera viva, jamás habría sabido nada sobre la Asociación, y tampoco hubiese conocido a Ichigo. Todo se había desencadenado como una serie de catastróficas desdichas desde que ella ya no estaba. Mi vida había dado un giro completo, del que en un principio no me asustaba, como si se tratase de una aventura más, aunque fuese completamente consciente de la responsabilidad que cargaba sobre mis espaldas y lo que suponía. Siempre había sido muy seria con aquellos temas. Sin embargo, cuando fui del todo consciente, fue cuando Ichigo desapareció. Aquella misión, una como tantas otras en las que no podía estar presente. ¿Para qué los habían convocado? Ya ni recordaba aquellos detalles. Todo estaba sepultado bajo el recuerdo del dolor. Miré de soslayo hacia el grupo y luego hacia la espesura que se extendía ante nosotros. Una misión tal y como aquella, quizás. Una misión de la que todos esperábamos regresar vivos, con la esperanza de volver a casa y dormir lo que nos quedase de noche y vivir para ver un nuevo amanecer.
Y ahora, en aquel instante, sentía mi corazón latir en la garganta. Me hice un poco a un lado para dejarle vía libre a Yagari, y de reojo pude ver cómo el resto del grupo también apuntaba hacia el lugar. Quité las correas de la guadaña restante y comencé a girar la que tenía en la mano derecha, asiéndola por la cadena, dispuesta a lanzarla contra lo que fuese que saliera de allí. Kazeshini se mostró en casi todo su esplendor después de mucho tiempo, describiendo en el aire un círculo plateado mientras giraba, dejando que se oyese un silbido amenazador al rozar contra el aire helado. Cuando aquella silueta apareció, eché un pie hacia atrás dispuesta a lanzarme, pero por suerte la luz que quedaba mostró la identidad de aquel hombre antes de que pudiese ser demasiado tarde.- ¡Shinji!- Exclamé, alzando los párpados de la sorpresa. Dejé que la hoja derecha de Kazeshini diese una última vuelta en el aire antes de agarrarla por el mango y dejarla apuntando hacia el suelo. Lo miré confundida mientras decía aquello. No sabía muy bien cómo me sentía; por un lado, estaba aliviada, mientras que por otro quería estrangular al cazador. Si le hubiesen disparado no le hubiese pasado nada, pues las balas para vampiros no le hacían daño a los humanos... Pero un arma blanca seguía dañándolos por igual. Si no se hubiese identificado a tiempo, posiblemente contaría ahora con un brazo menos. Shinji agitó los brazos y soltó un par de risas estridentes, como era habitual en él. Saludó a Yagari inclinando levemente la cabeza; a los demás les dedicó un simple gesto con la mano. Lo miré con el ceño fruncido mientras se acercaba.- ¿En qué estás pensando?- Le espeté en voz baja, enfadada. Podía haber salido muy mal parado, había sido muy descuidado de su parte. Sin embargo, Shinji no contestó. Posó una de sus manazas sobre mi cabeza e hizo que la inclinase, haciendo que soltase a Kazeshini del sobresalto.- Espero que no esté dando muchos problemas.- Le comentó a Yagari. Me zafé de su mano y le dirigí una mirada acusadora mientras me colocaba bien el pelo. Sin embargo, hubo algo que me sorprendió. Conocía muy bien sus gestos, y aquella mirada me escondía algo. ¿Preocupación? ¿Por qué? Tan solo era una misión, y no iba sola precisamente. Le hubiese preguntado si supiese que me iba a contestar a mi pregunta; pero, conociéndole, me soltaría una evasiva y me ignoraría. Si hubiese querido contar lo que fuese ya lo hubiera hecho. Sujeté de nuevo a Kazeshini contra mi espalda, colocando las correas con la habilidad de quien ya está acostumbrado.
Mientras volvíamos a caminar, agarré con suavidad la manga del abrigo del cazador.- Shinji, Matarou no se habrá quedado solo, ¿no?- le pregunté, consciente de que el hombre había salido de su casa antes de lo que teníamos previsto. Shinji negó con la cabeza, con el semblante serio.- ¿Mi hijo? No, se ha quedado con su tía.- Contestó sin más, volviendo de nuevo su cara hacia el frente. Fruncí el ceño. El hijo de Shinji era un amor, a penas contaba con ocho años, y había sacado la vena de buena persona de su padre, y gracias a Dios no había sacado la de perezoso. Su tía, la hermana de su difunta esposa, era una mujer ya con sus años, muy severa e incluso algo hostil, pero no era mala persona. Me sentí aliviada al saber que el pequeño estaba en buenas manos, pero aquello no había sido más que una excusa para que Shinji volviese la cara hacia mí. Y había podido comprobar lo que momentos antes había visto; algo enturbiaba su mirada, y una sombra de preocupación de cruzaba por sus ojos. ''¿Qué me ocultas?'' Pensé. Shinji era casi como un tío para mí, y no estaba acostumbrada a que actuase así. Había dejado de lado su habitual apariencia indiferente para caminar un poco delante mía, con la mirada al frente y con aire sombrío. Algo no iba bien.
- Rangiku Matsumoto
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Re: Bosque
Una calada más y el humo ya parecía transformarse en su propia sangre, corrompiendo sus venas y arterias e inundando su organismo con corrosivo y plancentero vicio. Definitivamente, luego de esta misión se daría una vuelta por The Crow. Nada mejor que acompañar un vicio con otro. En este momento, el tabaco era pareja de la cazería, pero pronto, cuando acabase con este trabajo, debería acompañarlo con una buena copa de vino tinto. No se había detenido a pensar en la sed que tenía hasta que sintió el recuerdo del sabor de aquel manjar en su paladar. Ahora mismo su mente daba vueltas sobre ello, mientras las palabras de Rangiku habían quedado flotando a su lado. Cuando ella le agradeció el gesto de defenderla -aunque fuese indirectamente y con un modo muy particularmente suyo- Yagari solo se había limitado a observarla fugazmente, de forma seria y tranquila. No había dicho ni una palabra, pues no lo creía necesario. Si ella estaba de acuerdo en darle las gracias, estaba bien, las aceptaría. Pero él no creía que debiera hacerlo. Después de todo, poner en regla a sus hombres también era parte de su posición.
Luego de la espontánea aparición de Shinji, Touga acabó su cigarro y lo arrojó a la gélida nieve. Notó cómo la blancura se hundía minimamente ante el calor y cómo, luego, absorbía por completo la colilla. Realmente, la nieve era terrible. Era tenaz y no perdonaba a nadie, ni siquiera a un ínfimo residuo. Él había ordenado al grupo a avanzar, pero Yagari mismo aún no se había movido. Se quedó examinando unos rasguños en uno de los árboles. Aquellos rastros parecían contener sangre fresca, dado que aún podía manchar mínimamente los dedos si se pasaba la mano por encima de ella. Si el frío no la había consumido aún, eso se debería probablemente a que el rastro era relativamente nuevo. Yagari se puso de rodillas y tanteó unas pisadas en la nieve, encontrando en ellas ínfimas gotas del líquido carmesí. Elevó la mirada al frente, pensativo, hasta que la voz del recién llegado lo quitó de sus cavilaciones.
- No creo que de más problemas que tú -respondió sin más, mirándolo seriamente primero para luego sonreír de forma sagaz y fugaz. Torció suavemente la comisura de sus labios y regresó su atención a las pisadas, pero pronto se puso de pie nuevamente, listo para marchar él también. El resto del grupo había avanzado un poco y examinaban la zona más adelante. Yagari esta vez iba en el medio, y detrás de él Rangiku y Shinji.
Mientras el grupo avanzaba, podían oírse los murmullos de sus voces. Yagari iba pensativo, en su mundo, intentando analizar los últimos sucesos y avisos relacionados con esta misión. No sabía por qué, pero algo le olía mal. Tal vez fuera el detalle de que esos Nivel E no fueran del todo normales. De por sí, ningún ser como aquel podía serlo, pero que no respondiera al común patrón que siempre siguen, podía resultar algo alarmante. En cierta medida, todos ellos estaban avanzando hacia el interior de un bosque a ciegas, sin saber a qué demonios -en el sentido más amplio de la palabra- iban a enfrentarse. Y Yagari pensaba en ello, pero también se había quedado prendida de su memoria aquella expresión preocupante que poseía Rangiku. Tras el gesto amable que le había dedicado antes al agradecerle, pudo divisar un semblante algo temeroso. Él diría, quizás, que solo fue una impresión, pero Touga era demasiado listo cuando se trataban de esas cosas. Y ante la llegada de Shinji, aquella expresión en su rostro solo pareció acentuarse. Tuvo el impulso, en un momento, de preguntarle si estaba bien, pero decidió dejarlo pasar y evitar el interrogatorio. Ya había tenido suficiente con la incomodidad que el grupo le proporcionaba. Si ella tuviera algo para decir, lo haría. Él no tenía por qué indagar en ello. Además, era mejor que se distendiera un poco y se sintiese cómoda ante la presencia de al menos un conocido, puesto que Shinji siempre solía hablar con ella y rondarle, compartiendo bastantes misiones juntos.
Transcurrieron unos minutos y Yagari ordenó a los dos que iban en la retaguardia avanzar más rápido. La visibilidad se había vuelto escasa en esa zona, más de lo que ya era. La nieve era más intensa y como si fuera poco, había comenzado a desatarse sobre sus cabezas una tormenta. Nada de aquello eran buenas señales. No resultaba para nada un ambiente propicio y cómodo para la peligrosa tarea que estaban por llevar a cabo, pero deberían aguantarse y hacerlo lo mejor posible. Touga se giró hacia Rangiku y Shinji y les hizo una señal para que guardasen silencio. Particularmente, en esa zona, había oídos una serie de chasquidos alrededor, como si alguien o algo los estuviese rodeando. Frunció el ceño y miró hacia delante otra vez. Los otros tres cazadores no deberían estar lejos, y posiblemente fueran ellos los que ocasionaban ese ruido molesto. Sin embargo, no entendía por qué. ¿Cuándo les había dado él la orden de separarse del grupo? Creía haber dejado claro que solo debían avanzar. Y, a pesar de que él conocía las mañas de sus hombres, entre ellos estaba su discípulo, y conocía asimismo muy bien sus dudas y temores, y jamás lo desobedecería. Yagari se volteó nuevamente hacia quienes venían detrás y les indicó que se detuviesen. Los tres quedaron en el silencio y la soledad nocturna, y entonces su ojo meticuloso advirtió que las pisadas en la nieve -las cuales suponía que eran de sus hombres- se detenían justo delante de ellos, y desaparecían. No había rastro más allá de aquella zona. Aquello lo tomó por sorpresa, debía admitirlo, y la expresión que su rostro puso bastó para denotarlo. Con el ceño fruncido y los dientes apretados, elevó su mirada hacia arriba, y entonces, desde la espesura, un chillido resonó. Junto con el sonido, viajó un cuerpo veloz. Descendió como alma que llevaba el diablo, lista para saltar sobre cualquiera de los que estuviera allí abajo, efectuando el papel de presas para aquellos seres. Touga, rápido y precavido, dio un grito de alerta a quienes estaban detrás de él.
- ¡AL SUELO! -ordenó, arrojándose él también a la nieve, pero no por querer esquivar algo, sino por recibirlo. Un Nivel E se había lanzado sobre él y el cazador estaba dispuesto a dejarle fuera de juego antes que pudiese escapar. Había elegido el blanco equivocado, desde luego. No obstante, cuando el deseo por la matanza recorría las venas del cazador, pudo notar algo que lo dejó completamente anonadado: el vampiro ya estaba muerto. Touga apartó el cuerpo tras comprobarlo, dejándolo a un lado mientras se volvía cenizas. Se quedó sentado en la nieve, observando el espacio donde el cadáver estaba deshaciéndose. ¿Qué demonios..? Miró a Rangiku y a Shinji, buscando con la mirada algún gesto o reacción que le indicaran que ellos también lo habían visto. Él había ordenado echar cuerpo a tierra porque creyó que como aparecía ese, tal vez hubiera más y buscaran atraparlos al vuelo de un salto, pero eso no ocurrió. Y alguien, quien fuera que fuese, había asesinado a ese Nivel E y lo había arrojado sobre ellos antes de que se convirtiera en cenizas y ellos pudiesen advertir que ya estaba muerto mucho antes de generar el impacto. El problema no era que él no lo hubiese podido matar con sus propias manos, sino el por qué alguien haría eso. Y, entonces, los chasquidos se oyeron nuevamente y las ramas de los árboles se removieron, como si alguien estuviese corriendo a través de ellas. Yagari se puso de pie y colocó uno de sus brazos de forma horizontal ante Shinji y Rangiku. Lo que fuera que estaba allí arriba, quería llamar la atención de ellos y lograr que le siguieran. Pero no debían actuar impulsivamente. Tres de los suyos habían desaparecido sin dejar apenas rastro, y ahora no creía que estuvieran, precisamente, examinando los alrededores. Algo olía muy mal allí dentro, y no quería pensar en lo peor. Ahora solo quedaban tres, en apenas un parpadeo, contra quién sabe cuántos de ellos. Lo peor era no poder encontrar un medio útil para hallar a los cazadores restantes, aferrándose a la esperanza de que estuvieran merodeando muy cerca. Lamentablemente, la peor de las ideas acudían a su mente, y no quería atreverse a decirla en voz alta. Le dedicó una mirada alerta a Rangiku y otra a Shinji. Ahora sí parecían tener verdadera compañía, y como obsequio de bienvenida ellos se habían llevado a tres de sus hombres.
Luego de la espontánea aparición de Shinji, Touga acabó su cigarro y lo arrojó a la gélida nieve. Notó cómo la blancura se hundía minimamente ante el calor y cómo, luego, absorbía por completo la colilla. Realmente, la nieve era terrible. Era tenaz y no perdonaba a nadie, ni siquiera a un ínfimo residuo. Él había ordenado al grupo a avanzar, pero Yagari mismo aún no se había movido. Se quedó examinando unos rasguños en uno de los árboles. Aquellos rastros parecían contener sangre fresca, dado que aún podía manchar mínimamente los dedos si se pasaba la mano por encima de ella. Si el frío no la había consumido aún, eso se debería probablemente a que el rastro era relativamente nuevo. Yagari se puso de rodillas y tanteó unas pisadas en la nieve, encontrando en ellas ínfimas gotas del líquido carmesí. Elevó la mirada al frente, pensativo, hasta que la voz del recién llegado lo quitó de sus cavilaciones.
- No creo que de más problemas que tú -respondió sin más, mirándolo seriamente primero para luego sonreír de forma sagaz y fugaz. Torció suavemente la comisura de sus labios y regresó su atención a las pisadas, pero pronto se puso de pie nuevamente, listo para marchar él también. El resto del grupo había avanzado un poco y examinaban la zona más adelante. Yagari esta vez iba en el medio, y detrás de él Rangiku y Shinji.
Mientras el grupo avanzaba, podían oírse los murmullos de sus voces. Yagari iba pensativo, en su mundo, intentando analizar los últimos sucesos y avisos relacionados con esta misión. No sabía por qué, pero algo le olía mal. Tal vez fuera el detalle de que esos Nivel E no fueran del todo normales. De por sí, ningún ser como aquel podía serlo, pero que no respondiera al común patrón que siempre siguen, podía resultar algo alarmante. En cierta medida, todos ellos estaban avanzando hacia el interior de un bosque a ciegas, sin saber a qué demonios -en el sentido más amplio de la palabra- iban a enfrentarse. Y Yagari pensaba en ello, pero también se había quedado prendida de su memoria aquella expresión preocupante que poseía Rangiku. Tras el gesto amable que le había dedicado antes al agradecerle, pudo divisar un semblante algo temeroso. Él diría, quizás, que solo fue una impresión, pero Touga era demasiado listo cuando se trataban de esas cosas. Y ante la llegada de Shinji, aquella expresión en su rostro solo pareció acentuarse. Tuvo el impulso, en un momento, de preguntarle si estaba bien, pero decidió dejarlo pasar y evitar el interrogatorio. Ya había tenido suficiente con la incomodidad que el grupo le proporcionaba. Si ella tuviera algo para decir, lo haría. Él no tenía por qué indagar en ello. Además, era mejor que se distendiera un poco y se sintiese cómoda ante la presencia de al menos un conocido, puesto que Shinji siempre solía hablar con ella y rondarle, compartiendo bastantes misiones juntos.
Transcurrieron unos minutos y Yagari ordenó a los dos que iban en la retaguardia avanzar más rápido. La visibilidad se había vuelto escasa en esa zona, más de lo que ya era. La nieve era más intensa y como si fuera poco, había comenzado a desatarse sobre sus cabezas una tormenta. Nada de aquello eran buenas señales. No resultaba para nada un ambiente propicio y cómodo para la peligrosa tarea que estaban por llevar a cabo, pero deberían aguantarse y hacerlo lo mejor posible. Touga se giró hacia Rangiku y Shinji y les hizo una señal para que guardasen silencio. Particularmente, en esa zona, había oídos una serie de chasquidos alrededor, como si alguien o algo los estuviese rodeando. Frunció el ceño y miró hacia delante otra vez. Los otros tres cazadores no deberían estar lejos, y posiblemente fueran ellos los que ocasionaban ese ruido molesto. Sin embargo, no entendía por qué. ¿Cuándo les había dado él la orden de separarse del grupo? Creía haber dejado claro que solo debían avanzar. Y, a pesar de que él conocía las mañas de sus hombres, entre ellos estaba su discípulo, y conocía asimismo muy bien sus dudas y temores, y jamás lo desobedecería. Yagari se volteó nuevamente hacia quienes venían detrás y les indicó que se detuviesen. Los tres quedaron en el silencio y la soledad nocturna, y entonces su ojo meticuloso advirtió que las pisadas en la nieve -las cuales suponía que eran de sus hombres- se detenían justo delante de ellos, y desaparecían. No había rastro más allá de aquella zona. Aquello lo tomó por sorpresa, debía admitirlo, y la expresión que su rostro puso bastó para denotarlo. Con el ceño fruncido y los dientes apretados, elevó su mirada hacia arriba, y entonces, desde la espesura, un chillido resonó. Junto con el sonido, viajó un cuerpo veloz. Descendió como alma que llevaba el diablo, lista para saltar sobre cualquiera de los que estuviera allí abajo, efectuando el papel de presas para aquellos seres. Touga, rápido y precavido, dio un grito de alerta a quienes estaban detrás de él.
- ¡AL SUELO! -ordenó, arrojándose él también a la nieve, pero no por querer esquivar algo, sino por recibirlo. Un Nivel E se había lanzado sobre él y el cazador estaba dispuesto a dejarle fuera de juego antes que pudiese escapar. Había elegido el blanco equivocado, desde luego. No obstante, cuando el deseo por la matanza recorría las venas del cazador, pudo notar algo que lo dejó completamente anonadado: el vampiro ya estaba muerto. Touga apartó el cuerpo tras comprobarlo, dejándolo a un lado mientras se volvía cenizas. Se quedó sentado en la nieve, observando el espacio donde el cadáver estaba deshaciéndose. ¿Qué demonios..? Miró a Rangiku y a Shinji, buscando con la mirada algún gesto o reacción que le indicaran que ellos también lo habían visto. Él había ordenado echar cuerpo a tierra porque creyó que como aparecía ese, tal vez hubiera más y buscaran atraparlos al vuelo de un salto, pero eso no ocurrió. Y alguien, quien fuera que fuese, había asesinado a ese Nivel E y lo había arrojado sobre ellos antes de que se convirtiera en cenizas y ellos pudiesen advertir que ya estaba muerto mucho antes de generar el impacto. El problema no era que él no lo hubiese podido matar con sus propias manos, sino el por qué alguien haría eso. Y, entonces, los chasquidos se oyeron nuevamente y las ramas de los árboles se removieron, como si alguien estuviese corriendo a través de ellas. Yagari se puso de pie y colocó uno de sus brazos de forma horizontal ante Shinji y Rangiku. Lo que fuera que estaba allí arriba, quería llamar la atención de ellos y lograr que le siguieran. Pero no debían actuar impulsivamente. Tres de los suyos habían desaparecido sin dejar apenas rastro, y ahora no creía que estuvieran, precisamente, examinando los alrededores. Algo olía muy mal allí dentro, y no quería pensar en lo peor. Ahora solo quedaban tres, en apenas un parpadeo, contra quién sabe cuántos de ellos. Lo peor era no poder encontrar un medio útil para hallar a los cazadores restantes, aferrándose a la esperanza de que estuvieran merodeando muy cerca. Lamentablemente, la peor de las ideas acudían a su mente, y no quería atreverse a decirla en voz alta. Le dedicó una mirada alerta a Rangiku y otra a Shinji. Ahora sí parecían tener verdadera compañía, y como obsequio de bienvenida ellos se habían llevado a tres de sus hombres.
- Yagari Touga
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Re: Bosque
Me subí un poco más el cuello del abrigo mientras le dirigía una mirada escrutadora por el rabillo del ojo a Shinji. Le sonreí, socarrona, cuando Yagari le respondió aquello, pero la sonrisa no duró mucho en mi rostro. En otro momento habría bromeado, echándoselo en cara, pero en aquella noche no. La expresión del cazador me inquietaba, aquella sombra que corría a ocultarse por detrás de su mirada tan solo me transmitía malos augurios. Volví la cara hacia Yagari, que parecía estar examinando algo. Estreché los párpados al ver de qué se trataba. ''¿Sangre?'' Parecía reciente, lo cual podían ser buenas o malas noticias para nosotros, depende desde qué perspectiva se mirase; aquello significaba que estábamos más cerca del objetivo, o al menos de encontrar más pistas sobre él. Miré de reojo a Shinji, quien parecía haberse percatado de lo mismo. No se le podía subestimar a él tampoco, ¿eh? A pesar de aquella actitud despreocupada que solía tener, era un cazador temible, muy perspicaz y rápido de reflejos. Se limitó a observar aquello con semblante ausente, estrechando levemente el entrecejo, para instantes después darse la vuelta y seguir adelante. Apreté los labios, sintiéndome impotente. El resto del grupo seguía avanzando por delante nuestra, con tranquilidad. Parecía mentira que instantes antes hubiésemos estado todos apuntando hacia un posible enemigo. Y sí, aunque se tratasen de Niveles E, los consideraba enemigos; si no supusieran un peligro, se tratarían tan solo de blancos. Pero tres de ellos habían huido de dos cazadores experimentados y seguían haciendo de las suyas por allí, libremente. No eran presas a las que simplemente había que encontrar y matar. Había que tener en cuenta que seguramente poseerían una inteligencia comparable a la nuestra, a pesar de la irracionalidad a la que les catapultaba su insaciable sed de sangre. La superioridad numérica del grupo tal vez nos daba una ventaja, pero, ¿y si esos tres Niveles E no estaban solos? No quería ni pensarlo.
Al poco, parecía que cada uno se había refugiado en su mente, absorto en sus pensamientos. Mi mente en aquellos momentos era del todo inestable, no precisamente lo más adecuado para una situación como aquella. Shinji, quien avanzaba un poco más por delante mía, no había vuelto a pronunciar palabra. Alcé una mano para volver a agarrarle suavemente de la manga del abrigo, pero me detuve a medio camino. Bajé la mano y me acabé cruzando de brazos, sintiéndome derrotada. Si no quería decirme nada, no había absolutamente nada que hacer. La cabeza de Shinji era igual de dura que la mía, incluso más; tal vez por eso nos entendíamos bien, y por el mismo motivo muchas veces estábamos enfrentados. ¿Debería tratar de convencerme a mí misma de que no pasaba nada? Tal vez simplemente se tratase de que conocía los detalles que antes nos había comentado Yagari; que aquellos vampiros no eran del todo normales. Tal vez simplemente fuera ese tipo de preocupación, ¿no? No... Por mucho que lo intentase, no podía engañarme a mí misma. Ese hombre jamás se mostraría de esa manera por un detalle como aquel. Se limitaría a mascullar que posiblemente necesitase más balas, pero jamás dejaría que algo así enturbiase su mirada, y, mucho menos, su corazón. Shinji pareció darse cuenta de mis pensamientos, pues giró levemente la cara hacia atrás y plantó su manaza de nuevo sobre mi cabeza, pero aquella vez sin intenciones de burla. Sonrió suavemente, como diciéndome que no me preocupase. Le devolví la sonrisa con suavidad, bajando la cabeza un poco. Volví a pasarme una mano por el pelo para seguir con mi tarea de quitarme la nieve y apreté el paso para no quedarme atrás. Sin darme cuenta volvía a ir en último lugar.
La ventisca que antes había comenzado, ahora se había transformado en toda una tormenta. Cerré los ojos durante un momento cuando una bocanada de aire me azotó el rostro, obligándome a que me cubriese con los brazos. Apreté los dientes y, con los ojos medio entornados, seguí las indicaciones de Yagari de avanzar. A penas podía ver nada. ¿Cómo era posible tal tormenta en mitad del bosque? ¿No se suponía que los árboles nos protegerían, aunque fuese solo un poco? Parecía ser que aquel día la naturaleza en sí misma estaba en nuestra contra. Hubo un instante en el que pensé que el viento me tiraba, ¿cómo podía tener tanta fuerza? En aquellas condiciones, mi cuerpo, debido a su condición, peligraba con salir volando casi literalmente. Volví a apretar la mandíbula y me eché hacia delante, haciéndole frente a la tormenta. Con dificultad, vi la señal de Yagari para que guardásemos silencio. Asentí levemente. Se escuchaban crujidos por todas partes, pero hasta el momento los había atribuido a la tormenta. Forcé la vista, tratando de ver más allá de Yagari, pues no divisaba a los otros tres cazadores. ¿Dónde estaban? Miré hacia todos lados, pero tan solo conseguía ver nieve y más nieve. Todo tan blanco... si salía viva de aquella, estaba segura de que aborrecería aquel color durante bastante tiempo. El grito de Yagari hizo que reaccionase, sacándome de mis pensamientos de golpe. Me tiré al suelo sin pensarlo, levantando el rostro lo mínimo para poder ver algo a mi alrededor. Me aseguré de que Shinji seguía allí, echándole un rápido vistazo. Ahogué una exclamación cuando un cuerpo saltó hacia Yagari.- ¡Yagari-senpai!- exclamé. Me llevé una mano a la espalda, tratando de alcanzar mi arma, pero me detuve al ver que el vampiro se deshacía en cuestión de segundos. ''¿¡Pero qué...!?'' Escuché a Shinji maldecir por lo bajo, seguramente preguntándose también qué era lo que estaba pasando. Me incorporé y gateé por la nieve hasta llegar a los restos de ceniza que quedaban sobre el suelo como único recuerdo de aquel Nivel E. Shinji se levantó y se apresuró en acercarse, agachándose al lado del montículo de cenizas que poco a poco se iba deshaciendo, arrasado por la ventisca. Me incorporé a la vez que Shinji, pero el brazo de Yagari nos detuvo.
Un golpe seco se escuchó no muy lejos, y entre la ventisca pude ver, con horror, el cuerpo del joven cazador que antes nos acompañaba. Me llevé ambas manos a la boca, horrorizada ante el aspecto que presentaba; totalmente cubierto de sangre, con los ojos sin vida aun abiertos. Había sido lanzado desde arriba, al igual que el cadáver del Nivel E. Al poco, los otros dos cuerpos restantes cayeron al suelo, en condiciones iguales; la ropa desgarrada, totalmente ensangrentados y llenos de heridas. Noté los ojos húmedos pesar del viento, sentí cómo se me encogía el corazón. La mano de Shinji fue a posarse sobre mi hombro.- Tranquila. No es momento para estar pendiente de lo que ya no se puede recuperar.- Murmuró. Asentí casi imperceptiblemente, mientras un par de lágrimas silenciosas se escapaban de mis ojos e iban a morir por mis mejillas. Me limpié el rostro con el antebrazo, en un movimiento brusco y con una mueca de rabia. Rápidamente, solté las correas de Kazeshini y la así con ambas manos. Mascullé por lo bajo; en aquellas condiciones y con aquel viento, me iba a resultar imposible manejarla. Una risa burlona se escuchó por el lugar.- Ojo por ojo y diente por diente.- Dijo.- Habéis acabado con tres de nosotros, dos hace un rato por otros cazadores, y ahora el que acaba de morir ante vuestros ojos. ¿Qué menos que tomásemos el mismo número de vidas de vuestro grupo?- Estreché los párpados, cabreada, y miré hacia la dirección de la que parecía provenir la voz. Una silueta se dibujaba a través de la ventisca, sobre una rama, apoyada contra el tronco del árbol. ¿Aquello era un Nivel E? -Maldito...
Al poco, parecía que cada uno se había refugiado en su mente, absorto en sus pensamientos. Mi mente en aquellos momentos era del todo inestable, no precisamente lo más adecuado para una situación como aquella. Shinji, quien avanzaba un poco más por delante mía, no había vuelto a pronunciar palabra. Alcé una mano para volver a agarrarle suavemente de la manga del abrigo, pero me detuve a medio camino. Bajé la mano y me acabé cruzando de brazos, sintiéndome derrotada. Si no quería decirme nada, no había absolutamente nada que hacer. La cabeza de Shinji era igual de dura que la mía, incluso más; tal vez por eso nos entendíamos bien, y por el mismo motivo muchas veces estábamos enfrentados. ¿Debería tratar de convencerme a mí misma de que no pasaba nada? Tal vez simplemente se tratase de que conocía los detalles que antes nos había comentado Yagari; que aquellos vampiros no eran del todo normales. Tal vez simplemente fuera ese tipo de preocupación, ¿no? No... Por mucho que lo intentase, no podía engañarme a mí misma. Ese hombre jamás se mostraría de esa manera por un detalle como aquel. Se limitaría a mascullar que posiblemente necesitase más balas, pero jamás dejaría que algo así enturbiase su mirada, y, mucho menos, su corazón. Shinji pareció darse cuenta de mis pensamientos, pues giró levemente la cara hacia atrás y plantó su manaza de nuevo sobre mi cabeza, pero aquella vez sin intenciones de burla. Sonrió suavemente, como diciéndome que no me preocupase. Le devolví la sonrisa con suavidad, bajando la cabeza un poco. Volví a pasarme una mano por el pelo para seguir con mi tarea de quitarme la nieve y apreté el paso para no quedarme atrás. Sin darme cuenta volvía a ir en último lugar.
La ventisca que antes había comenzado, ahora se había transformado en toda una tormenta. Cerré los ojos durante un momento cuando una bocanada de aire me azotó el rostro, obligándome a que me cubriese con los brazos. Apreté los dientes y, con los ojos medio entornados, seguí las indicaciones de Yagari de avanzar. A penas podía ver nada. ¿Cómo era posible tal tormenta en mitad del bosque? ¿No se suponía que los árboles nos protegerían, aunque fuese solo un poco? Parecía ser que aquel día la naturaleza en sí misma estaba en nuestra contra. Hubo un instante en el que pensé que el viento me tiraba, ¿cómo podía tener tanta fuerza? En aquellas condiciones, mi cuerpo, debido a su condición, peligraba con salir volando casi literalmente. Volví a apretar la mandíbula y me eché hacia delante, haciéndole frente a la tormenta. Con dificultad, vi la señal de Yagari para que guardásemos silencio. Asentí levemente. Se escuchaban crujidos por todas partes, pero hasta el momento los había atribuido a la tormenta. Forcé la vista, tratando de ver más allá de Yagari, pues no divisaba a los otros tres cazadores. ¿Dónde estaban? Miré hacia todos lados, pero tan solo conseguía ver nieve y más nieve. Todo tan blanco... si salía viva de aquella, estaba segura de que aborrecería aquel color durante bastante tiempo. El grito de Yagari hizo que reaccionase, sacándome de mis pensamientos de golpe. Me tiré al suelo sin pensarlo, levantando el rostro lo mínimo para poder ver algo a mi alrededor. Me aseguré de que Shinji seguía allí, echándole un rápido vistazo. Ahogué una exclamación cuando un cuerpo saltó hacia Yagari.- ¡Yagari-senpai!- exclamé. Me llevé una mano a la espalda, tratando de alcanzar mi arma, pero me detuve al ver que el vampiro se deshacía en cuestión de segundos. ''¿¡Pero qué...!?'' Escuché a Shinji maldecir por lo bajo, seguramente preguntándose también qué era lo que estaba pasando. Me incorporé y gateé por la nieve hasta llegar a los restos de ceniza que quedaban sobre el suelo como único recuerdo de aquel Nivel E. Shinji se levantó y se apresuró en acercarse, agachándose al lado del montículo de cenizas que poco a poco se iba deshaciendo, arrasado por la ventisca. Me incorporé a la vez que Shinji, pero el brazo de Yagari nos detuvo.
Un golpe seco se escuchó no muy lejos, y entre la ventisca pude ver, con horror, el cuerpo del joven cazador que antes nos acompañaba. Me llevé ambas manos a la boca, horrorizada ante el aspecto que presentaba; totalmente cubierto de sangre, con los ojos sin vida aun abiertos. Había sido lanzado desde arriba, al igual que el cadáver del Nivel E. Al poco, los otros dos cuerpos restantes cayeron al suelo, en condiciones iguales; la ropa desgarrada, totalmente ensangrentados y llenos de heridas. Noté los ojos húmedos pesar del viento, sentí cómo se me encogía el corazón. La mano de Shinji fue a posarse sobre mi hombro.- Tranquila. No es momento para estar pendiente de lo que ya no se puede recuperar.- Murmuró. Asentí casi imperceptiblemente, mientras un par de lágrimas silenciosas se escapaban de mis ojos e iban a morir por mis mejillas. Me limpié el rostro con el antebrazo, en un movimiento brusco y con una mueca de rabia. Rápidamente, solté las correas de Kazeshini y la así con ambas manos. Mascullé por lo bajo; en aquellas condiciones y con aquel viento, me iba a resultar imposible manejarla. Una risa burlona se escuchó por el lugar.- Ojo por ojo y diente por diente.- Dijo.- Habéis acabado con tres de nosotros, dos hace un rato por otros cazadores, y ahora el que acaba de morir ante vuestros ojos. ¿Qué menos que tomásemos el mismo número de vidas de vuestro grupo?- Estreché los párpados, cabreada, y miré hacia la dirección de la que parecía provenir la voz. Una silueta se dibujaba a través de la ventisca, sobre una rama, apoyada contra el tronco del árbol. ¿Aquello era un Nivel E? -Maldito...
- Rangiku Matsumoto
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Re: Bosque
Todo se conformaba muy extraño ante sus narices. Los tres cazadores se encontraban quietos, aguardando por alguna señal que les indicase que debían atacar. Incluso para el propio Yagari esto era difícil de determinar, pues tres de sus hombres estaban desaparecidos, y no creía que su extravío fuera por propia voluntad de cada uno. Por esa razón, debían ser cautelosos y precavidos; sigilosos y astutos. No podían lanzarse a por el enemigo de buenas a primeras, sabiendo de antemano las tres vidas que ponían en riesgo. Porque si eran vampiros quienes tenían a los cazadores desaparecidos, Yagari estaba seguro de que aún se encontraban con vida. Si los rumores eran ciertos y estos no eran "simples Nivel E", entonces aprovecharían la oportunidad de tener entre sus garras al enemigo para obtener algo a través de ellos. Claro que siempre estaba la otra posibilidad: que lo único que buscasen fuera alimentarse de ellos y así, de paso, ir limpiando el terreno de humanos peligrosos como ellos.
El momento de tensión había pasado, pero había dejado en su sitio uno mucho peor: el de la incertidumbre. No había nada peor que esa perra venenosa y ponzoñosa. La duda asesinaba, acribillaba y era capaz de helarte hasta los huesos. Sembrando desesperación en cada corazón esperanzado, la intriga, el deseo de saber, siempre aguardaba por el momento oportuno para dar su golpe. Y en ese preciso instante, tanto Rangiku como Shinji y el propio Yagari, estaban esperando por la hora en que las respuestas emergieran y las preguntas se disipasen. ¿Llegaría esa ocasión? Y lo más importante: ¿llegaría limpia y clara o totalmente cubierta de sangre? Tal vez considerar la segunda opción fuera lo más sensato. Mas aun ante el espectáculo que no demoró en aparecerse ante sus ojos, como si un extraño velo hubiera desaparecido ante ellos; un extraño telón de neblina en un teatro de muerte. Un sonido seco se oyó en la nieve, y bastó un leve movimiento de cabeza para que Yagari Touga pudiese verlo: su discípulo. Con ropas rasgadas, ojos horrorizados y el cuerpo lleno de heridas y sangre, yacía muerto ante él, a sus pies. ¿Y cómo definir la reacción del cazador? Simplemente se quedó mudo -más de lo normal- divisando con su gélido iris la devastadora verdad. No pudo hacer otra cosa más que fruncir el ceño suavemente, impactado y confuso, como si la noticia alguna vez hubiera sido evidente y él ya la hubiera sabido desde antes. Yagari no gritó, no se sobresaltó, al contrario de lo que cualquier persona normal y con sus emociones intactas haría. Se mantuvo frío, distante, sombrío. Simplemente estiró uno de sus brazos hasta alcanzar el rostro del muchacho, y posando su mano sobre sus ojos, hizo descender sus párpados, al mismo tiempo que él también dejaba caer el suyo, como un acto solemne de respeto y sentimiento. Claude era su discípulo más joven, y también el más temerario en la mayoría de las ocasiones. Había insistido en venir a esta misión, y tras tantas negativas por parte de Touga, se había cansado de insistir, para aparecer de improvisto en el bosque desafiando a su Maestro, luchando por demostrar su valía y por hacerle ver que ya estaba listo para luchar a su lado. Otra vez, ante esos recuerdos, los recuerdos más íntimos y ocultos se removían, machacando en lo más hondo al igual que en esa estúpida fiesta de carnaval, donde el pasado regresaba para demostrar que no todo estaba olvidado ni mucho menos superado. Nuevamente, había una muerte; nuevamente, era su culpa, por consentir al muchacho y no devolverlo al interior de la Asociación de una patada. ¿Qué le ocurría últimamente? ¿Desde cuándo fue tan propenso a cometer errores? ¿En qué momento dio tantos pasos en falso como para comprometer tantas existencias bajo su mando?
Se oyeron dos golpes más. Y la Muerte pasó a buscar a otros dos pasajeros.
Yagari sintió un estremecimiento en el pecho. Un hálito gélido que lo atravesó por completo. Se llevó una mano a la cabeza, justo sobre su sombrero, y se lo quitó. Algunos copos de nieve se detuvieron en su azabache cabello, resaltando en la negrura de los mismos. Su aliento cálido, al emerger entre sus labios, colapsaba con el frío exterior, formando un vapor espeso, pero que se disipaba con rapidez, al igual que una gota de agua cayendo sobre un leño en llamas. Del mismo modo, se sentía Yagari en el interior. Como una hoguera, asimilaba esas tres gotas de muerte que apreciaba su negra pupila; como el fuego, que lo consume todo, consumía aquel vacío, aquella culpabilidad, aquella tristeza por la pérdida. Valiéndose del dolor para seguir adelante, como siempre hacía, no se dio el lujo de derramar ni una sola lágrima. Hacía ya tiempo que había olvidado cómo llorar. Hacía tiempo que no había en su interior impulso alguno que lo guiara a ello, pues siempre elegía la furia ante el desahogue cristalino. Y con todo su rostro envuelto en una sombría parsimonia, observó a Rangiku y a Shinji. No dijo ni una palabra, pues las palabras en esos momentos estaban de más, por no decir que sobraban en casi todas las circunstancias que había vivido. Para alguien como él, hablar significaba a veces una pérdida de tiempo. Y tal vez si estos tres idiotas no lo hubieran hecho hablar antes, esto no hubiera ocurrido.
Touga se estaba por poner de pie. Pensaba en que deberían apartar los cuerpos y dejarlos juntos en algún sitio, para luego enviar refuerzos que los retirasen y así poder darles un entierro decente, como se merecían. Sin embargo, en cuanto estaba por ponerse su sombrero sobre la cabeza otra vez, una risa lúgubre y burlona se oyó. Las palabras provenientes de aquel ser no demoraron en hacerse oír, y entonces Touga comprendió que lo hecho, hecho estaba. Y que ahora no valía la pena perder el tiempo pensando cómo iba a decirle a la madre de Claude que él ya no regresaría a casa otra vez. Con una de las manos hecha un puño y tensando la mandíbula, la fría mirada del cazador se irguió en dirección a aquella silueta entre la ventisca. Su sombrero acabó por volarse y su abrigo danzó junto al viento, inflándose por detrás.
- Ya que tanto alardeas tu astucia, ¿por qué no bajas aquí y vienes a probarla conmigo, bastardo? -siseó, cabreado pero calmo a la vez, efectuando un rápido movimiento y sacando su escopeta de su funda. La apuntó directamente hacia la silueta, y entonces disparó. Se oyó otra carcajada y, tras esa silueta, emergieron dos más. Las tres parecían idénticas, pero tal vez fuesen las trampas de la ventisca que entorpecían la visión. Aquella bala no había atravesado a aquel vampiro, o quizás solo había atravesado a alguna especie de doble. Si ese era el caso, esto podía resultar más peligroso de lo que creía. Por eso mismo, ante todo, la mente fría. Touga suspiró, algo impaciente, pero entonces el enemigo habló otra vez:
- Prefiero estarme aquí tranquilo, observando el espectáculo que mis amigos tendrán para darles. Una pena que su gran amigo Nokku no esté presente para disfrutar también -comentó, acentuando la última oración, la cual incluía el nombre del antiguo Presidente, con un tono de burla supremo. En ese momento, Yagari abrió ampliamente su ojo, tensando la pupila que yacía dentro. Todo parecía estar más que dicho, y las cuatro siluetas que tenían delante en ese preciso instante hablaban por sí solas.
Desertores.
- Es un placer verlo de nuevo, sensei... -dijo uno de los traidores con sorna, haciendo danzar una katana entre sus manos, mientras examinaba a Shinji y a Rangiku al mismo tiempo, dedicándoles una sonrisa segura y orgullosa.
El momento de tensión había pasado, pero había dejado en su sitio uno mucho peor: el de la incertidumbre. No había nada peor que esa perra venenosa y ponzoñosa. La duda asesinaba, acribillaba y era capaz de helarte hasta los huesos. Sembrando desesperación en cada corazón esperanzado, la intriga, el deseo de saber, siempre aguardaba por el momento oportuno para dar su golpe. Y en ese preciso instante, tanto Rangiku como Shinji y el propio Yagari, estaban esperando por la hora en que las respuestas emergieran y las preguntas se disipasen. ¿Llegaría esa ocasión? Y lo más importante: ¿llegaría limpia y clara o totalmente cubierta de sangre? Tal vez considerar la segunda opción fuera lo más sensato. Mas aun ante el espectáculo que no demoró en aparecerse ante sus ojos, como si un extraño velo hubiera desaparecido ante ellos; un extraño telón de neblina en un teatro de muerte. Un sonido seco se oyó en la nieve, y bastó un leve movimiento de cabeza para que Yagari Touga pudiese verlo: su discípulo. Con ropas rasgadas, ojos horrorizados y el cuerpo lleno de heridas y sangre, yacía muerto ante él, a sus pies. ¿Y cómo definir la reacción del cazador? Simplemente se quedó mudo -más de lo normal- divisando con su gélido iris la devastadora verdad. No pudo hacer otra cosa más que fruncir el ceño suavemente, impactado y confuso, como si la noticia alguna vez hubiera sido evidente y él ya la hubiera sabido desde antes. Yagari no gritó, no se sobresaltó, al contrario de lo que cualquier persona normal y con sus emociones intactas haría. Se mantuvo frío, distante, sombrío. Simplemente estiró uno de sus brazos hasta alcanzar el rostro del muchacho, y posando su mano sobre sus ojos, hizo descender sus párpados, al mismo tiempo que él también dejaba caer el suyo, como un acto solemne de respeto y sentimiento. Claude era su discípulo más joven, y también el más temerario en la mayoría de las ocasiones. Había insistido en venir a esta misión, y tras tantas negativas por parte de Touga, se había cansado de insistir, para aparecer de improvisto en el bosque desafiando a su Maestro, luchando por demostrar su valía y por hacerle ver que ya estaba listo para luchar a su lado. Otra vez, ante esos recuerdos, los recuerdos más íntimos y ocultos se removían, machacando en lo más hondo al igual que en esa estúpida fiesta de carnaval, donde el pasado regresaba para demostrar que no todo estaba olvidado ni mucho menos superado. Nuevamente, había una muerte; nuevamente, era su culpa, por consentir al muchacho y no devolverlo al interior de la Asociación de una patada. ¿Qué le ocurría últimamente? ¿Desde cuándo fue tan propenso a cometer errores? ¿En qué momento dio tantos pasos en falso como para comprometer tantas existencias bajo su mando?
Se oyeron dos golpes más. Y la Muerte pasó a buscar a otros dos pasajeros.
Yagari sintió un estremecimiento en el pecho. Un hálito gélido que lo atravesó por completo. Se llevó una mano a la cabeza, justo sobre su sombrero, y se lo quitó. Algunos copos de nieve se detuvieron en su azabache cabello, resaltando en la negrura de los mismos. Su aliento cálido, al emerger entre sus labios, colapsaba con el frío exterior, formando un vapor espeso, pero que se disipaba con rapidez, al igual que una gota de agua cayendo sobre un leño en llamas. Del mismo modo, se sentía Yagari en el interior. Como una hoguera, asimilaba esas tres gotas de muerte que apreciaba su negra pupila; como el fuego, que lo consume todo, consumía aquel vacío, aquella culpabilidad, aquella tristeza por la pérdida. Valiéndose del dolor para seguir adelante, como siempre hacía, no se dio el lujo de derramar ni una sola lágrima. Hacía ya tiempo que había olvidado cómo llorar. Hacía tiempo que no había en su interior impulso alguno que lo guiara a ello, pues siempre elegía la furia ante el desahogue cristalino. Y con todo su rostro envuelto en una sombría parsimonia, observó a Rangiku y a Shinji. No dijo ni una palabra, pues las palabras en esos momentos estaban de más, por no decir que sobraban en casi todas las circunstancias que había vivido. Para alguien como él, hablar significaba a veces una pérdida de tiempo. Y tal vez si estos tres idiotas no lo hubieran hecho hablar antes, esto no hubiera ocurrido.
Touga se estaba por poner de pie. Pensaba en que deberían apartar los cuerpos y dejarlos juntos en algún sitio, para luego enviar refuerzos que los retirasen y así poder darles un entierro decente, como se merecían. Sin embargo, en cuanto estaba por ponerse su sombrero sobre la cabeza otra vez, una risa lúgubre y burlona se oyó. Las palabras provenientes de aquel ser no demoraron en hacerse oír, y entonces Touga comprendió que lo hecho, hecho estaba. Y que ahora no valía la pena perder el tiempo pensando cómo iba a decirle a la madre de Claude que él ya no regresaría a casa otra vez. Con una de las manos hecha un puño y tensando la mandíbula, la fría mirada del cazador se irguió en dirección a aquella silueta entre la ventisca. Su sombrero acabó por volarse y su abrigo danzó junto al viento, inflándose por detrás.
- Ya que tanto alardeas tu astucia, ¿por qué no bajas aquí y vienes a probarla conmigo, bastardo? -siseó, cabreado pero calmo a la vez, efectuando un rápido movimiento y sacando su escopeta de su funda. La apuntó directamente hacia la silueta, y entonces disparó. Se oyó otra carcajada y, tras esa silueta, emergieron dos más. Las tres parecían idénticas, pero tal vez fuesen las trampas de la ventisca que entorpecían la visión. Aquella bala no había atravesado a aquel vampiro, o quizás solo había atravesado a alguna especie de doble. Si ese era el caso, esto podía resultar más peligroso de lo que creía. Por eso mismo, ante todo, la mente fría. Touga suspiró, algo impaciente, pero entonces el enemigo habló otra vez:
- Prefiero estarme aquí tranquilo, observando el espectáculo que mis amigos tendrán para darles. Una pena que su gran amigo Nokku no esté presente para disfrutar también -comentó, acentuando la última oración, la cual incluía el nombre del antiguo Presidente, con un tono de burla supremo. En ese momento, Yagari abrió ampliamente su ojo, tensando la pupila que yacía dentro. Todo parecía estar más que dicho, y las cuatro siluetas que tenían delante en ese preciso instante hablaban por sí solas.
Desertores.
- Es un placer verlo de nuevo, sensei... -dijo uno de los traidores con sorna, haciendo danzar una katana entre sus manos, mientras examinaba a Shinji y a Rangiku al mismo tiempo, dedicándoles una sonrisa segura y orgullosa.
- Yagari Touga
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Re: Bosque
Los rastros que habían dejado las lágrimas sobre mis mejillas iban desapareciendo bajo la helada ventisca. Parpadeé varias veces para contenerme; aquel no era momento de lamentarse. Tal y como había dicho Shinji, llorar no los iba a traer de vuelta. Y eso mismo me había repetido tantas otras veces a mí misma en el pasado. Y era momento de volver a aplicar la lección aprendida. El color había huido de mi rostro, ahora pálido, demacrado. El resultado de un horror reciente. ¿Todos los malos presentimientos que había tenido se iban a cumplir? No, no podía ser. No quería. Aquel chico, por el amor de Dios, ¿qué edad tenía? Si acaso la misma que yo, incluso un año menos tal vez... ¿Había derecho a eso? Observé a Yagari mientras le cerraba los párpados con respeto. ¿Qué imagen sería la que se había quedado grabada para siempre en la retina de aquel joven? ¿Qué sería de su familia sin él? Observé su cuerpo, destrozado. ¿De eso era capaz un Nivel E? Dudaba que así fuera; y si así había sido, aquellos no eran Niveles E normales... Por desgracia, habría que tener muy en cuenta el último informe. ¿Acaso no contábamos con más datos? Algo, lo que fuese... cualquier cosa que nos sirviera para establecer un orden en aquella incertidumbre. Los otros dos cuerpos cayeron, inertes. Junto a sus vidas, también iría a morir la alegría de sus seres cercanos. Y así se quedaron sobre la nieve blanca, que poco a poco iba tiñéndose de carmín con la sangre.
Mis manos temblaban sobre las dos guadañas mientras observaba la recortada silueta que nos observaba desde lo alto. ¿Hablaba de venganza? ¿Otro que quería continuar con aquel círculo vicioso de odio? Una venganza tan solo podía conducir a otra; así sucesivamente, hasta que nadie quedase vivo. Noté una de las enormes manos de Shinji sobre mi hombro, pero no me giré hacia él. Mi vista seguía fija, junto a una mueca de odio, en aquel hombre que se había cobrado tres vidas como pago por la pérdida de sus compañeros. Shinji se situó un poco por delante mía, aprovechando la mano que había colocado sobre mi hombro para echarme un poco hacia atrás. Fui a protestar, pero no encontré fuerzas ni ganas para eso. Vi como se llevaba una mano al cinto y sacaba una pistola con la corredera desgastada por el tiempo, y sin pensarlo dos veces apuntaba hacia aquel hombre. Pero no disparó. Observamos, estupefactos, como aquel vampiro seguía intacto tras el disparo de Yagari, y detrás de él aparecían dos más. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no estaba herido? Vi a Shinji bajar el arma con una sonrisa sarcástica. -Maldita plaga.- Masculló. ''¿Qué...?'' Abrí los ojos totalmente, a pesar del viento, al comprender el por qué las balas no habían surtido efecto. Eran humanos. Sin embargo, a nuestros compañeros no les había atacado un humano, o eso parecía por el estado en el que se encontraban. ¿Qué se guardaban bajo la manga? Estreché los párpados al escuchar el nombre del antiguo presidente. Bajé la cabeza durante un instante y cerré los ojos, casi dolorida por lo que acababa de comprender. No cabía duda. Eran desertores. Los mismos que estaban jugando con las vidas de humanos y de vampiros, sin distinción alguna. Los mismos que parecían querer hacerse con el control de todo.
¿Cómo nos enfrentaríamos a los desertores con armas para vampiros? Por ahora, que yo supiese, era la única que podía llegar a hacerle daño a un humano, y por culpa del viento que corría no podría usarla en todo su potencial. Me tendría que limitar a atacar cuerpo a cuerpo, con el riesgo que conllevase. Vi como Shinji cambiaba el cargador de la pistola. Sonreí levemente. Ya éramos dos. ¿Habría contado mi amigo con aquello? Parecía ser que así era; tal vez esa era la sombra de preocupación que antes se podía ver en su rostro; el presentimiento de que no solo nos encontraríamos con vampiros. Con disimulo, le tendió por la espalda nueva munición a Yagari. Estaba claro que aquellas balas no eran para vampiros. Miré al cazador que había comenzado a hablar con un deje de sorna en su voz, manejando una katana con aires de experto. Parecía muy confiado, y al parecer había puesto su atención sobre Shinji y sobre mí.- Mamarracho.- Soltó Shinji, elevando la voz para que el comentario llegase a oídos de aquel traidor. El desertor le miró con una mueca de asco.- Veremos quién ríe el último.- Contestó, parando la katana y sujetándola con una mano, apuntando hacia nosotros. Se mostraba muy seguro de sí mismo, como demostrando que estaba listo para lanzarse en cuanto diésemos la mínima señal de ir a atacar. ¿Iba a pelear contra mí en igualdad de condiciones? Ambos llevábamos armas blancas, supuestamente sería lo justo, aunque dudaba que aquel concepto existiera en las mentes de aquellas personas. Bufé por lo bajo, ¿iba a alardear de que podría abatir a una niña? Y eso sería si lo lograba. La Nueva Asociación había caído muy bajo. Sin pensarlo dos veces y rápido como un rayo, Shinji alzó la pistola y disparó. Una, dos, tres veces. En el costado del traidor florecieron tres enormes manchas de color rojo, mientras que su mirada sorprendida aun seguía fija en nosotros. Se dejó caer al suelo y gritó de dolor, mientras la sangre se escapaba entre los dedos de la mano que se había llevado a la zona de las heridas, tratando de parar la hemorragia. Uno de los cazadores que había aparecido detrás del primero bajó y acudió hacia su compañero, sacándolo de allí, ya casi desfallecido. Shinji chasqueó la lengua y observó con satisfacción la expresión de los desertores.- Eso le pasa por confiarse tanto.- Masculló con desprecio. El primero cazador que había hablado al principio se volvió hacia el que quedaba detrás suya, el cual asintió y desapareció. Tragué saliva. ¿Qué preparaban ahora? Nos dirigió una fría mirada junto a una mueca macabra.- Tal vez los que estáis demasiado confiados sois vosotros.
Volvieron a escucharse crujidos a nuestro alrededor.- La Antigua Asociación, tan estancada en sus viejos y estúpidos ideales... Para qué cambiaréis. Gente como vosotros no hace falta en este mundo. Gente con tantos escrúpulos. Inútiles. ¡A quiénes tenemos aquí! Al famoso Yagari Touga, qué honor.- Sonrió de lado.- ¿Shinji era el otro, verdad? Sí... Y una novata. ¿Matsumoto-chan? - Comentó con sorna. Nuevos crujidos se escucharon a nuestro alrededor. Miré hacia todos lados, confusa. ¿Y ahora qué? Un disparo se escuchó y me volví hacia delante, a tiempo de ver a Shinji llevarse una mano al hombro.- ¡¡Shinji!!- Corrí hacia él y me abalancé sobre su hombro, examinando la herida con las manos temblorosas y una mirada ansiosa. El cazador insultó al desertor por lo bajo y apuntó hacia él de nuevo.- Shinji, para, ¡no te esfuerces!- Le rogué. El hombre me apartó con suavidad hacia un lado, dirigiéndome una fugaz sonrisa teñida de dolor.- Preocúpate por cuidar de tu propio pellejo, Matsumoto.- Apreté los labios, sintiéndome impotente de nuevo.- En cuanto veas vía libre sales corriendo de aquí, ¿entendido? Si puedo los distraeré para que podáis huir- Murmuró. Lo miré completamente seria, sin poder creer lo que estaba escuchando.- Estarás de coña, ¿no? No podría volver a aparecer por la Asociación, y mucho menos mirar a los ojos a Matarou.- Sentencié. Shinji esbozó una sonrisa cansada.- Me esperaba una respuesta así.- Se llevó la mano que tenía libre a la herida, tratando de taparla y detener lo mejor que podía la hemorragia.- ¿Y ésto qué? ¿Por un disparo en el hombro piensas que vas a matarme? ¿O piensas ir disparándonos en diversos puntos hasta que muramos desangrados? Tsé.- Escupió a un lado en un gesto de desprecio.- Son ganas de desperdiciar tiempo y munición. Los desertores estáis peor de la cabeza de lo que pensaba.- El cazador que seguía sobre la rama lo observó durante un instante, divertido. Soltó un par de carcajadas y nos volvió a mirar.- ¿Haceros agonizar hasta la muerte? No suena mal, pero tenemos planes más divertidos. Por cierto, Matarou era tu hijo ¿cierto?- Siseó. Apreté los dientes y agarré con fuerza a Kazeshini, con todos los sentidos pendientes de nuestro alrededor, pero con el corazón encogido por aquella pregunta. No le habrían hecho nada... ¿Verdad?
Mis manos temblaban sobre las dos guadañas mientras observaba la recortada silueta que nos observaba desde lo alto. ¿Hablaba de venganza? ¿Otro que quería continuar con aquel círculo vicioso de odio? Una venganza tan solo podía conducir a otra; así sucesivamente, hasta que nadie quedase vivo. Noté una de las enormes manos de Shinji sobre mi hombro, pero no me giré hacia él. Mi vista seguía fija, junto a una mueca de odio, en aquel hombre que se había cobrado tres vidas como pago por la pérdida de sus compañeros. Shinji se situó un poco por delante mía, aprovechando la mano que había colocado sobre mi hombro para echarme un poco hacia atrás. Fui a protestar, pero no encontré fuerzas ni ganas para eso. Vi como se llevaba una mano al cinto y sacaba una pistola con la corredera desgastada por el tiempo, y sin pensarlo dos veces apuntaba hacia aquel hombre. Pero no disparó. Observamos, estupefactos, como aquel vampiro seguía intacto tras el disparo de Yagari, y detrás de él aparecían dos más. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no estaba herido? Vi a Shinji bajar el arma con una sonrisa sarcástica. -Maldita plaga.- Masculló. ''¿Qué...?'' Abrí los ojos totalmente, a pesar del viento, al comprender el por qué las balas no habían surtido efecto. Eran humanos. Sin embargo, a nuestros compañeros no les había atacado un humano, o eso parecía por el estado en el que se encontraban. ¿Qué se guardaban bajo la manga? Estreché los párpados al escuchar el nombre del antiguo presidente. Bajé la cabeza durante un instante y cerré los ojos, casi dolorida por lo que acababa de comprender. No cabía duda. Eran desertores. Los mismos que estaban jugando con las vidas de humanos y de vampiros, sin distinción alguna. Los mismos que parecían querer hacerse con el control de todo.
¿Cómo nos enfrentaríamos a los desertores con armas para vampiros? Por ahora, que yo supiese, era la única que podía llegar a hacerle daño a un humano, y por culpa del viento que corría no podría usarla en todo su potencial. Me tendría que limitar a atacar cuerpo a cuerpo, con el riesgo que conllevase. Vi como Shinji cambiaba el cargador de la pistola. Sonreí levemente. Ya éramos dos. ¿Habría contado mi amigo con aquello? Parecía ser que así era; tal vez esa era la sombra de preocupación que antes se podía ver en su rostro; el presentimiento de que no solo nos encontraríamos con vampiros. Con disimulo, le tendió por la espalda nueva munición a Yagari. Estaba claro que aquellas balas no eran para vampiros. Miré al cazador que había comenzado a hablar con un deje de sorna en su voz, manejando una katana con aires de experto. Parecía muy confiado, y al parecer había puesto su atención sobre Shinji y sobre mí.- Mamarracho.- Soltó Shinji, elevando la voz para que el comentario llegase a oídos de aquel traidor. El desertor le miró con una mueca de asco.- Veremos quién ríe el último.- Contestó, parando la katana y sujetándola con una mano, apuntando hacia nosotros. Se mostraba muy seguro de sí mismo, como demostrando que estaba listo para lanzarse en cuanto diésemos la mínima señal de ir a atacar. ¿Iba a pelear contra mí en igualdad de condiciones? Ambos llevábamos armas blancas, supuestamente sería lo justo, aunque dudaba que aquel concepto existiera en las mentes de aquellas personas. Bufé por lo bajo, ¿iba a alardear de que podría abatir a una niña? Y eso sería si lo lograba. La Nueva Asociación había caído muy bajo. Sin pensarlo dos veces y rápido como un rayo, Shinji alzó la pistola y disparó. Una, dos, tres veces. En el costado del traidor florecieron tres enormes manchas de color rojo, mientras que su mirada sorprendida aun seguía fija en nosotros. Se dejó caer al suelo y gritó de dolor, mientras la sangre se escapaba entre los dedos de la mano que se había llevado a la zona de las heridas, tratando de parar la hemorragia. Uno de los cazadores que había aparecido detrás del primero bajó y acudió hacia su compañero, sacándolo de allí, ya casi desfallecido. Shinji chasqueó la lengua y observó con satisfacción la expresión de los desertores.- Eso le pasa por confiarse tanto.- Masculló con desprecio. El primero cazador que había hablado al principio se volvió hacia el que quedaba detrás suya, el cual asintió y desapareció. Tragué saliva. ¿Qué preparaban ahora? Nos dirigió una fría mirada junto a una mueca macabra.- Tal vez los que estáis demasiado confiados sois vosotros.
Volvieron a escucharse crujidos a nuestro alrededor.- La Antigua Asociación, tan estancada en sus viejos y estúpidos ideales... Para qué cambiaréis. Gente como vosotros no hace falta en este mundo. Gente con tantos escrúpulos. Inútiles. ¡A quiénes tenemos aquí! Al famoso Yagari Touga, qué honor.- Sonrió de lado.- ¿Shinji era el otro, verdad? Sí... Y una novata. ¿Matsumoto-chan? - Comentó con sorna. Nuevos crujidos se escucharon a nuestro alrededor. Miré hacia todos lados, confusa. ¿Y ahora qué? Un disparo se escuchó y me volví hacia delante, a tiempo de ver a Shinji llevarse una mano al hombro.- ¡¡Shinji!!- Corrí hacia él y me abalancé sobre su hombro, examinando la herida con las manos temblorosas y una mirada ansiosa. El cazador insultó al desertor por lo bajo y apuntó hacia él de nuevo.- Shinji, para, ¡no te esfuerces!- Le rogué. El hombre me apartó con suavidad hacia un lado, dirigiéndome una fugaz sonrisa teñida de dolor.- Preocúpate por cuidar de tu propio pellejo, Matsumoto.- Apreté los labios, sintiéndome impotente de nuevo.- En cuanto veas vía libre sales corriendo de aquí, ¿entendido? Si puedo los distraeré para que podáis huir- Murmuró. Lo miré completamente seria, sin poder creer lo que estaba escuchando.- Estarás de coña, ¿no? No podría volver a aparecer por la Asociación, y mucho menos mirar a los ojos a Matarou.- Sentencié. Shinji esbozó una sonrisa cansada.- Me esperaba una respuesta así.- Se llevó la mano que tenía libre a la herida, tratando de taparla y detener lo mejor que podía la hemorragia.- ¿Y ésto qué? ¿Por un disparo en el hombro piensas que vas a matarme? ¿O piensas ir disparándonos en diversos puntos hasta que muramos desangrados? Tsé.- Escupió a un lado en un gesto de desprecio.- Son ganas de desperdiciar tiempo y munición. Los desertores estáis peor de la cabeza de lo que pensaba.- El cazador que seguía sobre la rama lo observó durante un instante, divertido. Soltó un par de carcajadas y nos volvió a mirar.- ¿Haceros agonizar hasta la muerte? No suena mal, pero tenemos planes más divertidos. Por cierto, Matarou era tu hijo ¿cierto?- Siseó. Apreté los dientes y agarré con fuerza a Kazeshini, con todos los sentidos pendientes de nuestro alrededor, pero con el corazón encogido por aquella pregunta. No le habrían hecho nada... ¿Verdad?
- Rangiku Matsumoto
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Re: Bosque
"Es un placer verlo de nuevo, sensei.."
La frase, con toda la sorna que podía habitar en ella, retumbó en la solemnidad nevada del bosque. Touga clavó su vista en el sujeto en cuestión y escupió hacia un lado, con desprecio. Así que eso lo explicaba todo. Ellos no eran vampiros, por supuesto. Y era mucho peor pensar que humanos habían asesinado a sangre fría a otros humanos. Touga no había tenido tiempo de revisar los cuellos de las víctimas, pero ahora aquello sería una pérdida de tiempo. Todo estaba más claro que el agua. Ellos eran desertores y tenían vampiros bajo su mando, los cuales detestaron que los cazadores de la vieja -y verdadera- orden mataran. Todo comenzaba a cobrar sentido, y era el más oscuro y perverso posible. Cara a cara contra ellos, ya se vería quién saldría triunfante al final, y a juzgar por su exagerada confianza y habladuría, Yagari ya podía apostar al bando ganador.
Yagari, tranquilamente, escuchó las idioteces que decían. Miró de reojo a Rangiku y a Shinji, sigiloso y perspicaz. Sabía que ese tipo no iba a durar ni cinco minutos a ese paso, y lo dicho fue un hecho. Shinji lo agujereó como Dios manda, otorgándole su merecido por tener la lengua tan afilada y el cerebro tan acotado. Mientras todo aquel escenario se debatía ante sus ojos -el cual tenía demasiado suspenso para su gusto-, Touga llevó una de sus manos hacia su espalda, sacando de su cinturón una pistola que, claramente, no estaba hecha del metal madre, sino que era una perfecta arma asesina de humanos incompetentes e idiotas como esos. Shinji, por su lado, le acercó municiones y, al ver la seria expresión del Vicepresidente, supo lo que debía hacer: cargó su arma, ahora que estaba el tambor abierto. El movimiento fue rápido y exacto, pues en menos de tres segundos, Yagari ya estaba levantando el arma y disparando a tres individuos que se camuflaban entre los árboles, imbéciles. Sonaron tres quejidos y cayeron al suelo como moscas. Touga observó al que parecía ser el líder de ese estúpido escuadrón, y sonrió de lado, socarrón.
- Parece que ya no somos suficientes para tu venganza -siseó. Claramente, ellos habían asesinado a cuatro de sus hombres, mientras que solo habían caído tres de los suyos. A Yagari no le hacía gracia alguna, desde luego, pero era mejor mostrarse frío e insensible antes que permitir que Rangiku y Shinji corrieran la misma suerte. Entonces, sin pensárselo dos veces, Touga disparó otra vez, y el hombre que arrastraba el cuerpo que Shinji había dejado desangrándose, cayó al suelo con un disparo en la frente, explotando sus sesos-. Bien, ahora sí juguemos limpio -acotó, girando el arma entre sus dedos y guardándola en su cinturón otra vez, para luego sujetar con ambas manos dos dagas que llevaba con él, las cuales, casualmente, tenían doble filo, sí, como todas, con la excepción de que una parte estaba hecha con metal madre, y la otra... no. Además, otra particularidad de estas era que se trataban de kriss venenosas. Ondulantes y letales. Yagari podría herir perfectamente a esos canallas, y no demoraría más en ello. Después de todo, ya había matado cuatro hombres. No le importaba en lo más mínimo continuar cavando su tumba hacia el infierno.
Aquel tipo continuaba hablando, muy divertido tal vez. Touga aprovechó su pequeña distracción para sumirse en las sombras, justo donde los cadáveres de sus hombres yacían. Como tenía su atención en Matsumoto y en Shinji, creyó que podía aprovechar la oportunidad. Enganchó las dagas en el cinturón y de un salto de sujetó a la fuerte rama de un árbol, para luego subirse a esta. Una vez allí, oyó el disparo y los gritos de Rangiku. Como esperaba, aquellos seguirían con trucos bajos. ¿Eso le obligaba a él a ponerse a su nivel? Tal vez, pero lo haría con más categoría, desde luego. Oculto entre el ramaje, era mucho más difícil acertar un disparo, pero para quien se esconde, es mucho más sencillo localizar el blanco. Touga sacó otro par de dagas, uno muy pequeño y curioso. Si las ponía de lado, alguien podría confundirla con finas agujas. Entrecerró su ojo y aguardó. Sabía que la exposición de esos dos podría acabar en tragedia para la Asociación, pero aún así debía arriesgarse. Confiaba en que Shinji, cazador con más experiencia, sabría cómo arreglárselas, y Rangiku no era idiota, salvaría su pescuezo a toda costa. Pero si él no tomaba esta oportunidad que se le presentaba, todo iría mucho peor. Y a pesar de su frialdad, él también estaba nervioso. No le hacía ni puta gracia dejar allí abajo, expuestos, a esos dos, pero aquel hombre no demoraría en darse cuenta que él ya no estaba, y eso también otorgaría algo de tiempo. Sabía que no los mataría a la primera, pues si había tenido el placer de atraerlos hasta aquí, era porque algo pretendía, y algo le indicaba que tenía que ver con Nokku Damaru y Jack Wintersnow.
Mientras estaba de pie sobre la rama, corrió el peligro de trastabillar a causa de la nieve. Apenas emitió un quejido la madera, y él ya había saltado a otra rama cercana. Desde allí, divisó a más hombres escondidos entre ellas. Malditos traidores. Malditos sean todos ellos. Era imposible derrotarlos si continuaban ocultos, aguardando, y encima con armas de fuego. Por lo que pudo ver, el único que poseía armas blancas era el charlatán de abajo, que por cierto ya se había dado el lujo de aparecer frente a ellos y dejar su cómodo y seguro sitio entre los árboles. Yagari divisó en su espalda una espada hecha del metal madre, y otra que no lo estaba. Tsk, ese hipócrita venía preparado para todo. Pero ellos también lo estarían. Touga no permitiría que muera un hombre más bajo su mando. Ya estaba harto de ver la sangre amiga escurriéndose entre sus dedos.
- Shinji, Shinji... Tal vez deberías reconsiderarlo. ¿Crees que es bueno dejar a un hijo sin su padre? O lo que sería peor -clavó sus ojos en el cazador-, a un padre sin su hijo -rió estruendosamente e hizo una seña a un hombre que estaba en el árbol. Este se hizo ver, y también mostró lo que llevaba con él: Matarou. Aquello era lo que Yagari Touga no deseaba ver, pero que finalmente se hizo cierto frente a su afilada pupila. Realmente, esos tipos jugaban sucios. No solo habían tenido la desfachatez de secuestrar, anteriormente, a Carphatia miles de veces, sino que también se metían con la familia de quienes, una vez, fueron sus compañeros de batalla. Matarou era apenas un crío. En estos momentos Yagari agradecía no tener nada más a lo cual aferrarse, pues la falta de afectos, más allá de todas sus contrapartes, era una ventaja en situaciones como esta. Pero aquel sujeto, no había acabado su discurso aún-. ¿Qué tal un disparo entre ceja y ceja? ¿O será mejor arrojarlo a una decena de vampiros hambrientos? Ya puedo ver su cuerpo siendo descuartizado. ¿Eh? ¿Qué eliges? -murmuró y clavó sus ojos en Rangiku-. Aunque aún te queda otra salida. Podríamos hacer un intercambio, si quieres. Mis hombres aquí atrás están un poco... ya sabes... necesitados de afecto -se pasó la lengua por la dentadura superior, de forma obscena-. Dime, muchacha, ¿tienes experiencia? ¿O tendríamos que enseñarte? -siseó, comenzando a dar pasos al frente, intimidante, hacia Shinji y Rangiku, dispuestos a aumentar la tensión en la decisión del cazador. Un grito proveniente de la garganta de un niño de oyó, y este no dejaba de gritar la palabra "padre" y todos sus derivados. Touga, por su parte, al oír semejantes atrevimientos, no pudo contener más sus impulsos asesinos. La paciencia realmente se le había agotado, y eso que él no poseía mucha, a decir verdad. Por ende, desde las sombras, calculó sus objetivos y lanzó las pequeñas dagas aguja. Incrustó tres de ellas en el rostro de uno de esos tipos -zona que sería más efectiva conforme al tamaño del arma blanca- y este comenzó a gritar, retorciéndose, y cayendo al suelo inevitablemente. El sonido que provocó el cuerpo -el cual murió en el acto por el impacto de una mala caída- captó la atención del líder de ellos, y pronto cayó frente a sus ojos otro más, con las agujas clavadas en los ojos, implementando la misma táctica. El desertor murmuró unas palabras y desenfundó una de sus espadas. Tras comprobar que Yagari no estaba en el suelo, no demoró en dar la señal a sus hombres para que atacasen a todo aquel que no fuera de los suyos, lo cual incluía, sin duda, a Shinji y a Rangiku. Los disparos comenzaron a sonar, y los dos cazadores deberían valerse más que nunca de sus habilidades. Mientras tanto, Touga seguiría haciendo lo suyo, hasta llegar lo suficientemente cerca de ese tipo.
Un disparo rozó su mejilla. Yagari extendió su párpado, sorprendido y creyendo que eso estuvo realmente cerca. Pero aquel error por parte del desertor que tenía una rama más adelante, no era más que una prueba de quién saldría victorioso al final. Touga creía en los presagios, y prefería confiar en que este era uno de ellos. Con ambas manos, se sujetó a otra rama e impulsó su cuerpo, avanzando hacia otra. Tensó la mandíbula y se subió sobre esta, sintiendo cómo el frío ya amenazaba con afectar sus miembros. Se escondió tras el tronco del árbol, aguardando. Aquel sujeto tenía un arma de fuego y su campo visual era perfectamente correcto como para darle de lleno en el pecho. No iba a tentar a la suerte. Touga, que no planeaba continuar usando su arma de fuego, se vio obligado a ella, y la sacó, asomándose hacia un lado. Divisó al hombre, y este le disparó al instante. Se apartó a tiempo, ocultándose otra vez, pero esta vez fue rápido y emergió por el otro lado, efectuando dos disparos en sus rodillas, y el hombre cayó al suelo irremediablemente.
- Ya me tienen harto -siseó, chasqueando la lengua, altamente molesto, pues parecían reproducirse en el aire, pero entonces ocurrió algo que no esperaba. Justo detrás de él, sobre la misma rama, saltó otro sujeto, pero esta vez, para su desgracia -o no- no era humano, sino que se trataba de un vampiro.
La criatura gimió, y entonces pudo comprobar que se trataba de algo cercano a un Nivel E, pero no acababa de ser uno. Su aspecto era deplorable. No se parecía en nada al aspecto impoluto y perfecto de un vampiro normal. Este no era, como aquellos, una bestia camuflada, sino que era bestia en bruto. Gruñó a Yagari y este tuvo que retroceder, tanteando las dagas a su espalda. Sin embargo, el vampiro fue más rápido y lo atacó, rasgando su camisa con sus garras. Efectuó cuatro rasguños sobre su abdomen, y Yagari entrecerró su ojo. No obstante, elevó una de sus piernas y le dio una fuerte patada en la zona de su plexo solar, haciéndolo retroceder. Y hubiera caído, sí, de no ser porque era un vampiro asqueroso y escurridizo, más similar a una criatura rastrera propiamente salida de una película de terror. Volvió al ataque de forma instantánea, pero esta vez quien auxilió a Yagari fue la propia rama, que se quebró a causa del peso de ambos. El cazador cayó, pero se aferró como pudo a la que se encontraba debajo. Gruñó él también, pero no por instinto animal, sino por el gran esfuerzo que hacía por no caer al vacío y no contar el cuento luego. El vampiro, mientras tanto, se había aferrado a una rama de arriba, y estaba dispuesto a lanzarse sobre su humana carne. Yagari se apresuró y se puso de pie sobre la rama, pero recibió el impacto de aquel cuerpo en cuestión de segundos. Lo derribó y podía sentir el vértigo a sus espaldas. Pues si giraba un poco más el tronco, caería sin remedio alguno. Por suerte había tenido el tiempo suficiente para sacar las kriss, y entonces las clavó sin dudarlo en el estómago del enemigo, construyendo un camino vertical hacia su cuello, y luego allí, arrancar su cabeza de un movimiento horizontal. La sangre brotó, manchando completamente el rostro y el torso del cazador, pero pronto todo rastro de carne se volvió cenizas. ¿Desde cuándo un Nivel E daba tantos problemas? Además, los rasguños que le había dejado en el abdomen eran algo profundos, y ardían como mil infiernos. Touga se puso de pie y recargó su espalda contra el tronco del árbol otra vez. Sin embargo, no había tiempo para descansar. Comenzó a avanzar, saltando hacia otra rama, y allí decapitó a un desertor.
- A ver si sales del hoyo, Touga, y te dejas de jugar -gritó el líder, mientras veía cómo efectivamente sus hombres acorralaban a los otros dos cazadores-. O juro que los mataré aquí mismo -siseó entre dientes, con odio, poniendo a Yagari en una difícil posición. Ya estaba lo suficientemente próximo a Matarou. Solo debería continuar así para poder llegar hasta él. Drásticamente, su objetivo había cambiado. Si en una primera instancia lo que pretendía era lanzarse sobre el líder, ahora debería posponer su ataque para salvar al crío. Y lo peor de todo era que también habían puesto sus indeseables ojos sobre Matsumoto, y eran muchos riesgos los que se corrían. Sin embargo, por más que quisiera estar allí abajo ayudándolos, no había nadie aquí arriba para ayudar a Matarou, y él debía hacerlo, a toda costa, bajo el precio de su propia vida si era necesario. Y ojalá que el Diablo estuviera de su lado esta vez.
- Y tú por qué no te decides a pelear como un hombre, pedazo de mierda -murmuró de repente, entre el follaje, aprovechando la oportunidad para saltar hacia otro árbol. Siguiendo el sendero de ramas que la cercanía de los troncos le propiciaban. Cerró los ojos un momento, y solo pudo efectuar un único pensamiento, esperando que su deseo otorgase el suficiente tiempo hasta que él pudiese reunirse con sus compañeros otra vez: "no mueran".
La frase, con toda la sorna que podía habitar en ella, retumbó en la solemnidad nevada del bosque. Touga clavó su vista en el sujeto en cuestión y escupió hacia un lado, con desprecio. Así que eso lo explicaba todo. Ellos no eran vampiros, por supuesto. Y era mucho peor pensar que humanos habían asesinado a sangre fría a otros humanos. Touga no había tenido tiempo de revisar los cuellos de las víctimas, pero ahora aquello sería una pérdida de tiempo. Todo estaba más claro que el agua. Ellos eran desertores y tenían vampiros bajo su mando, los cuales detestaron que los cazadores de la vieja -y verdadera- orden mataran. Todo comenzaba a cobrar sentido, y era el más oscuro y perverso posible. Cara a cara contra ellos, ya se vería quién saldría triunfante al final, y a juzgar por su exagerada confianza y habladuría, Yagari ya podía apostar al bando ganador.
Yagari, tranquilamente, escuchó las idioteces que decían. Miró de reojo a Rangiku y a Shinji, sigiloso y perspicaz. Sabía que ese tipo no iba a durar ni cinco minutos a ese paso, y lo dicho fue un hecho. Shinji lo agujereó como Dios manda, otorgándole su merecido por tener la lengua tan afilada y el cerebro tan acotado. Mientras todo aquel escenario se debatía ante sus ojos -el cual tenía demasiado suspenso para su gusto-, Touga llevó una de sus manos hacia su espalda, sacando de su cinturón una pistola que, claramente, no estaba hecha del metal madre, sino que era una perfecta arma asesina de humanos incompetentes e idiotas como esos. Shinji, por su lado, le acercó municiones y, al ver la seria expresión del Vicepresidente, supo lo que debía hacer: cargó su arma, ahora que estaba el tambor abierto. El movimiento fue rápido y exacto, pues en menos de tres segundos, Yagari ya estaba levantando el arma y disparando a tres individuos que se camuflaban entre los árboles, imbéciles. Sonaron tres quejidos y cayeron al suelo como moscas. Touga observó al que parecía ser el líder de ese estúpido escuadrón, y sonrió de lado, socarrón.
- Parece que ya no somos suficientes para tu venganza -siseó. Claramente, ellos habían asesinado a cuatro de sus hombres, mientras que solo habían caído tres de los suyos. A Yagari no le hacía gracia alguna, desde luego, pero era mejor mostrarse frío e insensible antes que permitir que Rangiku y Shinji corrieran la misma suerte. Entonces, sin pensárselo dos veces, Touga disparó otra vez, y el hombre que arrastraba el cuerpo que Shinji había dejado desangrándose, cayó al suelo con un disparo en la frente, explotando sus sesos-. Bien, ahora sí juguemos limpio -acotó, girando el arma entre sus dedos y guardándola en su cinturón otra vez, para luego sujetar con ambas manos dos dagas que llevaba con él, las cuales, casualmente, tenían doble filo, sí, como todas, con la excepción de que una parte estaba hecha con metal madre, y la otra... no. Además, otra particularidad de estas era que se trataban de kriss venenosas. Ondulantes y letales. Yagari podría herir perfectamente a esos canallas, y no demoraría más en ello. Después de todo, ya había matado cuatro hombres. No le importaba en lo más mínimo continuar cavando su tumba hacia el infierno.
Aquel tipo continuaba hablando, muy divertido tal vez. Touga aprovechó su pequeña distracción para sumirse en las sombras, justo donde los cadáveres de sus hombres yacían. Como tenía su atención en Matsumoto y en Shinji, creyó que podía aprovechar la oportunidad. Enganchó las dagas en el cinturón y de un salto de sujetó a la fuerte rama de un árbol, para luego subirse a esta. Una vez allí, oyó el disparo y los gritos de Rangiku. Como esperaba, aquellos seguirían con trucos bajos. ¿Eso le obligaba a él a ponerse a su nivel? Tal vez, pero lo haría con más categoría, desde luego. Oculto entre el ramaje, era mucho más difícil acertar un disparo, pero para quien se esconde, es mucho más sencillo localizar el blanco. Touga sacó otro par de dagas, uno muy pequeño y curioso. Si las ponía de lado, alguien podría confundirla con finas agujas. Entrecerró su ojo y aguardó. Sabía que la exposición de esos dos podría acabar en tragedia para la Asociación, pero aún así debía arriesgarse. Confiaba en que Shinji, cazador con más experiencia, sabría cómo arreglárselas, y Rangiku no era idiota, salvaría su pescuezo a toda costa. Pero si él no tomaba esta oportunidad que se le presentaba, todo iría mucho peor. Y a pesar de su frialdad, él también estaba nervioso. No le hacía ni puta gracia dejar allí abajo, expuestos, a esos dos, pero aquel hombre no demoraría en darse cuenta que él ya no estaba, y eso también otorgaría algo de tiempo. Sabía que no los mataría a la primera, pues si había tenido el placer de atraerlos hasta aquí, era porque algo pretendía, y algo le indicaba que tenía que ver con Nokku Damaru y Jack Wintersnow.
Mientras estaba de pie sobre la rama, corrió el peligro de trastabillar a causa de la nieve. Apenas emitió un quejido la madera, y él ya había saltado a otra rama cercana. Desde allí, divisó a más hombres escondidos entre ellas. Malditos traidores. Malditos sean todos ellos. Era imposible derrotarlos si continuaban ocultos, aguardando, y encima con armas de fuego. Por lo que pudo ver, el único que poseía armas blancas era el charlatán de abajo, que por cierto ya se había dado el lujo de aparecer frente a ellos y dejar su cómodo y seguro sitio entre los árboles. Yagari divisó en su espalda una espada hecha del metal madre, y otra que no lo estaba. Tsk, ese hipócrita venía preparado para todo. Pero ellos también lo estarían. Touga no permitiría que muera un hombre más bajo su mando. Ya estaba harto de ver la sangre amiga escurriéndose entre sus dedos.
- Shinji, Shinji... Tal vez deberías reconsiderarlo. ¿Crees que es bueno dejar a un hijo sin su padre? O lo que sería peor -clavó sus ojos en el cazador-, a un padre sin su hijo -rió estruendosamente e hizo una seña a un hombre que estaba en el árbol. Este se hizo ver, y también mostró lo que llevaba con él: Matarou. Aquello era lo que Yagari Touga no deseaba ver, pero que finalmente se hizo cierto frente a su afilada pupila. Realmente, esos tipos jugaban sucios. No solo habían tenido la desfachatez de secuestrar, anteriormente, a Carphatia miles de veces, sino que también se metían con la familia de quienes, una vez, fueron sus compañeros de batalla. Matarou era apenas un crío. En estos momentos Yagari agradecía no tener nada más a lo cual aferrarse, pues la falta de afectos, más allá de todas sus contrapartes, era una ventaja en situaciones como esta. Pero aquel sujeto, no había acabado su discurso aún-. ¿Qué tal un disparo entre ceja y ceja? ¿O será mejor arrojarlo a una decena de vampiros hambrientos? Ya puedo ver su cuerpo siendo descuartizado. ¿Eh? ¿Qué eliges? -murmuró y clavó sus ojos en Rangiku-. Aunque aún te queda otra salida. Podríamos hacer un intercambio, si quieres. Mis hombres aquí atrás están un poco... ya sabes... necesitados de afecto -se pasó la lengua por la dentadura superior, de forma obscena-. Dime, muchacha, ¿tienes experiencia? ¿O tendríamos que enseñarte? -siseó, comenzando a dar pasos al frente, intimidante, hacia Shinji y Rangiku, dispuestos a aumentar la tensión en la decisión del cazador. Un grito proveniente de la garganta de un niño de oyó, y este no dejaba de gritar la palabra "padre" y todos sus derivados. Touga, por su parte, al oír semejantes atrevimientos, no pudo contener más sus impulsos asesinos. La paciencia realmente se le había agotado, y eso que él no poseía mucha, a decir verdad. Por ende, desde las sombras, calculó sus objetivos y lanzó las pequeñas dagas aguja. Incrustó tres de ellas en el rostro de uno de esos tipos -zona que sería más efectiva conforme al tamaño del arma blanca- y este comenzó a gritar, retorciéndose, y cayendo al suelo inevitablemente. El sonido que provocó el cuerpo -el cual murió en el acto por el impacto de una mala caída- captó la atención del líder de ellos, y pronto cayó frente a sus ojos otro más, con las agujas clavadas en los ojos, implementando la misma táctica. El desertor murmuró unas palabras y desenfundó una de sus espadas. Tras comprobar que Yagari no estaba en el suelo, no demoró en dar la señal a sus hombres para que atacasen a todo aquel que no fuera de los suyos, lo cual incluía, sin duda, a Shinji y a Rangiku. Los disparos comenzaron a sonar, y los dos cazadores deberían valerse más que nunca de sus habilidades. Mientras tanto, Touga seguiría haciendo lo suyo, hasta llegar lo suficientemente cerca de ese tipo.
Un disparo rozó su mejilla. Yagari extendió su párpado, sorprendido y creyendo que eso estuvo realmente cerca. Pero aquel error por parte del desertor que tenía una rama más adelante, no era más que una prueba de quién saldría victorioso al final. Touga creía en los presagios, y prefería confiar en que este era uno de ellos. Con ambas manos, se sujetó a otra rama e impulsó su cuerpo, avanzando hacia otra. Tensó la mandíbula y se subió sobre esta, sintiendo cómo el frío ya amenazaba con afectar sus miembros. Se escondió tras el tronco del árbol, aguardando. Aquel sujeto tenía un arma de fuego y su campo visual era perfectamente correcto como para darle de lleno en el pecho. No iba a tentar a la suerte. Touga, que no planeaba continuar usando su arma de fuego, se vio obligado a ella, y la sacó, asomándose hacia un lado. Divisó al hombre, y este le disparó al instante. Se apartó a tiempo, ocultándose otra vez, pero esta vez fue rápido y emergió por el otro lado, efectuando dos disparos en sus rodillas, y el hombre cayó al suelo irremediablemente.
- Ya me tienen harto -siseó, chasqueando la lengua, altamente molesto, pues parecían reproducirse en el aire, pero entonces ocurrió algo que no esperaba. Justo detrás de él, sobre la misma rama, saltó otro sujeto, pero esta vez, para su desgracia -o no- no era humano, sino que se trataba de un vampiro.
La criatura gimió, y entonces pudo comprobar que se trataba de algo cercano a un Nivel E, pero no acababa de ser uno. Su aspecto era deplorable. No se parecía en nada al aspecto impoluto y perfecto de un vampiro normal. Este no era, como aquellos, una bestia camuflada, sino que era bestia en bruto. Gruñó a Yagari y este tuvo que retroceder, tanteando las dagas a su espalda. Sin embargo, el vampiro fue más rápido y lo atacó, rasgando su camisa con sus garras. Efectuó cuatro rasguños sobre su abdomen, y Yagari entrecerró su ojo. No obstante, elevó una de sus piernas y le dio una fuerte patada en la zona de su plexo solar, haciéndolo retroceder. Y hubiera caído, sí, de no ser porque era un vampiro asqueroso y escurridizo, más similar a una criatura rastrera propiamente salida de una película de terror. Volvió al ataque de forma instantánea, pero esta vez quien auxilió a Yagari fue la propia rama, que se quebró a causa del peso de ambos. El cazador cayó, pero se aferró como pudo a la que se encontraba debajo. Gruñó él también, pero no por instinto animal, sino por el gran esfuerzo que hacía por no caer al vacío y no contar el cuento luego. El vampiro, mientras tanto, se había aferrado a una rama de arriba, y estaba dispuesto a lanzarse sobre su humana carne. Yagari se apresuró y se puso de pie sobre la rama, pero recibió el impacto de aquel cuerpo en cuestión de segundos. Lo derribó y podía sentir el vértigo a sus espaldas. Pues si giraba un poco más el tronco, caería sin remedio alguno. Por suerte había tenido el tiempo suficiente para sacar las kriss, y entonces las clavó sin dudarlo en el estómago del enemigo, construyendo un camino vertical hacia su cuello, y luego allí, arrancar su cabeza de un movimiento horizontal. La sangre brotó, manchando completamente el rostro y el torso del cazador, pero pronto todo rastro de carne se volvió cenizas. ¿Desde cuándo un Nivel E daba tantos problemas? Además, los rasguños que le había dejado en el abdomen eran algo profundos, y ardían como mil infiernos. Touga se puso de pie y recargó su espalda contra el tronco del árbol otra vez. Sin embargo, no había tiempo para descansar. Comenzó a avanzar, saltando hacia otra rama, y allí decapitó a un desertor.
- A ver si sales del hoyo, Touga, y te dejas de jugar -gritó el líder, mientras veía cómo efectivamente sus hombres acorralaban a los otros dos cazadores-. O juro que los mataré aquí mismo -siseó entre dientes, con odio, poniendo a Yagari en una difícil posición. Ya estaba lo suficientemente próximo a Matarou. Solo debería continuar así para poder llegar hasta él. Drásticamente, su objetivo había cambiado. Si en una primera instancia lo que pretendía era lanzarse sobre el líder, ahora debería posponer su ataque para salvar al crío. Y lo peor de todo era que también habían puesto sus indeseables ojos sobre Matsumoto, y eran muchos riesgos los que se corrían. Sin embargo, por más que quisiera estar allí abajo ayudándolos, no había nadie aquí arriba para ayudar a Matarou, y él debía hacerlo, a toda costa, bajo el precio de su propia vida si era necesario. Y ojalá que el Diablo estuviera de su lado esta vez.
- Y tú por qué no te decides a pelear como un hombre, pedazo de mierda -murmuró de repente, entre el follaje, aprovechando la oportunidad para saltar hacia otro árbol. Siguiendo el sendero de ramas que la cercanía de los troncos le propiciaban. Cerró los ojos un momento, y solo pudo efectuar un único pensamiento, esperando que su deseo otorgase el suficiente tiempo hasta que él pudiese reunirse con sus compañeros otra vez: "no mueran".
- Yagari Touga
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Empleo /Ocio : Licenciado en pedagogía, educador calificado. Y bueno, sí, también es cazador.
Humor : No fastidies mi paciencia.
Re: Bosque
Mi vista no pudo seguir el movimiento de la mano de Yagari. Volví la cabeza a tiempo para ver cómo abatía a tres de los desertores que permanecían ocultos entre los árboles. ¿Cuántos de esos condenados había? Eran, sin lugar a dudas, una maldita plaga. Ni siquiera me inmuté cuando Yagari mató de un tiro en la cabeza al desertor que arrastraba al engreído al que había herido Shinji. Me limité a estrechar los párpados y observar con una fría indiferencia (bien merecida) cómo su cuerpo caía al suelo, sin vida. El herido se volvió sin fuerzas hacia su compañero, ya muerto sobre la nieve, y maldijo por lo bajo, dando un golpe con los puños sobre la nieve con la poca fuerza que le quedaba. ¿A aquellos desgraciados también les importaban sus camaradas? ¿O simplemente se había cabreado al ver que ya no contaba con su ayuda, que ya nadie lo sacaría de allí y le daría una segunda oportunidad de vivir? Observé cómo aquel fanfarrón acababa cayendo al suelo, abatido no se sabe por qué más, si por la pérdida de sangre o por la desesperanza. Y de allí no se volvió a mover. Aparté la mirada de aquella escena para volver a centrarme en la herida de Shinji, que continuaba sangrando. Rebusqué a mis espaldas, en la funda de Kazeshini, y encontré un par de vendas y un pañuelo. ''Menos mal que siempre me acuerdo de tenerlos a mano...'' Deslicé el pañuelo, doblado por dos veces, por debajo de la mano de Shinji, casi obligándolo con suavidad a que accediese, haciendo una improvisada compresa que detuviese un poco la hemorragia. El frío ya se encargaría del resto. Advertí que Yagari ya no estaba con nosotros, pero no mostré ninguna reacción. No era tan tonta como para mostrar al enemigo que había perdido de vista a uno de mis compañeros. ''¿Dónde se habrá metido?'' No sabía qué tramaba, pero confiaba en él. No supe si Shinji también se había percatado de aquello, pues tampoco dijo nada ni buscó con la vista al cazador. Se limitó a seguir mirando desafiante a aquel tipo.
Una vez me hube asegurado de que Shinji apretaba bien el pañuelo contra la herida, volví a apretar los puños con fuerza sobre Kazeshini, esperando algún movimiento por parte del enemigo o alguna señal amiga que me indicase que actuara. No era momento de lanzarme a lo loco. Ya había aprendido la lección en el baile de Navidad, y había visto caer a siete hombres en tan solo unos minutos, tanto compañeros como desertores. No tenía ganas de acabar con una bala entre los ojos. ¿Acaso podría esperar otro milagro semejante al de Navidad? Dudaba el hecho de que alguien viniera a socorrernos. Y, si todo aquello había sido montado por los desertores, todavía más motivos para no tener esperanzas en que algún amigo viniese a echar una mano; seguramente se las habrían apañado para mantener al resto ocupados. ¿Qué pretendían atacándonos cuando íbamos en pequeños grupos? ¿Se trataba de una técnica de desgaste? Si era eso, ya estaba un poco visto. Tsk, pensaba que, ya que no hacían más que causar molestias, al menos serían algo más originales. De todas formas, si querían matarnos sin más lo hubiesen hecho ya. ¿Qué querían? Estaban muriendo gente de su bando, no creía que aquello fuera por amor al arte. Algo se traían entre manos, y prefería no imaginarme qué podía ser. ¿Tendría algo que ver la ausencia de Jack? Hacía mucho tiempo que no sabía nada de él. Parecía haberse esfumado en el aire. Noté cómo los puños de Shinji se apretaban al escuchar el nombre de su hijo de la boca de aquel malnacido. Me coloqué a su lado, dedicándole una mueca de desprecio al desertor. Me fijé en que él también llevaba armas blancas, dos espadas para ser más exactos, lo que me daba un poco de ventaja si tenía que enfrentarme a él. El problema sería sus perros falderos, defendiendo al que parecía su jefe de toda amenaza.
Sentí la sangre helarse en mis venas cuando escuché las palabras del desertor. Había querido decirle a Shinji que no se hiciera caso de sus palabras, que seguro que era todo un farol para sacarnos de quicio... Pero, otra vez, mi razón se equivocaba y mi intuición, por desgracia, salía victoriosa. Shinji dio un paso hacia delante, controlándose por no saltar sobre aquel bastardo. Con los ojos completamente abiertos, observé cómo Matarou era traído a escena por otro desertor. El pequeño temblaba bajo las grandes manos que lo sujetaban sin ningún cuidado. Me mordí la lengua para no empezar a insultarlos, pero Shinji no se lo pensó.- ¡Suéltalo! ¡Suéltalo, maldito hijo de perra!- Maldijo todo lo existente, palabras tan burdas que ni me atrevería a pronunciarlas en un susurro. El pequeño no paraba de llamar a su padre, con lágrimas en los ojos y la nariz roja por el frío. ¿Cómo se les había ocurrido traerlo así al bosque? Por lo que parecía, habían aprovechado el momento en el que Shinji había salido de su casa para entrar y secuestrar a Matarou. Pero, ¿y su tía? No me extrañaría que la pobre mujer pudiese estar muerta. Agarré el brazo de Shinji para que no saltase a sacarle los ojos al desertor, pero, contradiciendo mis gestos, di un par de pasos hacia delante, colocándome a la altura de mi compañero. Matarou nos miró con sus ojillos llorosos- Papá... Rangiku-onee-chan...- Apreté los dientes con tanta fuerza que no supe cómo no me partí una muela. ¿Cómo se atrevían a ponerle las manos encima? No, ya no había perdón. No podría estar tranquila hasta que no viese sus cadáveres desparramados por el suelo. Escuché, temblando de ira, todas las posibles muertes que podría darle al chico, para entrecerrar los párpados cuando aquel sucio bastardo me miró directamente. Eché un pie atrás al escuchar lo que decía, sin poder creer que pudiesen caer aun más bajo. Shinji, sin poder controlarse más, se echó hacia delante.- ¿Tan poco hombres sois que tenéis que recurrir a estos trucos tan sucios para que alguien os caliente la cama?- Masculló, tratando de no sobrepasarse, ya que la vida de su hijo dependía de las decisiones de aquel desertor.- La que te va a enseñar algo soy yo, y va a ser a mantener callada esa sucia boca, ¡maldito hijo de...!- Fui a avanzar hacia él, pero Shinji me detuvo sin miramientos, tapándome la boca para que no dijese nada más. Me volví a morder la lengua con rabia, tragándome todos los insultos que me hubiese gustado dedicarle a ese tipo. ¿Cómo se atrevía siquiera a insinuar éso? Prefería morir de la manera más dolorosa que existiese antes que dejarme tocar por bastardos como aquellos. Sentí mi cuerpo temblar de ira al ver cómo seguía reteniendo a Matarou, mientras el chiquillo seguía llorando desconsoladamente.- Rangiku, cálmate.- Ordenó mi compañero.- Tú decides, Matsumoto.- Dijo el desertor, pronunciando mi apellido con sorna. Las lágrimas de rabia amenazaban con salir de mis ojos.- Matarou...- Murmuré casi en un sollozo, como si con eso quisiera rogarle a alguien que nos ayudase. El grito que dio el chico hizo que Shinji apretara la mano que había colocado sobre mi boca, haciéndome algo de daño. Pero no me inmuté. Muchísimo más daño me hacía ver sufrir a Matarou a manos de aquel tipo.
De repente alguien gritó y cayó al suelo, con unas dagas incrustadas en el rostro. Ya sabíamos qué había sido de Yagari. Otro más sucumbió y el jefe, desconcertado, acabó desenfundando una de las espadas. Me zafé de la mano de Shinji, temiendo por Matarou. Sin demorarse más, ordenó que acabaran con nosotros. Los disparos comenzaron a sonar, y Shinji me obligó a reaccionar. Pero no hizo falta. Ya había agarrado a Kazeshini y había soltado una de las guadañas en dirección al cuello de uno de los cazadores que nos trataban de cerrar el paso. La cabeza del desertor cayó sobre la nieve, separada del cuerpo, manteniendo la expresión de sorpresa que su dueño había esbozado. Ahora que la ventisca había parado un poco, era hora de que Kazeshini se mostrase en todo su esplendor. Y la ira que mantenía por dentro, también. Shinji siguió disparando a diestro y siniestro, abatiendo a un par de desertores que nos apuntaban. No parábamos de mirar hacia Matarou, quien mantenía una expresión de absoluto horror. No volví a saber de Yagari en aquellos momentos, lo que me angustió. ¿Le habría pasado algo? Era un hueso duro de roer, pero aun así seguía temiendo. Demasiados desertores desquiciados. Sonaron nuevos disparos que fueron a parar a los desertores. Bien, ya sabía que seguía vivo. Shinji no se quedó atrás y apuntó hacia la cabeza de otro de los más cercanos, disparando al instante. Corrí hacia otro que trató de cerrarnos el paso, pero éste ya apuntaba hacia mí con un revólver. Amagué una caida para confundir su puntería, mientras lanzaba otra de las hojas de Kazeshini hacia él. Dio contra sus piernas, pero no consiguió pasar más allá del hueso. El desertor disparó y sentí la bala pasar por al lado mía como un frío aviso de la muerte. Sin pensarlo más, me lancé hacia él y lo rematé.
Pero no paraban de salir más desertores. Por muchos que matásemos, aparecían más de los suyos, y el cerco que había alrededor de Shinji y de mí se iba cerrando. Acabé de espaldas a Shinji, mirando cada uno hacia el lado contrario. Lo escuché de soltar una carcajada irónica.- Malditos bastardos... Nos tienen cercados.- Murmuró. Mascullé por lo bajo, negándome a rendirme. Pero Matarou seguía en manos de aquel bastardo, y no conseguía encontrar ninguna apertura. ¿Debería arriesgarme? Me mordí el labio, pensativa. El líder le gritó a Yagari, amenazándole con que nos mataría. Y lo haría, no tenía que jurarlo. Lo que no me explicaba era el por qué no lo había hecho ya. Escuché la respuesta de Yagari con el corazón en un puño, mientras mis ojos se giraban hacia Matarou. Quería alejarlo de aquel bastardo, quería que viviese junto a su padre. No había podido disfrutar a penas de su madre, y no quería que ninguno de los dos se volviera a sentir solo, que volvieran a sentir el dolor que producía la pérdida. Sin que Shinji lo notase, deslicé mi mano por debajo de su chaqueta y agarré lo que parecía una daga, resultando luego que se trataba de un katar, ocultándolo debajo de la camisa que llevaba por debajo de la chaqueta. Apreté los puños sobre Kazeshini, volviéndome hacia el líder con aire seguro.- Está bien.- Avancé un par de pasos.- Acepto el trato. Suelta al chico.- Shinji me agarró de un hombro.- ¿¡Estás loca!?- Casi gritó, totalmente fuera de sus casillas. Guardé a Kazeshini en su funda y avancé un par de pasos hacia el desertor, quien sonrió de manera triunfante.- Buena chica...- Aquella mirada lasciva me ponía enferma. Estreché los párpados.- Suelta al chico.- Volví a mascullar. El desertor, al ver que estaba ya bastante alejada de mi compañero, dejó que Matarou corriese hacia mí. Me agaché a mitad de camino y lo abracé con fuerza cuando llegó, notando cómo su cuerpo temblaba.- Onee-chan...- Sollozó. Le sequé las lágrimas con una leve sonrisa y le di un beso en la frente con suavidad, para luego volver a abrazarlo con fuerza.- Matarou, no llores más, ¿eh? Está todo bien, ya pasó todo...- me quité la chaqueta y se la puse. Estaba helado.- Ve con tu padre ahora, ¿de acuerdo? Hazle caso a todo lo que te diga y no te preocupes por mí.- El desertor miraba la escena con aire aburrido.- Parad con eso o os mato a los dos ahora.- Esbozó una nueva sonrisa maquiavélica.- Reserva el cariño para mis hombres.- Fulminé con la mirada a aquel bastardo, mientras procuraba que el katar no se viese. Me coloqué de nuevo a Kazeshini a la espalda y, con un suave empujón, le indiqué a Matarou que fuese con su padre. Observé aliviada el reencuentro de los dos hasta que un nuevo grito de aquel maldito me hizo volver a la realidad. Caminé hasta él, esquivando con desprecio la mano que alargaba hacia mí.
''Intenta tocarme, cabrón. Tú inténtalo.''
¿Acaso pensaba que me iba a entregar sin tener nada pensado? Podría saberse todo mi expediente de memoria, pero se notaba que no me conocía. Matarou estaba fuera de su alcance. Ya no había por qué contenerse.
Una vez me hube asegurado de que Shinji apretaba bien el pañuelo contra la herida, volví a apretar los puños con fuerza sobre Kazeshini, esperando algún movimiento por parte del enemigo o alguna señal amiga que me indicase que actuara. No era momento de lanzarme a lo loco. Ya había aprendido la lección en el baile de Navidad, y había visto caer a siete hombres en tan solo unos minutos, tanto compañeros como desertores. No tenía ganas de acabar con una bala entre los ojos. ¿Acaso podría esperar otro milagro semejante al de Navidad? Dudaba el hecho de que alguien viniera a socorrernos. Y, si todo aquello había sido montado por los desertores, todavía más motivos para no tener esperanzas en que algún amigo viniese a echar una mano; seguramente se las habrían apañado para mantener al resto ocupados. ¿Qué pretendían atacándonos cuando íbamos en pequeños grupos? ¿Se trataba de una técnica de desgaste? Si era eso, ya estaba un poco visto. Tsk, pensaba que, ya que no hacían más que causar molestias, al menos serían algo más originales. De todas formas, si querían matarnos sin más lo hubiesen hecho ya. ¿Qué querían? Estaban muriendo gente de su bando, no creía que aquello fuera por amor al arte. Algo se traían entre manos, y prefería no imaginarme qué podía ser. ¿Tendría algo que ver la ausencia de Jack? Hacía mucho tiempo que no sabía nada de él. Parecía haberse esfumado en el aire. Noté cómo los puños de Shinji se apretaban al escuchar el nombre de su hijo de la boca de aquel malnacido. Me coloqué a su lado, dedicándole una mueca de desprecio al desertor. Me fijé en que él también llevaba armas blancas, dos espadas para ser más exactos, lo que me daba un poco de ventaja si tenía que enfrentarme a él. El problema sería sus perros falderos, defendiendo al que parecía su jefe de toda amenaza.
Sentí la sangre helarse en mis venas cuando escuché las palabras del desertor. Había querido decirle a Shinji que no se hiciera caso de sus palabras, que seguro que era todo un farol para sacarnos de quicio... Pero, otra vez, mi razón se equivocaba y mi intuición, por desgracia, salía victoriosa. Shinji dio un paso hacia delante, controlándose por no saltar sobre aquel bastardo. Con los ojos completamente abiertos, observé cómo Matarou era traído a escena por otro desertor. El pequeño temblaba bajo las grandes manos que lo sujetaban sin ningún cuidado. Me mordí la lengua para no empezar a insultarlos, pero Shinji no se lo pensó.- ¡Suéltalo! ¡Suéltalo, maldito hijo de perra!- Maldijo todo lo existente, palabras tan burdas que ni me atrevería a pronunciarlas en un susurro. El pequeño no paraba de llamar a su padre, con lágrimas en los ojos y la nariz roja por el frío. ¿Cómo se les había ocurrido traerlo así al bosque? Por lo que parecía, habían aprovechado el momento en el que Shinji había salido de su casa para entrar y secuestrar a Matarou. Pero, ¿y su tía? No me extrañaría que la pobre mujer pudiese estar muerta. Agarré el brazo de Shinji para que no saltase a sacarle los ojos al desertor, pero, contradiciendo mis gestos, di un par de pasos hacia delante, colocándome a la altura de mi compañero. Matarou nos miró con sus ojillos llorosos- Papá... Rangiku-onee-chan...- Apreté los dientes con tanta fuerza que no supe cómo no me partí una muela. ¿Cómo se atrevían a ponerle las manos encima? No, ya no había perdón. No podría estar tranquila hasta que no viese sus cadáveres desparramados por el suelo. Escuché, temblando de ira, todas las posibles muertes que podría darle al chico, para entrecerrar los párpados cuando aquel sucio bastardo me miró directamente. Eché un pie atrás al escuchar lo que decía, sin poder creer que pudiesen caer aun más bajo. Shinji, sin poder controlarse más, se echó hacia delante.- ¿Tan poco hombres sois que tenéis que recurrir a estos trucos tan sucios para que alguien os caliente la cama?- Masculló, tratando de no sobrepasarse, ya que la vida de su hijo dependía de las decisiones de aquel desertor.- La que te va a enseñar algo soy yo, y va a ser a mantener callada esa sucia boca, ¡maldito hijo de...!- Fui a avanzar hacia él, pero Shinji me detuvo sin miramientos, tapándome la boca para que no dijese nada más. Me volví a morder la lengua con rabia, tragándome todos los insultos que me hubiese gustado dedicarle a ese tipo. ¿Cómo se atrevía siquiera a insinuar éso? Prefería morir de la manera más dolorosa que existiese antes que dejarme tocar por bastardos como aquellos. Sentí mi cuerpo temblar de ira al ver cómo seguía reteniendo a Matarou, mientras el chiquillo seguía llorando desconsoladamente.- Rangiku, cálmate.- Ordenó mi compañero.- Tú decides, Matsumoto.- Dijo el desertor, pronunciando mi apellido con sorna. Las lágrimas de rabia amenazaban con salir de mis ojos.- Matarou...- Murmuré casi en un sollozo, como si con eso quisiera rogarle a alguien que nos ayudase. El grito que dio el chico hizo que Shinji apretara la mano que había colocado sobre mi boca, haciéndome algo de daño. Pero no me inmuté. Muchísimo más daño me hacía ver sufrir a Matarou a manos de aquel tipo.
De repente alguien gritó y cayó al suelo, con unas dagas incrustadas en el rostro. Ya sabíamos qué había sido de Yagari. Otro más sucumbió y el jefe, desconcertado, acabó desenfundando una de las espadas. Me zafé de la mano de Shinji, temiendo por Matarou. Sin demorarse más, ordenó que acabaran con nosotros. Los disparos comenzaron a sonar, y Shinji me obligó a reaccionar. Pero no hizo falta. Ya había agarrado a Kazeshini y había soltado una de las guadañas en dirección al cuello de uno de los cazadores que nos trataban de cerrar el paso. La cabeza del desertor cayó sobre la nieve, separada del cuerpo, manteniendo la expresión de sorpresa que su dueño había esbozado. Ahora que la ventisca había parado un poco, era hora de que Kazeshini se mostrase en todo su esplendor. Y la ira que mantenía por dentro, también. Shinji siguió disparando a diestro y siniestro, abatiendo a un par de desertores que nos apuntaban. No parábamos de mirar hacia Matarou, quien mantenía una expresión de absoluto horror. No volví a saber de Yagari en aquellos momentos, lo que me angustió. ¿Le habría pasado algo? Era un hueso duro de roer, pero aun así seguía temiendo. Demasiados desertores desquiciados. Sonaron nuevos disparos que fueron a parar a los desertores. Bien, ya sabía que seguía vivo. Shinji no se quedó atrás y apuntó hacia la cabeza de otro de los más cercanos, disparando al instante. Corrí hacia otro que trató de cerrarnos el paso, pero éste ya apuntaba hacia mí con un revólver. Amagué una caida para confundir su puntería, mientras lanzaba otra de las hojas de Kazeshini hacia él. Dio contra sus piernas, pero no consiguió pasar más allá del hueso. El desertor disparó y sentí la bala pasar por al lado mía como un frío aviso de la muerte. Sin pensarlo más, me lancé hacia él y lo rematé.
Pero no paraban de salir más desertores. Por muchos que matásemos, aparecían más de los suyos, y el cerco que había alrededor de Shinji y de mí se iba cerrando. Acabé de espaldas a Shinji, mirando cada uno hacia el lado contrario. Lo escuché de soltar una carcajada irónica.- Malditos bastardos... Nos tienen cercados.- Murmuró. Mascullé por lo bajo, negándome a rendirme. Pero Matarou seguía en manos de aquel bastardo, y no conseguía encontrar ninguna apertura. ¿Debería arriesgarme? Me mordí el labio, pensativa. El líder le gritó a Yagari, amenazándole con que nos mataría. Y lo haría, no tenía que jurarlo. Lo que no me explicaba era el por qué no lo había hecho ya. Escuché la respuesta de Yagari con el corazón en un puño, mientras mis ojos se giraban hacia Matarou. Quería alejarlo de aquel bastardo, quería que viviese junto a su padre. No había podido disfrutar a penas de su madre, y no quería que ninguno de los dos se volviera a sentir solo, que volvieran a sentir el dolor que producía la pérdida. Sin que Shinji lo notase, deslicé mi mano por debajo de su chaqueta y agarré lo que parecía una daga, resultando luego que se trataba de un katar, ocultándolo debajo de la camisa que llevaba por debajo de la chaqueta. Apreté los puños sobre Kazeshini, volviéndome hacia el líder con aire seguro.- Está bien.- Avancé un par de pasos.- Acepto el trato. Suelta al chico.- Shinji me agarró de un hombro.- ¿¡Estás loca!?- Casi gritó, totalmente fuera de sus casillas. Guardé a Kazeshini en su funda y avancé un par de pasos hacia el desertor, quien sonrió de manera triunfante.- Buena chica...- Aquella mirada lasciva me ponía enferma. Estreché los párpados.- Suelta al chico.- Volví a mascullar. El desertor, al ver que estaba ya bastante alejada de mi compañero, dejó que Matarou corriese hacia mí. Me agaché a mitad de camino y lo abracé con fuerza cuando llegó, notando cómo su cuerpo temblaba.- Onee-chan...- Sollozó. Le sequé las lágrimas con una leve sonrisa y le di un beso en la frente con suavidad, para luego volver a abrazarlo con fuerza.- Matarou, no llores más, ¿eh? Está todo bien, ya pasó todo...- me quité la chaqueta y se la puse. Estaba helado.- Ve con tu padre ahora, ¿de acuerdo? Hazle caso a todo lo que te diga y no te preocupes por mí.- El desertor miraba la escena con aire aburrido.- Parad con eso o os mato a los dos ahora.- Esbozó una nueva sonrisa maquiavélica.- Reserva el cariño para mis hombres.- Fulminé con la mirada a aquel bastardo, mientras procuraba que el katar no se viese. Me coloqué de nuevo a Kazeshini a la espalda y, con un suave empujón, le indiqué a Matarou que fuese con su padre. Observé aliviada el reencuentro de los dos hasta que un nuevo grito de aquel maldito me hizo volver a la realidad. Caminé hasta él, esquivando con desprecio la mano que alargaba hacia mí.
''Intenta tocarme, cabrón. Tú inténtalo.''
¿Acaso pensaba que me iba a entregar sin tener nada pensado? Podría saberse todo mi expediente de memoria, pero se notaba que no me conocía. Matarou estaba fuera de su alcance. Ya no había por qué contenerse.
- Rangiku Matsumoto
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Re: Bosque
Estaba muy cerca. Excesivamente cerca. Se había tomado el trabajo y el riesgo de escalar esos árboles -que para su suerte estaban muy próximos los unos a los otros y sus ramas se tocaban- para poder utilizarlos como ventaja en medio de esa desigual batalla. Contra la nieve y el frío, se las había apañado para defenderse de sus contrincantes y hacerlos desangrarse hasta la muerte. No podía sacarse de la cabeza la imagen de aquel vampiro que tanto se parecía a un Nivel E pero que tan poco se asemejaba a uno físicamente. Lo más importante era que no había luchado con él por su sangre, sino porque realmente quería quitarlo del camino. Y valdría aclarar que casi lo lograba. Touga tenía cuatro cortes transversales en su abdomen, provocados por aquella bestia, pero gracias al frío no sentía el ardor de la herida y se aguantaba para continuar, pues ¿qué clase de cazador era si no podía lidiar con ello? ¿Qué clase de hombre sería si no podía defender y rescatar un niño? Y ahora no solo eso: qué clase de superior sería él si no era capaz de salvaguardar las vidas de sus compañeros.
Había asesinado muchos hombres. Sus manos, como pocas veces había ocurrido -por no decir la única- estaban manchadas completamente por sangre humana y vampírica a la vez. Era increíble pensar aquello en otro tiempo, en otros momentos, donde el pueblo, por más maldito que estuviese, conservaba al menos algo de cordura que impedía que los seres humanos se exterminasen entre ellos. Pero hoy, actualmente, aquello era solo un recuerdo y una utopía. Parecía que cada día la supervivencia llegaba a un nivel más alto, el cual un cazador como él no podía rechazar. Y se encontraba oculto tras el fuerte tronco de un árbol. Podía oír los murmullos al otro lado, en otro árbol cercano, y justo debajo de sus pies se hallaba, a muy pocos metros de altura, el cazador que tenía de rehén a Matarou. Touga se deleitó imaginando el filo de las kriss venenosas. Las movió con cuidado, preparando el blanco y, por supuesto, pretendiendo examinar a los otros dos cazadores que estaban observándolo todo desde allí arriba. Primero debería eliminarlos, y luego conseguiría pelear mano a mano con ese insulso sujeto. Por lo tanto, bordeó el árbol, lento, pausado, letal. Se colocó como una sombra detrás de uno de esos hombres, y para cuando el interlocutor de este lo vio, ya era demasiado tarde. Touga rodeó su cuello con ambas dagas y lo decapitó allí mismo. La sangre emanó, tiñendo la nieve, y su mirada ya era demasiado turbia y sombría como para echarse atrás. En cuanto el otro cazador gritó y vino por él dispuesto a acribillarle, Touga se hizo a un lado, lo sujetó del cuello de su chaqueta y lo estampó contra el tronco del árbol en el cual estaba, golpeando su cabeza sucesivamente contra este. Ya había ensuciado sus dagas durante demasiado tiempo con aquella sucia sangre, incluso más sucia que la de los vampiros. No iba a perder más tiempo cortando carne podrida. El cuerpo cayó y entonces ya creía estar listo para hacer una maniobra peligrosa, pero que sin duda serviría para liberar al niño. No obstante, sus expectativas cambiaron. Cambiaron en cuanto la voz de Rangiku llegó a sus oídos y su pupila tuvo el placer de captar esa imagen.
La expresión de Yagari es indescriptible. La sorpresa que se llevó no posee ningún nombre adecuado con el cual describirla. Tan solo frunció el ceño, con los labios entre abiertos y la mirada más estupefacta y enfurecida que podía asimilar en ese momento las facciones de su rostro. No demoró en hacer una de sus manos en un puño y en tensar la mandíbula, desde luego, para después permitir que toda la ira que contenía su ser aflorara.
- ¡¿QUÉ DEMONIOS ESTÁS HACIENDO?! -gritó con fuerzas desde su posición, casi gruñendo a la cazadora. ¿Acaso estaba loca? ¿Qué mierda se le había pasado por la cabeza? ¿Acaso no recordaba ni una puta palabra de lo que hablaron esa misma mañana? Podían solucionar esto sin sacrificar nada más. Ellos eran cazadores experimentados, al fin y al cabo, entonces, ¿por qué? ¿Por qué tomaba esas medidas tan arriesgadas? Y aquel momento de distracción y furia fue bien aprovechado por el enemigo, desde luego. Yagari ni siquiera lo vio venir. Mientras sus sentidos habían sido absorbidos por la temeraria de Rangiku, un veloz y sanguinario vampiro apareció, embistiéndolo de repente, y obligándolo a caer al suelo junto con él.
La espalda de Touga se estrelló contra la blanca y fría nieve. Por un momento, permitió que su párpado impidiera por completo su visión. La embestida había sido fuerte, y el golpe intenso. Sin embargo, abrió su ojo en el preciso momento, en el cual pudo ver de soslayo la figura del líder de aquel estúpido aquelarre de idiotas. Y, justo detrás de sí, pudo divisar la figura de Matsumoto. Pero antes de que pudiera siquiera decir algo, aunque fuese una burda frase cargada de ironía e insultos, el vampiro que aprisionaba su cuerpo lo sujetó fuertemente del cuello, rasgando su piel lentamente con sus afiladas garras. Touga retenía los temibles colmillos de este presionando sobre su cuello con el lateral izquierdo de su puño cerrado y parte del lado exterior del brazo, mientras se esmeraba por maniobrar la única kriss que le quedaba a su alcance, pues la otra había volado lejos, cerca del líder de sus enemigos. Entre gemidos, intentó recuperarse del golpe, y no entendía cómo no había perdido la consciencia a causa del impacto. De todos modos, su visión demoró un poco hasta acomodarse. No pudo evitar tensar los músculos de su cuerpo y hacer rechinar sus dientes, pues aquel malnacido estaba asfixiándolo. Continuó forcejeando, luchando por esquivar las tempestuosas mordidas que aquel ser arrojaba al aire. Mientras lo retenía con un brazo, intentaba sobreesforzar el otro para poder alcanzar la daga que más cerca de su cuerpo se situaba. Una vez pudo hacerlo, la dirigió directamente al cuello del vampiro, justo en su yugular. La sangre emanó y la criatura gimió. Touga lo lanzó hacia un lado y declaró su victoria atravesándole el corazón con el filo de su arma.
Mientras todo esto acontencía, el líder de aquellos no estaba completamente ajeno a la situación. Aunque le daba la espalda a Touga y se preparaba para recibir a Rangiku, rió con sorna, burlándose de todos ellos, y en especial de Touga.
- Ah, muy bien. Veo que debo presionarte de este modo para que bajes la guardia, Yagari. Qué noble eres, pero vamos, admite que tú también tienes necesidades. Admite que tú, quieras negarlo o no, eres igual que nosotros. No entiendo qué haces siguiendo las órdenes de un borrego muerto. ¿Acaso no te caía mal Damaru? ¿Qué te habrá hecho cambiar de parecer en cuanto a él? Me lo pregunto todos los días... Sin embargo, ya no hay nada que puedas hacer. Uno a uno, me iré haciendo con cada cazador y cada camarada que tengas allí. Hoy le tocará a la delicada Rangiku Matsumoto, ¿verdad, preciosa? -sonrió de lado y no demoró en dirigir hacia el brazo de la chica la mano pecaminosa suya, la cual ella había esquivado momentos antes. La acercó contra su cuerpo, poniendo justo en su oído sus pérfidos labios-. Y será mejor que no intentes nada raro, a menos que quieras a tus amiguitos muertos en menos de dos segundos -siseó. Luego de echarle un vistazo a Shinji y a Matarou, giró levemente su cuerpo hacia Touga-. Y tal vez alguno de ustedes quiera hablarme sobre el nuevo Presidente de la Asociación y dejar en claro todos esos rumores que he oído -aclaró, sonriendo de forma ladina, demasiado seguro-. O de lo contrario... -advirtió, apenas emitió un silbido y los ojos rojos pudieron divisarse en la espesura, contrastando con la blanca nieve y las sombras negras de los árboles, justo detrás del Vicepresidente. Touga apenas quiso mirar hacia atrás. Jadeó, ladeando la cabeza, como quien piensa que ya no pueden joderle más la existencia, y sonrió, sigiloso, mostrando una expresión de auténtica ironía en el rostro. Encima, mientras más oía lo que decía y cuanto más veía los atrevimientos que se estaba tomando con Matsumoto, más le enervaba la sangre, lo cual podía ser bastante positivo para él, y bastante negativo para aquel charlatán.
Yagari miró a Shinji. Desde la distancia que los separaba, le hizo una seña perfectamente visible para alguien que estaba acostumbrado a compartir misiones con él. El cazador, sin dudarlo, asintió y tomó en brazos a Matarou, comenzando a alejarse de la zona de tensión, a la cual en escasos momentos llegarían los vampiros que se avecinaban tras de Touga, preparándose para darse un festín invernal. Shinji comenzó a descender por una especie de barranco, pues conocía esa zona y sabía que allí abajo había una especie de cuevas que se habían formado por el hundimiento de la tierra de esa zona durante el verano pasado. Ya se habían visto favorecidos por esas rústicas instalaciones en misiones anteriores, y sin duda esta vez también podrían valerse de ellas. Mientras Shinji se encargaba de poner a salvo a su hijo, Yagari, por su parte, se encargaría de alejar a Matsumoto de esa bestia y de salvaguardar sus traseros del arsenal de vampiros sedientos que estaban a punto de ser liberados a sus espaldas. Por esa razón, antes que el desertor advirtiera la maniobra de Shinji, Touga se ahorró las palabras venenosas que hubiera deseado arrojarle a ese imbécil para ganar tiempo y efectuar un único movimiento: preparar su puntería y, ahora que estaba solo y no se encontraba rodeado, arrojar la única kriss venenosa que le quedaba a mano, al hombro de aquel sujeto inmundo.
- Esto va por Shinji -murmuró, lo suficientemente alto como para que lo oiga, y de inmediato se echó a correr hacia él, cuando vio que inevitablemente el brazo que aferraba a la joven junto a él descendía, perdiendo sus fuerzas. Touga embistió al traidor en cuanto los crujidos de los árboles le advirtieron que quien fuese que estaba detrás de eso, ya había decidido soltar a las bestias que traían con ellos. Yagari se tensionó, pero no dejó de golpear el rostro de aquel patán con su puño cerrado, clavando su segundo y tercer nudillo sucesivas veces en su quijada y pómulo. La rabia que tenía acumulada -tanto por la aparición de esos malnacidos como por la idiotez que había hecho Rangiku- la estaba descargando de aquel modo, y no iba a cesar hasta acabar con él de la peor de las formas. Le importaba una mierda que toda una legión de vampiros le saltara por la espalda. Ahora que lo tenía bajo su poder, le iba a demostrar del material que estaba hecha la Asociación, la única, la verdadera-. Matsumoto... ¡CORRE! -ordenó, violentamente-. Ve a buscar a Shinji y quédate con él -dictaminó. El otro cazador se encontraba herido y tenía un niño al cual proteger. Sería mejor que ella hiciera lo propio y fuese a auxiliarle, en vez de cometer semejantes estupideses que podrían haber puesto en riesgo no solo su vida, sino la de los otros dos también-. ¡VETE! -gritó de nuevo, en el momento en que golpeaba nuevamente al desertor, levantándolo del cuello de su chaqueta. Lo miró a los ojos con ira y cinismo, negando suavemente con la cabeza-. ¿Quieres información? Yo te diré la información que necesitas saber -murmuró, y lo golpeó de nuevo. El traidor rió suavemente, mientras su labio sangraba con intensidad, y no dudó en devolverle a Touga una muestra de "gratitud" por tan amables tratos.
- ¿Cuánto crees que tú y los tuyos van a durar, eh? Estos aliados que tengo, no durarán en comérselos vivos -espetó con asco, recobrando fuerzas y quedando él sobre el Vicepresidente, comenzando a golpearle ferozmente del mismo modo en que él lo hacía-. ¿No puedes oírlos? Escucha atentamente, porque estarás muertos antes de poder verlos y yo... y yo probablemente también -admitió, debido a que podía sentir aquel veneno de la kriss comenzando a recorrer sus venas-. Pero no moriré aquí solo, como verás, y desde luego que no lo haré primero -declaró, desenfundando un arma y poniéndola justo en la frente de Touga. El cazador pudo advertir que esa no era un arma común y corriente, y desde luego sus balas tampoco. Y no iba a esperar a que tenga la oportunidad de gatillar. Los alaridos de los vampiros descontrolados se oían a su alrededor, y él no pensaba darle el gusto de morir allí, y mucho menos junto a semejante hijo de perra.
- Y esto es por Matsumoto -se limitó a decir, efectuando un brusco movimiento con su brazo, apartando el arma mientras esta disparaba la bala directamente a la corteza de un árbol que yacía a unos metros de ellos. Yagari flexionó la rodilla, consciente de la posición compleja en la que se encontraba, aparentemente en desventaja, pero se las apañó para golpear con toda la fuerza que su cuerpo aún podía emitir la zona pélvica de su contrincante, en el punto justo donde se encuentra la sínfisis púbica, articulación cartilaginosa, que une los huesos de su cadera. El desertor hizo una mueca de dolor, confuso, mirando a Touga extrañado, mientras este, seriamente, le dedicaba una última mirada, pues ya estaba acabado. Como consecuencia del golpe, el desertor no podía mover sus piernas, pues ya no podía caminar. Yagari lo lanzó hacia un lado, y tuvo tiempo, incluso, para arrastrarlo hasta un árbol y retirar la daga de su hombro para, luego, clavarla nuevamente en aquel sitio, solo que esta vez empalando al hombre y dejándolo adherido a la corteza-. Y no creas que esto ha terminado -advirtió, viendo hacia ambos lados, sigiloso y apresurado. Sacó una de aquellas pequeñas dagas que había utilizado antes para asesinar a otros desertores sobre los árboles, y miró fijamente al líder de toda esa mierda. En cuanto iba a hablar, no obstante, un vampiro apareció, atacándolo y provocando que su cuerpo tocara la nieve otra vez. Touga se levantó, pero entonces sintió un increíble ardor en su brazo, junto a un dolor punzante: lo había mordido. Chasqueó la lengua y limpió un hilo de sangre que caía desde su ceja, frunciendo el ceño. Sacó su escopeta y comenzó a disparar, sin miramientos-. Maldición -siseó, y en cuanto vio un respiro, se acercó nuevamente al desertor, levantando su cabeza afiebrada a causa del veneno, sujetándolo violentamente de los cabello y golpeándolo otra vez-. No hay nada que un moribundo como tú deba saber -gruñó y, con velocidad, rasgó la piel de su adversario en la zona del pecho, dejando un mensaje en él: "cortesía de Touga Yagari"; los gritos de dolor inundaban el bosque y, a su vez, Yagari se exponía cada vez más a sus enemigos, con la posibilidad de ser rodeado por vampiros nuevamente. Se apartó del cuerpo agonizante y miró a su alrededor, oyendo cómo los vampiros que una vez creyeron de Nivel E pero que, desde luego, no lo eran, comenzaban a ir por él otra vez. Touga comenzó a correr entre la nieve, mientras el vapor de su aliento ajetreado emanaba de su boca. Estaba cansado y golpeado, pero debía reencontrarse con sus compañeros y planear con rapidez la defensa de este ataque, pues no había modo de sobrevivir a la intemperie, con la cantidad de seres sedientos que avanzaban hacia ellos. Y aunque él hubiese hecho de cebo, alejándose, había suficientes vampiros como para que Rangiku, Matarou y Shinji se vieran rodeados.
Pasados unos minutos, Yagari se dejó caer por el barranco. Detrás de sí, la horda de vampiros se avecinaba. Su cuerpo se arrastró sobre la nieve, siendo herido por rocas y ramas secas. La situación no era la más tranquilizante de todas, a decir verdad. Y, de repente, Yagari fue embestido nuevamente por dos vampiros, cayendo unos metros delante de la cueva donde se había ocultado Shinji y donde, se suponía debía estar Rangiku también. Los vampiros aún no los habían visto, y Shinji cubría la boca de Matarou, conteniendo su exaltación. Touga miró en la dirección donde se encontraban, e hizo una señal de que guardasen silencio y preparasen las armas, y su mirada advertía severamente que ni se les ocurriera salir de allí, pues si los vampiros los encontraban, sería mucho más eficaz matarlos desde adentro, donde solo podían atacar por un mismo sitio. Yagari, por su parte, se deshizo de uno de los vampiros golpeándolo en el cráneo con una roca, pero no pudo con el siguiente: sujetó al cazador del abrigo y lo elevó por el aire, arrojándolo más lejos de los suyos, lo cual era beneficioso para que no los vieran y pudieran mantener a Matarou a salvo. Sin embargo, ¿cuánto duraría él siendo su distracción? La nieve helada estaba congelando sus miembros, su rostro, sus sentidos. Los golpes y las heridas, por su parte, hacían lo suyo. ¿Cuánto más podía resistir un hombre? Tal vez mucho, sobretodo cuando se trataba de proteger a alguien. En esos momentos, las personas obtienen fuerza de donde sea. Además, él tenía en su poder el arma que le había robado al líder de ellos, la cual podría otorgar pistas para averiguar qué tramaba la Nueva Asociación. Él no podía morir así como así, habiendo tanto por perder de por medio. Era el momento de librarse, de tomar decisiones arriesgadas, ¿pero cuáles? ¿Qué era lo correcto?
El vampiro que lo había arrojado lejos, clavó en su cuello adormilado por el frío sus letales colmillos. Yagari gruñó, intentando alcanzar el arma de su cinturón con una mano, mientras que con la otra sujetaba al espécimen del cuello, luchando por alejarlo sin obtener la victoria sobre esta batalla sangrienta. ¿Este era el final? No, no podía aceptarlo. A duras penas, logró apuntar con la pistola en la cabeza de aquel ser, más allá de saber que esa bala no lo mataría, pues no era anti-vampiros. Sin embargo, aquel disparo bastó para alejarlo lo suficiente de su cuerpo y, por ende, de su sangre. Touga apoyó ambas manos en la nieve, sosteniendo su cuerpo con ambos brazos. Y, en cuanto intentó levantarse, otro vampiro llegó, pateándolo justo en su abdomen, y obligándolo a arrastrarse sobre la nieve contra su voluntad. Touga miró a aquel ser y descargó las balas que contenía su pistola en él, más allá de no llegar nunca a exterminarlo con aquella munición. Entonces, el vampiro rió, mostrando sus colmillos afilados y sanguinarios. Mientras su cuerpo aguantase, podría darle tiempo a Shinji y a Rangiku para que huyeran, llevando a Matarou a algún sitio donde pudiese estar a salvo. A decir verdad, poco le importaba morir. Desde el incidente del pasado, muy poca era la estima que Touga le tenía a su vida, pero últimamente los deseos de venganza no habían hecho más que enardecer aquella voluntad, pretendiendo mantenerse a respirando bajo cualquier costo. No obstante, ¿lo lograría esta vez?
Había asesinado muchos hombres. Sus manos, como pocas veces había ocurrido -por no decir la única- estaban manchadas completamente por sangre humana y vampírica a la vez. Era increíble pensar aquello en otro tiempo, en otros momentos, donde el pueblo, por más maldito que estuviese, conservaba al menos algo de cordura que impedía que los seres humanos se exterminasen entre ellos. Pero hoy, actualmente, aquello era solo un recuerdo y una utopía. Parecía que cada día la supervivencia llegaba a un nivel más alto, el cual un cazador como él no podía rechazar. Y se encontraba oculto tras el fuerte tronco de un árbol. Podía oír los murmullos al otro lado, en otro árbol cercano, y justo debajo de sus pies se hallaba, a muy pocos metros de altura, el cazador que tenía de rehén a Matarou. Touga se deleitó imaginando el filo de las kriss venenosas. Las movió con cuidado, preparando el blanco y, por supuesto, pretendiendo examinar a los otros dos cazadores que estaban observándolo todo desde allí arriba. Primero debería eliminarlos, y luego conseguiría pelear mano a mano con ese insulso sujeto. Por lo tanto, bordeó el árbol, lento, pausado, letal. Se colocó como una sombra detrás de uno de esos hombres, y para cuando el interlocutor de este lo vio, ya era demasiado tarde. Touga rodeó su cuello con ambas dagas y lo decapitó allí mismo. La sangre emanó, tiñendo la nieve, y su mirada ya era demasiado turbia y sombría como para echarse atrás. En cuanto el otro cazador gritó y vino por él dispuesto a acribillarle, Touga se hizo a un lado, lo sujetó del cuello de su chaqueta y lo estampó contra el tronco del árbol en el cual estaba, golpeando su cabeza sucesivamente contra este. Ya había ensuciado sus dagas durante demasiado tiempo con aquella sucia sangre, incluso más sucia que la de los vampiros. No iba a perder más tiempo cortando carne podrida. El cuerpo cayó y entonces ya creía estar listo para hacer una maniobra peligrosa, pero que sin duda serviría para liberar al niño. No obstante, sus expectativas cambiaron. Cambiaron en cuanto la voz de Rangiku llegó a sus oídos y su pupila tuvo el placer de captar esa imagen.
La expresión de Yagari es indescriptible. La sorpresa que se llevó no posee ningún nombre adecuado con el cual describirla. Tan solo frunció el ceño, con los labios entre abiertos y la mirada más estupefacta y enfurecida que podía asimilar en ese momento las facciones de su rostro. No demoró en hacer una de sus manos en un puño y en tensar la mandíbula, desde luego, para después permitir que toda la ira que contenía su ser aflorara.
- ¡¿QUÉ DEMONIOS ESTÁS HACIENDO?! -gritó con fuerzas desde su posición, casi gruñendo a la cazadora. ¿Acaso estaba loca? ¿Qué mierda se le había pasado por la cabeza? ¿Acaso no recordaba ni una puta palabra de lo que hablaron esa misma mañana? Podían solucionar esto sin sacrificar nada más. Ellos eran cazadores experimentados, al fin y al cabo, entonces, ¿por qué? ¿Por qué tomaba esas medidas tan arriesgadas? Y aquel momento de distracción y furia fue bien aprovechado por el enemigo, desde luego. Yagari ni siquiera lo vio venir. Mientras sus sentidos habían sido absorbidos por la temeraria de Rangiku, un veloz y sanguinario vampiro apareció, embistiéndolo de repente, y obligándolo a caer al suelo junto con él.
La espalda de Touga se estrelló contra la blanca y fría nieve. Por un momento, permitió que su párpado impidiera por completo su visión. La embestida había sido fuerte, y el golpe intenso. Sin embargo, abrió su ojo en el preciso momento, en el cual pudo ver de soslayo la figura del líder de aquel estúpido aquelarre de idiotas. Y, justo detrás de sí, pudo divisar la figura de Matsumoto. Pero antes de que pudiera siquiera decir algo, aunque fuese una burda frase cargada de ironía e insultos, el vampiro que aprisionaba su cuerpo lo sujetó fuertemente del cuello, rasgando su piel lentamente con sus afiladas garras. Touga retenía los temibles colmillos de este presionando sobre su cuello con el lateral izquierdo de su puño cerrado y parte del lado exterior del brazo, mientras se esmeraba por maniobrar la única kriss que le quedaba a su alcance, pues la otra había volado lejos, cerca del líder de sus enemigos. Entre gemidos, intentó recuperarse del golpe, y no entendía cómo no había perdido la consciencia a causa del impacto. De todos modos, su visión demoró un poco hasta acomodarse. No pudo evitar tensar los músculos de su cuerpo y hacer rechinar sus dientes, pues aquel malnacido estaba asfixiándolo. Continuó forcejeando, luchando por esquivar las tempestuosas mordidas que aquel ser arrojaba al aire. Mientras lo retenía con un brazo, intentaba sobreesforzar el otro para poder alcanzar la daga que más cerca de su cuerpo se situaba. Una vez pudo hacerlo, la dirigió directamente al cuello del vampiro, justo en su yugular. La sangre emanó y la criatura gimió. Touga lo lanzó hacia un lado y declaró su victoria atravesándole el corazón con el filo de su arma.
Mientras todo esto acontencía, el líder de aquellos no estaba completamente ajeno a la situación. Aunque le daba la espalda a Touga y se preparaba para recibir a Rangiku, rió con sorna, burlándose de todos ellos, y en especial de Touga.
- Ah, muy bien. Veo que debo presionarte de este modo para que bajes la guardia, Yagari. Qué noble eres, pero vamos, admite que tú también tienes necesidades. Admite que tú, quieras negarlo o no, eres igual que nosotros. No entiendo qué haces siguiendo las órdenes de un borrego muerto. ¿Acaso no te caía mal Damaru? ¿Qué te habrá hecho cambiar de parecer en cuanto a él? Me lo pregunto todos los días... Sin embargo, ya no hay nada que puedas hacer. Uno a uno, me iré haciendo con cada cazador y cada camarada que tengas allí. Hoy le tocará a la delicada Rangiku Matsumoto, ¿verdad, preciosa? -sonrió de lado y no demoró en dirigir hacia el brazo de la chica la mano pecaminosa suya, la cual ella había esquivado momentos antes. La acercó contra su cuerpo, poniendo justo en su oído sus pérfidos labios-. Y será mejor que no intentes nada raro, a menos que quieras a tus amiguitos muertos en menos de dos segundos -siseó. Luego de echarle un vistazo a Shinji y a Matarou, giró levemente su cuerpo hacia Touga-. Y tal vez alguno de ustedes quiera hablarme sobre el nuevo Presidente de la Asociación y dejar en claro todos esos rumores que he oído -aclaró, sonriendo de forma ladina, demasiado seguro-. O de lo contrario... -advirtió, apenas emitió un silbido y los ojos rojos pudieron divisarse en la espesura, contrastando con la blanca nieve y las sombras negras de los árboles, justo detrás del Vicepresidente. Touga apenas quiso mirar hacia atrás. Jadeó, ladeando la cabeza, como quien piensa que ya no pueden joderle más la existencia, y sonrió, sigiloso, mostrando una expresión de auténtica ironía en el rostro. Encima, mientras más oía lo que decía y cuanto más veía los atrevimientos que se estaba tomando con Matsumoto, más le enervaba la sangre, lo cual podía ser bastante positivo para él, y bastante negativo para aquel charlatán.
Yagari miró a Shinji. Desde la distancia que los separaba, le hizo una seña perfectamente visible para alguien que estaba acostumbrado a compartir misiones con él. El cazador, sin dudarlo, asintió y tomó en brazos a Matarou, comenzando a alejarse de la zona de tensión, a la cual en escasos momentos llegarían los vampiros que se avecinaban tras de Touga, preparándose para darse un festín invernal. Shinji comenzó a descender por una especie de barranco, pues conocía esa zona y sabía que allí abajo había una especie de cuevas que se habían formado por el hundimiento de la tierra de esa zona durante el verano pasado. Ya se habían visto favorecidos por esas rústicas instalaciones en misiones anteriores, y sin duda esta vez también podrían valerse de ellas. Mientras Shinji se encargaba de poner a salvo a su hijo, Yagari, por su parte, se encargaría de alejar a Matsumoto de esa bestia y de salvaguardar sus traseros del arsenal de vampiros sedientos que estaban a punto de ser liberados a sus espaldas. Por esa razón, antes que el desertor advirtiera la maniobra de Shinji, Touga se ahorró las palabras venenosas que hubiera deseado arrojarle a ese imbécil para ganar tiempo y efectuar un único movimiento: preparar su puntería y, ahora que estaba solo y no se encontraba rodeado, arrojar la única kriss venenosa que le quedaba a mano, al hombro de aquel sujeto inmundo.
- Esto va por Shinji -murmuró, lo suficientemente alto como para que lo oiga, y de inmediato se echó a correr hacia él, cuando vio que inevitablemente el brazo que aferraba a la joven junto a él descendía, perdiendo sus fuerzas. Touga embistió al traidor en cuanto los crujidos de los árboles le advirtieron que quien fuese que estaba detrás de eso, ya había decidido soltar a las bestias que traían con ellos. Yagari se tensionó, pero no dejó de golpear el rostro de aquel patán con su puño cerrado, clavando su segundo y tercer nudillo sucesivas veces en su quijada y pómulo. La rabia que tenía acumulada -tanto por la aparición de esos malnacidos como por la idiotez que había hecho Rangiku- la estaba descargando de aquel modo, y no iba a cesar hasta acabar con él de la peor de las formas. Le importaba una mierda que toda una legión de vampiros le saltara por la espalda. Ahora que lo tenía bajo su poder, le iba a demostrar del material que estaba hecha la Asociación, la única, la verdadera-. Matsumoto... ¡CORRE! -ordenó, violentamente-. Ve a buscar a Shinji y quédate con él -dictaminó. El otro cazador se encontraba herido y tenía un niño al cual proteger. Sería mejor que ella hiciera lo propio y fuese a auxiliarle, en vez de cometer semejantes estupideses que podrían haber puesto en riesgo no solo su vida, sino la de los otros dos también-. ¡VETE! -gritó de nuevo, en el momento en que golpeaba nuevamente al desertor, levantándolo del cuello de su chaqueta. Lo miró a los ojos con ira y cinismo, negando suavemente con la cabeza-. ¿Quieres información? Yo te diré la información que necesitas saber -murmuró, y lo golpeó de nuevo. El traidor rió suavemente, mientras su labio sangraba con intensidad, y no dudó en devolverle a Touga una muestra de "gratitud" por tan amables tratos.
- ¿Cuánto crees que tú y los tuyos van a durar, eh? Estos aliados que tengo, no durarán en comérselos vivos -espetó con asco, recobrando fuerzas y quedando él sobre el Vicepresidente, comenzando a golpearle ferozmente del mismo modo en que él lo hacía-. ¿No puedes oírlos? Escucha atentamente, porque estarás muertos antes de poder verlos y yo... y yo probablemente también -admitió, debido a que podía sentir aquel veneno de la kriss comenzando a recorrer sus venas-. Pero no moriré aquí solo, como verás, y desde luego que no lo haré primero -declaró, desenfundando un arma y poniéndola justo en la frente de Touga. El cazador pudo advertir que esa no era un arma común y corriente, y desde luego sus balas tampoco. Y no iba a esperar a que tenga la oportunidad de gatillar. Los alaridos de los vampiros descontrolados se oían a su alrededor, y él no pensaba darle el gusto de morir allí, y mucho menos junto a semejante hijo de perra.
- Y esto es por Matsumoto -se limitó a decir, efectuando un brusco movimiento con su brazo, apartando el arma mientras esta disparaba la bala directamente a la corteza de un árbol que yacía a unos metros de ellos. Yagari flexionó la rodilla, consciente de la posición compleja en la que se encontraba, aparentemente en desventaja, pero se las apañó para golpear con toda la fuerza que su cuerpo aún podía emitir la zona pélvica de su contrincante, en el punto justo donde se encuentra la sínfisis púbica, articulación cartilaginosa, que une los huesos de su cadera. El desertor hizo una mueca de dolor, confuso, mirando a Touga extrañado, mientras este, seriamente, le dedicaba una última mirada, pues ya estaba acabado. Como consecuencia del golpe, el desertor no podía mover sus piernas, pues ya no podía caminar. Yagari lo lanzó hacia un lado, y tuvo tiempo, incluso, para arrastrarlo hasta un árbol y retirar la daga de su hombro para, luego, clavarla nuevamente en aquel sitio, solo que esta vez empalando al hombre y dejándolo adherido a la corteza-. Y no creas que esto ha terminado -advirtió, viendo hacia ambos lados, sigiloso y apresurado. Sacó una de aquellas pequeñas dagas que había utilizado antes para asesinar a otros desertores sobre los árboles, y miró fijamente al líder de toda esa mierda. En cuanto iba a hablar, no obstante, un vampiro apareció, atacándolo y provocando que su cuerpo tocara la nieve otra vez. Touga se levantó, pero entonces sintió un increíble ardor en su brazo, junto a un dolor punzante: lo había mordido. Chasqueó la lengua y limpió un hilo de sangre que caía desde su ceja, frunciendo el ceño. Sacó su escopeta y comenzó a disparar, sin miramientos-. Maldición -siseó, y en cuanto vio un respiro, se acercó nuevamente al desertor, levantando su cabeza afiebrada a causa del veneno, sujetándolo violentamente de los cabello y golpeándolo otra vez-. No hay nada que un moribundo como tú deba saber -gruñó y, con velocidad, rasgó la piel de su adversario en la zona del pecho, dejando un mensaje en él: "cortesía de Touga Yagari"; los gritos de dolor inundaban el bosque y, a su vez, Yagari se exponía cada vez más a sus enemigos, con la posibilidad de ser rodeado por vampiros nuevamente. Se apartó del cuerpo agonizante y miró a su alrededor, oyendo cómo los vampiros que una vez creyeron de Nivel E pero que, desde luego, no lo eran, comenzaban a ir por él otra vez. Touga comenzó a correr entre la nieve, mientras el vapor de su aliento ajetreado emanaba de su boca. Estaba cansado y golpeado, pero debía reencontrarse con sus compañeros y planear con rapidez la defensa de este ataque, pues no había modo de sobrevivir a la intemperie, con la cantidad de seres sedientos que avanzaban hacia ellos. Y aunque él hubiese hecho de cebo, alejándose, había suficientes vampiros como para que Rangiku, Matarou y Shinji se vieran rodeados.
Pasados unos minutos, Yagari se dejó caer por el barranco. Detrás de sí, la horda de vampiros se avecinaba. Su cuerpo se arrastró sobre la nieve, siendo herido por rocas y ramas secas. La situación no era la más tranquilizante de todas, a decir verdad. Y, de repente, Yagari fue embestido nuevamente por dos vampiros, cayendo unos metros delante de la cueva donde se había ocultado Shinji y donde, se suponía debía estar Rangiku también. Los vampiros aún no los habían visto, y Shinji cubría la boca de Matarou, conteniendo su exaltación. Touga miró en la dirección donde se encontraban, e hizo una señal de que guardasen silencio y preparasen las armas, y su mirada advertía severamente que ni se les ocurriera salir de allí, pues si los vampiros los encontraban, sería mucho más eficaz matarlos desde adentro, donde solo podían atacar por un mismo sitio. Yagari, por su parte, se deshizo de uno de los vampiros golpeándolo en el cráneo con una roca, pero no pudo con el siguiente: sujetó al cazador del abrigo y lo elevó por el aire, arrojándolo más lejos de los suyos, lo cual era beneficioso para que no los vieran y pudieran mantener a Matarou a salvo. Sin embargo, ¿cuánto duraría él siendo su distracción? La nieve helada estaba congelando sus miembros, su rostro, sus sentidos. Los golpes y las heridas, por su parte, hacían lo suyo. ¿Cuánto más podía resistir un hombre? Tal vez mucho, sobretodo cuando se trataba de proteger a alguien. En esos momentos, las personas obtienen fuerza de donde sea. Además, él tenía en su poder el arma que le había robado al líder de ellos, la cual podría otorgar pistas para averiguar qué tramaba la Nueva Asociación. Él no podía morir así como así, habiendo tanto por perder de por medio. Era el momento de librarse, de tomar decisiones arriesgadas, ¿pero cuáles? ¿Qué era lo correcto?
El vampiro que lo había arrojado lejos, clavó en su cuello adormilado por el frío sus letales colmillos. Yagari gruñó, intentando alcanzar el arma de su cinturón con una mano, mientras que con la otra sujetaba al espécimen del cuello, luchando por alejarlo sin obtener la victoria sobre esta batalla sangrienta. ¿Este era el final? No, no podía aceptarlo. A duras penas, logró apuntar con la pistola en la cabeza de aquel ser, más allá de saber que esa bala no lo mataría, pues no era anti-vampiros. Sin embargo, aquel disparo bastó para alejarlo lo suficiente de su cuerpo y, por ende, de su sangre. Touga apoyó ambas manos en la nieve, sosteniendo su cuerpo con ambos brazos. Y, en cuanto intentó levantarse, otro vampiro llegó, pateándolo justo en su abdomen, y obligándolo a arrastrarse sobre la nieve contra su voluntad. Touga miró a aquel ser y descargó las balas que contenía su pistola en él, más allá de no llegar nunca a exterminarlo con aquella munición. Entonces, el vampiro rió, mostrando sus colmillos afilados y sanguinarios. Mientras su cuerpo aguantase, podría darle tiempo a Shinji y a Rangiku para que huyeran, llevando a Matarou a algún sitio donde pudiese estar a salvo. A decir verdad, poco le importaba morir. Desde el incidente del pasado, muy poca era la estima que Touga le tenía a su vida, pero últimamente los deseos de venganza no habían hecho más que enardecer aquella voluntad, pretendiendo mantenerse a respirando bajo cualquier costo. No obstante, ¿lo lograría esta vez?
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- Yagari Touga
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Re: Bosque
Clavé mis ojos en la imagen de Shinji y Matarou, quienes por un momento se habían fundido en un abrazo. El pequeño había parado de llorar por fin, pero su carita reflejaba auténtico pánico ante la situación. Shinji estaba pálido tanto por la tensión como por la pérdida de sangre que le ocasionaba la herida del hombro, pero a la vez en su rostro había un rastro de alivio al tener a su hijo entre sus brazos, sano y salvo. Pero aquel rastro desapareció al volver sus ojos hacia mí. Me miró entre furioso y preocupado, a lo que yo le respondí con una mirada neutra. Matarou me miró con sus ojitos cargados de pena -Onee-chan...- Murmuró. Le dediqué una suave sonrisa, tratando de que comprendiese que no tenía que preocuparse. Escuché el grito de Yagari, y al volver el rostro hacia él pude ver aquella expresión de furia. Apreté levemente los labios, pero no reaccioné de ninguna otra manera. Las miradas de ambos cazadores me atravesaban más que cualquiera de las armas que pudieran usar contra mí los desertores. Ya luego escucharía con sumisión todo lo que quisieran reprocharme, todo lo que quisieran insultarme, estrangularme, lo que se les pasase por la cabeza como reprimenda por lo lanzada que era. Y sí, contaba con que lo harían luego; ni un muerto más. No más sangre de mis compañeros derramada. No quería ver a nadie más tener que derramar más lágrimas. Una exclamación de horror se formó en mi rostro al ver que a Yagari lo embestía un vampiro aprovechándose de su distracción.-¡NO!- Quise correr, pero el brazo del desertor ya me mantenía sujeta. Observé a aquel vampiro totalmente desconcertada, ¿qué era? ¿Un Nivel E? Estaba igual de desquiciado que uno, sin embargo, no parecía buscar la sangre del cazador. Atacaba igual que un perro de caza, buscando simplemente abatir a la presa siguiendo las órdenes de su amo. ¿Podría ser posible que fueran el resultado de experimentos llevados a cabo por los desertores? ¿Hasta qué punto se habían atrevido a llegar?
Notaba mi respiración cada vez más agitada. No había contado con la reacción del cazador, y mucho menos con el que tuviesen a esos extraños vampiros como armas. ¿Por qué había tenido que acudir? ¿Por qué se había dejado ver? Cada uno había ido tomando sus decisiones de forma paralela al otro. Y aquel había sido el resultado. Una mueca de asco se formó en mi rostro cuando el desertor me acercó a él y sentí sus labios tan cerca de mi oído. Escuché sus palabras temblando de ira, tratando de calmarme para poder evitar el cometer más errores. Con un gesto totalmente despreciativo, giré la cabeza, apartando mi oído de su alcance. -Asqueroso.- Mascullé. Le escuché silbar y pude ver cómo una horda de ojos rojos comenzaban a aparecer entre la maleza. Me revolví, furiosa, cuando aquel asqueroso comenzó a pasarse de la raya. Rió estruendosamente ante la expresión de profundo odio que se había formado en mi rostro al notar aquellas manos indeseables. Agradecía conservar a Kazeshini a la espalda; al menos era algo que me separaba del repugnante contacto con su cuerpo. ¿Cómo podía haber permitido aquel tipo que conservase mi arma? Lo primero que se hacía cuando se retenía a alguien era desarmarlo. Lo único que me demostró con aquello fue lo mismo que Shinji había dicho hacía poco; todos los desertores estaban mal de la cabeza. No podía demorarme más. Dejé resbalar un poco el katar por la manga, aprovechando que tenía el brazo hacia abajo y la mano fuera del alcance del desertor. La punta del arma dio contra mis dedos, completamente helada, tan afilada que temí durante unos instantes el cortarme y delatar mis intenciones. La atención del desertor estaba completamente sobre Yagari. Era el momento que había estado buscando, una distracción, un momento de vacilación... Cualquier situación que me permitiese pillarlo por sorpresa. Aquellas heridas que tenía Yagari a causa del ataque de aquel vampiro eran por mi culpa, y no pensaba quedarme sin hacer nada al respecto.
De soslayo, observé cómo Shinji cogía en brazos a Matarou y echaba a correr. ''Alejaos... Alejaos, rápido. Saca a Matarou de aquí...'' Los vampiros comenzaban a cercarnos. Cada vez estaban más cerca, avanzando sigilosos, con aquellos horribles ojos rojos... Pero, ¿realmente se les podía considerar vampiros a esos seres? No eran ni siquiera Niveles E. Por un momento, fugaces, las imágenes de Blade y de Rido aparecieron en mi mente, y no pude evitar compararlas con aquellas siluetas que se acercaban cada vez más. ¿Cómo podía haber tantísima diferencia entre seres de la misma raza? Todos los vampiros que había conocido hasta ahora tenían un halo de elegancia y belleza que les rodeaba, incluso los humanos mordidos, antes de caer al Nivel E, parecían poseer aquella misma naturaleza. Pero aquellos seres eran completamente animales salvajes. Miré cómo Shinji se perdía tras un barranco y dejé mis ojos clavados allí durante un instante, observando cómo padre e hijo habían conseguido ponerse a salvo. Con sorpresa, noté cómo el cuerpo del desertor se arqueaba y dejaba escapar un alarido de dolor. Miré hacia atrás y vi que tenía una especie de daga clavada sobre su hombro, lo que hizo que aflojase el brazo con el que me mantenía sujeta. Con un brillo triunfante en los ojos, dejé resbalar el katar hasta que descendió del todo por mi mano, pero tuve que apartarme para no verme arrastrada por la embestida de Yagari. Me volví hacia ellos, dudando un instante. La expresión que mostraba el cazador me asustaba. Escuché su orden y sentí que se me volvía a formar el nudo en la garganta. Me quedé un instante allí parada, con el katar en la mano y los ojos desencajados, observando la escena. ¿Cómo podía pedirme que lo dejase allí solo con los desertores y aquel puñado de intentos de vampiro? Apreté los labios, dispuesta a protestar, pero un nuevo grito por su parte me arrebató todas las intenciones de rebeldía que pudiese mostrar. Asentí rápidamente y me di la vuelta, echando a correr en la misma dirección en la que lo había hecho Shinji momentos antes. Corrí sin mirar atrás, rápida, ágil, como alma que lleva el diablo. Sorteé raíces traicioneras, piedras, zonas donde la nieve eran más profunda de lo que parecía. Por el camino me encontré con varios cuerpos de desertores, y, como bien había aprendido de los juegos, me agaché sin dudarlo un instante. Un cadáver podía dar mucho de sí. Rebusqué con rapidez en varios de ellos y conseguí una pistola y un par de dagas. Más no podría llevar conmigo. Me paré un instante al borde del barranco, mirando hacia abajo. Me gustaban las alturas, pero para disfrutarlas con tranquilidad, no para cuando huía a la desesperada y corría el riesgo de abrirme la cabeza. Tragué saliva y, con cuidado de no despeñarme, me agarré a los salientes y comencé a descender con agilidad a pesar de tener el cuerpo entumecido por el frío. Echaba de menos mi abrigo, el cual le había dejado a Matarou. Algo bueno tenía que tener el ser de constitución pequeña; mi cuerpo a penas pesaba a pesar de las armas con las que cargaba, y me había dedicado a perfeccionar aquella habilidad casi felina desde que entré en aquel trabajo, a sabiendas de que podía ser mi carta de triunfo en más de una ocasión.
Cuando estuve a menos de dos metros del suelo me solté, cayendo agachada sobre la nieve. Noté que temblaba de frío a pesar de todo lo que había corrido y de que la ventisca había amainado. Sin pensarlo dos veces, eché a correr por el lugar, buscando desesperadamente las huellas de Shinji. Como buen experto, había conseguido ocultar sus huellas; pero no el rastro de sangre que iba dejando su herida. Lo seguí y los encontré en unas extrañas cuevas, no muy profundas. El cazador se volvió hacia la entrada de la cueva, sobresaltado al oír a alguien entrar. Apuntó con la pistola hacia mí, pero cuando me reconoció la bajo junto con una mueca de dolor a causa de su hombro. Matarou estaba sentado en un rincón, temblando de miedo y de frío, con mi chaqueta por los hombros. Shinji enfundó el arma y, sin pensárselo dos veces, se dirigió hacia mí y me agarró de ambos hombros.- ¡¿SE PUEDE SABER EN QUÉ PENSABAS?!- Me sacudió sin contemplaciones, a lo que le respondí con enfado, todo lo brusca que me permitió lo entumecida que me sentía.- Maldita sea, Shinji, ¡pensaba en tu hijo! ¡Pensaba en todos! Pensaba en que podría funcionar lo que planeaba...- El hombre me miró, furioso, tratando de contenerse. Pero no pudo.- ¡¿EN TODOS?! ¡¿Y ASÍ PENSABAS ARREGLARLO TODO?! ¡¿ENTREGÁNDOTE AL ENEMIGO?!- Sentí que el cuerpo se me tensaba del enfado.- ¡¿HAS VISTO CÓMO HA ACABADO YAGARI?! -El estómago me dio un vuelco. Aquello era hurgar en la herida. Apreté los puños ante aquellas palabras.- Estás herido y ya a penas puedes mover ese brazo. Estábamos cercados y no podíamos hacerle nada a ese malnacido. Y entregarme me ofrecía la oportunidad de acercarme a aquel tipo lo suficiente como para herirlo, además de alejar a tu hijo de él.- Con la cabeza agachada y la mirada sombría, saqué el katar y se lo mostré. El cazador observó el arma, sorprendido.- Deberías estar más pendiente de tu alrededor. No me costó nada quitártelo.- Añadí, con voz ahogada, para luego volver a guardar el arma. No se la iba a devolver todavía. Me dirigí al fondo de la cueva, hacia Matarou. Lo abracé, completamente seria.- ¿Estás bien...? ¿Te han hecho algo?- Le acaricié el pelo mientras me miraba con expresión culpable y los ojitos húmedos.-Rangiku-onee-chan...- Le volví a sonreír débilmente.- Vamos vamos, no me mires así... Es todo culpa mía, tonto.- Shinji se acercó por detrás mía y colocó una mano sobre mi hombro.-Rangiku... estás helada...- Su tono de voz se había suavizado considerablemente. Sonreí con tristeza cuando Matarou se me abrazó y enterró la carita en mi hombro, asustado.-Onee-chan... Tienes frío...Te vas a resfriar...-Murmuró. Era consciente de que estaba casi al borde de comenzar a caer en la hipotermia, pero la carrera de antes había conseguido reavivar un poco mi sangre. Matarou se separó de mí en silencio y se sentó en su sitio, obediente. Como hijo de cazador comprendía la situación en la que estábamos, y sabía cómo actuar.- Matarou... ¿qué ha pasado con tu tía?- Me atreví a preguntarle, temiendo la respuesta. El chico me miró durante un instante antes de responder.- La golpearon y la dejaron en el suelo del salón...- Calló y miró hacia abajo, con los mofletes hinchados. Le sonreí, notando tirantez en la cara a causa del frío.- No importa, Matarou... Estará bien. Cuando volváis a casa tienes que cuidar mucho de ella y del cabezota de tu padre, ¿vale?- Repuse con suavidad. Shinji me obligó a volverme hacia él, a lo que obedecí con desgana.- Rangiku, tienes los labios morados.- Me echó su abrigo por encima, lo que mi cuerpo agradeció con un escalofrío.- Si no te ha matado ese bastardo, lo hará el frío como sigas así.- Durante un instante, cerré los ojos y me refugié en el calor de la prenda. Pero no podía perder el tiempo. Noté que Matarou me tendía mi chaqueta.- Te vas a resfriar.- Repitió. Le sonreí, agradecida, tomando la chaqueta de sus manos y sustituyéndola por el abrigo de Shinji. Ahora que el cazador se había quitado el abrigo, la herida estaba completamente al descubierto. Me dirigí hacia él y le hice sentarse, sacando de la funda de Kazeshini una venda.- Hay que cubrirte esa herida... Das muchas pistas sobre vuestro paradero.- Sonreí.- ¿Cómo piensas si no que os había encontrado? Vas dejando sangre por doquier.- Medio bromeé. Con calma y cuidado, vendé la herida sin quitarle la postilla de sangre que se había ido formando.- Deberías ir al hospital cuando salgáis del bosque.- Repuse. El cazador me dirigió una mirada dura.- ¿Salgáis?- Repitió.- De eso nada, Rangiku. Tú te vienes con nosotros.- Negué con la cabeza mientras continuaba con mi tarea.- Yo saldré luego. Por ahora, preocúpate de sacar a Matarou de aquí.- Terminé de vendarle la herida y le ayudé a ponerse el abrigo. Le tendí una de las dagas que había conseguido de uno de los cadáveres de los desertores, la cual cogió sin rechistar. No creía que necesitase explicarle nada. Con una sonrisa triste, lo abracé, para hacer lo propio con Matarou también. A la entrada de la cueva nos paramos.- Espero saber de ti antes de que amanezca, Matsumoto.- Dijo Shinji, cogiendo a su hijo en brazos y dirigiéndome una última mirada.- Descuida.- Contesté. Los observé marcharse con rapidez, buscando los sitios más recónditos, con cuidado de no dejar huellas. La sangre de Shinji ya no se derramaba delatando su camino. Ya podía quedarme tranquila por su parte.
Recogí el pañuelo lleno de sangre de antes y salí de allí. Manché varias zonas totalmente opuestas a la dirección que había tomado mi amigo para huir, para que aquellos extraños vampiros confundiesen el olor de la sangre y se perdiesen. Tiré el pañuelo cerca de un árbol bastante lejano al camino por el que iban. Al menos, con eso, podrían conseguir algo de tiempo para llegar al pueblo. Exhalé mi aliento sobre mis manos, completamente heladas, tratando de calentarlas mientras andaba. Eché a andar hacia el barranco, para acabar viendo a Yagari rodeado de vampiros desquiciados. ¿Cuándo había llegado? Por lo que parecía, había rodado barranco abajo. Tenía que haber ocurrido mientras me dedicaba a dejar rastros falsos por el lugar, pues parecía que ya llevaba algo de rato allí. Y no parecía poder aguantar mucho más. Solté las correas de Kazeshini y corrí hacia ellos, silenciosa. La oscuridad de la noche y el olor a sangre se habían convertido en mis aliados. Una de las hojas del arma describió un giro completo en el aire invernal, dejando ver un leve destello antes de clavarse por la espalda de uno de esos vampiros y atravesarlo por completo. La bestia se convirtió en cenizas al poco. Di un fuerte tirón de la cadena que unía ambas guadañas y recuperé la que había lanzado, preparada para recibir el ataque. Por lo que parecía, la pistola con la que se estaba defendiendo Yagari era un arma normal y corriente, por lo que no tenía el efecto deseado en aquellos monstruos. ¿Cuántos podía haber? No me entretuve en contarlos, y me lancé como un suspiro entre ellos. La guadaña izquierda viró en el aire y le arrancó la cabeza a uno. La derecha hizo lo suyo con otro, dando un profundo tajo en el vientre de otro. Aquellos ojos rojos, tan furiosos... ¿Cómo era que no sentía miedo en aquel momento? Giré y detuve las garras de otro con la guadaña izquierda, en silencio, para degollarlo con la derecha. En cuanto tuve una oportunidad, le lancé a Yagari la pistola que había conseguido del cadáver. Saqué la daga y se la lancé a la cara a otro que se acercaba al cazador. Lancé la guadaña izquierda hacia la cabeza de otro, el cual la recibió de lleno. El vaho se escapaba, cada vez más escaso, entre mis labios helados, entreabiertos por la respiración agitada.
Y así seguí hasta que en aquel lugar lo único que quedó de la existencia de aquellos seres era un rastro de cenizas.
Y llegarían más si no nos movíamos de allí. Guardé a Kazeshini en su lugar mientras observaba preocupada el borde del precipicio, casi esperando a que llegasen más de aquellas bestias. Me acerqué al cazador y observé, con un nudo en el estómago, el estado que presentaba. Tenía unas heridas horribles en el abdomen, mordeduras y arañados por todos lados. La sangre se escapaba poco a poco del cuerpo del Vicepresidente, por no decir la vida. Me paré delante suya y le tendí hacia él una mano, seria. Sin esperar a que aceptase o no la ayuda, lo agarré del antebrazo sin miramientos y tiré con todas mis fuerzas de él, obligándole a levantarse. ¿Cómo había podido levantarlo con la poca fuerza que tenía y lo grande que era en comparación a mí? Pues por la misma razón que aquella mañana con Kurofuji; puro genio. Pasé su brazo por encima de mis hombros, sosteniéndole hasta que me aseguré de que podía estar bien de pie. Lo solté y le tendí la otra daga que había conseguido.- Si no sobrevive y no sale de aquí no podrá echarme la bronca por lo de antes, sancionarme, expulsarme de la Asociación, matarme... Lo que más le placa.- Solté, pero, a pesar del carácter bromista del comentario, en mi tono de voz no había ni rastro de broma. Estaba pálida, cansada, helada e, increíblemente, sin heridas importantes. Le dirigí una última mirada al borde del barranco para comprobar que seguían sin aparecer más vampiros, esperando su reacción, fuera la que fuese. En mi rostro, normalmente alegre o despreocupado, ahora lo único que se percibía era cansancio, preocupación y rastros de sufrimiento. El cuerpo se me volvía a entumecer por el frío, no me extrañaba que volviese a tener los labios casi morados de nuevo. Al menos esperaba que aquella noche no nos trajese más sorpresas desagradables.
¿O acaso había algo más preparado?
Notaba mi respiración cada vez más agitada. No había contado con la reacción del cazador, y mucho menos con el que tuviesen a esos extraños vampiros como armas. ¿Por qué había tenido que acudir? ¿Por qué se había dejado ver? Cada uno había ido tomando sus decisiones de forma paralela al otro. Y aquel había sido el resultado. Una mueca de asco se formó en mi rostro cuando el desertor me acercó a él y sentí sus labios tan cerca de mi oído. Escuché sus palabras temblando de ira, tratando de calmarme para poder evitar el cometer más errores. Con un gesto totalmente despreciativo, giré la cabeza, apartando mi oído de su alcance. -Asqueroso.- Mascullé. Le escuché silbar y pude ver cómo una horda de ojos rojos comenzaban a aparecer entre la maleza. Me revolví, furiosa, cuando aquel asqueroso comenzó a pasarse de la raya. Rió estruendosamente ante la expresión de profundo odio que se había formado en mi rostro al notar aquellas manos indeseables. Agradecía conservar a Kazeshini a la espalda; al menos era algo que me separaba del repugnante contacto con su cuerpo. ¿Cómo podía haber permitido aquel tipo que conservase mi arma? Lo primero que se hacía cuando se retenía a alguien era desarmarlo. Lo único que me demostró con aquello fue lo mismo que Shinji había dicho hacía poco; todos los desertores estaban mal de la cabeza. No podía demorarme más. Dejé resbalar un poco el katar por la manga, aprovechando que tenía el brazo hacia abajo y la mano fuera del alcance del desertor. La punta del arma dio contra mis dedos, completamente helada, tan afilada que temí durante unos instantes el cortarme y delatar mis intenciones. La atención del desertor estaba completamente sobre Yagari. Era el momento que había estado buscando, una distracción, un momento de vacilación... Cualquier situación que me permitiese pillarlo por sorpresa. Aquellas heridas que tenía Yagari a causa del ataque de aquel vampiro eran por mi culpa, y no pensaba quedarme sin hacer nada al respecto.
De soslayo, observé cómo Shinji cogía en brazos a Matarou y echaba a correr. ''Alejaos... Alejaos, rápido. Saca a Matarou de aquí...'' Los vampiros comenzaban a cercarnos. Cada vez estaban más cerca, avanzando sigilosos, con aquellos horribles ojos rojos... Pero, ¿realmente se les podía considerar vampiros a esos seres? No eran ni siquiera Niveles E. Por un momento, fugaces, las imágenes de Blade y de Rido aparecieron en mi mente, y no pude evitar compararlas con aquellas siluetas que se acercaban cada vez más. ¿Cómo podía haber tantísima diferencia entre seres de la misma raza? Todos los vampiros que había conocido hasta ahora tenían un halo de elegancia y belleza que les rodeaba, incluso los humanos mordidos, antes de caer al Nivel E, parecían poseer aquella misma naturaleza. Pero aquellos seres eran completamente animales salvajes. Miré cómo Shinji se perdía tras un barranco y dejé mis ojos clavados allí durante un instante, observando cómo padre e hijo habían conseguido ponerse a salvo. Con sorpresa, noté cómo el cuerpo del desertor se arqueaba y dejaba escapar un alarido de dolor. Miré hacia atrás y vi que tenía una especie de daga clavada sobre su hombro, lo que hizo que aflojase el brazo con el que me mantenía sujeta. Con un brillo triunfante en los ojos, dejé resbalar el katar hasta que descendió del todo por mi mano, pero tuve que apartarme para no verme arrastrada por la embestida de Yagari. Me volví hacia ellos, dudando un instante. La expresión que mostraba el cazador me asustaba. Escuché su orden y sentí que se me volvía a formar el nudo en la garganta. Me quedé un instante allí parada, con el katar en la mano y los ojos desencajados, observando la escena. ¿Cómo podía pedirme que lo dejase allí solo con los desertores y aquel puñado de intentos de vampiro? Apreté los labios, dispuesta a protestar, pero un nuevo grito por su parte me arrebató todas las intenciones de rebeldía que pudiese mostrar. Asentí rápidamente y me di la vuelta, echando a correr en la misma dirección en la que lo había hecho Shinji momentos antes. Corrí sin mirar atrás, rápida, ágil, como alma que lleva el diablo. Sorteé raíces traicioneras, piedras, zonas donde la nieve eran más profunda de lo que parecía. Por el camino me encontré con varios cuerpos de desertores, y, como bien había aprendido de los juegos, me agaché sin dudarlo un instante. Un cadáver podía dar mucho de sí. Rebusqué con rapidez en varios de ellos y conseguí una pistola y un par de dagas. Más no podría llevar conmigo. Me paré un instante al borde del barranco, mirando hacia abajo. Me gustaban las alturas, pero para disfrutarlas con tranquilidad, no para cuando huía a la desesperada y corría el riesgo de abrirme la cabeza. Tragué saliva y, con cuidado de no despeñarme, me agarré a los salientes y comencé a descender con agilidad a pesar de tener el cuerpo entumecido por el frío. Echaba de menos mi abrigo, el cual le había dejado a Matarou. Algo bueno tenía que tener el ser de constitución pequeña; mi cuerpo a penas pesaba a pesar de las armas con las que cargaba, y me había dedicado a perfeccionar aquella habilidad casi felina desde que entré en aquel trabajo, a sabiendas de que podía ser mi carta de triunfo en más de una ocasión.
Cuando estuve a menos de dos metros del suelo me solté, cayendo agachada sobre la nieve. Noté que temblaba de frío a pesar de todo lo que había corrido y de que la ventisca había amainado. Sin pensarlo dos veces, eché a correr por el lugar, buscando desesperadamente las huellas de Shinji. Como buen experto, había conseguido ocultar sus huellas; pero no el rastro de sangre que iba dejando su herida. Lo seguí y los encontré en unas extrañas cuevas, no muy profundas. El cazador se volvió hacia la entrada de la cueva, sobresaltado al oír a alguien entrar. Apuntó con la pistola hacia mí, pero cuando me reconoció la bajo junto con una mueca de dolor a causa de su hombro. Matarou estaba sentado en un rincón, temblando de miedo y de frío, con mi chaqueta por los hombros. Shinji enfundó el arma y, sin pensárselo dos veces, se dirigió hacia mí y me agarró de ambos hombros.- ¡¿SE PUEDE SABER EN QUÉ PENSABAS?!- Me sacudió sin contemplaciones, a lo que le respondí con enfado, todo lo brusca que me permitió lo entumecida que me sentía.- Maldita sea, Shinji, ¡pensaba en tu hijo! ¡Pensaba en todos! Pensaba en que podría funcionar lo que planeaba...- El hombre me miró, furioso, tratando de contenerse. Pero no pudo.- ¡¿EN TODOS?! ¡¿Y ASÍ PENSABAS ARREGLARLO TODO?! ¡¿ENTREGÁNDOTE AL ENEMIGO?!- Sentí que el cuerpo se me tensaba del enfado.- ¡¿HAS VISTO CÓMO HA ACABADO YAGARI?! -El estómago me dio un vuelco. Aquello era hurgar en la herida. Apreté los puños ante aquellas palabras.- Estás herido y ya a penas puedes mover ese brazo. Estábamos cercados y no podíamos hacerle nada a ese malnacido. Y entregarme me ofrecía la oportunidad de acercarme a aquel tipo lo suficiente como para herirlo, además de alejar a tu hijo de él.- Con la cabeza agachada y la mirada sombría, saqué el katar y se lo mostré. El cazador observó el arma, sorprendido.- Deberías estar más pendiente de tu alrededor. No me costó nada quitártelo.- Añadí, con voz ahogada, para luego volver a guardar el arma. No se la iba a devolver todavía. Me dirigí al fondo de la cueva, hacia Matarou. Lo abracé, completamente seria.- ¿Estás bien...? ¿Te han hecho algo?- Le acaricié el pelo mientras me miraba con expresión culpable y los ojitos húmedos.-Rangiku-onee-chan...- Le volví a sonreír débilmente.- Vamos vamos, no me mires así... Es todo culpa mía, tonto.- Shinji se acercó por detrás mía y colocó una mano sobre mi hombro.-Rangiku... estás helada...- Su tono de voz se había suavizado considerablemente. Sonreí con tristeza cuando Matarou se me abrazó y enterró la carita en mi hombro, asustado.-Onee-chan... Tienes frío...Te vas a resfriar...-Murmuró. Era consciente de que estaba casi al borde de comenzar a caer en la hipotermia, pero la carrera de antes había conseguido reavivar un poco mi sangre. Matarou se separó de mí en silencio y se sentó en su sitio, obediente. Como hijo de cazador comprendía la situación en la que estábamos, y sabía cómo actuar.- Matarou... ¿qué ha pasado con tu tía?- Me atreví a preguntarle, temiendo la respuesta. El chico me miró durante un instante antes de responder.- La golpearon y la dejaron en el suelo del salón...- Calló y miró hacia abajo, con los mofletes hinchados. Le sonreí, notando tirantez en la cara a causa del frío.- No importa, Matarou... Estará bien. Cuando volváis a casa tienes que cuidar mucho de ella y del cabezota de tu padre, ¿vale?- Repuse con suavidad. Shinji me obligó a volverme hacia él, a lo que obedecí con desgana.- Rangiku, tienes los labios morados.- Me echó su abrigo por encima, lo que mi cuerpo agradeció con un escalofrío.- Si no te ha matado ese bastardo, lo hará el frío como sigas así.- Durante un instante, cerré los ojos y me refugié en el calor de la prenda. Pero no podía perder el tiempo. Noté que Matarou me tendía mi chaqueta.- Te vas a resfriar.- Repitió. Le sonreí, agradecida, tomando la chaqueta de sus manos y sustituyéndola por el abrigo de Shinji. Ahora que el cazador se había quitado el abrigo, la herida estaba completamente al descubierto. Me dirigí hacia él y le hice sentarse, sacando de la funda de Kazeshini una venda.- Hay que cubrirte esa herida... Das muchas pistas sobre vuestro paradero.- Sonreí.- ¿Cómo piensas si no que os había encontrado? Vas dejando sangre por doquier.- Medio bromeé. Con calma y cuidado, vendé la herida sin quitarle la postilla de sangre que se había ido formando.- Deberías ir al hospital cuando salgáis del bosque.- Repuse. El cazador me dirigió una mirada dura.- ¿Salgáis?- Repitió.- De eso nada, Rangiku. Tú te vienes con nosotros.- Negué con la cabeza mientras continuaba con mi tarea.- Yo saldré luego. Por ahora, preocúpate de sacar a Matarou de aquí.- Terminé de vendarle la herida y le ayudé a ponerse el abrigo. Le tendí una de las dagas que había conseguido de uno de los cadáveres de los desertores, la cual cogió sin rechistar. No creía que necesitase explicarle nada. Con una sonrisa triste, lo abracé, para hacer lo propio con Matarou también. A la entrada de la cueva nos paramos.- Espero saber de ti antes de que amanezca, Matsumoto.- Dijo Shinji, cogiendo a su hijo en brazos y dirigiéndome una última mirada.- Descuida.- Contesté. Los observé marcharse con rapidez, buscando los sitios más recónditos, con cuidado de no dejar huellas. La sangre de Shinji ya no se derramaba delatando su camino. Ya podía quedarme tranquila por su parte.
Recogí el pañuelo lleno de sangre de antes y salí de allí. Manché varias zonas totalmente opuestas a la dirección que había tomado mi amigo para huir, para que aquellos extraños vampiros confundiesen el olor de la sangre y se perdiesen. Tiré el pañuelo cerca de un árbol bastante lejano al camino por el que iban. Al menos, con eso, podrían conseguir algo de tiempo para llegar al pueblo. Exhalé mi aliento sobre mis manos, completamente heladas, tratando de calentarlas mientras andaba. Eché a andar hacia el barranco, para acabar viendo a Yagari rodeado de vampiros desquiciados. ¿Cuándo había llegado? Por lo que parecía, había rodado barranco abajo. Tenía que haber ocurrido mientras me dedicaba a dejar rastros falsos por el lugar, pues parecía que ya llevaba algo de rato allí. Y no parecía poder aguantar mucho más. Solté las correas de Kazeshini y corrí hacia ellos, silenciosa. La oscuridad de la noche y el olor a sangre se habían convertido en mis aliados. Una de las hojas del arma describió un giro completo en el aire invernal, dejando ver un leve destello antes de clavarse por la espalda de uno de esos vampiros y atravesarlo por completo. La bestia se convirtió en cenizas al poco. Di un fuerte tirón de la cadena que unía ambas guadañas y recuperé la que había lanzado, preparada para recibir el ataque. Por lo que parecía, la pistola con la que se estaba defendiendo Yagari era un arma normal y corriente, por lo que no tenía el efecto deseado en aquellos monstruos. ¿Cuántos podía haber? No me entretuve en contarlos, y me lancé como un suspiro entre ellos. La guadaña izquierda viró en el aire y le arrancó la cabeza a uno. La derecha hizo lo suyo con otro, dando un profundo tajo en el vientre de otro. Aquellos ojos rojos, tan furiosos... ¿Cómo era que no sentía miedo en aquel momento? Giré y detuve las garras de otro con la guadaña izquierda, en silencio, para degollarlo con la derecha. En cuanto tuve una oportunidad, le lancé a Yagari la pistola que había conseguido del cadáver. Saqué la daga y se la lancé a la cara a otro que se acercaba al cazador. Lancé la guadaña izquierda hacia la cabeza de otro, el cual la recibió de lleno. El vaho se escapaba, cada vez más escaso, entre mis labios helados, entreabiertos por la respiración agitada.
Y así seguí hasta que en aquel lugar lo único que quedó de la existencia de aquellos seres era un rastro de cenizas.
Y llegarían más si no nos movíamos de allí. Guardé a Kazeshini en su lugar mientras observaba preocupada el borde del precipicio, casi esperando a que llegasen más de aquellas bestias. Me acerqué al cazador y observé, con un nudo en el estómago, el estado que presentaba. Tenía unas heridas horribles en el abdomen, mordeduras y arañados por todos lados. La sangre se escapaba poco a poco del cuerpo del Vicepresidente, por no decir la vida. Me paré delante suya y le tendí hacia él una mano, seria. Sin esperar a que aceptase o no la ayuda, lo agarré del antebrazo sin miramientos y tiré con todas mis fuerzas de él, obligándole a levantarse. ¿Cómo había podido levantarlo con la poca fuerza que tenía y lo grande que era en comparación a mí? Pues por la misma razón que aquella mañana con Kurofuji; puro genio. Pasé su brazo por encima de mis hombros, sosteniéndole hasta que me aseguré de que podía estar bien de pie. Lo solté y le tendí la otra daga que había conseguido.- Si no sobrevive y no sale de aquí no podrá echarme la bronca por lo de antes, sancionarme, expulsarme de la Asociación, matarme... Lo que más le placa.- Solté, pero, a pesar del carácter bromista del comentario, en mi tono de voz no había ni rastro de broma. Estaba pálida, cansada, helada e, increíblemente, sin heridas importantes. Le dirigí una última mirada al borde del barranco para comprobar que seguían sin aparecer más vampiros, esperando su reacción, fuera la que fuese. En mi rostro, normalmente alegre o despreocupado, ahora lo único que se percibía era cansancio, preocupación y rastros de sufrimiento. El cuerpo se me volvía a entumecer por el frío, no me extrañaba que volviese a tener los labios casi morados de nuevo. Al menos esperaba que aquella noche no nos trajese más sorpresas desagradables.
¿O acaso había algo más preparado?
- Rangiku Matsumoto
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Re: Bosque
Mientras él se encontraba en el suelo, intentando derribar a aquel vampiro sin obtener buenos resultados, pudo ver de soslayo cómo, en la lejanía, dos siluetas se alejaban: una pertenecía a un hombre adulto, la otra a un niño. Yagari cerró su ojo, respirando casi aliviado a pesar de que recibió justo en la quijada un fuerte golpe de puño, que casi consiguió adormilarlo. No importaba. Mientras Shinji sacara a su hijo de este horrible lugar, todo estaría bien. Pero... ¿Y Matsumoto? ¿Qué había con ella? Touga abrió su ojo otra vez, para observar esta vez cómo el vampiro se abalanzaba sobre él, listo para concluir lo que su compañero sediento había comenzado. Sin embargo, Touga se las apañó para golpearle y alejarle, mientras intentaba ponerse de pie y luchaba por no resbalar en la nieve. Si tan solo alcanzara una de esas cuevas, si tan solo llegara a ellas, aplicaría aquella táctica espartana que tan bien les sirvió a los soldados griegos, eliminando uno por uno a todos los adversarios. No obstante, no llegó a alcanzar ninguna. Recibió otro golpe y cayó. Luego, una patada en el estómago. Touga tosió y escupió algo de sangre, pero no dejó de mirar con desprecio a aquel vampiro. Iba a ir por el todo, o por la nada. Ya no quedaba más tiempo para perder. Y justo cuando iba a levantarse para embestir a aquel monstruo, su pupila divisó aquel brillo tenaz.
Ágil como un venado y letal como un león. Rangiku había aparecido quién sabe de dónde, pero había logrado transformar su cuerpo en alguna especie de leopardo. La rapidez y agilidad con la cual se movían podrían haber sido motivo de premio y ascenso en cualquier otra circunstancia, pero actualmente Yagari no solo estaba a punto de morir congelado y desangrado, sino que también estaba lo suficientemente enfadado con ella. De todos modos, no dejó de observar minuciosamente sus movimientos, agradeciendo que se deshiciera de todas esas molestias de una vez por todas. Y cuando el último rastro de ceniza fue llevado por el aire, la mano de Rangiku estaba tendida hacia él. Touga se demoró un instante para levantarse, pues solo pudo quedarse observándola por unos segundos. ¿Era aquella la chica sensible y tímida que había estado hablando con él esa mañana? ¿Era la misma muchacha que resultaba tan torpe al bailar?
Matsumoto lo sujetó de su antebrazo y tiró de él, logrando levantarlo. Yagari hizo una mueca de dolor y no pudo evitar que su enorme contextura no acabara empujando el menudo cuerpo de la cazadora, pues se tambaleaba y amenazaba con caer a la fría nieve si no se recomponía pronto. Touga se llevó una mano al abdomen, sintiendo la espesa sangre tiñendo su rasgada vestimenta. Necesitaba pensar rápido, y lo único que llegaba a su mente era alcanzar esas cuevas, ocultarse y, de paso, buscar un camino subterráneo de regreso a los linderos del bosque y, por ende, a la Academia. Giró su rostro para ver el estado de Matsumoto y se alegró por ella, pues no parecía presentar graves heridas. Francamente, esperaba que Shinji llegara a alcanzar los límites del bosque cuanto antes, mientras los vampiros continuaban atentos a ellos y, sobretodo, a la sangre que Touga estaba perdiendo. Esos malnacidos iban a pagar todo el daño que estaban haciendo, pero primero estaba poner a salvo la vida de ambos, pues si morían no serviría para nada todo este odio, al menos por parte del cazador. Y fue en ese momento que las palabras de Rangiku llegaron a sus oídos. De forma calma pero claramente amenazante, la mirada de Yagari se posó sobre el helado rostro de la chica. ¿Estaba bromeando? Pues le alegraba que su expresión no denotara aquello, precisamente, porque a él no le hacía ni puta gracia. Sí, tal vez debería darle una reprimenda, ¿eh? Tan sólo una... y que valga la ironía en este momento más que nunca. El cazador continuó con aquel semblante severo e inquieto a la vez, y sujetó la muñeca de la chica, comenzando a guiarla entre la ventisca que comenzaba a azotar de nuevo, hasta que por fin alcanzaron la entrada rocosa a una de las cuevas. Una vez dentro, se pudo sentir el alivio de la paz del ambiente, pues no había viento que incordiara con su temible compañera de baile: la nieve. Y, jadeando y cojeando un poco, Yagari arrastró consigo a Matsumoto, hasta introducirse más y más en las tinieblas de aquella curiosa y extraña caverna. Se detuvo un poco para oír a su alrededor y advertir que, al menos en ese tramo de trayecto, estaban solos. Sacó una linterna del bolsillo de su abrigo, y agradecería al Dios en el cual no creía si esta andaba. Y en cuanto la luz emergió en el lugar, el cazador la dejó en el suelo. Suspiró observando las partículas que volaban a su alrededor, para finalmente levantar la mirada. Clavó sus ojos en la cazadora, y lo inevitable acontecería en tres, dos, uno...
- ¡¿SE PUEDE SABER QUÉ CLASE DE MIERDA TIENES EN LA CABEZA?! Calculo que no es una muy consistente, ¿VERDAD? -gritó, violento, encerrando a Rangiku entre él y la pared rocosa, poniendo a ambos lados del cuerpo de la chica sus brazos, acorralándola. Las uñas de sus dedos rasgaron la superficie rocosa a ambos lados de la cabeza de la joven, acompañando la tensión de todo el cuerpo del cazador-. Nunca, nunca... NUNCA vuelvas a hacer eso, ¿me oyes? Aún no entiendo si eres estúpida o solo te haces, ¡MALDITA SEA! -gruñó, clavando sobre ella su agresivo iris de hielo. Yagari nunca estuvo más acorde al clima-. Había otras alternativas. Podíamos sacar de allí a Matarou sin necesidad de tomar medidas tan riesgosas... Tú... -apartó la mirada un momento, volviendo finos sus labios y enseñando al aire su blanca dentadura, en una auténtica mueca de rabia. Regresó su atención a ella-. ¿Tú tienes idea de lo que ellos pueden hacerte? ¿TIENES UNA MALDITA IDEA DE LO QUE ELLOS PODRÍAN HABERTE HECHO? No piensas, Matsumoto, NO PIENSAS -gruñó, golpeando las rocas con su puño, justo al lado del rostro de ella. Y le importaba una mierda que sus nudillos sangrasen-. ¿Acaso quieres que abusen de ti? ¿Te gustaría eso? ¿TE PARECERÍA AGRADABLE QUE TE VIOLASEN HASTA LA INCONSCIENCIA? ¡JODER! -golpeó con ambas palmas la pared, despegándose de la pared y apartándose unos pasos, para luego darle la espalda, mientras deslizaba una de sus manos por su rostro, arrastrando rastros de sangre con aquel gesto. Se volteó para mirarla por encima de su hombro-. Tú no tienes ni la más mínima idea del peligro al cual te enfrentas. No dudo de tu valentía, ¿sabes? Pero dudo de tu hombría a la hora de enfrentarte a ellos cuando lo único en lo que se empeñen sea en quitarte la ropa -espetó, dándose la vuelta y acercándose de nuevo. La miró desde arriba, con seriedad e ira contenida-. Muy honorable tu accionar, Matsumoto, muy admirable... ¿Pero a dónde iría a parar luego tu heroísmo, eh? Dime. ¡Dímelo! -acabó gritándole de nuevo y se apartó, volteándose otra vez, como si no soportara la idea de observarla porque lo único que su ojo visualizaba era la peor de las escenas en caso de que todo hubiese salido tremendamente mal-. Eres solo una niña... y pareciera que desde que has llegado a la Asociación, no haces más que darme dolores de cabeza -escupió, ácido, aquellas palabras. La miró de soslayo, con auténtica desaprobación. Se agachó para recoger la linterna, y la observó por unos momentos. La luz era fuerte contra la oscuridad, sí, pero podía ser tan sencillo a veces ahogarla hasta desaparecer.
Ágil como un venado y letal como un león. Rangiku había aparecido quién sabe de dónde, pero había logrado transformar su cuerpo en alguna especie de leopardo. La rapidez y agilidad con la cual se movían podrían haber sido motivo de premio y ascenso en cualquier otra circunstancia, pero actualmente Yagari no solo estaba a punto de morir congelado y desangrado, sino que también estaba lo suficientemente enfadado con ella. De todos modos, no dejó de observar minuciosamente sus movimientos, agradeciendo que se deshiciera de todas esas molestias de una vez por todas. Y cuando el último rastro de ceniza fue llevado por el aire, la mano de Rangiku estaba tendida hacia él. Touga se demoró un instante para levantarse, pues solo pudo quedarse observándola por unos segundos. ¿Era aquella la chica sensible y tímida que había estado hablando con él esa mañana? ¿Era la misma muchacha que resultaba tan torpe al bailar?
Matsumoto lo sujetó de su antebrazo y tiró de él, logrando levantarlo. Yagari hizo una mueca de dolor y no pudo evitar que su enorme contextura no acabara empujando el menudo cuerpo de la cazadora, pues se tambaleaba y amenazaba con caer a la fría nieve si no se recomponía pronto. Touga se llevó una mano al abdomen, sintiendo la espesa sangre tiñendo su rasgada vestimenta. Necesitaba pensar rápido, y lo único que llegaba a su mente era alcanzar esas cuevas, ocultarse y, de paso, buscar un camino subterráneo de regreso a los linderos del bosque y, por ende, a la Academia. Giró su rostro para ver el estado de Matsumoto y se alegró por ella, pues no parecía presentar graves heridas. Francamente, esperaba que Shinji llegara a alcanzar los límites del bosque cuanto antes, mientras los vampiros continuaban atentos a ellos y, sobretodo, a la sangre que Touga estaba perdiendo. Esos malnacidos iban a pagar todo el daño que estaban haciendo, pero primero estaba poner a salvo la vida de ambos, pues si morían no serviría para nada todo este odio, al menos por parte del cazador. Y fue en ese momento que las palabras de Rangiku llegaron a sus oídos. De forma calma pero claramente amenazante, la mirada de Yagari se posó sobre el helado rostro de la chica. ¿Estaba bromeando? Pues le alegraba que su expresión no denotara aquello, precisamente, porque a él no le hacía ni puta gracia. Sí, tal vez debería darle una reprimenda, ¿eh? Tan sólo una... y que valga la ironía en este momento más que nunca. El cazador continuó con aquel semblante severo e inquieto a la vez, y sujetó la muñeca de la chica, comenzando a guiarla entre la ventisca que comenzaba a azotar de nuevo, hasta que por fin alcanzaron la entrada rocosa a una de las cuevas. Una vez dentro, se pudo sentir el alivio de la paz del ambiente, pues no había viento que incordiara con su temible compañera de baile: la nieve. Y, jadeando y cojeando un poco, Yagari arrastró consigo a Matsumoto, hasta introducirse más y más en las tinieblas de aquella curiosa y extraña caverna. Se detuvo un poco para oír a su alrededor y advertir que, al menos en ese tramo de trayecto, estaban solos. Sacó una linterna del bolsillo de su abrigo, y agradecería al Dios en el cual no creía si esta andaba. Y en cuanto la luz emergió en el lugar, el cazador la dejó en el suelo. Suspiró observando las partículas que volaban a su alrededor, para finalmente levantar la mirada. Clavó sus ojos en la cazadora, y lo inevitable acontecería en tres, dos, uno...
- ¡¿SE PUEDE SABER QUÉ CLASE DE MIERDA TIENES EN LA CABEZA?! Calculo que no es una muy consistente, ¿VERDAD? -gritó, violento, encerrando a Rangiku entre él y la pared rocosa, poniendo a ambos lados del cuerpo de la chica sus brazos, acorralándola. Las uñas de sus dedos rasgaron la superficie rocosa a ambos lados de la cabeza de la joven, acompañando la tensión de todo el cuerpo del cazador-. Nunca, nunca... NUNCA vuelvas a hacer eso, ¿me oyes? Aún no entiendo si eres estúpida o solo te haces, ¡MALDITA SEA! -gruñó, clavando sobre ella su agresivo iris de hielo. Yagari nunca estuvo más acorde al clima-. Había otras alternativas. Podíamos sacar de allí a Matarou sin necesidad de tomar medidas tan riesgosas... Tú... -apartó la mirada un momento, volviendo finos sus labios y enseñando al aire su blanca dentadura, en una auténtica mueca de rabia. Regresó su atención a ella-. ¿Tú tienes idea de lo que ellos pueden hacerte? ¿TIENES UNA MALDITA IDEA DE LO QUE ELLOS PODRÍAN HABERTE HECHO? No piensas, Matsumoto, NO PIENSAS -gruñó, golpeando las rocas con su puño, justo al lado del rostro de ella. Y le importaba una mierda que sus nudillos sangrasen-. ¿Acaso quieres que abusen de ti? ¿Te gustaría eso? ¿TE PARECERÍA AGRADABLE QUE TE VIOLASEN HASTA LA INCONSCIENCIA? ¡JODER! -golpeó con ambas palmas la pared, despegándose de la pared y apartándose unos pasos, para luego darle la espalda, mientras deslizaba una de sus manos por su rostro, arrastrando rastros de sangre con aquel gesto. Se volteó para mirarla por encima de su hombro-. Tú no tienes ni la más mínima idea del peligro al cual te enfrentas. No dudo de tu valentía, ¿sabes? Pero dudo de tu hombría a la hora de enfrentarte a ellos cuando lo único en lo que se empeñen sea en quitarte la ropa -espetó, dándose la vuelta y acercándose de nuevo. La miró desde arriba, con seriedad e ira contenida-. Muy honorable tu accionar, Matsumoto, muy admirable... ¿Pero a dónde iría a parar luego tu heroísmo, eh? Dime. ¡Dímelo! -acabó gritándole de nuevo y se apartó, volteándose otra vez, como si no soportara la idea de observarla porque lo único que su ojo visualizaba era la peor de las escenas en caso de que todo hubiese salido tremendamente mal-. Eres solo una niña... y pareciera que desde que has llegado a la Asociación, no haces más que darme dolores de cabeza -escupió, ácido, aquellas palabras. La miró de soslayo, con auténtica desaprobación. Se agachó para recoger la linterna, y la observó por unos momentos. La luz era fuerte contra la oscuridad, sí, pero podía ser tan sencillo a veces ahogarla hasta desaparecer.
- Yagari Touga
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Empleo /Ocio : Licenciado en pedagogía, educador calificado. Y bueno, sí, también es cazador.
Humor : No fastidies mi paciencia.
Re: Bosque
Pasó un buen rato hasta que mi respiración se normalizó. Me miré las manos y, seguidamente, el resto del cuerpo, descubriendo que estaba manchada de sangre por todas partes. ¿Cómo no iba a estarlo? Había vendado rato antes la herida de Shinji, tratando de retener el incesante sangrado. Me había metido de lleno en aquella horda de intentos de vampiro, cercenando miembros a diestro y siniestro. Y, ahora, me encontraba frente a un Yagari totalmente malherido. Al levantarlo aprecié aquella mueca de dolor, y me reproché a mí misma el no haber tenido un poco más de cuidado al incorporarlo. Tuve que volver a sujetarlo y procurar que no me tirase en el intento, pues le costaba estar en pie y la diferencia de peso y de tamaño era más que notable. Le volví a dirigir una mirada a aquellas heridas, ¿cómo era capaz de seguir consciente en aquel estado? Tenía todo el abdomen rasgado, por no hacer mención de toda la sangre que habría perdido ya... ¿Eso había sido obra de aquellos vampiros? ¿Pero cómo seguía aquel hombre vivo? Noté su mirada fría, aun más que todo el paraje que nos rodeaba, clavarse en mí cuando hablé. No pude evitar el tragar saliva y prepararme interiormente para lo que se avecinaba. Agaché la cabeza y me centré en procurar que no se cayese, pero para mi sorpresa, ya parecía repuesto y me arrastraba de la muñeca hacia las cuevas. Le volví a dirigir una mirada al barranco, aliviada de no ver más siluetas aparecerse. Aparté la mirada y me llevé la otra mano a la cabeza, tratando de que el pelo no me molestase al andar a causa del viento, que había vuelto a levantarse. El cambio al entrar en la cueva de agradeció bastante, pero en aquel momento apenas lo noté. El viento ya no molestaba, mis pies ya no se hundían en la nieve, y el frío se había vuelto más soportable... Pero, igualmente, aquella expresión sombría seguía en mi rostro. No mostraba ni el más mínimo rastro de alivio.
Me detuve cuando él lo hizo, dirigiéndole una inquieta mirada hacia la entrada de la cueva. Por un lado, aun me preocupaba que nos siguieran; por otro, no era más que un pretexto para no plantarle cara al Vicepresidente y, por ende, a lo inevitable. Mientras seguía escudriñando la cueva, noté que sacaba una linterna y la dejaba en el suelo. Noté que su mirada se clavaba en la mía, y no pude evitar el cerrar los ojos cuando el primer grito resonó. Retrocedí hasta que mi espalda chocó contra la pared de la cueva. Alcé la mirada, intimidada, hacia el furioso Yagari que me tenía acorralada. Me apreté contra la pared, buscando separarme más de él, alejarme, como si presionando la roca pudiese conseguirlo. Quería hacerme más pequeña, lo suficiente para que no me viese, para que no siguiese gritando... Quería que aquella pared que no me dejaba retroceder un poco más, al menos, me tragase. Podía percibir la tensión que tenía todo su cuerpo. Mis ojos le dirigieron un rápido vistazo a sus manos, cuando sus dedos parecían querer clavarse sobre la roca. Me había prometido a mí misma que aguantaría aquella bronca, la cual sabía que llegaría. También sabía que no sería tan indulgente como Shinji, quien, a pesar de que tenía un carácter fuerte, siempre acababa relajándose y viendo el lado bueno de las cosas. Además de que en aquella ocasión había estado más centrado en la seguridad de su hijo; tal vez por eso la bronca por su parte había sido más suave. Pero, por mucho que lo intentase, nada me podía tener preparada para la ira implacable de mi superior. Jamás lo había visto tan agresivo, ni siquiera en el baile de carnaval. Su iris era como una estaca de hielo que amenazaba con atravesarme de un momento a otro. Volví a cerrar los ojos cuando me echó en cara lo que me podían haber hecho. Los abrí, dejándolos levemente entornados, sin atreverme a levantar la mirada.- Yo no...- Y ahí se quedó la frase. No me atrevía a continuarla. Tenía razón; aquellos no eran mamarrachos a los que no se les tenía por qué tomar en serio. Podía haber salido muy mal parada, pero no me había entregado sin pensarlo antes. ¿Y yo qué sabía si él había pensado alguna otra manera? Todas aquellas cosas se pasaban por mi cabeza, pero no me atreví a decirlas en voz alta. Temblaba, pero no de frío, sino de puro miedo. Me aterrorizaba más aquel temperamento que toda la horda de vampiros que había enfrentado antes, que todos los desertores juntos. Mis párpados volvieron a apretarse cuando sus dos manos dieron contra la pared. A pesar de haberse apartado, mi cuerpo seguía buscando el hundirse en la roca.
Apreté la mandíbula mientras seguía soportando aquello. Comprendía que estuviese enfadado, pero, ¿era necesario todo aquello? Encajé su último comentario como si de un golpe se hubiese tratado. Si me hubiera golpeado con todas sus fuerzas me habría hecho muchísimo menos daño del que había conseguido con aquellas palabras. Bajé la cabeza, sombría. Así que él también era de los que me consideraban una molestia en la Asociación, ¿no? Aquella mañana había pensado que tenía otro concepto de mí... Pero, otra vez, me equivocaba. No pude evitar volver a sentir aquella sensación que había tenido en el baile de carnaval; la sensación de que entre nosotros se alzaba, más que un muro, toda una fortaleza impenetrable.-Por qué...- comencé a decir, aun con la cabeza agachada. Las palabras se atropellaban unas a otras por querer salir de mi garganta.- Si hubiese sido usted el que se hubiese puesto en peligro, si la decisión hubiese sido suya...- Alcé la cabeza y clavé mi mirada en la suya.- Si hubiese sido usted quien se pusiera en peligro, no habría podido echárselo en cara... ¿verdad?- Mis manos se encogieron en dos puños que mantuve clavados contra la pared.- Si el que se hubiese arriesgado por Matarou hubiese sido Shinji, tampoco tendría derecho a reprochárselo, ¿no es así?- Me temblaban las manos, y, para qué mentir, todo el cuerpo. Tenía los ojos humedecidos por las lágrimas que amenazaban por salir a causa de toda aquella tensión.- ¡Si usted hubiese decidido sacrificarse por sus compañeros no podría decirle nada! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué yo no puedo tomar las mismas decisiones que ustedes?!- Volví a bajar la cabeza, ocultando con el pelo mis ojos.- Era perfectamente consciente del peligro que corría, he sido consciente de eso todo el tiempo, y no estaba actuando sin pensar. Igual que podía haber salido mal lo que estaba haciendo, podía haber salido mal cualquier otro plan que fuese menos arriesgado...-Mi voz se apagó y las lágrimas no pudieron contenerse más. Toda aquella tensión se escapaba a través de ellas, tratando de aliviar mi cuerpo de aquella carga... Y sí, tan solo el cuerpo, pues el alma no era tan fácil de calmar.
Una vez que me ya no me miraba, dejé que mi espalda resbalase por la pared de la cueva hasta que di contra el suelo. Me llevé las manos a la cara y la oculté entre ellas, dejando que el pelo volviese a hacer de cortina, tapando completamente mi rostro. No estaba asustada, como momentos antes; tampoco estaba rendida por el cansancio, ni pretendía solucionar toda aquella situación echándome a llorar. Tan solo sentía que tenía que liberar toda aquella tensión de alguna manera, y, antes que recurrir a gritar cosas que no quería, prefería que toda aquella angustia saliese de mi cuerpo de una manera menos problemática. Con las manos temblorosas, me quité la funda de Kazeshini de la espalda y la dejé a un lado, sacando las vendas que me quedaban y dejándolas sobre ella. Podía cogerlas todas, pero no me atreví a decirlo en voz alta. Volví a enterrar el rostro entre las manos. En aquellos instantes no prestaba atención, como lo habría hecho en otra ocasión, en si se escuchaba algo en el interior o en la entrada de la cueva. Tan solo seguía tratando de contener con las manos todas aquellas lágrimas que se escapaban entre mis dedos.
Me detuve cuando él lo hizo, dirigiéndole una inquieta mirada hacia la entrada de la cueva. Por un lado, aun me preocupaba que nos siguieran; por otro, no era más que un pretexto para no plantarle cara al Vicepresidente y, por ende, a lo inevitable. Mientras seguía escudriñando la cueva, noté que sacaba una linterna y la dejaba en el suelo. Noté que su mirada se clavaba en la mía, y no pude evitar el cerrar los ojos cuando el primer grito resonó. Retrocedí hasta que mi espalda chocó contra la pared de la cueva. Alcé la mirada, intimidada, hacia el furioso Yagari que me tenía acorralada. Me apreté contra la pared, buscando separarme más de él, alejarme, como si presionando la roca pudiese conseguirlo. Quería hacerme más pequeña, lo suficiente para que no me viese, para que no siguiese gritando... Quería que aquella pared que no me dejaba retroceder un poco más, al menos, me tragase. Podía percibir la tensión que tenía todo su cuerpo. Mis ojos le dirigieron un rápido vistazo a sus manos, cuando sus dedos parecían querer clavarse sobre la roca. Me había prometido a mí misma que aguantaría aquella bronca, la cual sabía que llegaría. También sabía que no sería tan indulgente como Shinji, quien, a pesar de que tenía un carácter fuerte, siempre acababa relajándose y viendo el lado bueno de las cosas. Además de que en aquella ocasión había estado más centrado en la seguridad de su hijo; tal vez por eso la bronca por su parte había sido más suave. Pero, por mucho que lo intentase, nada me podía tener preparada para la ira implacable de mi superior. Jamás lo había visto tan agresivo, ni siquiera en el baile de carnaval. Su iris era como una estaca de hielo que amenazaba con atravesarme de un momento a otro. Volví a cerrar los ojos cuando me echó en cara lo que me podían haber hecho. Los abrí, dejándolos levemente entornados, sin atreverme a levantar la mirada.- Yo no...- Y ahí se quedó la frase. No me atrevía a continuarla. Tenía razón; aquellos no eran mamarrachos a los que no se les tenía por qué tomar en serio. Podía haber salido muy mal parada, pero no me había entregado sin pensarlo antes. ¿Y yo qué sabía si él había pensado alguna otra manera? Todas aquellas cosas se pasaban por mi cabeza, pero no me atreví a decirlas en voz alta. Temblaba, pero no de frío, sino de puro miedo. Me aterrorizaba más aquel temperamento que toda la horda de vampiros que había enfrentado antes, que todos los desertores juntos. Mis párpados volvieron a apretarse cuando sus dos manos dieron contra la pared. A pesar de haberse apartado, mi cuerpo seguía buscando el hundirse en la roca.
Apreté la mandíbula mientras seguía soportando aquello. Comprendía que estuviese enfadado, pero, ¿era necesario todo aquello? Encajé su último comentario como si de un golpe se hubiese tratado. Si me hubiera golpeado con todas sus fuerzas me habría hecho muchísimo menos daño del que había conseguido con aquellas palabras. Bajé la cabeza, sombría. Así que él también era de los que me consideraban una molestia en la Asociación, ¿no? Aquella mañana había pensado que tenía otro concepto de mí... Pero, otra vez, me equivocaba. No pude evitar volver a sentir aquella sensación que había tenido en el baile de carnaval; la sensación de que entre nosotros se alzaba, más que un muro, toda una fortaleza impenetrable.-Por qué...- comencé a decir, aun con la cabeza agachada. Las palabras se atropellaban unas a otras por querer salir de mi garganta.- Si hubiese sido usted el que se hubiese puesto en peligro, si la decisión hubiese sido suya...- Alcé la cabeza y clavé mi mirada en la suya.- Si hubiese sido usted quien se pusiera en peligro, no habría podido echárselo en cara... ¿verdad?- Mis manos se encogieron en dos puños que mantuve clavados contra la pared.- Si el que se hubiese arriesgado por Matarou hubiese sido Shinji, tampoco tendría derecho a reprochárselo, ¿no es así?- Me temblaban las manos, y, para qué mentir, todo el cuerpo. Tenía los ojos humedecidos por las lágrimas que amenazaban por salir a causa de toda aquella tensión.- ¡Si usted hubiese decidido sacrificarse por sus compañeros no podría decirle nada! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué yo no puedo tomar las mismas decisiones que ustedes?!- Volví a bajar la cabeza, ocultando con el pelo mis ojos.- Era perfectamente consciente del peligro que corría, he sido consciente de eso todo el tiempo, y no estaba actuando sin pensar. Igual que podía haber salido mal lo que estaba haciendo, podía haber salido mal cualquier otro plan que fuese menos arriesgado...-Mi voz se apagó y las lágrimas no pudieron contenerse más. Toda aquella tensión se escapaba a través de ellas, tratando de aliviar mi cuerpo de aquella carga... Y sí, tan solo el cuerpo, pues el alma no era tan fácil de calmar.
Una vez que me ya no me miraba, dejé que mi espalda resbalase por la pared de la cueva hasta que di contra el suelo. Me llevé las manos a la cara y la oculté entre ellas, dejando que el pelo volviese a hacer de cortina, tapando completamente mi rostro. No estaba asustada, como momentos antes; tampoco estaba rendida por el cansancio, ni pretendía solucionar toda aquella situación echándome a llorar. Tan solo sentía que tenía que liberar toda aquella tensión de alguna manera, y, antes que recurrir a gritar cosas que no quería, prefería que toda aquella angustia saliese de mi cuerpo de una manera menos problemática. Con las manos temblorosas, me quité la funda de Kazeshini de la espalda y la dejé a un lado, sacando las vendas que me quedaban y dejándolas sobre ella. Podía cogerlas todas, pero no me atreví a decirlo en voz alta. Volví a enterrar el rostro entre las manos. En aquellos instantes no prestaba atención, como lo habría hecho en otra ocasión, en si se escuchaba algo en el interior o en la entrada de la cueva. Tan solo seguía tratando de contener con las manos todas aquellas lágrimas que se escapaban entre mis dedos.
- Rangiku Matsumoto
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