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Gran baile de carnaval
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Gran baile de carnaval
Recuerdo del primer mensaje :
La gran sala de baile está adornada con motivos elegantes inspirados en el carnaval de Venecia, todo está preparado para una elegante y completa velada.
Será independiente a los hechos que están ocurriendo on-rol en estos momentos, para que todos podaís disfrutar de un baile tranquiloesperemos el disfraz y la máscara son obligatorios. ¡A pasarlo bien!
La gran sala de baile está adornada con motivos elegantes inspirados en el carnaval de Venecia, todo está preparado para una elegante y completa velada.
Será independiente a los hechos que están ocurriendo on-rol en estos momentos, para que todos podaís disfrutar de un baile tranquilo
- Kaien Cross
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Localización : En mi despacho
Empleo /Ocio : Director de la academia Cross
Humor : Maravilloso~
Re: Gran baile de carnaval
Alcé una ceja cuando Kairi mencionó que el Director siempre hacía un buen trabajo con las celebraciones.- No, no es la primera a la que vengo.- Respondí, mostrando una sonrisa ambigua. Sí, las fiestas que organizaba el Director Cross estaban bien organizadas, pero no parecían acabar como realmente debería de hacerlo una fiesta. Me incomodé un poco al recordar lo que ocurrió en la de Navidad. Disimulé aquello, volviendo a sonreírle a la chica de manera amigable. Volví mis ojos hacia el frente justo para ver a una elegante silueta dirigiéndose hacia nosotras, llevándome una sorpresa al distinguir tras la máscara los inconfundibles ojos del Sangre Pura que le había plantado cara a Rido en la fiesta de Navidad, evitando así que acabase conmigo. ¿Cómo no reconocerlo? Le debía la vida, cosa que le agradecería siempre, a pesar de que seguramente muchos otros cazadores se horrorizarían y me despreciarían ante la idea de que estuviese en deuda con un vampiro. Pero, ¿acaso alguna vez me había afectado lo que los demás considerasen como bueno o malo? Mi sentido de la moral, de lo correcto y lo incorrecto, de lo justo y lo injusto, se diferenciaba mucho de la mayoría de mis compañeros. Sonreí levemente cuando advertí que me indicaba que guardase silencio. Hice como si nada y seguí pendiente de la conversación con la chica, dejándole que le diese la sorpresa. Sonreí ampliamente cuando llegó y le tapó los ojos a Kairi. Entonces caí, ¿Kairi podría tratarse de otra Sangre Pura? La observé detenidamente mientras la pareja seguía entretenida; sí, ciertamente, aquella elegancia y aquella belleza tenían que pertenecer a un vampiro. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Menuda cazadora estaba hecha esa noche. Me sentí conmovida al sentir la felicidad que desprendían ambos; observé con una sonrisa cómo Kairi abrazaba al Sangre Pura a la vez que sentía que yo sobraba de allí, ¿quién era para interrumpir aquel reencuentro? Con una sonrisa, me dirigí hacia ambos - He de irme, Kairi. Espero que disfrutéis de la velada.- Les desee, inclinándome levemente como despedida. Antes de darme la vuelta les hice un gesto de despedida con la mano, sonriendo. Era bonito verles así, y no quería estropearlo con mi presencia. Me hubiese gustado agradecerle al Sangre Pura el que me hubiese salvado, pero ya habría otra ocasión.
Eché a andar hacia la multitud, dejando atrás a la pareja. Antes de que pudiese reaccionar, un chico considerablemente más alto que yo (cosa que tampoco estaba muy fuera de lo común) y con el pelo de un extraño color naranja se chocó contra mí. Vi que me dirigía una fugaz mirada a través de su máscara, blanca con dibujos en rojo, pero ni se tomó la molestia de disculparse. Me froté dolorida el brazo donde me había dado y le dirigí una mirada acusadora mientras se alejaba. ''Ya podría haberse disculpado...'' Pensé. Me volví a recolocar el antifaz, siguiendo sus pasos con la mirada mientras él se perdía en la multitud. Había gente a la que le hacía falta que les enseñaran un poco de educación, aunque fuese la básica. Y a algunos les hacía falta que alguien les sacara de allí, pensé, al ver a más de uno con copas de más encima. Caminé cerca de los ventanales y me quedé durante un instante parada al ver lo que había fuera. ''¡Niveles E!'' No sabía si alegrarme por tener algo que hacer o preocuparme. Opté por la opción más práctica, así que me di la vuelta y comencé a caminar hacia el cuarto donde descansaba Kazeshini.
Atravesé la multitud lo más rápido que pude, llegando al cuarto de la limpieza con más retraso del que me hubiese gustado. Me deslicé dentro de manera sigilosa, echando una rápida mirada hacia la gente que seguía bailando, hablando y bebiendo. No parecían haberse dado cuenta de nada. En la penumbra de aquel cuarto me dirigí hacia donde había dejado mi arma, pero de camino me quedé mirando las cajas de la habitación. No estaban de la misma forma en la que las había dejado antes. Rebusqué un poco y encontré otras armas, ¿otro cazador había tenido la misma idea que yo? Estreché los párpados, algo desconfiada. Por el bien de todos, más valía que no fuera uno de los desertores. Me dirigí hacia las cajas tras las cuales debería reposar Kazeshini, y suspiré aliviada al ver el arma allí, tal y como la había dejado. La cogí y la examiné, comprobando que estaba bien, incluida la extraña funda que le había tenido que hacer tiempo atrás para poder llevarla, en la que solía llevar algún que otro recurso de primero auxilios, como algún vendaje. Me la coloqué a la espalda e hice el ademán de ir a salir, pero me detuve antes de dar otro paso. Vale, había tenido la brillante idea de esconder el arma allí, pero, ¿ahora cómo la sacaba? Le dirigí una mirada de soslayo a la pequeña ventana que había. Suspiré, ¿qué remedio tenía? Me subí a una caja de madera que había bajo ella y la abrí, mirando hacia el exterior, comprobando la altura. Bueno, podría apañármelas, no sería una caída muy dura. Tiré mi arma hacia fuera y lo mismo hice con los zapatos, que tenían algo de tacón; no tenía ganas de partirme un tobillo antes de poder llegar a donde estaban los Niveles E. Mordí la punta de uno de los guantes, tirando con los dientes hacia arriba, sacándolo mientras seguía examinando la ventana. Me quité también el otro y los dejé allí mismo; si los llevaba podrían hacer que tanto me pudiese resbalar al tratar se subir allí como que las manos se me resbalasen al empuñar el arma. Hice lo mismo con el antifaz, contenta de poder librarme de él un rato. Me agarré al alféizar de la ventana y me impulsé para subir. Me quedé durante unos instantes guardando el equilibrio sobre él, recogí un poco la falda del vestido y luego salté hacia afuera. Caí agachada, con una mano sobre el suelo. Mejor de lo que esperaba.
Recogí a Kazeshini, me coloqué de nuevo los zapatos y eché a correr en la dirección en la que calculaba que se debería de encontrar el grupo de Niveles E. Por suerte, el vestido no era la suficientemente largo como para entorpecerme mientras corría, cosa que había estado temiendo. Tras un rato, llegué a un lugar donde parecía haber ocurrido una carnicería, aunque no hubiese ningún cuerpo. Me acerqué con paso sereno, observando lo que me acababa de encontrar. Me agaché y rocé el suelo con la punta de los dedos, trayéndome los últimos rastros de ceniza, ¿quién había acabado con todos los neófitos que antes había allí? Miré toda la sangre que se esparcía por el suelo, relativamente reciente. Me incorporé y solté las correas que mantenían a Kazeshini sujeta, produciendo un suave tintineo metálico cuando la cadena de ésta se escurrió hacia abajo, libre de ataduras. No sabía a quién podía encontrarme allí. Caminé un poco entre los árboles, por donde seguía encontrando sangre, hasta dar con el responsable. Abrí al máximo los ojos, sorprendida, al ver que se trataba de Yagari. Observé horrorizada que estaba cubierto de sangre, tanto el traje, como la cara, como las manos, y en uno de los dedos tenía un corte que dejaba que la sangre corriese hacia el suelo. Ahora que mencionaba la cara, era la primera vez que lo veía sin el parche, pero me pareció de mala educación fijarme en aquello en ese momento. Lo observé en silencio, preocupada por cómo lo veía: nunca lo había visto así, era como la representación de la desesperación, la ira y la melancolía. Sin decir palabra, me llevé la mano a la espalda, a aquella extraña funda y rebusqué durante unos segundos, para luego sacar un pañuelo de tela. Dejé con cuidado a Kazeshini sobre el suelo junto con un tintineo metálico y me acerqué al cazador, manteniendo una prudente distancia. Me agaché, rodeándome con un brazo las rodillas y con el otro le tendí el pañuelo, con expresión seria.- Tenga.- Le ofrecí el pañuelo para que se quitase la sangre al menos de la cara o que se cubriese la herida. No lo miraba con pena, ni tampoco con compasión; mi mirada era seria, y en cierta manera, casi comprensiva. Tal y como lo veía y conociéndole, seguramente preferiría estar solo, así que me dispuse a marcharme de allí en cuanto lo dijese. Pero no podía reprocharme el que lo encontrase así y me diera la vuelta tan campante.
Eché a andar hacia la multitud, dejando atrás a la pareja. Antes de que pudiese reaccionar, un chico considerablemente más alto que yo (cosa que tampoco estaba muy fuera de lo común) y con el pelo de un extraño color naranja se chocó contra mí. Vi que me dirigía una fugaz mirada a través de su máscara, blanca con dibujos en rojo, pero ni se tomó la molestia de disculparse. Me froté dolorida el brazo donde me había dado y le dirigí una mirada acusadora mientras se alejaba. ''Ya podría haberse disculpado...'' Pensé. Me volví a recolocar el antifaz, siguiendo sus pasos con la mirada mientras él se perdía en la multitud. Había gente a la que le hacía falta que les enseñaran un poco de educación, aunque fuese la básica. Y a algunos les hacía falta que alguien les sacara de allí, pensé, al ver a más de uno con copas de más encima. Caminé cerca de los ventanales y me quedé durante un instante parada al ver lo que había fuera. ''¡Niveles E!'' No sabía si alegrarme por tener algo que hacer o preocuparme. Opté por la opción más práctica, así que me di la vuelta y comencé a caminar hacia el cuarto donde descansaba Kazeshini.
Atravesé la multitud lo más rápido que pude, llegando al cuarto de la limpieza con más retraso del que me hubiese gustado. Me deslicé dentro de manera sigilosa, echando una rápida mirada hacia la gente que seguía bailando, hablando y bebiendo. No parecían haberse dado cuenta de nada. En la penumbra de aquel cuarto me dirigí hacia donde había dejado mi arma, pero de camino me quedé mirando las cajas de la habitación. No estaban de la misma forma en la que las había dejado antes. Rebusqué un poco y encontré otras armas, ¿otro cazador había tenido la misma idea que yo? Estreché los párpados, algo desconfiada. Por el bien de todos, más valía que no fuera uno de los desertores. Me dirigí hacia las cajas tras las cuales debería reposar Kazeshini, y suspiré aliviada al ver el arma allí, tal y como la había dejado. La cogí y la examiné, comprobando que estaba bien, incluida la extraña funda que le había tenido que hacer tiempo atrás para poder llevarla, en la que solía llevar algún que otro recurso de primero auxilios, como algún vendaje. Me la coloqué a la espalda e hice el ademán de ir a salir, pero me detuve antes de dar otro paso. Vale, había tenido la brillante idea de esconder el arma allí, pero, ¿ahora cómo la sacaba? Le dirigí una mirada de soslayo a la pequeña ventana que había. Suspiré, ¿qué remedio tenía? Me subí a una caja de madera que había bajo ella y la abrí, mirando hacia el exterior, comprobando la altura. Bueno, podría apañármelas, no sería una caída muy dura. Tiré mi arma hacia fuera y lo mismo hice con los zapatos, que tenían algo de tacón; no tenía ganas de partirme un tobillo antes de poder llegar a donde estaban los Niveles E. Mordí la punta de uno de los guantes, tirando con los dientes hacia arriba, sacándolo mientras seguía examinando la ventana. Me quité también el otro y los dejé allí mismo; si los llevaba podrían hacer que tanto me pudiese resbalar al tratar se subir allí como que las manos se me resbalasen al empuñar el arma. Hice lo mismo con el antifaz, contenta de poder librarme de él un rato. Me agarré al alféizar de la ventana y me impulsé para subir. Me quedé durante unos instantes guardando el equilibrio sobre él, recogí un poco la falda del vestido y luego salté hacia afuera. Caí agachada, con una mano sobre el suelo. Mejor de lo que esperaba.
Recogí a Kazeshini, me coloqué de nuevo los zapatos y eché a correr en la dirección en la que calculaba que se debería de encontrar el grupo de Niveles E. Por suerte, el vestido no era la suficientemente largo como para entorpecerme mientras corría, cosa que había estado temiendo. Tras un rato, llegué a un lugar donde parecía haber ocurrido una carnicería, aunque no hubiese ningún cuerpo. Me acerqué con paso sereno, observando lo que me acababa de encontrar. Me agaché y rocé el suelo con la punta de los dedos, trayéndome los últimos rastros de ceniza, ¿quién había acabado con todos los neófitos que antes había allí? Miré toda la sangre que se esparcía por el suelo, relativamente reciente. Me incorporé y solté las correas que mantenían a Kazeshini sujeta, produciendo un suave tintineo metálico cuando la cadena de ésta se escurrió hacia abajo, libre de ataduras. No sabía a quién podía encontrarme allí. Caminé un poco entre los árboles, por donde seguía encontrando sangre, hasta dar con el responsable. Abrí al máximo los ojos, sorprendida, al ver que se trataba de Yagari. Observé horrorizada que estaba cubierto de sangre, tanto el traje, como la cara, como las manos, y en uno de los dedos tenía un corte que dejaba que la sangre corriese hacia el suelo. Ahora que mencionaba la cara, era la primera vez que lo veía sin el parche, pero me pareció de mala educación fijarme en aquello en ese momento. Lo observé en silencio, preocupada por cómo lo veía: nunca lo había visto así, era como la representación de la desesperación, la ira y la melancolía. Sin decir palabra, me llevé la mano a la espalda, a aquella extraña funda y rebusqué durante unos segundos, para luego sacar un pañuelo de tela. Dejé con cuidado a Kazeshini sobre el suelo junto con un tintineo metálico y me acerqué al cazador, manteniendo una prudente distancia. Me agaché, rodeándome con un brazo las rodillas y con el otro le tendí el pañuelo, con expresión seria.- Tenga.- Le ofrecí el pañuelo para que se quitase la sangre al menos de la cara o que se cubriese la herida. No lo miraba con pena, ni tampoco con compasión; mi mirada era seria, y en cierta manera, casi comprensiva. Tal y como lo veía y conociéndole, seguramente preferiría estar solo, así que me dispuse a marcharme de allí en cuanto lo dijese. Pero no podía reprocharme el que lo encontrase así y me diera la vuelta tan campante.
- Rangiku Matsumoto
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Re: Gran baile de carnaval
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El mejor presente se destroza, cuando el pasado insiste en volver, se suele decir. ¿Pero qué ocurre cuando ni siquiera hay un "mejor presente" que puede derrumbarse? ¿Qué ocurre cuando la persona ya no tiene nada a lo cual aferrarse? Tal vez exista un lado bueno en eso, después de todo, pues al no tener nada, no hay ningún sentimiento de pérdida que pueda ofuscar la mente y el corazón, perturbando pensamientos y sentimientos con su fatalidad desgarradora. Así ocurría con Yagari. De este modo obraba el pasado en él, con la diferencia de que él no podía obviarlo, dando por hecho que no le importase solo porque tuviese un presente aún más miserable. Y tranquilamente alguien podría decirle que no resultaba ser así, que su presente era bueno, que tenía gente en la cual confiar y con la cual codearse, pero aquello no tenía sentido para un hombre como él, que creía fervientemente que el presente una vez fue el futuro que en el pasado luchamos por forjar. Él sabía que esto era el resultado de sus buenas y malas acciones, así como también de sus escasas felicidades y sus incontables desdichas. No había lugar para optimismo alguno en su alma, no cuando cada año padecía el mismo desgarrador y ensangrentado sentimiento en su pecho. La única "dicha" residía en que Marzo, al igual que cada mes, le había otorgado la posibilidad de desquitarse con seres, tal vez, más miserables que él: vampiros.
-Menuda mierda -siseó, apenas moviendo los labios, mientras que su rostro continuaba oculto tras la lluvia negra que conformaba su cabello. Suspiró levemente, elevando apenas el mentón hacia el cielo. ¿Qué diría su madre si lo viese en este momento? ¿Qué diría su padre? Ah, su estricto y rudo progenitor. Por un lado se alegraba de llevar su enseñanza en las venas y ser igual de cascarrabias y cabezota que él, pues de haber heredado la sensibilidad y amabilidad de su madre, ahora mismo estaría por ahí pretendiendo cortarse las venas como un criajo con mal de amores. No pudo evitar esbozar una ínfima e imperceptible sonrisa. La ironía no era algo de lo que podía darse el lujo de abandonar. Y aunque sabía que el dicho "los hombres nunca lloran" es una terrible idiotez, tampoco carecía del valor para permitirse tales riquezas. No existía ni podía existir nada puro en él, siquiera una triste y solitaria lágrima. Tal vez el día que fuese capaz de darle rienda suelta a sus sentimientos como, en general, lo hacían las personas... tal vez ese día, llegase cuando llegase, podría sentirse tan noble como para acceder a ese milagro del llanto. Mientras tanto, debería arrastrarse en la oscuridad; deambular en la penunbra e intercambiar la pureza del agua por el veneno corrosivo de la sangre.
Miró sus manos y volvió a bajar la cabeza, permitiendo que cada mechón de su cabello volviera a cubrirle el rostro, dejando entrever solo un ápice de sus labios. Los entreabrió un poco para evocar una bocanada de aire, pero volvió a cerrarlos, pues no tenían nada para decir, ni siquiera a sí mismo en medio de aquel exilio voluntario. Aún podía oír la música del interior de la fiesta y las voces de los invitados entremezclándose entre sí. Y de no haber estado tan ensimismado, hubiera oído también los pasos que se acercaban. Sin embargo, Rangiku Matsumoto lo tomó por sorpresa, impidiéndole razonar como para buscar una excusa, pero... ¿acaso Touga era de aquellos que daban rodeos? No, en lo absoluto. De haber tenido tiempo de sobra para pensar qué le diría en cuanto lo viese, jamás lo hubiera utilizado en formular una excusa. Las cosas eran como eran, no había vueltas que darle. Por esa razón, apenas divisó en su campo de visión aquel par de pies desnudos acercándose, pudo percibir el contraste del verde y oscuro césped con su piel. ¿Qué estaba haciendo allí? Y de pronto oyó el tintineo que su arma ocasionaba al rozar la cadena que la sostenía. Yagari sonrió de lado, al darse cuenta de que ella también había visto a los Niveles E. Sin embargo, la sonrisa ladina duró relativamente poco, pues en cuanto percibió sus movimientos cerca de él y mencionó aquel "tenga" con tanta distancia y respeto, por algún motivo el cazador sintió lo inoportuna que fue. No la miró. Como si se tratase de un acto reflejo, miró hacia un lado, aún cabizbajo, evitando que ella pudiese verle el rostro, y sobre todo, que no pudiese ver esa horrible cicatriz. Un rastro rojo de la misma podía apreciarse cerca de su pómulo, pero esta estaba muy bien oculta entre su azabache cabello como para poder ser vista con sencillez. Y Yagari, cual lobo salvaje y arisco, se había volteado con tal de que alguien como ella no tuviera que llevarse aquella horrible impresión. Él jamás fue muy partidario de la estética, pues le importaba mas bien poco la belleza o la fealdad de una persona, pero esa cicatriz tenía demasiada carga sentimental, incluso para el propio cazador, tan frío y hosco como era, pues se trataba de su problema personal con los vampiros; del recordatorio físico diario de su odio y su sed de venganza contra ellos. Su recordatorio emocional lo tenía, pues, muy bien guardado dentro, justo donde más duele y menos posibilidades hay de ser curado: el alma.
Ella le tendió un pañuelo. Yagari apenas lo observó de soslayo. ¿Por qué ella, de entre tantas personas a las cuales podría enviar al basural tan sencillamente? Parecía que el azar no se cansaba de joderle. ¿Acaso no tenía suficiente ya en esa noche? Chasqueó la lengua y parpadeó suavemente, ligeramente cabreado. No ejecutó ningún movimiento, por lo cual el pañuelo luego pasó a quedar sobre la hierba húmeda. Ella no dijo ni una palabra más. Tan solo se puso de pie y se dio la vuelta. En ese momento Yagari se atrevió a observarla. ¿Quería decirle algo? No estaba seguro. Negó con la cabeza, enérgico, y golpeó con el brazo extendido y el lado de su puño el árbol que tenía a sus espaldas. "Demonios", simplemente maldijo. Entre dientes, aquella palabra emanó de forma difícil de descifrar. Mientras tanto, ella se alejaba. Y estaba bien. Aunque hubiese sido mil veces mejor si ella tan solo nunca hubiese aparecido. Estaba acostumbrado a ser borde y distante con cualquier tipo, pero siempre conservaba ciertos cuidados cuando se trataba de personas sensibles, y creía que Matsumoto -al igual que Crosszeria- era una de ellas. Además, nada había hecho para merecer su indiferencia, ¿o si? ¿Acaso era un pecado pretender dar apoyo a alguien? Touga levantó la mirada, observando como se encontraba ya dos metros lejos de él. Su figura iba recortándose entre las sombras y el respeto que le había demostrado ante tal situación hacía mella en él. Miró el pañuelo con ira y desprecio, pero respiró hondo, cerrando su ojo y volviendo a abrirlo al instante. Cómo le costaba pisotear su orgullo y ser amable y cortés al menos una única vez. Cómo le costaba dejar de lado ese mal carácter que le caracterizaba. Cómo...
Se puso de pie. La brisa nocturna removió su cabello con suavidad. El odio continuaba controlándole y le impedía hablar, incluso. Temía que cualquier palabra que utilizase acabara enviándola a sembrar margaritas. Se enjugó los labios fugazmente y luego mordió el inferior. Se llevó una mano al rostro, cubriéndolo, y luego la deslizó hacia arriba, echando su cabello hacia atrás. Su cicatriz pareció resplandecer a la luz de la luna. Se llevó una mano a la cintura, suspirando, mientras otra sonrisa ladina lo sorprendía. Aquella ironía que le invadía le daba bronca. Chasqueó la lengua nuevamente. ¿Por qué demonios había tenido que estallar allí, justo en esa maldita fiesta? Ah, ya lo recordaba, fue cortesía de Kaien Cross, ni nada más ni nada menos. Bufó y miró hacia un lado, observando la máscara blanca en el suelo. Flexionó las rodillas y la recogió, examinándola. Suspiró. Se suponía que el disfraz opacaría tu verdadero ser. Ese era el motivo de esta clase de eventos, después de todo. Entonces, ¿por qué él permitió que su verdadero ser opacara al disfraz? Se llevó la máscara al rostro y volvió a colocársela, cubriendo la cicatriz y volviendo a ser el Fantasma de la Ópera otra vez. Miró al frente, distinguiendo la figura azulada que se alejaba. Frunció levemente el ceño y recogió el pañuelo, observándolo por unos segundos. Comenzó a caminar dando amplias zancadas, como era habitual. En el transcurso observó su ropa y arrojó las dagas a un arbusto. Las iría a buscar luego. Como sus guantes eran negros, la sangre en ellos se camuflaba a la perfección. Lo mismo ocurría con su oscuro saco. Pero... ¿qué ocurría con su camisa? Pese a ser negra también, las manchas húmedas que ocasionaban la sangre se notaban un poco, y cerca de su cuello había salpicaduras. Tsk, ¿por qué todo tenía que ser tan difícil? ¿Por qué debía lucir elegante y no ser el hombre tosco de siempre? Se limpió con una de las manos enguantadas la sangre fresca que poseía en el rostro, sin percatarse acerca de si quedaban rastros o no. Seguidamente, miró su pecho y eliminó otra gota. Bah, detalles.
Continuó caminando hasta que sus lentos pero amplios pasos alcanzaron los apresurados y pequeños pasos de Rangiku. Touga sujetó con los labios el pañuelo que ella le había cedido, el cual no poseía ni una sola mancha, pues no lo había utilizado. Se quitó el oscuro abrigo y, una vez que estuvo demasiado cerca de ella, justo a sus espaldas, lo dejó caer con firmeza y certeza sobre sus desnudos hombros. Era una noche fría, y encima que no llevaba abrigo, estaba descalza. Seguidamente, sujetó el pañuelo entre sus dedos índice y mayor, tendiéndolo frente a ella, ondeando al viento. El negro y elegante guante de Touga estaba roto debido al corte, por lo que podía advertirse su piel tras la tela. Una vez que la chica sujetó el pequeño trozo de tela, Yagari se deslizó hacia un lado y emprendió la marcha, esquivándola sin rozarla.
- Llegas tarde, ya no hay amenazas. Te perderás la fiesta, Matsumoto -murmuró con aquel tono tan natural y habitual, como si en verdad nada hubiese ocurrido. Al mismo tiempo que hablaba, elevó su brazo izquierdo y replegó los cinco dedos de su mano, con el dorso dirigido a ella, como si fuese a saludarla-. Ah, y deja el abrigo en la habitación de limpieza -murmuró, desinteresado, dejándola atrás e ingresando, finalmente, en el salón de nuevo. No obstante, una audaz sonrisa pudo divisarse en su rostro, ocultando su calamidad y permitiendo que las cosas marchasen como debían ser: que el fantasma devorase al cazador esa noche.
- Yagari Touga
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Empleo /Ocio : Licenciado en pedagogía, educador calificado. Y bueno, sí, también es cazador.
Humor : No fastidies mi paciencia.
Re: Gran baile de carnaval
Christian había sonreído, cómplice, a la cazadora que estaba dialogando con Kairi. Gracias a ella, que la mantuvo lo suficientemente entretenida, tuvo la oportunidad de acercarse más de lo debido sin que la vampiresa lo reconociera. Mientras sus manos flotaban delante de los azules ojos de la chica, el joven Blade continuaba con esa expresión complaciente y alegre, relajada y tranquila. Ah, tan lejos y tan cerca a la vez. Ya había perdido la cuenta de todos los días que habían transcurrido sin saber de ella, y es que, a decir verdad, eso importaba poco cuando, de repente, la tenía delante. Todo lo demás se olvidaba. Todo lo malo mutaba irremediablemente, y esa noche no había espacio en su negro corazón más que para la felicidad.
Y esa felicidad creció aún más, desbordando el río de su interior.
Kairi se volteó, como si pretendiese asegurar su presencia y que él no fuese un mero espejismo. Christian, al ver sus brillantes iris tras el antifaz, respiró hondo, inflamando su pecho, y soltó un suspiro profundo. Frunció levemente su ceño, como quien hace ese gesto por un extraño sentimiento de tristeza. Sus dorados iris se posaron en los suyos, y al apreciar su silueta, al perderse unos momentos en las líneas intensas de sus rojos labios, sintió que quería llorar, pues era tan hermosa, que no tenía... no tenía modo de expresar lo que sentía en ese momento. Y quizás ella se adelantó y lo abrazó porque, en alguna parte de su interior, supo reconocer los sentimientos del vampiro, y no quiso ser mezquina privándole más tiempo de su contacto.
Cuando Kairi se escondió en su pecho, él la rodeó con sus brazos sin titubear. Posó una mano sobre su nuca, en el inicio de la espalda, y la otra en su cintura, viéndose obligado a agacharse un poco debido a la diferencia de altura entre ambos. Christian escondió su rostro en el hueco de su cuello, aspirando su aroma con anhelo. No era necesario decir nada, ¿verdad? ¿Por qué estropear un momento como este con palabras innecesarias. Prefería disfrutarlo de este modo, con la música de fondo aunque en verdad no la escuchase, pues la respiración de Kairi era lo único que alimentaba sus sentidos. En ese momento, escuchó las palabras de la cazadora. Christian, que había dejado caer sus párpados durante ese abrazo tan añorado, abrió los ojos y los clavó sobre la muchacha. Le dedicó una sutil mirada, delicada y amable, y mientras se marchaba, no abandonó oportunidad para introducirse en su mente y dejarle un mensaje: "Ten cuidado con los vampiros problemáticos". Esas palabras eran en parte broma y en parte verdad, estableciendo cierta complicidad entre ambos. Christian sonrió suavemente, recordando la fiesta en donde Rido perdió los estribos, y volvió a cerrar los ojos, una vez la cazadora se hubo marchado.
Su atención regresó a Kairi, pese a que, francamente, nunca se había alejado de ella. Sin querer, los pensamientos arremolinados de la muchacha llegaron a su mente. Ese don era algo que a Christian le costaba mucho controlar. A veces, simplemente, no podía evitarlo. No lo hacía a propósito, pues no le agradaba para nada invadir la privacidad mental ajena, pero... ¿qué remedio tenía? Los pensamientos de Kairi acerca del reencuentro y, sobre todo, lo que había pensado anteriormente, inundaban ahora también la mente de Christian. Él, sonriendo suavemente, negó con la cabeza de manera casi imperceptible. Aún abrazándola, aún escondiendo su rostro en el hueco de su hombro, se dispuso a decir unas simples pero verídicas palabras:
- ¿Crees que no iré a buscarte allí donde estés? -inquirió, sincero, siendo totalmente consciente de que jamás podría evitar buscarla, hallarla, tenerla consigo de esta manera. No había sitio al cual él no llegase por ella, incluso si tuviera que ir hasta los confines inexplorados de los océanos.
Y esa felicidad creció aún más, desbordando el río de su interior.
Kairi se volteó, como si pretendiese asegurar su presencia y que él no fuese un mero espejismo. Christian, al ver sus brillantes iris tras el antifaz, respiró hondo, inflamando su pecho, y soltó un suspiro profundo. Frunció levemente su ceño, como quien hace ese gesto por un extraño sentimiento de tristeza. Sus dorados iris se posaron en los suyos, y al apreciar su silueta, al perderse unos momentos en las líneas intensas de sus rojos labios, sintió que quería llorar, pues era tan hermosa, que no tenía... no tenía modo de expresar lo que sentía en ese momento. Y quizás ella se adelantó y lo abrazó porque, en alguna parte de su interior, supo reconocer los sentimientos del vampiro, y no quiso ser mezquina privándole más tiempo de su contacto.
Cuando Kairi se escondió en su pecho, él la rodeó con sus brazos sin titubear. Posó una mano sobre su nuca, en el inicio de la espalda, y la otra en su cintura, viéndose obligado a agacharse un poco debido a la diferencia de altura entre ambos. Christian escondió su rostro en el hueco de su cuello, aspirando su aroma con anhelo. No era necesario decir nada, ¿verdad? ¿Por qué estropear un momento como este con palabras innecesarias. Prefería disfrutarlo de este modo, con la música de fondo aunque en verdad no la escuchase, pues la respiración de Kairi era lo único que alimentaba sus sentidos. En ese momento, escuchó las palabras de la cazadora. Christian, que había dejado caer sus párpados durante ese abrazo tan añorado, abrió los ojos y los clavó sobre la muchacha. Le dedicó una sutil mirada, delicada y amable, y mientras se marchaba, no abandonó oportunidad para introducirse en su mente y dejarle un mensaje: "Ten cuidado con los vampiros problemáticos". Esas palabras eran en parte broma y en parte verdad, estableciendo cierta complicidad entre ambos. Christian sonrió suavemente, recordando la fiesta en donde Rido perdió los estribos, y volvió a cerrar los ojos, una vez la cazadora se hubo marchado.
Su atención regresó a Kairi, pese a que, francamente, nunca se había alejado de ella. Sin querer, los pensamientos arremolinados de la muchacha llegaron a su mente. Ese don era algo que a Christian le costaba mucho controlar. A veces, simplemente, no podía evitarlo. No lo hacía a propósito, pues no le agradaba para nada invadir la privacidad mental ajena, pero... ¿qué remedio tenía? Los pensamientos de Kairi acerca del reencuentro y, sobre todo, lo que había pensado anteriormente, inundaban ahora también la mente de Christian. Él, sonriendo suavemente, negó con la cabeza de manera casi imperceptible. Aún abrazándola, aún escondiendo su rostro en el hueco de su hombro, se dispuso a decir unas simples pero verídicas palabras:
- ¿Crees que no iré a buscarte allí donde estés? -inquirió, sincero, siendo totalmente consciente de que jamás podría evitar buscarla, hallarla, tenerla consigo de esta manera. No había sitio al cual él no llegase por ella, incluso si tuviera que ir hasta los confines inexplorados de los océanos.
- Christian Blade
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Localización : Allí donde nunca llegarás.
Empleo /Ocio : Desempleado
Humor : Que tengas o no un gato determinará mi humor hacia ti.
Re: Gran baile de carnaval
Chlóe se había quedado pensativa, preocupada aún por la repentina marcha del Vicepresidente. Ahora que se ponía a pensarlo, en nada se parecían el Líder y el Sub-Líder. Tan solo echando un vistazo atrás, podía reconocer que Nokku Damaru difería totalmente en comportamiento y personalidad a Yagari Touga. Y, por lo que le habían comentado, el nuevo Presidente -al que aún no tuvo el placer de conocer- también seguía los mismos patrones. ¿Acaso era algo estrictamente planeado y establecido? ¿Acaso se necesitaba ese curioso y extraño equilibrio entre dos seres completamente disímiles? Chlóe parpadeó un par de veces ante esos pensamientos y miró su copa de cristal. Sin duda, seguramente sería efecto del alcohol. De otro modo, ¿cómo podría llegar a conjeturas tan abstractas y volátiles? Suspiró y dio otro sorbo al champagne, y entonces las palabras de Ryu la desconcertaron.
Parpadeó un par de veces, observándolo con aquella timidez e inocencia que la caracterizaban. Alzó una de sus manos -la que tenía libre- y la agitó velozmente, excusándose.
- Oh no, no, Senpai. ¿Cómo podría acabar en tal estado? Moriría de vergüenza de tan solo recordarlo. Ni lo mencione, por favor. en verdad, no quiero causarle molestias, así que mejor... mejor dejo esto aquí, lejos -se inclinó para depositar la copa sobre la mesa. Cuando volvió a su posición, examinó el cristal y se llevó cierta confusión y desilución al verlo completamente vacío. Frunció el ceño, dubitativa. Para dejarla vacía sobre la mesa, ¿qué problema había si la continuaba teniendo en la mano? ¡Que podría llenarse! ¡Claro! Eso era, exactamente. Entonces Chlóe observó a Ryu otra vez, y le sonrió ampliamente, denotando en ella los primeros síntomas de la sobriedad perdiéndose entre la neblina burbujeante.
Mientras Ryu le explicaba la situación de Yagari. Chlóe se cruzó de brazos un momento, escuchando, atenta. Bajó la mirada, analizando lo que le decía, y entonces vio de reojo que un camarero pasaba a su lado con una bandeja de bebidas. ¿Más champagne? La chica, mientras el cazador hablaba, se movió con rapidez y agilidad y tomó dos copas de aquella bandeja, ofreciéndole una a Ryu, ya que la suya ya estaba por quedarse vacía. Ah, Chlóe, ¿acaso no era que no ibas a beber más esta noche? Pero visto y considerando su situación actual, el alcohol formaría parte de su organismo toda la velada. Cuando Ryu acabó de hablar, Chlóe dio un sorbo a su bebida y suspiró, pero acabó sonriendo mientras le observaba.
- Pero usted no es así, ¿verdad, Ryu? -preguntó, sin darse cuenta de que había llamado a un cazador experimentado por su nombre, rompiendo formalidades, lo que en otra situación sería para ella un fallo imperdonable, pues era una chica demasiado estricta y respetuosa.
La velada continuaba y las copas de champagne también. Chlóe dio otro sorbo más y, esta vez, cerró los ojos e hizo un gesto típico de aquellos que chupan limón. Su cuerpo, que no estaba acostumbrado a estos trotes, comenzaba a pasarle factura. Abrió los ojos de nuevo y sacudió la cabeza con suavidad. Ah, estuvo cerca. Casi lograba que toda la bebida que había ingerido acabase fuera de su cuerpo, pero no, Chlóe Crosszeria iba de vez en cuando a The Crow y, por ende, era una excelente bebedora. Y su consciencia, cómo no, se rió a carcajadas de su falsa seguridad. Pero allí estaba, copa en mano, mejillas rosadas, y no había señal de que decidiese parar. Entonces, un nuevo individuo emergió por arte de magia -al menos así lo veía ella- y se unió a la conversación. Chlóe, que se encontraba ensimismada con su pequeña copita burbujeante, se sobresaltó y se asustó un poco. Dio un salto y ahogó un chillido. Qué traje más... extraño. Realmente, ¿no tenía calor? ¿O acaso ella era la única que se estaba incendiando allí? "Cortesía del champagne", pensó. Al menos en una cosa acertó. Dirigió su mirada a Ryu y luego otra vez a aquel extraño enmascarado. Chlóe se inclinó un poco hacia los cotados, intentando desentrañar los misterios de su traje extravagante, pero nada. Acabó por hacer un gesto de aprobación y continuar bebiendo, pero entonces el extraño hombre la sorprendió. Chlóe dejó de respirar ante tales palabras. ¿Acaso... acaso eso era un piropo? Si las mejillas de Chlóe estaban rosadas, ahora estaban rojas, intensas. Balcuceó suavemente algunas palabras, como si buscase algo adecuado para decir, y tal vez hubiese bastado con un simple "gracias", pero la joven cazadora optó por una sonrisa delicada y tímida, bajando la mirada. Observó a Ryu luego de unos segundos, y lo notó muy serio de repente. Chlóe, que estaba entre ambos, sintió aquella situación como un partido de tenis. Su cabeza rosada iba de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, y así sucesivamente, escuchando las palabras que los hombres intercambiaban. Ante la primera pregunta del vampiro camuflado, Chlóe encogió los hombros, dubitativa. Ante la respuesta sensata de Ryu, Chlóe asintió, cerrando los ojos y bebiendo un poco más. Cuando los siguientes comentarios sucedieron, Chlóe asintió, poniéndose del lado del cazador. Sí, claro, había muchas chicas, y ella estaba feliz con su copita de champagne. Miró a Ryu cuando éste pasó un brazo por sus hombros. Ah, qué delicado y atento. Sólo quería cuidarla de extraños, sin duda, y entonces ponía excusas para ahuyentar a los lobos que pretendiesen aprovecharse de jovencitas ebrias. Sin embargo, Chlóe, tonta y ebria como ella sola, tuvo que abrir la boca:
- Podríamos bailar aquí los tres, y nadie se aburriría, ¿no creen? -sonrió, alzando sus enormes ojos azules hacia Ryu y mirándolo fijamente, para luego deslizar sus pupilas hasta el extraño, descubriendo el brillo verde y oscuro que se vislumbraba tras la máscara. Chlóe parpadeó un par de veces y dio otro sorbo a su copa. Alzó las cejas y sonrió ampliamente, convencida de que esa era la mejor opción.
Parpadeó un par de veces, observándolo con aquella timidez e inocencia que la caracterizaban. Alzó una de sus manos -la que tenía libre- y la agitó velozmente, excusándose.
- Oh no, no, Senpai. ¿Cómo podría acabar en tal estado? Moriría de vergüenza de tan solo recordarlo. Ni lo mencione, por favor. en verdad, no quiero causarle molestias, así que mejor... mejor dejo esto aquí, lejos -se inclinó para depositar la copa sobre la mesa. Cuando volvió a su posición, examinó el cristal y se llevó cierta confusión y desilución al verlo completamente vacío. Frunció el ceño, dubitativa. Para dejarla vacía sobre la mesa, ¿qué problema había si la continuaba teniendo en la mano? ¡Que podría llenarse! ¡Claro! Eso era, exactamente. Entonces Chlóe observó a Ryu otra vez, y le sonrió ampliamente, denotando en ella los primeros síntomas de la sobriedad perdiéndose entre la neblina burbujeante.
Mientras Ryu le explicaba la situación de Yagari. Chlóe se cruzó de brazos un momento, escuchando, atenta. Bajó la mirada, analizando lo que le decía, y entonces vio de reojo que un camarero pasaba a su lado con una bandeja de bebidas. ¿Más champagne? La chica, mientras el cazador hablaba, se movió con rapidez y agilidad y tomó dos copas de aquella bandeja, ofreciéndole una a Ryu, ya que la suya ya estaba por quedarse vacía. Ah, Chlóe, ¿acaso no era que no ibas a beber más esta noche? Pero visto y considerando su situación actual, el alcohol formaría parte de su organismo toda la velada. Cuando Ryu acabó de hablar, Chlóe dio un sorbo a su bebida y suspiró, pero acabó sonriendo mientras le observaba.
- Pero usted no es así, ¿verdad, Ryu? -preguntó, sin darse cuenta de que había llamado a un cazador experimentado por su nombre, rompiendo formalidades, lo que en otra situación sería para ella un fallo imperdonable, pues era una chica demasiado estricta y respetuosa.
La velada continuaba y las copas de champagne también. Chlóe dio otro sorbo más y, esta vez, cerró los ojos e hizo un gesto típico de aquellos que chupan limón. Su cuerpo, que no estaba acostumbrado a estos trotes, comenzaba a pasarle factura. Abrió los ojos de nuevo y sacudió la cabeza con suavidad. Ah, estuvo cerca. Casi lograba que toda la bebida que había ingerido acabase fuera de su cuerpo, pero no, Chlóe Crosszeria iba de vez en cuando a The Crow y, por ende, era una excelente bebedora. Y su consciencia, cómo no, se rió a carcajadas de su falsa seguridad. Pero allí estaba, copa en mano, mejillas rosadas, y no había señal de que decidiese parar. Entonces, un nuevo individuo emergió por arte de magia -al menos así lo veía ella- y se unió a la conversación. Chlóe, que se encontraba ensimismada con su pequeña copita burbujeante, se sobresaltó y se asustó un poco. Dio un salto y ahogó un chillido. Qué traje más... extraño. Realmente, ¿no tenía calor? ¿O acaso ella era la única que se estaba incendiando allí? "Cortesía del champagne", pensó. Al menos en una cosa acertó. Dirigió su mirada a Ryu y luego otra vez a aquel extraño enmascarado. Chlóe se inclinó un poco hacia los cotados, intentando desentrañar los misterios de su traje extravagante, pero nada. Acabó por hacer un gesto de aprobación y continuar bebiendo, pero entonces el extraño hombre la sorprendió. Chlóe dejó de respirar ante tales palabras. ¿Acaso... acaso eso era un piropo? Si las mejillas de Chlóe estaban rosadas, ahora estaban rojas, intensas. Balcuceó suavemente algunas palabras, como si buscase algo adecuado para decir, y tal vez hubiese bastado con un simple "gracias", pero la joven cazadora optó por una sonrisa delicada y tímida, bajando la mirada. Observó a Ryu luego de unos segundos, y lo notó muy serio de repente. Chlóe, que estaba entre ambos, sintió aquella situación como un partido de tenis. Su cabeza rosada iba de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, y así sucesivamente, escuchando las palabras que los hombres intercambiaban. Ante la primera pregunta del vampiro camuflado, Chlóe encogió los hombros, dubitativa. Ante la respuesta sensata de Ryu, Chlóe asintió, cerrando los ojos y bebiendo un poco más. Cuando los siguientes comentarios sucedieron, Chlóe asintió, poniéndose del lado del cazador. Sí, claro, había muchas chicas, y ella estaba feliz con su copita de champagne. Miró a Ryu cuando éste pasó un brazo por sus hombros. Ah, qué delicado y atento. Sólo quería cuidarla de extraños, sin duda, y entonces ponía excusas para ahuyentar a los lobos que pretendiesen aprovecharse de jovencitas ebrias. Sin embargo, Chlóe, tonta y ebria como ella sola, tuvo que abrir la boca:
- Podríamos bailar aquí los tres, y nadie se aburriría, ¿no creen? -sonrió, alzando sus enormes ojos azules hacia Ryu y mirándolo fijamente, para luego deslizar sus pupilas hasta el extraño, descubriendo el brillo verde y oscuro que se vislumbraba tras la máscara. Chlóe parpadeó un par de veces y dio otro sorbo a su copa. Alzó las cejas y sonrió ampliamente, convencida de que esa era la mejor opción.
- Chlóe Crosszeria
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Re: Gran baile de carnaval
Las palabras del Sangre Pura aun resonaban en mi cabeza. Las había escuchado cuando ya me había marchado del lugar, en mi mente, por lo que no le había preguntado por su significado. ¿Se habría percatado de la presencia del grupo de Niveles E? Y si era así, ¿por qué no me había avisado directamente? Posiblemente no se había referido a ellos, supuse, aunque me extrañaba que no los hubiese notado siendo él un Sangre Pura. Dejé escapar un suspiro, sintiéndome cansada. Centré mi atención en el rostro del cazador, quien mostró claramente que no estaba cómodo mientras yo estuviera allí. Vi cómo apartaba la mirada, con casi todo el rostro cubierto por el pelo. No sabía qué le pasaba, ni por qué actuaba tan raro, ni cómo había acabado con todos aquellos neófitos en tan poco rato y él solo. Y lo que más me inquietaba era lo que le podría haber impulsado a actuar así, de aquella manera tan... ¿agresiva? ''Sus motivos tendrá.'' Sin reaccionar de ninguna manera ante aquel gesto tan claro, seguí con el brazo extendido, hasta que el pañuelo acabó cayendo al suelo. Observé con una mirada seria, incluso algo triste, cómo el pequeño trozo de tela se quedaba olvidado sobre la hierba, mientras que Yagari seguía haciendo caso omiso. No había más que decir, o mejor dicho, nada más que demostrar. Mejor me marchaba y dejaba de incordiar. Sin mediar palabra me incorporé, recogí a Kazeshini junto con un tintineo metálico y eché a andar en silencio hacia el edificio de nuevo, dejando a mi superior solo con sus pensamientos. Me había imaginado una reacción así, me lo esperaba, pero como había dicho antes, no tenía derecho a recriminarme el que me acercase a una persona en aquel estado. Escuché un golpe a mis espaldas y algo dicho en voz baja, pero no me volví ni mostré ninguna reacción, a pesar de que me hubiese sobresaltado un poco. Caminé sin prisas, enrollando la cadena del arma y volviendo a sujetarla a mi espalda, colocando las correas casi de manera instintiva, sin necesidad de mirar hacia detrás.
Tratando de olvidar lo que había visto hacía minutos, me quedé mirando hacia el edificio mientras me acercaba. Noté que en mis dedos aun quedaban rastros de ceniza, así que me apresuré a quitármela con expresión neutra. La reacción del cazador me había afectado. Era lo que tenía ser sensible, no servía para aquellas situaciones a pesar de esperarme las reacciones. Tenía el estómago encogido de angustia. Maldije por lo bajo el haber visto a los Niveles E; de todas formas, no había hecho falta mi presencia allí, el trabajo ya había sido despachado cuando había conseguido llegar. Suspiré, resignada, y traté de centrarme en lo que tenía encima: tenía el mismo problema que hacía un rato, cuando había tenido que salir. ¿Cómo entraba con ambas guadañas a la espalda en un baile lleno de gente? Consideré la posibilidad de entrar por la misma ventana que había salido, pero aquella vez no contaba con ningún sitio al que subirme. ¿Habría alguna otra puerta u otra ventana por la que pudiese colarme sin ser vista? Resoplé, agobiada. ¿Y ahora qué hacía? A decir verdad, tampoco tenía muchas ganas de volver a la fiesta. Sin embargo, viendo la facilidad con la que aparecían allí problemas, no podría marcharme con la conciencia tranquila. Mientras seguía caminando noté algo pesado caer sobre mis hombros.- ¿Qué...?- Exclamé y me giré, alarmada. Me sorprendió ver a Yagari, y que lo que tuviese encima fuera su abrigo. Le dirigí una mirada que se mezclaba entre la sorpresa, la seriedad y la confusión. Acepté el pañuelo de sus manos en silencio. Lo miré confusa mientras él seguía andando y me decía que me perdería la fiesta, como si nada. ¿Qué le pasaba? Lo observé alejarse sin decir una sola palabra.
¿Qué se le pasaría por la cabeza al Vicepresidente? Me llevé una mano a la cabeza, sintiéndome mareada. Me revolví un par de mechones negros mientras alzaba la cabeza hacia el cielo nocturno. La bajé con un largo suspiro y me recoloqué el pesado abrigo sobre los hombros. Sin pedirlo me había llegado la solución a mi anterior dilema: cómo entraba en la fiesta ocultando a Kazeshini. Aquel abrigo me quedaba lo suficientemente grande como para poder ocultar el arma casi por completo, y aunque se llegase a ver un poco el filo, a esas horas pocas personas quedarían sobrias. Guardé el pañuelo en su sitio. Sin meter los brazos por las mangas, cogí por dentro el abrigo y lo cerré, cubriéndome como si aquello fuera una capa. Entré al salón y caminé lo más sigilosa y rápida que pude. Me vi de reflejo en el cristal de uno de los ventanales; entre el pelo, los ojos y ahora el abrigo completamente negro, además de que tenía la cara algo pálida, parecía un fantasma. Bueno, siendo un fantasma me costaría menos atravesar todo aquello. O eso pensaba, porque si antes me había costado un buen rato, ahora me costaba la vida misma. Seguí avanzando, esquivando gente por doquier, hasta que conseguí llegar al cuartito y, como alma que lleva el diablo, me metí dentro cerrando la puerta detrás mía. Dejé escapar un suspiro de alivio al haber salido de todo aquel bullicio. Me quité el abrigo y lo dejé con cuidado sobre una de las cajas, como me había indicado antes Yagari, procurando que no se le hiciera ningún doblez. Tendría que agradecerle el que me lo hubiese dejado, pero en aquel momento no tenía ganas. Me dirigí hacia la caja de madera que había usado para poder subirme a la ventana, y donde había dejado los guantes y el antifaz. Solté a Kazeshini con cuidado en el suelo. Me senté encima de la caja y apoyé la espalda contra la pared, dejando el antifaz a un lado y volviéndome a colocar los guantes.
La pared estaba casi tan helada como el viento que corría fuera, pero no me importó. Eché la cabeza hacia atrás, apoyándola también en la pared, ladeándola un poco para poder ver el pedazo de cielo que se veía por la ventana. Desde allí escuchaba el rumor de la fiesta como si fuera un simple murmullo lejano; allí podía estar un rato tranquila, con la mirada perdida entre las estrellas, que brillaban temblorosas en el cielo nocturno. Sí, posiblemente que quedara allí un buen rato.
Tratando de olvidar lo que había visto hacía minutos, me quedé mirando hacia el edificio mientras me acercaba. Noté que en mis dedos aun quedaban rastros de ceniza, así que me apresuré a quitármela con expresión neutra. La reacción del cazador me había afectado. Era lo que tenía ser sensible, no servía para aquellas situaciones a pesar de esperarme las reacciones. Tenía el estómago encogido de angustia. Maldije por lo bajo el haber visto a los Niveles E; de todas formas, no había hecho falta mi presencia allí, el trabajo ya había sido despachado cuando había conseguido llegar. Suspiré, resignada, y traté de centrarme en lo que tenía encima: tenía el mismo problema que hacía un rato, cuando había tenido que salir. ¿Cómo entraba con ambas guadañas a la espalda en un baile lleno de gente? Consideré la posibilidad de entrar por la misma ventana que había salido, pero aquella vez no contaba con ningún sitio al que subirme. ¿Habría alguna otra puerta u otra ventana por la que pudiese colarme sin ser vista? Resoplé, agobiada. ¿Y ahora qué hacía? A decir verdad, tampoco tenía muchas ganas de volver a la fiesta. Sin embargo, viendo la facilidad con la que aparecían allí problemas, no podría marcharme con la conciencia tranquila. Mientras seguía caminando noté algo pesado caer sobre mis hombros.- ¿Qué...?- Exclamé y me giré, alarmada. Me sorprendió ver a Yagari, y que lo que tuviese encima fuera su abrigo. Le dirigí una mirada que se mezclaba entre la sorpresa, la seriedad y la confusión. Acepté el pañuelo de sus manos en silencio. Lo miré confusa mientras él seguía andando y me decía que me perdería la fiesta, como si nada. ¿Qué le pasaba? Lo observé alejarse sin decir una sola palabra.
¿Qué se le pasaría por la cabeza al Vicepresidente? Me llevé una mano a la cabeza, sintiéndome mareada. Me revolví un par de mechones negros mientras alzaba la cabeza hacia el cielo nocturno. La bajé con un largo suspiro y me recoloqué el pesado abrigo sobre los hombros. Sin pedirlo me había llegado la solución a mi anterior dilema: cómo entraba en la fiesta ocultando a Kazeshini. Aquel abrigo me quedaba lo suficientemente grande como para poder ocultar el arma casi por completo, y aunque se llegase a ver un poco el filo, a esas horas pocas personas quedarían sobrias. Guardé el pañuelo en su sitio. Sin meter los brazos por las mangas, cogí por dentro el abrigo y lo cerré, cubriéndome como si aquello fuera una capa. Entré al salón y caminé lo más sigilosa y rápida que pude. Me vi de reflejo en el cristal de uno de los ventanales; entre el pelo, los ojos y ahora el abrigo completamente negro, además de que tenía la cara algo pálida, parecía un fantasma. Bueno, siendo un fantasma me costaría menos atravesar todo aquello. O eso pensaba, porque si antes me había costado un buen rato, ahora me costaba la vida misma. Seguí avanzando, esquivando gente por doquier, hasta que conseguí llegar al cuartito y, como alma que lleva el diablo, me metí dentro cerrando la puerta detrás mía. Dejé escapar un suspiro de alivio al haber salido de todo aquel bullicio. Me quité el abrigo y lo dejé con cuidado sobre una de las cajas, como me había indicado antes Yagari, procurando que no se le hiciera ningún doblez. Tendría que agradecerle el que me lo hubiese dejado, pero en aquel momento no tenía ganas. Me dirigí hacia la caja de madera que había usado para poder subirme a la ventana, y donde había dejado los guantes y el antifaz. Solté a Kazeshini con cuidado en el suelo. Me senté encima de la caja y apoyé la espalda contra la pared, dejando el antifaz a un lado y volviéndome a colocar los guantes.
La pared estaba casi tan helada como el viento que corría fuera, pero no me importó. Eché la cabeza hacia atrás, apoyándola también en la pared, ladeándola un poco para poder ver el pedazo de cielo que se veía por la ventana. Desde allí escuchaba el rumor de la fiesta como si fuera un simple murmullo lejano; allí podía estar un rato tranquila, con la mirada perdida entre las estrellas, que brillaban temblorosas en el cielo nocturno. Sí, posiblemente que quedara allí un buen rato.
- Rangiku Matsumoto
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Re: Gran baile de carnaval
¿Cómo explicarlo sin extenderme mucho? Demasiadas cosas habían pasado desde mi llegada a ese pueblucho perdido en medio de los bosques. Yo me enamoré, y ellos se la llevaron cuando más la necesitaba. Oh, claro que si, nada más enterarme de que Fraiah no estaba mande al diablo la Asociación, ni siquiera regresé a casa después de la fiesta. Eran todos unos ineptos... y yo también. Todo por lo que luchaban, sus valores, sus palabras... estaban vacíos. No pude soportarlo. Mi determinación y mi espíritu puro, esas dos cosas de las que tanto podía presumir, se mancillaron como un valioso jarrón que cae desde una vieja estantería, estrellándose contra el suelo para nunca volver a ser lo mismo.
Me fui, claro que me fui. No quería saber nada de los cazadores. La busque, busqué a Fraiah por mi propia cuenta, era lo único que me importaba, era lo único que me mantenía con vida y... poco a poco fui muriendo de nuevo.
No lo conseguí, fracasé, y me dí cuenta de que todos esos sentimientos, todas mis promesas, no eran más que vanidades superfluas. Pero yo seguía siendo el Presidente de la Asociación, no podía negar ese puesto. Yo sabía que Fraiah seguía con vida, pero si la persona incorrecta consiguiera usurpar mi posición de líder de la Asociación seguramente la cagaría y con su estupidez haría que la mataran.
Volví a mi país, volví con la cabeza agachada, con el corazón destrozado y con los puños como piedras. Estudie, entrené. No tardé demasiado en hacerme con el título de cazador de élite. Por supuesto, en mi universidad nadie sabía de mi posición. Aprendí mucho. Pensé que ya sabía todo lo que había que saber, pero me había equivocado. Si acababa siempre con los huesos rotos era porque era demasiado débil. Esta vez no volvería a pasar lo mismo.
Si, creo que es un buen resumen. Y volviendo al tema de la Asociación, dudo que a nadie le importara que yo me ausentara una temporada, total, Nokku lo hacía continuamente, deberían de estar acostumbrados.
~~
Aquel carnaval, aquella fiesta, era la oportunidad perfecta para volver, para buscar pistas, para encontrarla de nuevo. Mi antifaz era negro, no demasiado grande ni llamativo, y tenía, pegado, la cabeza de una flor amarilla a la altura de mis ojos, sobre la nariz. Al entrar no busqué a nadie en particular, no llamé la atención, prácticamente ni levanté la mirada. Mis cabellos ya no eran los de antes así que seguramente a los míos les costaría reconocerme. Si, me había cortado el pelo por primera vez en mi vida. Lo hice justo después de darme cuenta de cuán inutil y estúpido era al dejar que atraparan a Fraiah. Esa melena que descansaba sobre mi espalda en forma de trenza representaba todo mi pasado, todo lo que se supone que me hacía fuerte, pero yo ya no necesitaba eso, porque no era fuerte. Corté los rubios lazos que me unían a mi pasado y me liberé de esa pasada carga llamada recuerdos. No, no me olvidé en absoluto de nada, pero tampoco quería recordarlo con dolor porque realmente lo único que importa es la persona que soy ahora, no la que fui ni la que seré, así que esa melena ya no tenía sentido para mi.
Mi mirada, cansada, hosca, intimidadora e incluso triste, en resumen una versión esmeralda en miniatura de lo que representaba el azulado infierno que tenía Yagari en sus pupilas, se paseo por la sala al mismo tiempo que yo me acercaba a un solitario asiento en un rincón de la sala. Me derrumbé ahí y esperé. Mi katana, que colgaba de mi cintura, oculta por mi chaqueta, chocó contra el suelo e hizo un ruido seco, detalle que no se notó gracias a la música de la orquesta y el griterío de la muchedumbre ¿Pasaría algo esta vez?
Me fui, claro que me fui. No quería saber nada de los cazadores. La busque, busqué a Fraiah por mi propia cuenta, era lo único que me importaba, era lo único que me mantenía con vida y... poco a poco fui muriendo de nuevo.
No lo conseguí, fracasé, y me dí cuenta de que todos esos sentimientos, todas mis promesas, no eran más que vanidades superfluas. Pero yo seguía siendo el Presidente de la Asociación, no podía negar ese puesto. Yo sabía que Fraiah seguía con vida, pero si la persona incorrecta consiguiera usurpar mi posición de líder de la Asociación seguramente la cagaría y con su estupidez haría que la mataran.
Volví a mi país, volví con la cabeza agachada, con el corazón destrozado y con los puños como piedras. Estudie, entrené. No tardé demasiado en hacerme con el título de cazador de élite. Por supuesto, en mi universidad nadie sabía de mi posición. Aprendí mucho. Pensé que ya sabía todo lo que había que saber, pero me había equivocado. Si acababa siempre con los huesos rotos era porque era demasiado débil. Esta vez no volvería a pasar lo mismo.
Si, creo que es un buen resumen. Y volviendo al tema de la Asociación, dudo que a nadie le importara que yo me ausentara una temporada, total, Nokku lo hacía continuamente, deberían de estar acostumbrados.
~~
Aquel carnaval, aquella fiesta, era la oportunidad perfecta para volver, para buscar pistas, para encontrarla de nuevo. Mi antifaz era negro, no demasiado grande ni llamativo, y tenía, pegado, la cabeza de una flor amarilla a la altura de mis ojos, sobre la nariz. Al entrar no busqué a nadie en particular, no llamé la atención, prácticamente ni levanté la mirada. Mis cabellos ya no eran los de antes así que seguramente a los míos les costaría reconocerme. Si, me había cortado el pelo por primera vez en mi vida. Lo hice justo después de darme cuenta de cuán inutil y estúpido era al dejar que atraparan a Fraiah. Esa melena que descansaba sobre mi espalda en forma de trenza representaba todo mi pasado, todo lo que se supone que me hacía fuerte, pero yo ya no necesitaba eso, porque no era fuerte. Corté los rubios lazos que me unían a mi pasado y me liberé de esa pasada carga llamada recuerdos. No, no me olvidé en absoluto de nada, pero tampoco quería recordarlo con dolor porque realmente lo único que importa es la persona que soy ahora, no la que fui ni la que seré, así que esa melena ya no tenía sentido para mi.
Mi mirada, cansada, hosca, intimidadora e incluso triste, en resumen una versión esmeralda en miniatura de lo que representaba el azulado infierno que tenía Yagari en sus pupilas, se paseo por la sala al mismo tiempo que yo me acercaba a un solitario asiento en un rincón de la sala. Me derrumbé ahí y esperé. Mi katana, que colgaba de mi cintura, oculta por mi chaqueta, chocó contra el suelo e hizo un ruido seco, detalle que no se notó gracias a la música de la orquesta y el griterío de la muchedumbre ¿Pasaría algo esta vez?
- Jack Wintersnow
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Re: Gran baile de carnaval
Juliete prefirió ser discreta. No llamar la atención y que nadie se acordara de su máscara. A ella le gustaba su recubrimiento, pero porque era poco llamativa. No brillaba y no tenía esas estúpidas narices alargadas. Y su vestido era su propia ropa, que ya de por si no parecía ropa normal y corriente. Vale de vestido, ¿no? Sus armas no estaban aquí. Eran demasiado grandes para poder ocultarlas. Solo podía permitirse una pequeña pistola de bajo calibre que guardaba bajo sus pechos, pegada a la piel... ¿con cinta adhesiva? Si, no se me ha ocurrido nada mejor, ¿que pasa? Solo esperaba que no se le despegase y se cayera el arma al suelo. Pero... ¿le iba a servir de algo ir armada? Mm... bueno, en estas fiestas siempre suele haber conflictos y supongo que esta no va a ser la excepción.
La fiesta estaba animada, o al menos lo parecía. Muchas máscaras, gente hablando... lo típico de las fiestas. Le resultaba divertido mirar las caras de la gente. Llevaban máscaras que expresaban alguna emoción, y el que tenía una máscara triste estaba super alegre.. y al contrario...
Pero la principal pregunta era, ¿que hacía ella aquí? Bueno, básicamente, venía a investigar. La asociación y todo eso. Si enemigos o amigos. Si gente que tenía qué morir, o seguir viviendo. Conseguir información... vamos, que no vengo a pasármelo bien. Se preguntaba si había venido el Presidente de la Asociación. ¿Habría más cazadores como ella? ¿Vampiros...? Si, los había. Y sentía energías poderosas. Unas cinco o seis. ¿Cazadores? Seguro. ¿Vampiros? Muy probable. Quería respirar un minuto tranquila y después, comenzar el trabajo, y para ello se dirigió a un asiento. Iba a sentarse y mirar todo desde ahí. No quería beber nada, pues no bebo en horas de... trabajo. Solo observar, y punto.
Se sentó al lado de un hombre rubio y alto. Un tipo bastante atractivo. Iba a presentarse. Quería conocer a alguien, y eso le vendría bien.
-Vaya tontería lo de las máscaras y el carnaval.-dije a la vez que posaba su trasero delicadamente en el asiento.-¿No te parece?
Con algo tenía que empezar a hablar, ¿no? Trató de utilizar la voz más agradable que pudo. Ella no quería resultar descortés ni nada por el estilo, y tampoco sabía si el estaba por la labor de devolver el gesto. Con esto de llevar máscara nunca se sabe.
La fiesta estaba animada, o al menos lo parecía. Muchas máscaras, gente hablando... lo típico de las fiestas. Le resultaba divertido mirar las caras de la gente. Llevaban máscaras que expresaban alguna emoción, y el que tenía una máscara triste estaba super alegre.. y al contrario...
Pero la principal pregunta era, ¿que hacía ella aquí? Bueno, básicamente, venía a investigar. La asociación y todo eso. Si enemigos o amigos. Si gente que tenía qué morir, o seguir viviendo. Conseguir información... vamos, que no vengo a pasármelo bien. Se preguntaba si había venido el Presidente de la Asociación. ¿Habría más cazadores como ella? ¿Vampiros...? Si, los había. Y sentía energías poderosas. Unas cinco o seis. ¿Cazadores? Seguro. ¿Vampiros? Muy probable. Quería respirar un minuto tranquila y después, comenzar el trabajo, y para ello se dirigió a un asiento. Iba a sentarse y mirar todo desde ahí. No quería beber nada, pues no bebo en horas de... trabajo. Solo observar, y punto.
Se sentó al lado de un hombre rubio y alto. Un tipo bastante atractivo. Iba a presentarse. Quería conocer a alguien, y eso le vendría bien.
-Vaya tontería lo de las máscaras y el carnaval.-dije a la vez que posaba su trasero delicadamente en el asiento.-¿No te parece?
Con algo tenía que empezar a hablar, ¿no? Trató de utilizar la voz más agradable que pudo. Ella no quería resultar descortés ni nada por el estilo, y tampoco sabía si el estaba por la labor de devolver el gesto. Con esto de llevar máscara nunca se sabe.
- Juliete LeBlanc
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Re: Gran baile de carnaval
Un hombre enmascarado, solitario y con gestos cortos y hoscos, eso es lo que soy ¿Por qué iba a querer alguien molestarme? Supongo que esa mujer no se había dado cuenta de mi "presencia" si se acercaba a mi. Quiero decir que si hubiera notificado la presión que mi mirada y la sed de sangre en general que dominaba mi mente no se habría atrevido a dirigirme la palabra. La muchacha que había invadido mi espacio se sentó despreocupadamente a mi lado, ocultando su rostro bajo una delicada máscara. No parecía llevar ninguna arma, le sería imposible ocultarla con tan poca ropa... o tal vez no. A lo mejor llevaba algún cuchillo oculto.
¿Por qué estaba pensando en todo aquello? No todo el mundo iba a intentar matarme. De cualquier manera, esa mujer debía de ser una cazadora por la forma en la que vestía y hablaba, no era del pais, estaba claro, y si era una alumna de intercambio estaría con sus compañeros. Tenia un acento... ¿Francés? Yo odio el francés, no por nada si no que simplemente es una lengua muy bonita pero que a mi no se me da para nada bien pronunciar, era como un trofeo que nunca podría alcanzar, por eso no me gustaba.
En principio no tenía pensado contestarla, pero eso crearía un ambiente demasiado sospechoso y tenso así que no me quedaba otra que jugar a su juego de ser amable y sociable, hasta cierto punto, esta claro. Giré ligeramente mi rostro hacia la muchedumbre y me quedé pensativo por un momento antes de cerrar los ojos, como si estuviera buscando la respuesta adecuada a su pregunta.
Aun cuando eres capaz de ocultar tu presencia y tu sed de sangre no hay otra forma de pasar desapercibido ante la gente cuando conocen tu rostro. Es por eso que una máscara es algo que le da encanto a estos macabros encuentros.
Dije suavemente antes de torcer mis esmeraldas ojos hacia ella, clavando mi mirada directamente en la suya, atravesándola por completo
¿No crees?
No sabría decir la razón por la que había escogido precisamente esas palabras y esa forma de actuar pues lo hacía por puro instinto, pero estaba claro que yo ya no era el mismo chico que mis subordinados habían conocido. No, aquel chico había sido asesinado por la perdida de una simple mujer, mientras se había mantenido vivo recibiendo puñaladas de soledad.
Interrumpí mi contacto visual con la joven y volví a centrar en los invitados. Un hombre, aun no lo sabía, pero me había convertido en un hombre después de abandonarlo todo, esta vez sin aferrarme en la esperanza de encontrar de nuevo a nadie en mi camino.
Reconocí a Rangiku, y a Yagari, también al amigo de Rido Blood. Los reconocí bajo sus mascaras, mas por su actitud que por lo poco que mostraban de sus caras ¿Porque eran tan evidentes? Esos dos eran mis mejores hombres y aun así... cualquiera que quisiera asesinarlos en silencio ya lo habría hecho. Tsk...
¿Por qué estaba pensando en todo aquello? No todo el mundo iba a intentar matarme. De cualquier manera, esa mujer debía de ser una cazadora por la forma en la que vestía y hablaba, no era del pais, estaba claro, y si era una alumna de intercambio estaría con sus compañeros. Tenia un acento... ¿Francés? Yo odio el francés, no por nada si no que simplemente es una lengua muy bonita pero que a mi no se me da para nada bien pronunciar, era como un trofeo que nunca podría alcanzar, por eso no me gustaba.
En principio no tenía pensado contestarla, pero eso crearía un ambiente demasiado sospechoso y tenso así que no me quedaba otra que jugar a su juego de ser amable y sociable, hasta cierto punto, esta claro. Giré ligeramente mi rostro hacia la muchedumbre y me quedé pensativo por un momento antes de cerrar los ojos, como si estuviera buscando la respuesta adecuada a su pregunta.
Aun cuando eres capaz de ocultar tu presencia y tu sed de sangre no hay otra forma de pasar desapercibido ante la gente cuando conocen tu rostro. Es por eso que una máscara es algo que le da encanto a estos macabros encuentros.
Dije suavemente antes de torcer mis esmeraldas ojos hacia ella, clavando mi mirada directamente en la suya, atravesándola por completo
¿No crees?
No sabría decir la razón por la que había escogido precisamente esas palabras y esa forma de actuar pues lo hacía por puro instinto, pero estaba claro que yo ya no era el mismo chico que mis subordinados habían conocido. No, aquel chico había sido asesinado por la perdida de una simple mujer, mientras se había mantenido vivo recibiendo puñaladas de soledad.
Interrumpí mi contacto visual con la joven y volví a centrar en los invitados. Un hombre, aun no lo sabía, pero me había convertido en un hombre después de abandonarlo todo, esta vez sin aferrarme en la esperanza de encontrar de nuevo a nadie en mi camino.
Reconocí a Rangiku, y a Yagari, también al amigo de Rido Blood. Los reconocí bajo sus mascaras, mas por su actitud que por lo poco que mostraban de sus caras ¿Porque eran tan evidentes? Esos dos eran mis mejores hombres y aun así... cualquiera que quisiera asesinarlos en silencio ya lo habría hecho. Tsk...
- Jack Wintersnow
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Re: Gran baile de carnaval
Yagari había regresado al salón. Había sepultado nuevamente todos esos sentimientos dispares para regresar a la estúpida fiesta que allí se estaba celebrando. Suspiró mientras avanzaba entre los invitados, hasta que llegó a una mesa que se encontraba entre dos columnas elegantes. Recargó su espalda en una de ellas y se dispuso a encender un cigarro. Su máscara aún poseía algunas manchas de sangre, pero no le importaba en lo más mínimo. Cualquiera diría que estaba siendo algo descuidado, pero la verdad era que poco le interesaba estar en línea esa noche. Hacía unos minutos lo único que quería era ahogar todo aquello que lo estaba consumiendo por dentro desde hacía años. La fiesta, con todo lo que representaba, había tocado sus recuerdos con un dedo afilado. Había herido su compostura trayendo imágenes indeseables a su mente; memorias de un pasado que prefería que quedasen allí, en el baúl de los recuerdos. Más allá de su expresión desinteresada y tranquila de siempre, una oscuridad muy grande azotaba sus sentidos internos. Mientras se mostraba serio y responsable, casi inmutable, por dentro había días en donde parecía que iba a incendiarse a causa de su propio veneno. Y lo hubiera hecho esa noche, realmente se hubiera internado en el parque en búsqueda de más vampiros que machacar, de más víctimas a las cuales atribuirles la culpa que merecían, pero entonces ella apareció, entrometida cazadora, y lo obligó a volver en sí. No podía creer que justo ella, de tantas personas, fuera la que lo encontrase allí. Hubiera sido mucho más sencillo de explicar si hubiese sido el viejo Olivier o Zero, pero no, Rangiku Matsumoto fue a parar allí, justo en la boca del lobo. ¿Y qué iba a decirle? Absolutamente nada. Aún no comprendía cómo no la había enviado a sembrar margaritas a otra parte.
La gente danzaba, despreocupada. Touga se llevó el cigarro a los labios y disfrutó del silencio de no entablar diálogo con nadie. Observó que nuevas personas iban llegando, entre ellos, algunos eran cazadores. Se detuvo especialmente en una silueta. Hubiera jurado que Wintersnow estaba allí, pero de repente perdió de vista al sujeto que confundió con su presencia, y la multitud lo cubrió por completo. Pudo observar, también, que Olivier continuaba su plática con Crosszeria, y entonces, en ese momento, entrecerró los ojos, frunciendo el ceño, mientras dejaba que el humo gris emanase desde sus labios hacia el exterior, contaminando el ambiente a su lado. ¿Dónde diablos se había quedado Matsumoto? La había visto entrar con su abrigo, pero luego, nada. Le pareció algo sospechoso, ciertamente. Y mientras mediaba sobre el asunto, un joven alumno de la Academia pasó a su lado. Se le quedó mirando, pues tenía unas gotas de sangre surcando salvajemente la base de su cuello, la cual estaba al descubierto por llevar desabrochados los primeros botones de la camisa. Touga clavó su ojo celeste en él, y el chico sacudió la cabeza, huyendo de su campo de visión. Tsk, ¿acaso había algún problema? Recordaría sus rasgos y lo reprobaría luego.
Despegó su espalda de la pared y apagó la colilla del cigarro en un cenicero que se encontraba sobre la mesa. Se metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar entre la gente. Cuando llegó cerca del cuarto de limpieza, notó que en su interior había luz. Frunció el ceño y tanteó el pomo, girándolo. Ahora que lo recordaba, había visto a la cazadora ingresar en dicho cuarto, ¿pero acaso no había salido de allí en todo ese tiempo? Y, al ingresar, comprobó lo que suponía: ella estaba allí dentro, sentada sobre una caja, mirando hacia el exterior por una escueta ventana que había arriba, cerca del techo. Touga enarcó una ceja, pero cerró la puerta tras de sí, haciendo el suficiente ruido como para llamar su atención.
- Eh, Matsumoto. ¿Hemos cambiado puestos y no me he enterado? -inquirió, tomando como referencia la situación anterior en la que ella lo encontró a él. Si no fuera porque lo creía mera casualidad, diría que ella se estaba burlando de él. Touga suspiró y caminó lentamente por la pequeña sala, mirando hacia un lado y hallando allí su abrigo. Se llevó una mano a su cinturón -donde llevaba un cuchillo bien camuflado- y lo quitó de allí, arrojándolo encima de una caja. Continuó caminando hasta estar próximo a la chica, y la miró detenidamente-. ¿Te han comido la lengua los ratones? -preguntó, examinando sus gestos. Pero por más bromista que se presentara, Yagari no era ningún tonto, y podía percibir perfectamente que ella se encontraba algo distraída, desganada. Y él, como no era muy bueno pidiendo disculpas ni mucho menos dando explicaciones, se tomó el asunto como algo personal, creyendo que tal vez había sido brusco con ella en un principio, demasiado hosco incluso para lo habitual. Quizás había sido irrespetuoso y grosero en algún punto allí afuera, luego tratándola como si nada cuando primero quiso comérsela con la mirada y acribillarla a insultos por inoportuna. Pero bien había logrado morderse la lengua y controlar su ira, aunque en el interior él sabía de lo que podría haber sido capaz de no ser por su excesivo autocontrol. Y entonces, al verla allí, sola y aburrida, quizás igual que él, decidió en su fuero interno saldar aquello que él consideraba una deuda. Después de todo, a pesar de haber repudiado su presencia, de no haber aparecido ella allí, quién sabe en dónde hubiera terminado él, carcomido por todos sus fantasmas. Por esa razón, suspiró nuevamente, quitando una de sus manos de los bolsillos y mirando a su alrededor, pensativo, para finalmente extenderla en dirección a ella, con la palma hacia arriba, invitándola a bailar. Una nueva canción estaba sonando en el salón y su melodía llegaba hasta allí dentro. El cazador la observó en silencio, aguardando por su respuesta. Y que luego Kaien no le reprochase que él no sabía cómo tratar a las mujeres.
La gente danzaba, despreocupada. Touga se llevó el cigarro a los labios y disfrutó del silencio de no entablar diálogo con nadie. Observó que nuevas personas iban llegando, entre ellos, algunos eran cazadores. Se detuvo especialmente en una silueta. Hubiera jurado que Wintersnow estaba allí, pero de repente perdió de vista al sujeto que confundió con su presencia, y la multitud lo cubrió por completo. Pudo observar, también, que Olivier continuaba su plática con Crosszeria, y entonces, en ese momento, entrecerró los ojos, frunciendo el ceño, mientras dejaba que el humo gris emanase desde sus labios hacia el exterior, contaminando el ambiente a su lado. ¿Dónde diablos se había quedado Matsumoto? La había visto entrar con su abrigo, pero luego, nada. Le pareció algo sospechoso, ciertamente. Y mientras mediaba sobre el asunto, un joven alumno de la Academia pasó a su lado. Se le quedó mirando, pues tenía unas gotas de sangre surcando salvajemente la base de su cuello, la cual estaba al descubierto por llevar desabrochados los primeros botones de la camisa. Touga clavó su ojo celeste en él, y el chico sacudió la cabeza, huyendo de su campo de visión. Tsk, ¿acaso había algún problema? Recordaría sus rasgos y lo reprobaría luego.
Despegó su espalda de la pared y apagó la colilla del cigarro en un cenicero que se encontraba sobre la mesa. Se metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar entre la gente. Cuando llegó cerca del cuarto de limpieza, notó que en su interior había luz. Frunció el ceño y tanteó el pomo, girándolo. Ahora que lo recordaba, había visto a la cazadora ingresar en dicho cuarto, ¿pero acaso no había salido de allí en todo ese tiempo? Y, al ingresar, comprobó lo que suponía: ella estaba allí dentro, sentada sobre una caja, mirando hacia el exterior por una escueta ventana que había arriba, cerca del techo. Touga enarcó una ceja, pero cerró la puerta tras de sí, haciendo el suficiente ruido como para llamar su atención.
- Eh, Matsumoto. ¿Hemos cambiado puestos y no me he enterado? -inquirió, tomando como referencia la situación anterior en la que ella lo encontró a él. Si no fuera porque lo creía mera casualidad, diría que ella se estaba burlando de él. Touga suspiró y caminó lentamente por la pequeña sala, mirando hacia un lado y hallando allí su abrigo. Se llevó una mano a su cinturón -donde llevaba un cuchillo bien camuflado- y lo quitó de allí, arrojándolo encima de una caja. Continuó caminando hasta estar próximo a la chica, y la miró detenidamente-. ¿Te han comido la lengua los ratones? -preguntó, examinando sus gestos. Pero por más bromista que se presentara, Yagari no era ningún tonto, y podía percibir perfectamente que ella se encontraba algo distraída, desganada. Y él, como no era muy bueno pidiendo disculpas ni mucho menos dando explicaciones, se tomó el asunto como algo personal, creyendo que tal vez había sido brusco con ella en un principio, demasiado hosco incluso para lo habitual. Quizás había sido irrespetuoso y grosero en algún punto allí afuera, luego tratándola como si nada cuando primero quiso comérsela con la mirada y acribillarla a insultos por inoportuna. Pero bien había logrado morderse la lengua y controlar su ira, aunque en el interior él sabía de lo que podría haber sido capaz de no ser por su excesivo autocontrol. Y entonces, al verla allí, sola y aburrida, quizás igual que él, decidió en su fuero interno saldar aquello que él consideraba una deuda. Después de todo, a pesar de haber repudiado su presencia, de no haber aparecido ella allí, quién sabe en dónde hubiera terminado él, carcomido por todos sus fantasmas. Por esa razón, suspiró nuevamente, quitando una de sus manos de los bolsillos y mirando a su alrededor, pensativo, para finalmente extenderla en dirección a ella, con la palma hacia arriba, invitándola a bailar. Una nueva canción estaba sonando en el salón y su melodía llegaba hasta allí dentro. El cazador la observó en silencio, aguardando por su respuesta. Y que luego Kaien no le reprochase que él no sabía cómo tratar a las mujeres.
- Yagari Touga
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Empleo /Ocio : Licenciado en pedagogía, educador calificado. Y bueno, sí, también es cazador.
Humor : No fastidies mi paciencia.
Re: Gran baile de carnaval
No sabía cuánto tiempo llevaba así, allí sentada, y casi podría decirse que aquel detalle ni me importaba. Cuánto más tiempo hubiese pasado, menos rato quedaría de fiesta, por lo que faltaría menos para que pudiese irme. No había acudido con muchos ánimos, y parecía ser que me iría con muchísimos menos. Cerré los ojos un instante, sintiendo el frío de la pared sobre el tramo de mi espalda que quedaba al descubierto. Los abrí al rato con languidez, como si los párpados me pesasen debido a un repentino cansancio. Subí los pies sobre la caja, encogiéndome sombre mí misma, rodeando mis rodillas con los brazos. Apoyé sobre ellos la cara, sin dejar de mirar el pedazo de cielo nocturno que podía ver desde allí. Con la mirada perdida, observaba a las pequeñas estrellas brillar en toda aquella oscuridad. Qué frías resultaban con aquel brillo blanquecino, y a la vez eran tan hermosas... ¿Era yo la única persona que se sentía tremendamente insignificante cuando miraba el cielo? Dejé escapar un largo suspiro; no sabía qué hacía pensando en esas cosas. Hacía rato que mi mente se había alejado de la fiesta, y, para qué negarlo, de la realidad. Escuchaba las piezas que iban pasando como si fuera el sonido del viento o de la lluvia, como si realmente no estuviese allí... Porque, prácticamente, estaba ausente. No me preocupaba si algo pasaba fuera; la gente era lo suficientemente escandalosa como para alertarse y empezar a chillar a la más mínima, así que no tendría problemas en enterarme. Estaba tranquila pues sabía que, fuera de aquel improvisado refugio que había encontrado, todo marchaba como debía, por lo que podría quedarme allí.
Era raro verme tan desanimada, ¿verdad? Normalmente estaría dando vueltas por el salón o incluso me habría replanteado el unirme al grupo de mis compañeros. Pero el tener que llevar a cuestas tantas cosas cansaba. Y no llevaba encima tan solo el peso de la rutina, que de por sí se hacía interminable; cargaba con muchísimas más cosas de las que ojalá pudiera desprenderme, sentimientos que terminaban por atormentarme cuando más débil de ánimo me hallaba. Quería arrancar todo lo que provocaban y abandonarlo a su suerte, al igual que hacían esas emociones conmigo. Pero, ¿acaso eso se podía hacer? Si alguien sabía cómo conseguirlo, que por favor, no se lo callase. Y a todo eso se le unía lo que había pasado rato antes. ¿Tan malo era preocuparse por alguien? Pecaba de ingenua, y era algo que me echaba en cara constantemente. Fruncí el entrecejo levemente al recordarlo, un poco cabreada, pero mi expresión acabó por suavizarse de nuevo. Volví de nuevo a centrarme en el leve temblor de la luz de las estrellas que se dejaban ver tímidamente. Como ya había dicho antes, si había reaccionado así, sus motivos tendría. Al escuchar el ruido de la puerta al cerrarse, alcé la cabeza, alerta, y volví mis ojos hacia ella.
Y, hablando del Rey de Roma, por la puerta asoma. Literalmente.
Lo miré un poco confusa, sin pronunciar una palabra. ¿De qué me sonaba aquella escena? Ah sí, hacía rato habíamos estado así pero en el puesto contrario. Y aquel comentario me lo recordó aun más. Agaché la cabeza y desvié la mirada, sin responder a aquella primera pregunta. ¿Por qué había venido? ¿Se sentía mal? No era necesario; cada persona reaccionaba como se lo daba su forma de ser. Observé de soslayo cómo arrojaba un cuchillo a un lado. No me había fijado que lo llevaba. Fruncí de nuevo el ceño, ¿cuántas armas llevaba aquel cazador encima? Siempre parecía portar todo un arsenal con él. Volví a apartar la mirada al sentir que me observaba.- Posiblemente.- Contesté, respondiendo con suavidad y una leve sonrisa ambigua. Estuve tentada de decirle que aquello no era necesario. Podía dejarme allí sola, no tenía por qué sentirse culpable. Si aquella noche yo no estaba de humor no era por su culpa, aunque hubiese sido la gota que había colmado el vaso. Pero, aun así, no había nada que disculpar.- Perdone que fuera antes tan inoportuna. No debería haberme metido donde no me llaman.- Dije, tratando de que con eso quedase el tema zanjado. No era lo que realmente opinaba, pero a veces actuar de aquella manera era necesario. Vi que observaba a su alrededor, pensativo. Volví a desviar la mirada hacia un rincón de aquella pequeña habitación, apoyando la espalda de nuevo contra la pared, esperando la despedida. Tardé un poco en reaccionar al ver su mano extendida hacia mí. La miré, dudando durante unos segundos, para luego mirarle a la cara con una expresión confusa. Volví a mirar la mano. ''¿Eh?'' ¿Aquello era una invitación? Dudé unos instantes, observando confusa la mano que me tendía. Acabé sonriendo levemente con un suspiro. Cogí aquel molesto antifaz y me lo coloqué de nuevo, aceptando la mano que me tendía, observando lo grande que era en comparación de la mía.
Y al aceptar aquella invitación, había aceptado todo el riesgo que conllevaba. Nunca había bailado, no tenía ni idea. ¿Y ahora cómo me las apañaba?
Era raro verme tan desanimada, ¿verdad? Normalmente estaría dando vueltas por el salón o incluso me habría replanteado el unirme al grupo de mis compañeros. Pero el tener que llevar a cuestas tantas cosas cansaba. Y no llevaba encima tan solo el peso de la rutina, que de por sí se hacía interminable; cargaba con muchísimas más cosas de las que ojalá pudiera desprenderme, sentimientos que terminaban por atormentarme cuando más débil de ánimo me hallaba. Quería arrancar todo lo que provocaban y abandonarlo a su suerte, al igual que hacían esas emociones conmigo. Pero, ¿acaso eso se podía hacer? Si alguien sabía cómo conseguirlo, que por favor, no se lo callase. Y a todo eso se le unía lo que había pasado rato antes. ¿Tan malo era preocuparse por alguien? Pecaba de ingenua, y era algo que me echaba en cara constantemente. Fruncí el entrecejo levemente al recordarlo, un poco cabreada, pero mi expresión acabó por suavizarse de nuevo. Volví de nuevo a centrarme en el leve temblor de la luz de las estrellas que se dejaban ver tímidamente. Como ya había dicho antes, si había reaccionado así, sus motivos tendría. Al escuchar el ruido de la puerta al cerrarse, alcé la cabeza, alerta, y volví mis ojos hacia ella.
Y, hablando del Rey de Roma, por la puerta asoma. Literalmente.
Lo miré un poco confusa, sin pronunciar una palabra. ¿De qué me sonaba aquella escena? Ah sí, hacía rato habíamos estado así pero en el puesto contrario. Y aquel comentario me lo recordó aun más. Agaché la cabeza y desvié la mirada, sin responder a aquella primera pregunta. ¿Por qué había venido? ¿Se sentía mal? No era necesario; cada persona reaccionaba como se lo daba su forma de ser. Observé de soslayo cómo arrojaba un cuchillo a un lado. No me había fijado que lo llevaba. Fruncí de nuevo el ceño, ¿cuántas armas llevaba aquel cazador encima? Siempre parecía portar todo un arsenal con él. Volví a apartar la mirada al sentir que me observaba.- Posiblemente.- Contesté, respondiendo con suavidad y una leve sonrisa ambigua. Estuve tentada de decirle que aquello no era necesario. Podía dejarme allí sola, no tenía por qué sentirse culpable. Si aquella noche yo no estaba de humor no era por su culpa, aunque hubiese sido la gota que había colmado el vaso. Pero, aun así, no había nada que disculpar.- Perdone que fuera antes tan inoportuna. No debería haberme metido donde no me llaman.- Dije, tratando de que con eso quedase el tema zanjado. No era lo que realmente opinaba, pero a veces actuar de aquella manera era necesario. Vi que observaba a su alrededor, pensativo. Volví a desviar la mirada hacia un rincón de aquella pequeña habitación, apoyando la espalda de nuevo contra la pared, esperando la despedida. Tardé un poco en reaccionar al ver su mano extendida hacia mí. La miré, dudando durante unos segundos, para luego mirarle a la cara con una expresión confusa. Volví a mirar la mano. ''¿Eh?'' ¿Aquello era una invitación? Dudé unos instantes, observando confusa la mano que me tendía. Acabé sonriendo levemente con un suspiro. Cogí aquel molesto antifaz y me lo coloqué de nuevo, aceptando la mano que me tendía, observando lo grande que era en comparación de la mía.
Y al aceptar aquella invitación, había aceptado todo el riesgo que conllevaba. Nunca había bailado, no tenía ni idea. ¿Y ahora cómo me las apañaba?
- Rangiku Matsumoto
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Re: Gran baile de carnaval
Ah, aquellos labios, aquella cercanía que nos mantenía vivos. No cambiaría este momento por nada del mundo aunque toda esta gente estuviera mirando cada paso de dábamos. Aunque estuviéramos fuera de nuestros cabales, haciendo las cosas sin pensar. Solo por mera diversión y disfrute de ambos. Era bastante divertido, sobretodo ver como habían girado las tornas. Ahora era yo la que llevaba el baile, podría hacer lo que quisiera pero ahora mismo no era el lugar más apropiado. Comenzaba a molestarme las hordas de gente que se arremolinaban cerca de nosotros. Necesitaba movimiento y la protección que ofrecían los bailarines allí presentes. Mi atención volvió a posarse en Ziel con aquellas palabras que hicieron que mi corazón diera un vuelco. Bella Naid Gring, te amo. Más que a nada en este mundo. Y jamás quiero perderte No pude por menos, tras esas palabras, que besarle una y otra vez, como si una eternidad no bastara para ello. Al separarme ligeramente reí bastante. Serás celoso, le revolví el pelo como hacía siempre, haciendo que se le pusiera de punta. Era muy divertido. Aunque he de admitir que yo haría lo mismo continué. La verdad es que si, lo haría. Se me podrían los pelos de punta si alguna vez veía a Ziel con otra persona que no fuera yo o Marcus. Como han cambiado las cosas. A pesar de todo toleraba la relación que tenían Ziel y Marcus porque me demostraron que se necesitaban el uno al otro, al igual que yo a ellos y lo entendía. Al principio fue algo chocante nada más saberlo. Normalmente alguien que secuestra a la persona que quieres no hace eso, o por lo menos no te lo esperas. El tiempo te demuestra muchas cosas, y una de ellas es que te permite ver a las personas tal y como son, sin ninguna barrera de por medio. Marcus y Ziel habían conseguido que les viera tal y como son, y eso hacía que les quisiera todavía más. Todos los momentos que hemos pasado juntos, todas las experiencias, por todo eso y mucho más, muchísimo más, merecía la pena estar con ellos. Nos cuidábamos los unos a los otros y de vez en cuando había alguna que otra pelea pero, ¿en qué familia no pasaba?
La música seguía su curso y no era algo a lo que le estaba prestando atención. La gente comenzaba a bailar alrededor de nosotros. Bien, se acabó el espectáculo para ellos. La cabecita de Ziel se posó en mi hombro y yo incliné la mia hacia un lado para apoyarla en la suya. Su súplica encendió las luces rojas de mi cabeza. ¿Cómo es que no se me había ni pasado por la cabeza? Soy tonta, se me había olvidado completamente de que Ziel todavía no podía controlar eso. Y no es que yo fuera bien precisamente. “Arg lo siento Ziel, lo siento, no me había dado cuenta, vamos a fuera ¿si?” me sentía bastante culpable por ello. Le acaricié el rostro. Tranquilo Ziel, eres fuerte. sonreí y le besé en la frente preparada para irnos. A continuación uno chico llamó la atención de Ziel mientras éste le decía que yo no estaba libre. Me puso tras él impidiendo ver qué era lo que le había entregado aquel chico. Por la cara que tenía Ziel y su nerviosismo parecía ser que no era nada bueno. Ziel,¿qué pa..? y, sin dejarme terminar la pregunta me arrastró con él. Miraba hacia todos lados y no veía absolutamente nada, ni siquiera una mínima señal de amenaza. Lo que me preocupaba ahora mismo era el estado de Ziel y que es lo que estaba pasando. Ziel dime qué es lo que pasa por favor. volví a preguntar. No habían pasado ni cinco segundos y ya su nerviosismo y angustia se me había pegado. Al mirar a un lado, de repente me choqué contra Ziel. ¿Qué era lo que estaba pasando aquí?
Antes de que me diera cuenta de lo que estaba sucediendo, alguien me llevó consigo. No me dio tiempo a gritar, no sabía el por qué. No podía ver, ni hablar, pero si sentir y oler. Aquella persona me trataba demasiado bien como para querer hacerme daño. Si así lo hacía ya me encargaría de él. Su mano cubría mi boca sin forzarla demasiado, y la velocidad con la que se había desplazado no era de un humano. Cuando paró se oyó el “clac” del picaporte de una puerta, y de ella salía un fuerte olor a..¿rosas? ¿Qué era todo esto? No pude evitar sonreír aunque la venda me impidiera hacerlo bien. Empezaba a intuir quien era el que me había traído aquí y su olor no era para nada desconocido. Ésta vez cogió mis manos, guiándome hasta él, haciendo lo que él quería que hiciera. Un paso, dos y un giro. Sin darme cuenta, ya estaba muy cerca, y sin duda alguna, sí, era él. Marcus O’Conell me había traído aquí, a una habitación que olía tremendamente a rosas, con los ojos vendados y sin poder decir una palabra. ¿Esto le haría gracia a Ziel? Sonreí y esperé a su siguiente movimiento.
Me atrajo hacia él, poniendo una mano en mi cintura y con la otra, agarrar mi mano. Apoyé la otra mano que me quedaba libre en su pecho mientras comenzaba a sonar una dulce melodía. Comenzó a moverse lentamente haciendo que siguiera sus pasos, y pese a no poder ver nada lo hacía a la perfección. Ayudaban mucho los movimientos de su cuerpo con el mío, hacía que fuera por donde tenía que ir, sin ningún tropiezo. Me hizo girar de nuevo sin esperar que me inclinara, acercando su rostro al mío, sintiendo su respiración… Con sus labios muy cerca de los míos, por fin, quitó la venda de mi boca sin apenas un roce. La venda de mis ojos continuaba intacta y no podía esperar a que me la quitara. Volvió a incorporarme para continuar con nuestro baile. Abrí mis labios para decir algo, por lo menos pronunciar su nombre, pero la emoción del momento no me lo permitía. Parecía una chiquilla de quince años esperando a que le dieran un premio. Tenía el estómago agarrotado y mi respiración comenzaba a ser irregular, necesitaba controlarla ya.
La música estaba llegando a su fin y Marcus optó por llevarme por un camino diferente. Con cuidado me obligó a inclinarme, encontrándome con una superficie blanda bastante cómoda, mientras me recostaba sobre ésta. Mmm…¿no puedo quitarme la venda? esperaba que me dijera que si, necesitaba quitármela ya para ver su rostro. La venda no hacía más que hacerme sufrir la espera e intensificar mis otros sentidos. El aroma de Marcus se mezclaba con el de las rosas. Ah, Marcus. Siempre sabía qué hacer.
Se inclinó sobre mí, dejando que sus dedos recorrieran mi pelo para luego llevarlos a las zonas que el vestido no llegaba a tapar. Su contacto era como una corriente eléctrica que hacía que deseara más, aun teniendo los guantes puestos. Elevé una de mis manos buscando su rostro sin éxito alguno hasta que rozó sus labios con los míos. Mi labio inferior se vio aprisionado por el suyo dulcemente, para que luego, su lengua fuera bajando poco a poco hasta mi cuello. Marcus… Entrelacé mis dedos entre su pelo, acariciándole despacio. Mi respiración era entrecortada y mis ojos tomaban un color carmesí. Un beso, dos, tres… recorriendo mi cuerpo, sintiendo sus labios sin poder alcanzarlos. Subió poco a poco para que nuestros labios volvieran a encontrarse presos del deseo. Le besé con intensidad, llevando mis manos a su pelo, dejándome llevar…
La música seguía su curso y no era algo a lo que le estaba prestando atención. La gente comenzaba a bailar alrededor de nosotros. Bien, se acabó el espectáculo para ellos. La cabecita de Ziel se posó en mi hombro y yo incliné la mia hacia un lado para apoyarla en la suya. Su súplica encendió las luces rojas de mi cabeza. ¿Cómo es que no se me había ni pasado por la cabeza? Soy tonta, se me había olvidado completamente de que Ziel todavía no podía controlar eso. Y no es que yo fuera bien precisamente. “Arg lo siento Ziel, lo siento, no me había dado cuenta, vamos a fuera ¿si?” me sentía bastante culpable por ello. Le acaricié el rostro. Tranquilo Ziel, eres fuerte. sonreí y le besé en la frente preparada para irnos. A continuación uno chico llamó la atención de Ziel mientras éste le decía que yo no estaba libre. Me puso tras él impidiendo ver qué era lo que le había entregado aquel chico. Por la cara que tenía Ziel y su nerviosismo parecía ser que no era nada bueno. Ziel,¿qué pa..? y, sin dejarme terminar la pregunta me arrastró con él. Miraba hacia todos lados y no veía absolutamente nada, ni siquiera una mínima señal de amenaza. Lo que me preocupaba ahora mismo era el estado de Ziel y que es lo que estaba pasando. Ziel dime qué es lo que pasa por favor. volví a preguntar. No habían pasado ni cinco segundos y ya su nerviosismo y angustia se me había pegado. Al mirar a un lado, de repente me choqué contra Ziel. ¿Qué era lo que estaba pasando aquí?
Antes de que me diera cuenta de lo que estaba sucediendo, alguien me llevó consigo. No me dio tiempo a gritar, no sabía el por qué. No podía ver, ni hablar, pero si sentir y oler. Aquella persona me trataba demasiado bien como para querer hacerme daño. Si así lo hacía ya me encargaría de él. Su mano cubría mi boca sin forzarla demasiado, y la velocidad con la que se había desplazado no era de un humano. Cuando paró se oyó el “clac” del picaporte de una puerta, y de ella salía un fuerte olor a..¿rosas? ¿Qué era todo esto? No pude evitar sonreír aunque la venda me impidiera hacerlo bien. Empezaba a intuir quien era el que me había traído aquí y su olor no era para nada desconocido. Ésta vez cogió mis manos, guiándome hasta él, haciendo lo que él quería que hiciera. Un paso, dos y un giro. Sin darme cuenta, ya estaba muy cerca, y sin duda alguna, sí, era él. Marcus O’Conell me había traído aquí, a una habitación que olía tremendamente a rosas, con los ojos vendados y sin poder decir una palabra. ¿Esto le haría gracia a Ziel? Sonreí y esperé a su siguiente movimiento.
Me atrajo hacia él, poniendo una mano en mi cintura y con la otra, agarrar mi mano. Apoyé la otra mano que me quedaba libre en su pecho mientras comenzaba a sonar una dulce melodía. Comenzó a moverse lentamente haciendo que siguiera sus pasos, y pese a no poder ver nada lo hacía a la perfección. Ayudaban mucho los movimientos de su cuerpo con el mío, hacía que fuera por donde tenía que ir, sin ningún tropiezo. Me hizo girar de nuevo sin esperar que me inclinara, acercando su rostro al mío, sintiendo su respiración… Con sus labios muy cerca de los míos, por fin, quitó la venda de mi boca sin apenas un roce. La venda de mis ojos continuaba intacta y no podía esperar a que me la quitara. Volvió a incorporarme para continuar con nuestro baile. Abrí mis labios para decir algo, por lo menos pronunciar su nombre, pero la emoción del momento no me lo permitía. Parecía una chiquilla de quince años esperando a que le dieran un premio. Tenía el estómago agarrotado y mi respiración comenzaba a ser irregular, necesitaba controlarla ya.
La música estaba llegando a su fin y Marcus optó por llevarme por un camino diferente. Con cuidado me obligó a inclinarme, encontrándome con una superficie blanda bastante cómoda, mientras me recostaba sobre ésta. Mmm…¿no puedo quitarme la venda? esperaba que me dijera que si, necesitaba quitármela ya para ver su rostro. La venda no hacía más que hacerme sufrir la espera e intensificar mis otros sentidos. El aroma de Marcus se mezclaba con el de las rosas. Ah, Marcus. Siempre sabía qué hacer.
Se inclinó sobre mí, dejando que sus dedos recorrieran mi pelo para luego llevarlos a las zonas que el vestido no llegaba a tapar. Su contacto era como una corriente eléctrica que hacía que deseara más, aun teniendo los guantes puestos. Elevé una de mis manos buscando su rostro sin éxito alguno hasta que rozó sus labios con los míos. Mi labio inferior se vio aprisionado por el suyo dulcemente, para que luego, su lengua fuera bajando poco a poco hasta mi cuello. Marcus… Entrelacé mis dedos entre su pelo, acariciándole despacio. Mi respiración era entrecortada y mis ojos tomaban un color carmesí. Un beso, dos, tres… recorriendo mi cuerpo, sintiendo sus labios sin poder alcanzarlos. Subió poco a poco para que nuestros labios volvieran a encontrarse presos del deseo. Le besé con intensidad, llevando mis manos a su pelo, dejándome llevar…
- Bella.N.Gring
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Re: Gran baile de carnaval
Era incómodo. Yagari podía percibir aquella tensión en el aire. Podía percibir lo tirante que estaba la rienda de esa escueta conversación, y su consciencia le indicaba que posibilemente era su culpa. Suspiró otra vez, disimuladamente. Miró a su alrededor tal y como había hecho minutos antes. ¿Qué tenía para decir? ¿Qué podía decirle a ella acerca de lo ocurrido? Nada, absolutamente nada. No era un hombre de muchas palabras, y mucho menos si esas palabras debían ser utilizadas para dar explicaciones. Sin embargo, algo le incómodaba, y tal vez más que la propia atmósfera tensa que había allí. Lo que más parecía perturbarle era el hecho de habersela agarrado con la persona menos indicada, pero la cual justamente apareció en el momento menos oportuno. A decir verdad, él podría haberse comportado mucho peor, y se sorprendió a sí mismo cuando se percató del excelente autocontrol que había poseído, incluso para una situación como esa, donde los sentimientos parecen fluir de la peor manera, de modo que parecen controlar completamente el cuerpo y la mente, obligándolo a actuar con imprudencia, violencia, impotencia, y volviéndolo un completo idiota.
Touga observó aquella sonrisa ambigua que ella le dedicó. Desvió su mirada hacia un lado, pensativo, para luego oír sus siguientes palabras y encogerse de hombros, despreocupado, adoptando una posición relajada del cuerpo. Regresó su vista hacia ella, dispuesto a responder:
- No es nada. Solo estaba matando unos Nivel E. Una pena que hayas llegado tarde para la fiesta -mintió, descaradamente, acentuando la última palabra de la frase con clara ironía, pero no tuvo escrúpulo alguno en hacerlo. ¿Qué? ¿Acaso iba a decirle que se le había subido la sangre a la cabeza? ¿Acaso iba a explicarle y contarle de forma larga y tendida todo el tormento que llevaba dentro durante todos estos arduos años de servicio? Ni de coña. Cada céntimo de dolor, se quedaría con él, en su interior. Porque él, egoísta, no deseaba compartir lo único que mantenía vivo y ardiente el odio en su interior, con absolutamente nadie. Y, tras pensarlo un poco, creyó que si no la había terminado de cagar ya, en este preciso instante lo había hecho. Y si ella quería enviarlo a pelar patatas, no diría una sola palabra más y se marcharía. Y entonces Kaien podría sentirse victorioso, porque al fin y al cabo él habría acabado de arruinarle la velada a esa chica.
Pasados unos segundos, respiró suavemente y desvió su atención de ella, dispuesto a regresar la mano que le estaba tendiendo a su cómodo bolsillo. Sin embargo, para su sorpresa -y tal vez para la sorpresa de Rangiku también- ella apoyó su pequeña y delicada palma sobre la suya, tan hosca y distante como su poseedor. El cazador volvió el rostro hacia ella, clavando sobre sus negras pupilas su gélido iris invernal. Notó la estupefacción en el rostro de la joven, pero no dijo nada al respecto. Aunque sí, ya lo sabía, no era necesario que lo observase así: nadie esperaría que Touga Yagari invitara a alguien a bailar. De hecho, nadie lo había visto bailar nunca. ¿Pero qué iba a hacer? Recibió "órdenes estrictas" de divertirse, y a duras penas le haría caso, quizás porque en el fondo sabía que realmente lo necesitaba; en lo profundo, realmente necesitaba sepultar a ese mordaz asesino que no quería cesar de luchar por salir.
Su mirada viajó, lentamente, a través del brazo de la cazadora para acabar posándose sobre ambas manos. La diferencia de tamaño entre ambas era notable, así como también era visible el contraste que los guantes de ambos ejercían sobre el escenario. El suyo, negro y completamente opaco, hacía que resaltase mucho más el de ella, claro y brillante. Del mismo modo que la oscuridad sostiene y hace resplandecer la luz, Yagari, con todas sus sombras, provocaba que el brillo de la juventud y la inocencia rebosara aún más sobre las mejillas de Matsumoto. Regresó su ojo hacia ella una vez más, pero para observar cómo su otro brazo se extendía en dirección a la cintura de la muchacha, depositando allí, en la zona inferior de las costillas, su otra mano enguantada. La acercó un poco a él, y al mirar hacia abajo, amagó una sonrisa. No podía creer lo enana que era. Sin embargo, desvió su mirada un instante para evitar reírse, aunque seguramente ella ya hubiera notado aquel gesto. Por más que sus azabaches cabellos cayeran sobre su rostro, era imposible ocultar aquella mueca forzada para no demostrar socarronería. No obstante, aquella intención malvada se esfumó de repente, en cuanto a su mente viajó el recuerdo de la última vez que había bailado con una mujer. Había sido en una fiesta similar a esta, con la misma temática. Él, curiosamente, iba disfrazado con el mismo atuendo. Y ahora se hacía más evidente el tiempo que había transcurrido. Su mirada se ensombreció por unos segundos, pero intentó controlar aquel impulso que otorgaban los pensamientos sobre el pasado. ¿Cuánto hacía que no se encontraba en esta misma situación? Años, a decir verdad. Si bien había tenido acercamiento con una que otra mujer -pues al fin y al cabo era un hombre, y como tal tenía necesidades- jamás lo había hecho en condiciones de un elegante baile. Además, él no era un canalla, a diferencia de Olivier. Si él quería algo, sabía dónde ir a buscarlo y que la querencia fuera recíproca. De todos modos, siempre había detestado esa parte humana, animal, que provoca las intenciones de ir en busca de calor hacia el lecho de alguien más. Siempre había preferido la soledad y la parsimonia; el placer de un buen whisky ante el placer que propiciaba la carne.
Mientras guiaba a Rangiku mediante sus movimientos, no pudo evitar recordar todo aquello. Se sorprendía a sí mismo al notar que, a pesar de las telarañas que podían tener sus pies a causa de los años sin utilizarlos para este fin, se las apañaba muy bien. Sus movimientos no eran bruscos, podían considerarse elegantes y, lo más importante, recordaba cómo guiar a su pareja de baile. Luego de varios pasos, un giro. Y se sorprendió aún más al notar la torpeza que se asomaba mediante cada paso de la joven. Touga entrecerró su ojo suavemente, escrutando los movimientos de ella, pero se prometió a sí mismo no reír, ni siquiera amagar a hacerlo como hizo anteriormente respecto a su estatura. Después de todo, estarían a mano: ella no sabía bailar y él era un bruto y completo imbécil por haberla tratado de esa manera allí afuera. Y su nivel de imbecilidad aumentaba conforme transcurría el tiempo que pasaba sin que él supiese cómo disculparse.
Touga observó aquella sonrisa ambigua que ella le dedicó. Desvió su mirada hacia un lado, pensativo, para luego oír sus siguientes palabras y encogerse de hombros, despreocupado, adoptando una posición relajada del cuerpo. Regresó su vista hacia ella, dispuesto a responder:
- No es nada. Solo estaba matando unos Nivel E. Una pena que hayas llegado tarde para la fiesta -mintió, descaradamente, acentuando la última palabra de la frase con clara ironía, pero no tuvo escrúpulo alguno en hacerlo. ¿Qué? ¿Acaso iba a decirle que se le había subido la sangre a la cabeza? ¿Acaso iba a explicarle y contarle de forma larga y tendida todo el tormento que llevaba dentro durante todos estos arduos años de servicio? Ni de coña. Cada céntimo de dolor, se quedaría con él, en su interior. Porque él, egoísta, no deseaba compartir lo único que mantenía vivo y ardiente el odio en su interior, con absolutamente nadie. Y, tras pensarlo un poco, creyó que si no la había terminado de cagar ya, en este preciso instante lo había hecho. Y si ella quería enviarlo a pelar patatas, no diría una sola palabra más y se marcharía. Y entonces Kaien podría sentirse victorioso, porque al fin y al cabo él habría acabado de arruinarle la velada a esa chica.
Pasados unos segundos, respiró suavemente y desvió su atención de ella, dispuesto a regresar la mano que le estaba tendiendo a su cómodo bolsillo. Sin embargo, para su sorpresa -y tal vez para la sorpresa de Rangiku también- ella apoyó su pequeña y delicada palma sobre la suya, tan hosca y distante como su poseedor. El cazador volvió el rostro hacia ella, clavando sobre sus negras pupilas su gélido iris invernal. Notó la estupefacción en el rostro de la joven, pero no dijo nada al respecto. Aunque sí, ya lo sabía, no era necesario que lo observase así: nadie esperaría que Touga Yagari invitara a alguien a bailar. De hecho, nadie lo había visto bailar nunca. ¿Pero qué iba a hacer? Recibió "órdenes estrictas" de divertirse, y a duras penas le haría caso, quizás porque en el fondo sabía que realmente lo necesitaba; en lo profundo, realmente necesitaba sepultar a ese mordaz asesino que no quería cesar de luchar por salir.
Su mirada viajó, lentamente, a través del brazo de la cazadora para acabar posándose sobre ambas manos. La diferencia de tamaño entre ambas era notable, así como también era visible el contraste que los guantes de ambos ejercían sobre el escenario. El suyo, negro y completamente opaco, hacía que resaltase mucho más el de ella, claro y brillante. Del mismo modo que la oscuridad sostiene y hace resplandecer la luz, Yagari, con todas sus sombras, provocaba que el brillo de la juventud y la inocencia rebosara aún más sobre las mejillas de Matsumoto. Regresó su ojo hacia ella una vez más, pero para observar cómo su otro brazo se extendía en dirección a la cintura de la muchacha, depositando allí, en la zona inferior de las costillas, su otra mano enguantada. La acercó un poco a él, y al mirar hacia abajo, amagó una sonrisa. No podía creer lo enana que era. Sin embargo, desvió su mirada un instante para evitar reírse, aunque seguramente ella ya hubiera notado aquel gesto. Por más que sus azabaches cabellos cayeran sobre su rostro, era imposible ocultar aquella mueca forzada para no demostrar socarronería. No obstante, aquella intención malvada se esfumó de repente, en cuanto a su mente viajó el recuerdo de la última vez que había bailado con una mujer. Había sido en una fiesta similar a esta, con la misma temática. Él, curiosamente, iba disfrazado con el mismo atuendo. Y ahora se hacía más evidente el tiempo que había transcurrido. Su mirada se ensombreció por unos segundos, pero intentó controlar aquel impulso que otorgaban los pensamientos sobre el pasado. ¿Cuánto hacía que no se encontraba en esta misma situación? Años, a decir verdad. Si bien había tenido acercamiento con una que otra mujer -pues al fin y al cabo era un hombre, y como tal tenía necesidades- jamás lo había hecho en condiciones de un elegante baile. Además, él no era un canalla, a diferencia de Olivier. Si él quería algo, sabía dónde ir a buscarlo y que la querencia fuera recíproca. De todos modos, siempre había detestado esa parte humana, animal, que provoca las intenciones de ir en busca de calor hacia el lecho de alguien más. Siempre había preferido la soledad y la parsimonia; el placer de un buen whisky ante el placer que propiciaba la carne.
Mientras guiaba a Rangiku mediante sus movimientos, no pudo evitar recordar todo aquello. Se sorprendía a sí mismo al notar que, a pesar de las telarañas que podían tener sus pies a causa de los años sin utilizarlos para este fin, se las apañaba muy bien. Sus movimientos no eran bruscos, podían considerarse elegantes y, lo más importante, recordaba cómo guiar a su pareja de baile. Luego de varios pasos, un giro. Y se sorprendió aún más al notar la torpeza que se asomaba mediante cada paso de la joven. Touga entrecerró su ojo suavemente, escrutando los movimientos de ella, pero se prometió a sí mismo no reír, ni siquiera amagar a hacerlo como hizo anteriormente respecto a su estatura. Después de todo, estarían a mano: ella no sabía bailar y él era un bruto y completo imbécil por haberla tratado de esa manera allí afuera. Y su nivel de imbecilidad aumentaba conforme transcurría el tiempo que pasaba sin que él supiese cómo disculparse.
- Yagari Touga
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Humor : No fastidies mi paciencia.
Re: Gran baile de carnaval
El juego y la diversión comienzan para uno.
La pasión y lo desconocido para otro.
La oscura pesadilla para el último.
La pasión y lo desconocido para otro.
La oscura pesadilla para el último.
Al voltear la tarjeta, quedé totalmente paralizado. Los pies se detuvieron inmediatamente, parando de respirar al instante. El semblante se quedó sin expresión alguna y casi empalideció aún más después de comprender el mensaje. Incrédulo de lo que mis ojos veían, releía una y otra vez las frases del dorso y la delantera. "Y ese alguien, podría ser yo". "Pero no se preocupe, la trataré bien". Ni siquiera el “joven señor” podía sacarme de la confusión, pues hasta los cazadores desertores me llamaban de esa forma. Todos allí conocían mi pasado y el de Marcus, conocían la relación de vasallaje que tuve mientras fui humano, y quien conociera toda la información que tenían en su poder. De tal forma, que la suposición planteada en un primer momento, no tenía otra oponente con la cual competir. Y quizá ese cliché de música habría bastado para despejar todas las dudas del neófito.
Pero justamente, la última pista fue el desencadenante de que sólo tuviera mente para los cazadores, no para pensar en que esto era un simple entretenimiento de Marcus. ¿Qué pensaba el vampiro, que podría olvidar de la noche a la mañana lo que ellos me habían hecho? ¿Qué podría olvidar sus voces, sus rostros y los golpes? Claro, para él todo era demasiado fácil con repetir su dichosa frase: “enfréntate a tus demonios y véncelos, Ziel”. Ya habían pasado unas cuantas semanas, pero ni eso podía llegar a borrar todo lo que estaba dibujado sobre mis recuerdos. Era cruel por parte de Marcus O’Conell jugar con el neófito y ese As en su contra, tan mal interpretable como estaba sucediendo. Entreabrí los labios, queriendo decir algo, cosa que no llegó a concederse. Ansiaba desesperadamente pedir ayuda, pero el miedo tenía agarrado mi garganta. Los recuerdos de las celdas, de los experimentos, las voces… todo parecía regresar para atormentarme y grabar en el presente lo que ocurriría si no escapaba de allí a tiempo. Cerré los ojos, mareado por tantas imágenes, por la misma sed que me agobiaba y me ponía más nervioso de lo que ya lo estaba. Pues, lo peor de todo, es el pensamiento de saber que esta vez, Bella podría estar justamente en la celda de enfrente. Y no existía mayor culpabilidad que esa.
El pánico agarrotaba todos y cada uno de mis músculos y les impedía avanzar un solo paso. Todo pareciera que estuviera vendiéndome como un verdadero mártir, justo como el vampiro me acusó una vez. Y nada más que hacía darle vueltas, desconfiar de aquel que pasaba por nuestro lado. No podía ser Marcus, ya que él mismo se presentaría delante del neófito y con su aire de galán, dejando una rosa roja sobre el cabello de mi novia, se hubiera llevado a Bella a cualquier lugar que creyera adecuado para ella. Por tanto, la palabra “cazadores” volvió a repetirse en mi cabeza, golpeándome como un martillo. El pulso de mi mano comenzó a fallar, tanto, que la tarjeta se escurrió entre los dedos, sin que apenas pudiera remediarlo. Estaba completamente bloqueado, pues de repente había olvidado todo lo que tenía en la mente para escapar de los cazadores. La música dejó de entrar por mis tímpanos, aislándome en una burbuja de incapacidad para pensar o actuar rápidamente. Yo… no tenía nada con lo que defenderme. Pondría a Bella en peligro y ellos… ellos estaban aquí dispuestos a formar una gran masacre. Quien fuera… sabía que ambos estábamos aquí, sin la presencia de Marcus para poder salir del baile. Y… estaban dispuestos… a llevarse a Bella. Y… Las más terroríficas pesadillas bloquearon incluso su capacidad de imaginación, para intentar alejar al neófito de ello.
Me giré instintivamente hacia Bella, esperando que ella gritara a mi cuerpo para agilizarlo a que se moviera de inmediato. Debíamos salir de allí, y lo conocía a la perfección; así como desconocía completamente que… ella ya no se encontraba. El horror se plantó sobre su mirada ardiente en la sed y ahogada en el miedo. ¿Dónde… Dónde estaba Bella? Me volteé veloz sobre mí mismo, comprobando que no era cualquier tontería de jugar al escondite o algo así. Pero no, Bella ya no estaba a mi lado. Un astuto vampiro de apellido O’Conell se la había llevado al verdadero paraíso de lo desconocido, confundiendo, en contrapartida, más al neófito. La señal de emergencia se inyectó sobre mí, alertándome más de lo que ya estaba. Los colmillos sobresalieron de entre los labios, furioso, amenazante. Se la habían llevado. Esos malnacidos se la habían llevado.
Cuando quise darme cuenta, me hallé corriendo por toda la pista de baile, girando a cada mujer que tenía el cabello rojo o el vestido del mismo color. Mi olfato intentaba localizarla de todos modos, al igual que mis oídos se concentraban en escuchar algún grito o su voz entreteniéndose con alguno de nuestros compañeros. Ella podría estar aún en el edificio y no había tiempo que perder.
Y al levantar la vista desesperadamente hacia las gradas, su figura pareció ser un alivio dentro de la condena. Su traje absolutamente negro, acuerdo con el color de su cabello y sus ojos resaltando entre la multitud. El vampiro había venido como salvación a mi petición anhelada de traer de vuelta a Bella y descuartizar a esos desertores. Pero cual endemoniada verdad se escondía detrás de aquel supuesto Marcus. Mientras, el verdadero, disfrutaba engatusando con sus encantos a la hermosa dama que tenían en común; parsimoniosamente y sin ningún tipo de prisa, sin ningún tipo de preocupación por la cordura de su joven amante. Incluso su doble era parte de este maquiavélico y –por supuesto visto desde la perspectiva de Ziel Carphatia– cruel plan. Y jamás desconfiaría de que él pudiera hablar desarrollado el aura que le otorgué y hacer algo como aquello, pues ni yo mismo creí ser capaz de algo parecido.
Sin pensarlo dos veces, empecé a correr hacia él. Tenía que contarle lo que había sucedido enseguida. Ambos debíamos encontrar a Bella antes de que fuera demasiado tarde. Comencé a apartar gente, empujándola, haciéndome paso violentamente, sin importarme nada más que llegar hasta él. Finalmente, el neófito llegó ante el doble del vampiro, sudando, agobiado, sin respiración, nervioso, sediento y preso del pánico que corría por sus venas. Agarré su traje inevitablemente, enseñando los colmillos al hablar.
-¡Se han llevado a Bella! ¡Marcus, ellos están aquí! Están aquí… Y Bella… ellos se la han llevado. Marcus… no la encuentro. No encuentro a Bella por ninguna parte. - Supliqué, zarandeándole sin miramiento. Mientras, un fugaz brillo de pena se estrellaba contra mis ojos rojizos. – Marcus… por lo que más quieras… Ayúdame a buscarla… Por favor… - Sin poder contenerlo, un pequeño hilo de agua rodó mejilla abajo, trazando una sonrisa de clemencia y necesidad, que tan pronto se formó como deshizo. Estaba desesperado y no sabía qué más podía hacer para evitar que Bella sufriera todo aquello. Pues, ¿quién, en su sentido común, dejaría a un ser querido experimental el dolor?
- Ziel A. Carphatia
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Re: Gran baile de carnaval
Aquella mentira tan descarada me sentó como una patada en el estómago, tenía que admitirlo. Miré hacia otro lado con tal de que no viese la expresión que mi rostro había adoptado al escuchar esas palabras. Tenía paciencia y comprendía las cosas hasta cierto punto, pero también tenía mucho orgullo dentro de aquel cuerpo menudo. Me ahorré cualquier respuesta que pudiera darle mientras esperaba a que el nudo que se me había formado en la garganta se deshiciese. ¿Para qué echar nada en cara? Tenía la sensación de que estaba poniendo mi paciencia a prueba. Dejé escapar un suspiro de manera disimulada, mientras mi expresión se relajaba de nuevo... No, no tenía nada que responder a aquello. No servía de nada, y tampoco tenía ganas de discutir con él. Me daba la impresión de que ambos teníamos bastante dura la cabeza, y si aquello era así, o la discusión se hacía interminable o acababa muy mal. Me aseguré de que el antifaz estaba en su sitio y, antes de salir por la puerta, le dediqué una mirada de soslayo a la habitación que me había servido de refugio durante Dios sabe cuánto tiempo.
Parpadeé varias veces hasta que mis ojos se acostumbraron de nuevo a la luz del salón. En la habitación, a pesar de haber estado con la luz encendida, la claridad era muchísimo menor. La luz amarillenta y débil de aquella pequeña bombilla no se podía comparar con las grandes lámparas que iluminaban el salón. Regresé de nuevo al fuerte murmullo y a escuchar con claridad las piezas que tocaban... Y al ruido se le unía la novedad de los nervios. Mientras avanzaba iba mirando a los que estaban bailando; todos tan elegantes, aparentemente seguros de sí mismos... ¿En qué estaba pensando para aceptar la invitación? Tragué saliva al ver a una chica girar sobre sí misma con elegancia, sujetada por la mano de su pareja de baile. Sería un auténtico milagro si yo no acababa abrazando el suelo. Volví la mirada de nuevo hacia el cazador al notar que me cogía la otra mano, casi sobresaltada. Me obligué a mí misma a centrarme y a tratar de tranquilizarme. Volví a fijarme en el contraste de mi mano sobre la suya; una tan clara, tan pequeña, y la otra tan grande y oscura. Lo mismo ocurría con nosotros. La figura alta e imponente de Yagari, quien iba totalmente de negro, frente a la mía, con aquel vestido azul pálido, tan delgada, tan bajita. Sin duda, tenía que ser algo curioso de ver. Alcé la cabeza y lo miré, totalmente perdida. ¿Y ahora qué hacía? Miré de reojo a los demás que seguían bailando, mientras notaba su mano en mi cintura. Coloqué una de las manos sobre su brazo, imitando lo que veía. Al volver a mirarlo noté aquel gesto socarrón al bajar la mirada. Alcé una ceja, dirigiéndole una mirada algo cabreada. ¿Qué era lo que hacía tanta gracia? ¿Lo ridícula que me veía o la diferencia de altura tan amplia? Dejé caer levemente los párpados mientras observaba el soberano esfuerzo que estaba haciendo para no reírse. No sabía si me alegraba de no verlo tan sombrío como un rato antes o sentirme ofendida. Con el pretexto de que no sabía bailar, tenía una buena excusa para darle, sin intención ninguna, algún pisotón. Pero sin querer, eh.
Sin embargo, aquella mueca socarrona desapareció casi como un suspiro, y con la sombra que apareció en su rostro se esfumaron mis ganas de broma. No sabía qué se pasaba por su mente, y comenzaba a darme miedo lo que fuera que fuese. ¿Qué recuerdos o qué remordimientos soportaba aquel hombre? Me preguntaba qué era lo que había vivido que había sido tan duro que ahora lo carcomía, lo destrozaba por dentro como si fuese una enfermedad. Lo observé durante un instante con una mirada que reflejaba la preocupación y la incertidumbre que sentía, pero acabé mirando hacia otro lado con disimulo, como si no me hubiese dado cuenta de aquel cambio de ánimo. No se me había pasado por alto el que aun tenía salpicaduras de sangre. Volví a forzar a mi mente a centrarse en los pasos de baile, tratando de no tropezar conmigo misma. Poco a poco le iba pillando el truco, pero estaba claro que aquello no era lo mío. Observé de reojo, distraída durante unos instantes, a todos los que nos rodeaban. Aquel pequeño despiste me costó que casi tropezase, pero conseguí disimularlo. Miré hacia varias direcciones, sintiendo que el rubor teñía mis mejillas, comprobando que nadie se había dado cuenta. Por suerte, Yagari sí parecía saber bailar, por lo que conseguía guiarme en mi torpeza. Si hubiese bailado con otra persona, ahora sí que pondría la mano en el fuego a que acababa de boca en el suelo. Giré cuando fue necesario, y con eso se amplió mi campo de visión. Una melena rubia llamó mi atención. ''No puede ser... ¿Jack?'' No, aquella persona no podía ser Jack Wintersnow, al menos, no el mismo al que había conocido. Aquel aspecto sombrío y la ausencia de su larga trenza hacían imposible para mí el pensar que fuese Jack. ¿Qué ocurría con los cazadores? ¿Acaso había alguna maldición por la que todos estábamos condenados a acabar igual de hundidos por dentro? Me oponía completamente a aquello. Dejé de mirar en esa dirección, convenciéndome a mí misma de que aquel hombre no era el mismo personaje tan pintoresco que se había presentado ante nosotros con su traje verde, seguro de sí mismo y con una vivacidad admirable, como el sucesor de Damaru.
Me volví a encontrar con la expresión socarrona de Yagari. ¿Cuántos cambios de humor le había notado ya? Respiré hondo, mirando momentáneamente hacia el suelo. Acabé sonriendo con suavidad. Casi prefería aquella mueca de burla antes que más momentos tensos. No sabía si podría soportar algo así nuevamente, fuese con quien fuese. La paciencia tiene un límite, incluso en las personas más tranquilas y comprensivas. Y aquel tipo de tiranteces eran algo que, si lo soportaba durante mucho tiempo, acababan por colmar mi estado de ánimo. Mientras seguía bailando, por mi vista pasaron los compañeros de clase con los que me había encontrado antes. Todos iban felices, despreocupados, bromeando entre sí. Si Yuuko siguiese viva, si jamás hubiese entrado en la Asociación, si nunca hubiera sabido de la existencia de aquellas criaturas que creía de leyenda, ¿habría podido acudir así a una fiesta? Casi se me hacía imposible imaginarme en esa situación, se me hacía imposible imaginarme viviendo de nuevo en la ignorancia, en la inocencia, como una chica de mi edad normal y corriente. Me quedé mirando los guantes que llevaba, del mismo color del vestido, altos hasta el codo. La de la tienda me había convencido con el pretexto de que así el vestido no quedaría tan soso. Casi sin darme cuenta, mi paso se había vuelto más acompasado, más tranquilo, incluso más seguro. El dejar de estar centrada en el baile me había ayudado a tranquilizarme ante la sensación de ridículo y, como consecuencia, había conseguido adaptarme más o menos a los pasos. Tal vez la nostalgia tuviera alguna ventaja, ¿no?
Parpadeé varias veces hasta que mis ojos se acostumbraron de nuevo a la luz del salón. En la habitación, a pesar de haber estado con la luz encendida, la claridad era muchísimo menor. La luz amarillenta y débil de aquella pequeña bombilla no se podía comparar con las grandes lámparas que iluminaban el salón. Regresé de nuevo al fuerte murmullo y a escuchar con claridad las piezas que tocaban... Y al ruido se le unía la novedad de los nervios. Mientras avanzaba iba mirando a los que estaban bailando; todos tan elegantes, aparentemente seguros de sí mismos... ¿En qué estaba pensando para aceptar la invitación? Tragué saliva al ver a una chica girar sobre sí misma con elegancia, sujetada por la mano de su pareja de baile. Sería un auténtico milagro si yo no acababa abrazando el suelo. Volví la mirada de nuevo hacia el cazador al notar que me cogía la otra mano, casi sobresaltada. Me obligué a mí misma a centrarme y a tratar de tranquilizarme. Volví a fijarme en el contraste de mi mano sobre la suya; una tan clara, tan pequeña, y la otra tan grande y oscura. Lo mismo ocurría con nosotros. La figura alta e imponente de Yagari, quien iba totalmente de negro, frente a la mía, con aquel vestido azul pálido, tan delgada, tan bajita. Sin duda, tenía que ser algo curioso de ver. Alcé la cabeza y lo miré, totalmente perdida. ¿Y ahora qué hacía? Miré de reojo a los demás que seguían bailando, mientras notaba su mano en mi cintura. Coloqué una de las manos sobre su brazo, imitando lo que veía. Al volver a mirarlo noté aquel gesto socarrón al bajar la mirada. Alcé una ceja, dirigiéndole una mirada algo cabreada. ¿Qué era lo que hacía tanta gracia? ¿Lo ridícula que me veía o la diferencia de altura tan amplia? Dejé caer levemente los párpados mientras observaba el soberano esfuerzo que estaba haciendo para no reírse. No sabía si me alegraba de no verlo tan sombrío como un rato antes o sentirme ofendida. Con el pretexto de que no sabía bailar, tenía una buena excusa para darle, sin intención ninguna, algún pisotón. Pero sin querer, eh.
Sin embargo, aquella mueca socarrona desapareció casi como un suspiro, y con la sombra que apareció en su rostro se esfumaron mis ganas de broma. No sabía qué se pasaba por su mente, y comenzaba a darme miedo lo que fuera que fuese. ¿Qué recuerdos o qué remordimientos soportaba aquel hombre? Me preguntaba qué era lo que había vivido que había sido tan duro que ahora lo carcomía, lo destrozaba por dentro como si fuese una enfermedad. Lo observé durante un instante con una mirada que reflejaba la preocupación y la incertidumbre que sentía, pero acabé mirando hacia otro lado con disimulo, como si no me hubiese dado cuenta de aquel cambio de ánimo. No se me había pasado por alto el que aun tenía salpicaduras de sangre. Volví a forzar a mi mente a centrarse en los pasos de baile, tratando de no tropezar conmigo misma. Poco a poco le iba pillando el truco, pero estaba claro que aquello no era lo mío. Observé de reojo, distraída durante unos instantes, a todos los que nos rodeaban. Aquel pequeño despiste me costó que casi tropezase, pero conseguí disimularlo. Miré hacia varias direcciones, sintiendo que el rubor teñía mis mejillas, comprobando que nadie se había dado cuenta. Por suerte, Yagari sí parecía saber bailar, por lo que conseguía guiarme en mi torpeza. Si hubiese bailado con otra persona, ahora sí que pondría la mano en el fuego a que acababa de boca en el suelo. Giré cuando fue necesario, y con eso se amplió mi campo de visión. Una melena rubia llamó mi atención. ''No puede ser... ¿Jack?'' No, aquella persona no podía ser Jack Wintersnow, al menos, no el mismo al que había conocido. Aquel aspecto sombrío y la ausencia de su larga trenza hacían imposible para mí el pensar que fuese Jack. ¿Qué ocurría con los cazadores? ¿Acaso había alguna maldición por la que todos estábamos condenados a acabar igual de hundidos por dentro? Me oponía completamente a aquello. Dejé de mirar en esa dirección, convenciéndome a mí misma de que aquel hombre no era el mismo personaje tan pintoresco que se había presentado ante nosotros con su traje verde, seguro de sí mismo y con una vivacidad admirable, como el sucesor de Damaru.
Me volví a encontrar con la expresión socarrona de Yagari. ¿Cuántos cambios de humor le había notado ya? Respiré hondo, mirando momentáneamente hacia el suelo. Acabé sonriendo con suavidad. Casi prefería aquella mueca de burla antes que más momentos tensos. No sabía si podría soportar algo así nuevamente, fuese con quien fuese. La paciencia tiene un límite, incluso en las personas más tranquilas y comprensivas. Y aquel tipo de tiranteces eran algo que, si lo soportaba durante mucho tiempo, acababan por colmar mi estado de ánimo. Mientras seguía bailando, por mi vista pasaron los compañeros de clase con los que me había encontrado antes. Todos iban felices, despreocupados, bromeando entre sí. Si Yuuko siguiese viva, si jamás hubiese entrado en la Asociación, si nunca hubiera sabido de la existencia de aquellas criaturas que creía de leyenda, ¿habría podido acudir así a una fiesta? Casi se me hacía imposible imaginarme en esa situación, se me hacía imposible imaginarme viviendo de nuevo en la ignorancia, en la inocencia, como una chica de mi edad normal y corriente. Me quedé mirando los guantes que llevaba, del mismo color del vestido, altos hasta el codo. La de la tienda me había convencido con el pretexto de que así el vestido no quedaría tan soso. Casi sin darme cuenta, mi paso se había vuelto más acompasado, más tranquilo, incluso más seguro. El dejar de estar centrada en el baile me había ayudado a tranquilizarme ante la sensación de ridículo y, como consecuencia, había conseguido adaptarme más o menos a los pasos. Tal vez la nostalgia tuviera alguna ventaja, ¿no?
- Rangiku Matsumoto
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Re: Gran baile de carnaval
No podía negarlo. Viera por donde lo viese, era incómodo y extraño. Que Yagari Touga estuviese accediendo por su propia iniciativa a bailar en una fiesta.. Ah, era totalmente digno de fotografiar, filmar, colocar un cartel de neón sobre su cabeza, lo que fuera. Y aunque esto fue en parte por un capricho de Kaien, su viejo amigo, y en parte por un impulso propio, no podía -o tal vez no quería- aceptar el hecho de que junto con este simple gesto, estaba dejando atrás una parte de él que hace escasos minutos, poco menos de media hora, casi conseguía hacerlo estallar de la peor de las maneras. ¿Pero qué iba a hacer ahora? A su vez era como ponerse una correa al cuello, pues sostenía entre sus desquiciadas y sangrientas manos el delicado cuerpo de alguien que no tenía por qué pagar por sus desgracias y bajos sentimientos.
La luz del salón replegó sobre sus cabezas el aire festivo otra vez. Touga acribillaba con la mirada a todo aquel que pasara a su lado y osara observarlo minuciosamente. ¿Qué? ¿Había algún problema? Pues si era así, no tendría ningún miramiento en acabar a los golpes, pues por dentro continuaba igual de tempestuoso. Simplemente, intentaba controlarlo, pero la vena agresiva no se había esfumado del todo. Mas bien se había visto opacada por aquel Yagari medianamente amable y caballero. Suspiró y se dispuso a guiar a Rangiku hasta un sitio cómodo en la pista. Su máscara blanca resaltaba por momentos debido al juego de las luces, mientras que por otros se veía envuelta en sombras que acentuaban lo tétrico que yacía en una persona como él, tan sombría y distante la mayor parte de las veces. Miró a Rangiku mientras ella acomodaba una de sus manos sobre su brazo, y entonces comenzaron a danzar. Touga, claramente, no dejaba que el ocio invadiera su mente al cien por cien. Su mirada, siempre lista y atenta, lo observaba todo a su alrededor. Sin embargo, notó que el cuerpo de Rangiku tembló por unos momentos, y comprendió que estuvo a punto de tropezarse. La observó y notó la expresión en su rostro. El cazador meció suavemente la cabeza hacia un lado, para luego elevar la mano de la chica que él sostenía y hacer que Rangiku girara sobre su propio eje. Cuando estuvo frente a él otra vez, Touga miró hacia un lado, sonriendo de lado, pero negó con la cabeza y no dijo ni una palabra. ¿Qué? ¿Ahora también debía sentirse culpable porque ella le haya dado un poco de gracia? No, definitivamente, no iba a culparse por ello. Por lo cual volvió a mirarla, y esta vez, al compás de la música, inclinó su cuerpo sobre el de ella, obligándola a arquear su espalda hacia atrás, sosteniéndola por una mano y por la cintura, cuidadosamente, pues tampoco pretendía que ella le echara en cara que si se caía era por su culpa. Entonces, en medio de aquel paso de baile, el celeste iris del hombre se clavó en los negros iris de ella.
- ¿Qué? ¿Esperabas un galán? Lamento decepcionarte -murmuró, mientras sus azabaches cabellos se mecían hacia adelante también a causa de la posición adquirida, cubriendo su rostro y acariciando suave -pero de forma molesta- la punta de su propia nariz. Y, tras decir esas palabras, irguió su cuerpo y, junto con él, irguió el de Rangiku también, haciéndola girar nuevamente, de forma rápida, un tanto brusca, a propósito, para luego sostenerla del mismo modo delicado que antes, comenzando a entremezclarse aún más entre la multitud danzante.
¿Qué era aquello, al fin y al cabo? ¿Un baile como aceptación de una disculpa? ¿Un nuevo reto? ¿Una nueva riña? Quién podría saberlo. Touga disfrutó del momento en que sus palabras dieron en el blanco. Si ella estaba disconforme, podría irse de su lado y no bailar más. Él no iba a impedírselo. Por otro lado, si lo que le molestaba era su falta de suavidad -y eso que se esforzaba por adquirirla- también podría marcharse. ¿Qué esperaba? ¿Un príncipe azul? Oh, por favor. Era como si alguien esperase que el Diablo se vuelva ángel de un momento para otro. Touga no era, precisamente, el hombre más caballeroso sobre la faz de la tierra, pero sabía cómo llevar lo poco que tenía al respecto. De todos modos, Rangiku y él habían tenido un disgusto bastante extraño durante esta fiesta, y tal vez fuera ese sabor amargo lo que realmente a ella le molestaba. Igualmente, lamentaba que no pudiera haber obtenido una mejor pareja de baile, pero así es el Destino: te da lo que menos quieres para joderte la vida. Y, a pesar de que sus pensamientos continuaban girando sobre todo lo negativo que podría habitar en él, no pudo obviar esa parte suya que le indicaba lo único que debía hacer; lo único que en verdad lo carcomía por dentro y, por lo tanto, lo único que debía remediar.
Touga hizo girar a Rangiku nuevamente, y entonces su campo de visión de topó con la rata de Olivier y Crosszeria otra vez. Luego, creyó ver la figura que momentos antes confundió con el Presidente, pero rápidamente la multitud volvió a impedirle la visión directa. El cazador frunció el ceño, y entonces se dio cuenta de que cualquier cosa externa era útil para distraerse y evitar lo ineludible. Por esa razón, miró a Rangiku otra vez, y pudo notar que ella bajaba la cabeza y sonreía levemente. Touga suspiró, maldiciendo por dentro. ¿Quién lo había puesto en esta difícil situación? ¿Quién demonios quería continuar burlándose de él? Por un momento llegó a pensar que Kaien había contratado a Matsumoto para enfermarle la cabeza esta noche. Pero, sin quitar la vista de ella y su pequeña cabeza cubierta de cabellos oscuros, decidió decir unas únicas palabras:
- Siento lo de antes.
Cada sílaba surgió de sus cuerdas vocales con suma discreción y sequedad. Si ella no lo había escuchado, pues sería una pena, porque no iba a repetirlo. Además, era evidente que no especificaba exactamente el por qué de la disculpa, por lo cual podía interpretarse que él se excusaba ya sea por la escena en el parque exterior, ya sea por algún paso de baile mal hecho o, incluso, podría pedir disculpas por tocarle las narices tantas veces durante este corto lapso de tiempo, pretendiendo evitar burlarse de ella pero acabar haciéndolo con la mirada, de todos modos. Aún así, se arriesgó a que su entendimiento fuera suficiente para comprenderlo. No obstante, no pudo evitar fruncir momentáneamente sus labios, para luego volverlos a la normalidad en cuanto otro paso de baile fue realizado. Quién diría que "divertirse" un poco le traería tantos "problemas".
La luz del salón replegó sobre sus cabezas el aire festivo otra vez. Touga acribillaba con la mirada a todo aquel que pasara a su lado y osara observarlo minuciosamente. ¿Qué? ¿Había algún problema? Pues si era así, no tendría ningún miramiento en acabar a los golpes, pues por dentro continuaba igual de tempestuoso. Simplemente, intentaba controlarlo, pero la vena agresiva no se había esfumado del todo. Mas bien se había visto opacada por aquel Yagari medianamente amable y caballero. Suspiró y se dispuso a guiar a Rangiku hasta un sitio cómodo en la pista. Su máscara blanca resaltaba por momentos debido al juego de las luces, mientras que por otros se veía envuelta en sombras que acentuaban lo tétrico que yacía en una persona como él, tan sombría y distante la mayor parte de las veces. Miró a Rangiku mientras ella acomodaba una de sus manos sobre su brazo, y entonces comenzaron a danzar. Touga, claramente, no dejaba que el ocio invadiera su mente al cien por cien. Su mirada, siempre lista y atenta, lo observaba todo a su alrededor. Sin embargo, notó que el cuerpo de Rangiku tembló por unos momentos, y comprendió que estuvo a punto de tropezarse. La observó y notó la expresión en su rostro. El cazador meció suavemente la cabeza hacia un lado, para luego elevar la mano de la chica que él sostenía y hacer que Rangiku girara sobre su propio eje. Cuando estuvo frente a él otra vez, Touga miró hacia un lado, sonriendo de lado, pero negó con la cabeza y no dijo ni una palabra. ¿Qué? ¿Ahora también debía sentirse culpable porque ella le haya dado un poco de gracia? No, definitivamente, no iba a culparse por ello. Por lo cual volvió a mirarla, y esta vez, al compás de la música, inclinó su cuerpo sobre el de ella, obligándola a arquear su espalda hacia atrás, sosteniéndola por una mano y por la cintura, cuidadosamente, pues tampoco pretendía que ella le echara en cara que si se caía era por su culpa. Entonces, en medio de aquel paso de baile, el celeste iris del hombre se clavó en los negros iris de ella.
- ¿Qué? ¿Esperabas un galán? Lamento decepcionarte -murmuró, mientras sus azabaches cabellos se mecían hacia adelante también a causa de la posición adquirida, cubriendo su rostro y acariciando suave -pero de forma molesta- la punta de su propia nariz. Y, tras decir esas palabras, irguió su cuerpo y, junto con él, irguió el de Rangiku también, haciéndola girar nuevamente, de forma rápida, un tanto brusca, a propósito, para luego sostenerla del mismo modo delicado que antes, comenzando a entremezclarse aún más entre la multitud danzante.
¿Qué era aquello, al fin y al cabo? ¿Un baile como aceptación de una disculpa? ¿Un nuevo reto? ¿Una nueva riña? Quién podría saberlo. Touga disfrutó del momento en que sus palabras dieron en el blanco. Si ella estaba disconforme, podría irse de su lado y no bailar más. Él no iba a impedírselo. Por otro lado, si lo que le molestaba era su falta de suavidad -y eso que se esforzaba por adquirirla- también podría marcharse. ¿Qué esperaba? ¿Un príncipe azul? Oh, por favor. Era como si alguien esperase que el Diablo se vuelva ángel de un momento para otro. Touga no era, precisamente, el hombre más caballeroso sobre la faz de la tierra, pero sabía cómo llevar lo poco que tenía al respecto. De todos modos, Rangiku y él habían tenido un disgusto bastante extraño durante esta fiesta, y tal vez fuera ese sabor amargo lo que realmente a ella le molestaba. Igualmente, lamentaba que no pudiera haber obtenido una mejor pareja de baile, pero así es el Destino: te da lo que menos quieres para joderte la vida. Y, a pesar de que sus pensamientos continuaban girando sobre todo lo negativo que podría habitar en él, no pudo obviar esa parte suya que le indicaba lo único que debía hacer; lo único que en verdad lo carcomía por dentro y, por lo tanto, lo único que debía remediar.
Touga hizo girar a Rangiku nuevamente, y entonces su campo de visión de topó con la rata de Olivier y Crosszeria otra vez. Luego, creyó ver la figura que momentos antes confundió con el Presidente, pero rápidamente la multitud volvió a impedirle la visión directa. El cazador frunció el ceño, y entonces se dio cuenta de que cualquier cosa externa era útil para distraerse y evitar lo ineludible. Por esa razón, miró a Rangiku otra vez, y pudo notar que ella bajaba la cabeza y sonreía levemente. Touga suspiró, maldiciendo por dentro. ¿Quién lo había puesto en esta difícil situación? ¿Quién demonios quería continuar burlándose de él? Por un momento llegó a pensar que Kaien había contratado a Matsumoto para enfermarle la cabeza esta noche. Pero, sin quitar la vista de ella y su pequeña cabeza cubierta de cabellos oscuros, decidió decir unas únicas palabras:
- Siento lo de antes.
Cada sílaba surgió de sus cuerdas vocales con suma discreción y sequedad. Si ella no lo había escuchado, pues sería una pena, porque no iba a repetirlo. Además, era evidente que no especificaba exactamente el por qué de la disculpa, por lo cual podía interpretarse que él se excusaba ya sea por la escena en el parque exterior, ya sea por algún paso de baile mal hecho o, incluso, podría pedir disculpas por tocarle las narices tantas veces durante este corto lapso de tiempo, pretendiendo evitar burlarse de ella pero acabar haciéndolo con la mirada, de todos modos. Aún así, se arriesgó a que su entendimiento fuera suficiente para comprenderlo. No obstante, no pudo evitar fruncir momentáneamente sus labios, para luego volverlos a la normalidad en cuanto otro paso de baile fue realizado. Quién diría que "divertirse" un poco le traería tantos "problemas".
- Yagari Touga
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Re: Gran baile de carnaval
No pude evitar el captar unas cuantas miradas mal disimuladas dirigidas hacia nosotros. Agaché un poco la cabeza, incómoda ante aquella atención. Por el momento, mis pies no habían vuelto a jugarme otra mala pasada, y había conseguido seguir más o menos bien el ritmo de la música. Noté aquel gesto que hizo, mirando hacia un lado y negando con la cabeza. Aparté la vista y la dirigí hacia los que estuviesen más cercanos; si tanto estaba haciendo el ridículo, que me lo dijese sin contemplaciones. Aun así, me sentía algo más cómoda que momentos antes, a pesar de aquella mirada socarrona que lo que estaba consiguiendo era hacer que me desconcentrase más en mi tarea de tratar de no caerme. Giré cuando alzó la mano, sintiéndome aun más torpe al hacer aquello, pero en cierto modo me estaba divirtiendo. ¿Era algo que me podía permitir? Alcé los párpados, sobresaltada, cuando me hizo inclinarme. Casi por instinto, eché un pie un poco hacia atrás, temiendo acabar en el suelo, aunque me sentía bien sujeta. No me acostumbraba del todo a bailar. Finalmente, acabaría acostumbrándome a aquella expresión socarrona; poco a poco me iba molestando menos. Prefería verlo reírse, aunque fuera de mí, antes que ver de nuevo a esa persona hundida que había visto bajo aquel árbol. Sin embargo, aquellas palabras arruinaron todo el buen humor que podía haber conseguido. Ignoré aquel comentario, sintiéndome dolida. ¿Qué quería decir con eso? Me dejé incorporar con el rostro serio nuevamente, pero sin mostrar enfado. Noté la brusquedad con la que me había erguido, y aquello se clavó en la boca de mi estómago con la frialdad de una daga. '¿Esperabas un galán?' ¿Qué se le pasaba por la cabeza? ¿Qué se pensaba que se me pasaba a mí por la cabeza?
Tenía la sensación de que me estaba tratando de hacer enfadar, de que no quería que estuviese más rato a su lado. ¿Querría que me fuese? Entonces, ¿para qué me sacaba a bailar? ¿Para qué me había hecho salir de aquella habitación? Podía haberme dejado allí tan ricamente, si me había quedado allí sentada había sido por decisión propia. ¿Por qué había venido a por mí? Nadie se lo había pedido, al menos, yo no recordaba haberlo hecho. No le había pedido ningún tipo de disculpa, absolutamente nada. Noté los ojos un poco húmedos, así que tuve que parpadear varias veces para poder disimularlo, dándole gracias al antifaz, por primera vez en toda la noche, por cubrirme un poco la cara. ¿Acaso le divertía ver hasta cuánto podía aguantar? Si era así, aquello hacía rato que había perdido la gracia. El vaso se iba colmando lenta pero inexorablemente, gota a gota. Y ante todo eso, ¿cómo debería reaccionar? ¿Debería seguir callándome y agachando la cabeza? ¿Tragándome todo el daño que me hacía aquella actitud? Sentía no saber qué era lo que se le pasaba por la cabeza; no era adivina, ni tampoco experta en empatizar con la gente. Sentía haber sido tan inoportuna antes; no sabía que preocuparme por alguien fuese algo malo. ¿Era aquello acaso un castigo por mi ignorancia? Debería haber hecho caso omiso la presencia de aquellos neófitos, haber seguido con mi noche monótona, o tal vez haberme ido con aquella compañera de clase de quien no conseguía recordar todavía el nombre. No debería haber aceptado su invitación. Sentía no poder comprender aquella actitud, y sentía que me afectase tanto; no creía tener la culpa de ser sensible. Sentía todos los fallos, todos los errores que cometía. No lo hacía queriendo.
Sentía ser tan tremendamente molesta.
Apreté los labios con un nudo en la garganta. Hasta ahí habíamos llegado mi paciencia y yo. Giré cuando volvió a alzar la mano, con la mirada sombría y la expresión totalmente seria, sin mirar directamente a nada. ¿Los bailes eran realmente así? ¿De aquella manera era de la que debería sentirme? Agaché la cabeza y dejé que mi vista vagara por el vacío. A pesar de no estar mirándole, noté que él también miraba hacia otro lado y dejaba escapar un suspiro. Ya era hora de que me fuese, ¿cierto? Cada vez sentía con más claridad el hecho de que sobraba de allí, sobraba de su noche... me sobraba hasta a mí misma aquella velada. Podría volver a la habitación de la limpieza y quedarme allí como había tenido planeado, ya que si me volvía a mi casa antes de que acabase la noche me sentiría culpable por abandonar mi puesto. Apreté los labios e hice el ademán de ir a separarme, pero las palabras que murmuró hicieron que me detuviese. El 'me voy' que iba a pronunciar se quedó ahogado en mi garganta. Me quedé durante un instante callada, replanteándome si habría escuchado mal; lo había dicho de manera tan sutil que pensaba que me lo había imaginado. ¿Se estaba disculpando? ¿Por qué? Durante un instante me sentí furiosa y tentada a irme, tal y como había pretendido hacía apenas unos segundos antes. Quitarme de en medio de aquella broma de mal gusto. Yo también tenía mi orgullo, y cada vez lo veía más pisoteado. Pero, por otro lado, era tan imbécil que acababa pasando por alto todos los golpes que recibía.
Me mantuve en silencio durante unos segundos más, pensando en cómo debería reaccionar. Finalmente, negué con la cabeza suavemente.-No tiene importancia.- Mentí, fingiendo una sonrisa. Evité mirarlo directamente; si lo hacía se vería claramente cómo me sentía. Pero, ¿acaso eso era algo que le importase? Hasta el momento me había parecido una persona ruda, más bien borde, pero tan solo en fachada; había pensado que en el fondo era amable, que tenía buen corazón, aunque éste estuviese cubierto de heridas. ¿Quién mantenía su alma completamente libre de daños? Pero, en aquellos momentos, me sentía completamente decepcionada. Recordé lo que me había dicho en la cafetería no hacía mucho, refiriéndose precisamente a aquel tipo de situaciones. Hasta ahí había tenido una impresión de él diferente, estaba completamente segura de la bondad de mi superior; tenía de él la impresión de una persona amable a su manera. Cada uno era como era, o, a veces, como no tenía más remedio de ser. Pero, en aquellos instantes, notaba el muro tan alto que había entre mi compañero y yo. O más que un muro; toda una fortaleza impenetrable. Y por mucho que me preocupase y llamase a la puerta de aquella enorme fortaleza para pedir permiso para entrar, lo único que recibía era un portazo en mis narices.
Mis movimientos se hicieron más acompasados según iba terminando la pieza. Finalmente, se escuchó el final, y, a imitación de lo que podía observar, me incliné levemente, sujetando la falda del vestido con ambas manos durante un breve instante. Con aquella sonrisa mal fingida, me incorporé y alcé la vista, clavando mis ojos negros en su iris azul. Me incliné como despedida, y, antes de darme la vuelta, hice un último comentario.- Siento no poder entenderle como tal vez debería.
No había ido con ninguna intención, a pesar de todo lo que él pudiese pensar. Era, simplemente, una disculpa.
Tenía la sensación de que me estaba tratando de hacer enfadar, de que no quería que estuviese más rato a su lado. ¿Querría que me fuese? Entonces, ¿para qué me sacaba a bailar? ¿Para qué me había hecho salir de aquella habitación? Podía haberme dejado allí tan ricamente, si me había quedado allí sentada había sido por decisión propia. ¿Por qué había venido a por mí? Nadie se lo había pedido, al menos, yo no recordaba haberlo hecho. No le había pedido ningún tipo de disculpa, absolutamente nada. Noté los ojos un poco húmedos, así que tuve que parpadear varias veces para poder disimularlo, dándole gracias al antifaz, por primera vez en toda la noche, por cubrirme un poco la cara. ¿Acaso le divertía ver hasta cuánto podía aguantar? Si era así, aquello hacía rato que había perdido la gracia. El vaso se iba colmando lenta pero inexorablemente, gota a gota. Y ante todo eso, ¿cómo debería reaccionar? ¿Debería seguir callándome y agachando la cabeza? ¿Tragándome todo el daño que me hacía aquella actitud? Sentía no saber qué era lo que se le pasaba por la cabeza; no era adivina, ni tampoco experta en empatizar con la gente. Sentía haber sido tan inoportuna antes; no sabía que preocuparme por alguien fuese algo malo. ¿Era aquello acaso un castigo por mi ignorancia? Debería haber hecho caso omiso la presencia de aquellos neófitos, haber seguido con mi noche monótona, o tal vez haberme ido con aquella compañera de clase de quien no conseguía recordar todavía el nombre. No debería haber aceptado su invitación. Sentía no poder comprender aquella actitud, y sentía que me afectase tanto; no creía tener la culpa de ser sensible. Sentía todos los fallos, todos los errores que cometía. No lo hacía queriendo.
Sentía ser tan tremendamente molesta.
Apreté los labios con un nudo en la garganta. Hasta ahí habíamos llegado mi paciencia y yo. Giré cuando volvió a alzar la mano, con la mirada sombría y la expresión totalmente seria, sin mirar directamente a nada. ¿Los bailes eran realmente así? ¿De aquella manera era de la que debería sentirme? Agaché la cabeza y dejé que mi vista vagara por el vacío. A pesar de no estar mirándole, noté que él también miraba hacia otro lado y dejaba escapar un suspiro. Ya era hora de que me fuese, ¿cierto? Cada vez sentía con más claridad el hecho de que sobraba de allí, sobraba de su noche... me sobraba hasta a mí misma aquella velada. Podría volver a la habitación de la limpieza y quedarme allí como había tenido planeado, ya que si me volvía a mi casa antes de que acabase la noche me sentiría culpable por abandonar mi puesto. Apreté los labios e hice el ademán de ir a separarme, pero las palabras que murmuró hicieron que me detuviese. El 'me voy' que iba a pronunciar se quedó ahogado en mi garganta. Me quedé durante un instante callada, replanteándome si habría escuchado mal; lo había dicho de manera tan sutil que pensaba que me lo había imaginado. ¿Se estaba disculpando? ¿Por qué? Durante un instante me sentí furiosa y tentada a irme, tal y como había pretendido hacía apenas unos segundos antes. Quitarme de en medio de aquella broma de mal gusto. Yo también tenía mi orgullo, y cada vez lo veía más pisoteado. Pero, por otro lado, era tan imbécil que acababa pasando por alto todos los golpes que recibía.
Me mantuve en silencio durante unos segundos más, pensando en cómo debería reaccionar. Finalmente, negué con la cabeza suavemente.-No tiene importancia.- Mentí, fingiendo una sonrisa. Evité mirarlo directamente; si lo hacía se vería claramente cómo me sentía. Pero, ¿acaso eso era algo que le importase? Hasta el momento me había parecido una persona ruda, más bien borde, pero tan solo en fachada; había pensado que en el fondo era amable, que tenía buen corazón, aunque éste estuviese cubierto de heridas. ¿Quién mantenía su alma completamente libre de daños? Pero, en aquellos momentos, me sentía completamente decepcionada. Recordé lo que me había dicho en la cafetería no hacía mucho, refiriéndose precisamente a aquel tipo de situaciones. Hasta ahí había tenido una impresión de él diferente, estaba completamente segura de la bondad de mi superior; tenía de él la impresión de una persona amable a su manera. Cada uno era como era, o, a veces, como no tenía más remedio de ser. Pero, en aquellos instantes, notaba el muro tan alto que había entre mi compañero y yo. O más que un muro; toda una fortaleza impenetrable. Y por mucho que me preocupase y llamase a la puerta de aquella enorme fortaleza para pedir permiso para entrar, lo único que recibía era un portazo en mis narices.
Mis movimientos se hicieron más acompasados según iba terminando la pieza. Finalmente, se escuchó el final, y, a imitación de lo que podía observar, me incliné levemente, sujetando la falda del vestido con ambas manos durante un breve instante. Con aquella sonrisa mal fingida, me incorporé y alcé la vista, clavando mis ojos negros en su iris azul. Me incliné como despedida, y, antes de darme la vuelta, hice un último comentario.- Siento no poder entenderle como tal vez debería.
No había ido con ninguna intención, a pesar de todo lo que él pudiese pensar. Era, simplemente, una disculpa.
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Re: Gran baile de carnaval
Un respiro interior. Aunque ni el propio Yagari pudiese creérselo, aquella mínima distracción, aquel simple y sencillo baile, le otorgaba cierta libertad a su siempre preocupado ser. Aunque en un principio se negó rotundamente a ceder ante esta fiesta, ¿quién se atrevería a recordárselo? Ahora parecía uno más de los invitados. Ya no era aquella figura sombría, ajena, que observaba a todos por encima de su hombro sin apenas preocuparse por sonreír un poco. Estaba bailando, tal y como Kaien Cross le había sugerido que lo haga. Estaba… ¿divirtiéndose? Pues, quizás un poco. Había caído al abismo para luego levantarse de repente, y solo porque una pequeña figura envuelta en azul pálido se había interpuesto en su camino. Había hecho el esfuerzo de ser otro hombre esa noche; de abandonar al Yagari Touga que todos conocían, para ser alguien diferente, para permitir que la máscara realmente absorbiera su identidad, consumiendo al cazador lentamente, y permitiendo que aflorase aquel ser humano escondido en su interior, protegido por la coraza. Lo había intentado, realmente se había esforzado en ello. Pero, como es usual, muchas veces el esfuerzo no basta, y el verdadero ser se vuelve más impenetrable que nunca, negándose a adaptar aquel cuerpo para alguien más; negándose a olvidar y no permitiéndose sentir libre jamás.
La expresión de Rangiku cambió drásticamente otra vez. Yagari casi se sorprendió, pero luego comprendió que no había nada por lo cual sorprenderse, pues la había cagado otra vez, ¿cierto? Había enterrado el pie en el lodo hasta el fondo, y esta vez se había quedado atascado. ¿Pero cómo remediarlo? No había forma alguna de hacerlo. Lo hecho, hecho estaba. ¿Qué demonios ocurría con él esa noche? Probablemente lo mismo que cada maldita velada: Touga y sus problemas para sociabilizar. Mejor dicho: Touga y sus demonios internos. Y aunque conocía la razón, sus labios no podían pronunciarla. Aunque una parte de él quería excusarse otra vez, su orgullo y terquedad se lo impedían. ¿Qué circunstancias de la vida hacen de un hombre una criatura tan insensible? Probablemente las peores imaginadas. Yagari tenía dentro todo aquel tormento, todo aquel odio indescifrable e insoslayable. No había nada ni nadie que pudiese derribarlo, exterminarlo. Los años lo habían vuelto un ser hosco, distante, y aunque sus razones tenía, ninguna de ellas bastaba para justificar lo imbécil que estaba siendo esa noche. La manera idiota en la que se estaba comportando con alguien inocente, cuyo error más grande había sido preocuparse por él.
Yagari observó su reverencia. La canción obsequió su última nota y Rangiku podía verse liberada de la tortura de bailar con él. Observó su rostro una vez más. Adivinó en él aquella sonrisa forzada, fingida. Tras el antifaz, pudo percibir mucho más que unas simples pupilas negras, pues estas se encontraban brillantes, cristalinas. El cazador se inclinó, al igual que los demás caballeros que estaban bailando, y miró fijamente a su pareja de baile. Escuchó sus palabras y tan solo pudo guardarlas dentro, pues no fue capaz de decir nada más. ¿Acaso no había dicho suficiente ya? ¿Acaso no lo había intentado con demasiado ímpetu como para ser él? Creía haber dado mucho de sí, cuando en verdad no había dado ni un solo céntimo del verdadero hombre que se ocultaba tras la máscara. Y cuando sus últimas palabras rozaron el aire, él no pudo hacer otra cosa más que dejarla marchar. Le dedicó una sonrisa, falsa, evidentemente, al igual que la suya, solo que la de la pobre cazadora poseía sinceridad en el fondo; una sinceridad lastimosa, herida. ¿Y él? Y él se estaba comportando de la única forma que sabía. Pero en su consciencia sabía que lo había intentado, y utilizaba aquello como pretexto para dejarla ir, triste, por su culpa. Con aquel último gesto dedicado a su persona, Yagari observó la silueta de Rangiku entremezclándose con la gente. Tal vez le hubiera mencionado un “que te vaya bien” pero ya había sido suficiente, ¿no es cierto? Y a medida que ella más se perdía entre la gente, él más se perdía en un abismo allí dentro, donde se suponía que debía habitar su alma. Pensó nuevamente en su disfraz, recordando aquella fiesta perdida en el pasado a la cual había asistido con el mismo atuendo. Se dio la vuelta, aún sonriendo, pero una vez estuvo de espaldas a la dirección en la que ella se había marchado, la sonrisa se borró. La sombra volvió a ocultar su rostro, su cabello oscuro regresó, al igual que hacía un rato en el parque exterior, para hacer invisible a ojos ajenos la turbia mirada que poseía en ese momento. Y de ese modo, comenzó a caminar, sin siquiera temblarle el pulso. Yagari pasó a ser un verdadero Fantasma entre la multitud, pero quizás le hubiera sentado mejor el título de “Bestia”, haciendo honor a la “Bella” que había herido y dejado ir, así como si nada, como si tan solo fuese una existencia pasajera y su dolor no valiese la pena. Y entonces la frialdad lo inundó todo, y por su mente sólo podía ser habitada por un único pensamiento: no había esperanza en él que pudiese hacerlo cambiar.
La expresión de Rangiku cambió drásticamente otra vez. Yagari casi se sorprendió, pero luego comprendió que no había nada por lo cual sorprenderse, pues la había cagado otra vez, ¿cierto? Había enterrado el pie en el lodo hasta el fondo, y esta vez se había quedado atascado. ¿Pero cómo remediarlo? No había forma alguna de hacerlo. Lo hecho, hecho estaba. ¿Qué demonios ocurría con él esa noche? Probablemente lo mismo que cada maldita velada: Touga y sus problemas para sociabilizar. Mejor dicho: Touga y sus demonios internos. Y aunque conocía la razón, sus labios no podían pronunciarla. Aunque una parte de él quería excusarse otra vez, su orgullo y terquedad se lo impedían. ¿Qué circunstancias de la vida hacen de un hombre una criatura tan insensible? Probablemente las peores imaginadas. Yagari tenía dentro todo aquel tormento, todo aquel odio indescifrable e insoslayable. No había nada ni nadie que pudiese derribarlo, exterminarlo. Los años lo habían vuelto un ser hosco, distante, y aunque sus razones tenía, ninguna de ellas bastaba para justificar lo imbécil que estaba siendo esa noche. La manera idiota en la que se estaba comportando con alguien inocente, cuyo error más grande había sido preocuparse por él.
Yagari observó su reverencia. La canción obsequió su última nota y Rangiku podía verse liberada de la tortura de bailar con él. Observó su rostro una vez más. Adivinó en él aquella sonrisa forzada, fingida. Tras el antifaz, pudo percibir mucho más que unas simples pupilas negras, pues estas se encontraban brillantes, cristalinas. El cazador se inclinó, al igual que los demás caballeros que estaban bailando, y miró fijamente a su pareja de baile. Escuchó sus palabras y tan solo pudo guardarlas dentro, pues no fue capaz de decir nada más. ¿Acaso no había dicho suficiente ya? ¿Acaso no lo había intentado con demasiado ímpetu como para ser él? Creía haber dado mucho de sí, cuando en verdad no había dado ni un solo céntimo del verdadero hombre que se ocultaba tras la máscara. Y cuando sus últimas palabras rozaron el aire, él no pudo hacer otra cosa más que dejarla marchar. Le dedicó una sonrisa, falsa, evidentemente, al igual que la suya, solo que la de la pobre cazadora poseía sinceridad en el fondo; una sinceridad lastimosa, herida. ¿Y él? Y él se estaba comportando de la única forma que sabía. Pero en su consciencia sabía que lo había intentado, y utilizaba aquello como pretexto para dejarla ir, triste, por su culpa. Con aquel último gesto dedicado a su persona, Yagari observó la silueta de Rangiku entremezclándose con la gente. Tal vez le hubiera mencionado un “que te vaya bien” pero ya había sido suficiente, ¿no es cierto? Y a medida que ella más se perdía entre la gente, él más se perdía en un abismo allí dentro, donde se suponía que debía habitar su alma. Pensó nuevamente en su disfraz, recordando aquella fiesta perdida en el pasado a la cual había asistido con el mismo atuendo. Se dio la vuelta, aún sonriendo, pero una vez estuvo de espaldas a la dirección en la que ella se había marchado, la sonrisa se borró. La sombra volvió a ocultar su rostro, su cabello oscuro regresó, al igual que hacía un rato en el parque exterior, para hacer invisible a ojos ajenos la turbia mirada que poseía en ese momento. Y de ese modo, comenzó a caminar, sin siquiera temblarle el pulso. Yagari pasó a ser un verdadero Fantasma entre la multitud, pero quizás le hubiera sentado mejor el título de “Bestia”, haciendo honor a la “Bella” que había herido y dejado ir, así como si nada, como si tan solo fuese una existencia pasajera y su dolor no valiese la pena. Y entonces la frialdad lo inundó todo, y por su mente sólo podía ser habitada por un único pensamiento: no había esperanza en él que pudiese hacerlo cambiar.
- Yagari Touga
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Empleo /Ocio : Licenciado en pedagogía, educador calificado. Y bueno, sí, también es cazador.
Humor : No fastidies mi paciencia.
Re: Gran baile de carnaval
El momento era perfecto. El sitio era perfecto. Y a medida que la pasión dentro de su cuerpo se volvía incontrolable, también se volvían incontrolables los deseos. Marcus recorría la piel de ella con sus labios, otra vez, otorgando sutiles besos, para luego quedarse prendido de su boca nuevamente. Y a medida que ella correspondía a sus impulsos, el momento se volvía cada vez más espléndido y más dotado de hermosura, pues era ella quien hacía de esta cálida habitación un sitio más acogedor aún. Y si Ziel estuviese también, realmente no habría palabras que bastasen para describir lo indescriptible de la situación. ¿Qué más podía pedir un hombre enamorado, que estar con los emblemas de ese amor? Marcus había permitido que sus manos se perdieran en el contorno del cuerpo de Bella, acariciándola con elegancia y determinación. ¿Para qué negarlo? El vampiro siempre supo cómo tratar a las mujeres, pero cuando se trataba de ella, cada conocimiento o talento que podía albergar en su cuerpo, se deshacía. Ella lograba, como ninguna otra, movilizarlo, conmoverlo, ponerlo nervioso como un niño. Desde aquel día en las calles, donde lo único que quería en un principio era llevarse a Ziel y sólo herirla a ella, supo la verdad. Incluso no podía creer cómo había tenido la desfachatez de amenazar su integridad, tocando en aquel entonces con sus mentirosas y sucias manos su pulcro cuerpo. Pero, también recordaba la confesión que le había hecho: si tuviera que enamorarse otra vez, sin duda caería en el amor por ella. Y, como si algún ser encargado del Destino lo hubiera oído, acabó por cumplir sus palabras, enredándole inevitablemente en el océano rojo de su cabello, y en el mar celeste de sus ojos.
Escuchó sus palabras y sonrió, complacido. Sus labios fueron a parar sobre los suyos de nuevo, pero de forma suave, apenas rozándolos, mientras la respiración de ambos se entremezclaba. Con cuidado, las manos de Marcus quitaron la venda de los ojos de Bella. Una vez sus iris quedaron al descubierto, el vampiro pudo apreciar el color escarlata que los invadía. Acarició suavemente su mejilla, y depositó su mano bajo su mentón, elevándolo un poco mientras admiraba cada una de sus facciones. No podía estar más hermosa esa noche. Una corazonada le indicó el ardor de su garganta entonces, la sed que sentía a pesar de haberse alimentado horas antes. Pero esta sed era diferente, pues se trataba de una necesidad que no podía cubrirse, a menos que quien la extinguiese fuese ella, el motor actual de todos sus deseos. Sin embargo lo controló. Lo supo contener. Y, en silencio, besó sus labios otra vez, perdiéndose en ella y lo que su presencia allí prometía.
Mientras Marcus y Bella tenían su pequeño momento a solas, en el salón un desesperado Ziel buscaba consuelo en donde fuera, desquiciado, triste, solo. Finalmente, el chico dio con Marcus –o quien se suponía que era Marcus-, y el doble del vampiro clavó sus ojos en él, girándose con suavidad y observándolo con profunda amabilidad. Ante los zarandeos, los cabellos del vampiro se mecieron, pero una de sus manos viajó hasta su mejilla, para recoger la gota cristalina que descendía. Apoyó su otra mano sobre la cabeza azulada del muchacho, para inclinarse hacia adelante, mirarlo a los ojos intensamente, y susurrar: “Ella no se ha ido a ningún lugar que Él no haya querido”. Y, tras susurrar aquello, un fino paño de seda roja surgió entre sus manos, y comenzó a colocarlo alrededor de los ojos del neófito. Con profunda calma y elegancia, sujetó al muchacho por una de sus manos, obligándolo a darse la vuelta. El vampiro comenzó a caminar, y Ziel no tuvo más remedio que caminar delante de él, siendo guiado por este.
- Solo necesitas tranquilizarte, joven Ziel. Esta fiesta no será trágica para ti. Él lo ha prometido –susurró en su oído, mientras lo sacaba de la multitud y lo guiaba por el mismo pasillo que Marcus, minutos antes, había guiado a Bella. Y mientras el joven avanzaba a ciegas, preso del temor, tal vez, el verdadero O’Conell se encontraba dentro, deleitándose con el contacto de Bella y gastando sus labios con intensos besos que no parecían querer hallar un momento para culminar. Sin embargo, los agudos sentidos del vampiro detectaron los pasos por el pasillo, el aroma de ambos vampiros, la pronta llegada. Por esa razón, Marcus se separó un poco de Bella y, mirándola a los ojos profundamente, sonrió.
- ¿No crees que sería adecuado darle una pequeña sorpresa a nuestro amado peliazul? –susurró, sugiriendo aquello y tomándola de ambas manos, para levantarse él y levantarla a ella. Con una de sus manos acomodó un mechón rojo, rebelde, que había caído sobre su rostro-. Ya no necesitaremos estas máscaras –aseguró, sin dejar de sonreír, y desviando sus ojos hacia la puerta-. Ya está aquí –sentenció, sujetando de la mano a Bella y guiándola junto a él. Marcus deslizó una pequeña cortina que se hallaba en la habitación y, tras esta, un elegante asiento digno de un rey había. Era sofisticado, envuelto en dorados adornos, en rojas telas. A su lado había una pequeña mesa, llena de dulces bocadillos adecuados al festín de tres vampiros: chocolate y sangre. Un camino de velas se encendió hasta llegar a la puerta, y en ese momento, la luz se apagó, dejando a Bella y a Marcus en la completa oscuridad. El vampiro le dedicó una suave sonrisa, y le indicó que se situara a un lado. Seguidamente, cerraron la cortina, y entonces quien estaba fuera junto al neófito, supo cuándo ingresar.
La puerta se abrió y el muchacho fue empujado dentro de forma sutil. El lazo que cubría sus ojos fue quitado, y del mismo modo en que este desapareció, el vampiro que simulaba ser Marcus también lo hizo. Cuando Ziel abriera los ojos, lo único que vería allí sería el camino de velas, que guiaba hacia una cortina carmesí de terciopelo. ¿Qué habría dentro? Una serie de notas que se hallaban en el suelo, poseían mensajes que indicaban que él debía avanzar. Eran del mismo material que la tarjeta que anteriormente le había dado en la fiesta. A cada minuto, el clima se volvía más agradable y menos tenso para él, pues ¿cómo podría esto significarle peligro alguno? Una vez llegase hasta la cortina y la deslizara, podría encontrar dentro a sus dos amantes, vestidos de gala, a cada lado del sillón donde él debería sentarse y permitir que lo agasajasen como él merecía, y más aún en este día. En el centro de la mesa de madera, con los bocadillos y las finas copas rodeándola, había una bandeja con un exquisito y deslumbrante pastel, cuyas inscripciones en chocolate festejaban la llegada del más joven de los tres: “Feliz cumpleaños, Ziel”.
Escuchó sus palabras y sonrió, complacido. Sus labios fueron a parar sobre los suyos de nuevo, pero de forma suave, apenas rozándolos, mientras la respiración de ambos se entremezclaba. Con cuidado, las manos de Marcus quitaron la venda de los ojos de Bella. Una vez sus iris quedaron al descubierto, el vampiro pudo apreciar el color escarlata que los invadía. Acarició suavemente su mejilla, y depositó su mano bajo su mentón, elevándolo un poco mientras admiraba cada una de sus facciones. No podía estar más hermosa esa noche. Una corazonada le indicó el ardor de su garganta entonces, la sed que sentía a pesar de haberse alimentado horas antes. Pero esta sed era diferente, pues se trataba de una necesidad que no podía cubrirse, a menos que quien la extinguiese fuese ella, el motor actual de todos sus deseos. Sin embargo lo controló. Lo supo contener. Y, en silencio, besó sus labios otra vez, perdiéndose en ella y lo que su presencia allí prometía.
Mientras Marcus y Bella tenían su pequeño momento a solas, en el salón un desesperado Ziel buscaba consuelo en donde fuera, desquiciado, triste, solo. Finalmente, el chico dio con Marcus –o quien se suponía que era Marcus-, y el doble del vampiro clavó sus ojos en él, girándose con suavidad y observándolo con profunda amabilidad. Ante los zarandeos, los cabellos del vampiro se mecieron, pero una de sus manos viajó hasta su mejilla, para recoger la gota cristalina que descendía. Apoyó su otra mano sobre la cabeza azulada del muchacho, para inclinarse hacia adelante, mirarlo a los ojos intensamente, y susurrar: “Ella no se ha ido a ningún lugar que Él no haya querido”. Y, tras susurrar aquello, un fino paño de seda roja surgió entre sus manos, y comenzó a colocarlo alrededor de los ojos del neófito. Con profunda calma y elegancia, sujetó al muchacho por una de sus manos, obligándolo a darse la vuelta. El vampiro comenzó a caminar, y Ziel no tuvo más remedio que caminar delante de él, siendo guiado por este.
- Solo necesitas tranquilizarte, joven Ziel. Esta fiesta no será trágica para ti. Él lo ha prometido –susurró en su oído, mientras lo sacaba de la multitud y lo guiaba por el mismo pasillo que Marcus, minutos antes, había guiado a Bella. Y mientras el joven avanzaba a ciegas, preso del temor, tal vez, el verdadero O’Conell se encontraba dentro, deleitándose con el contacto de Bella y gastando sus labios con intensos besos que no parecían querer hallar un momento para culminar. Sin embargo, los agudos sentidos del vampiro detectaron los pasos por el pasillo, el aroma de ambos vampiros, la pronta llegada. Por esa razón, Marcus se separó un poco de Bella y, mirándola a los ojos profundamente, sonrió.
- ¿No crees que sería adecuado darle una pequeña sorpresa a nuestro amado peliazul? –susurró, sugiriendo aquello y tomándola de ambas manos, para levantarse él y levantarla a ella. Con una de sus manos acomodó un mechón rojo, rebelde, que había caído sobre su rostro-. Ya no necesitaremos estas máscaras –aseguró, sin dejar de sonreír, y desviando sus ojos hacia la puerta-. Ya está aquí –sentenció, sujetando de la mano a Bella y guiándola junto a él. Marcus deslizó una pequeña cortina que se hallaba en la habitación y, tras esta, un elegante asiento digno de un rey había. Era sofisticado, envuelto en dorados adornos, en rojas telas. A su lado había una pequeña mesa, llena de dulces bocadillos adecuados al festín de tres vampiros: chocolate y sangre. Un camino de velas se encendió hasta llegar a la puerta, y en ese momento, la luz se apagó, dejando a Bella y a Marcus en la completa oscuridad. El vampiro le dedicó una suave sonrisa, y le indicó que se situara a un lado. Seguidamente, cerraron la cortina, y entonces quien estaba fuera junto al neófito, supo cuándo ingresar.
La puerta se abrió y el muchacho fue empujado dentro de forma sutil. El lazo que cubría sus ojos fue quitado, y del mismo modo en que este desapareció, el vampiro que simulaba ser Marcus también lo hizo. Cuando Ziel abriera los ojos, lo único que vería allí sería el camino de velas, que guiaba hacia una cortina carmesí de terciopelo. ¿Qué habría dentro? Una serie de notas que se hallaban en el suelo, poseían mensajes que indicaban que él debía avanzar. Eran del mismo material que la tarjeta que anteriormente le había dado en la fiesta. A cada minuto, el clima se volvía más agradable y menos tenso para él, pues ¿cómo podría esto significarle peligro alguno? Una vez llegase hasta la cortina y la deslizara, podría encontrar dentro a sus dos amantes, vestidos de gala, a cada lado del sillón donde él debería sentarse y permitir que lo agasajasen como él merecía, y más aún en este día. En el centro de la mesa de madera, con los bocadillos y las finas copas rodeándola, había una bandeja con un exquisito y deslumbrante pastel, cuyas inscripciones en chocolate festejaban la llegada del más joven de los tres: “Feliz cumpleaños, Ziel”.
- Marcus O'Conell
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Re: Gran baile de carnaval
Menudo aguafiestas era Ryu Olivier. Había desecho su perfecta entrada triunfal, para finalmente no concederle a su merecida dama esta noche. Su cuerpo se giró hacia la pista de baile, sonriente, dando un largo sorbo más a su copa de champagne. Entre las burbujas y el cristal de ésta, pudo contemplar perfectamente el excesivo sonroje de las mejillas de Crosszeria frente a su halago y comparativa con las estrellas. Sus labios ensancharon el gesto que estaban dibujando entre tanto. Jamás había visto a la pelirosa tan vulnerable como se encontraba ahora. Sin duda, esta era su noche para llevársela de allí, lejos y proclamar el merecido premio de su sangre. Ya que, seguramente, no existiera una segunda oportunidad para ello y Andrei continuaba pisándole los talones, como de costumbre. Ante la primera pregunta que surgió en su cabeza nada más verla, sus ojos resolvieron rápidamente el misterio, con únicamente observar atentamente. Cerró los ojos suavemente, sin decir absolutamente ni una sola palabra. Ese maldito viejo estaba intentando emborrachar a su dulce y tierna ovejita, para quién conoce los planes perversos que tendría con ella para después de la fiesta. Quizá incluso pudiera hacerle algo que a Issei no le produjera ningún tipo de satisfacción, dada la llamativa propiedad que había marcado en la piel de la joven. Ella era suya. Y en todo caso pudiera compartirla con Matthewson si se comportaba como era debido, aunque despreciaba esta opción rotundamente.
Dado el hecho y la situación que ocurría con aquellos dos cazadores, se vio obligado y decidido a continuar insistiendo.
- Por la misma razón que seguramente usted está ocultando: me siento encaprichado de sus cabellos rosados y su pálida piel. Además... - Tomó suavemente su mano y la besó delicadamente, caballeroso, como él era siempre; preparando su próxima punzada hacia la perfecta actuación de Ryu con Chlóe. - ... no hay ninguna otra que pueda equiparar la belleza de su rostro y eclipsar el brillo de sus ojos. - Murmuró, acercándose a ella y colocando amablemente un mechón deslococado en su sitio correcto. Soltó su mano y bebió un poco más de su copa, observando posesivamente a la joven, durante un par de minutos. Al percatarse de su descuido, regresó la vista a Olivier, dejándolo todo en una simple confusión para la desubicada mente ebria de la señorita. Sonrió de nuevo y volvió a girarse para presenciar el espectáculo de la gente bailando. Pareciera que esta noche todo estaba tranquilo. ¿Y qué menos dejar que él se divirtiera con una de sus jóvenes aprendices? Por apariencia, encanto, y obviamente, por fuerza, Issei Chrane se encontraba en mejor situación de bailar con Crosszeria. Ryu apenas optaba por algún tipo de posibilidad, salvo de esas tristes viejecitas que se sentaban en uno de los laterales a la pista de baile.
Entreabrió sus labios, dispuesto a seguir desmantelando las intenciones de Olivier, para ir ganando escalones de la confianza de Chlóe. Sin embargo, la mujer habló antes de que los dos hombres pudieran volver a batirse por ella, sorprendiéndoles a ambos. Impresionado, Issei abrió rápidamente sus ojos. Ladeó la cabeza y soltó una pequeña carcajada. Desde luego, sí que estaba bastante tocada por el champagne. Por un lado le parecía deprimente y por otro, era una felicidad que le extasiaba.
- Está bien, podemos estar aquí los tres hasta que se decida nuestra Dama por alguno de sus pretendientes. Objeto, en cambio, por acompañarla a la terraza a recibir aire fresco. Su rostro pierde naturalidad con tanto sonroje, ¿no cree? Incluso el aire comienza a calentarse y tanta gente bailando comienza a agobiarme. ¿Qué les parece? ¿Desea que la conduzca hacia la terraza? - Murmuró encantador, retirando la copa que Chlóe sostenía entre las manos y dejándola en una de las bandejas de los camareros. Obviamente, como buen pastor, se encargaba también por la seguridad de sus ovejas. No pensaría dejar a su nuevo descubrimiento en mitad de la calle, tirada por la borrachera que llevaba encima. Además, tampoco creía que su estado de ebriedad se pudiera pasar en un par de minutos, sino en unas cuantas horas; sin siquiera saber el número de copas que había ingerido. ¿Y por qué iba a aprovechar Issei Chrane la situación del calor de la mujer y llevarla a la terraza para concederse un momento a solas? Después de todo, su preferencia consistía en llevarse a la chica de cualquier forma. Y podría utilizar la fuerza aquí mismo y en este instante, pero decidió arrebatarle la mujer con sus dotes de Don Juan para hundir más en el fango a su poco allegado Ryu Olivier.
Dado el hecho y la situación que ocurría con aquellos dos cazadores, se vio obligado y decidido a continuar insistiendo.
- Por la misma razón que seguramente usted está ocultando: me siento encaprichado de sus cabellos rosados y su pálida piel. Además... - Tomó suavemente su mano y la besó delicadamente, caballeroso, como él era siempre; preparando su próxima punzada hacia la perfecta actuación de Ryu con Chlóe. - ... no hay ninguna otra que pueda equiparar la belleza de su rostro y eclipsar el brillo de sus ojos. - Murmuró, acercándose a ella y colocando amablemente un mechón deslococado en su sitio correcto. Soltó su mano y bebió un poco más de su copa, observando posesivamente a la joven, durante un par de minutos. Al percatarse de su descuido, regresó la vista a Olivier, dejándolo todo en una simple confusión para la desubicada mente ebria de la señorita. Sonrió de nuevo y volvió a girarse para presenciar el espectáculo de la gente bailando. Pareciera que esta noche todo estaba tranquilo. ¿Y qué menos dejar que él se divirtiera con una de sus jóvenes aprendices? Por apariencia, encanto, y obviamente, por fuerza, Issei Chrane se encontraba en mejor situación de bailar con Crosszeria. Ryu apenas optaba por algún tipo de posibilidad, salvo de esas tristes viejecitas que se sentaban en uno de los laterales a la pista de baile.
Entreabrió sus labios, dispuesto a seguir desmantelando las intenciones de Olivier, para ir ganando escalones de la confianza de Chlóe. Sin embargo, la mujer habló antes de que los dos hombres pudieran volver a batirse por ella, sorprendiéndoles a ambos. Impresionado, Issei abrió rápidamente sus ojos. Ladeó la cabeza y soltó una pequeña carcajada. Desde luego, sí que estaba bastante tocada por el champagne. Por un lado le parecía deprimente y por otro, era una felicidad que le extasiaba.
- Está bien, podemos estar aquí los tres hasta que se decida nuestra Dama por alguno de sus pretendientes. Objeto, en cambio, por acompañarla a la terraza a recibir aire fresco. Su rostro pierde naturalidad con tanto sonroje, ¿no cree? Incluso el aire comienza a calentarse y tanta gente bailando comienza a agobiarme. ¿Qué les parece? ¿Desea que la conduzca hacia la terraza? - Murmuró encantador, retirando la copa que Chlóe sostenía entre las manos y dejándola en una de las bandejas de los camareros. Obviamente, como buen pastor, se encargaba también por la seguridad de sus ovejas. No pensaría dejar a su nuevo descubrimiento en mitad de la calle, tirada por la borrachera que llevaba encima. Además, tampoco creía que su estado de ebriedad se pudiera pasar en un par de minutos, sino en unas cuantas horas; sin siquiera saber el número de copas que había ingerido. ¿Y por qué iba a aprovechar Issei Chrane la situación del calor de la mujer y llevarla a la terraza para concederse un momento a solas? Después de todo, su preferencia consistía en llevarse a la chica de cualquier forma. Y podría utilizar la fuerza aquí mismo y en este instante, pero decidió arrebatarle la mujer con sus dotes de Don Juan para hundir más en el fango a su poco allegado Ryu Olivier.
- Issei Chrane
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Localización : Jamás lo sabrás.
Re: Gran baile de carnaval
Los minutos corren y el tiempo no espera. Jamás se retrasa y de eso podía afirmarlo con mis propias carnes, pues nunca se detuvo en los momentos que anhelaba recordar o enmarcar en las fotos de mis recuerdos. Los ojos azules fueron directos a parar sobre el vampiro, nervioso. Las lágrimas se contenían en su cuenca y amenazaban con volver a derramarse a la mínima de cambio. Sinceramente, era una de las peores pesadillas que podían encerrar al neófito. Y entre tanto, Marcus no parecía entender lo que estaba diciéndole, como si estuviera en una fina nube de felicidad o no entendiera mi idioma. Eso comenzaba a alterarme más aún. ¿Es que acaso no le importaba ni lo más mínimo? ¿Qué demonios hacía ahí sin ponerse en marcha y ayudarme a buscarla? Bella se encontraba todavía desaparecida y sin tener ni un signo de ella en el baile. Pero quién conociera la despiadada verdad que se escondía tras el Marcus O'Conell que estaba viendo en este instante, además de saber qué sucedía dos plantas más arriba de mi cabeza. De haberlo visionado, sin duda, ya habría abandonado la celebración sin siquiera un mísero adiós. Pero ya no tenía ningún tipo de poder mental.
Y a cada risa, a cada mujer de cabellos o vestido rojos pasaba por al lado, no podía impedir voltear la cabeza y comprobar impacientemente si resultaba ser quien estaba buscando. Di la vuelta de repente, girando a una mujer que avanzaba por las gradas, derramando accidentalmente la copa que portaba entre los dedos. Tampoco resultaba ser Bella Gring. Aquella felicidad de encontrarla nuevamente dentro del edficio, de terminar la noche los tres juntos -así como estaba esperándolo desde el comienzo de esta-, comenzaba a escasear lentamente, a apagar su llama y consumir la vela que la portaba. Giré de nuevo hacia Marcus, dibujando círculos sobre mis pies, perdiendo la orientación por las voces, las risas y la abrasadora sed que estaba invadiendo mi garganta de tal forma atroz y salvaje. Agarré de nuevo el traje del vampiro y lo zarandeé casi con esfuerzo. Maldita sea, ¡responde! ¡Muévete o... o algo! Él siempre se le dio mejor encontrar los rastros de las personas, y de ahí la ventaja que podíamos adjudicarnos contra el enemigo. No podía hacer esto sin su ayuda, porque había cosas que aún ni siquiera entendía. Sin embargo, él continuaba pasivo, gastando el precioso y valioso tiempo que teníamos para buscarla.
-Marcus, yo no quiero que se la lleven. Ella... ella no debe experimentar eso. No quiero que pase por la misma situación, ¿acaso no lo entiendes? - Cerré los ojos, alzando la voz, desesperado. - ¡Déjate de tonterías! Ahora no es momento para esto. ¡Bella está desaparecida! Y no sé tú, pero yo pienso ir a buscarla. - Determiné mi decisión, girándome para marcharme a buscarla.
“Ella no se ha ido a ningún lugar que Él no haya querido”
Lo que dijo me pillo completamente desprevenido. Un escalofrío recorrió mi espalda, paralizándome por completo. Regresé los ojos hacia él, siendo ahora yo el incomprendido. ¿Qué significaba aquello? Y lo peor de todo, no podía llegar a concebir quién era Él. Marcus estaba delante de mis ojos, así que era imposible que pensara que el hombre que se encontraba delante de mis ojos fuera un doble del vampiro. Era imposible que pudiera imaginar que Bella se encontraba con el verdadero, derrochando su amor en aquella sala, mientras las peores suposiciones se cernían sobre mi cabeza.
-Marcus que... - Nuevamente, quedé sin habla en cuanto la cinta fue puesta sobre los ojos. ¿Qué era esto? ¿Es que acaso era un juego para Marcus? ¿Por qué ni siquiera conseguía escucharme y comprender la situación que estamos atravesando? ¿Por qué ni una sola gota de impaciencia o nerviosismo se dibujaba sobre su frente? No entendía nada. Las ideas danzaban de un lado a otro, entrelazándose entre ellas, separándose y volviéndose a unir de repente. Todo era totalmente incomprensible y trataba de hallar respuestas lo más rápido posible, confundiéndome más de lo que estaba.
Quise quitarme el pañuelo enseguida y terminar con la tontería que se había montado Marcus en un abrir y cerrar de ojos; en cambio, sus manos regresaron a detener mis intenciones. El nerviosismo comenzaba a alterar más al neófito, revolviéndose como un animal salvaje en el agarre. Mis pies comenzaron a avanzar torpemente, resistiéndose incluso de ser llevado por el guía y empujándolo hacia atrás con todas mis fuerzas.
-¿Marcus, qué es esto? ¿Adónde me llevas? No, no quería ir a ningún lado sin Bella. - Empecé a decir, escurriendo los pies para no permitir que siguiera avanzando, retorciéndome. No quería ir a ningún lado y menos cuando ella está siendo raptada por los cazadores. No. No. No. - ¡No quiero tranquilizarme! - Exclamé, sorprendiendo a las personas que caminaban en dirección contraria a nosotros -las cuales comenzaron a caminar más deprisa, alejándose de ambos vampiros-. - ¿Y quién es Él? ¡Marcus! ¿Quién es Él? ¿A quién me llevas? - La respuesta más fácil y poco deductiva, se lanzó rápidamente contra mis deducciones: Cazadores. Otra vez. Unas simples ideas se unieron con otras y la peor suposición comenzaba a inundar de nuevo la mente del neófito. Si bien Marcus no se preocupó lo más mínimo por la desaparición de Bella y hablaba de una identidad que no de animaba a descubrir, era porque Él, sin duda, era algún cazador que podía adivinar rápidamente con escuchar simplemente su voz. Pero, ¿por qué iba Marcus a vendernos a los desertores? ¿Qué razón tenía para llevarlo? ¿Dinero? No, no podía ser cierto. Él... él jamás haría algo como eso. Él no era así. No era capaz de vendernos como a simples animales. Dijo que iba a protegerme, que no permitiría que me llevaran de nuevo porque me defendería ante cualquier cosa.
Me lo prometió...
Pero ya no podía atender a las palabras de nadie que intentara hablarme. La sed me impedía centrarme en los hechos y conseguir acertar en lo que sucedía realmente. Sin ser consciente de ello, me encorvé hacia delante, doblando las rodillas. Mis labios se separaron a toda prisa y grité todo lo fuerte que pude. No quería volver a las celdas ni a los laboratorios por nada del mundo. Y si esa era su principal intención, Iban a oírme hasta en la entrada del edificio y varias manzanas más allá de donde estábamos. Avisaría a los cazadores para que pillaran a todos los que pudieran y los torturaran de la misma forma en la que lo hicieron con los encerrados. No tendría piedad con ninguno, ni siquiera con el propio Marcus -si así había decidido unirse al bando opuesto-. Tomé aire para volver a chillar de nuevo, pero un guante blanco detuvo el sonido antes de que fuera efectuado. Sus brazos me rodeaban sin piedad, logrando que no pudiera ser capaz de resistirme en ningún momento. Sacudí el tronco, haciendo fuerza con las piernas para conseguir derribarle y tenerlo todo más fácil. Pero, como si aquel vampiro hubiera sido advertido por el verdadero O'Conell o hubiera sido elegido por sus métodos, consiguió incapacitar todos y cada uno de ellos. Casi arrastras se llevó al neófito hasta la habitación a la que debía entregarlo. Y finalmente, nada más encontrar la madera que señalaba la numeración, soltó a su "paquete" y lo introdujo en la habitación.
Rápidamente, al poder volver a moverme con soltura, quité la venda de los ojos y me giré hacia la puerta, sin siquiera percatarme de la elegancia del lugar. Aporreé la puerta sin piedad, con la idea de derrumbarla y escapar para buscar a Bella y salir de esta fiesta infernal. Sin embargo, la precaución de que esto existiera, provocó que la puerta fuera cerrada con llave, imposibilitando muchas de las opciones que surgían en la cabeza del neófito.
-¡Marcus! ¡Marcus! ¡Sácame de aquí! - Pateé la puerta, siendo esta contenida por el ayudante del verdadero vampiro. Realmente, iba a ganarse el salario por tan complejo trabajo. - ¡No hagas esto, por favor! ¡Marcus! ¡Suéltame! ¡No me dejes! - Mis puños siguieron golpeando la puerta, alterado, sin reconocer el aroma de Bella dentro de la habitación. Giré la cabeza para ver las velas, las tarjetas extendidas por los suelos y esa cortina roja que señalaba la sorpresa en silencio. Los ojos del neófito se desorbitaron con el color. Rojo. Mala elección por parte de O'Conell para la cortina. A veces odiaba ese color, a pesar de la locura que me entraba de ver a mi novia con ese color de pelo y la adicción que surcaba en mi cabeza por mirar los ojos del vampiro mayor. Pero... había una razón de peso tras ese terrible horror al color. Profanaciones. Todas ellas se habían llevado a cabo dentro de una sala de paredes del mismo tono. De ahí a que el nerviosismo aumentara tras encontrarlo.
Pegué la frente a la puerta, deseando poder traspasar la madera como un espectro.
-Marcus, por favor... Por favor... No me entregues a ellos... A-A Bella tampoco. Por favor... H-Har-é todo... todo lo que quieras. Cualquier cosa. Pero... no me dejes con ellos... Te lo suplico. Abre la puerta... - Dije desesperado para que su clon pudiera oírme, ablandara su corazón y decidiera soltar al peliazul. En cambio, no flaqueó y la puerta permaneció cerrada.
Mis rodillas se doblaron hacia delante, deslizando las manos hasta el suelo. Las lágrimas caían silenciosamente, sin hacer un sólo tintineo, pues las limpiaba rápido. Había vuelto a ser vencido. Por ellos. Por Marcus. Por mi falta de aura y la mierda de fuerzas que tenía. Volvería a ser llevado a esa maldita celda, sin compasión de nadie -dado que tampoco conocía a alguien allí dentro- y a pasar sed. Y hablando de sed, el neófito estaba percibiendo el olor a sangre dentro de la habitación. Hasta podría poner la mano en el fuego y asegurar que inspiraba el aroma de Bella y Marcus. Serían imaginaciones demenciales, lo más seguro. Porque también me sabía el jueguecito: dejamos que te alimentes para recuperarte, y después te esclavizamos de nuevo. O mejor, un hombre totalmente desconocido vendría para tomar tu cuerpo silenciosamente. Era eso, ¿no es así? De ahí el misterio, la cortina de suave seda, el ambiente elegante que se respiraba, el secuestro de Bella... todo. No entendía cómo no pude relacionarlo antes. Ya había pasado por esto, pero creí haberlo sepultado en mi memoria. Los sonidos se ahogaron todos y cada uno de ellos, comenzando a temblar. "Por favor, que alguien me saque de aquí"; pensé. Levanté la cabeza, intentando que mis ojos no siguieran cometiendo delito por llorar, mientras que me agarraba la garganta desesperadamente. Tenía sed, pero me negaba a alimentarme para no favorecer el castigo. Y, ¿qué iba a hacer? Igualmente lo inyectarían en vena, en contra de mi voluntad. Porque había caído en su trampa sin darme cuenta de ello. Y seguramente, lo peor, era sentirse traicionado por ese Marcus que se hallaba detrás de la puerta, conteniéndola por si acaso decidiera cargar nuevamente.
Estiré el brazo, alcanzando la primera de las tarjetas, decidiendo participar. Total, ya no sabía qué demonios estaba haciendo. Quizá fuera porque ya no había más que rendición y evidencia. Será porque ya me daba igual que ocurriera, si con ello el final era asegurado. Observé sin demasiada atención la cartulina. Era del mismo formato que la anterior que recibí. Sus bordes dorados, la misma caligrafía y esas letras enredadas en misterio. Miré la cortina roja, esperando encontrar el rostro del culpable detrás de ella. Tras unos cuantos minutos mentalizándome y ahogándome en la sed, conseguí levantarme en un acto de valentía. Hubo varios tambaleos debido a la desorientación y a las lágrimas. Me acerqué a la mesa y sin detenerme mucho, tomé todas las bolsas de sangre entre los brazos, acaparándolas como si fuera un peluche o un ser querido. Y finalmente, ansioso, comencé a beber para alimentarme y recuperar la debilidad que estaba acechándome en este instante. Siempre podría intentarlo, ¿no? Aunque no tuviera aura, podía intentarlo.
Y entonces, a la tercera bolsa, reparé en el pastel que se encontraba en el centro de la mesa, sin comprender la inscripción. "Feliz Cumpleaños, Ziel". La bolsa calló al suelo, a causa de la sorpresa. ¿Qué era esto? ¿Acaso estaban riéndose de mí? Mi cumpleaños no era hasta dentro de... -movió la muñeca para mirar la hora y el día que señalaba el reloj, sin creer lo que estaba contemplando- ... hoy. Hoy era mi cumpleaños. Lo había olvidado totalmente. Hacía años que nadie se acordaba y había decidido seguir la corriente del resto para ignorarlo. Sin embargo, esta noche debió ser especial, pues hacía la mayoría de edad por fin. Y como si fuera una triste y macabra novela de terror, era un perfecto día en que había vuelto a ser capturado. Sequé las lágrimas con la manga del traje y miré las cortinas y las tarjetas que conducían hasta el otro lado. ¿Podría ser que...? No, era imposible. Bella seguramente no conocía el día de mi cumpleaños y Marcus no recordaría nada con el estrés de su trabajo. No podía ser que esa suposición fuera cierta y que todo hubiera sido un cruel y decepcionante montaje romántico. Era imposible. No obstante, la intriga se despertó cuando de reojo clavó los ojos sobre las tres copas exactas que había sobre la mesa, las cuales habían pasado totalmente desapercibidas durante todo este tiempo. Negué con la cabeza. No... No, no podía ser cierto y debía desmontar esta falsa ilusión que me había montado. Caminé hasta la seda de color rojo y la rocé, fallando el pulso de mi mano. ¿Qué sería lo que encontraría detrás? Nadie podía asegurarlo, dado a la incredubilidad del neófito. Abruptamente corrí la cortina, encontrando el desenlace de la situación. Las lágrimas comenzaron a salir de nuevo por el iris azul que contemplaba. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Desde cuándo...? Empecé a preguntarme, sin entender cada uno de los movimientos en los que había sido arrastrado hasta esta culminación. Mis pies retrocedieron, sin poder asimilar lo que estaba viendo, mientras tapaba la boca para no dejar que un solo sonido rompiera ese tierno silencio.
¿Sorpresa?
Y a cada risa, a cada mujer de cabellos o vestido rojos pasaba por al lado, no podía impedir voltear la cabeza y comprobar impacientemente si resultaba ser quien estaba buscando. Di la vuelta de repente, girando a una mujer que avanzaba por las gradas, derramando accidentalmente la copa que portaba entre los dedos. Tampoco resultaba ser Bella Gring. Aquella felicidad de encontrarla nuevamente dentro del edficio, de terminar la noche los tres juntos -así como estaba esperándolo desde el comienzo de esta-, comenzaba a escasear lentamente, a apagar su llama y consumir la vela que la portaba. Giré de nuevo hacia Marcus, dibujando círculos sobre mis pies, perdiendo la orientación por las voces, las risas y la abrasadora sed que estaba invadiendo mi garganta de tal forma atroz y salvaje. Agarré de nuevo el traje del vampiro y lo zarandeé casi con esfuerzo. Maldita sea, ¡responde! ¡Muévete o... o algo! Él siempre se le dio mejor encontrar los rastros de las personas, y de ahí la ventaja que podíamos adjudicarnos contra el enemigo. No podía hacer esto sin su ayuda, porque había cosas que aún ni siquiera entendía. Sin embargo, él continuaba pasivo, gastando el precioso y valioso tiempo que teníamos para buscarla.
-Marcus, yo no quiero que se la lleven. Ella... ella no debe experimentar eso. No quiero que pase por la misma situación, ¿acaso no lo entiendes? - Cerré los ojos, alzando la voz, desesperado. - ¡Déjate de tonterías! Ahora no es momento para esto. ¡Bella está desaparecida! Y no sé tú, pero yo pienso ir a buscarla. - Determiné mi decisión, girándome para marcharme a buscarla.
“Ella no se ha ido a ningún lugar que Él no haya querido”
Lo que dijo me pillo completamente desprevenido. Un escalofrío recorrió mi espalda, paralizándome por completo. Regresé los ojos hacia él, siendo ahora yo el incomprendido. ¿Qué significaba aquello? Y lo peor de todo, no podía llegar a concebir quién era Él. Marcus estaba delante de mis ojos, así que era imposible que pensara que el hombre que se encontraba delante de mis ojos fuera un doble del vampiro. Era imposible que pudiera imaginar que Bella se encontraba con el verdadero, derrochando su amor en aquella sala, mientras las peores suposiciones se cernían sobre mi cabeza.
-Marcus que... - Nuevamente, quedé sin habla en cuanto la cinta fue puesta sobre los ojos. ¿Qué era esto? ¿Es que acaso era un juego para Marcus? ¿Por qué ni siquiera conseguía escucharme y comprender la situación que estamos atravesando? ¿Por qué ni una sola gota de impaciencia o nerviosismo se dibujaba sobre su frente? No entendía nada. Las ideas danzaban de un lado a otro, entrelazándose entre ellas, separándose y volviéndose a unir de repente. Todo era totalmente incomprensible y trataba de hallar respuestas lo más rápido posible, confundiéndome más de lo que estaba.
Quise quitarme el pañuelo enseguida y terminar con la tontería que se había montado Marcus en un abrir y cerrar de ojos; en cambio, sus manos regresaron a detener mis intenciones. El nerviosismo comenzaba a alterar más al neófito, revolviéndose como un animal salvaje en el agarre. Mis pies comenzaron a avanzar torpemente, resistiéndose incluso de ser llevado por el guía y empujándolo hacia atrás con todas mis fuerzas.
-¿Marcus, qué es esto? ¿Adónde me llevas? No, no quería ir a ningún lado sin Bella. - Empecé a decir, escurriendo los pies para no permitir que siguiera avanzando, retorciéndome. No quería ir a ningún lado y menos cuando ella está siendo raptada por los cazadores. No. No. No. - ¡No quiero tranquilizarme! - Exclamé, sorprendiendo a las personas que caminaban en dirección contraria a nosotros -las cuales comenzaron a caminar más deprisa, alejándose de ambos vampiros-. - ¿Y quién es Él? ¡Marcus! ¿Quién es Él? ¿A quién me llevas? - La respuesta más fácil y poco deductiva, se lanzó rápidamente contra mis deducciones: Cazadores. Otra vez. Unas simples ideas se unieron con otras y la peor suposición comenzaba a inundar de nuevo la mente del neófito. Si bien Marcus no se preocupó lo más mínimo por la desaparición de Bella y hablaba de una identidad que no de animaba a descubrir, era porque Él, sin duda, era algún cazador que podía adivinar rápidamente con escuchar simplemente su voz. Pero, ¿por qué iba Marcus a vendernos a los desertores? ¿Qué razón tenía para llevarlo? ¿Dinero? No, no podía ser cierto. Él... él jamás haría algo como eso. Él no era así. No era capaz de vendernos como a simples animales. Dijo que iba a protegerme, que no permitiría que me llevaran de nuevo porque me defendería ante cualquier cosa.
Me lo prometió...
Pero ya no podía atender a las palabras de nadie que intentara hablarme. La sed me impedía centrarme en los hechos y conseguir acertar en lo que sucedía realmente. Sin ser consciente de ello, me encorvé hacia delante, doblando las rodillas. Mis labios se separaron a toda prisa y grité todo lo fuerte que pude. No quería volver a las celdas ni a los laboratorios por nada del mundo. Y si esa era su principal intención, Iban a oírme hasta en la entrada del edificio y varias manzanas más allá de donde estábamos. Avisaría a los cazadores para que pillaran a todos los que pudieran y los torturaran de la misma forma en la que lo hicieron con los encerrados. No tendría piedad con ninguno, ni siquiera con el propio Marcus -si así había decidido unirse al bando opuesto-. Tomé aire para volver a chillar de nuevo, pero un guante blanco detuvo el sonido antes de que fuera efectuado. Sus brazos me rodeaban sin piedad, logrando que no pudiera ser capaz de resistirme en ningún momento. Sacudí el tronco, haciendo fuerza con las piernas para conseguir derribarle y tenerlo todo más fácil. Pero, como si aquel vampiro hubiera sido advertido por el verdadero O'Conell o hubiera sido elegido por sus métodos, consiguió incapacitar todos y cada uno de ellos. Casi arrastras se llevó al neófito hasta la habitación a la que debía entregarlo. Y finalmente, nada más encontrar la madera que señalaba la numeración, soltó a su "paquete" y lo introdujo en la habitación.
Rápidamente, al poder volver a moverme con soltura, quité la venda de los ojos y me giré hacia la puerta, sin siquiera percatarme de la elegancia del lugar. Aporreé la puerta sin piedad, con la idea de derrumbarla y escapar para buscar a Bella y salir de esta fiesta infernal. Sin embargo, la precaución de que esto existiera, provocó que la puerta fuera cerrada con llave, imposibilitando muchas de las opciones que surgían en la cabeza del neófito.
-¡Marcus! ¡Marcus! ¡Sácame de aquí! - Pateé la puerta, siendo esta contenida por el ayudante del verdadero vampiro. Realmente, iba a ganarse el salario por tan complejo trabajo. - ¡No hagas esto, por favor! ¡Marcus! ¡Suéltame! ¡No me dejes! - Mis puños siguieron golpeando la puerta, alterado, sin reconocer el aroma de Bella dentro de la habitación. Giré la cabeza para ver las velas, las tarjetas extendidas por los suelos y esa cortina roja que señalaba la sorpresa en silencio. Los ojos del neófito se desorbitaron con el color. Rojo. Mala elección por parte de O'Conell para la cortina. A veces odiaba ese color, a pesar de la locura que me entraba de ver a mi novia con ese color de pelo y la adicción que surcaba en mi cabeza por mirar los ojos del vampiro mayor. Pero... había una razón de peso tras ese terrible horror al color. Profanaciones. Todas ellas se habían llevado a cabo dentro de una sala de paredes del mismo tono. De ahí a que el nerviosismo aumentara tras encontrarlo.
Pegué la frente a la puerta, deseando poder traspasar la madera como un espectro.
-Marcus, por favor... Por favor... No me entregues a ellos... A-A Bella tampoco. Por favor... H-Har-é todo... todo lo que quieras. Cualquier cosa. Pero... no me dejes con ellos... Te lo suplico. Abre la puerta... - Dije desesperado para que su clon pudiera oírme, ablandara su corazón y decidiera soltar al peliazul. En cambio, no flaqueó y la puerta permaneció cerrada.
Mis rodillas se doblaron hacia delante, deslizando las manos hasta el suelo. Las lágrimas caían silenciosamente, sin hacer un sólo tintineo, pues las limpiaba rápido. Había vuelto a ser vencido. Por ellos. Por Marcus. Por mi falta de aura y la mierda de fuerzas que tenía. Volvería a ser llevado a esa maldita celda, sin compasión de nadie -dado que tampoco conocía a alguien allí dentro- y a pasar sed. Y hablando de sed, el neófito estaba percibiendo el olor a sangre dentro de la habitación. Hasta podría poner la mano en el fuego y asegurar que inspiraba el aroma de Bella y Marcus. Serían imaginaciones demenciales, lo más seguro. Porque también me sabía el jueguecito: dejamos que te alimentes para recuperarte, y después te esclavizamos de nuevo. O mejor, un hombre totalmente desconocido vendría para tomar tu cuerpo silenciosamente. Era eso, ¿no es así? De ahí el misterio, la cortina de suave seda, el ambiente elegante que se respiraba, el secuestro de Bella... todo. No entendía cómo no pude relacionarlo antes. Ya había pasado por esto, pero creí haberlo sepultado en mi memoria. Los sonidos se ahogaron todos y cada uno de ellos, comenzando a temblar. "Por favor, que alguien me saque de aquí"; pensé. Levanté la cabeza, intentando que mis ojos no siguieran cometiendo delito por llorar, mientras que me agarraba la garganta desesperadamente. Tenía sed, pero me negaba a alimentarme para no favorecer el castigo. Y, ¿qué iba a hacer? Igualmente lo inyectarían en vena, en contra de mi voluntad. Porque había caído en su trampa sin darme cuenta de ello. Y seguramente, lo peor, era sentirse traicionado por ese Marcus que se hallaba detrás de la puerta, conteniéndola por si acaso decidiera cargar nuevamente.
Estiré el brazo, alcanzando la primera de las tarjetas, decidiendo participar. Total, ya no sabía qué demonios estaba haciendo. Quizá fuera porque ya no había más que rendición y evidencia. Será porque ya me daba igual que ocurriera, si con ello el final era asegurado. Observé sin demasiada atención la cartulina. Era del mismo formato que la anterior que recibí. Sus bordes dorados, la misma caligrafía y esas letras enredadas en misterio. Miré la cortina roja, esperando encontrar el rostro del culpable detrás de ella. Tras unos cuantos minutos mentalizándome y ahogándome en la sed, conseguí levantarme en un acto de valentía. Hubo varios tambaleos debido a la desorientación y a las lágrimas. Me acerqué a la mesa y sin detenerme mucho, tomé todas las bolsas de sangre entre los brazos, acaparándolas como si fuera un peluche o un ser querido. Y finalmente, ansioso, comencé a beber para alimentarme y recuperar la debilidad que estaba acechándome en este instante. Siempre podría intentarlo, ¿no? Aunque no tuviera aura, podía intentarlo.
Y entonces, a la tercera bolsa, reparé en el pastel que se encontraba en el centro de la mesa, sin comprender la inscripción. "Feliz Cumpleaños, Ziel". La bolsa calló al suelo, a causa de la sorpresa. ¿Qué era esto? ¿Acaso estaban riéndose de mí? Mi cumpleaños no era hasta dentro de... -movió la muñeca para mirar la hora y el día que señalaba el reloj, sin creer lo que estaba contemplando- ... hoy. Hoy era mi cumpleaños. Lo había olvidado totalmente. Hacía años que nadie se acordaba y había decidido seguir la corriente del resto para ignorarlo. Sin embargo, esta noche debió ser especial, pues hacía la mayoría de edad por fin. Y como si fuera una triste y macabra novela de terror, era un perfecto día en que había vuelto a ser capturado. Sequé las lágrimas con la manga del traje y miré las cortinas y las tarjetas que conducían hasta el otro lado. ¿Podría ser que...? No, era imposible. Bella seguramente no conocía el día de mi cumpleaños y Marcus no recordaría nada con el estrés de su trabajo. No podía ser que esa suposición fuera cierta y que todo hubiera sido un cruel y decepcionante montaje romántico. Era imposible. No obstante, la intriga se despertó cuando de reojo clavó los ojos sobre las tres copas exactas que había sobre la mesa, las cuales habían pasado totalmente desapercibidas durante todo este tiempo. Negué con la cabeza. No... No, no podía ser cierto y debía desmontar esta falsa ilusión que me había montado. Caminé hasta la seda de color rojo y la rocé, fallando el pulso de mi mano. ¿Qué sería lo que encontraría detrás? Nadie podía asegurarlo, dado a la incredubilidad del neófito. Abruptamente corrí la cortina, encontrando el desenlace de la situación. Las lágrimas comenzaron a salir de nuevo por el iris azul que contemplaba. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Desde cuándo...? Empecé a preguntarme, sin entender cada uno de los movimientos en los que había sido arrastrado hasta esta culminación. Mis pies retrocedieron, sin poder asimilar lo que estaba viendo, mientras tapaba la boca para no dejar que un solo sonido rompiera ese tierno silencio.
¿Sorpresa?
- Ziel A. Carphatia
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Empleo /Ocio : Alumno a tiempo parcial y zorro el resto del día (?)
Humor : No te acerques por si acaso...
Re: Gran baile de carnaval
Su sonrisa perversa se ensanchó, pareciendo no tener final entre sus labios. Ryu nada más que hacía observar el comportamiento de la joven y la forma en la que sus sentidos se difuminaban lentamente por causa del alcohol. Él también fue joven una vez en su día y también agarró su primera borrachera. Más tarde y con el tiempo, encontró la forma de olvidar el estrés por su trabajo y hallar el olvido en su cabeza, gracias al whisky añejo que tenía dentro de la vitrina de su despacho. Algún día quizá Chlóe, si decidiera volver a la Asociación, también tuviera uno; aunque Olivier no pensaba que realmente fuera a convertirse en una bebedora nata. Suspiró, negando interiormente. Ah, una verdadera pena que alguien pudiera aprovecharse de una mujer tan joven y bonita como Crosszeria. Pero, ¿de oportunidades está hecha la vida, no es así? Tampoco culparía a Issei de querer llevarse el mejor trofeo de toda la noche. Sin embargo, el enfrentamiento de ambos estaba aún por comenzar.
Su mirada se agachó hasta la joven que tenía agarrada bajo su brazo y encogió los hombros
- A veces uno puede descuidarse, Crosszeria. No es algo malo, claramente, pero tal vez las intenciones de terceros no sean tan excesivamente sinceras. - Acercó nuevamente su cigarrillo a los labios, consumiéndose el poco que le quedaba, llegando incluso hasta el filtro. Lo separó de nuevo y prosiguió a apagarlo metiéndolo en una de las copas de champagne que pasaban por su lado en ese mismo momento. Una verdadera lástima desperdiciarlo, pero quizá evitaría que más de un adolescente cayera en una indecente borrachera de juventud. Por una parte, incluso hasta se sentía bien por su gesto, así como si fuera una obra bien hecha de un ángel guardian. Con la colilla entre sus anchos dedos, la lanzó bien lejos, sin importarle lo más mínimo en quien o contra qué impactara. Total, ya no podría ocasionar un incendio por más que diera en la vestimenta de algún bailarín que los rodeaba. Regresó a su conversación, tranquilamente, sin borrar esa amable sonrisa de entre los labios.
- No se preocupe por eso. Seguramente este viejo reacio no cambie en lo que le quede de vida. - Rió suavemente, cual padre a la pregunta de su hija; tomando la copa que las manos de Chlóe le ofrecían. Si conseguía tomarse la confianza suficiente de la mujer, todo sería más fácil para él y su trabajo pendiente. Pero para ello, debía ser sigiloso y hacer un buen uso de sus cartas en esta mano. Sus párpados bajaron, casi asintiendo, pues inevitablemente, la pelirosa había decidido continuar bebiendo el dulce manjar burbujeante que se ofrecía en la fiesta, descuidando el estado de sus sentidos y la pérdida de estos. Pero, ¿acaso Ryu iba a impedirle que continuara? No, por supuesto que no.
- Por usted y su reingreso a la Asociación. - Dijo, levantando la copa en lo alto, proclamando el brindis para ellos dos. Total, ¿Issei Chrane pertenecía a la organización? No. Sería mejor ignorarlo durante todo el tiempo que su maldita voz estuviera sacándole de quicio. Y mejor le valía a esa miserable sabandija marcharse de la fiesta, antes de que perfecta y amable actuación, se fuera al traste por culpa de su intromisión en la conversación que tenía con una de sus discípulas. Sin embargo, el camuflado peliverde, decidió no rendirse por conseguir su premio esta noche. Y quizá esta noche se llevara una sorpresa más bien con sus muchachos. Olivier torció su sonrisa y comenzó a reír de repente.
- Oh, claro. ¿Cómo voy a sentirme encarpichado por una joven, de quien pudiera ser su padre? Reconozca que esas son sus verdaderas intenciones, joven. - Como que no, por ejemplo. Miró a Chlóe y negó con la cabeza, asegurándola sus buenas intenciones durante la noche. A fin de cuentas, él había prometido cortés, que la llevaría a su casa, para que ningún peligro pudiera acecharla. Era un buen hombre, después de todo, ¿correcto?
Arrugó el ceño, sorprendiéndose al mismo tiempo que Chrane.
- ¿Los tres? ¿Cómo pueden bailar tres personas, Crosszeria? Creo que nunca se ha visto eso. - Afirmó, quitándole la idea de la cabeza a la ebria muchacha. El alcohol comenzaba a surgir efecto en esa pequeña cabecita adolescente, cosa que alegraba a Ryu en cierta manera. Crosszeria se encontraría de mejor humor y sería más fácil hablar con ella, de lo que era en costumbre. No obstante, la aceptación por parte del vampiro, tensó levemente los músculos de Ryu. Ah, dichoso vampiro. A este paso, renunciaría conforme a la muchacha y le concedería el premio que anhelaba. Él debía mantenerse como una persona en la quien confiar y convertirse en una especie de "padre" para ella dentro de la Asociación. Siempre estaba bien tener amigos y contactos dentro para que resolvieran tus problemas, ¿no es así?
- Está bien. Si Chlóe no discute la palabra de su Sensei, le concedo permiso para que la saque a tomar el aire y la traiga conmigo en cuanto se le pase. - La fría mirada del cazador se clavó sobre la verdosa de su contrincante. Esto no significaba que hubiera perdido en ningún momento, sino una retirada previsiva por lo que ambos conocían. Porque Chlóe Crosszeria acababa de surcar la cabeza de Ryu, demostrándose en una sonrisa para la muchacha. - Diviértanse. - Dijo a modo de despedida, bebiendo nuevamente de su copa de champagne. Por ahora, Ryu Olivier debería retirarse y proseguir en su postura amable y cortés, como buen seguido de la Asociación. Confiaría en los métodos de Issei para engatusarla. Total, ya tendría su oportunidad en otro momento. Y, ¿para qué iba a querer él una mujer con tan poca experiencia?
Su mirada se agachó hasta la joven que tenía agarrada bajo su brazo y encogió los hombros
- A veces uno puede descuidarse, Crosszeria. No es algo malo, claramente, pero tal vez las intenciones de terceros no sean tan excesivamente sinceras. - Acercó nuevamente su cigarrillo a los labios, consumiéndose el poco que le quedaba, llegando incluso hasta el filtro. Lo separó de nuevo y prosiguió a apagarlo metiéndolo en una de las copas de champagne que pasaban por su lado en ese mismo momento. Una verdadera lástima desperdiciarlo, pero quizá evitaría que más de un adolescente cayera en una indecente borrachera de juventud. Por una parte, incluso hasta se sentía bien por su gesto, así como si fuera una obra bien hecha de un ángel guardian. Con la colilla entre sus anchos dedos, la lanzó bien lejos, sin importarle lo más mínimo en quien o contra qué impactara. Total, ya no podría ocasionar un incendio por más que diera en la vestimenta de algún bailarín que los rodeaba. Regresó a su conversación, tranquilamente, sin borrar esa amable sonrisa de entre los labios.
- No se preocupe por eso. Seguramente este viejo reacio no cambie en lo que le quede de vida. - Rió suavemente, cual padre a la pregunta de su hija; tomando la copa que las manos de Chlóe le ofrecían. Si conseguía tomarse la confianza suficiente de la mujer, todo sería más fácil para él y su trabajo pendiente. Pero para ello, debía ser sigiloso y hacer un buen uso de sus cartas en esta mano. Sus párpados bajaron, casi asintiendo, pues inevitablemente, la pelirosa había decidido continuar bebiendo el dulce manjar burbujeante que se ofrecía en la fiesta, descuidando el estado de sus sentidos y la pérdida de estos. Pero, ¿acaso Ryu iba a impedirle que continuara? No, por supuesto que no.
- Por usted y su reingreso a la Asociación. - Dijo, levantando la copa en lo alto, proclamando el brindis para ellos dos. Total, ¿Issei Chrane pertenecía a la organización? No. Sería mejor ignorarlo durante todo el tiempo que su maldita voz estuviera sacándole de quicio. Y mejor le valía a esa miserable sabandija marcharse de la fiesta, antes de que perfecta y amable actuación, se fuera al traste por culpa de su intromisión en la conversación que tenía con una de sus discípulas. Sin embargo, el camuflado peliverde, decidió no rendirse por conseguir su premio esta noche. Y quizá esta noche se llevara una sorpresa más bien con sus muchachos. Olivier torció su sonrisa y comenzó a reír de repente.
- Oh, claro. ¿Cómo voy a sentirme encarpichado por una joven, de quien pudiera ser su padre? Reconozca que esas son sus verdaderas intenciones, joven. - Como que no, por ejemplo. Miró a Chlóe y negó con la cabeza, asegurándola sus buenas intenciones durante la noche. A fin de cuentas, él había prometido cortés, que la llevaría a su casa, para que ningún peligro pudiera acecharla. Era un buen hombre, después de todo, ¿correcto?
Arrugó el ceño, sorprendiéndose al mismo tiempo que Chrane.
- ¿Los tres? ¿Cómo pueden bailar tres personas, Crosszeria? Creo que nunca se ha visto eso. - Afirmó, quitándole la idea de la cabeza a la ebria muchacha. El alcohol comenzaba a surgir efecto en esa pequeña cabecita adolescente, cosa que alegraba a Ryu en cierta manera. Crosszeria se encontraría de mejor humor y sería más fácil hablar con ella, de lo que era en costumbre. No obstante, la aceptación por parte del vampiro, tensó levemente los músculos de Ryu. Ah, dichoso vampiro. A este paso, renunciaría conforme a la muchacha y le concedería el premio que anhelaba. Él debía mantenerse como una persona en la quien confiar y convertirse en una especie de "padre" para ella dentro de la Asociación. Siempre estaba bien tener amigos y contactos dentro para que resolvieran tus problemas, ¿no es así?
- Está bien. Si Chlóe no discute la palabra de su Sensei, le concedo permiso para que la saque a tomar el aire y la traiga conmigo en cuanto se le pase. - La fría mirada del cazador se clavó sobre la verdosa de su contrincante. Esto no significaba que hubiera perdido en ningún momento, sino una retirada previsiva por lo que ambos conocían. Porque Chlóe Crosszeria acababa de surcar la cabeza de Ryu, demostrándose en una sonrisa para la muchacha. - Diviértanse. - Dijo a modo de despedida, bebiendo nuevamente de su copa de champagne. Por ahora, Ryu Olivier debería retirarse y proseguir en su postura amable y cortés, como buen seguido de la Asociación. Confiaría en los métodos de Issei para engatusarla. Total, ya tendría su oportunidad en otro momento. Y, ¿para qué iba a querer él una mujer con tan poca experiencia?
- Ryu Olivier
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Re: Gran baile de carnaval
Ah, bendito alcohol. Chlóe era presa de aquella bebida, sin remedio alguno que la hiciese reaccionar. Incluso estaba entablando conversación, de forma muy alegre, con sus peores enemigos, ¿pero cómo se daría cuenta? ¿Quién habría allí para advertírselo? Ella no hacía más que sonreír, reír, tambalearse y derrochar encantos con personas que no valían la pena. Sin embargo, ella estaba lejos de creer que poseía encanto alguno, pues siempre se consideró una muchacha bastante sencilla, reservada y que no llamaba demasiado la atención, a excepción de ese extenso cabello rosa que muchas veces pensó en teñir. Y, por el descuido de su pasado donde decidió no hacerlo, ahora llamaba la atención, y justamente de los individuos equivocados. Bastaba echar un vistazo a los días pasados, simplemente: Andrei, Chrane... ¿Qué les pasaba a los vampiros? ¿Les agradaba tanto jugar con los enemigos? ¿Acaso no sabían que podían dar un paso en falso en cualquier momento, mientras la "débil y encantadora Chlóe" aprovechaba la oportunidad? Pero esta fiesta, desde luego, no sería la ocasión. Ella estaba completamente borracha, y encima era menor de edad. Probablemente si en la calle la viese algún policía o algo por el estilo, le harían un escándalo. No obstante, Ryu estaba diciendo que se ocuparía de ella, ¿verdad? Cuanto mucho podría decir que era su padre, y todo estaría bien. Y al escuchar sus palabras, no hizo más que extrañarse y preguntarse por dentro -en la medida que su borrachera lo permitía- de qué terceros hablaría.
La chica clavó su mirada en el vampiro por un momento, y al ver sus ojos un escalofrío le recorrió el cuerpo, pero fue uno de esos escalofríos que, extrañamente, parecen reconfortar antes que infundir nervios. Regresó su vista a Ryu, aún estando abrazada a él. Confiaba en ese hombre. Siempre había estado allí, para ella, cuando apenas había llegado, y era aún más inexperta. También se había preocupado por su salud e, incluso, le prestó dinero para que pudiese comprar sus medicamentos cuando la economía de ella iba en pique. Se sentía segura a su lado, y le agradaba tener a alguien en quien confiar, pues siempre había estado sola, incluso en los tiempos actuales, cuando podría codearse con cualquier cazador. Pero tal vez así era su naturaleza. Aislaba a las personas cuando más quería tener algún tipo de relación con ellas. No era de la clase de personas que disfrutan la soledad, a decir verdad, pero se le hacía inevitable. Quizás fuera el legado que su familia dejó en ella, además de esta enorme responsabilidad para con su clan como la nueva Sacerdotisa del aquelarre. Toda su niñez la pasó en soledad, intentando aprender lo más rápido posible. Y hasta el momento no se había percatado de ello, pero por competir con las otras chicas por ver quién era más digna del puesto, sus padres permitieron que esas jóvenes atravesaran todo tipo de atrocidades. Y ahora que lo pensaba, ella creía que no tendría problema en intercambiar un sitio con ellas, pues al menos a esas chicas sus padres las apreciaban, le daban cariño y atención paternal.
La mente de Chlóe había divagado por un buen rato. Sus ojos se cerraron en un momento dato y se tambaleó un poco, pero se recompuso al instante. Se disculpó, bajando la mirada, mientras sentía cómo sus pómulos ardían bajo el antifaz. Cuando el cazador decidió hacer un brindis por ella otra vez, la sorpresa invadió sus rasgos. Y con ojos brillantes, tan claros como el cielo, miró a Ryu, conmovida por quién sabe qué, pero conociendo la causa en su interior. Sin dudarlo, se lanzó sobre él y lo abrazó con fuerzas, cerrando los ojos y permitiendo que unas lágrimas escapasen. Realmente, ¿cómo se suponía que vería a su superior a la cara el día de mañana? Lo que le quedaba de consciencia rogaba por no recordar ni una pizca de este papelón.
- Gracias -susurró, emocionada-. Usted es un buen hombre. Ojalá nunca le suceda nada malo -suplicó a la Providencia. Pero aquella muestra de afecto se vio frustrada pronto, pues el vampiro no desechó oportunidad para hacerse notar y refregar, justo en el rostro maduro de Olivier, que él estaba allí para marcar a Chlóe con su presencia. Si tan solo ella supiera la identidad que se hallaba tras aquel escandaloso atuendo, sin duda se lo pensaría dos veces, o quizás más. Él era el vampiro de cabellos verdes, maldita sea. Él había estado esa noche fatídica donde ella estuvo muerta durante diez minutos. ¡Diez minutos! Fue la velada más larga y tortuosa de su vida, tras ser apuñalada por Andrei y que su vida huyera despavorida con cada gota de sangre. Si no hubiera sido por Alucard, ella no hubiera aguantado hasta el hospital. Aún así, no entendía cómo había sucedido aquello, por qué no se había convertido, pues Alucard era un vampiro viejo, antiguo, y Sangre Pura.
Instintivamente, se llevó una de sus delicadas manos hacia su abdomen, justo donde se encontraba la cicatriz aún vendada de la herida. Aún no había curado del todo, por eso debía tener cuidado. Encima, estaba tomando medicamentos para ello, otro punto por el cual no debería ingerir alcohol. Pero esa noche, realmente, todo le daba igual. Estaba tan cansada y harta de todo... que había decidido olvidar cada uno de sus problemas. Sus mejillas no pudieron evitar ruborizarse ante las palabras del vampiro. ¿Por qué se comportaba así? ¿Acaso estaba mintiendo o era verdad? ¿Ella era tan bonita después de todo? Miraba a su alrededor y no podía evitar hallar mujeres el doble de hermosas. Entonces, ¿por qué ella recibía esas atenciones? Por su alma surcó la esperanza de tener un romance decente con un humano; de sentir la calidez del amor al menos por una vez. Pero, lamentablemente, eso no podría suceder.
Eso no sucedería esta noche.
Cuando notó que un poco de tensión comenzaba a invadir el aire que los tres respiraban, Chlóe se interpuso entre ambos, riendo, y llamando su atención. Miró a Ryu y, con una gran sonrisa en los labios, tomó su mano, entrelazando sus dedos. Luego, hizo lo mismo con el vampiro. Elevó los brazos de ambos y los hizo girar, aunque fuese contra la voluntad de estos.
- ¿Ven? Sí se puede -insistió, moviéndose lentamente y soltándolos un momento para girar ella también, sobre su propio eje. Miró al vampiro con complicidad, ya que él estaba de acuerdo con la diversión compartida de los tres. La cuestión era enseñarle la lección al reacio de Ryu. Volvió a mirar al cazador, intentando que sus mejillas no ardieran tan intensamente ante las palabras de Chrane. ¿Por qué se tomaba tantas molestias con ella? De todos modos, no era algo en lo que pudiera pensar actualmente. La idea de ir a la terraza le había maravillado. Y quién diría que acabaría por ir al lugar donde él y ella, en esta de completa sobriedad, habían tenido "el placer" de compartir una danza y una que otra amenaza. Ante las palabras de Olivier, la chica sonrió. ¿Estaba de acuerdo? Si ese era el caso, procuraría volver aquí antes que la fiesta se diese por terminada.
- Gracias, Senpai. Volveré pronto, no se preocupe -dijo, alegre, dando un pequeño saltito de felicidad en su sitio. Aunque en verdad le daba pena que él no quisiera compartir la moción-. ¿Está seguro de que no quiere venir? -preguntó, mientras daba unos pequeños pasos hacia Chrane. Miró al vampiro y se encogió de hombros ligeramente, ingenua, mientras aguardaba por ser conducida hacia allí. Aire fresco... En verdad no sabría si le fuese a hacer algún bien o acabase por empeorar su estado.
La chica clavó su mirada en el vampiro por un momento, y al ver sus ojos un escalofrío le recorrió el cuerpo, pero fue uno de esos escalofríos que, extrañamente, parecen reconfortar antes que infundir nervios. Regresó su vista a Ryu, aún estando abrazada a él. Confiaba en ese hombre. Siempre había estado allí, para ella, cuando apenas había llegado, y era aún más inexperta. También se había preocupado por su salud e, incluso, le prestó dinero para que pudiese comprar sus medicamentos cuando la economía de ella iba en pique. Se sentía segura a su lado, y le agradaba tener a alguien en quien confiar, pues siempre había estado sola, incluso en los tiempos actuales, cuando podría codearse con cualquier cazador. Pero tal vez así era su naturaleza. Aislaba a las personas cuando más quería tener algún tipo de relación con ellas. No era de la clase de personas que disfrutan la soledad, a decir verdad, pero se le hacía inevitable. Quizás fuera el legado que su familia dejó en ella, además de esta enorme responsabilidad para con su clan como la nueva Sacerdotisa del aquelarre. Toda su niñez la pasó en soledad, intentando aprender lo más rápido posible. Y hasta el momento no se había percatado de ello, pero por competir con las otras chicas por ver quién era más digna del puesto, sus padres permitieron que esas jóvenes atravesaran todo tipo de atrocidades. Y ahora que lo pensaba, ella creía que no tendría problema en intercambiar un sitio con ellas, pues al menos a esas chicas sus padres las apreciaban, le daban cariño y atención paternal.
La mente de Chlóe había divagado por un buen rato. Sus ojos se cerraron en un momento dato y se tambaleó un poco, pero se recompuso al instante. Se disculpó, bajando la mirada, mientras sentía cómo sus pómulos ardían bajo el antifaz. Cuando el cazador decidió hacer un brindis por ella otra vez, la sorpresa invadió sus rasgos. Y con ojos brillantes, tan claros como el cielo, miró a Ryu, conmovida por quién sabe qué, pero conociendo la causa en su interior. Sin dudarlo, se lanzó sobre él y lo abrazó con fuerzas, cerrando los ojos y permitiendo que unas lágrimas escapasen. Realmente, ¿cómo se suponía que vería a su superior a la cara el día de mañana? Lo que le quedaba de consciencia rogaba por no recordar ni una pizca de este papelón.
- Gracias -susurró, emocionada-. Usted es un buen hombre. Ojalá nunca le suceda nada malo -suplicó a la Providencia. Pero aquella muestra de afecto se vio frustrada pronto, pues el vampiro no desechó oportunidad para hacerse notar y refregar, justo en el rostro maduro de Olivier, que él estaba allí para marcar a Chlóe con su presencia. Si tan solo ella supiera la identidad que se hallaba tras aquel escandaloso atuendo, sin duda se lo pensaría dos veces, o quizás más. Él era el vampiro de cabellos verdes, maldita sea. Él había estado esa noche fatídica donde ella estuvo muerta durante diez minutos. ¡Diez minutos! Fue la velada más larga y tortuosa de su vida, tras ser apuñalada por Andrei y que su vida huyera despavorida con cada gota de sangre. Si no hubiera sido por Alucard, ella no hubiera aguantado hasta el hospital. Aún así, no entendía cómo había sucedido aquello, por qué no se había convertido, pues Alucard era un vampiro viejo, antiguo, y Sangre Pura.
Instintivamente, se llevó una de sus delicadas manos hacia su abdomen, justo donde se encontraba la cicatriz aún vendada de la herida. Aún no había curado del todo, por eso debía tener cuidado. Encima, estaba tomando medicamentos para ello, otro punto por el cual no debería ingerir alcohol. Pero esa noche, realmente, todo le daba igual. Estaba tan cansada y harta de todo... que había decidido olvidar cada uno de sus problemas. Sus mejillas no pudieron evitar ruborizarse ante las palabras del vampiro. ¿Por qué se comportaba así? ¿Acaso estaba mintiendo o era verdad? ¿Ella era tan bonita después de todo? Miraba a su alrededor y no podía evitar hallar mujeres el doble de hermosas. Entonces, ¿por qué ella recibía esas atenciones? Por su alma surcó la esperanza de tener un romance decente con un humano; de sentir la calidez del amor al menos por una vez. Pero, lamentablemente, eso no podría suceder.
Eso no sucedería esta noche.
Cuando notó que un poco de tensión comenzaba a invadir el aire que los tres respiraban, Chlóe se interpuso entre ambos, riendo, y llamando su atención. Miró a Ryu y, con una gran sonrisa en los labios, tomó su mano, entrelazando sus dedos. Luego, hizo lo mismo con el vampiro. Elevó los brazos de ambos y los hizo girar, aunque fuese contra la voluntad de estos.
- ¿Ven? Sí se puede -insistió, moviéndose lentamente y soltándolos un momento para girar ella también, sobre su propio eje. Miró al vampiro con complicidad, ya que él estaba de acuerdo con la diversión compartida de los tres. La cuestión era enseñarle la lección al reacio de Ryu. Volvió a mirar al cazador, intentando que sus mejillas no ardieran tan intensamente ante las palabras de Chrane. ¿Por qué se tomaba tantas molestias con ella? De todos modos, no era algo en lo que pudiera pensar actualmente. La idea de ir a la terraza le había maravillado. Y quién diría que acabaría por ir al lugar donde él y ella, en esta de completa sobriedad, habían tenido "el placer" de compartir una danza y una que otra amenaza. Ante las palabras de Olivier, la chica sonrió. ¿Estaba de acuerdo? Si ese era el caso, procuraría volver aquí antes que la fiesta se diese por terminada.
- Gracias, Senpai. Volveré pronto, no se preocupe -dijo, alegre, dando un pequeño saltito de felicidad en su sitio. Aunque en verdad le daba pena que él no quisiera compartir la moción-. ¿Está seguro de que no quiere venir? -preguntó, mientras daba unos pequeños pasos hacia Chrane. Miró al vampiro y se encogió de hombros ligeramente, ingenua, mientras aguardaba por ser conducida hacia allí. Aire fresco... En verdad no sabría si le fuese a hacer algún bien o acabase por empeorar su estado.
- Chlóe Crosszeria
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Humor : Últimamente.. bastante inestable -ríe-.
Re: Gran baile de carnaval
La situación era perfecta, el momento era perfecto. No sabía cuánto tiempo había transcurrido, no podía pensar con claridad. Sus dedos y labios recorrían la piel que no podía ser cubierta por mi vestido, dulcemente, haciendo que cada centímetro de ésta se erizara. Cuando sus labios encontraron de nuevo los míos, le mordí el labio inferior mientras esbozaba una débil sonrisa. Nunca había experimentado nada igual... Con los ojos vendados los demás sentidos se habían agudizado y era más sensible a cualquier movimiento. Nuestra respiración agitada, la necesidad del uno por el otro, un centímetro era demasiada separación para ambos...Marcus... susurré su nombre, para después volver a buscar sus labios.
Jamás habría podido imaginar que acabaría enamorándome de Marcus. Poco a poco y con el paso del tiempo me di cuenta de que me gustaba, no podía decir nada por respeto a Ziel, más bien, por miedo... ¿Qué habrían pensado ambos de lo que sucedía en mi interior? ¿Se habrían enfadado conmigo? ¿Cómo habrían reaccionado? Ah, tampoco habría podido imaginar que acabaría gustándole a Marcus. Era Marcus, por dios. Hace bastantes meses quería matarlo con mis propias manos y ahora estaba matándole a besos. Era demasiado afortunada por tener a Ziel y a Marcus a mi lado. ¿Qué habría sido de mí si no les hubiera conocido? He pasado momentos inolvidables con ellos y éste es uno de ellos. Marcus siempre hace que cada momento sea especial, cuida cada detalle y está pendiente en todo momento de nosotros, es increíble.
No me cansaba de besar sus dulces labios, me perdía completamente en él. Poco a poco sus manos quitaron la venda de mis ojos, dejándome verle. No había cosa que deseaba más. Haber venido aquí con los ojos vendados sin saber lo que ocurría fue bastante divertido. Y ahora, podía sumergirme en esos ojos color carmesí. No podía evitar sonreír como una tonta en este momento. Me incliné un poco, apoyándome sobre mis manos para poder estar más cerca de él mientras su mano elevaba mi mentón. Volví a sonreír, era totalmente feliz aunque faltara Ziel. Eres perfecto Marcus. Elevé mi mano derecha para acariciar su mejilla y dejarla ahí mientras le miraba embelesada. La tenue luz que adornaba la sala era perfecta y todo lo que había organizado allí era de película. Además, todo esto es precioso, no sé no cómo te ha dado tiempo a prepararlo.. sin esperar una respuesta clara, volvimos a perdernos y a dejarnos llevar por el deseo.
Pasado un tiempo, comenzaron a sonar ligeros pasos por los pasillos y Marcus se separó de mí con una gran sonrisa. ¿No crees que sería adecuado darle una pequeña sorpresa a nuestro amado peliazul? Sonreí ampliamente, y asentí muy entusiasmada. Cuando me fijé más, ví que sobre la mesa había una tarta para Ziel. De verdad que no sabía cuando era su cumpleaños y me sentía culpable por no haberlo sabido... Al menos Marcus estaba atento a todo.
Ya comenzaba a preguntarme donde estaría Ziel y qué habría hecho para entretenerle. Cogí sus manos, y una vez estaba de pie, colocó ese mechón que tanta guerra daba. Gracias le saqué la lengua y luego le di un beso en la mejilla. Y al aviso de Ya está aquí comenzó a guiarme a través de la sala. Todo esto era tan divertido que no quería que se acabara nunca. Intenté no hacer ruido mientras Marcus lo preparaba todo. Nos escondimos tras la cortina que había deslizado, y todo estaba completamente a oscuras esperando a nuestro querido peliazul.
Sus pasos se pararon y abrieron la puerta. Una vez dentro y cerrada la puerta no sabíamos cómo iba a reaccionar Ziel. ¿Sabría algo de todo esto o lo ignoraba por completo? Puede que lo intuyera, pero al parecer de como se encontraba ahora parecía ser que no. Sin decir nada comenzó a aporrear la puerta y a gritar y suplicar. Miré a Marcus nerviosa sin saber que hacer. Me quedé allí quieta esperando a que Ziel se diera cuenta de que estábamos aquí y que no tenía por qué tener miedo. Poco a poco parecía que su respiración volvía a la normalidad y que conseguía avanzar por la sala, recogiendo cada una de las tarjetas. Un paso, y otro, y otro hasta que se paró enfrente de la cortina. Se notó como la rozó levemente pero no llegó a apartarla. Volví a mirar a Marcus realmente preocupada, ¿qué deberíamos hacer?
Jamás habría podido imaginar que acabaría enamorándome de Marcus. Poco a poco y con el paso del tiempo me di cuenta de que me gustaba, no podía decir nada por respeto a Ziel, más bien, por miedo... ¿Qué habrían pensado ambos de lo que sucedía en mi interior? ¿Se habrían enfadado conmigo? ¿Cómo habrían reaccionado? Ah, tampoco habría podido imaginar que acabaría gustándole a Marcus. Era Marcus, por dios. Hace bastantes meses quería matarlo con mis propias manos y ahora estaba matándole a besos. Era demasiado afortunada por tener a Ziel y a Marcus a mi lado. ¿Qué habría sido de mí si no les hubiera conocido? He pasado momentos inolvidables con ellos y éste es uno de ellos. Marcus siempre hace que cada momento sea especial, cuida cada detalle y está pendiente en todo momento de nosotros, es increíble.
No me cansaba de besar sus dulces labios, me perdía completamente en él. Poco a poco sus manos quitaron la venda de mis ojos, dejándome verle. No había cosa que deseaba más. Haber venido aquí con los ojos vendados sin saber lo que ocurría fue bastante divertido. Y ahora, podía sumergirme en esos ojos color carmesí. No podía evitar sonreír como una tonta en este momento. Me incliné un poco, apoyándome sobre mis manos para poder estar más cerca de él mientras su mano elevaba mi mentón. Volví a sonreír, era totalmente feliz aunque faltara Ziel. Eres perfecto Marcus. Elevé mi mano derecha para acariciar su mejilla y dejarla ahí mientras le miraba embelesada. La tenue luz que adornaba la sala era perfecta y todo lo que había organizado allí era de película. Además, todo esto es precioso, no sé no cómo te ha dado tiempo a prepararlo.. sin esperar una respuesta clara, volvimos a perdernos y a dejarnos llevar por el deseo.
Pasado un tiempo, comenzaron a sonar ligeros pasos por los pasillos y Marcus se separó de mí con una gran sonrisa. ¿No crees que sería adecuado darle una pequeña sorpresa a nuestro amado peliazul? Sonreí ampliamente, y asentí muy entusiasmada. Cuando me fijé más, ví que sobre la mesa había una tarta para Ziel. De verdad que no sabía cuando era su cumpleaños y me sentía culpable por no haberlo sabido... Al menos Marcus estaba atento a todo.
Ya comenzaba a preguntarme donde estaría Ziel y qué habría hecho para entretenerle. Cogí sus manos, y una vez estaba de pie, colocó ese mechón que tanta guerra daba. Gracias le saqué la lengua y luego le di un beso en la mejilla. Y al aviso de Ya está aquí comenzó a guiarme a través de la sala. Todo esto era tan divertido que no quería que se acabara nunca. Intenté no hacer ruido mientras Marcus lo preparaba todo. Nos escondimos tras la cortina que había deslizado, y todo estaba completamente a oscuras esperando a nuestro querido peliazul.
Sus pasos se pararon y abrieron la puerta. Una vez dentro y cerrada la puerta no sabíamos cómo iba a reaccionar Ziel. ¿Sabría algo de todo esto o lo ignoraba por completo? Puede que lo intuyera, pero al parecer de como se encontraba ahora parecía ser que no. Sin decir nada comenzó a aporrear la puerta y a gritar y suplicar. Miré a Marcus nerviosa sin saber que hacer. Me quedé allí quieta esperando a que Ziel se diera cuenta de que estábamos aquí y que no tenía por qué tener miedo. Poco a poco parecía que su respiración volvía a la normalidad y que conseguía avanzar por la sala, recogiendo cada una de las tarjetas. Un paso, y otro, y otro hasta que se paró enfrente de la cortina. Se notó como la rozó levemente pero no llegó a apartarla. Volví a mirar a Marcus realmente preocupada, ¿qué deberíamos hacer?
- Bella.N.Gring
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Re: Gran baile de carnaval
Marcus había tenido, por primera vez, un contacto tan cercano a Bella. Por mucho tiempo, durante todos los meses que habían transcurrido, había estado reprimiendo esa parte de él que le obligaba a tener sentimientos por ella. Ya fuera por respeto a Ziel, ya fuera por respeto a Bella misma, Marcus había estado conteniendo ese lado emocional, la otra cara de sus sentimientos. Pero esta noche, en esta fiesta, había decidido demostrarle a ambos lo que en verdad sentía. Quería que tanto la pelirroja como el peliazul supieran que él había cambiado o, mejor dicho, que él había vuelto a ser el hombre apasionado y dedicado de antaño, mucho antes de que ambos vampiros nacieran. Quería que se sintieran agradecidos de tenerle a su lado, y no maldecidos. Quería que ellos lo vieran como un ser digno, merecedor de sus afectos. Y, a pesar de todo el arduo trabajo, del cansancio de regresar a la rutina, había tenido el tiempo suficiente para preparar esta pequeña sorpresa. Apenas había tenido tiempo para ducharse, pero finalmente allí estaban. Finalmente, allí estaban los tres.
Minutos antes Bella y Marcus habían acelerado sus corazones en igual medida. Sin embargo, para ser una primera proximidad, quizás había sido demasiado intenso. Marcus se había dejado llevar en un arrebato emocional, y junto con el aroma de la muchacha y su perfecta y pulcra piel, había conseguido perderse por completo. Aún así, el deseo no encontró el rumbo donde el anhelo incesante debería ser soslayado. El segundo invitado de esta noche se encontraba al otro lado y, por ende, ambos vampiros tuvieron que refrenar sus pasiones. Y, tal vez, aquello fue lo mejor. Quizás aún no era el momento ni el lugar. Probablemente, Marcus aún tuviera un largo camino que recorrer antes de poder atrapar a Bella entre sus redes completamente; antes de poder tomarla para sí y sentir que también era suya, que también le pertenecía, al igual que a Ziel, y al igual que Ziel le pertenecía a él.
Aquel posesivo y dulce tormento recorrió su columna con el poder de un inmenso escalofrío. Mantenía los ojos cerrados, recordando cada roce, cada instante en que sus labios estuvieron sobre la piel de Bella, recorriendo su cuerpo, tan lejos y tan cerca a la vez. Pero pronto salió de su ensimismamiento placentero, para entrar en otro diferente pero con el mismo candor. Ziel ya estaba allí. La puerta se había abierto y ambos amantes aguardaban por él tras aquella fina cortina aterciopelada. Marcus abrió los ojos y miró a Bella de soslayo, sonriéndole suavemente y tomando su mano. Era el momento. Podrían, al fin, tener los tres su momento juntos. Este pequeño y fugaz momento que ellos, si querían, podían transformarlo en una formidable eternidad. Sin embargo, las cosas no parecieron marchar como ambos amantes se proponían. Al menos no en un principio. Ziel comenzó a gritar, a golpear la puerta, a suplicar. Marcus abrió sus ojos de par en par, denotando el brillante carmesí en su esplendor, pero este no era para nada amenazante, sino que brillaba con un matiz triste y solitario, decepcionado de sí mismo y de lo que estaba ocurriendo, pues tal vez sus expectativas habían sido muy altas. Miró a Bella con aquella expresión tan preocupada y pálida, pero no emitió ningún comentario. Volvió a mirar al frente, y tuvo el impulso de apartar la cortina y lanzarse hacia Ziel de inmediato. Sin embargo, se contuvo. Cerró los ojos y se contuvo. ¿Así lo habían dejado? ¿Así de perdido, aterrado y dañado se lo habían entregado? ¿Por qué? ¿Por qué Ziel y no él? Marcus tenía un largo historial que purgar, pero Ziel... él era completamente inocente, inofensivo. Jamás estuvo en sus parámetros el herir a alguien, y aún así ellos lo habían herido hasta en lo más profundo, resquebrajando sin límite alguno un alma que sangraba hacía tiempo. Y Marcus, aunque quisiera negarlo, debía admitir que había comenzado esa tortura. Él había mancillado a Ziel en primer lugar, y luego, cuando creía poder remediar todo el daño, a su alrededor cada logro pareció desmoronarse. Y esta sorpresa, esta inocente y agradable sorpresa, también pareció venirse abajo.
Marcus se llevó una mano al rostro, ocultando su expresión. Mantuvo los ojos cerrados, meditando qué hacer. A su alrededor, todo había parecido sumirse en un inquieto silencio. Solo sus pensamientos podían escucharse, confusos, impactados, tristes y solitarios. Unos temerosos pasos comenzaron a oírse justo cuando los gritos de Ziel cesaron. El joven avanzó y bebió del manjar carmesí que descansaba sobre la pequeña mesa, descubriendo a su vez la clave para descifrar todo este enigma que lo estaba torturando y matando por dentro. Marcus, por su parte, continuaba en su firme e inmóvil posición, culpándose por dentro, maldiciéndose, por haber sido tan idiota como para pensar que Ziel estaba de humor para simular un secuestro, encontrarse solo y encerrado en una habitación, y festejar su cumpleaños. Sin embargo, en cuanto la cortina fue deslizada, el movimiento que se generó a su alrededor advirtió al mayor de los vampiros. Abrió los ojos bruscamente, pero con lentitud comenzó a deslizar su mano hacia abajo, dejando ver su rostro, a medida que lo giraba, a su vez, hacia Ziel, esperando hallar sus ojos, con miedo y felicidad a la vez; sentimiento agridulce invadiendo sus venas. Y, cuando lo encontró, vio sus lágrimas. Vio sus lágrimas, el temblor de sus labios, la desesperación de sus ojos. No lo pensó ni un segundo más. Salió del pequeño escondite y se lanzó sobre él, envolviendo al muchacho entre sus brazos, de aquella forma protectora y apasionada con que solía hacerlo. Sin ser capaz de pestañear siquiera, acarició el cabello de Ziel con una mano, mientras la deslizaba hasta situarla sobre su espalda. Con la otra, amarró su cintura, pegándolo a él mientras arqueaba su espalda para poder ponerse a su altura. No, no quería que llorase. Ese no era el objetivo de este reencuentro. Él tenía que sonreír, alegrarse, comer pastel y festejar junto a ellos. ¡El debía alegrarse por estar vivo! Marcus no podía soportar imaginar que por la mente del joven las peores imágenes transcurrieran.
Al cabo de unos segundos, se separó un poco de él. Colocó ambas manos sobre sus mejillas, envolviendo su angelical rostro y mirándolo a los ojos. Negó con la cabeza, frunciendo el ceño en un auténtico gesto de padre preocupado. Pero era mucho más que eso. La tristeza se le había contagiado y en el blanco orbe que rodeaba sus intensos y rojos iris, podía apreciarse el brillo cristalino que solo otorgaba la emoción y la congoja. En un desesperado gesto, unió sus labios a los suyos, envolviendo al muchacho aún más con su cuerpo. No, no estaría aquí solo. No estaría solo nunca más. Él y Bella siempre estarían para él, a pesar de todo. Y, tras besar sus labios con la característica e intensa desesperación con la cual se besa a un ser amado, se apartó mínimamente de él para poder apreciar su rostro de nuevo. Con sus dedos apartó un par de lágrimas que habían osado rodar por sus pómulos y, seguidamente, lo abrazó otra vez.
- Feliz cumpleaños, Ziel -susurró contra su cabello, para luego besar su frente-. Feliz cumpleaños, Ziel. ¿Lo entiendes? Feliz... cumpleaños -murmuró, reiterando las palabras para acentuar aún más su significado. Y sin poder contenerse más, cerró los ojos, impidiendo que el brillo cristalino decidiera transformarse en lágrimas que encontraran sitio por el cual huir. Lentamente, deslizándose en medio de aquel abrazo, el vampiro se dejó caer. Como quien cae rendido a los pies del ser que representa el motivo de su existencia, Marcus cayó ante Ziel, apoyando una de sus rodillas en el suelo y rodeando la cintura del neófito con sus brazos-. Te amamos, Ziel. Festeja tu cumpleaños con nosotros, por favor. Olvídate de todo y.. tan sólo.. sé feliz. Al menos por esta noche, regálanos una de tus sonrisas, ¿quieres? -suplicó, intentando aplacar cada pensamiento que se convertía en imagen; cada escena repugnante que se repetía en su mente una y otra vez mientras ésta se repetía en la de Ziel. Desde el momento en que el aura del joven vampiro fue entregada al mayor, estaban más conectados que nunca, y Marcus, aunque aún no sabía exactamente lo que estaba ocurriendo, no podía dejar de presenciar cada tortura, cada profanación, cada instante desesperante y miserable que atormentaba el alma de Ziel. Y cerró los ojos con fuerza. Lo hizo porque quería encontrar su propio equilibrio interior. No quería arruinar esta noche con su ira, con sus celos que iban mucho más allá de los límites de los mismos; no quería desatar su furia y sus deseos de obtener el cadáver de cada uno de esos humanos insignificantes. Al menos por esta noche, se había prometido ser el amante ideal, el caballero atento y considerado, educado y cordial. No quería ser la bestia a la que ellos tan acostumbrados estaban. Quería obsequiarles, del mismo modo en que ellos le obsequiaron a él, el privilegio de sentirse amados incondicionalmente, sin límites, en una noche única e irrepetible. Quería estar a su servicio y disposición. Quería entregarles su corazón en bandeja, de ser necesario.
Minutos antes Bella y Marcus habían acelerado sus corazones en igual medida. Sin embargo, para ser una primera proximidad, quizás había sido demasiado intenso. Marcus se había dejado llevar en un arrebato emocional, y junto con el aroma de la muchacha y su perfecta y pulcra piel, había conseguido perderse por completo. Aún así, el deseo no encontró el rumbo donde el anhelo incesante debería ser soslayado. El segundo invitado de esta noche se encontraba al otro lado y, por ende, ambos vampiros tuvieron que refrenar sus pasiones. Y, tal vez, aquello fue lo mejor. Quizás aún no era el momento ni el lugar. Probablemente, Marcus aún tuviera un largo camino que recorrer antes de poder atrapar a Bella entre sus redes completamente; antes de poder tomarla para sí y sentir que también era suya, que también le pertenecía, al igual que a Ziel, y al igual que Ziel le pertenecía a él.
Aquel posesivo y dulce tormento recorrió su columna con el poder de un inmenso escalofrío. Mantenía los ojos cerrados, recordando cada roce, cada instante en que sus labios estuvieron sobre la piel de Bella, recorriendo su cuerpo, tan lejos y tan cerca a la vez. Pero pronto salió de su ensimismamiento placentero, para entrar en otro diferente pero con el mismo candor. Ziel ya estaba allí. La puerta se había abierto y ambos amantes aguardaban por él tras aquella fina cortina aterciopelada. Marcus abrió los ojos y miró a Bella de soslayo, sonriéndole suavemente y tomando su mano. Era el momento. Podrían, al fin, tener los tres su momento juntos. Este pequeño y fugaz momento que ellos, si querían, podían transformarlo en una formidable eternidad. Sin embargo, las cosas no parecieron marchar como ambos amantes se proponían. Al menos no en un principio. Ziel comenzó a gritar, a golpear la puerta, a suplicar. Marcus abrió sus ojos de par en par, denotando el brillante carmesí en su esplendor, pero este no era para nada amenazante, sino que brillaba con un matiz triste y solitario, decepcionado de sí mismo y de lo que estaba ocurriendo, pues tal vez sus expectativas habían sido muy altas. Miró a Bella con aquella expresión tan preocupada y pálida, pero no emitió ningún comentario. Volvió a mirar al frente, y tuvo el impulso de apartar la cortina y lanzarse hacia Ziel de inmediato. Sin embargo, se contuvo. Cerró los ojos y se contuvo. ¿Así lo habían dejado? ¿Así de perdido, aterrado y dañado se lo habían entregado? ¿Por qué? ¿Por qué Ziel y no él? Marcus tenía un largo historial que purgar, pero Ziel... él era completamente inocente, inofensivo. Jamás estuvo en sus parámetros el herir a alguien, y aún así ellos lo habían herido hasta en lo más profundo, resquebrajando sin límite alguno un alma que sangraba hacía tiempo. Y Marcus, aunque quisiera negarlo, debía admitir que había comenzado esa tortura. Él había mancillado a Ziel en primer lugar, y luego, cuando creía poder remediar todo el daño, a su alrededor cada logro pareció desmoronarse. Y esta sorpresa, esta inocente y agradable sorpresa, también pareció venirse abajo.
Marcus se llevó una mano al rostro, ocultando su expresión. Mantuvo los ojos cerrados, meditando qué hacer. A su alrededor, todo había parecido sumirse en un inquieto silencio. Solo sus pensamientos podían escucharse, confusos, impactados, tristes y solitarios. Unos temerosos pasos comenzaron a oírse justo cuando los gritos de Ziel cesaron. El joven avanzó y bebió del manjar carmesí que descansaba sobre la pequeña mesa, descubriendo a su vez la clave para descifrar todo este enigma que lo estaba torturando y matando por dentro. Marcus, por su parte, continuaba en su firme e inmóvil posición, culpándose por dentro, maldiciéndose, por haber sido tan idiota como para pensar que Ziel estaba de humor para simular un secuestro, encontrarse solo y encerrado en una habitación, y festejar su cumpleaños. Sin embargo, en cuanto la cortina fue deslizada, el movimiento que se generó a su alrededor advirtió al mayor de los vampiros. Abrió los ojos bruscamente, pero con lentitud comenzó a deslizar su mano hacia abajo, dejando ver su rostro, a medida que lo giraba, a su vez, hacia Ziel, esperando hallar sus ojos, con miedo y felicidad a la vez; sentimiento agridulce invadiendo sus venas. Y, cuando lo encontró, vio sus lágrimas. Vio sus lágrimas, el temblor de sus labios, la desesperación de sus ojos. No lo pensó ni un segundo más. Salió del pequeño escondite y se lanzó sobre él, envolviendo al muchacho entre sus brazos, de aquella forma protectora y apasionada con que solía hacerlo. Sin ser capaz de pestañear siquiera, acarició el cabello de Ziel con una mano, mientras la deslizaba hasta situarla sobre su espalda. Con la otra, amarró su cintura, pegándolo a él mientras arqueaba su espalda para poder ponerse a su altura. No, no quería que llorase. Ese no era el objetivo de este reencuentro. Él tenía que sonreír, alegrarse, comer pastel y festejar junto a ellos. ¡El debía alegrarse por estar vivo! Marcus no podía soportar imaginar que por la mente del joven las peores imágenes transcurrieran.
Al cabo de unos segundos, se separó un poco de él. Colocó ambas manos sobre sus mejillas, envolviendo su angelical rostro y mirándolo a los ojos. Negó con la cabeza, frunciendo el ceño en un auténtico gesto de padre preocupado. Pero era mucho más que eso. La tristeza se le había contagiado y en el blanco orbe que rodeaba sus intensos y rojos iris, podía apreciarse el brillo cristalino que solo otorgaba la emoción y la congoja. En un desesperado gesto, unió sus labios a los suyos, envolviendo al muchacho aún más con su cuerpo. No, no estaría aquí solo. No estaría solo nunca más. Él y Bella siempre estarían para él, a pesar de todo. Y, tras besar sus labios con la característica e intensa desesperación con la cual se besa a un ser amado, se apartó mínimamente de él para poder apreciar su rostro de nuevo. Con sus dedos apartó un par de lágrimas que habían osado rodar por sus pómulos y, seguidamente, lo abrazó otra vez.
- Feliz cumpleaños, Ziel -susurró contra su cabello, para luego besar su frente-. Feliz cumpleaños, Ziel. ¿Lo entiendes? Feliz... cumpleaños -murmuró, reiterando las palabras para acentuar aún más su significado. Y sin poder contenerse más, cerró los ojos, impidiendo que el brillo cristalino decidiera transformarse en lágrimas que encontraran sitio por el cual huir. Lentamente, deslizándose en medio de aquel abrazo, el vampiro se dejó caer. Como quien cae rendido a los pies del ser que representa el motivo de su existencia, Marcus cayó ante Ziel, apoyando una de sus rodillas en el suelo y rodeando la cintura del neófito con sus brazos-. Te amamos, Ziel. Festeja tu cumpleaños con nosotros, por favor. Olvídate de todo y.. tan sólo.. sé feliz. Al menos por esta noche, regálanos una de tus sonrisas, ¿quieres? -suplicó, intentando aplacar cada pensamiento que se convertía en imagen; cada escena repugnante que se repetía en su mente una y otra vez mientras ésta se repetía en la de Ziel. Desde el momento en que el aura del joven vampiro fue entregada al mayor, estaban más conectados que nunca, y Marcus, aunque aún no sabía exactamente lo que estaba ocurriendo, no podía dejar de presenciar cada tortura, cada profanación, cada instante desesperante y miserable que atormentaba el alma de Ziel. Y cerró los ojos con fuerza. Lo hizo porque quería encontrar su propio equilibrio interior. No quería arruinar esta noche con su ira, con sus celos que iban mucho más allá de los límites de los mismos; no quería desatar su furia y sus deseos de obtener el cadáver de cada uno de esos humanos insignificantes. Al menos por esta noche, se había prometido ser el amante ideal, el caballero atento y considerado, educado y cordial. No quería ser la bestia a la que ellos tan acostumbrados estaban. Quería obsequiarles, del mismo modo en que ellos le obsequiaron a él, el privilegio de sentirse amados incondicionalmente, sin límites, en una noche única e irrepetible. Quería estar a su servicio y disposición. Quería entregarles su corazón en bandeja, de ser necesario.
"Sólo ustedes tienen el poder de hacer de mí alguien mejor;
porque solo por ustedes yo estoy dispuesto a dar lo mejor de mí. "
porque solo por ustedes yo estoy dispuesto a dar lo mejor de mí. "
- Marcus O'Conell
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Re: Gran baile de carnaval
Oh, las luces se apagan justo en el momento
en el que nos encontramos, después de perdernos.
Oh maldición, estas paredes,
en el momento en el que medimos 3 metros de alto.
en el que nos encontramos, después de perdernos.
Oh maldición, estas paredes,
en el momento en el que medimos 3 metros de alto.
Las lágrimas continuaban cayendo, silenciosas, sin crear ningún tipo de crimen sobre mis mejillas. No podía evitar llorar, porque ellas salían solas de mis ojos, sin darme posibilidad a detenerlas. Cerré los ojos, temblando sin entender razón, encorvándome hacia delante y tapando mi boca con una mano. El perfecto silencio tan sólo ni se inmutó. Pero, ¿qué era esto? ¿Por qué...? Aquel interrogatorio se lanzaba una y otra vez contra mi cabeza, sin darme posibilidad de crear una respuesta. ¿A qué se debía todo esto? ¿Y lo de las tarjetas? ¿Todo formaba parte de esto? No podía imaginar que toda esa tortura por el secuestro de Bella, había llevado a la celebración de mi décimo-octavo cumpleaños. Ni siquiera había visto a Marcus entrar, ni tampoco había podido percibir el olor de ambos dentro de la habitación. Sin embargo, los autoreflejos se habían creado tras tantos meses de cautiverio, como los temblores por el miedo a lo desconocido -por ejemplo el clon de Marcus que yacía detrás de la puerta-, como las lágrimas y la forma de contenerse. "A cada grito, cien azotes más", era la frase predilecta para aquellos Innombrables. Pero el pasado quedó en el pasado, a pesar de las numerables veces que los recuerdos del neófito rememoraban todas aquellas atrocidades, pensando que cada persona se cortaba por el mismo patrón.
Y en cuanto que Marcus se avalanzó hacia mí para rodearme con sus brazos, inspiré necesitadamente su aroma para cerciorarme de que esto era real, y no una simple imaginación que había producido para anestesiar mi cabeza para con los cazadores. No obstante, esto era completamente verdad. Marcus era él, pero su olor... Su olor se mezclaba con el de alguien más. Alguien a quien reconocía perfectamente. Alcé los ojos hacia el vampiro, introduciendo el agua que sobraba de esos iris marinos, dentro del magma de los de Marcus. ¿Acaso...? La duda se sembró inmediatamente, sin dar indicio a que pensara otra cosa. Cerré los ojos, enterrando la cara sobre su chaqueta, dejando que me abrazara. Por un momento, sentí la necesidad de gritar, pero no llegué a llevarlo a cabo, sino que me tragué toda la mierda que inundaba mi garganta, sumergiéndome en el cariño de sus gestos. Contrariamente, mis brazos eran incapaces de levantarse y corresponder, debido al terror que aún surcaba las venas del neófito. Y mi cabeza negó sobre su regazo, despreciando las peores suposiciones. Ellos simplemente organizaban esto de la mejor forma, de ahí el secuestro y la sorpresa de Bella, tal y como si no conociera nada de lo que ocurría. Pero por supuesto que ella también tenía que haber formado parte de la preparación, pues Marcus sería incapaz de hacerlo solo, más aun cuando había estado trabajando hasta la noche. Su trabajo y las clases apenas podían hallar huecos para reunirnos los tres juntos, siquiera. Por tanto, no existía otra alternativa que casara mejor con estos acontecimientos. ¿O sí había otra explicación que arruinara esta pequeña burbuja de felicidad que comenzaba a montarse? Sí, claro que la había para desconocimiento del neófito. Alguna razón mucho más perversa y desconsiderada por su parte. Para responder a la formulación, mis labios se encontraron precipitadamente con los de Marcus, sintiéndome totalmente desprevenido en ese instante. Sin embargo, me dejé hacer, aceptándolo como un regalo de cumpleaños, después de tanto tiempo sin poder conceder un momento juntos. Y aquí encontré la siguiente respuesta: Sus labios habían besado a otra persona. El calor, el sabor que dejaban sobre los míos... no podía dar lugar a dudas. Nuevamente, descifré a la perfección quién había sido la susodicha:
Bella Naid Gring.
Los mechones de su largo cabello taparon cuidadosamente su mirar. Mientras, el adornado color rojo que tanto estaba animando el humor resquebrajado del neófito, volvió a horrorizarlo de nuevo. Las paredes se resquebrajaban lenta y silenciosamente, derrumbándose sin que ninguno de ellos fuera capaz de apreciarlo. Los colores comenzaban a emborronarse de nuevo, perdiendo toda la tonalidad que los caracterizaba. Las voces se distorsionaban, hasta el punto de solo entender "Feliz... cumpleaños" únicamente, el cual sonaba a excusa con todas las letras; como si mi visita simplemente hubiera sido una maldecida interrupción, cosa que tampoco se alejaba de la realidad. Los ausentes y perdidos ojos del neófito, llenos de lágrimas, se clavaron absortos sobre el suelo, sin atreverse a preguntar. ¿Qué... había ocurrido aquí? ¿Por qué su ropa...? ¿Cómo sus labios...? Una a una, cada pregunta se clavaba como una daga sobre su pecho, esclavizándolo dentro de su mente irremediablemente, sembrando un dolor puramente interno y no físico. Y lo peor de todo, ¿por qué razón había dos Marcus? Aún fuera, detrás de la puerta se encontraba el asalariado que había contratado el verdadero vampiro. Aquí, en la habitación, otro Marcus se avalanzaba sobre mí, felicitándome. No... no lo entendía. No entendía absolutamente nada. Lo que en un principio fue una tortura y después fue convirtiéndose en una dulce sedación por sus brazos, ahora reencontraba su camino y volvía a sembrar la desesperación. Sin embargo... no hacía falta ser demasiado inteligente para crear una hipótesis. Ellos estaban juntos, celebrando la fiesta, sin acordarse de nadie más que de ellos mismos. Entre tanto, me distraerían con el Marcus ilusorio de afuera, para que no perdiera la calma y no existieran preguntas de más. Un par de excusas y todo se solucionaría en su perfecta estrategia. Y de no haber llegado con ese hombre, ambos vampiros habían dejado la pasión suelta y se habrían unido esta misma noche, mientras el pastel que habían encargado para la celebración iba derritiéndose hasta desmontarse completamente.
Y lo aparté. Sí, retiré a Marcus en cuando se separó lo más mínimo, agachando la cabeza, de alguna forma arrepintiéndome por lo que estaba haciendo. Me agarré el brazo contrario, formando una defensa contra él, mientras mis pies retrocedían lentamente hasta encontrar la puerta. No quería que me tocara. No, ahora no. No quería oler a Bella en su ropa, ni sentir el sabor de sus labios cuando lo besaba; al igual que al contrario. No quería que se acercara mientras su corazón continuaba latiendo deseoso por tocarla de nuevo, porque regresaba esa sensación de "sustituto" de hacía tiempo, donde la sombra de Ella instauraba un baremo de cariño y amor. Ahora Bella, como si fuera la mujer de esa vieja y antigua fotografía, ocupaba un lugar a su lado. Y el deseo por ella... era completamente predecible. Porque Bella también podía hacerle feliz, sin tener que preocuparle por nada, sin importarle a ninguno darse la mano en medio de la calle, porque nadie los señalaría por la anomalía de sus sentimientos, justo como pasaba cuando dos hombres lo hacían. Incluso podían besarse a plena luz del día, sin que resultara un sacrilegio. Y también... lo más importante de todo... podía darle una nueva familia. Bella podía dar a luz a los hijos del vampiro si anhelaban ser padres juntos. En cambio, ¿qué tenía que ofrecer a comparación de eso? ¿Podíamos descubrir al mundo nuestra relación? Y entonces no solo los cazadores nos perseguirían. ¿Podía dejar de ser un quebradero de cabeza para alguno de ellos? Seguramente continuaría siendo impruente cientos de veces más, sin dar tiempo a pensarlo dos veces. ¿Podía darle una familia? Imposible. Yo... únicamente podía darle mi mente, podía darle mi cuerpo, mi corazón... mi alma... pero jamás igualaría a todo lo que ella lograría ofrecerle. Así que era normal que se prendiera de sus encantos, dado que yo había sido el primero a caer ante ellos.
La comparación entre Bella Gring y Ziel Carphatia era completamente imposible.
No sólo eso rondaba mi cabeza. Sinceramente, tampoco deseaba volver a defraudarme con Marcusde la misma manera que en anteriores ocasiones, esperando algo más de él, en donde él decidía alejarse cuando lo necesitaba para enfrentar cazadores, para trazar planes a escondidas, para... quién sabe qué. Todavía continuaba esperando que Marcus decidiera hacer algo romántico por su novio, que tuviera un mínimo detalle y no únicamente desear mi cuerpo por las noches. Quería que me deseara, así como anhelaba poder tocar uno solo de los mechones de Bella. Quería que cumpliera la promesa de hace tiempo sobre tener una cita, sobre llevarme por primera vez al cine o quizá ir a la playa. Pero desde que ejercía como médico, no me atrevía a preguntarle cuándo tendría un día libre, esperando de antemano la negativa. Mi espalda se pegó contra la madera entonces. Ya no lo tenía completamente seguro. Marcus siempre se acercaba efusivamente, juraba y perjuraba cientos de cosas y me llenaba de cariño y de promesas, para después marcharse por donde vino, para desaparecer por la ocupación de su trabajo, para conseguir el perdón sobre sus inesperados actos... O para dejar la sombra de lo que una vez pareció ser real. Porque, ahora ya no podía ver la relación que antes llevaba con Bella o Marcus, dado que me sentía inseguro. Conocer su relación, me hacía sentir de esta forma. Incluso siempre esperé que ellos vinieran a buscarme. Siempre esperé a que tuvieran los brazos abiertos para recibirme de nuevo. Siempre esperé. Y esperé, esperé durante todo el tiempo que hizo falta. Pero nunca llegaron. ¿Por qué no lo hicieron? ¿Acaso no tenían interés de que regresara? No, pues el peliazul entorpecería su bonita y pasional relación, ¿no es así? Así que aquella puerta con la que tantas veces soñaba, jamás logró abrirse para darles paso. Tampoco llegó el cariño ni la comprensión tras volver a tenerme a su lado, de mitigar lo que enloquecía mis recuerdos con un par de palabras. Simplemente regresé. Y todo volvió a la normalidad a partir de ahí. Ni más más, ni más menos.
Y justamente durante todo ese tiempo que desaparecí, resultó ser el momento oportuno para sembrar el espacio con el neófito y estrechar el suyo, justo cuando más podía llegar a necesitar su apoyo, cuando más necesitaba sus dedicaciones y amor; cuando decidió acercarse a Bella. Porque él... él y Bella... Ellos... Ellos se amaban. Podría verlo con mirar simplemente a la chica a los ojos para comprobarlo, sin necesidad de un don mental. Era iluso, pero no deficiente mental. Habían comenzado una relación desde quién sabe cuándo. Y entre tanto, continuaban con el más joven ignorante de los vampiros, el cual creía que podía ser merecedor de dos personas como ellos. Pero... El Destino me había marcado desde hacía tiempo y no era adecuado para llevar ningún cargo de "vida normal". Tan solo tenía que...
-Voy... a por una botella de champagne para celebrarlo. - De repente, la voz del neófito resonó para romper ese petrificado silencio que no quería marcharse de la habitación. Me volteé con una agria sonrisa, agarrando el pomo de la puerta y saliendo con delicadeza para no dar un portazo, cerrando al salir.
Realmente, no iba a ir a por ninguna botella, porque no tenía nada que celebrar. Solamente quería una excusa para salir de allí, a pesar de haber visto las copas preparadas para brindar. Coloqué de nuevo la máscara, disimulando la rojez de los ojos para que nadie se diera cuenta de ello. Y comencé a caminar por el corredor sin interés, con el temor de mirar a las personas alegres con las que me cruzaba, evitando a los ebrios de mis compañeros que me saludaban al pasar, pues sentía envidia de sus aburridas y tranquilas vidas felices. ¿Monotomía? Sería la perfección absoluta.
Entré en el baño sin darme cuenta, sin importarme las miradas del resto, para encerrarme tras una de las numerables puertas no ocupadas, tomar aire y asimilar todo esto. Eché el pestillo y me senté, pegando los brazos sobre las piernas y enterrando la cabeza para desaparecer, simulando un ovillo. Habían ocurrido demasiadas cosas en tan escaso tiempo, que necesitaba un rato para mí solo. Necesitaba tiempo para aclararme, para encontrarme y despejar las infinitas dudas que se habían posicionado sobre mi corazón.
Historias sobre todo lo que hicimos, me hicieron pensar en ti.
Y cómo me dijiste después de todo, que recordaríamos esta noche
por el resto de nuestras vidas.
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- Ziel A. Carphatia
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