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    Mensaje por Yuuki Cross Miér Dic 17, 2014 7:57 pm

    Baile de Navidad Xmas
    La sala de baile del hotel se ha decorado para la ocasión, hay árboles llenos de luces y adornos navideños, el techo está lleno de guirnaldas, hay velas y mesas repletas de comida y bebida, todo ello acompañado de una agradable música.
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    Mensaje por Yagari Touga Vie Ene 09, 2015 5:43 pm

    Habían transcurrido aproximadamente dos semanas desde el evento del bosque. Yagari no había regresado tras Shinji ni Rangiku. Ellos se habían marchado, y el Vicepresidente se había ido caminando, solo entre la espesura, siendo uno con la noche profunda. A veces era sumamente necesaria la soledad, tanto para reflexionar como para encontrarse a sí mismo. Y Touga, ah, él siempre acababa por hallarse y maldecirse un millar de veces. Nunca le gustaba lo que encontraba, pero lo toleraba, pues siempre era lo más eficaz y efectivo. Ser un hombre solitario y frío le había traído muchos beneficios a su vida y, desde luego, a la vida de la Asociación. Más a esta última, para ser sinceros, pues él dedicó prácticamente toda su vida a ser un cazador y ser más y más experimentado cada día que pasaba. Esta profesión había llenado sus días, pero había dejado ciertamente vacía su vida.

    Kaien Cross había notificado la Fiesta de Navidad. Yagari había hablado con él por teléfono. El fastidio que lo invadió cuando se enteró del viaje no fue poco. ¿En qué cabeza entraba que se hiciera un evento así en plena guerra? Y lo peor era que no podía rechazar la invitación, pues se necesitaban cazadores allí, y aunque podía enviar a cualquier subordinado, Kaien siempre prefería que él estuviese, pues la fiesta se plagaba de alumnos y su presencia le daba mayor seguridad. De todos modos, Yagari se había puesto a pensar que muchos de esos alumnos tienen relación directa con el problema que se está desarrollando en el pueblo, como Fraiah, Ziel y Rangiku, por ejemplo. Sin embargo, no creía que los dos primeros estuvieran presentes, pues si aquel Pura Sangre era verdaderamente competente, sabría a donde no debía llevarlos.

    Viendo y considerando que él realmente no tenía otra opción, aquella mañana se despertó y guardó rápidamente sus cosas, conformando un equipaje sencillo y ligero. Ya su automóvil estaba de regreso, así que optó por ir él mismo por sus propios medios. No iba a soportar ir en autobús con un centenar de críos molestos. Su trabajo durante esta semana sería la de un cazador sagaz, no la de un paciente profesor de secundaria. Por eso mismo, sus armas estaban bien guardadas y ocupaban básicamente la mayor parte de la pequeña maleta. Salió de su apartamento y al cerrar con llaves la puerta, suspiró. Tal vez tampoco sería mala idea para él tranquilizarse y olvidarse un poco de todo, ¿no? Pero pensar en ello le molestaba. Detestaba tener aquel pensamiento egoísta, desear su bienestar, cuando su misión en esta vida era otra: proteger a los demás. Suspiró de nuevo y se alejó caminando. Quizás lo que él no entendía era que a pesar de todo, continuaba siendo un ser humano, más allá de sus cualidades de superhombre y sus nervios de acero.

    Cuando el viaje concluyó, se registró en el hotel y se dio un baño en su habitación. La nieve no dejaba de caer afuera, y contrastaba con el reflejo suyo sobre el cristal de la ventana. Su traje negro, impecable, relucía. Sus zapatos también brillaban. Estos bailes eran lo único que lo obligaban a vestirse de aquel modo, y abandonar un poco aquel aspecto rudo y rebelde que siempre llevaba. Se puso frente al espejo y clavó en él su mirada, acomodando la roja corbata que combinaba con la rosa del mismo color que todos los años Kaien le “sugería” llevar, pues básicamente lo obligaba a ello. Finalmente, acomodó un poco la negra camisa, la cual se había arrugado un poco en la zona de sus hombros. Es más, creía que le quedaba algo chica ya, pues le ajustaba los marcados hombros más que de costumbre. De todas formas, no era momento para ir a comprar una, y el pequeño detalle no sería notorio. Tras peinar su cabello, colocó el parche de cuero en el sitio donde debía estar: su ojo derecho. Cinco minutos después, abandonó la habitación, no sin olvidar su Bloody Rose, la cual estaba oculta en el cinturón, en la zona lumbar, tapada por el abrigo.

    Habrían transcurrido apenas diez minutos más hasta que ingresó en el salón. La decoración brillaba, esplendorosa, por todas partes. Esquivó varios grupos de personas, apartándose, y cruzó así el lugar, hasta que alcanzó una esquina adecuada, medianamente tranquila comparada con el bullicio general. Allí había un ventanal, por lo cual se giró para quedar de frente a él. Un mozo pasó a su lado, y le preguntó si le apetecía una copa de vino. El cazador lo observó, algo meditabundo. En este momento realmente le apetecería algo más fuerte, pero de todos modos aceptó. Volvió su vista al frente con la copa entre sus dedos, y se la llevó a los labios. Otra vez su reflejo contra el cristal ejercía un contraste notable con la nieve exterior que cubría el suelo y con la que estaba comenzando a caer. Se llevó una mano al bolsillo y bebió otro poco. Qué paisaje tan agradable y silencioso; qué vista más solitaria.


    Y no había valentía en sus ojos: sólo tristeza.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Sáb Ene 10, 2015 8:12 pm

    Comprobé que tenía la llave de la habitación antes de salir de ella, temiendo el dejarla dentro y verme sin poder volver a entrar. Cerré la puerta con cuidado, con calma, como si no quisiese hacer mucho ruido. Antes de alejar mi mano del pomo, apoyé la frente en la fría superficie de la puerta, dejando escapar un largo suspiro. Cerré los ojos y me quedé así un par de segundos. Al abrirlos, di un paso hacia atrás, con expresión decidida. Tanteé mis piernas por encima de la falda del vestido, comprobando que las armas estaban en su sitio.- Bien.- Exclamé bajito, echando a andar por el pasillo a un ritmo considerablemente rápido. En otra ocasión me habría perdido, ya que no se me daba muy bien el orientarme en edificios tan grandes, pero gracias a que me lo había recorrido de punta a punta esa misma mañana, en aquel instante me lo sabía casi de memoria. ¿Que por qué había hecho eso? No, no había sido por curiosidad. Sabía que Shinji no solía aparecer por las fiestas del Director, pero no quise dejar escapar la mínima posibilidad de que este año hubiese sido diferente. Me debía una larga explicación. No me gustaba ni un pelo que me engañasen, aunque en el fondo admitía que lo había hecho por mi bien. Se las había apañado para convencer a mi madre de irnos a otro lugar diferente de Tokio en el que me pudiese relajar, así que habían elegido el típico hotel de aguas termales perdido en la montaña y habían avisado a unos primos lejanos que vivían por la zona. Lo bueno era que ya tenía calculado que no podría volver en cinco días, ya que el autobús que nos había dejado allí no volvería a pasar en una semana. Así que, entre una cosa y otra, había acabado llegando el día anterior. Y precisamente cuando entro a mi apartamento, encuentro la notificación de que el baile sería en otro hotel. ¿Se podía saber qué le había hecho yo al mundo para que me marease así?

    Pero, a pesar de mi indignación, debía agradecérselo. No estaba del todo bien, y no creía que nunca lo llegase a estar; pero, al menos, había conseguido descansar apropiadamente, tanto cuerpo como mente. Ya no me sentía débil, así que parecía estar completamente repuesta de la falta de sangre. La mayoría de las heridas habían desaparecido, menos el corte que provocó aquella daga en mi hombro. Ahora se veía una fina línea oscura sobre la piel, pero al menos ya estaba cicatrizado. Las marcas de los colmillos no habían desaparecido del todo, pero sí lo suficiente como para que no fuesen perceptibles a simple vista. En cuanto a las heridas del alma... esas no habían cicatrizado, ni habían dejado de doler; ni siquiera habían dejado de sangrar. Lo único que podía hacer por el momento con ellas era el aprender a sobrellevarlas, acostumbrarme a que siempre estarían ahí. Por lo menos, un cierto alivio me invadía de vez en cuando al pensar que él ya no estaba así, aunque ese alivio fuera el preludio de la tristeza. Debía ser más fuerte, más templada; no podía dejar que las emociones me sofocasen así. Debía mantener mi carácter normal, por mí misma, por mi familia, por mis amigos y compañeros; por todos. Además, en esos días alejada de todo... había conseguido reír con ganas, a pesar de lo ocurrido. No habían sido unos días rebosantes de felicidad, pues precisamente no era eso lo que me sobraba: había habido momentos en los que me sentía tan terriblemente apurada por si estaba pasando algo que no me importaba tener que cruzar aquella montaña del demonio y buscar alguna manera de regresar; otras veces, aceptando en cierta medida que no tenía más opción que quedarme allí, acababa por calmarme; y, en algunos instantes, entre bromas y conversaciones, había conseguido olvidar durante un mínimo lapso de tiempo la realidad, contagiarme del buen humor que los demás tenían.

    Pero esos días ya habían acabado; ahora tocaba volver de nuevo a la realidad. Al pasar por un elegante espejo en un de los pasillos, no pude evitar el detenerme. Buscando el poder ocultar el corte y, sobre todo, las marcas de los colmillos, llevaba puesto un vestido con mangas hasta los codos, de color crema. No era que no me gustasen los colores llamativos y alegres; simplemente, me sentía incómoda llevándolos, como si sintiese que con ellos se me vería más. Observé mi imagen de abajo a arriba, hasta llegar a mi rostro. Ciertamente, las profundas ojeras que había tenido los primeros días estaban casi desaparecidas, aunque había un leve rastro aun. Como pasaba olímpicamente de usar maquillaje, se veía la palidez normal de mi piel, aunque no parecía un tono enfermizo. Me llevé una mano hacia varios mechones negros, a la vez que lo hacía mi gemela del espejo; hasta aquel momento no me había dado cuenta de todo lo que me había crecido el pelo en aquel tiempo. ¿Cuánto hacía que no pisaba una peluquería? Me daba pereza ir, pero era mejor que hacerme un destrozo en la cabeza intentando cortarme el pelo yo sola. Me peiné un poco con los dedos aquel mechón que siempre se me cruzaba por la cara, aunque no había manera de retirarlo de su posición. Sonreí levemente, pensando que quien me viese se pensaría que estaba nerviosa con mi aspecto o algo así. Y aquella fugaz sonrisa desapareció a la misma velocidad con la que vino. Varios estudiantes de la Clase Nocturna pasaron en grupo por detrás de dónde estaba. Pude percibir varias miradas hostiles, pero ninguno de los dos bandos hizo movimiento alguno. Esperé a que se perdiesen de vista, echándoles una mirada de reojo, desconfiada. Una vez que doblaron la esquina del pasillo, seguí sus pasos hasta el salón. Durante varias ocasiones tuve la sensación de que alguien se movía de esquina en esquina, burlando mi vista, pero aunque me volviese y mirase por todos lados, no veía a nadie. Acabé encogiéndome de hombros, pensando que sería mi imaginación.

    Me quedé parada en la puerta unos instantes, observando la cálida decoración del salón. Sin duda, el Director Cross se curraba muchísimo aquellas fiestas; lástima que, por lo general, no soliesen acabar muy bien. Un sombrío recuerdo pasó como un fantasma por mi mente al recordar la anterior fiesta. Apreté los labios y sacudí la cabeza, como si así pudiese espantarlo, como si se tratase de una especie de insecto. Anduve un poco con tranquilidad, observando las guirnaldas del techo, las velas por aquí y por allá, la cantidad de árboles decorados que habían puesto... ¿Cuánto costaría preparar una fiesta así? Cesé mi admiración por aquella sublime decoración cuando reconocí entre la multitud a un grupo de mi clase. Con tantas cosas en la cabeza, casi se me iba olvidando que aquella fiesta era para todos los alumnos de la Academia. Con sigilo, me escurrí entre la multitud. No era que me cayesen mal o que no me agradase estar con ellos, todo lo contrario; pero, a ser posible, prefería evitar las preguntas sobre mis constantes desapariciones, al menos aquella noche. Me acerqué a una de las mesas repletas de aperitivos y cogí uno, hambrienta. Me lo comí con ambas manos aunque fuese una minucia, con algo de vergüenza; me daba corte comer en público, pero mi estómago reclamaba con fiereza que se le llenase.

    Cogí otro, pero me detuve antes de llevármelo a la boca. Me quedé observando aquella figura que, aunque estuviese de espaldas, me resultaba inconfundible. Acabé bajando la mirada, confusa. ¿Qué debía hacer? Alcé nuevamente la mirada, observándolo de lado con expresión de apuro. ¿Estaría molesto? Dejé el aperitivo en el lugar en el que había estado antes, sintiendo que en aquel momento no podía comer. Quería reaccionar, avanzar hacia allí, pero me daba miedo. Como si fuese un designio divino para que avanzase, o simplemente para que me decidiese de una vez y dejase los quebraderos de cabeza, un muchacho, sin duda de la Clase Diurna, me golpeó sin querer por la espalda. Me volví hacia él, sobresaltada, pero ni siquiera se molestó en disculparse; como el que se choca con un objeto inerte. Además, dos sendos coloretes se veían en sus mejillas, y ya llevaba los ojos vidriosos. ¿Tan temprano y ya estaban así? Lo miré mientras se perdía entre la gente, sintiendo que cada vez la juventud se perdía más. Un poco más decidida, eché a andar hacia el ventanal, aunque a medida que la distancia fuese más corta, mis pasos se hicieron más lentos. La mirada que había conseguido mantener resuelta, ahora tendía poco a poco a agacharse más. Una vez ya estaba lo suficientemente cerca de Yagari como para dar ya la vuelta, junté las manos por delante. Cogí aire y alcé un poco la mirada.- Buenas noches.
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    Mensaje por Yagari Touga Dom Ene 11, 2015 3:07 am

    Su gélida mirada se perdió a través de aquel enorme cristal. La frialdad y el abismo que su iris representaba parecían fundirse con la nieve, como si ambos compartieran alguna extraña hermandad. Su mente divagaba… Divagaba entre recuerdos cercanos y lejanos a la vez. Turbulentas memorias, suaves tristezas del pasado. Suspiró con suavidad, recordando más precisamente lo que había ocurrido hacía unos días en el bosque. ¿Estarían bien Fraiah y Ziel? ¿Christian habría obtenido la información que necesitaban? Había tanto por hacer y tan poco tiempo… Y esta fiesta no hacía más que acotar aquel lapso decisivo. Había tanto por lo que luchar, tanto que proteger y atesorar, y tan poco con lo cual hacerlo. Cada día eran menos los cazadores fieles. Cada día todo se iba un poco más al carajo. ¿Y qué clase de Líder permitía que su gente fuera arrastrada con las pésimas circunstancias? Él, desde luego, no era de aquel tipo. Ahora que Jack no estaba, él se encontraba a cargo, y si era necesario, dejaría de dormir en las noches con tal de sacar a los inocentes de este aprieto y salvar la mayor cantidad de vidas y dignidades que pudiese. Dignidades, sí, porque bastante ver a Fraiah y a Ziel para dilucidar que aquellos traidores hacían algo más que asesinar a sus rehenes. Aún no sabía qué había ocurrido allí dentro, pero algo le decía que no le gustaría ni medio lo que tendría que oír.

    El vino, combinando con la rosa de su pecho, se mecía en su copa. El cazador le dio otro sorbo, degustándolo. No estaba mal, pero prefería los que eran más amargos, para ser sincero. Sin embargo, no se quejaba. Continuaba bebiendo, lentamente, pues tenía toda una noche por delante y el alcohol allí dentro era algo que sobraba. A su alrededor oía el griterío y las risas de los jóvenes que ya estaban borrachos. Cuánta debilidad.
    - Qué flojos –murmuró por lo bajo, para sí, mientras se llevaba nuevamente la copa a la boca. Un mozo se acercó, ofreciéndole algo de champagne al ver que había acabado el contenido de su copa. Él, suavemente, negó con la cabeza, rechazando el ofrecimiento, y en su lugar tomó una copa de vino más, proveniente de la bandeja de otro mozo que pasaba a su lado. Aún no era momento para beber champagne. Además, tampoco es que tuviese algo por lo cual brindar, y él sólo acostumbraba consumir aquella bebida en ocasiones especiales. Cualquiera podría decirle que una fiesta de Navidad lo era, pero francamente a él le importaba un bledo. Por eso mismo, ajeno a todo e intentando alejar el entusiasmo de todos esos muchachos borrachos, se sumió nuevamente en sus pensamientos. Sacó la mano del bolsillo para observar la hora que daba su reloj. Suspiró al ver que esto apenas acababa de comenzar y que aún faltaba mucho para que la fiesta acabase. Sí, antes de venir había pensando que tal vez no sería mala idea distenderse un poco, pero vamos, esto no era distenderse, esto era estar pendiente de que los estúpidos hormonados no acabasen por manchar su traje a causa de sus tropiezos de alcohólicos empedernidos. Lo peor era cuando algún que otro alumno suyo se acercaba a pedirle fuego para encenderse un cigarro. Apenas sabían limpiarse el culo y ya querían dárselas de sabedores de todos los vicios. ¿Hacia dónde iba la juventud? Él no recordaba ser tan imbécil a la edad de estos muchachos. Si bien siempre fue un rebelde de humor algo caótico y exigente, jamás tuvo comportamientos como los que estaba presenciando. ¿Qué era eso de querer ligar arrojándole el humo en la cara a una señorita? Eso distaba mucho de ser atractivo, y lo peor era que la joven estaba tan borracha que ni podía levantar la mano para encajarle un puñetazo.

    Bufó, asqueado por lo que veía. Optó por girar la cabeza otra vez y mirar al frente. Al menos el paisaje exterior no tenía nada que aparentar. No tenía que simular ser nada ni nadie para impresionar a alguien. Eso era lo que muchos de los presentes necesitaban aprender, al parecer. Todos fingiendo ser algo que no eran. Todos elevando su ego hasta las nubes con tal de demostrarse a sí mismo que valen algo.
    - Qué estupidez –murmuró, mientras daba otro sorbo a la copa y volvía a esconder su mano en el bolsillo. En ese momento cayó en la cuenta de que la misma frase despectiva había utilizado aquella noche en el bosque, arrojándola al aire solitario de la misma manera. Sonrío de lado, sagaz, y cerró su ojo suavemente, recordando las cosas que se le habían pasado por la mente en aquella velada; recordando la situación terrible que aconteció con el ex-cazador convertido en Nivel E, la tensión, la posterior discusión con Rose-. Sí, puede que yo también sea algo estúpido –dijo para sí al tiempo que volvía a abrir su ojo. Entonces, en el reflejo del cristal, una figura más comenzó a emerger. La silueta se acercaba con pasos lentos, resaltando entre la multitud que caminaba de un lado hacia otro, entrecruzándose en su andar. Yagari levantó un poco el mentón, sin moverse de su posición, clavando su atención en ella. La joven se detuvo justo detrás de él, y Touga pudo ver cómo juntaba ambas manos por delante de su abdomen, como si estuviera nerviosa por algo. Era curioso observar el reflejo de ambos en aquel ventanal. Yagari hubiera jurado en ese momento que ella era en verdad un poco más alta. Su penetrante pupila se clavó en los ojos de ella mediante el reflejo, en primera instancia, pero al oír su tenue “buenas noches”, el cazador optó por romper ese contacto visual, desviando el rostro hacia un lado, observándola por encima de su hombro. Finalmente, acabó por girar el torso y luego el resto del cuerpo, quedando completamente frente a ella. Ahora podía verla con mayor claridad, sin los engaños de aquel reflejo falaz. Llevaba un bonito y delicado vestido. Jamás hubiera creído que un detalle como ese pudiera llamar su atención.

    - Buenas noches –respondió a su saludo, aún con la copa en su mano. Notó que ella no estaba bebiendo nada, pero prefirió no preguntar. Recordaba el día en que se conocieron, también en una fiesta de Navidad, y la mueca de asco que hizo ella al probar las bebidas alcohólicas que allí ofrecían-. ¿Cómo has estado? ¿Ha ido bien el viaje? –preguntó, rompiendo el silencio y ese extraño clima que se había formado entre ambos. Ella parecía insegura, y él no dejaba de observarla. ¿Por qué parecía como si en cada fiesta que se encontraban alguna especie de amargo sabor decorara el ambiente? Touga miró hacia un lado un instante, carraspeando suavemente-. Por cierto, no tuve oportunidad de decírtelo antes pero... -dejó la frase a medio hacer y la miró de nuevo, de una forma amable y tranquila-. Gracias por el sombrero -murmuró-. No tenías por qué molestarte.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Dom Ene 11, 2015 11:34 pm

    Mantuve las manos sujetas por delante de la falda del vestido, apretadas una con la otra. Realmente esperaba algún comentario sarcástico o que me reprendiese por no haber estado presente, y estaba dispuesta a aceptar una regañina, ya que yo misma sentía como si hubiese dejado de lado mi deber. Si realmente solo hubiesen sido esos cinco días, pero es que había pasado tanto tiempo... El suficiente como para que ocurriese algo en lo que podría haber ayudado. En los momentos en los que volvía a quedarme a solas con mis demonios, la culpa me carcomía las entrañas; el pensar que habíamos perdido a alguien más, que les había pasado algo a Fraiah, a Christian o a Ziel, que los desertores hubiesen optado por dar un golpe contra la debilitada y vieja Asociación... Sentía como, de la misma manera en la que apretaba mis manos, mi corazón hacía lo mismo. El poco tiempo que tardó en volverse se me hizo eterno, a pesar de que fue casi al instante. ¿Y si estaba tan decepcionado que prefería ignorarme antes que mirarme siquiera a la cara? No pensaba que no hubiese reconocido mi voz, y aunque no la hubiese reconocido o directamente no la hubiese escuchado por el ruido, seguramente se vería mi reflejo en el ventanal. ¿Y si me daba la vuelta y dejaba de molestarle? Por todos y cada uno de esos pensamientos, mis pies quisieron despegarse del suelo y hacerme dar la vuelta, pero cuando giró la cabeza volví a quedarme clavada en el sitio. Aunque no estaba mirando hacia abajo, como era mi costumbre en momentos así, tampoco podía llegar a mirarle a la cara. Sin embargo, al escuchar aquel ''Buenas noches'' tranquilo, alcé la vista, con expresión de sorpresa. ¿No estaba enfadado? ¿De verdad? Tardé un poco en salir de mis estado de perplejidad, mirándolo con los ojos muy abiertos. Para cuando reaccioné, esboce una leve pero sincera sonrisa, no sabía si de alegría o de alivio, o de ambas cosas a la vez.

    Iba a preguntarle por cómo habían ido las cosas por aquí, si estaba todo bien dentro de lo que cabía, pero Yagari fue más rápido. Lo observé durante unos instantes, levemente seria.- Estoy mejor, supongo.- Respondí finalmente.- Estuve un poco desquiciada porque se suponía que sería menos tiempo, o eso fue lo que se acordó...- Miré hacia otro lado un instante, sintiendo que una de mis cejas estaba a punto de sufrir un tic por recordar el enfado que había tenido al ver que me había engañado. Volví a mirar hacia delante, dejando escapar un suspiro y sonriendo levemente.- ¡Al menos ya puedo volver a la carga sin ser una piedra en el camino!- Comenté, tratando de quitarle seriedad al asunto, cruzando los brazos y asintiendo con conformidad. Bajo ningún concepto quería que se me volviese a ver tan derrotada, tan hundida, tan desesperada; como se suele decir, ''la procesión se lleva por dentro''. Igual que los demás eran fuertes y soportaban el dolor sin tener que ir de víctimas por la vida, yo también podía hacerlo. No era la primera que pasaba por una experiencia así y, por desgracia, tal y como iban las cosas, me temía que posiblemente no fuese la última. Y por eso debíamos estar todos atentos y preparados, para evitar más derramamientos de sangre, más lágrimas innecesarias. Descrucé los brazos y volví a juntar las manos por delante del cuerpo, alzando nuevamente la mirada hacia aquel iris tan claro. El ambiente estaba tranquilo, pero había una extraña atmósfera. ¿Por qué ocurría eso? Hacía tiempo que no me pasaba, pero de nuevo volvía a sentir como si hubiese un muro de por medio. Pero esta vez no me daba la sensación de que fuese él, sino que yo misma parecía estar alejada del mundo. Lo sentía todo extrañamente distante. Y tuve miedo en ese momento, pues no quería ser así; no quería sentir aquello que parecía ser la sensación que se debe de sentir al estar completamente solo, como si fuese la única humana en el planeta. ''Todo estará bien, no debo preocuparme. Todo estará bien... ¿verdad?'' Pensé que tendría un ataque de pánico si seguía pensando en eso, pero sus palabras alejaron aquellas nubes de tormenta de mi mente. Mirándolo fijamente, abrí levemente los labios, cerrándolos de nuevo. Parpadeé varias veces, sorprendida. ¿Se acordaba todavía de aquello? Una sonrisa algo confusa se formó en mi rostro, pues con aquello simplemente me había sacado de comenzar a atormentarme.- No fue una molestia, todo lo contrario.- Respondí, aun con la sonrisa en los labios.- Por cuidar de mí lo perdió, es lo mínimo que puedo hacer. Además, usted hizo mucho más por mí: se quedó todas aquellas noches sin dormir apenas, a pesar de todo el trabajo que tiene... Hasta me regaló aquellos dos peluches.- Volví a sonreír, recordando aquel momento. Incluso seguía pensando que el gato se parecía a él.- Los tengo en mi habitación, en la mesita de noche.- Comenté, riendo levemente. Era cierto, los tenía en la mesita de noche, apoyados en la lamparita. Recordar aquellos días en el hospital me hizo recordar otro detalle.- ¿Y Smith? No la vi cuando nos fuimos, y Shinji me dijo que no sabía dónde estaba.- Pregunté, preocupada. Me había tirado bastante tiempo haciendo conjeturas sobre lo que podría ocurrir, pero nunca le encontraba lógica alguna a su comportamiento.- Además, hablando de ella...- Desvié un poco la mirada, pensativa.- Le... ¿le he hecho algo?- Murmuré, volviendo de nuevo la mirada hacia él, recordando cada comentario y cada gesto hostil que me había dedicado la cazadora.- Si es así, me disculparé, la cosa es... que no sé qué he hecho... Pero parece como si yo le molestase, y no quiero disgustarla.- Concluí. Sabía que Rose estaba cabreada por lo del hospital, ¡pero aquello había sido hacía mucho tiempo! Además, aunque siguiese enfadada por lo que fuera, no le veía la relación por ningún lado. Se me pasaban varias ideas por la cabeza, pero me parecían completamente imposibles. Acabaría por darle la razón a Shinji en que a lo mejor estaba un poco loca.

    Me quedé observando durante unos instantes la oscuridad que se adivinada detrás del ventanal.- ¿Ha... ha estado todo bien por aquí?- Pregunté. Me daba miedo hacer aquella pregunta, pero era mi responsabilidad y había sido una de mis torturas en aquellos días de descanso. Una vez formulada esa pregunta, tomé aire, recuperando aquella expresión seria.- Lo siento.- Dije, por fin, soltando aquellas palabras que arañaban mi garganta desde dentro, pidiendo salir a gritos. Había dejado caer los brazos hacia abajo, dejando las manos hechas dos pequeños puños. Tenía la mirada clavada en el suelo, como si de repente no fuese la misma persona que estaba haciendo una broma hacía apenas unos minutos.- Perdóneme. A pesar de saber con todo lo que carga, acepté el irme. Acepté el descansar con tal de volver a rendir, cuando debería haberme quedado y seguir ayudando en la manera que pudiese, no dejar que siga cargando con toda la Asociación usted solo y con todos los problemas que surgen.- Concluí, inclinándome levemente, mostrando mis más sinceras disculpas.

    Mientras aun seguía inclinada, pensé durante un instante en todo lo que se parecía aquella noche a la anterior fiesta de Navidad. Me había acercado de la misma manera, incluso también en aquella ocasión me había inclinado, aunque fue para presentarme ante los dos cazadores que se alzaban delante mía: ante el legendario Yagari y ante Dante. ¿Qué habría sido de él? Quién sabe, quizás estuviese dando vueltas por allí, o quizás estaba en la otra punta del mundo. Me resultaba inquietante que se pareciesen tantos factores, pues te´mía que no solo se repitieran los que no tenían importancia, sino que también volviesen a suceder los que no debían.
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    Mensaje por Yagari Touga Lun Ene 12, 2015 4:01 am

    Uno frente al otro, como el día en que se conocieron, como el día en que discutieron y ella casi muere. La historia parecía volver a repetirse, pero lo que ambos probablemente anhelaban era que todo lo negativo huyese muy lejos. De todos modos, era inevitable, al menos para él, recordar todo lo que habían vivido hasta el momento. Ella había crecido demasiado en todo este tiempo. A pesar de ser joven  y un tanto inexperta, siempre daba su mejor esfuerzo. Por eso mismo a Yagari le sorprendió la duda en sus ojos y la sorpresa. ¿Qué esperaba? ¿Qué la reprendiese? ¿Pensaba que iba a regañarla cual padre porque faltó “a su clase de danzas”? A pesar de que la diferencia de edad entre ambos era considerable, él no iba a tratarla como a una niña inservible que sólo daba problemas. Ya se lo había dejado claro antes, y creía que no era necesario repetirlo. A menos que ella le diera motivos reales para recibir una llamada de atención de su superior, no tendría que tener tantas inseguridades. Pero en parte él debía admitir su parte: era un cazador estricto, duro, un tanto intolerante con las faltas en las responsabilidades, algo borde y malhumorado… Y mejor detenerse con la enumeración de “virtudes”. La cuestión residía en que su reputación como cazador inflexible se había expandido a lo largo de los años por todas las filas de la Asociación. No era de extrañar, entonces, que ella, básicamente una novata, pudiera sentirse cohibida. Pero quizás sería importante resaltar un hecho: ella, a diferencia de otros, había tenido la oportunidad de apreciar con sus propios ojos cómo era él en verdad, a pesar de que descubrir lo que pasaba por su mente fuera un constante fracaso. Entonces, ¿por qué parecía tan nerviosa? ¿O acaso eran suposiciones suyas y ella en realidad no tenía ninguna preocupación albergándole el pecho actualmente?

    Su voz, finalmente, logró sacarlo de todo aquel mar de hipótesis y posibles conclusiones.
    - Me alegro –respondió, asintiendo levemente con la cabeza. Era cierto que lo acordado fueron cinco días y aquel plazo había sido extendido, ¿pero debía tomar aquello como una falta a sus órdenes? De todos modos no había ocurrido nada demasiado importante, y los cazadores que estaban pudieron abastecer los requerimientos. Por eso mismo, no acotó nada al respecto, y prefirió concentrarse en eso último que dijo-. Lo dices como si alguna vez lo hubieras sido –comentó, mirándola mientras bebía otro sorbo de vino-. No digas tonterías, Matsumoto –sentenció, desviando su atención hacia un costado y bebiendo otro poco. Acabó todo el contenido de la copa, por lo que al pasar un mozo la dejó distraídamente sobre su tambaleante bandeja-. ¿Por qué siempre te subestimas tanto? –preguntó al cabo de unos instantes, clavando en ella su mirada otra vez, y al advertir sus gestos, no pudo evitar que le resultasen algo cómicos. Parpadeó con suavidad y sonrió levemente-. Acabarás creyéndotelo, y no me apetece tener cazadores inseguros bajo mi mando –sugirió, alzando su ceja con claras intenciones de hacerle comprender que si por algo ha de desacreditarla, será justamente por su falta de confianza en sí misma. No obstante, al notar su expresión de perplejidad, él también se mostró algo sorprendido. ¿Acaso había dicho algo malo o completamente inesperado? ¿Qué había de llamativo en dar las gracias por algo? Pero cuando ella sonrió, de algún modo él se relajó un poco. Comprendió por dónde iba el asunto-. Cuidar de mis subordinados es parte de mi deber, ya te lo he dicho –dijo a secas, pero a pesar de responder rápido y casi interrumpiéndola, no pudo evitar que ella siguiera hablando y enumerando aquellas cosas-. Ah, los peluches –carraspeó, mirando hacia otra parte, y cuando dijo que los tenía en su mesita de noche, la sorpresa le invadió, obligándole a alzar su ceja y mirarla de nuevo-. Así que aún los tienes… -comentó más para sí que para ella. Francamente pensó que Rangiku ya había olvidado aquel obsequio, aquellas noches en vela, aquel día nefasto. Pero de ningún modo podría ser fácil olvidar el día donde casi muere. Quizás sólo un ser frío y sin aprecio por la vida como él era capaz de arriesgarse cotidianamente sin importarle nada. ¿Pero ahora mismo continuaría sosteniendo eso mismo? ¿Ahora tampoco tenía una razón de ser? Y como si fuera una especie de karma, el apellido de aquella cazadora surgió. La mirada de Touga se ensombreció de repente, examinando cada palabra de Rangiku así como cada expresión. ¿Con que de eso también se trataba, eh? Y más hablaba, más crecía el sentimiento amargo dentro de él. Rose Smith. De un modo u otro, siempre acababa saliéndose con la suya y rompiéndole la cabeza de múltiples formas. Con pesadumbre, suspiró, elevando la vista al techo y llevándose ambas manos a los bolsillos-. Rangiku… -susurró su nombre, tal vez buscando las palabras apropiadas. Finalmente bajó la mirada, encontrándose con la suya de nuevo-. ¿Algún día dejarás de hacerte problemas por todo? –sentenció, dando aquello por hecho más que buscando que ella le responda-. No pasa nada con Rose. Es una mujer complicada con un carácter de mierda. Nada más –explicó, pero por el tono serio de su voz, parecía que eso no era todo lo que ocurría, pero no iba a andar dándole explicaciones al respecto. ¿Acaso debía? Se llevó una mano al rostro y hundió sus dedos índice y pulgar en la zona de sus ojos, restregándose uno y tanteando la cicatriz del otro por encima del parche-. Ella está bien –aseguró, retirando rápidamente la mano del rostro y flexionando la muñeca de modo que su palma quedase hacia arriba, transmitiendo mediante este ademán que debía quitarle importancia al asunto-. Tan sólo no le prestes atención. No has hecho nada –concluyó. ¿Qué? ¿Iba a decirle que la obsesionada de Smith estaba celosa de ella, una joven de diecisiete años? De ninguna manera.

    ¿Algún día lograría entablar una conversación con Rangiku Matsumoto que no tuviera de por medio estos silencios tan incómodos? Quizás, pero esta no era la ocasión, al parecer. Aún buscaba saber por qué todo se volvía tan extraño cuando dialogaba con ella. ¿Había sido así desde un principio? Creía que no. Tal vez los motivos fueran que cada día había más cosas vividas conjuntamente que anotar en la libreta de los recuerdos, y por eso mismo la confianza crecía, y se hacía más y más difícil mantener las distancias, conservar aquel muro rígido que tanto se esmeró en construir. Yagari era la clase de hombre que se resistía a ser un libro abierto, por más que el mismísimo Dios –si es que existía- le suplicase que le dejase ver algo de su interior, por más mínimo que fuera.
    - Sí, no ha habido ningún problema –respondió, agradeciendo que ella decidiera hablar, pues por su parte no se le ocurría qué más decir. También era un tipo de pocas palabras, y eso a veces le jugaba en contra, sobre todo cuando extrañamente no quería resultar borde y desinteresado. Sin embargo, Rangiku otra vez mostraba aquella actitud extraña e insegura, y al oír esas disculpas, el cazador no pudo evitar fruncir el ceño, observándola fijamente. ¿Por qué ella decidía hacerse cargo de todos los problemas ajenos? Yagari creía que ella, a pesar de ser un miembro de una organización, no debía olvidar su individualidad-. Oye… -llamó su atención, suspirando levemente. Si seguía suspiro tras suspiro, acabaría desinflado-. Todos necesitan de vez en cuando un respiro, ¿de acuerdo? Y tú, principalmente, ¿no has notado que estás desperdiciando toda tu adolescencia en esta basura? –espetó, dando unos pasos al frente e interponiendo sus negros zapatos en su campo de visión-. Cada día que pasas estresada, persiguiendo otro caso, cumpliendo con otra misión… Cada día que ves que no llegas a estudiar para tus exámenes y pasas la noche en vela… Cada instante donde tu vida pende de un hilo –detuvo sus palabras y selló sus labios por un momento-. Cada vez que tus ojos ven una muerte y tus manos se manchan con cada gota de sangre a su vez abandonas, gota a gota, tu inocencia… -susurró casi en un tono íntimo, como si no fuera su deseo que alguien más escuchase lo que estaba diciendo, ni lo que estaba por decir. Extendió su brazo hasta que su mano llegó a rozar los negros cabellos de ella, a un lado de su mejilla. La mirada azul de Touga continuaba fija en el rostro que ella estaba ocultándole mientras miraba al suelo. Su mano quiso rozar este, pero su palma se detuvo, indecisa. Optó por guiar sus dedos hasta el mentón de ella, tomando esta acción como mejor opción. Lo sujetó suavemente, y la obligó a levantar el rostro. Observándola, claramente inclinando su cabeza hacia abajo debido a que estaban más cerca y las estaturas no coincidían, tomó aire, sincerándose completamente-. Y no quiero eso –determinó, como si esta también fuese una orden del Vicepresidente que ella debía acatar a toda costa-. Si lo necesitas, descansarás. ¿Entendido? –mencionó, esperando que quedase claro. Soltó su mentón y, con el puño cerrado, dio un suave golpecito con sus nudillos sobre la cabeza de la chica, cerrando a la vez su ojo-. Tonta.

    Era curioso. ¿Él diciendo que si necesitaba descansar que lo hiciese y ya? ¿Por qué razón era tan cabeza dura como para impartir una orden que ni él mismo podía cumplir? Al parecer Touga no comprendía que él también debía seguir su propio sabio consejo, pero claramente no había nadie por encima de él que lo obligase a hacerlo. Ahora, más que el Vicepresidente, era el auténtico Líder. Lo estaba siendo desde hacía meses. Si él bajaba los brazos y se retiraba, ¿qué sería de la Asociación? ¿Con qué se encontraría al regresar? No había forma de que él pudiera hacerse a un lado. La Asociación era su vida, y él más que un perro cazador, parecía ser alguna especie de siniestro ángel protector de todos aquellos que estaban a su cargo.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Jue Ene 15, 2015 12:28 am

    Le sonreí levemente, agradecida, cuando respondió tras contarle brevemente mis días fuera de aquel pueblo. Aunque Shinji me comentó que él había dicho que estaba bien mientras solo fuesen esos cinco días, no parecía molestarle que se hubiese desobedecido esa orden. Supongo que aquel día me veía aun peor de lo que imaginaba; de hecho, no era para menos. Aun no me explicaba cómo podía estar actuando normal y siguiendo con mi vida, aunque por dentro siguiera aquella tristeza. No sabía cómo podía convivir con la pena, pero lo hacía; supongo que era como la muerte: todos sabemos que está ahí, pero debemos aprender a vivir sin pensar en ella, aunque esté justo detrás nuestro. Volví a esbozar una suave sonrisa. No me podía negar que, en ocasiones, había actuado imprudentemente, dificultando las cosas. Lo observé con una mezcla de curiosidad y asombro cuando vació el contenido de su copa tan rápidamente. ¿Tanto aguante tenía? A pesar de que tenía entendido de que el vino no tenía tanta graduación como otras bebidas alcohólicas, el ver a una persona bebiendo con tanta facilidad me sorprendía. ¿Cuánto aguantaría yo si bebiese...? La verdad, prefería no imaginar el estado al que podría llegar. Aquella pregunta me hizo volver a alzar la cabeza hacia él, mostrándome pensativa y algo triste. ¿Que por qué me subestimaba? Me quedé durante unos instantes meditándolo, mirando hacia un lado, algo cabizbaja.- Puede ser... Puede ser porque tendría que trabajar más la confianza en mí misma... Puede ser también porque no soy tonta, me he dado cuenta la forma en la que muchos me miran. Sé que no tengo demasiada fuerza física, y eso es una debilidad...- Murmuré, bajando la vista hasta mis zapatos, frotando la puntera de uno de ellos con el suelo. Muchos me habían dicho directamente que no servía para aquello; yo era, o había sido, una chica normal criada en una familia normal; no había recibido un entrenamiento apropiado para convertirme en una cazavampiros. Se suponía que el ser una cazadora no debía ser mi destino. Tal vez hubiese podido dedicarme a cualquier cosa normal en un futuro paralelo, interesarme en cosas normales de adolescente, ir al cine con mis compañeros... pero no había sido así. Además, no solo el destino había construido el camino, sino que también yo había decidido seguirlo. Volví a alzar la cabeza y lo miré con una expresión triste, pensando en que acabaría por decepcionarlo debido a mi falta de confianza. Al comprender que trataba de apoyarme, acabé sonriendo con algo de culpabilidad. Observé aquella expresión sorprendida en su rostro, sonriendo cuando volvió a decir que cuidar de sus subordinados era su deber. ¿Le decía lo que realmente pensaba? Era demasiado buena persona, aunque él se empeñase en pensar lo contrario. Alcé los párpados, algo sorprendida ante aquel comentario.- ¡Claro que sí!- Respondí con decisión.- ¡Son un regalo suyo! ¿Cómo podría tirarlos?- Le dije, alzando la cabeza y mirándolo fijamente. Siempre agradecía, aunque un poco apurada, los regalos que me hacían, y jamás me había deshecho de uno. Me parecía como una especie de ofensa hacia la otra persona que se había molestado en obsequiarte algo para mostrarte su afecto; y, además, cuando eran personas importantes para mí, los atesoraba con más cuidado y cariño. Cuando vi su mirada ensombrecerse, temí haber metido la pata. No quería removerle nada; sabía lo que pasaba, más o menos, con Rose, pero no quería haberle hecho recordar nada malo. Tan solo no quería que los pocos compañeros que quedábamos en la Asociación estuviésemos tan separados.- Perdón...- Murmuré.- Tan solo quería que pudiésemos llevarnos bien.- Respondí, desviando la mirada hacia otro lado. Escuché su explicación y asentí con la cabeza. Aunque había algo que me chirriaba de todo aquello, no dije nada más. Sentía que se me ocultaba algo, pero si realmente hubiese algo importante me lo habría dicho, ¿no?

    En aquellos momentos de silencio me sentía nerviosa, pero no incómoda; sabía que no era un hombre de muchas palabras, y que lo que si no quería que estuviese en algún momento allí, me lo diría de una forma u otra. Quizás siempre llevase aquella coraza ruda y borde, pero había tenido la ocasión de comprobar que, debajo de todo eso, había una buena persona, con sus miedos, sus inquietudes y sus preocupaciones, soportando heridas incurables desde hacía mucho tiempo. No, no me sentía incómoda con él; de hecho, hasta en los peores momentos, tampoco me sentí incómoda; todo lo contrario, me sentía triste por las palabras dolientes, por los reproches tanto de uno como de otro... pero nunca había sentido que rechazase su presencia. Al revés, lo que me parecía a veces era que, cada vez que él movía una mano, cada vez que iba a alguna parte, yo acababa siguiéndolo, como si de un perro me tratase; la idea de tener complejo de mascota no me hacía en sí mucha gracia, pero tenía que reconocer que tan solo me hacía falta verlo para ir corriendo a donde estuviese. En aquel momento, lo que me ponía nerviosa era estar allí delante parada sin saber qué más decir. Por suerte, él volvió a romper el silencio para darme una buena noticia. Suspiré aliviada cuando dijo que no había habido ningún problema, sintiendo como si me hubiese librado de una de las preocupaciones que me había estado persiguiendo desde que puse un pie fuera de este pueblo. ''Todos están bien''. Parecía, pues, que no había hecho falta el que atravesase toda aquella montaña para llegar a un lugar que estuviese comunicado con alguna red de transportes. Y, tras aquella buena noticia, pude ser egoísta y sentir una pizca de alivio mientras aun seguía inclinada. Me parecía casi imposible que en dos semanas, a pesar de todo el movimiento anterior, no hubiese ocurrido nada. Parecía como si de repente a lo que sea que rige el mundo le cayésemos bien. Aun así, a pesar del alivio que había sentido por una parte, aun tenía el estómago encogido de la angustia. Con la mirada gacha, clavada en el suelo, escuché su llamada de atención. Quise alzar la cabeza, pero no sentía que tuviese las fuerzas necesarias o, mejor dicho, el valor necesario. Sabía que él no estaba molesto; era yo misma la que se había enfadado con su propia debilidad. Ante sus siguientes palabras, abrí de par en par los ojos, sorprendida. ¿Desperdiciando mi adolescencia...? Aun sin mirar hacia arriba, negué con la cabeza.- No siento como si la estuviese desperdiciando... Estoy trabajando para que, algún día, nadie más tenga que sufrir lo mismo que la mayoría de nosotros hemos pasado. No siento como si estuviese perdiendo el tiempo, ni me arrepiento del camino que he tomado...- Respondí, recordando cada día que había pasado comiéndome la cabeza tras lo de Yuuko, el momento en el que cerraron el caso ya que no encontraban solución posible... Había un asesino allí fuera y nadie quería molestarse en ir a buscarlo. Y mientras, una familia estaba destrozada, y mi mejor amiga a tres metros bajo tierra. No quería que a nadie le volviese a pasar eso, no si había alguna manera de evitarlo. Vi sus negros zapatos en mi campo de visión, percibiendo que se había acercado. Cerré los ojos y agaché un poco más la cabeza, como si quisiese esconderla entre los hombros. Escuché cada motivo que enumeró, sintiendo que a cada palabra iba dando más en el clavo... ¿Cómo sabía tan bien todo lo que pasaba? Sus últimas palabras me dejaron confusa, ya que no lograba comprenderlas.- ¿Mi inocencia...?- Pregunté en un tono más bien bajo, sin saber qué quería decir. Aquellas palabras, incluso el tono de voz que estaba usando... Yagari seguía siendo un enigma, un misterio que no podía resolver. Absorta por aquel extraño momento, apenas fui consciente de que su mano había rozado mi pelo, muy cerca de mi rostro. Alcé nuevamente los párpados, sorprendida y a la vez conmovida, cuando sentí que sujetaba mi mentón y me hacía alzar la cabeza. ¿Por qué siempre era tan bueno? Parpadeé, sorprendida, fijando mis pupilas en el azul de su mirada. Aquel tipo de acciones por su parte siempre me sorprendían, siempre me conmovían; como cuando sujetó mi mano en el hospital, hasta cuando no rechazó el abrazo espontáneo que le di a la hora de salir de aquel infierno lleno de máquinas que no paraban de pitar, de enfermedades y de muerte. En aquel momento en el que se inclinó levemente, creo que pude comprender el por qué a Smith le gustaba tanto. Y ante aquel pensamiento y sus siguientes palabras en aquel tono de voz, noté que la cara de ardía. Con el pulso levemente acelerado, nerviosa, seguí con los ojos clavados en el suyo, sin poder articular palabra. Asentí levemente, como si aceptase una orden. ¿Realmente podría serlo? Aquel leve golpecito me sacó de mi estupefacción, como si de repente volviese a la realidad. ¿Tonta? ¿Aquella palabra había salido de la boca del Vicepresidente? Sin dejar de mirarlo durante unos instantes con expresión confusa, acabé riendo suavemente, sorprendida, pero a la vez tranquila y alegre. ¿Qué era aquello? Realmente, cada día me sorprendía más.

    Ahora que había mencionado mi adolescencia... Abrí de repente los ojos, dándome cuenta de un detalle que había dejado de lado durante todo aquel año, debido a todas las dificultades y a todo lo que habíamos tenido que dedicarnos. Como si algo muy importante ocurriese, me quedé durante unos instantes cruzada de brazos, pensativa... Si ya estábamos en diciembre... ¡Ya había pasado todo un año desde que llegué! Eso significaba que había pasado mi cumpleaños y ni me había dado cuenta, lo cual a su vez implicaba que había estado poniendo en todo documento que pasase por mis manos una edad que no tenía. Esperaba que aquello no supusiese un grave problema, ya que no tenía ganas de enfrentarme a asuntos legales; eso ya sería lo que me faltaba para acabar estallando.- Yagari-senpai... me hago vieja y ni me he dado cuenta en todo un año...- Comenté, con un gesto de abatimiento que quizás resultó algo cómico. Una idea surcó mi mente al decir aquello. Lo miré de reojo unos segundos; conociéndole, seguro que prefería ni pensar en aquellos detalles. La verdad es que eran tonterías, pero cualquier excusa era buena para tener un ratito, por breve que fuese, de felicidad, de tranquilidad y de festejo. ¿Y si utilizaba aquella excusa para tratar de que se olvidase un poco de los problemas, al menos, por un rato? Estreché los párpados, pensativa, aun observándole. Sin previo aviso, me volví de nuevo hacia delante, golpeando con un puño la palma de la otra mano, con una sonrisa en los labios y una idea, que quizás no le hiciese mucha gracia, reluciendo en la mirada.- ¡Ya lo tengo! ¿Y si celebro hoy mi cumpleaños? ¡Y usted también! Seguro que lo ha pasado por alto, ¿verdad?- Le dije, poniendo uno de mis brazos en jarras y levantando el dedo índice de la otra mano.- Y eso no es bueno, ¡hay que celebrarlo! Tiene que soplar las velas y pedir un deseo, pero pedir infinitos deseos es trampa, ¿de acuerdo?- Seguí hablando, con el dedo en alto, tratando de no darle tiempo para que se negase.- Ahora vengo, ¡voy a por lo necesario!- Exclamé, echando a correr hacia una de las puertas del personal de servicios. Con la de velas que había por el salón, seguro que les sobraban una o dos. Y, efectivamente, tras hablar con un una persona de las que trabajaba allí esta noche, me dieron dos pequeñas velitas. Incluso se molestó en dármelas de las de cumpleaños que tenían allí guardadas. Con una amplia sonrisa, se lo agradecí y volví a echar a andar con cuidado entre la creciente multitud, buscando algún trozo de pastel o algo parecido. Tras encontrar unos cuantos de una mesa, elegantemente dispuestos, comencé a caminar hacia allí. Sin embargo, alguien me retuvo del brazo. Mi sonrisa se desvaneció a consecuencia del contratiempo. ¿Quién...? Me giré para ver quién era el que sostenía mi brazo de aquella manera tan brusca. Un tipo, sin duda humano, quizás algo alcoholizado y al que no conocía de nada. Con disimulo, bajé la mano en la que tenía las velas y las escondí en donde las armas, bajo la falda. No me gustaba la mirada de aquel tipo. Tendría mi edad más o menos, como mucho sería de dos cursos más avanzado. Tiré del brazo, pero aquel tipo no me soltó. Me hacía daño.- Suélteme.- Le espeté, sintiendo repulsión por cada centímetro que avanzaba hacia mí.- ¿Qué haces sola en una fiesta?- Siseó, levantando una mano y dirigiéndola hacia mi cara. Antes de que pudiese llegar a rozarla, le di un guantazo en aquella mano asquerosa, alejándola de mi rostro.- ¡Suélteme!- Cabreado, tiró de mí y me sujetó con un brazo. Tuviese los reflejos que tuviese, seguía siendo más débil en cuestión de fuerza física que cualquier tipo.- ¡Basta! ¡Apártate, déjame en paz!- Le grité, pero como si hablase con un sordo. Con una risa que no presagiaba nada bueno, pasó un brazo por delante de mis hombros y el otro por la cintura, sujetándome por detrás. Casi con lágrimas en los ojos, me revolví para quitármelo de encima. Podría usar un arma de las que llevaba, claro que sí, pero ¿acaso era algo prudente hacer algo así delante de toda la Clase Diurna y de la Nocturna, sobre todo de la primera? El lugar estaba algo aislado, pero estaba claro que no.- Venga, vamos a divertinos un rato.- Susurró muy cerca de mi oído, haciendo que un escalofrío recorriese mi espalda. Me seguí revolviendo sin éxito alguno ante sus ojos; mi cuerpo rechazaba aquel contacto como si de los polos iguales de dos imanes se tratase. ¿Y la gente de alrededor? ¿No había nadie que estuviese dispuesto a ayudar? Ellos seguían bailando, bebiendo, divirtiéndose... completamente ajenos a todo. Incluso algunas miradas que recayeron sobre mi expresión de apuro, acabaron pasando de largo. No me podía creer que la gente fuese así. En un momento en el que sentí mi brazo algo libre, le propiné un codazo en el estómago, pero solo conseguí irritarlo más y que se ensañase más en el agarre. Con horror, vi a su compañero acercándose. ¿Por qué había gente así? En cuanto llegó, se inclinó levemente para colocar el rostro a mi altura, haciendo que la sensación de asco aumentase aun más. Como respuesta a las palabras indecentes que salían por su sucia boca, de la mía acabó saliendo un escupitajo que acabó en su rostro. A la mierda los modales; por mí les convertía en pienso para animales allí mismo. El problema era sacar las armas en un lugar tan lleno. Seguro que para eso sí que reaccionaban los demás, ¿eh? Para ayudar no, pero para la polémica siempre estaban dispuestos. Aquel tipo se limpió con auténtica ira la saliva del rostro para, seguidamente, sujetarme la cara con fuerza, casi hundiendo los dedos en mis carrillos.- Yo que tú no volvería a hacer eso.- Amenazó.

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    Mensaje por Yagari Touga Dom Ene 18, 2015 5:11 am

    El tiempo pareció detenerse. Aunque aquella acción y aquella cercanía llena de extraña confidencialidad duró apenas unos segundos, en la mente de Yagari resultó eterna. Mientras la miraba fijamente, como quien analiza cada movimiento, cada gesto, cada simple parpadeo, por su mente viajaban las anteriores palabras suyas, así como sus sutiles sonrisas y momentos de seriedad. No sabía qué decir, pues si bien no creía haberlo dicho todo, al menos sentía que había dicho lo esencial. De todos modos, alguien debería romper con el silencio que se había formado entre ambos otra vez. Quizás este no era tan incómodo como el anterior, o tal vez lo era el doble. Sabía que, en cierta medida, estaba metiéndose en su vida diciéndole todas estas cosas, como si tuviera algún derecho a aconsejarla o a inmiscuirse en sus asuntos. Incluso al darse cuenta de esto, quiso apartarse y decirle que lo olvidara, que hiciera lo que quisiera, pues de todas formas era su vida, su tiempo, sus elecciones. ¿Por qué él iba a meterse? Que fuera su jefe no le daba el suficiente derecho como para llegar tan lejos, ¿cierto? Pero, en efecto, no era la jerarquía la que lo movilizaba a ser así con ella, sino su preocupación.
    - Creo que ya te he dicho que la fuerza no lo es todo. Y si no lo hice, ahora mismo lo estás escuchando –musitó, hablando por fin, sin levantar el tono de voz-. La falta de fuerza física no es una debilidad, no si se usa estratégicamente –sonrió levemente, casi de modo imperceptible-. En el próximo entrenamiento te lo enseñaré –aseguró, porque aprenderlo no era una opción para ella, sino que resultaba una obligación. Así ya no tendría por qué dudar de sí misma, pues conocería su cuerpo, los beneficios de su contextura, la cantidad de técnicas que su físico favorece en contrapartida de otros más robustos, y ya no cabría la inseguridad allí.

    Yagari había decidido hablar, pero aún muchos pensamientos daban giros en su cabeza. ¿Había sido lo mejor? Y en todo caso, ¿por qué no? Quizás porque ella continuó mirando hacia abajo hasta que él tuvo que obligarla a erguir el rostro. Vamos, no era todo tan preocupante. Había cosas peores, ¿no? Y que Yagari estuviera creyendo en ello era un completo milagro. ¿Acaso existía el famoso “milagro de la Navidad”? Tal vez estaba manifestándose. Suspiró levemente ante sus palabras. Por un momento creyó que iba a oír comentarios vacilantes donde se arrojase abajo ella misma otra vez, pero sorpresivamente pareció reivindicar su elección, lo que elegía día a día. Él no iba a mentirle. Francamente, que se tomase las cosas con tanta seriedad a su corta edad era algo de admirar. Había muchos cazadores jóvenes entre sus filas, pero muchos de ellos aún creían que esto era un juego, y tal vez lo fuera, pero uno muy macabro y tan real como la sangre de tantos inocentes deslizándose hacia ninguna parte. Tras este oscuro pensamiento, iba a hablar, pero se contuvo. Se contuvo porque, nuevamente, creía que ya había dicho lo esencial. ¿Por qué seguir dando vueltas en el asunto? Con sus manos en los bolsillos otra vez, miró hacia otra parte, cortando aquel curioso contacto visual. La seriedad volvió a su rostro, y la nieve exterior otra vez lo invitaba a perderse en ella.
    - Tan sólo consérvala –susurró, dejando huir de entre sus labios el aire que, hacía un microsegundo, había ingresado en sus pulmones. Su mirada se perdió allí afuera, y su azabache cabello acabó por cubrir el azul de esta. La seriedad se apoderó de sus labios, al igual que el silencio impoluto. Aunque deseara decir algo más, no podía. Ante el contacto de sus ojos con el suyo, el tenaz muro detectó la grieta, y no tuvo demora en repararla. Ni quisiera le consultó en ello. Tan sólo la enorme pared se elevó otra vez, haciendo a un lado toda duda latente. “Recuérdalo: qué estupidez”.

    Su mano se convirtió en un puño cerrado, siendo ligeramente apretado. La nieve continuaba cayendo afuera, y al parecer, en esta noche blanca, sus pensamientos no le darían tregua. Sin embargo, las repentinas palabras de Rangiku lo sobresaltaron un poco. Se volteó a mirarla. ¿Por qué tal expresión? La miró confuso, intentando dilucidar a qué se refería. ¿Ella vieja? ¿Entonces qué demonios quedaba para él? ¿Qué tenían los adolescentes con esa insolencia de creerse viejos con apenas veinte puñeteros años? Y lo peor era que ella tenía menos. Frunció levemente el ceño, pero ella no pareció percatarse de su falta de entendimiento en la situación. No obstante, ella le observaba, ahora estrechando sus párpados. Yagari acabó por enarcar una ceja. ¿Qué? ¿Acaso tenía monos en la cara? Pero su reaccionar repentino acabó por dejarlo sin palabras, si no es que ya se había quedado sin ellas mucho antes. Cuando mencionó la palabra “cumpleaños”, la mirada del Vicepresidente se dilató. ¿Qué? Celebrar el cumpleaños de ella era una cosa, pero… ¡¿celebrar el suyo también?! ¿Es que acaso había perdido completamente la razón? Una repentina molestia siguió a la sorpresa. Sin embargo, su mirada no expresaba rechazo, sino todo lo contrario: estaba absorto como un niño que acaba de enterarse que Santa Claus no existe. Y ella continuaba tan enérgica, tan exaltada, que ni siquiera le dio tiempo a rehusarse o a detenerla.
    - Espera… -dijo con rapidez, dejando la frase inconclusa-, Matsumoto… -arrastró cada sílaba, volviéndola cada vez más ínfima y sigilosa, acompañando la estupefacción con su mano extendida hacia el sitio por el cual la chica desapareció. Aún confuso, acabó por suspirar, bajando la mirada y cerrando su ojo. Suspiró. ¿Qué remedio..? Esa muchacha no tenía cura. Dejó caer su mano a un lado del cuerpo, mientras la otra continuaba dentro de su bolsillo. Se volteó a mirar por el ventanal otra vez, y sin querer ni esperarlo, detectó una sutil sonrisa sobre sus labios. Negó con la cabeza. Qué joven tan energética, tan hiperactiva… Tan llena de vida. Ante este último pensamiento, dejó caer la mirada hacia el césped exterior. Fugazmente estaba siendo cubierto por la nieve, y fugazmente ella casi pierde la vida aquella noche. Solía recordar a diario aquel suceso que casi termina en tragedia. No sabía por qué, pero de algún modo le había marcado. Día a día veía a cazadores caerse y levantarse, pero esa noche… En verdad creyó que esa noche sería el fin de Rangiku Matsumoto. Pero para alivio de todos, no fue así, y la esperanza se lo echaba en cara día a día. Ciertamente, debía ser un tipo con algo más de fe, pero pedirle eso a Yagari era como pedirle peras al olmo. Aún así, aunque por dentro creía que todo estaba perdido, sus acciones demostraron todo lo contrario aquella noche. Y cuando todo su esfuerzo por llevarla viva hacia la superficie fue recompensado por la vida en sus ojos y los efímeros latidos de su corazón. En ese momento comprendió que el universo suele obrar de maneras misteriosas, y se sentía agradecido de que ese día haya estado de su lado.

    Había pasado ya un buen rato. Yagari estaba por destrabar una de las trabas de uno de los cristales que conformaban aquel enorme ventanal. Iba a encender un cigarro, y no saldría afuera para ello. Que no le jodiesen la paciencia. Aquí había un millar de niños borrachos y a él le harían problema por un mísero cigarro? Evidentemente, no. Y si sucedía, poco le iba a importar. Sin embargo, al percatarse de que Rangiku tardaba demasiado, decidió retrasar el vicio primordial para ir por otra copa de vino, y tal vez inspeccionar que hubiese otra bebida llamativa sobre las mesas. Mientras tanto, podría buscarla. ¿Qué estaría haciendo? Tampoco quería ponerse paranoico, pues las mujeres siempre decían lo mismo: “enseguida regreso”. Luego de tres años, regresaban, completamente maquilladas, retocadas, con doble cambio de vestuario y peinado nuevo incluido. Hizo una mueca de resignación mientras caminaba entre la muchedumbre. Aunque creía que podría llegar a lograrlo, cada vez que pensaba en ello más se convencía de que jamás entendería a las mujeres. Cuando llegó a una de las mesas con bocadillos, sujetó de la misma una copa con vino. Vino por aquí, por allá… Vino por todas partes. Bebió un poco y miró a su alrededor. Nuevamente quería resistirse a la paranoia, ¿pero cómo lograrlo con la fama que tenían estas fiestas? Y cuando decidió observar hacia su derecha, tuvo que esquivar a una muchacha que pasaba a su lado alborotada, bailando de forma despampanante. Logró que ella no lo chocase y así pudo preservar su bebida, pero entonces, a lo lejos, una extraña escena llamó su atención.

    Un ciego fuego se apoderó de su mirada, de cada músculo, de cada acción. Dejó bruscamente la copa sobre la mesa, de modo que casi cayó al suelo. De forma descuidada y brusca, comenzó a abrirse paso entre la gente. El celeste claro de su iris se había vuelto un mar turbulento. Podría faltarle un ojo, pero no era ciego, y podía ver con nitidez que una de esas tres personas era Rangiku Matsumoto. Las personas que bailaban despreocupadamente vieron entorpecida su danza a causa del cuerpo del cazador, que de forma ruda y decidida se abría paso entre ellos. ¿Qué estaba ocurriendo allí? ¿Quiénes eran esos sujetos? Las peores cosas pasaban por su mente, y temía que los obstáculos para llegar hicieran que el tiempo se agotara. Sin embargo, conforme llegaba al sitio, iba notando que no eran cazadores, ni vampiros: eran simples humanos, alumnos de la Academia. La ira creció en su interior. Un grupo de muchachos se interpuso en su andar, dejándolo en el centro de una ronda de baile, zarandeándolo de un lado a otro. Touga, molesto e irritado –y demás estaba decir que también se encontraba preocupado-, ejecutó un movimiento bruto y potente con sus brazos.
    - ¡Apártate, maldita sea! –espetó con desprecio, haciéndolos a un lado, y cuando llegó a aquel apartado rincón del salón, lo primero que hizo, sin mediar siquiera una palabra, fue ir directo hacia el joven que estaba sosteniendo el rostro de Rangiku. Emergiendo justo detrás de él, lo sujetó del hombro y lo empujó, como si con aquel empujón hubiera querido dislocarle el hueso. El chico, sorprendido y confuso, reconoció al sensei y vanamente quiso excusarse.
    - Ah, sensei, ¿qué tal? ¿quiere unirse a la diversión? Nosotros… Nosotros sólo íbamos a invitarla a beber algo… -dijo, nervioso, tartamudeando incluso, y buscando la aprobación en su compañero, el cual había soltado a Rangiku y levantaba ambas manos a cada lado de la cabeza, en signos de que allí no había ningún tipo de violencia, pretendiendo ser precavidos ante cualquier cosa y salir airosos de la situación. Pero Yagari no era ningún estúpido, y no tenía treinta años al pedo. Sabía perfectamente lo que había visto y conocía muy bien las manías de los hombres, y más aún estando alcoholizados. Pero que ni creyesen que eso les serviría de excusa y los salvaría de lo que vendría, pues rememorando las palabras dichas por aquel imbécil, Touga sonrió suavemente, cerrando su ojo y levantando una de sus manos, en signo de disculpa.
    - Oh, claro, mis disculpas, que te he empujado sin querer… -comentó apaciblemente-. Verás, a veces la bebida le sienta algo mal a este docto profesor… -continuó, y ambos muchachos comenzaron a reír interpretando la gracia de las palabras de Touga justo como él quería, pues en breves abrió su ojo, y ningún tipo de amabilidad surcaba ese tenaz iris. En cuanto el muchacho que habló se descuidó, el fuerte puño del cazador surcó su rostro. Eso, instantáneamente, generó un terrible alboroto. Yagari se aproximó al chico y lo sujetó del cuello de su pulcra y blanca camisa. Lo elevó del suelo y estrelló su espalda contra la pared. El chico, estupefacto, apenas balbuceaba “sensei”-. Sí, soy un brabucón y me demandarás por mal profesor, ¿eh? –comentó, irónico, golpeando su espalda contra la pared otra vez-. ¿Pero sabes la lección que te dará este sensei hoy? De aquí en adelante aprenderás cómo tratar a una mujer, pedazo de mierda –gritó, por poco escupiéndole la cara, pero un cazador que estaba cerca, guiado por el bullicio, se acercó rápidamente y agarró al Vicepresidente por la espalda, trabando sus brazos con los suyos y obligándolo a soltar al muchacho. Este, una vez con los pies en el suelo, miró atemorizado a Touga, y se limpió un rastro de sangre del rostro. Miró a su amigo y le hizo una señal para que se fueran de allí, pero Touga se revolvía en los brazos de su compañero, gritando que lo soltara de una maldita vez.
    - ¡Para ya, Yagari! –gritó el cazador, sin tener intenciones de dejarlo ir. Pero Yagari movió con brusquedad uno de sus brazos, dando un codazo y zafándose. Se volteó y miró cara a cara a Makishima.
    - Si quieres que me calme entonces haz algo bien y encárgate tú de esos críos malnacidos, porque por si no te has dado cuenta casi hacen cualquier cosa con Matsumoto y ni te has percatado, y eso que esta es tu área de vigilancia –dictaminó, elevando claramente la voz.
    - Estás exagerando, Touga. Además ella es de los nuestros, puede cuidarse sola –se excusó el cazador. Al parecer hoy todos querían buscar excusas para no admitir que estaban teniendo comportamientos de mierda.
    - ¿Exagerando? El hecho de que sea una cazadora no quita el hecho de que sea una mujer y que esos imbéciles hayan querido propasarse con ella –dijo entre dientes, bajando la voz y arrojando su veneno muy cerca del rostro de su subordinado. Otro de ellos se acercó, sujetándolo suavemente de un brazo y haciéndolo retroceder.
    - Jefe, ya está bien, ya… -interrumpió sus palabras la brusquedad de Yagari, haciéndose presente otra vez. En ese momento miró a Rangiku, y le dio aún más rabia la situación-. Esto no está bien, señor, le podrían hacer cargos por golpear así a un alumno…
    Ante tal estupidez, Touga miró a Rangiku otra vez, pero lo hizo por encima de su hombro, con una expresión seria y severa. Guardando ambas manos en sus bolsillos, giró el rostro, suspiró y comenzó a caminar en dirección contraria a ella.
    - ¿Cargos, eh? Como si esos idiotas fueran a recordar siquiera a qué vinieron a esta fiesta –espetó más para él que otra cosa, aludiendo a la severa ebriedad de ambos. Los cazadores se quedaron perplejos, observándolo mientras se marchaba. Ambos miraron a Matsumoto, en silencio. Iba a irse de esta fiesta horrenda y denigrante. ¿Acaso había pensando antes de venir que tal vez le sentara bien dispersarse un poco? Pues retiraba lo dicho: imposible dispersarse con tanta imbecilidad dando vueltas, suelta, por ahí. ¿Y era descortés irse así, sin siquiera decirle algo a ella, que tan alegre había partido con intenciones de celebrar su cumpleaños y el suyo? Molesto, chasqueó la lengua mientras avanzaba. La ira estaba carcomiéndolo por dentro, y ni siquiera sabía por qué aún le perduraba, intentando roer sus huesos. ¿Acaso no se había deshecho ya de esos buenos para nada? Pero no parecía ser como cualquier otra ocasión en la cual se encargó de algo similar. No sabía por qué, pero aquel fuego ciego que lo había poseído antes, aún continuaba, persistente, invadiendo cada arteria.

    Al llegar a una de las salidas de emergencia, salió por una de estas. Necesitaba un cigarro. La nieve había cesado de caer, así que no sería un problema estar afuera por un buen rato. Primero se calmaría un poco, luego subiría hasta su habitación en el hotel. Seguramente sus subordinados se encargarían de “limpiar” su historial. Tsk, qué más daba. Francamente, le importaba muy poco que el rumor de lo ocurrido circulara por todas partes. Además, acababa de percatarse de que si bien esa situación transcurrió en apenas unos minutos, para él fue una eternidad de repulsión y violencia contenida. El tiempo pareció transcurrir de forma muy diferente para él y para los demás. Sacando su atado de cigarros, caminó hasta una pequeña arboleda que había allí. Se llevó aquel vicio a la boca y lo encendió, procurando que el viento no apagase la mecha. Al finalizar, dio una profunda pitada y cerró su ojo, moviendo su rostro en dirección al cielo. Ah, el aire fresco sentaba realmente bien. Necesitaba esto: frío y nicotina; y que a los estúpidos los mantuvieran encerrados dentro.

    El universo obraba de un modo misterioso, sí. Y qué "misteriosa" forma tenía de buscar siempre arruinarlo todo y fastidiarle la paciencia.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Dom Ene 18, 2015 9:09 pm

    Todo debía haber ido bien. Me sentía animada por las palabras de Yagari, y la idea de obligarle a que festejase un poco de vez en cuando contribuía a eso aun más. Me ilusionaba la idea de poder sentir que podría burlar mi falta de fuerza mediante otras habilidades, las cuales últimamente andaban algo desgastadas; la idea de un entrenamiento como hacía tanto que no tenía, la ilusión de recuperar días con algo de normalidad... Todo parecía tan bonito. Seguramente acabaría apareciendo Shinji de un momento a otro y así podría dedicarle miles de reproches antes de apachurrarle; luego iría a ver a Matarou, pero para él solo habían mimos. Los reproches para el padre, que se los había ganado a pulso, aunque debería agradecerle al fin y al cabo su engaño. Gracias a aquel tiempo con mi familia, la cual hacía casi un año que no veía, había conseguido estabilizar las emociones que se habían desatado aquel fatídico día. Si no fuera por la ayuda de todos, seguramente habría acabado hundida en la miseria, incapaz de hacer nada en muchísimo tiempo o quién sabe qué más. Seguramente, una vez pasadas las fiestas tendría que ponerme con mis deberes atrasados... pero bueno, aquellos eran males menores. Incluso no le di demasiada importancia a las expresiones que esbozó Yagari cuando le pregunté sobre aquello de la inocencia. Sus motivos tendría, y yo no era quien como para meterme en ellos. Aunque no entendía bien del todo aquellas palabras, decidí no comerme la cabeza. En aquellos momentos me importaba más aquella expresión que había puesto cuando escuchó lo del cumpleaños; justo la que esperaba. Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro, y hubiese continuado allí de no ser porque todo tenía que torcerse justo en los mejores momentos.

    Dolía pensar en lo bien que podía haber ido todo y en la manera en la que se había troncado. Me seguí retorciendo, como un pez atrapado por una red, entre los sucios brazos de aquel tipo. Me hacían daño. El tipo que me tenía sujeta, precavido ante la rebeldía que mostraba, había apretado tanto su agarre que pensaba que acabaría partiéndome en dos. Y, lo que más me molestaba de todo, no era solo el daño que me hacía, sino el estar pegada a él. La mano de su compañero tampoco soltaba mi rostro, clavando firmemente sus dedos en mis mejillas. Miré hacia varios lados, buscando con la mirada a alguien que estuviese viendo la situación... pero todos estaban demasiado ocupados entreteniéndose y emborrachándose como para prestarle caso a una chica que estaba siendo forzada. No quería sacar las armas justo allí, en aquel salón tan concurrido, pero estaba viendo que no iba a tener más remedio. Acompañado por la risa maliciosa de su amigo, el que me sujetaba la cara se había vuelto a acercar considerablemente, mascullando toda clase de planes ''divertidos''. A cada palabra que decía, mi pupila se hacía más ínfima. ¿Cómo podían existir personas así? ¿Cómo podía ser que no tuviesen escrúpulos ante la idea de abusar  y hacerle tanto daño a alguien? Debido a la posición en la que tenía mis brazos, completamente pegados al cuerpo, podía intentar sacar un arma. No tenía más remedio, y no iba a permitir que aquello siguiese por aquel rumbo. Con disimulo, mientras aun le sostenía la mirada como podía a aquel tipo, tanteé la falda del vestido, tratando de subirla un poco y tener acceso a mis armas. Una daga misma me serviría. Seguí con aquella rutina hasta que el que me sujetaba, al ver que hacía algo raro, apretó aun más los brazos, dejándome casi sin respiración. Un quejido de dolor se escapó de mi garganta en contra de mi voluntad, pues no quería mostrar más signos de debilidad. ''Me va a quebrar''. Tenía miedo. Mis pupilas parecían haberse perdido en algún lugar de mi negro iris, huyendo, ellas que podían, de aquella situación. Casi inconscientemente, rogué para mis adentros que alguien apareciese... Shinji, Yagari... Ichigo...

    Y, como si hubiese escuchado aquel llamado interior, el tipo que estaba delante mía desapareció de mi campo de visión. El que me sujetaba se alejó un par de pasos, dejando que mis pulmones se volviesen a llenar completamente de aire. Respiré hondo durante un momento, pero mi respiración se había agitado. Como hipnotizada, miré hacia Yagari, quien iba con la furia de un huracán a por aquellos dos tipos. Y justo cuando vi sus ojos, justo cuando vi la expresión que esbozaba... deseé no haber pedido que viniese. No quería verlo así, no quería que su noche se arruinase de aquella manera. Escuché con muda sorpresa las palabras que salían de sus labios y las risas nerviosas de los chicos. No, aquello no estaba nada bien. Seguía parada en el mismo sitio, temblando, como si aun me sujetase alguien. Giré la cabeza lentamente a tiempo de ver cómo mi superior le asestaba un puñetazo en la cara a aquel malnacido. Aquello habría estado bien, pero no en aquel momento; me habría alegrado de ver que aquel imbécil se llevaba su merecido, pero sobre el que caerían más consecuencias sería sobre el cazador. Así era la vida, llena de injusticias: quien defendía al débil, acababa acusado de culpable; quien solo quería ayudar, acababa dañado; quien no buscaba problemas con nadie, era a quien antes metían en uno. Con las pupilas contraídas al máximo, observé todo lo que se fue aconteciendo, horrorizada. Me importaba un bledo el daño que recibiesen aquellos dos, pero sí me preocupaba verlo tan fuera de sí y, más aun, con todos los alumnos y demás profesorado de la Academia presentes. Me llevé ambas manos a la boca, asustada, tratando de esconder el temor de alguna manera. Escuchaba voces y exclamaciones a mi alrededor, pero era como si se hallasen muy lejanas, o sonasen a través de un filtro que las distorsionase. Cierto alivio me invadió cuando vi a Makishima separando a Yagari de aquel tipo, pero aquello no servía para que pudiese moverme. Sentía como si me hubiese convertido en una estatua de piedra. Cada palabra que pronunciaban los cazadores se me clavaba en la boca del estómago, apretando allí un nudo. Las dos miradas que me dedicó hicieron que se me cerrase la garganta. ¿Por qué? ¿Por qué había pasado todo aquello? ¿Tenía yo algún tipo de culpa? Tal vez mi existencia estaba gafada y todo lo que hiciese estaba destinado a que se torciera. Lo vi marcharse sin más preámbulos, y mi cuerpo no me quiso responder; mis pies no quisieron moverse para que pudiese seguirlo, para tratar que no se fuese. ''No...'' Entre los otros dos cazadores, cogieron sin muchos miramientos al chico al que había golpeado el Vicepresidente y lo levantaron del suelo, ya que había caído de la conmoción y de los golpes. La sangre le chorreaba por la cara mientras balbuceaba cosas ininteligibles en aquel estado de histeria que tenía. Y yo seguía allí, parada en el mismo sitio,  en la misma loseta, como si estuviese fuera del mundo. ¿Por qué todo había tenido que ser así?

    De aquel estado paralelo a la realidad me sacó una voz femenina. Una chica de mi clase, de pelo largo castaño y ojos verdosos  me sujetó por los hombros, mirándome preocupada.- ¡Rangiku-chan! ¿Qué ha pasado?- La miré, confusa, apenas reaccionando ante su repentina aparición. Sentía que la cabeza me iba a estallar.- Hoshina-san...- Conseguí murmurar, juntando las sílabas con dificultad. Varias compañeras más de clase se acercaron, preocupadas, al menos en apariencia, haciendo aspavientos. Sus preguntas surgían de un lado a otro, mareándome. Me sentía atrapada entre un mar de personas y voces que parecía empeñado en ahogarme. Maika Hoshina me abrazó, en un gesto protector, mirando a las demás y explicándoles lo que había visto. Varios comentarios y exclamaciones de horror surgieron entre las chicas, quienes en seguida parecieron sentir la urgencia de atenderme por lo que casi había estado a punto de ocurrirme. Pero, si hubiese ocurrido, ¿de qué servirían ahora sus palabras de aliento, su exagerada preocupación? Hacía tan solo unos minutos antes había estado forcejeando allí mismo contra esos dos tipos y nadie se había acercado para ayudarme, a pesar de que algunos habían mirado con disimulo. El único que había intervenido había sido él, y por haberme ayudado ahora se vería en problemas. Sin que me percatase hasta que estuvo en frente de todo el corrillo de chicas haciendo de enfermeras y psicólogas espontáneas, Makishima hizo acto de presencia con una amable sonrisa, abandonando la anterior expresión que había esbozado momentos antes. Con aires de galán, se dirigió hacia mis compañeras con cortesía.- Chicas, les agradecemos su ayuda, pero su compañera necesitará ser atendida, ¿de acuerdo?- Dijo, usando un tono de voz suave, convincente, guiñándoles un ojo cómplice. A pesar de su corta edad, Makishima tenía el pelo completamente blanco, del cual se había dejado crecer varios mechones más largos que el resto, dándole a su imagen un aire desenfadado. Las chicas, como movidas por un resorte, se apartaron todas a la vez. Pensé que se lo iban a comer con la mirada. Su mano se tendió hacia mí, pero la rechacé con un gesto amable. Podía caminar sola. Varias exclamaciones se escucharon provenientes del corrillo. ''¿Cómo puede haber rechazado su mano así? Realmente, no la entiendo.'' Ya, claro. ¿Cómo me iban a entender? Ellas levaban una vida cómoda y despreocupada; algo completamente contrario a la mía. Era imposible que pensasen de la misma manera en la que lo estaba haciendo yo en aquellos momentos. Makishima me indicó el camino y yo le seguí sin objetar nada. No dejé de sentir las miradas del corrillo perforándome la espalda hasta que no abandonamos el salón.

    Hasta que no llegamos al cuartillo que tenía los primero auxilios, ninguno de los dos rompió el silencio.- Matsumoto, siéntate ahí, por favor.- Dijo, de forma amable pero abandonando la anterior cortesía que había usado con las demás chicas. Había que tener mucho cuidado con los chicos guapos, parecían los mejores en el arte de actuar. Obedecí, sentándome en la silla que me indicaba. Con un suspiro cansado, se agachó delante mía y me miró con una leve sonrisa.- Siento haber dicho lo de antes, pero... ¿por qué no te defendiste?- Preguntó, mostrando intriga. Con la mirada gacha, respondí completamente desanimada y con un amargo sabor en la boca por tener que rememorar aquello.- No me parecía buena idea sacar las armas allí en medio. Y yo sola no puedo contra dos tipos.- Tras observarme durante unos instantes, asintió, considerando mis palabras.- ¿Te han hecho daño?- Preguntó, alzando una mano inesperadamente hacia uno de mis brazos, el cual hacía rato que no movía con normalidad. En cuanto sentí el roce de sus dedos, mi cuerpo rechazó aquel contacto, además del dolor que me produjo el roce; aun tenía muy reciente aquella experiencia como para que las manos extrañas de un hombre no me molestasen, aunque no tuvieran maldad ninguna. Eché la silla hacia atrás, retrocediendo como un animalillo asustado, mirando a Makishima con miedo. El hombre suspiró y se incorporó, yendo hasta el botiquín y sacando una pomada.- Comprendo que no te fíes de mí, pero habrá que curarte al menos, ¿no?- Dijo, con tono algo fastidiado.- Te duele ahí, ¿verdad?- Preguntó, mirando significativamente mi brazo, sobre el cual había colocado mi mano con cuidado, como si lo quisiese proteger de cualquier contacto no deseado. Asentí, tratando de calmarme, intentando controlar como podía la respiración. Apreté los labios y le tendí el brazo que me dolía. Al levantar Makishima la manga, una marca roja se dejó ver. El cazador emitió un silbido y cogió un poco de pomada, untándola sobre la marca.- Si no te echas un poco de ésto, te va a salir un buen hematoma ahí.- Dijo, terminando al poco su labor, sonriendo levemente.- ¿Te duele en algún lado más?- Preguntó, a lo que yo negué con la cabeza. En realidad me dolía todo el cuerpo, pero aquello prefería reservármelo para mí.- Mira que han sido brutos... Para hacerte esa marca tan solo apretando... Valiente lacra.- Masculló mientras colocaba el bote en su sitio.-¿Dónde están?- El cazador se volvió hacia mí, pensativo.- ¿Los niñatos esos? Ah... están en otra sala. Están bastante alterados.- Me levanté de golpe, repentinamente recuperada. Makishima se me quedó mirando perplejo, sin saber muy bien qué decir.- Llévame.- Le pedí, mirándolo fijamente. El cazador dudó, desviando la vista hacia otro lado.- Rangiku-chan, no creo que sea buena idea...- Apreté los dientes, cabreada, interrumpiendo su frase.-¡¡Makishima-san, por favor!!- Insistí, completamente tensa. El peliblanco me miró de reojo y suspiró, resignado.- Está bien, está bien... Venga, vamos.- Dijo, abriendo la puerta y comenzando a andar por el pasillo.

    Aquellos niñatos no paraban de echar pestes de Yagari. Se los podía escuchar desde el pasillo; se podía escuchar cada reproche de su brusco profesor y de cómo les había atacado sin motivo. Makishima, mirándome con preocupación, acabó llamando a la puerta con los nudillos y pidió permiso para entrar. El permiso fue dado, por lo que la puerta se abrió, pero mis pasos adelantaron a los del hombre. Allí estaban. Aquellos dos desgraciados. Junto a ellos se encontraba un miembro del personal del hotel y el cazador que estaba antes con Makishima. El que había resultado herido se había limpiado las manchas de sangre de la cara, pero tenía la marca del puñetazo bien incrustada. Seguramente, estaban esperando a que llegase alguna autoridad para poder presentar las quejas formalmente.- ¡Ah, esa es!- Dijo uno de los chicos, el que me había estado sujetando.- ¡No seas una mentirosa y diles lo que...!- Y hasta ahí se atrevió a hablar. Mientras me había acercado, había sacado sin miramiento alguno la pistola que Shinji me dejó aquel día, en el bosque. No era muy fan de las armas de fuego, pero sin duda eran muy útiles en momentos así. Y, en aquel instante, no había multitud ninguna que me detuviese.-¡Matsumoto! ¿Se puede saber qué haces?- Exclamó el otro cazador, temiendo que fuese a desquiciarme. Realmente estaba algo desquiciada en aquel momento, pero no tanto como para no saber lo que hacía.- ¡Te denunciaremos a ti y a ese gili...!- El cañón del arma se pegó contra su frente, a la vez que el sonido de un seguro retirado sonaba por la habitación.- Deja de hablar así de él o te vuelo la cabeza.- Mascullé, completamente harta. Había estrechado los párpados, mirando de tal forma a aquellos dos que parecía querer atravesarlos con la mirada. El otro tipo lanzó un alarido y se retiró de su compañero, asustado. El que tenía delante del cañón tartamudeaba en susurros, preguntándose cómo aquella chica que había tenido acorralada podía estar apuntándolo ahora mismo de aquella manera. Una risita se escuchó a mis espaldas; Makishima no había podido aguantarse y se estaba mofando de la expresión de miedo de aquellos dos niñatos. Después de todo, tan solo eran unos cobardes.- Dad una queja de él y os denunciaré a ti y a tu amigo por acoso sexual e intento de violación. A ver qué pesa más.- Empujé el cañón, haciendo que su cabeza se echase hacia atrás mientras me miraba con ojos desorbitados. Mi pie estaba apoyado en el sillón en el que estaba sentado, haciendo que mi cuerpo mostrase una pose amenazante.- Portaos bien y conservaréis vuestros huecos cráneos intactos.- Mascullé, casi escupiendo las palabras. Me retiré de allí y salí de la sala, acompañada por las risas de Makishima, quien estaba apoyado en la pared sujetándose el estómago con ambas manos.- ¡Increíble, Matsumoto! ¡Sí que estabas enfadada!- Dijo, divirtiéndose de lo lindo, aunque sabía que no iba a obtener respuesta.  

    Y así es como se debe de callar a ese tipo de imbéciles. Ponía la mano en el fuego a que no se atrevían a culpar a Yagari después de aquello. ¿Que cómo estaba tan segura de aquello? Porque aquel tipo de gente tan despreciable apreciaba más su mísera existencia que cualquier intento por preservar su dignidad o luchar contra algo que pudiese suponerles algún peligro.

    Ahora que había conseguido hacer que mi cuerpo se moviese por fin y me había asegurado de que aquellos dos no hablasen, debía buscarlo. Sabía que se había ido, y esperaba que no se hubiese marchado del lugar. No, no quería que aquella noche terminase así; no se lo merecía. En mitad del pasillo me di cuenta de que aun llevaba la pistola en mi mano, así que tuve el cuidado de volver a guardarla en la liga de la pierna en la que estaba, antes de que alguien más la viese. Corrí por los pasillos, con la respiración agitada, buscando por todos los rincones, como quien busca a un gatito perdido. Pregunté en recepción por si había salido por la puerta principal, pero obtuve una negativa. ¿Dónde estaba? ¿Habría vuelto al salón? Conociéndolo, la respuesta era un claro y rotundo ''no''. Miré por todas las salidas de emergencia cercanas, pero no estaba en ninguna. La nieve caía, pero ni me daba cuenta de aquello. Nubecillas de vapor se escapaban de mi boca, perdiéndose en el frío aire. No obstante, hacía una temperatura tan baja que hasta nevaba, ¿a quién se le ocurría salir solo en el vestido? Obviamente, a nadie más que a mí. Pero la preocupación apartaba a un lado el frío. Seguí buscando entre los árboles cercanos, caminando algo más lento para no perderme ni un detalle, pues estaba muy oscuro y apenas podía ver. Distante, se escuchaba la música y el jaleo del salón. Seguí caminando entre los árboles, frotando una mano con la otra, comenzando a sentir el frío. Y, por fin, di con él. A decir verdad, lo que me indicó con más evidencia su posición fue el humo del tabaco. ¿Por qué aquella situación se parecía tanto al anterior baile de carnaval? ¿Por qué se repetían tantas escenas? Realmente, aquel pueblo debía estar maldito. Sin embargo, no iba a actuar como todas las veces anteriores; así no tendrían que repetirse de nuevo las mismas historias, ¿no? Al menos, eso era lo que quería creer.  Cogí las velas que antes había conseguido y las protegí con mi mano, cerrando el puño. Sin dudarlo un instante más, corrí hacia aquella alta figura y lo abracé por detrás, casi embistiéndolo, aunque con mi altura y mi poca fuerza dudaba que aquello se pudiese denominar como ''embestida'', ni siquiera como un empujón. Pegué la frente a su espalda, tiritando, no sabía si de miedo o de frío, o quizás las dos cosas. La mano que contenía las velas se abrió delante suya, dejando que pudiese verlas. Quería hablar, pero no me salía la voz.

    Que fuese lo que el destino quisiera, pero no me iba a quedar tan ancha y tan pancha al primer inconveniente que se presentase. Ni ante el primero ni ante el segundo ni ante ninguno. No podía permitirme seguir actuando con tan poca decisión.
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    Mensaje por Yagari Touga Mar Ene 20, 2015 4:15 am

    El humo se esparcía en el aire, lento, pesado, pero por momentos sublime y traslúcido. El frío parecía también estar congelándolo, por más imposible que pareciese. Al menos ese era el aspecto que daba. Yagari continuaba con su ojo cerrado, hasta que uno, dos, tres copos de nieve, le indicaron que había comenzado de nuevo. Lentamente, elevó su pesado párpado. Fue un invierno como este, ¿no es así? Una noche similar a esta, pero sin personas joviales danzando y bebiendo alrededor. Tan sólo había dos niños y una dulce enfermera, la cual de la noche a la mañana se convirtió en la criatura más perversa de todas. Se llevó la mano que tenía libre al parche de su ojo, deslizando sus dedos por él. Sí, hacía el mismo frío aquella noche. Dejó caer la mano a un lado de su cuerpo, y con la otra guió el cigarro hasta sus labios otra vez. Sus pulmones se llenaron del humo grisáceo, y pausadamente sentía cómo sus nervios se iban apaciguando. Tal vez los nostálgicos recuerdos también cumplieran con su parte en él. El humo fue despedido lentamente, y entonces enderezó la cabeza, mirando fijamente el árbol que tenía enfrente. En la fiesta de máscaras había terminado de un modo similar, ¿cierto? Solo, furioso, odiándose y odiándolo todo, tal como ahora. Su ceño se constriñó, y entonces su puño viajó hasta la corteza, incrustándose con precisión y rudeza. Ah, ahora sí era tal y como aquella noche en la anterior fiesta. Tan sólo le hacía falta un Nivel E al cual descuartizar, ¿eh? Sonrió, sagaz, al pensar en eso. La verdad es que no le había bastado en absoluto romperle la cara a aquel chico. Pero se alegraba de haber tenido el suficiente autocontrol como para alejarse, pues de otro modo sus padres deberían apresurarse a pagar un pronto funeral.

    ¿Cuánto tiempo continuaría así? ¿Por cuánto tiempo más se tragaría todo, masticando la mierda que invadía su pasado y padeciendo esta insoslayable angustia? Si por algo era conocido Yagari Touga, era por su fortaleza y entereza, tanto mental, como física y emocional. No obstante, ¿qué demonios había demostrado allí dentro? ¿Cómo pudo salirse tanto de sí? Jamás creería que disfrutaría tanto desmembrando a un humano, pero la idea surcó su mente y le había gustado en demasía. Miró la mano con la cual lo había golpeado. Primero observó la palma, luego el dorso y los nudillos. Apenas le había quedado una marca rojiza, más que nada por el golpe en el árbol. ¿Cuánto tiempo hacía desde que no sentía tal odio hacia la raza humana como hacia los vampiros? Se pasó la misma mano por el rostro, frunciendo el ceño con frustración.
    - ¿Qué estoy haciendo..? –se preguntó a sí mismo. Porque él sabía, en el fondo, que a pesar de ser propenso a las peleas y riñas de ese tipo cuando los valores que él considera primordiales son pisoteados, algo más estaba pinchando la herida, incentivando esos nervios de acero, haciéndole perder la cabeza y provocándole a depositar su ira contenida sobre cualquier cosa que se le cruzase en el camino. Entonces, el rostro de Rangiku vino a su mente. Entre sus dedos, dejó entrever el azul de su ojo-. Quizás me preocupo demasiado… -susurró, y negando con la cabeza buscó quitarle importancia. ¿Qué había pensando minutos antes? Que todo era una estupidez. Era mejor recordarlo, ¿cierto? Pero a pesar de recordarlo y tenerlo presente firmemente, lo hecho, hecho estaba: se había vuelto loco en cuanto vio a esos imbéciles tocándola; perdió completamente la cabeza en cuanto vio sus sucias manos sujetándola.

    Le dio otra pitada al cigarro.
    - Ah, últimamente las emociones se vuelven algo difícil de controlar para ti, ¿eh? –volvió a hablar consigo mismo. Y lo peor era que llevaba razón. Quizás fueran todas las tensiones del momento, la situación complicada con los desertores, el dormir y comer mal, no obtener un momento de descanso para aclarar la mente, andar de aquí para allá todo el tiempo, solucionando problemas y… metiéndose en ellos. Suspiró de nuevo y exhaló el humo. Qué más daba. Si alguien le levantaba un cargo por lo que acababa de ocurrir, le mandaría a la mierda. Si la policía iba a buscarle a su apartamento, los invitaría a tomar una cerveza y adiós problema. Era el Vicepresidente de la Asociación de Cazadores. ¿Acaso era una broma? Algo tan mínimo no podría generarle tantos problemas. Unos simples críos de secundaria no tendrían el suficiente valor como para enfrentarlo otra vez. Ya estaba deseando ver sus rostros en la próxima clase de historia. Si se atrevían a pronunciar apenas una letra del abecedario, los desaprobaría de aquí hasta que se mueran. Sonrió para sus adentros. Qué rencoroso resultaba ser a veces. Pero lo era, mucho, sobre todo cuando se metían con las personas que eran importantes para él. Y tras que ese pensamiento atravesó su mente, se sorprendió a sí mismo.  “Con que importantes.. ¿eh?”




    Sonrió suavemente y, cerrando su ojo, arrojó la colilla del cigarro. La oscuridad del lugar la absorbió, dejando ver solamente el fuego aún encendido levemente. En el momento en el que se deshizo de lo que restaba del cigarro, algo embistió contra su cuerpo. Yagari estaba tan sumido en sus pensamientos que ni siquiera la vio venir. Sus perspicaces sentidos no pudieron detectarla, pues era tal el juicio nublado del Vicepresidente en esa noche. Eran tales las emociones dispares que se anudaban en su pecho. Por momento en verdad creía que había perdido la cabeza, ¿pero era en realidad así? Ante el sutil golpe de su cuerpo contra el suyo, el cabello del cazador se balanceó junto con la brisa. Los negros mechones ocultaron su mirada, y tal vez era mejor así. Su pupila, absorta y congelada, estaba perdida de repente en algún punto de la fría hierba. ¿Qué..? No podía comprenderlo, y quizás porque en verdad jamás lo hubiera esperado. Y cuando la mano de ella comenzó a abrirse justo delante de su campo visual, su parpado se abrió más y más. Dos velas reposaban en sus palmas. ¿Por qué..? ¿Por qué hacía esto? Su respiración se aceleró por un momento, pero halló la calma con rapidez. Sus manos, algo dudosas en principio pero luego haciéndose de valor y decisión, se posaron suavemente sobre las suyas, cubriendo las velas como si éstas estuvieran siendo encerradas en un cálido cofre. Con lentitud, sus pesados dedos rozaron los suyos. El calor que emanaban sus manos atraía el frío que desprendían las de ella. Estaba helada. Y en ese momento no pudo evitar pensar en que tal vez debió haberse quedado allí adentro, con ella, o al menos haberla sacado del salón, lejos de aquella escena, lejos de toda aquella gente.

    Sus labios se volvieron una fina línea. Suavemente, moldeó los dedos de Rangiku con los suyos, haciendo que ella cerrara la mano que sostenía las pequeñas velas. Tras hacer esto, su mirada recorrió el delgado brazo de la chica, y una de sus manos se deslizó por este. En verdad estaba helada, pero nunca antes había advertido que podía existir tal suavidad en ella, en su blanca piel. Delicadeza e inocencia. ¿Y por qué continuaba arriesgándolo todo en este trabajo de mala muerte? Sus dedos se cerraron alrededor de su muñeca. Su mano derecha aferraba su brazo izquierdo. Y de repente, de forma fugaz y determinante, giró su cuerpo para quedar frente a ella, sin soltarla. Gracias al agarre, ejerció fuerza de modo que el cuerpo de la chica se viera atraído, por inercia, hacia el suyo. Rápidamente, sus dos brazos la rodearon. Uno cubrió su espalda a la altura de sus hombros, mientras el otro aseguró su delgada cintura. En verdad ella estaba helada. Incluso podía sentir el temblor de su cuerpo a causa del frío. Qué tonta. Acabaría pescando un resfriado. Si bien se trataba de un abrazo suave, sus manos presionaron un poco su cuerpo. Su mirada, otra vez, estaba perdida en la hierba, pero esta vez en la otra dirección. La brisa alborotó suavemente algunos mechones de su rebelde cabello, diseminando aquel peculiar aroma que lo caracterizaba; aquella sublime mezcla de amargo tabaco y dulce menta. Él, por su parte, podía sentir el perfume del cabello de ella. Estaba inclinado debido a la diferencia de estaturas, y agradecía no estar viendo su rostro ahora mismo. Pues, ¿qué podría estar pensando de su Jefe en este momento?

    Su mirada viajó, finalmente, desde la hierba hasta el hombro de ella. Pudo ver cómo los copos de nieve se posaban sobre su cabeza, por lo que se inclinó un poco más, y entonces aquellos traviesos acabaron posándose sobre la suya, resaltando con el oscuro cabello. Como si sólo fuese un escudo para resguardarla del frío, guardó silencio. Sin embargo, las palabras se alborotaban contra sus labios. Aún así, no pronunciaba ni una sílaba. Esta noche era igual a aquella noche en la fiesta de máscaras. Pero, pese a que los recuerdos se confundiesen en la extrema similitud, había algo diferente entre aquella y esta: esta vez, el silencio, no era un pesar. Pero tampoco podía durar para siempre, pues aunque las palabras sobrasen, él necesitaba hablarle.
    - ¿Estás bien? –susurró de forma clara pero suave. Sin embargo el silencio regresó, y él suspiró, rodeándola un poco más con sus brazos. Inevitablemente, se inclinó un poco más hacia adelante, y su frente acabó sobre el hombro de ella. En ese momento se sintió desconcertado y débil. La forma en que sus emociones habían conseguido dominarlo, luego de tanto tiempo sin poder hacerlo, le hacía sentir incluso algo inseguro. Por más que era consciente de que debía soltarla, no podía hacerlo. Decían que en el momento en que uno piensa las cosas, las arruina; que siempre es mejor sentirlo y dejarlo ser. Y aunque sus pensamientos realmente lo frustraban, por esta única vez lo dejaría pasar. ¿Acaso no había dicho que iba a despejarse, que iba a disfrutar una de estas fiestas aunque sea por esta sola ocasión? ¿Y por qué no disfrutar también de un amable contacto? Pero un hombre como él, solitario, cerrado, frío y errático, no debía arrojar sobre alguien más todo el peso de sus responsabilidades, ¿verdad? Un hombre como él no podía demostrar debilidad, porque en cuanto eso ocurriese, sus enemigos lo aplastarían. Sin embargo, hasta el más reacio iceberg agradece el tenue rayo de sol.

    Hasta el más fuerte necesita un cálido hombro en el cual descansar.

    - Feliz cumpleaños -susurró, y la brisa volvió a mecer su cabello, hasta que el negro ocultó el azul.



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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Vie Ene 23, 2015 2:01 am

    Aun con la frente pegada a su espalda, cerré los ojos, dejando caer pesadamente los párpados. ¿Cómo saber si aquello era lo correcto? ¿Cómo podía saber si con aquella acción no lo había alterado aun más? Pero, ¿sabes? Dudando siempre no he hecho más que dar vueltas y vueltas, sin avanzar hacia ningún sitio. Tan solo conseguía calentarme la cabeza y calentársela a los demás, haciendo suyos, sin querer, mis propios demonios. No quería volver a sentir inseguridad, no quería volver a sentirme encadenada por mis miedos. Sentía al frío morder mi piel con afilados colmillos, como si fuesen agujas que se iban clavando por cada parte del cuerpo que no estaba cubierta. Sí, posiblemente pescase un resfriado, pero, ¿y qué? ¿Acaso debía dejarlo allí solo? Había sido la única persona que me había ayudado. De toda aquella gente, quizás cientos de personas, tanto humanos como vampiros, nadie había prestado atención cuando estaba siendo forzada; lo habían visto y, con la misma indiferencia con la que habían mirado, lo habían ignorado. Todos ellos: compañeros de clase, de curso... Sin duda, la frialdad que podía mostrar el ser humano no tenía límites. Aunque, debido a mi profesión, me hubiese acostumbrado a ver a los vampiros como seres a los que les importaba un carajo una vida, seres crueles e increíblemente indiferentes al dolor que pudiesen causar, comenzaba a pensar que el ser humano incluso podía rebalsar esos límites. Y aquel era un pensamiento terrorífico, desalentador; pero era, ni más ni menos, que la pura verdad, la cruel realidad en la que vivíamos.

    Seguí con la palma de la mano abierta, con aquellas dos velas comenzando a cubrirse muy lentamente de copos de nieve. Había ignorado completamente el hecho de que fuese mi superior, de que quizás no estuviese bien mi actitud ni mi accionar en aquellos momentos. Pero, ¿no había dicho que trataría de dejar de dudar? No, no lo trataría; lo haría. En aquellos momentos no podía pensar en él como en el Vicepresidente; pensaba en él como una de esas pocas personas que quedan con un buen corazón, alguien que realmente no sería capaz de dejar abandonado a nadie. Era quien me había sacado de las peores situaciones, incluso quien me había acompañado en ellas. ¿Cómo irme, cómo ignorar su malestar? Aunque quisiese, no podría. Ahora que lo pensaba, ¿por qué me preocupaba tantísimo? No creía que fuese por mero agradecimiento o admiración. Se había vuelto una presencia importante en mi vida, una de esas personas que no querría que faltasen nunca. Fugaz, volvió a aparecer por mi mente lo que antes había pensado: más que su subordinada, parecía más bien un perrillo, una segunda sombra. Podría llegar a pensar que incluso era una visión graciosa, pero tampoco me hacía mucha gracia el complejo de mascota. ¿Por qué me ponía a pensar en esas cosas ahora? Tal vez, porque mi mente trataba de romper interiormente, de alguna manera, el silencio que había. Por eso, cuando noté sus manos sobre la mía, alcé la cabeza, sorprendida ante la calma y la suavidad de sus movimientos. ¿Sus manos habían sido siempre así de cálidas? La verdad era que tan solo las había sostenido en dos ocasiones, y en las dos había guantes de por medio, así que nunca había podido percatarme de aquello. Mi vista vagó, perdida, por algún punto de su espalda, ya que era lo que ocupaba todo mi campo de visión, mientras dejaba que cerrase mi mano con aquella suave calidez que adormecía brevemente mi bulliciosa mente. Alcé el rostro hacia arriba cuando noté su mano sobre mi brazo, observando por detrás aquellos rebeldes mechones negros. Pegada a su espalda, podía percibir aquella mezcla de aromas que siempre le perseguía: el tabaco y la menta. Olores a los que antes apenas estaba acostumbrada; la menta apenas me llamaba la atención, y el olor a tabaco solía molestarme. Sin embargo, ahora aquella mezcla me resultaba familiar, agradable. ¿Cuánto podían cambiar las cosas en un año? ¿Cuándo se habían ido produciendo todos aquellos cambios sin que pudiese notarlos hasta ahora? En un abrir y cerrar de ojos, mientras aun divagaba, se había dado la vuelta, aun sujetando mi muñeca, haciendo que no tuviese más remedio que acercarme más. ''¿Qué...?'' Mis ojos se abrieron completamente cuando sentí sus brazos rodeándome. ¿Me estaba devolviendo el abrazo? ¿Qué...? Paralizada por aquella inesperada reacción, mis manos se habían quedado tendidas hacia delante, a ambos lados de su cuerpo. El corazón me golpeaba contra el pecho con fuerza, como si se tratase de un animal salvaje tratando de escapar de la jaula que lo tiene prisionero. Alcé de nuevo la mirada, pero no podía ver su rostro; tan solo podía observar su pelo mecido suavemente por la helada brisa. Sentí aquel leve ardor en las mejillas que, fiel a su condición, volvía una vez más ante situaciones así. ¿Cuándo había sido la última vez? Ah, sí, en el hospital. Aquel rubor había teñido mis mejillas cada vez que se acortaban las distancias. Con lentitud, bajé la cabeza e hice que mis brazos reaccionasen, volviendo a abrazarlo con suavidad. Era agradable. Respiré hondo, tratando de apaciguar a aquellos descontrolados latidos. Parecía que siempre que estuviese a su lado, todo lo malo huía. Si aquella noche no me hubiese movido sola por el salón, sino que me hubiese quedado al lado del ventanal, no se me habría acercado nadie con aquellas malas intenciones; incluso en aquel momento, el frío parecía poder afectarme menos, como si proyectase alguna especie de escudo. Tanto que demostraba odiarse, tanto rencor que se guardaba para sí... y no se daba cuenta de todo lo bueno que hacía, de todo lo bueno que significaba. Sonreí levemente al pensar eso, apretando un poco más el abrazo, ladeando la cabeza y pegando la mejilla. Esperaba que no se notara el ardor de la cara, y quizás en aquel momento me viniese bien el frío. No sabía por qué, pero lo volví a comparar inconscientemente con aquel gatito que él mismo me había regalado, el cual esbozaba aquella ruda expresión por fuera, pero era suave al tacto y blandito por dentro.

    Al igual que hacía apenas unos minutos, volví a dejar caer mis párpados. Me sentía extraña; a pesar de no poder menguar la fuerza de los latidos, me hallaba como calmada, tranquila... quizás anestesiada. El silencio reinaba en aquel lugar, pero no se sentía incómodo; al menos, no lo sentía así. Volví a abrir los ojos con lentitud, casi con pereza. Sentía un extraño sopor tratando de invadir mi conciencia, seguramente a causa del frío que hacía contrastado con la calor que él desprendía. Lo único que se resentía era mi piel a causa de aquel aire helado, pero apenas le prestaba atención, aunque lo cierto era que no podía dejar de tiritar. Junto con las mejillas ardiendo, había enrojecido la nariz, víctima de las bajas temperaturas; tal vez en aquellas condiciones pudiese servir de semáforo. Sin embargo, estaba demasiado absorta en sus movimientos como para preocuparme de aquello. A pesar de que había bajado la cabeza, aun no conseguía verle el rostro; tan solo podía apreciar cómo los copos de nieve se habían ido acumulando en su pelo, ejerciendo aquel fuerte contraste del blanco puro al negro azabache. ¿También tendría mi cabeza así? La naturaleza parecía querer decorar nuestras cabezas también para aquella estación tan entrañable. Los acontecimientos se habían sucedido de forma terriblemente similar a anteriores fiestas; sin embargo, aquello era completamente diferente. ¿Querría el mundo, aunque solo fuese por una vez, darnos a los humanos un momento de respiro? Y que esta vez fuese de verdad, no una ilusión que se acabaría desvaneciendo al poco. Parpadeé lentamente, aturdida, antes de responder.- Sí. Makishima-san me sacó del salón y me echó un poco de pomada...- Me detuve ahí, pensando en que tal vez no debería haber dicho nada de aquello. Recordé cómo había rechazado el contacto de la mano de mi compañero, recordando la experiencia anterior. Tal vez debería decirle que aquellos tíos tampoco presentarían ninguna queja sobre él, pero si le decía eso, posiblemente tendría que contarle que los había amenazado a punta de pistola. Suspiré suavemente cuando apretó al abrazo, sintiéndome algo cansada.- ¿Y usted...?- Pregunté, mirándolo con ojos somnolientos. Aunque recordaba que en el hospital me había dicho que no le llamase de usted, aun me costaba tutearlo. No me salía, me sentía extraña intentándolo. Sin embargo, cada vez que me replanteaba el hacerlo, pensaba en que había dicho que las formalidades hacían que se sintiese aun más solo. Tenía aquello presente, pensando siempre en si podía hacer algo para que se sintiese mejor. ¿Y si...? Abrí levemente los labios, dudando, pero finalmente conseguí pronunciar aquellas dos palabras que tanto me costaban.- ¿Y tú...?- Acabé diciendo lentamente, insegura, bajando la mirada, como si hubiese hecho algo malo. Sin embargo, acabé volviendo a alzar la cabeza cuando sentí su frente sobre mi hombro.

    Lo observé durante unos segundos, paralizada, asombrada, conmovida... sin saber qué hacer. ¿Se encontraba bien? Si seguía así, el rojo se quedaría de forma perenne en mi cara. Lo observé largamente, apreciando cada detalle. Parecía tan cansado... Los mechones negros caían en cascada hacia abajo, ocultando su rostro. Una vez más me volví a preguntar por cuánto habría tenido que pasar aquel hombre, cómo de pesada era la carga que llevaba a sus espaldas. Y, una vez más, me pregunté que qué podría hacer para ayudarlo. Separé una de mis manos de su espalda, la que no contenía las velas, y la apoyé con cuidado en su cabeza, acariciando su pelo, como si tratase de calmarlo; como cuando alguien se despierta de una pesadilla y la otra persona trata de apartar sus miedos mediante aquel gesto tan simple y tan confortante. Giré el rostro hacia delante, mirando por encima de su hombro, algo azorada. A pesar de la extraña confianza que se había forjado, el corazón no aminoraba su marcha, y el rubor no desaparecía. Seguí pasando mi mano sobre sus rebeldes mechones con lentitud, quizás con movimientos algo torpes pero tratando de hacerlo con cuidado, quitando con suavidad algunos de los copos de nieve de su cabeza. Si dejaba que se le acumulasen, podría coger frío él también y resfriarse. Sonreí levemente, algo avergonzada por un lado, pero contenta de que se dejase cuidar, aunque fuese por una vez. Honestamente, me hacía sentir feliz el verle tranquilo, el pensar en que quizás estuviese descansando, aunque fuese solo durante unos instantes. Seguí con aquella silenciosa tarea de acariciar su pelo, desenredando lentamente mechón tras mechón, apreciando lo suaves que resultaban, quitando copo tras copo... hasta que pronunció aquellas palabras. Mi mano se detuvo sobre su cabeza y yo misma, al poco, acabé hundiendo el rostro en su hombro, conmovida. El corazón, definitivamente, se me saldría del pecho. Sentí los ojos algo humedecidos. Cómo... ¿cómo era capaz de todo aquello? Sin duda, nunca dejaría de sorprenderme.- Feliz cumpleaños.- Le respondí con voz ahogada, ya que seguía con la cara hundida en su hombro, tratando de ocultar la emoción, abrazándole con fuerza. Con delicadeza, cuando sentí que mi rostro disimulaba algo, aparté la mano de su espalda, dejando la otra mano sobre su cabeza. Volví a dejar al descubierto las velas, colocando la mano en el poco espacio que había entre ambos, como si fuese algo que no quisiera que nadie más viese.- Falta pedir el deseo.- Dije, sonriendo. Sin embargo, mis ojos me traicionaron. Una lágrima rodó mejilla abajo, enfriándose lentamente por el camino antes de caer. ¿Cómo expresarlo con palabras?- Perdón... Es que...- me llevé un momento la mano que contenía las velas, haciéndola un puño y pasándola por mis ojos.- Es que me alegra ver que está bien.- Dije con sinceridad, dejando que aquellas palabras saliesen de una vez de mi pecho. Lo dije en voz muy baja, restregándome los ojos, con las mejillas ardiendo y la nariz a juego.

    Aquella situación tenía tantos matices extraños... Su inesperada reacción y aquel extraño momento se habían salido de todo pronóstico que hubiese podido realizar. Y, lo más sorprendente aun, es que no había venido todavía ningún desertor a tratar de  dejarnos como un colador, ni tampoco había aparecido ningún Sangre Pura desquiciado por Dios sabe qué. La música del salón, junto con su alboroto, se escuchaban muy lejanos. Había algunos instantes en los que pensaba que, tal vez, todo aquello fuese producto de un sueño, pues realmente tenía sensación de irrealidad. Tanto había pasado, tanto habíamos padecido todos... que cualquier momento de felicidad, por mínimo que fuese, además de ser una bendición, parecía un producto de una mente deseosa de descansar de tragedias.
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    Mensaje por Yagari Touga Dom Ene 25, 2015 9:55 pm

    ¿Había sido correcto ceder a tal impulso? ¿Le estaba permitido doblegarse así, abatiéndose él mismo, dejando a un lado todo lo que debería ser, para poder estar desnudo con lo que en verdad es? Y es que Yagari Touga, a pesar de su fuerza, de su valentía y determinación, era tan sólo un hombre en el fondo; un hombre como tantos otros, atormentados por diversos demonios y sinuosas cicatrices. Pero muy pocas personas sabían de ello, muy pocos eran los que en verdad conocían a este frío y solitario cazador. ¿Y acaso Rangiku Matsumoto estaba dispuesta a descubrir sus misterios y secretos? ¿Acaso ella quería inmiscuirse en su oscura vida? Por momentos pensaba que, de algún modo, no le estaba dando la oportunidad de elegir: abrazándola así, reteniéndola en un momento como este, en una noche negra tan blanca. Pero la realidad era la realidad, y ambos estaban bajo aquella nieve que no cesaba en caer. Ambos, seguramente, callando en el interior todos los tormentos que acarreaban. ¿Y estaba mal contenerse silenciosamente? Un día oyó decir a un viejo Maestro que “el silencio no es tiempo perdido”. Ahora lo comprendía más que nunca.

    En el momento en que la abrazó contra sí, pudo ver la sorpresiva expresión de ella. Por un lado la comprendía: un gesto así de su parte no era algo que ocurriera todos los días; es más, si sucedía una vez al año sería mucho pedir. Ah, tan sólo quería recordar cuándo fue la última vez que abrazó así a alguien; cuándo fue la última vez que demostró un sentimiento sincero y puro como este. Siempre ocultándolo todo, siempre callando y siguiendo adelante sin importar qué. Siempre dándose la cabeza una y otra vez contra todas las misiones y cargando en su hombro las desafortunadas situaciones y la extensa fila de cadáveres que éstas dejaban. Yagari se hacía cargo de todo, incluso de lo que no debería. Trabajaba exhaustivamente día y noche, y cuando podía descansar, acababa haciendo otra cosa, pues siempre acudía a donde se lo requería, como pasó hace unos días en el bosque. Pero este era su trabajo, y dicho trabajo se había convertido en su razón de vida, en su vida en sí. ¿Y acaso existía alguien capaz de cambiar eso, capaz de darle algo de verdadera paz, aquella que va por dentro y embriaga las venas? Apenas recordaba cuándo fue la última vez que sonrió con franqueza, y ahora que lo pensaba bien, creía que fue en el hospital, cuando Matsumoto estuvo fuera de peligro. Ahora que lo pensaba aún mejor, siempre que la calma llegaba a él, de algún u otro modo, Rangiku estaba relacionada con ello. Por eso, sin querer, la abrazó un poco más fuerte. Sentía cómo sus hombros antes fríos, ahora comenzaban a templarse bajo la palma de sus manos, que firmemente la sostenían contra sí. No creía volver a experimentar esta sensación, no luego de tanto tiempo sin hacerlo, pero tal vez por eso tenía más razones para temer: podría ser su perdición, y lo sabía perfectamente.

    La brisa, de repente, jugueteó con su cabello otra vez. Su mirada quedó al descubierto al momento en que ella pronunció aquellas palabras. ¿Su voz también había sido siempre así de suave? Parpadeó con lentitud, aliviado. Tal vez en este momento todo se estuviera intensificando; todo se estuviera volviendo más claro. Lo que una vez fue imperceptible, ahora se hacía evidente. Toda esta calma, todo este sopor… lo necesitaba para sentir que aún podía seguir adelante, enfrentándolo todo como hasta ahora. Necesitaba respirar aire puro para poder regresar al nocivo campo de batalla otra vez. Y extrañamente era ella quien le estaba dando esas ganas, esas fuerzas; era ella quien lo había llevado de un tirón hasta la cima, alterándolo y preocupándolo hasta la muerte en más de una ocasión, y era ella quien, a su vez, de un simple golpe lo hacía caer al vacío, hasta el punto más hondo de este abismo en calma.
    - ¿Te hirieron..? –masculló al fin-. Lo siento –la abrazó un poco más fuerte-. Siento haberme ido así, pero si me quedaba acabaría matándolos, y me temo que un profesor no puede darse ciertos lujos.. –sonrió de forma excesivamente sutil, contra su hombro. En ese momento, su vista cruzó con una misteriosa línea rojiza. Disimuladamente, deslizó un pequeño, diminuto, sector de su vestido, de modo que pareciese natural a causa del abrazo y del inocente movimiento de sus manos. Entonces la vio: allí estaba la herida que le había causado Carphatia; allí yacía esa horrible cicatriz que nunca debería haber decorado esa piel. Sus labios, que hace unos momentos pudieron sonreír, ahora se habían convertido en una inexpresiva línea, pero ella no podría verlo, y era mejor así. Sin embargo, su posterior pregunta logró captar su atención, alejándolo de sus pensamientos al respecto. Cuando lo trató de “usted” le pareció algo normal. Iba a responder, pero entonces su otra pregunta lo desconcertó. Su iris pareció temblar por unos momentos. ¿Ella había recordado lo que le mencionó aquella vez, en el hospital? Suspiró suavemente, como si cada vez que lo hiciera estuviera más cerca del paraíso-. Ahora lo estoy –aseguró en aquel tono íntimo y pausado con el que había hablado con ella anteriormente, en el interior del salón. Y había sido completamente sincero, otra vez.

    ¿Cuánto tiempo llevaban así? La verdad es que no se había detenido a pensar en todos los minutos que llevaba reteniéndola para sí, como si tuviese algún derecho por el simple hecho de ser su superior. Justamente, debería ser todo lo contrario: por serlo, no debería ni siquiera tocarle un pelo. Yagari siempre había sido un experto en mantener las distancias. La única vez en que se le había vuelto complicado, fue cuando las idas y vueltas con Rose comenzaron. Sin embargo, él siempre buscó mantenerla a ralla, ubicándola donde debía estar. Pero ella siempre fue insistente, y debido a su perseverancia, acabó lastimada. Yagari era consciente de ello, y también se culpaba. Quizás de haber sabido sus verdaderos sentimientos, no hubiera accedido a pasar la noche con ella esa vez. Si sabía que iba a herirla porque ella buscaba algo más, no hubiera consentido jamás aquel encuentro. Pero, sin embargo, aquí estaba ahora, completamente rendido y vulnerable ante los brazos de una muchacha de dieciocho años. ¿Qué dirían los cazadores si lo vieran? ¿Qué diría él mismo si pudiese salir de su cuerpo y ver la escena desde otra perspectiva? Los primeros, probablemente nada, pues acabarían con un disparo entre ceja y ceja; y él… probablemente tampoco, pues acabaría en suicidio. Y aunque no pudiera creerlo, así sucedía. Aunque no quisiera admitirlo, la necesitaba. Y cuando sintió su mano, suave  y delicada, obsequiándole esas silenciosas caricias, lo agradeció en su interior. Como si se tratase de un acto reflejo, una de sus manos, la que estaba posada sobre su hombro, ascendió por la base de su cuello hasta situarse en su nuca, aferrándola apaciblemente. Su “feliz cumpleaños” provocó que sonriera otra vez, sutilmente. ¿Cuánto hacía que no festejaba su cumpleaños? Aproximadamente nueve años. En todo ese tiempo, sus amigos siempre acababan sorprendiéndolo, obligándolo a festejar contra su voluntad. Así, al menos, habían transcurrido los últimos tres años, con excepción del año corriente, donde las cosas con los desertores acapararon la atención de todos, incluso haciéndoles olvidar a ellos sus propios natalicios. Cuando ella mencionó que faltaba pedir el deseo, Touga deslizó su pupila hasta las velas que se encontraban en su mano, protegidas del frío a causa de los cuerpos de ambos. Pensó por unos momentos en aquella tradición acerca de pedir deseos. Siempre creyó que era una idiotez. Pero antes que pudiese pensar en algo, sus propios pensamientos acabaron sorprendiéndolo una vez más. Distendió su párpado al oír la voz de su mente. Dicen que lo que uno dice sin pensar suele ser siempre lo que realmente se siente. ¿Pero qué ocurría cuando el corazón le hacía un golpe de estado a la cabeza y acababa tomando el mando de sus dictámenes?

    Aún daba vueltas por sus pensamientos aquel deseo furtivo que salió de su interior. Y entonces ella se apartó un poco, excusándose. Yagari, finalmente, levantó el rostro, observándola. ¿Estaba… llorando? Instintiva e instantáneamente, la mano que el cazador tenía sobre la cintura de ella, ascendió hasta su rostro, acercándose a su mejilla, y esta vez no dudó como momentos antes; no dudó como cuando estaban en el salón. Esta vez, con decisión, la guió hasta su mejilla, apartando él los rastros de lágrima que pudieron hacer quedado. Mientras efectuaba aquel gesto, negaba suavemente con la cabeza. Estaba absorto. ¿Por qué se ponía así? No obstante, cuando la explicación llegó, el absorto fue él. ¿Estaba llorando… porque estaba feliz? ¿Lloraba porque le alegraba verlo bien? Y pensar que ella tan fácilmente había alejado sus dudas. Sólo bastó una lágrima para que su preocupación se incrementase otra vez, hasta el punto de hacerle olvidar sus cuidados, sus reparos, todos los límites que ponía entre él y sus emociones; sólo bastó esa lágrima para derrumbar los cimientos del muro que ella ya había hecho pedazos momentos antes. Y otra vez se sorprendió a sí mismo al verla y ver su reflejo en sus ojos. Notó el color rosado, intenso, de sus mejillas. Así mismo, notó el de su nariz. Y si bien no supo qué responder a eso, sí supo cómo hacerlo. Con ambas manos envolvió su rostro, y entonces acercó sus labios a su frente, cerrando su ojo al tiempo que depositaba allí un suave beso. Era un gesto paternal, protector. Incluso sintió que el pecho le dolió. Aquel contacto, de algún modo, le dolía. Le dolía en la frialdad que tanto tiempo había llevado como mejor amiga. Le dolía en aquel duro corazón que quería resquebrajarse.

    - No llores –susurró contra su piel. Y al percatarse de lo helada que estaba, no pudo creer ser tan idiota. Ella no tenía abrigo, había salido a buscarlo así de desabrigada. Si sería despistada y arriesgada. Pero si esos adjetivos la definían bien en este momento, a él lo definía muy bien el ser un descuidado. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Inmediatamente comenzó a sacarse su abrigo, y tras hacerlo lo depositó sobre los hombros de ella. Con ambas manos, lo ajustó un poco a su contextura, envolviéndola bien y cubriendo su pecho. Podría darle un golpe de frío y acabaría en cama por semanas. Su mirada había estado concentrada en los detalles del abrigo, hasta que la alzó para observarla. Sus ojos estaban brillantes. En ese momento, se percató de las velas que tenía en sus manos, otra vez. Entonces, bajó la mirada nuevamente hacia el abrigo, y halló allí la rosa roja que adornaba el pequeño bolsillo. Lentamente, la quitó de su sitio. La observó por unos segundos, pero rápidamente se la extendió, volviendo a clavar su iris en los suyos. Le sonrió suavemente, e incluso su cansada mirada parecía también mostrar un claro brillo. Era algo simple, sencillo, pero valía como regalo de cumpleaños, ¿verdad?
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Jue Ene 29, 2015 1:35 am


    Sweet little words made for silence, not talk.
    Young heart for love, not heartache.
    Dark hair for catching the wind...
    Not to veil the sight of a cold world.


    El tiempo parecía haberse detenido en aquella extraña escena y, si era sincera, no tenía ganas ninguna de que los minutos volviesen a correr. No quería que aquellos instantes se perdieran en el pasado, al ritmo del incesante tic tiac del reloj, aquel que iba recordándonos segundo a segundo que cada vez nos iba quedando menos tiempo. Menos tiempo para reír, menos tiempo para llorar; cada vez teníamos menos tiempo para respirar hondo, para dejarnos caer, plácidamente, sobre una mullida capa de hojas y mirar al cielo; cada vez se acercaba más el final, dejándonos sin más tiempo para amar, para gritar hasta quedarnos roncos todo lo que quería salir de nuestro pecho. Por eso no quería que las manecillas del reloj volviesen a andar. Quería seguir allí mucho, mucho más tiempo, aturdida, perdida en algo que debía ser una especie de sueño. Quería seguir dejando que aquella extraña y única mezcla de la menta con un suave toque a tabaco me embriagase por completo, haciendo que perdiese la noción de donde estaba, si es que no la había perdido ya. Era tal el deseo por permanecer así y el miedo a que todo acabase que, inconscientemente, apreté el abrazo, como si así pudiese retenerlo; como si tuviese miedo a que, de repente, desapareciese... A que desapareciese como lo hizo Ichigo semanas atrás, convertido en cenizas, dejando apenas la leve sensación de su peso entre mis brazos por haberlo estado sosteniendo; a que se desvaneciese como si fuera de niebla, como si realmente todo fuese un sueño, convertido, una vez él desaparecido, en pesadilla.

    La nieve seguía cayendo, pausada, inmisericorde, tiñéndolo todo de un blanco puro. Sin embargo, a pesar del precioso color que iba decorando los árboles, el suelo, y poco a poco también nuestras cabezas, yo prefería seguir perdida en el negro de su pelo, de su chaqueta; prefería el negro que veía cuando cerraba los ojos y escondía la cara en su hombro, sintiendo aquella calidez que alejaba el cruel frío como si se tratase de alguna especie de escudo. En mi garganta, las palabras luchaban por salir, pero aquel silencio era tan pulcro, tan maravilloso, que interrumpirlo debería considerarse algo equivalente a un pecado. Dime, Universo, ¿por qué me aliviaba tanto verle tan relajado? ¿Por qué sonreía al sentir su pausada respiración, la calidez que desprendía, la ausencia de tensión en su cuerpo? No sabía cómo, pero sentía como si siempre me hubiese preocupado el cómo se sentía; parecía que mi costumbre de seguirlo a donde fuera y de causarle dolores de cabeza, era algo que estaba tan grabado en mi ADN como mi propio color de ojos o de piel. Desde el día en que lo conocí, poco a poco, a base de tratarlo, había ido viendo pequeñas grietas en aquella dura máscara, en aquel muro impenetrable, que parecían indicar que detrás de la fuerte y decidida figura del Vicepresidente había algo más. Sin saber por qué, quería ayudarlo, quería aliviar esa pesada carga que siempre parecía llevar sobre sus hombros; quería verlo sonreír de verdad, despreocupado. Y allí, después de un año, estaba viendo por completo al verdadero Yagari Touga. Y aquello era algo que me conmovía y me paralizaba a la vez, pues realmente no sabía qué hacer; simplemente seguía abrazada a él como si temiese que se fuera a esfumar. Y las preguntas y las extrañas emociones se dedicaban de mientras a golpear contra mi acelerado pecho, buscando la manera de salir. ''Dime, ¿por qué mis ojos siempre le siguen?'' Mi mente quería resolver un millar de cuestiones, cuando realmente mi corazón había tenido la respuesta durante mucho tiempo. Sin embargo, mi mente seguía agitada, exaltada; quizás aun no lo hubiese llegado a comprender, o simplemente tuviese miedo de hacerlo. Y la intuición, fiel aliada en más de una ocasión, apuntaba más hacia lo segundo.

    Sentía que la brisa me mecía, hundiéndome más en aquel estado adormilado, como si con el viento llegase a mi alma una imperceptible canción de cuna. Notaba que mi piel parecía recuperar algo de la temperatura que antes ostentaba, y todo gracias al milagro de sus manos. ¿Estaba bien mantener aquellas confianzas con mi superior? ¿Estaban bien mis emociones, me estaba comportando como debía hacerlo? Pero, ¿y qué más daba todo aquello? ¿Qué importaban las normas que los humanos mismos nos habíamos impuesto? No podía verlo como el Vicepresidente de la Asociación, sino como un hombre, como una persona; una persona importante en mi vida. ¿Y acaso un montón de códigos iban a impedirme que no me preocupase por él, que no me acercase siquiera? El único con potestad suficiente como para ordenarme que no me volviese a acercar era él mismo, y aunque me prohibiese permanecer a su lado, mi preocupación no se esfumaría; seguiría pendiente, apurada, observando los pasos que daba desde la distancia. Abrí los ojos cuando escuché su voz, perdiéndome entre los alborotados mechones negros, ya que seguía sin poder ver su rostro. Negué con la cabeza ante su disculpa, sonriendo levemente.- No tiene nada de lo que disculparse.- Le respondí en un tono suave, casi susurrante. Volví a dejar caer los párpados al sentir su abrazo más fuerte.- Siempre está ahí. Fue el único que se dio cuenta de lo que pasaba, a pesar de estar rodeada de gente. Fue el único que intervino, el único que me salvó... Siempre está ahí, tendiéndome la mano cuando parece que voy a caer hacia un abismo...- Apreté un poco lo párpados y me hundí un poco más en el abrazo, como si quisiera hacerme un ovillo sobre mí misma. Mi corazón iba empujando todo aquello hacia mi garganta, bombeando cada palabra con la fuerza de un huracán. De repente, algo hizo que saliese de mi estado de sopor. A causa del abrazo, un poco del hombro del vestido se había deslizado. No, no quería que viera aquellas marcas. No solo se trataba del corte de la daga, sino de los dos pequeños puntitos, casi imperceptibles, que aun quedaban de los colmillos de Ziel. El peliblanco había mordido con tal fuerza que, además de beberse mi sangre, parecía querer grabarme su marca personal. Sin embargo, como no acotó nada al respecto, me tranquilicé levemente, aunque el pecho me siguiese palpitando. Mis sentidos volvieron a centrarse en todo lo que él hacía, mi mente volvió a alejar todo lo demás, dejando cabida de nuevo solo para todos aquellos alborotados pensamientos. Escuché su suspiro, asombrada, conmovida, como si ese mismo suspiro me lo hubiese arrancado a mí del pecho. Solo tenía oídos para su voz, para el suave tono que utilizaba.- Me alegro...- Susurré, sonriendo contra su hombro. Entonces, de ahora en adelante, ¿debería tutearle? Aquello sí que me iba a resultar difícil. Siempre lo había tratado de usted, siempre había sido para mí ''Yagari-senpai'', como si aquel fuese su nombre. Un pensamiento más tranquilo apareció en mi mente, captando mi atención.- Yagari Touga...- Murmuré, pronunciando cada sílaba lentamente, quizás más para mí misma. Muy pocas veces había escuchado a alguien llamándolo por su nombre. Siempre por su apellido, siempre un trato cordial pero distante.- Touga...- Repetí para mí misma, pensativa, ensimismada, como una niña pequeña que acaba de leer en un libro de fantasía las palabras mágicas para un hechizo y quiere memorizarlas, con la esperanza de que surta efecto, con la ilusión y la inocencia de creer en los cuentos de hadas y en los finales siempre felices.- Es un nombre bonito.- Murmuré de forma casi inaudible; aquellas palabras se habían escapado sin mi permiso, pero en aquellos instantes estaba tan ensimismada, tan somnolienta de nuevo, que no tenía tiempo para apreciar que, para él, quizás fuese algo extraño oírme decir algo así.

    Mientras seguía dejando que mis dedos desenredaran cada mechón de su pelo, sentí su mano sobre mi cabeza. Mis párpados volvieron a bajar, encerrando tras ellos unos iris brillantes, conmovidos. La sensación de aturdimiento, de sopor, tan solo era alterada por aquella inquietud que sentía en el corazón. Mis emociones estaban manifestándose en contra de mi boca, la cual las mantenía encerradas, sin posibilidad de que saliesen atropelladamente de entre mis labios. Seguí acariciando aquel suave pelo negro como si fuese la tarea más importante del mundo; estaba completamente dedicada a su cuidado, a asegurarme de que estuviese bien. ¿Podía darse un momento tan dulce en una de esas malditas fiestas de Navidad? Aquella vez no había vampiros Pura Sangre desquiciados, ni tampoco los desertores estaban aprovechando para darnos un tiro por la espalda... ¿Qué ocurría? ¿Realmente existía aquel milagro de la Navidad? Una tenue sonrisa se formó sobre mis labios mientras dejaba que mis dedos se perdiesen entre los senderos que formaba su cabello. Me encontraba tan contenta, tan despistada y a la vez tan paralizada, que no sabía cómo actuar ni qué más decir. Alcé los párpados, algo sorprendida, cuando noté su mano sobre mi nuca. ¿Había sentido alguna vez un contacto así de cálido, así de agradable? Volví a dejar caer los párpados, hundiendo la cara en su hombro, ocultando de nuevo las mejillas sonrojadas. Aquel contacto me tranquilizaba y me alborotaba tanto a la vez... Realmente quería que aquella noche tuviese un feliz cumpleaños improvisado, igual que estaba siendo para mí un momento extraño y único. A la par que las lágrimas iban descendiendo, ayudando a que la presión de mi pecho disminuyese, traté de decírselo, pero los sollozos tenían más fuerza que mis cuerdas vocales. Estaba tan confusa, tan exaltada, tan contenta y tan conmovida. Era capaz de calmarme, de adormecerme, de aturdir completamente mis sentidos a su merced; y, a la vez, hacía que al mínimo gesto suyo ya estuviese pendiente de él, alerta a cualquier movimiento para ir trotando detrás suya. Seguía sosteniendo con cuidado aquellas velas, como si se tratasen del más codiciado tesoro, mientras en mi interior me daba cuenta de que ya no me hacía falta pedir ningún deseo. Los sollozos y las lágrimas se detuvieron en el momento en el que sentí su mano sobre mi mejilla. ¿Para qué pedir nada cuando estaba viendo un milagro? Alcé los párpados, levantando a la vez mi mirada. Su dedo se había encargado de ir borrando todos los rastros que las lágrimas pudieron dejar sobre mi rostro, con delicadeza, con suavidad. Coloqué mi mano sobre la suya mientras aun quitaba las lágrimas. Quise ver su rostro, pero ya estaba demasiado cerca como para poder verle la cara. Tan solo tuve tiempo para lanzar una pequeña exclamación ahogada y sentir cómo el corazón me daba un vuelco completo.

    Mantuve los ojos completamente abiertos, impactada, hasta que finalmente me acabé rindiendo a aquel contacto. Bajé los párpados, dejando que mis ojos se cerrasen, guardando unas pupilas brillantes y humedecidas. Aun cuando sentí que separaba sus labios de mi frente, no hallé la fuerza suficiente como para alzar la mirada. Tan solo asentí como una tonta cuando dijo que no llorase, en un gesto torpe y nervioso. El pecho me dolía. Me dolía tanto que, por un momento, pensé que tendría que acabar llamando a una ambulancia. Todas las palabras calladas y todas las emociones reprimidas se agolpaban, aplastando mi corazón, a punto de hacerse añicos, hacia el estómago. Tenía miedo, y no precisamente por la salud de aquel órgano; tenía miedo porque, en aquellos momentos, llegué a comprender perfectamente por qué Rose lo quería tanto. El temblor de mi cuerpo había disminuido, pero no cesaba; ya no solo por el frío, sino por los nervios que me carcomían por dentro. Noté que se retiraba. Abrí levemente los ojos, sin atreverme a mirarlo directamente. Seguramente, mi cara podría usarse para cocinar en aquellos momentos, pues sentía el calor desprenderse de ella como de una caldera. Cuando sentí su abrigo sobre mis hombros y el cuidado que puso en colocármelo, finalmente, me atreví a mirarlo directamente a su ojo. Sorprendida, impactada y levemente temblorosa, miré fijamente aquel pedacito de cielo invernal. Tal vez solo fuera lo exaltada que me encontraba en aquel momento, pero podría jurar que no estaba nublado, como otras veces. Era un iris claro, brillante. ¿Cómo...? Finalmente, en mi rostro impactado, acabó formándose una tímida sonrisa. Me sentía extraña. Era como si lo acabase de conocer, cuando en realidad ya era todo lo contrario. Sin embargo, era como si alguien nuevo estuviese allí, delante mía, con aquella mirada brillante y aquella sonrisa. Tardé un poco en bajar la mirada hacia aquella rosa que me tendía, aceptándola con dedos tímidos, temblorosos. Sin embargo, en vez de cerrarse en torno al tallo de la rosa, mis dedos se posaron sobre los suyos. Mientras sujetaba su mano, volví a alzar la cabeza y lo miré, esta vez con una amplia sonrisa y una mirada completamente conmovida.- ¿Ve como hay que celebrar los cumpleaños?- Le dije, con voz temblorosa.- Los deseos se cumplen de verdad... Le estoy viendo feliz, es la prueba de ello.

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    Mensaje por Yagari Touga Vie Ene 30, 2015 9:34 pm

    “Siempre está ahí, tendiéndome la mano cuando parece que voy a caer hacia un abismo…”
    En realidad, eres tú la que tiende su mano, permitiendo que alguien, al salvarte, se salve también.



    La rosa, intensa en su melodía carmesí, era lo único que ahora se interponía entre ambos. Mientras aguardaba a que ella la tomase, su claro iris no podía dejar de contemplarla. Y al sentir que estaba sonriendo, quizás como hacía tiempo no lo hacía, no estaba muy seguro de qué sentir o qué pensar; mucho menos de qué decir. Simplemente estaba ensimismado, y aunque la nieve cayera y se hundiera cual agujas en la piel de sus manos, el candor que emanaban la contrarrestaba de un modo inminente. Aunque no pudiera entenderlo ni quisiera admitirlo –más lo segundo que lo primero-, era tal la agitación interna que bastaba para, en unos minutos, convertir aquel gélido corazón de roca en una hoguera implacable. Y recordar sus suaves caricias y cómo su cabello, adormecido, era aplacado por su tacto. Ni siquiera la brisa se atrevía a continuar removiéndolo, pues ¿qué sacrilegio sería aquel? Incluso la mano de un ángel no se atrevería a interponerse, porque allí había algo mucho más grande, algo que lo excedía incluso al mismo Dios, si es que alguien daba certeza de su existencia. Yagari se había rendido ante ese sublime frenesí, ante aquel sol que irradiaba suavemente la cara más frívola de la tierra en un precioso amanecer. Y es que la oscuridad dentro de él siempre querría la luz dentro de ella, y a medida que se daba cuenta de ello, comprendía que cada vez estaba pisando más y más la línea de fuego. Comprendía que, como dejase que esto continuara  y no se preocupara por levantar el muro otra vez, de una buena vez, y para siempre, ya no habría retorno. Estaría completamente perdido, en sus ojos, y en lo prohibido. Como una roja y jugosa manzana en un día de calor y sed insoportables, ella estaba allí, recordándole lo que era tener Hambre y no poder probar bocado alguno. Cual fruto prohibido, martirizaba sus más inconcebibles deseos. Y ahora que estaba casi seguro de ellos, la preocupación aumentaba, fiel amigo del temor, y no dejaba su incesante corazón en paz.

    Aún sentía la cálida sensación de su mano sobre la suya, justo cuando los intrépidos impulsos lo guiaron a tocar su rostro. Y mientras aguardaba a que ella tomara la flor, sus pensamientos viajaban, rememorando cada detalle, cada suceso que se volvía infinito en el tiempo en que se encontraban de esta manera, en este silencio. ¿Desde cuándo su mirada sobre ella había cambiado? ¿Desde cuándo esta terrible necesidad de tenerla cerca, sin pensar en el ámbito laboral-escolar que a ambos los relacionaba? Quizás porque nunca la había visto con otros ojos. Quizás porque nunca debió, siquiera, plantearse el hacerlo. Pero ella había sostenido su corazón sobre la palma de la mano esta noche, incluso sin ser consciente de ello. Todos los nervios y las tensiones que lo rodeaban, hundiéndolo, ella los había disipado, aunque fuera la culpable de muchos de ellos. Pero, ¿no era ella, acaso, la culpable de todo esto?  Porque día a día, hora tras hora, fue clavando más hondo su daga, su dulce presencia, haciéndole creer que todavía había esperanza, que aún existían las buenas personas, y que no todo estaba perdido, aunque él ya lo estuviera, en cierto modo. Y también, en cierto modo, poco le importaba. Ahora mismo, en esta noche, sentía que era otra persona, o que su “yo” verdadero, muy oscuro, hundido en lo profundo de sus paredes de hielo, estuviese aflorando, tomando el control de sus acciones y emociones, trabando sus pensamientos de modo que no pudiesen interferir con las racionalidades de siempre, con lo que está bien y lo que está mal. Al fin y al cabo, ¿no es acaso todo muy relativo? Y jamás tuvo tantas ganas de enviar la lógica al diablo como en este instante. Tan sólo recordaba cómo ella había pronunciado su nombre… Cómo aquel apellido, emblema de poder y responsabilidades en este crudo mundo, se veía aplacado, ínfimo, acompañado del dulce tono de su voz. Quería que pronunciase su nombre otra vez, y otra, y mil veces más. Que lo trajese de nuevo al mundo real, que lo atase, de algún modo, a la tierra, aunque lo que ella estuviera haciendo, fuese, precisamente, todo lo contrario.

    Un copo blanco cayó sobre un pétalo de aquella rosa. La mirada suave pero persistente de Touga continuaba hollando en el interior de los ojos oscuros de ella. Creía que aún perduraba sobre su pulgar la humedad de sus lágrimas, las cuales había procurado quitar con sumo cuidado, como si fuese la tarea más importante del mundo, del mismo modo en que ella había procurado hacer de él el único receptor, en esta noche, de sus caricias. Y, finalmente, sus dedos rodearon la rosa, pero se atrevió a más, y junto con la rosa, rodeó sus dedos también. Touga sonrió suavemente, acompañando aquel gesto con un tenue y adormilado parpadeo. Tras colocarle su abrigo, pudo percatarse del rubor de sus mejillas. Y si bien cualquiera hubiese podido hacerse el tonto y desentendido del hecho, Yagari era muy perspicaz. Era demasiado observador como para no tener consciencia de lo que ocurría, así como era lo suficientemente maduro como para no darle vueltas al asunto como un chico de diecinueve años podría. Yagari era un hombre, y como tal, sabía que cada acción conllevaba una reacción, y que cada consecuencia pesaría sobre su cabeza. Quizás todo fuera más fácil si no llevase todas esas responsabilidades sobre el hombro. Todo sería mucho más fácil si no fuera el Vicepresidente de la Asociación de Cazadores. Es más, ahora todo se volvía más complicado, porque en ausencia de Wintersnow, el Presidente actual era él. ¿Y cómo evitar preocuparse? ¿Cómo no querer detener esta oleada de sentimientos que sabía que no podía permitirse? Pero allí estaba ella, sonriéndole, con ojos brillantes, mientras aquellas dos velas seguían descansando sobre su mano. Entonces, silencioso, sacó de uno de sus bolsillos un encendedor, pero esta vez no iba a utilizarlo para estropear este ambiente con el humo del tabaco. Esta vez, iba a aprovechar la oportunidad para cortar con aquel contacto visual que estaba matándole, incrustándole mil flechas en su raciocinio. Giró la pequeña rueda con el dedo pulgar y la llama apareció. No obstante, cuando iba a acercar su mano hacia las velas para encenderlas, ella habló.

    Ella habló y él perdió la poca razón que le quedaba.

    “Los deseos se cumplen de verdad… Le estoy viendo feliz, es la prueba de ello”. Cada sílaba se insertó en sus oídos, aturdiendo sus sentidos y enmudeciendo sus razones. ¿Por qué..? ¿Por qué se esmeraba tanto en verlo bien? ¿Qué era lo que ella buscaba en él? La mirada de Touga se elevó hasta observarla, otra vez. Sin embargo, la seriedad se había adueñado de su rostro de repente. Pero no era una seriedad hostil, sino una completamente sorprendida, como de quien medita algo interiormente mientras le muestra al mundo un semblante severo. Pero lo cierto era que, por dentro, ardía una hoguera, y no precisamente por todo el odio que cargaba consigo a menudo. Este fuego era diferente, pues sus llamas no quemaban y destruían todo a su paso, sino que envolvían suave y cálidamente la sangre que corría por sus venas. Y mientras más la miraba, más lo entendía, y más maldecía y se atemorizaba. Había intentado reprimir la verdad durante demasiado tiempo. Siempre buscando esquivar sus pasos, sus roces, cada gesto que le invitara a olvidar todo aquel peso que no quería. Siempre había luchado contra sus sentimientos, sin darle rienda suelta en lo más mínimo, y había logrado llevar la victoria durante diez años, pero ahora, ante un simple parpadeo de ella, parecía que todo el esfuerzo había sido arrasado por una tempestad. Cada copo de nieve se ocupó en sepultar todo lo que él debía hacer, dando paso, sigilosamente, a todo lo que quería. Y mateniendo, entonces, su mirada en la suya, no tuvo tiempo ni opción.

    Enamorada pupila en rostro de hielo.

    El mechero cayó al suelo, apagándose en la blancura invernal. Tempestivamente, sus manos fueron a encerrar el rostro de Rangiku, cálidas e inmensas en comparación a este. Todo el cuerpo de Yagari reaccionó, sin siquiera preguntarle. Como si ella hubiera dicho las palabras mágicas, desató el conjuro que mantenía al hechicero bien custodiado en su celda de acero. Debido al impulso, a Rangiku no le quedaría más opción que retroceder levemente, acompañada por el cuerpo del cazador que avanzó hacia ella, sin pedirle permiso. En cuestión de segundos, su frente estaba pegada a la suya, y cerrando suavemente su ojo, ejerció algo de presión con sus manos, sin hacerle daño, percibiendo la suavidad de su piel y las caricias que su cabello otorgaba a sus dedos a causa de la brisa.
    - ¿Por qué me haces esto..? –susurró, respirando lentamente, pero de forma algo ajetreada, mostrando una expresión dolida tras cada sílaba. Podía sentir el roce de su nariz con la suya, y cómo el aire que ella exhalaba entibiaba sus labios-. Hace tiempo que estoy intentando evitar esta  locura, pero tú… tú me arrastras, no me dejas opción –murmuró elevando un poco la voz, culpándola dulcemente mientras presionaba suavemente sus mejillas-. ¿Sabes lo que siento ahora? Que aunque miles de razones me dicen que tengo que detener esto, simplemente no puedo, porque no puedo dejarte ir… y eso me está matando –confesó muy cerca de sus labios, en aquel tono íntimo, pausado y grave, sintiendo cómo la electricidad de ese contacto estaba acabando con la poca cordura que quedaba en él-. Di mi nombre otra vez, Rangiku –arrastró su nombre en un susurro, ronzando, inevitablemente, sus labios con los suyos-. Hazme sentir vivo… Hazme saber que aún sigo aquí… y que tú sigues aquí conmigo, porque esto se siente como el verdadero infierno –concluyó, completamente abatido, rendido a ella y al poder que ejercía sobre él. Este contacto le dolía, le quemaba; le adormecía y le alteraba, envolviéndolo. Lentamente, permitió que el celeste de su ojo emergiera otra vez, y éste se encontró de frente con el abismo oscuro de sus pupilas. ¿Y estaba mal? ¿Estaba tan mal que este fuera su deseo y que ella fuera su Milagro de Navidad?
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Lun Feb 02, 2015 2:56 am

    De la misma manera te lo pido...
    Háblame, muestra compasión por mí.
    De todas formas, llegará el día en el que muera por ti.

    Sonreía. Sonreía al sentir el suave tacto de sus dedos debajo de los míos, y sonreía al verlo sonreír a él, no solo con los labios, sino con su mirada también. Sentía que, el día en el que lo escuchase reír, acabaría muriendo de dicha. Cada gesto llevado a cabo aquella noche, cada palabra pronunciada... todo aquello se estaba incrustando en mi alma, se estaba grabando a fuego en mi corazón. El miedo por unas emociones que no debería sentir se había adueñado de parte de mi pecho, pero por otro lado había tanta dulzura en aquel instante que no podía dejar que algo así lo estropease. Aquello era mágico, único, maravilloso. Si tan solo él supiese cuánto significaba para mí verle aquella expresión en el rostro... Si tan solo pudiese hacerse una idea... Aquella expresión en su rostro me arrancó un suspiro, maravillado y aliviado. Qué importaba la nieve, qué importaba el frío... Todo parecía haber perdido importancia. ''Reconócelo ya, Rangiku. Deja de crear dudas en tu mente cuando sabes perfectamente por qué le sigues allá a donde va''. Aun sentía el calor de sus manos sobre mis hombros, las cuales se habían encargado de alejar todo el frío, de protegerme cual escudo; tal y como había hecho momentos antes, en el salón. Él siempre estaba ahí, tranquilizándome al sentir su presencia, alterándome cuando le veía sufrir de la manera en la que fuese. Él siempre estuvo ahí, todas aquellas tortuosas noches, sentando en aquella incómoda silla del hospital, velando por mi descanso. Y yo tan solo podía resignarme y aceptar aquello, sintiendo que el corazón me saltaba de alegría cuando me hablaba, como cuando me preguntó por el libro que estaba leyendo. Mi corazón, en aquellos instantes, había saltado con la misma euforia que mostraba el conejito rosado que me había regalado la primera vez que lo vi después de haber vuelto a la vida. Aun podía recordar la expresión que mostraba en aquellos instantes, y no pude evitar compararla con la que mostraba ahora, igual que no podía dejar de pensar en lo suave que había resultado su pelo, igual que el pelaje de terciopelo de aquel pequeño gatito que también él mismo me había obsequiado. No me quería atrever ni a parpadear, pues no quería romper aquel contacto visual con él. No quería perder de vista aquel lucero celeste que me guiaba a través de la oscuridad, quizás llevándome hacia una salida segura, quizás atrayéndome hacia una locura.

    Parecía que, por una vez, todo estaba bien. Por una vez, el tiempo parecía haber querido ser amigable conmigo y se había detenido, permitiéndome que pudiese disfrutar un poco mas de aquel momento irrepetible. Si lo llegaba a pensar con frialdad, aquello podría resultar peligroso; no podía olvidar la fiesta de carnaval, en la que acabé tan triste simplemente por su actitud, la cual estaba impulsada por su propia tristeza. No debía olvidar cómo me habían dolido cada una de sus palabras aquella vez, en el bosque. Si ya tenía aquel poder sobre mí por aquel entonces, ¿ahora hasta dónde podría llegar su influencia en mí? Me tenía completamente en la palma de su mano. Si él movía los hilos hacia un lado, yo iría hacia allí; si decidía arrojarme por un barranco, dudaba que le pusiera resistencia. ¿Cuán infinito era su poder sobre mí y cuán grandes eran aquellas emociones que tanto había estado tratando de reprimir? Y es que amar era darle a la otra persona el poder de destruirte de la manera más cruel y dolorosa posible; era el sentimiento de los locos, de los suicidas. El amor era el protagonista de casi todas las tragedias. ¿Por qué nacimos los seres humanos con tal destino? ¿Por qué aceptamos aquella hermosa rosa, aquel sentimiento tan preciado y tan destructivo? ¿Por qué necesitamos urgentemente proteger a alguien, sentir que está bien? Y es que todo lo que había acontecido había ocurrido por mi propio impulso, por mi propia preocupación al verlo marchar así del salón. Porque no quería ver aquella expresión preocupada en su rostro, porque no quería que sus manos se manchasen de sangre, aunque fuese algo muy difícil en aquella profesión. No quería ver su mirada turbia; quería ver aquel iris cristalino que tan fascinada me tenía aquella noche. Lo observé con un cariño que no me debería estar permitido mientras sacaba el mechero. ¿Iba a encender las velas? La ilusión se reflejó en mi rostro, mientras lo observaba hacer, colocando bien las velas para que pudiera encenderlas. Era una pena que al final no hubiese podido conseguir ningún dulce en el que ponerlas.

    Alcé completamente los párpados, sobresaltada, cuando dejó caer el mechero al suelo y sus manos sujetaron mi rostro. ¿Qué ocurría...? Qué... ¿Qué había pasado? Las velas y la rosa cayeron inevitablemente hacia el suelo, junto al mechero apagado, debido a que por la sorpresa había abierto las manos. Todo su cuerpo se abalanzó hacia el mío, haciendo que retrocediera instintivamente para no caer hacia atrás. Sin embargo, a pesar de los pasos dados, la distancia entre ambos no se acortó, sino todo lo contrario. Estaba completamente atrapada por sus manos y por su ardiente mirada, la cual me atraía cada vez más, como si los ojos de ambos fuesen, respectivamente, los polos opuestos de un imán. ¿Qué podía hacer? Había caído completamente rendida ante aquel helado azul; aquel brillante trozo de hielo que quemaba más incluso que el fuego. Su frente estaba completamente pegada a la mía, por lo que su rostro quedaba más cerca de lo que nunca había estado. Y no quería que se alejara. Allí, atrapada por sus cálidas palmas y por mi propio remolino de sentimientos, me sentí como hacía meses, cuando me atrapó entre él mismo y la pared de la cueva que debía ser nuestro refugio. La diferencia se hallaba en que, mientras que aquel momento había querido hundirme en la pared de la roca, retroceder aun más, alejarme... ahora lo que quería era todo lo contrario. Y el miedo que me provocaban aquellos pensamientos fue sustituido por una puñalada de dolor al escuchar sus palabras. ¿Yo...? ¿Yo le estaba haciendo daño? No. No podía creer eso, no quería creerlo. Sin embargo, mientras seguía escuchando sus palabras, poco a poco iba comprendiéndolo más. Aquel dolor inicial que había sentido, creyendo que le estaba causando algún mal, fue dulcificándose; era un dolor que necesitaba en esos momentos para poder seguir respirando, para creer que realmente estaba despierta. Tan perdida ensimismada estaba en su voz que no fui consciente de que sus labios se habían acercado tanto. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo pensar si mi corazón había arrojado a mi mente y a toda la cordura por la borda? Sentía su cálido aliento sobre mi boca. Observé, conmovida, cómo había cerrado su ojo. Y, de repente, aquella petición.

    Dejé caer los párpados, rendida ante él, cuando sus labios acabaron por rozar los míos. ¿Había vuelta atrás? No lo creía. Al menos, no para mí. Todas las preguntas que antes habían rondado mi alma, tratando de ocultar la evidente verdad que mi corazón ya conocía desde hacía tanto, se habían disipado en el aire como una bocanada de humo. Ahora todo me había quedado claro. No sabía desde cuándo ni cómo había ocurrido aquello; pero sí estaba segura de lo que sentía. Sabía que si aquello seguía, no habría salida; pero es que no la quería. Quería perderme en su mirada, en el calor de sus manos. Deseaba olvidarme de todo lo demás como nunca antes lo había hecho. Quería perder la noción del tiempo, aun más si cabía; quería perder la noción de dónde estaba, quién era... y que todo fuese por él. Aunque un leve temblor aun recorría mi cuerpo, los nervios se habían ido disipando poco a poco hasta cierto límite. Posé mi mano sobre una de las suyas, mientras aun sostenía mi rostro, acariciando su piel. Su párpado había vuelto a elevarse, mostrándome de nuevo el único cielo que existía aquella noche para mí. Bastó un leve movimiento para que, de manera delicada, la yema de mis dedos se deslizase desde su mano hacia su rostro, tan cerca del mío. Alcé la otra mano y la llevé a su rostro, colocando al poco ambas manos sobre sus mejillas, encerrando su cara de la misma manera en la que él me tenía, solo que de manera más suave y con una diferencia más que notable entre el tamaño de las manos. Clavé de nuevo mi mirada en la suya, conmovida y felizmente aturdida.- Touga...- Susurré, notando el cruel y cálido roce de sus labios. Cuanto más prohibido debía estar algo, más se deseaba. Acaricié una de sus mejillas, cediendo ante el impulso, ante la repentina urgencia que se había apoderado de mi ser.- Touga...- Volví a susurrar, hechizada por el embrujo de su nombre.- Sigues aquí, y yo sigo contigo... Y nunca, nunca me iré...- Musité con voz temblorosa.- Por eso... por favor... nunca te vayas.- Le rogué, volviendo a cerrar los ojos para evitar que las lágrimas volviesen a rodar, dejando que mi corazón soltase de una buena vez lo que quería decir desde hacía tanto.- Nunca te vayas...- Volví a rogar, apretando inconscientemente los dedos sobre sus mejillas, sintiendo mis labios ardiendo ante el roce de los suyos, pensando que perdería la cabeza ante aquel dulce contacto. Y realmente debí haberla perdido, pues sucumbiendo ante el impulso, ante la tentación, me bastó levantar un poco los talones para pegar mis labios completamente a los suyos. Fue un gesto torpe y tímido, propio de alguien que jamás había tenido contacto alguno de aquel tipo; y es que aquel era, precisamente, el primer beso que daba. Y quería que se lo quedara solo él.

    ¿Desde cuándo era capaz de algo así? Si hubiese podido viajar en el tiempo meses antes y hubiera visto aquello, seguramente me habría desquiciado, avergonzada de mi propio atrevimiento y por no haber sabido controlar las emociones. Separé mis labios al poco, dejándolos a la misma distancia a la que habían estado antes, aun sintiendo la calidez que desprendían los de él. Mi corazón bombeaba fuertemente, haciendo que el rubor de mis mejillas continuase perenne en ellas. No me atrevía a abrir los ojos. Sin embargo, el crujir de unas pisadas me hizo salir de aquel estado de sopor.

    Los ojos marrones de Shinji estaban completamente abiertos, mostrando una expresión impactada en el rostro.- ¿Qué...?- Sin palabras, avanzó lentamente un par de pasos y se volvió a detener a escasos metros, pasando su sorprendida mirada de uno a otro, como si estuviese viendo un partido de tenis. Giré el rostro hacia él, bajando las manos y observándolo completamente paralizada. El rostro del cazador era una máscara confusa, impactada y, hasta cierto punto, podría decirse herida. Él era como una especie de padre o de hermano mayor, por lo que quizás se pudiese comprender aquella reacción; la reacción del hermano mayor que ve que su hermana comienza a acercarse a límites demasiado peligrosos.- Shin...ji...- Murmuré, completamente paralizada. ¿Qué podía decirle? Tan solo podía decirle la verdad, pero no sabía cómo reaccionaría. La confusa mirada del cazador se posó sobre Yagari, escrutándolo de tal manera que parecía estar buscando en el criminal la prueba del delito.- ¿Qué está pasando?- Musitó, en un tono dolido y seco. ¿Por qué tenía que pasar eso? ¿Por qué las cosas siempre se tenían que torcer? ''No... Por favor, no...'' Aquello era mi castigo por sucumbir a probar lo prohibido. Aquel era el castigo que me imponía la Naturaleza por desafiarla, por atreverme a dar un paso que no debía; por atreverme a enamorarme de quien me estaba vedado.
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    Mensaje por Yagari Touga Miér Feb 04, 2015 3:43 pm

    Así, en aquella cercanía, no podía más. Al igual que los planetas se alinean una vez en mucho tiempo, del mismo modo las emociones del Vicepresidente estaban entrelazadas entre sí, haciéndolo sucumbir ante la añoranza, la desesperación, la ilusión de sentir calor en sus venas una vez más. Pero todo era tan complejo, tan complicado y frustrado. ¿Por qué? ¿Por qué de entre todas las personas en el mundo, en este continente, en este pueblo, tenía que ser ella, una joven de apenas dieciocho años, con toda una vida por delante y mucho, demasiado, que perder? ¿Por qué estos sentimientos no podían dejarle en paz, haciéndole evitar este terrible error tan ansiado? Pero lo cierto era que ya no había vuelta atrás. No había modo de detener esto una vez comenzado. Sentía el roce tortuoso de sus labios con los suyos. Su mirada era un verdadero abismo lleno de dudas, incertidumbres, secretos, misterio, tanto para él como para ella, seguramente. Pero ni siquiera era capaz de quebrar ese contacto. No era capaz de romper el hechizo, de lanzar esta situación al demonio como había hecho tantas veces antes. Simplemente no podía alejarse, y estas cadenas invisibles estaban rasgando su piel mucho más que cualquier metal. ¿Ahora sería capaz de comprender por qué él no podía estar con Rose? ¿Ahora podría entender a quién quería realmente?

    Y de quien, de tantas maneras, se lo alejaba.

    Su respiración se había vuelto algo agitada. No estaba nervioso, pero sí confundido, aunque todo fuera más claro que el agua en ese momento. Y es que esta cercanía, este contacto tan suave y sutil así como también intenso y arriesgado, estaba volviéndole loco, desquiciado.  Ejerció algo más de presión sobre el rostro de ella, obligándola a elevar un poco el rostro, mirándolo más directamente. Sus labios pendían, levemente entreabiertos, sobre la boca de Rangiku Matsumoto. Tan sólo bastaba un centímetro más para que todo acabase por irse realmente a la mierda, y porque lo que tanto deseó se concretase. Bastaba tan poco y había tanto que perder. Y aún así, contra todos sus razonamientos y sus sentidos más lógicos –si es que le quedaba alguno ya- continuaba eligiendo esto; continuaba eligiendo traspasar los límites, ver hasta dónde podía estirarse la cuerda, porque esto apenas empezaba, y si la llamarada crecía así de feroz, no había manera de apaciguarla de un día para otro. Y eso era lo peor, lo más peligroso. Francamente, no estaba seguro de qué era capaz de hacer, de cómo reaccionaría mañana luego de lo que fuese que aconteciera aquí. Siempre podría culpar al alcohol, pero eso sería una gran mentira; una mentira mucho más grande que todas las que quiso hacerse creer a sí mismo, sosteniendo que esto era sólo una sensación al pasar, un sentimiento estúpido nacido de ninguna parte, que se evaporaría al otro día, del mismo modo en que lo hacía una gota de rocío con la salida del sol. Además, él no era ningún cobarde. Y sólo los cobardes no se hacen cargo de sus acciones. Con tantas cadenas intentó asegurar sus sentimientos, que finalmente el encadenado por ellos acabó siendo él. Y ahora su cristalino iris continuaba observándola, recorriendo cada línea de su rostro. Él era como un simple insecto siendo atraído por toda esa luz. Y por un momento temió que si accedía a esto, si la arrastraba a esta locura del mismo modo en que ella lo había hecho con él, toda esa luz se esfumaría, hasta que no quedase nada y sólo dolor.

    Ante pensamientos tan oscuros, una mueca sutil de dolor cruzó su semblante. Frunció el ceño y tensó la mandíbula, cerrando su ojo otra vez. Iba a hablar, iba a decirle algo otra vez, pero la voz de ella acabó por sofocarlo, por atraparlo otra vez, y lo trajo de vuelta hacia la luz, tal como lo había hecho antes, tal como siempre había sabido hacer. Abrió su ojo nuevamente, y su expresión se había vuelto mansa y relajada otra vez. El perro solitario había encontrado un hogar al cual volver, y por primera vez no tenía intenciones de morder la mano de quien le daba de comer. Su nombre fue susurrado una, dos veces. Sus pequeñas y suaves manos estaban sujetándole, cerca. Yagari se había tomado todos los derechos, acercándose quizás demasiado, más de lo permitido, quebrantándolo todo, incluso sus propios principios. Ella podría haberlo apartado, haberlo enviado al infierno de un golpe, que él no se inmutaría, sino que lo recibiría todo como un buen lacayo. Al fin y al cabo, ¿quién era él como para encerrarla así, entre la espada y la pared? ¿Quién era él como para tener derecho a rozar sus labios aunque fuese por un mísero segundo, como si mendigase una simple miga de pan en medio del pleno invierno? En cualquier otro momento, él jamás hubiera tomado semejante decisión. Jamás se hubiera  rebajado así, y mucho menos a una niña, como recordaba haberle dicho aquella vez en el bosque, hiriéndola con las palabras justo antes de que una bala acabase por herirla por completo. “Eres solo una niña”, le había dicho; “eres sólo una niña y pareciera que desde que has llegado a la Asociación no haces más que darme dolores de cabeza”. Tales palabras, tan ciertas y tan bruscas, se clavaban ahora en el pecho de él, acompañadas del dulce sonido de su nombre siendo articulado por sus labios. Su mirada estaba tan perdida, tan dolida y preocupada como aquel día. Al fin y al cabo, más allá de la rudeza de cada sílaba, no se había equivocado del todo: ella era una niña, llena de inocencia y un mundo vasto esperando ser recorrido por sus pies, y a él no le daba más que preocupaciones, verdaderos dolores de cabeza, porque a cada paso que su ser inexperto y curioso daba, sentía que debía estar allí, protegiéndola de cada bache en el camino, de cada peligro, de cada gota de sangre. La luz era fuerte contra la oscuridad, pero podía ser tan sencillo ahogarla hasta hacerla desaparecer. No obstante, su voz siempre lo traía de vuelta, y sentía que ninguno de los dos, en este preciso instante, eran los mismos de aquella fatídica noche luego de aquella misión frustrada que casi termina en tragedia.

    Una expresión conmovida, sufrida, se apoderó de él ante aquellas palabras, ante aquella petición que sonaba tan desesperada. ¿En verdad ella lo necesitaba como en este momento él la necesitaba a ella? Negó con la cabeza suavemente, sin soltarla ni separarse ni siquiera un milímetro. Quería jurarle que nunca lo haría, que nunca se iría, pero sabía que sería una pésima promesa, pues se trataba de algo que quizás, por mucho que le pesase, no podría cumplir. Y ahí residía su maldición, su tragedia. Jamás fue un hombre común y corriente, y fue criado en un escenario que distaba demasiado del de cualquier joven muchacho. La vida, a golpes, le había enseñado que prometer era una idiotez, pues aunque luches por cumplir cada palabra, un giro inesperado podía dejarte completamente solo, defraudado y defraudando. Y la Muerte no perdona a nadie. Yagari hoy estaba, ¿pero mañana? ¿Qué ocurriría mañana? ¿Y ella? ¿Ella seguiría sosteniendo lo que decía con las primeras luces del amanecer? Y pensó que, si tan sólo se lo prometiese, tendría un motivo para mantenerse vivo, porque alguien esperaría por él.

    Una de sus manos recorrió el contorno de su rostro, deslizándose con suavidad por su negro cabello. Mientras que con la otra sostenía firmemente su mejilla, aquella fue a posarse en la base de su espalda con extrema suavidad. Tenía tanto por decir. Quizás todos estos años habían dejado más de una secuela, de una cicatriz, en él. Y ahora que las palabras desbordaban, se encontraba incapacitado para continuar hablando. Estaba soportando este contacto, este anhelo prohibido, y aunque moría por besarla de una maldita vez y acabar con toda esta mentira en sí mismo, no quería propasarse; no quería probar esos inocentes labios, como si sintiese que iba a ensuciarla al mínimo contacto, y es que él se sentía tan tóxico, tan lleno de todo tipo de pecados. Y no se equivocaba, pues su vida se describía a través de una infinita hilera de situaciones donde sus manos estuvieron más que manchadas de sangre. E iba a hablar, quería hablarle, aunque fuera para pedirle disculpas. Quería tanto decirle que ella estaba matándolo así como pedirle que se olvidase de todo esto e hiciera como si nada hubiera ocurrido. Era tan contradictorio su interior. Se sentía abrumado, confundido, y estaba asustado, como aquella vez donde ella casi pierde la vida entre sus brazos. No obstante, Rangiku actuó contra todas sus presunciones. Ella elevó un poco su cuerpo, poniéndose en puntas de pie. Touga apenas pudo reaccionar. Quién diría que el sorprendido acabaría siendo él. Sintió sus cálidos labios sobre los suyos. Su párpado cedió levemente, dejando entrever el celeste iris como en una pequeña y fina línea. Por primera vez él no estaba alerta a nada. Por primera vez tenía la guardia baja. Suavemente la envolvió un poco más con su brazo, mientras aún estaba sosteniendo su rostro. Se trataba de un beso tímido, frágil, tembloroso. Cuando ella se apartó, él aún podía sentir la tenue caricia sobre sus labios, como si se hubiera tratado de una sublime brisa. A juzgar por su expresión y gracias a lo observador que era, pudo entender muchas cosas mediante aquella cercanía. Su nariz aún rozaba la suya, y con delicadeza acarició su mejilla, hasta tomar su mentón. El silencio era sepulcral, pero aquel crimen tuvo un espectador.

    La voz de Shinji resonó entre los árboles. Cuando Rangiku abrió los ojos, Yagari pudo notar cómo el brillo de los mismos cambió. Finalmente, sus labios acabaron por anunciar lo evidente. Lentamente, Touga dirigió su mirada hacia la silueta masculina que se elevaba a escasos metros. Lo podía ver de reojo, por el rabillo, y la frialdad que transmitía su iris jamás estuvo tan acorde con el clima. Las manos de Rangiku había caído a cada lado de su cuerpo, pero él continuaba sosteniéndola, como un ladrón que se aferra al tesoro que acaba de conseguir, haciendo patente el delito. La sombría mirada no demoró en posarse sobre el rostro del otro cazador. Yagari acabó por respirar suavemente, presionando un poco el mentón de ella entre sus dedos antes de soltarla. ¿Qué iba a decir ahora? ¿Qué excusa inventaría? Claramente, ninguna. Sí, él se había acercado a Rangiku de un modo en el que no debía; de un modo que jamás tendría que haberse permitido. Una vez alejó sus manos de ella, dio un pequeño paso hacia atrás, girando el torso en dirección a Shinji. Sin embargo, antes que pudiese decirle cualquier cosa, el hombre se abalanzó sobre él con la furia de mil océanos, cubriendo de nieve la rosa y las velas mediante sus pasos.
    - Maldito hijo de perra –gruñó entre dientes al tiempo que sus grandes zancadas acabaron justo delante del Vicepresidente. Ni siquiera preguntó, ni siquiera indagó más. Sin detenerse, aprovechó el impulso para atropellar a Yagari a como diera lugar. Lo sujetó de su camisa con rudeza y arrojando quién sabe cuántas maldiciones buscó golpear su cuerpo contra la dura y gélida corteza de un árbol cercano. Yagari tensó la mandíbula, rechinando sus dientes ante el impacto. Podría haberlo anticipado, podría haberse defendido, ¿pero acaso eso no sería tomar la decisión de enfrentar a Shinji de la peor manera? Lo conocía, sabía lo impulsivo que era y lo mucho que protegía a Rangiku. Por más que ellos fueran amigos, conocía muy bien dónde estaban los límites del cazador, y él se había atrevido a traspasarlos todos.
    - Shinji… Espera…
    - ¿Qué espere? ¡¿Qué espere, dices?! –gritó, desquiciado, golpeándolo otra vez contra el árbol pero decidiendo alejarse, finalmente, unos pasos. Se pasó la mano por el cabello, nervioso, y miró a Rangiku. Al observarla, sus nervios aumentaron-. Me avisaron lo que había ocurrido ahí dentro con esos imbéciles, por eso vine, y me encuentro con… ¿esto? –soltó una risa nerviosa, pero sus ojos ardían en furia. Claramente pensaba que quien la ayudó era quien se estaba aprovechando de la situación. Yagari intentó hablarle otra vez, pero entonces Shinji se adelantó de nuevo y propinó un fuerte golpe de puño en su rostro. Yagari ladeó el rostro, y una marca rosada anunció el hilillo de sangre que luego mancharía la comisura de sus labios. Se limpió con el dorso de la mano, y no pudo evitar dedicarle una sonrisa sagaz. Quizás fue lo peor que pudo hacer, pero él tampoco podía con su genio. Cuando elevó el torso nuevamente, Shinji lo sujetó de la camisa otra vez, y lo golpeó de nuevo contra el árbol-. Tú… bastardo…–gruñó de nuevo, sacudiéndolo, y ante la idea de que Rangiku intentase algo, una de las manos de Touga –que bien podría utilizar para sacarse de encima el enorme peso de Shinji- le hizo una seña a ella por lo bajo, para que se quedase en su sitio y no interfiriera.
    - Shinji… tienes que escucharme –sugirió, calmo, intentando a su vez calmar a su amigo, pero aquello parecía una tarea imposible. Mientras más se esmeraba, peor era. Shinji se encontraba enajenado, preso de sus especulaciones. Y en cierta medida Yagari lo comprendía, porque sabía que Rangiku era como una hermana para él, como una hija, pero todo tenía, como bien sabido era, su límite, y Shinji también lo traspasó al intentar golpearle otra vez.

    El cazador se propuso dislocarle la mandíbula de una buena vez, pero en esta ocasión Yagari lo esquivó. Lo que encontró el puño de Shinji fue la corteza del árbol, y ante la bronca que le ocasionaba recordar la imagen vista, esa cercanía y la posterior expresión burlona que Yagari le dedicó, más ira le carcomió las entrañas. Elevó su pierna para darle una fuerte patada en su abdomen, pero entonces Touga sujetó su extremidad con un ágil movimiento, y tras tocar varios puntos de presión, acabó maniobrando la situación de modo que quien acabó de espaldas en la fría nieve fue su compañero. Yagari se inclinó sobre él, situándose a un lado, clavando una de sus rodillas en el suelo. Con ambas manos lo levantó de la chaqueta, sacudiéndolo del mismo modo en que antes había hecho Shinji con él. El semblante del Vicepresidente era completamente inexpresivo. Si bien la oscuridad y la frialdad podía ser perfectamente apreciada a través de su iris, estaba tan callado y tan serio que acababa por no transmitir nada. Shinji, por su parte, respiraba agitado, y se revolvió en el suelo, pero Yagari aferró el  cuello de su chaqueta con fuerza, hasta cruzar por encima de su nuez su antebrazo, ejerciendo presión. La expresión seria que mostraba el Vicepresidente terminó por ser lo que alertó al otro cazador. Recién ahí reaccionó verdaderamente sobre la marca del golpe que llevaba al lado de la boca. Shinji dejó de endurecer los músculos de su rostro, para dar paso a un estado más relajado poco a poco. Su pecho dejó de subir y bajar de modo tan ajetreado. La gélida pupila de Touga continuaba escrutándolo. De reojo podía percibir a Rangiku. Esta era una situación verdaderamente incómoda, ¿no es cierto? Y lamentaba el hecho de que el sabor de aquel beso se hubiera teñido del sabor de su propia sangre. Parecía alguna especie de designio, de premonición; la profecía de que una pasión así no llevaría a ninguna parte y acabaría, ahogada, en sus propias cenizas: acabaría matándolos, antes que salvándolos.

    - Así que lo que temía esa mujer era verdad, ¿eh? –murmuró. Shinji rompió el silencio, sonriendo con ironía, sin dejar de mirarlo-. Y yo tratándola de loca, mientras tú… -negó con la cabeza, incapaz de aceptarlo. Quería decir tantas cosas, pero no podía, porque sentía los enormes ojos de Rangiku sobre él, y acabaría hiriéndola. Aún no podía creer que eso que él llamó simples impresiones cobrase vida. Aún no podía creer semejante osadía. Y tan sólo miró a Yagari a los ojos, denotando que ya estaba más calmado, e intentó transmitirle toda su indignación mediante aquella mirada. Yagari, por su parte, decidió apartarse. No lo culpaba, después de todo. Pero tampoco encontraba en ese momento las palabras adecuadas para excusarse, porque realmente no había excusa alguna. Shinji se puso de pie y sacudió la nieve de sus pantalones-. Si te veo ponerle un solo dedo encima otra vez… -lo miró con clara advertencia. No era necesario completar aquella frase, ¿verdad? Miró a Rangiku, comenzando a caminar hacia ella-. Nos vamos –sentenció, sujetándola de un brazo. Era demasiado joven para comprender la seriedad del asunto, y demasiado fácil de manipular por un hombre mayor como Touga. Jamás creyó que su viejo amigo sería capaz de cruzar así esta línea. Comenzó a caminar, tirando de ella, y miró a Yagari otra vez-. Tiene sólo diecisiete años –murmuró, indignado, insinuando que quiso aprovecharse de ella y de su ingenuidad-. No te acerques –negó con la cabeza, volviéndose su voz algo entrecortada, dolida-. No trates de explicarme nada. Sé muy bien lo que vi. Y si la tocas de nuevo… -hizo de sus labios una fina línea. Era su amigo, maldición. Era su amigo y su jefe. ¿Cómo se suponía que debía reaccionar? Lo había intentado por las malas, por las buenas… y ese dolor no se iba; ese miedo, esa preocupación, esa angustia-. Al final, ¿qué es lo que te diferencia a ti de ellos? –inquirió, volteándose hacia él una vez más. En los labios de Shinji pudo leerse la palabra “basura”. En ese instante, algo dentro de Yagari se oxidó, truncándose el funcionamiento de su mesura. Que lo perdonase Rangiku y el mismísimo Shinji, pero eso no lo dejaría pasar. En cuanto el cazador se volteó, pretendiendo llevarse a Rangiku consigo, Yagari hizo con él lo mismo que antes había hecho aquel. Lo embistió, arrancándolo de la cercanía de Matsumoto, y esta vez Shinji fue el que se encontró entre el árbol y su líder.
    - ¿De qué mierda me estás tratando? –murmuró, severo, ácido, atravesándolo con la lanza que resultó ser su pupila. ¿Valía la pena decirle que jamás tendría intenciones de aprovecharse de ella o herirla? ¿Valía la pena asegurarle todo eso, si él tan sólo podía ver lo que quería, desconfiando completamente, olvidando todos los años que llevaba conociéndolo? Yagari nunca fue un tipo que se destacaba por su infinita paciencia, y Shinji  la había colmado así como también lo había herido. Touga frunció el ceño, tensando su semblante así como el resto de músculos de su cuerpo. ¿Qué resultaría de todo esto? ¿Cómo dar explicaciones, cómo recibirlas? ¿Cómo enfrentar las consecuencias si tan fácilmente lograban que todo se destruyera, apenas habiendo comenzado? Y mientras tanto, en la mente de Shinji un millón de conjeturas más se creaban, recordando los lugares turbios que Yagari siempre frecuentaba, lo solitario que era, lo poco que contaba de sí mismo, lo oscuro que resultaba toda su identidad a pesar de su eficiencia en el trabajo. No, no podía permitir que alguien así se acercara a ella. Simplemente no podía destruirla de aquel modo.
    - Te trato como buscas que te trate –sentenció, y dichas estas palabras, no se contuvo. Con el enorme peso de su cuerpo, empujó al Vicepresidente hacia atrás, y buscó golpearlo otra vez. Definitivamente, esto no iba a parar, porque ahora incluso Yagari veía todo autocontrol completamente lejos. Esquivó su golpe y le propinó otro, devolviéndole la marca que él le había hecho antes. Los gruñidos de Shinji resonaban, atronadores. Yagari no podía creer que desconfiase tanto de él, que prefiriese irse a las manos y golpearlo hasta la inconsciencia antes de intentar hablar decentemente y comprender. Si bien Touga no sabría cómo comenzar a explicarle lo que aquí había sucedido, al menos se esmeraría en intentarlo, en sincerarse como mejor le saliese, porque él era su amigo después de todo, y jamás tendría intenciones de aprovecharse de ella.
    - Si hubiera querido aprovecharme de ella.. ¡¿no crees que ya lo hubiera hecho?! –le gritó, mientras esquivaba otro golpe de él. Trataba de calmarlo, pero no había manera. Si esto seguía así, acabaría mandando todo al diablo y no dudaría en desfigurarlo, y le importaba una mierda si era su amigo, su compañero o quien fuera. Sin embargo, no había cómo detener el temperamento protector de Shinji, y Yagari jamás creyó que el cazador podría llegar a desconfiar así, a odiarle tanto. Pero ahora entendía. Ahora entendía lo que ocurría cuando no sólo intentas desafiar cada norma, sino cuando también pretendes llevarte por delante a quienes se encargan de resguardarlas.
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    Mensaje por Ryu Olivier Miér Feb 04, 2015 6:29 pm

    Por supuesto, faltaba todavía un cazador dentro de la Fiesta de Navidad. ¿Dónde estaba cuando el alcohol corría de otro bolsillo que no era el suyo? ¡Por el amor de Kaien! Él nunca podía faltar en estas cosas. Además, no era capaz de negarse a la petición del Director Cross, obviamente. También resultaba ser uno de los cazadores que protegía este pueblo, ¿verdad? Entonces se encargaría de su compañero Touga y pasarían las fiestas como antaño, con su ron añejo y su caja de tabaco. Qué buenos tiempos eran aquellos, los de su juventud. Pero ahora… una lástima que los años no pasaran en balde. De este modo, subió las escaleras lentamente, permitiendo que la luz de los intensos focos, iluminara su rostro envejecido de los años. Algunos de los presentes se giraron en cuando apareció. El humo tétrico de su cigarrillo, marcaba su presencia entre los estudiantes de la entrada –los cuales, comenzaban a formar un pequeño pasillo para dejarle entrar–. Y sus dientes amarillentos por el tabaco, lucieron en una sonrisa agradable para todos ellos, para todos los que le felicitaban las fiestas. Era pérfida, tenaz, igual que de podrida que su persona. Tan solo era contemplar su melena granate para entender quién era él. Y efectivamente, Ryu Olivier hizo presencia en medio del baile en aquel mismo instante.

    Aun así, pese a su tardanza, él llegó mucho antes que la mayoría de los adolescentes y profesores. Tenía demasiados planes que hacer durante las vacaciones. Ya ves, un cazador nunca descansa y menos en estos tiempos de tormenta, donde los desertores… los desertores podrían estar por cualquier lado. Así, como por ejemplo, acababa de llamar a su pequeña y nueva marioneta: Marcus O’Conell. Sí, este era su último fichaje, al parecer. Su preocupación, entonces, no existía ahora en él. Todo se disipaba en la confianza que depositaba sobre ese vampiro. Y le convenía hacer bien el trabajo que se le encomendó, o de otra forma su dulce y querida Dama vería crecer las flores desde abajo, justo al lado de su dichoso novio peliazul. Soltó un largo suspiro, concediéndole otra calada a su cigarrillo. Ah… se sentía todo tan confortante… Tan sólo había una forma de lograr mejorar este momento: una buena copa de whisky. Y si tenía más de doce años, mejor todavía. A los hombres mayores, debían darles cosas fuertes como la robustez que soportaba su cuerpo. Por tanto, directamente, guiado por su insano vicio de tomar alcohol en estas fechas, decidió ir a la mesa de las bebidas.
    Allí, un jovencísimo estudiante le sirvió el mandado. Sonrió nuevamente y se marchó en busca de alguien conocido por los alrededores. La última fiesta, desde luego fue entretenida viendo cómo Crosszeria acababa ebria por las sigilosas copas de champagne que él y Chrane le facilitaban. Entrecerró los ojos tras recordar esos pequeños recuerdos lúcidos de la noche. Ese maldito vampiro se había llevado a la compañía y después él quedó solo. Justo como estaba ahora, buscando alguna veinte o treintañera con la divertirse finalmente.  

    En cambio, su diversión no tardó demasiado en aparecer. Algunos alumnos comenzaron a revolotearse en la entrada, comenzando a arremolinarse demasiada gente en la puerta. La nicotina salió de sus pulmones en forma de otra nube de humo. ¿Qué demonios ocurría allí? Qué sería esta vez, ¿dos alumnos golpeándose por bailar con la misma chica de su clase? Dichosos líos de juventud. Con todas las mujeres que había en el lugar, se tenían que pelear por la misma. Ahg, y como uno de los pocos adultos que circulaba por la celebración, incluso se veía obligado de ir. ¿Dónde carajos estaba Touga en estos momentos? El parcheado era la niñera, no él. Y sin embargo, esta vez iría para enterarse un poco del asunto, como buen curioso que era. Necesitaba algo de entreteniendo en esta aburrida fiesta. Y nada mejor que ver a unos cuantos adolescentes ebrios soltando su vergüenza y su furia. Mal empezábamos si con quince, dieciséis o diecisiete años comenzaban a beber de tal manera. Dentro de unos años, el hígado le tendrían hecho cenizas. Pero bueno, ¿qué hacía pensando esto ahora? ¡Él no era su padre, por favor! Esos chiquillos se la traían sin cuidado alguno. Lo único en lo que podrían servirle, sería para ser nuevos conejillos de indias. Ya que Eslin y Carphatia consiguieron escapar milagrosamente de allí –quienes seguramente terminaron muertos de hambre y sed a causa del temporal que les esperaba a la salida–, necesitaba más sujetos que ofrecer al departamento de investigación. Aunque, por supuesto, del trabajo sucio se encargarían sus secuaces, que para eso los tenían.

    El camino hacia la entraba pareció ser mucho más largo de como pensó. Miró su copa, sin entender. ¿Tan rápido había nublado su cabeza? No, era imposible. Esto debería ser de esas imitaciones baratas que compran los jóvenes para agarrarse la borrachera fácilmente. Suspiró nuevamente. Qué se le iba a hacer. Al menos era alcohol y antes comenzaría su ebriedad.
    Por fin, salió del hotel con el horrendo de música que empezaba a atormentar a sus oídos. En cambio, su rostro obtuvo la sorpresa cuando llegó hasta el lugar del revuelo. Los espectadores sembraban una distancia en el campo de batalla que se estaba llevando a cabo. Se quedó observando la escenita que tenían montada. Dio otra calada a su cigarrillo, bebiendo incluso un poco de whisky para mezclarlos en su boca. Una sonrisa amable apareció en sus labios. ¿Con que esto era? Quiso reír, después de todo y eso que ni siquiera entendía bien el asunto de la discusión. Pero, ¿qué dirían los estudiantes de él? Ryu no podía dejar que su imagen se perdiera por unos chismorreos adolescentes. Tampoco solía ser de esos que se quedan mirando. Tomaría cartas en el asunto, y solo porque se veía implicado de alguna forma en el revuelo. Porque, aquellos que se estaban peleando, no eran simples chavales borrachos, sino dos hombres hechos y derechos. Con una simple mirada hacia uno de sus hombres, transmitió su mensaje. Ahora era el momento de llevarse a un par de chavales, sin que nadie tomara en cuenta a dónde se los llevaban. Obviamente, elegirían a los más ebrios, tal y como lo planearon. Varios hombres comenzaron a hacer, entonces, su trabajo.

    Avanzó un par de pasos hacía los tres imbéciles que se divertían golpeándose, tirando la colilla de lo que quedaba de su cigarrillo. Parsimoniosamente, sacó su paquete de tabaco recién estrenado, y tomó otro de sus cigarrillos. Olivier no era capaz de vivir sin el elixir de su preciada nicotina. Después, se giró hacia todos los sorprendidos y boquiabiertos.
    El que continúe mirando la escena, se llevará un suspenso en historia y un paseo turístico por los calabozos. – Sentenció seriamente a los estudiantes, clavando su pupila en la mayoría de ellos. Y en apenas un par de segundos, frente a la amenaza del peligranate, abandonaron el pequeño páramo donde se hallaban: Touga, Shiniji y la jovencísima, Rangiku. Y caminó hasta quedar a la par de la destrozada Matsumoto, sin siquiera mirarla. Cruzó los brazos delante del pecho, dejando el cigarrillo y la copa en la misma mano, fáciles de acceder.
    Jamás creí volver a Touga en este estado. – Pensó en voz alta, soltando una pequeña risilla, para que el martirio de la chica creciera en su interior. Adoraba ver sus caras entristecidas por la decepción de un amor no correspondido. Porque, de primera vista, podía advertir que ella confesó sus sentimientos a su profesor. Luego, Shinji habría tenido que consolar a su amada Rangiku y por eso, la pelea que acontecía. ¿No es así? Total, no sería la primera vez que le mandaban una carta de amor a ese frío viejo. ¡Él también quería hacerse profesor y recibir cartas de amor! Sin duda, las noches no serían iguales de estar en el pellejo de Touga. Y sus labios se ensancharon con la escenita de celos. Esto se veía ridículo. Sin embargo, le era bastante divertido. Y observaba el combate de boxeo que se ejecutaba delante, escuchando con atención el diálogo de ambos. Claramente, Ryu no conocía nada de la historia que ocurrió, tan solo idear suposiciones, aunque tampoco tardaría en enterarse de la razón real del enfado provocado en Shinji.

    Llevó el vaso hasta sus labios, bebiendo otro sorbo. De repente, sus cejas rojizas subieron hacia arriba tras el grito de Touga. Vaya… cuánto había bebido la gente. Se estaba perdiendo lo mejor de la fiesta. Pero había sido capaz de llegar a tiempo para ver lo más importante de todo. El mirar de Olivier se posó sobre la cabeza oscura de la joven que presenciaba también la escena, sin sentir ni un solo sentimiento de pena. En cambio, la amabilidad regresaba a sus gestos, como solía hacer siempre. La fuerte mano del cazador se posó sobre la pequeña cabeza que tenía al lado y la forzó para que pegara la barbilla contra el pecho, en señal de disculpa con sus dos protectores. Finalmente, sonrió hacia ella, restándole limaduras al asunto. Primero Crosszeria y ahora esta niña metenarices. Al menos la primera tenía un buen par de pechos y olía bien, pero ella… ella era muy poco femenina y un poco canija para su edad. Ahg, y lo que tenía que hacer por dar una buena impresión y que no sospechara de él.

    Está bien. Basta. ¿Quieren dejar de comportarse como verdaderos animales y ser personas civilizadas? Están dando una imagen deplorable de ustedes mismos. Se supone que en las fiestas los que acaban borrachos por cualquier esquina y golpeándose los unos con los otros, son los jóvenes, no los mayores que se encargan de ellos. – Anunció con su voz ronca, haciéndose paso en la discusión. No obstante, Ryu ni siquiera se encargó de separarles, porque eran lo suficiente mayorcitos como para hacerlo solos. De otra forma, hasta podría llevarse un puñetazo por alguno de ellos y prefería no probar su fuerza esta noche. No se sentía especialmente… luchador. El cazador era más de intelecto que de cuerpo a cuerpo. Y tras un par de minutos esperando, la verdad no tardó demasiado en aparecer por los labios de uno de ellos. De reojo, regresaron sus iris hacia la figura femenina, la víctima después de todo. Claro, era mujer, a ella no se le pegaría ningún puñetazo. Sería de machistas y poco hombres, como solían decir en los tiempos de ahora. Aunque existían mujeres con carácter, Rangiku no dejaba de ser el eslabón débil de esta cadena. Y sin quererlo, podía contemplar cómo se llevaba arrastras a las dos personas más allegadas a ella. ¿No sientes la culpabilidad, preciosa? Dejó salir el humo, nuevamente, sacudiéndolo para soltar la ceniza excedente. Regresó su ojo para mirar al cazador más mayor.
    Shinji, ya basta. Golpearos no os va a llevar a ningún lugar. Ni a vosotros, ni a ella. – Mencionó, señalando con la cabeza a la adolescente. Su sonrisa desapareció inmediatamente, pero el brillo de sus ojos se tornó diferente, pues esta información era valiosa. Muy pero que muy valiosa. Y esto, podría ofrecerles un cambio de situación radical con los cazadores. Oh… vaya… Interesante, ciertamente muy interesante. ¿Y qué ocurriría después de que, Ryu Olivier, poseyera esta fuente en sus manos?
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Vie Feb 06, 2015 6:06 pm

    Hacía rato que, por educación, al menos, debería haberme despedido de la cordura y del autocontrol. Si la situación seguía así, seguramente no los vería en bastante tiempo. Tenía miedo, ya que jamás había sentido esa urgencia carcomiendo mi pecho, ese ardor sobre los labios; esa incesante necesidad de abandonarme y dejarme caer hacia el abismo azul que rodeaba su pupila. Y, junto al miedo, palpitaba la alegría, la felicidad de ver aquel iris brillando tan cristalino, tan claro. Era como si el sol hubiese cobrado fuerzas repentinamente, brillando con más intensidad desde el fondo de su alma, a la vez que el viento se había aliado con él para arrastrar las grises nubes de tormenta. El corazón me trotaba en el pecho, emocionado al descubrir que era verdad lo que los cuentos de hadas decían, lo que los rumores sobre el amor contaban: que la felicidad de uno mismo no residía sino en ver a la persona amada feliz. ¿Cómo no me había dado cuenta antes, cómo no lo había relacionado todo? No, lo había sabido todo aquel tiempo; tan solo era que mi mente se había dedicado a negarlo constantemente. Había enmascarado cada acto de preocupación hacia mi superior como mi se tratase simplemente de mi forma de ser, no de una preocupación mayor; sin embargo, en el fondo sabía que había algo más. ¿Por qué, si no, fue capaz de tranquilizarme en un solo instante en el hospital, con tan solo hacer acto de presencia en aquella fría habitación? ¿Por qué había sentido una leve molestia cuando los escuché a él y a Rose discutir, aquella misma noche, en el pasillo? Y sobre todo, ¿por qué cuando salí del hospital sentía aquel vacío por las noches? Una leve sonrisa nostálgica se reflejó en mi rostro al recordar aquellos días y aquellas noches. Me había costado tanto conciliar el sueño... Los peluches, los cuales se había encargado Shinji de lavar antes de que le pegasen a su casa el ''olor a matasanos'', reposaban en la mesita de noche de al lado de la cama, los dos juntos, siempre y cuando no acabara por cogerlos con cuidado y hacerme una bola con ellos debajo de la manta, abrazándolos mientras apretaba los ojos con fuerza. E incluso cuando ya se me permitió -obviamente, por parte de Shinji- de volver a mi apartamento, a pesar de las largas semanas transcurridas, no había conseguido perder esa costumbre. Y ahora, con toda seguridad, podía explicar el por qué de mi dependencia a aquellos dos peluches. ¿Cómo evitar el abrazarlos cuando sentía que aun tenían impregnada la calidez de quien me los dio?

    Sin embargo, no todo era de color de rosa. Conocía su posición y conocía la mía, y las consecuencias que podía traerle todo aquello. Si bien ya era mayor de edad, seguía siendo mi superior. Y aunque aquello se obviara por el hecho de que había parejas de cazadores, familias de cazadores, no se podía ignorar que también se trataba de mi profesor. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado? ¿Por qué, queriendo hacerle todo el bien posible y más, era la que más problemas le podía causar? Con ambas manos aun sobre su rostro, acaricié con delicadeza su mejilla con el dedo pulgar. No quería ver aquel rostro surcado de nuevo por preocupaciones, aunque sabía que se trataba de algo inevitable. Tan solo... Tan solo no quería volver a verlo mal. ¿Qué podía hacer? ¿Serviría suplicarle a Dios clemencia, serviría vender mi alma al diablo? Quizás se trataría de un buen pacto si intercambiaba mi propia felicidad por la suya. Una sincera sonrisa en su rostro, como la que antes había esbozado, era todo lo que quería; y aunque tuviese que pasar la eternidad en el Infierno, sentía que aquello era un precio más que justo, incluso bajo por aquel milagro que tanto codiciaba. Sentía su agitada respiración, su aliento entibiando mis labios. Su mano había decidido posarse sobre la base de mi espalda, envolviéndome, acercándome aun más a su cuerpo y al límite de la locura. Notaba su mirada recorrer cada línea de mi rostro, de la misma manera en la que mi mirada grababa a fuego en mi alma hasta el más mínimo detalle de sus rasgos; de la misma manera en la que mis ojos se veían atraídos hacia el lucero de su iris, siguiéndolo hasta donde quisiera llevarme. No... Si seguía haciéndome aquello, no podría pensar con claridad una manera de que no tuviese problemas. Si seguía sosteniéndome de aquella manera, estaba completamente segura de que no podría ser capaz de razonar absolutamente nada. Mostré una leve expresión de extrañeza ante aquella muestra de dolor, pero acabé relajándome nuevamente al verlo tranquilo. Volví a acariciar con sumo cuidado su mejilla mientras susurraba de nuevo su nombre, sonriendo a la vez. ¿Realmente tenía derecho a acariciarlo así? La suave sonrisa se hizo más amplia; según lo que dirían los demás, no, no tenía derecho alguno. Según a lo que yo le daba más prioridad, el único que tenía derecho a decirme lo que quería que hiciera o no era él. Y quería que me pidiese de nuevo que volviese a pronunciar su nombre... Que volviese a pronunciar aquella palabra que contenía tanto poder como para poder darle la vuelta a mi mundo. Quería que me permitiese hablar tan solo para volver a suplicarle que no se fuera, que no desapareciera. Las dolorosas palabras de aquella noche nevada aun hacían eco en mi mente; su voz había resonado por las paredes de la cueva mientras expresaba que él no tenía nada que perder, su dolor me había llegado a lo más hondo cuando dijo, en la habitación del hospital, que se sentía solo tantas veces. ¿Me permitiría hablar, aunque fuese solo para decirle que tenía a alguien esperando su regreso, un hombro en el que apoyarse, una persona que pasaría en vela todas las noches que hiciera falta, al igual que él hizo?

    Ante la expresión que se apoderó de su rostro, ladeé levemente la cabeza, mirándolo extrañada. ¿Qué quería decirme con aquella mirada? Tal vez había sido demasiado egoísta pedirle aquello, o tal vez había pensado en lo que todos los que habíamos estado al borde de la muerte: que nunca se sabe hasta qué día se te permitirá seguir viviendo. Y aquella expresión hizo que el miedo cobrase fuerza dentro de mi pecho, tan solo de pensar en que pudiese perderlo; tan solo de pensar en que cualquier día pudiese desvanecerse, al igual que lo hizo Ichigo, sin dejar rastro alguno. Aquel sentimiento hizo que apretase levemente las manos sobre su rostro, al igual que antes lo había abrazado con más fuerza al sentir aquel terror que congelaba cada vena que recorría mi cuerpo. ¿Tanto estaba pidiendo? Tan solo quería acompañarlo, seguirlo a donde fuera, asegurarme de que estaba bien. Cerré los ojos, guardando las lágrimas que querían volver a salir ante aquella angustia, cuando sentí su mano recorriendo mi rostro hasta llegar a mi pelo. Y, como siempre, el mínimo de sus movimientos fue capaz de tranquilizarme, de enterrar la angustia, de arrojarla hacia otro lado. Él estaba allí ahora mismo, conmigo. Y no quería estropearlo todo por dejarme llevar por el miedo que provocaba un futuro incierto.

    Cerré los ojos y disfruté de aquella caricia, tan única, tan dolorosamente irrepetible. Sentía que no podía más. No solo quería darle mi primer beso, sino el segundo, el tercero... y así hasta que exhalase mi último aliento. Si no fuese porque me sujetaba por la espalda, seguramente habría acabado cayendo al suelo, pues las piernas me temblaban como si fuesen de flan. Me sentía tan débil, tan indefensa... Aun sentía la calidez de sus labios, como si se tratase de una droga que me adormecía poco a poco, apartándome completamente de la realidad. Alcé con pereza los párpados cuando sentí que sujetaba mi mentón, aun tan cerca de su rostro. Con aquella caricia tiró por la borda los últimos restos de cordura que aun podría conservar. Sería inocente, pero eso no implicaba que fuese tonta. Sabía que estaba rozando un terreno muy peligroso, y que cada caricia entre ambos nos hacía traspasar aun más el límite. Pero yo ya no podía pensar con claridad, ya no podía seguir soportando aquello. Llevé una de mis manos hacia su nuca, dejando que sus rebeldes mechones negros se entrelazasen entre mis dedos. Tenía la respiración agitada, al igual que el pulso. Y este, al escuchar la dolida voz de Shinji interrumpiendo aquel pecado, se aceleró aun más. Giré lentamente la cabeza hasta apreciar su rostro. Traté de sacar fuerzas para levantar los brazos, pero me había quedado completamente paralizada ante su expresión. Jamás había visto aquel rostro tan colmado de ira, tan a punto de estallar. Yagari no me había soltado a pesar de la presencia del otro cazador. Tal vez... Tal vez si se le explicaba todo lo acabaría comprendiendo, ¿no? Después de todo, él sabía que Yagari era alguien en quien se podía confiar... Por que lo sabía, ¿verdad...?

    Como respuesta ante aquella pregunta interna, Shinji se abalanzó sobre el Vicepresidente con la furia de un huracán, dejando al pasar un aire frío cortante, igual que su mirada. Mi respiración se había hecho tan agitada que el pecho se me contraía y se alzaba con brusquedad. Las pupilas se me habían contraído tanto que parecería que habían desaparecido, perdidas por algún punto de mis negros iris. ¿Por qué...? ¿Por qué tenía que pasar aquello? Me volví hacia ellos al escuchar aquel insulto, pronunciado con tanto rencor, saliendo en los labios de Shinji.- ¡Espera! ¡¡Shinji, para!!- Le supliqué, avanzando hacia ellos cuando estampó a Yagari contra el árbol. No, aquello no podía ser. Tenía que escucharnos... Si lo escuchaba nos comprendería, aunque le costase acabaría comprendiendo... Trataba de mantener aquella esperanza mientras seguía avanzando hacia ellos, dispuesta a tratar de sujetar a Shinji como pudiese. Si me tenía que poner en medio, lo haría. Observé aquellos ojos marrones cuando se volvieron hacia mí, completamente dolidos, con la misma expresión que te mira alguien que se siente traicionado. Y pensar que aquella mañana lo había estado buscando, había estado deseando encontrarlo... y ahora veía con claridad cómo todos los deseos se podían hacer realidad de la peor de las maneras. Viendo que había parado de ejercer presión sobre Yagari, me acerqué más lentamente, alzando la mano hacia Shinji.- Shinji, espera...- Le supliqué, casi al borde de gritar de desesperación. La voz apenas salía de mi cuerpo a causa del nudo que se había formado en mi garganta, obstruyendo la respiración. Ahogué un grito y me llevé ambas manos a la boca, horrorizada, cuando vi que finalmente golpeaba a Yagari. Sentí mis ojos temblar de horror al ver la sangre corriendo hacia abajo. Sin pensarlo más, eché a correr hacia ellos, completamente sin aliento, pero la mano de Yagari se alzó, indicándome que debía quedarme donde estaba. ¿Cómo podía estar tranquila, cómo podía quedarme simplemente sin hacer nada? Mi pecho subía y bajaba de forma muy dolorosa. Una pequeña punzada se había instalado entre mis costillas, en el costado izquierdo. Dolía, dolía mucho... Pero me dolía mucho más ver en lo que se había transformado aquella noche.

    Tal vez era demasiado joven, demasiado inexperta como para comprender del todo la reacción de Shinji.-¡¡PARA!!- Grité, sintiendo mi garganta resentirse al alzar tantísimo la voz. Quería correr hasta ellos, pero tampoco quería meter la pata, por lo que obedecía al gesto que antes me había hecho Yagari. El intenso rojo que antes se había instalado en mis mejillas, iba desapareciendo poco a poco, dejando paso a un blanco pálido, enfermizo.- Deteneos...- Supliqué, sintiendo que me faltaba el aliento. Jamás los había visto así, y jamás me hubiese imaginado que podrían llegar a aquel extremo entre ellos. Ahogué una exclamación cuando vi que Yagari sujetaba a Shinji contra el suelo, pasando el antebrazo por delante de su cuello, inmovilizándolo. Di un paso hacia ellos, pero nuevamente me detuve. Con la respiración cada vez más ajetreada, observé a Shinji relajarse poco a poco. Escuché, dolida, las palabras que iba pronunciando Shinji. ¿Aquella mujer? ¿Se referiría a Rose? Lo observé sin saber qué hacer o cómo empezar a contarle todo, tratando que comprendiese la situación. Tal vez se había hecho una idea equivocada de todo.- Espera...- Musité, pero antes de que pudiese reaccionar, me había cogido del brazo y ya tiraba de mí hacia la entrada del hotel. Alcé la mirada hasta toparme con la silueta de Touga, sintiendo que la punzada del costado se intensificaba. Me dolía respirar. Frené en seco, resistiéndome a seguir avanzando.- ¡¡Shinji, escucha!!- Dije, sujetando su mano y tirando de ella hacia atrás, tratando de zafarme de su agarre. Pero él simplemente no podía escucharme, no podía entender nada; estaba completamente fuera de sí. Escuché, con una mueca de horror, cada advertencia que le dedicaba al Vicepresidente.- No...- ¿Por qué se comportaba así? Sabía que no era algo que pudiese aceptar de buenas a primeras, ¿pero era necesario actuar así? Tan solo llegué a comprender, finalmente, la última palabra, aquella que tan solo formaron sus labios. Abrí completamente los ojos, volviendo a tratar de zafarme de su mano, tirando de mi brazo como una histérica. ¿Se pensaba que él había tratado de aprovecharse de mí? ¿¡Cómo podía llegar a pensar eso!?- ¡¡Te equivocas!! ¡¡Él no es así, no sería capaz de...!!- Una cortante mirada por parte de sus ojos marrones me hizo callar, congelando cada milímetro de mi piel, aun más que el frío aire de aquella noche. En el forcejeo, la chaqueta de Yagari había caído al suelo desde mis hombros, y había podido ver las velas y la rosa tiradas en el suelo, enterradas casi por completo en la nieve, como si aquello fuese un mal augurio.- Eres demasiado joven e ingenua para entenderlo.- Sentenció, frío, cortante. Sin poder más, volví a forcejear contra su agarre.- ¡Para de una maldita vez con lo de que soy demasiado joven! ¡Parad todos con eso!- Seguí tirando de su mano, pero no servía de nada. Antes de que pudiese decir nada más, antes de que pudiese decirle lo que pasaba, otro huracán pasó por mi lado, esta vez llevándose a Shinji. Sentí que perdía el equilibrio, pues el brazo de Shinji tiró un poco de mí, pero logré mantenerme en pie.

    Ahora era Yagari quien sujetaba a Shinji contra el árbol, reprochándole sus palabras. ¿Por qué tenía que acabar todo así? No quería ver eso, no quería creer que aquello estuviese pasando. Me llevé ambas manos al pecho, notando con horror la fuerza con la que bombeaba la sangre mi corazón, la manera en la que se notaban sus golpes contra mi piel. Y el dolor crecía, aumentaba a cada segundo. Cada vez que inhalaba aire me dolía como si se me estuviesen clavando mil agujas.- Parad...- Supliqué casi en un susurro, pues sentía que ya no podía alzar la voz. Y como si realmente el Demonio estuviera presente en aquella escena, una voz grave, masculina, resonó a mi lado, junto a una leve pero cruel risa. ''Jamás creí ver a Touga en ese estado''. Giré el rostro lentamente hacia él, como si estuviese a punto de presenciar a un ser sobrenatural manifestándose. Allí, como salido del infierno, había un hombre muy alto, de larga cabellera roja. La mitad de su cara estaba cubierta por una blanca máscara, haciendo aun más imponente su presencia. Sujetaba una copa y un cigarrillo, y observaba la escena como quien está viendo una película de lo más entretenida. ¿Cómo... cómo se podía mostrar semejante actitud tan indiferentemente cruel? Molesta ante su presencia y sintiendo que sus palabras se clavaban en mis oídos, como si de un demonio dispuesto a atormentarme se tratara, aparté la mirada de él. La preocupación y la culpa me carcomían, alimentando aquel dolor tanto físico como sentimental. ¿Por qué tenía que herir a dos de las personas que más quería? ¿Por qué no podía hacer nada? Sentí un enorme mano posándose sobre mi cabeza, haciendo que la bajase, pegando mi mentón a mi palpitante pecho. ¿Qué era aquello? ¿Qué clase de ser retorcido era aquel hombre? Me retiré un par de pasos de él y lo observé como un animalillo herido, llevándome ambas manos al pecho, pero sin poder ocultar la tormenta que había dentro de él. Mi piel rechazaba su contacto como si me hubiesen tocado con un hierro hirviendo. Lo observé con una mezcla de miedo, desesperación y desconfianza. Los gritos provenientes de Yagari y de Shinji me hicieron volver de nuevo la cabeza hacia ellos. Tenía la cara blanca como la misma nieve que estaba pisando, como la misma nieve que cubría las velas y la rosa. Apenas pude escuchar la voz de aquel hombre tratando de calmarlos. Shinji le dedicó una mirada de desprecio y volvió a centrarse en el que parecía haberse convertido el objeto de su odio. Yo ya no podía más. Las piernas me temblaban tanto que acabaron por fallarme, dejándome caer sobre la nieve, sentada.

    Tenía la mirada perdida sobre el blanco el suelo, mientras que con ambas manos me apretaba el dolorido pecho. ¿Qué me había dicho el médico cuando salí de la operación? Ah sí, que no me estresase demasiado, que no sufriese emociones demasiado fuertes. Había salido viva de milagro, y de la suerte era algo de lo que no se podía abusar. Tenía la boca abierta, tratando de que entrase algo de aire a mis doloridos pulmones, boqueando como si me tratase de un pez. Varias lágrimas habían decidido escaparse de nuevo de mis ojos, resbalándose por mis heladas mejillas.- Por favor... Deteneos...- Tenía miedo. Aquel dolor se estaba volviendo tan intenso, tan profundo... No quería acabar así, y mucho menos dejando aquella situación como estaba. Shinji volvió la cabeza hacia nuestra dirección cuando Ryu, alzando al máximo los párpados. Aquel hombre seguía a mi lado, de pie, como recordándome que todo aquello era por mi culpa. Shinji apretó los puños, dando un paso hacia atrás, tratando de contener el odio que le carcomía. Se estaba conteniendo por no seguir golpeándolo, por no seguir descargando aquella ira que le había provocado aquella escena, aquella traición de su confianza hacia el Vicepresidente. Dirigiéndole una última mirada de advertencia, corrió con urgencia hasta donde estaba, arrodillándose y pasando su brazo por encima de mis hombros, mientras que con la otra mano trataba de girar mi rostro hacia él. Sin embargo, yo no me permitía colaborar, no podía moverme de aquella posición. Me revolví levemente, como indicándole que no me tocase. No me merecía su atención, no me merecía el cariño de ninguno de los dos; si yo no hubiese estado, si yo no existiese... ninguno de los dos estaría en aquella situación. Todo aquello era mi culpa, y aquella culpa estaba aprisionando mi corazón como si quisiera exprimirlo.- Rangiku... Ya está, tranquilízate...- Murmuró con rapidez, alarmado ante el tono tan blanco que presentaba mi cara. Él estaba presente cuando el médico dijo aquello, y era perfectamente consciente de lo apretadas que tenía las manos en torno a aquella zona. Ignorando los leves aspavientos que podía hacer para que no se acercase, su brazo rodeó completamente mis hombros.- Trata de calmarte, ¿de acuerdo? Si te tranquilizas...-Dijo, pero acabé interrumpiéndolo. Sin saber de dónde saqué las fuerzas, acabé gritando.- ¡¡No me pienso tranquilizar!!- Cogí aire con brusquedad, completamente fuera de mí.- ¿Por qué no hacéis más que desconfiar de él? ¿Por qué todos veis solo sus fallos o lo que consideráis que son fallos? ¿¡Acaso nadie se da cuenta de todo lo bueno que hace!? ¿¡ACASO NADIE APRECIA TODAS LAS VECES QUE ESTÁ AL BORDE DE LA MUERTE TAN SOLO POR SALVARLE LA VIDA A ALGUIEN DE ESTE PUEBLO, POR PONER AUNQUE SEA LA MÁS MÍSERA EXISTENCIA A SALVO!?- Parecía que los ojos se me iban a salir de las órbitas. ¿Por qué todos lo trataban así?- Rangiku, basta... Sé que no es...- Volví a interrumplirle, desquiciada.- ¡No lo sabes! Nadie se preocupa por agradecerle lo más mínimo...- Volví a tomar aire mientras las lágrimas seguían huyendo de mis ojos.- Nadie aprecia que en realidad es una buena persona, que no sería capaz de algo tan ruin...- Shinji bajó la cabeza, apretando los labios. Su otra mano se posó sobre mi cabeza, tratando de calmarme.- Ya, está bien...- Negué con la cabeza, sin cesar en mi empeño aun.- Yo confío en él, Shinji... Pondría la mano en el fuego por él.- Sentencié, encogiéndome sobre mí misma ante una nueva punzada. Alarmado, el cazador tanteó su bolsillo buscando un teléfono. Respiré hondo, tratando de conseguir algo de oxígeno, aunque lo que no sabía era que lo que tenía precisamente era exceso de él; que mi corazón, por ahora, estaba a salvo. Pasado un rato el dolor cesaría, pero aquello no podía saberlo; no me podría ni imaginar que un ataque de ansiedad pudiera ser tan desagradable. Alcé la mano sujetándolo con la muñeca cuando alcanzó su móvil. No, no me iba a mover de allí hasta que no accediese a escucharnos.
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    Mensaje por Marcus O'Conell Vie Feb 13, 2015 3:51 pm

    El móvil de Olivier comenzó a sonar. En la pantalla podía leerse "Marcus O'Conell". Según lo acordado, el vampiro debería estar cerca, rondando la zona más espesa del bosque, pues su misión era darle caza a dos cazadores que merodeaban por allí, vigilando e involucrándose en los planes de la Nueva Asociación. Sin embargo, ¿a qué se debería tal llamada? Habían quedado en que sólo se hablarían si se trataba de una urgencia. Olivier sabía perfectamente a dónde debía acudir. El móvil continuaba sonando. ¿Iría a buscar el premio que inesperada y sorpresivamente estaba a punto de ganar?
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    Mensaje por Yagari Touga Sáb Feb 14, 2015 8:02 am

    "Si tienes una bala o una oportunidad para agarrar todo lo que en la vida quisiste en un momento...
    ¿Lo capturarías? ¿O sólo lo dejarías ir?"

    ¿Cómo podía todo irse tan a la mierda? Yagari esquivaba golpe tras golpe, sin arremeter de ningún modo contra el cazador; contra su compañero. Porque eso eran, ¿no es así? Amigos desde años. Sin embargo, todo parecía haberse esfumado de buenas a primeras. ¿Habría que echarle la culpa a un “malentendido”? No, allí no había nada que malentender. Lo que Shinji había visto era la completa realidad. ¿Así que este era el precio de traspasar la línea, de quebrantar los límites? Si era así, podría decirse que resultaba algo costoso por ser la primera vez en que se rompía una regla. Demasiado costoso… en efecto, lo era porque era evidente que esta no sería la última vez. Y al pensar en ello, al sentir que sus deseos sobrepasaban toda línea permitida, no supo cómo considerarse a sí mismo. ¿Qué era? ¿Era un hombre de bien? ¿Estaba haciendo las cosas del modo correcto? ¿Estaba bien dejarse llevar y venderle a esa joven un cariño que quizás fuese un completo error? ¿O estaba siendo demasiado estúpido al pensar en semejantes cosas? Cada golpe que esquivaba era un nuevo interrogante. Cada silencio que se atribuía, era un motivo mayor para Shinji para declararlo culpable de un crimen que no había cometido ni pensaba cometer. ¿Pero qué iba a hacer? ¿Acaso iba a defenderse golpeándolo igualmente? Eso no llevaría a ninguna parte a nadie, ni a ellos ni a Rangiku, cuyos gritos eran cada vez más agudos. Había visto su expresión de horror cuando el otro cazador lo golpeó. Cómo detestaba esto. No se había equivocado al decirle que esto se sentía como el verdadero infierno, pues era como su propia cárcel personal: aquel universo vasto lleno de anhelos que no podía obtener; lleno de deseos que no podía, siquiera, rozar con la yema de sus dedos.

    Un tumulto de gente emergió de repente. Guiados por los gritos y los fuertes ruidos, los jóvenes salieron del interior del salón para ver aquel espectáculo. Algunos murmuraban observándolo, pues claro, él era su profesor al fin y al cabo. Incluso allí había otros profesores, asombrados, cubriéndose la boca con las manos. ¿Cómo era posible que el correctísimo y serio Yagari Touga estuviese montando semejante escena? Pero así sucedía; así ocurría. El “correctísimo” Yagari Touga había tocado el cielo por unos instantes hasta que de repente cayó en la misma mierda de siempre otra vez. Se hundió en el fango, enterró el rostro en la derrota contra nadie más que sí mismo. Pues no podía culpar a Shinji, no podía culpar a Rangiku. ¡Ni siquiera podía culpar el imbécil de Olivier que aparecía justo en ese momento, divirtiéndose con la situación e intentando sacar ventaja de ello! ¡Maldita sea, no podía desligarse de esta culpa de ningún modo! Porque, sencillamente, él había comenzado esta hoguera en el momento en que decidió tocarla. Si tan sólo la hubiera ignorado como en otras fiestas… Si tan sólo hubiera continuado levantando el muro en vez de hacerse el ciego mientras todas sus emociones lo derribaban…

    - Detente, Shinji –murmuró con prisa, frenando cada uno de sus golpes con sus antebrazos, conformando con ellos una adecuada defensa-. Detente –insistió, haciéndose a un lado mientras uno de los puños de su contrincante pasaba a su lado, rozando temiblemente su mejilla anteriormente maltratada. En ese momento, su atención se posó sobre la figura de Ryu, que se acercaba sigilosamente hacia Rangiku mientras ella estaba tan conmocionada por lo que estaba ocurriendo. Su rabia se acrecentó dentro, tanto porque aquel estúpido estuviera sonriendo, disfrutando de esto a pesar de alejar a la gente y dárselas de buen tipo, como por lo que estaba haciéndole pasar a la muchacha. Su semblante se volvió afligido mientras la miraba, pero aquel contacto se quebró a la mínima que Shinji volvió a embestirlo. Touga casi perdió el equilibrio, pero lo recobró a tiempo para decidir que ya no se aguantaría más. Sólo bastó decidirlo. De un momento a otro, Shinji tenía en su rostro un corte causado por la furia de sus nudillos-. ¡TE DIJE QUE TE DETENGAS! –gritó con rudeza, sin quitarle los ojos de encima. Lo intentó todo lo que pudo. Trató de evitar esto todo lo que le fue posible. Pero él tenía un límite también, y su orgullo no iba a ser pisoteado ni un segundo más. ¿Acaso Shinji estaba olvidándose que además de estar encarnizándose con su amigo lo estaba haciendo con su Jefe? Sin embargo, lo que en verdad lo motivó a golpearlo así eran los gritos de Rangiku, su dolor, sus nervios, como si todo lo que la afligía fuese el combustible que alimentaba su ira. Y lo peor de todo esto residía en que la cura resultaba peor que la enfermedad, porque aquel contraataque certero sólo sembró más discordia y más sed de pelea. Shinji se abalanzó nuevamente hacia él, casi al punto de que ambos pudieron pegar sus frentes la una con la otra. Ambos poseían aproximadamente la misma estatura, pero Shinji era un poco más robusto. La frialdad que transmitía la mirada de Yagari era como la de una bestia salvaje estudiando cada movimiento de su presa justo antes de arrebatarle la vida; Shinji, por su parte, era un torbellino emocional lleno de impulsos de lo más agresivos. El Vicepresidente aún sentía el sabor de su propia sangre en su boca, pero no permitiría que ésta eliminase el único rastro de verdad que se le había otorgado esa noche desde los labios de la joven cazadora.

    Y cayó al suelo. Rangiku pareció desvanecerse entre la nieve como lo haría una mariposa privada de sus coloridas alas. Yagari, que continuaba forcejeando con Shinji en medio de las palabras de Olivier, vio cómo la muchacha era traicionada por sus piernas. La alerta en su mirada era fatal. Alcanzó a pronunciar un silencioso “no” sofocado por la fuerza que Shinji había decidido ejercer sobre su garganta, volviendo a arrinconarlo contra la corteza del árbol. No obstante, en cuanto el cazador se percató de la dirección hacia donde Yagari miraba y la forma en que estaba ensimismado, queriendo zafarse, giró su rostro. En cuanto Shinji la vio allí, no lo dudó. Vaya, ¿eso tenía que pasar para que ambos abandonasen esta innecesaria riña? ¿Tenía ella que resultar tan afectada para que ambos decidiesen dejar de lado su orgullo? Pero había que hacer una salvedad, y esta era que Touga había dejado de lado su honor por demasiado tiempo, buscando la mejor manera de detener a su amigo. Sin embargo, tal vez debería haberse contenido y haber soportado más, pero su temperamento acabó por dominarlo; esta injusticia acabó por dominarlo. Pero todo rastro de violencia se borró de su cara mientras observaba, mientras contemplaba cómo a ella le costaba respirar; cómo su pecho estaba castigándola, y él sin poder acercarse, sin poder alcanzarla. Desde la lejanía, estaba obligado a mirar sin poder intervenir. Shinji la contenía, y Ryu permanecía al lado de ellos como excelente perro guardián. ¿Así que de este modo iban a quedar las cosas? ¿Así que él sería, después de todo, el malo de esta obra? Cual bandido, cual despreciable fugitivo que osó poner un pie en la prominente mansión de una noble familia para llevarse consigo a la joven hija consentida cuyo destino estaba al lado de un gran señor. Exactamente así se sentía. ¿Qué? ¿Estaban juzgándolo en base a qué? ¿Estaban juzgándolo en relación a su edad, a su temperamento, a su atrevimiento ante el deseo de simplemente querer tomar lo que deseaba por una maldita vez en su miserable vida?

    Su corazón le latía de forma muy acelerada, pero estaba seguro de que no corría peligro, a diferencia de Rangiku, quien cada vez le preocupaba más, pero todo rastro de exaltación estaba perfectamente oculto tras aquel inexpresivo rostro de hielo. Escuchaba las palabras de Shinji. Quería gritarle tantas porquerías allí mismo. Quería encerrar su cuello entre ambas manos y obligarlo a besar la fría nieve una y otra vez. Eran tales los nervios, tal la incertidumbre al no saber qué ocurría con ella pero al ver claramente que algo andaba terriblemente mal. ¿No pensaban llamar a nadie? Porque si era así, él mismo iría a buscar ayuda. La enfermería no estaba lejos después de todo. No obstante, cuando desde su sitio apartado y solitario estuvo a punto de movilizarse para velozmente traer la ayuda correspondiente, los gritos de Rangiku lo paralizaron por completo. Había comenzado a caminar, pero sus pasos se detuvieron en seco. Su párpado se elevó, descubriendo a la luz de la luna un iris más claro que el océano. Completamente atónito, comenzó a girar su rostro. Luego, procedió a girar su torso, hasta que su cuerpo finalmente quedó frente a los demás otra vez. Miró a Olivier por unos momentos. Su móvil había comenzado a sonar. Aún así, su ojo volvió a posarse sobre la joven. ¿Por qué decía todo eso? ¿Lo estaba defendiendo? ¿Por qué confiaba tan ciegamente en él? Algo pareció querer retorcerse dentro, pero él no lo permitió. En su lugar, sus labios permanecieron absolutamente sellados, escuchando todo lo que ella tenía para decir. Necesitaba calmarse. Necesitaba parar con esto.

    “Pondría la mano en el fuego por él”.
    Y no imaginas cuánto podrás quemarte. ¿Acaso no sientes las brasas bajo tus pies ya?

    Yagari negó con la cabeza, suspirando profundamente. Ya no podía soportarlo más. No podía quedarse allí de pie, sin hacer nada, viendo cómo ella sufría, sola, por algo que él había empezado. Dio unos pasos hacia el frente, pero como si se tratara de mero instinto, algo le indicó que era mejor detenerse. La mirada de Shinji se posó sobre él, mortífera. Parecía un encarnecido macho Alfa cuidando de lo único que quedaba de su manada antes de que un lobo mestizo y ruin se la arrebatase. ¿Pero qué pretendía? ¿Acaso quería que se quedase sin hacer nada, simplemente observando cómo ella se destruía, haciéndose pedazos frente a él? Ni pensarlo. Antes muerto. Por ende, con decisión caminó por la nieve hasta recoger su abrigo y la rosa con las dos velas, que habían acabado enterradas bajo este por alguna razón. Se guardó aquellos obsequios cuidadosamente, sin que nadie los viese, y al caminar en dirección a ellos, le dedicó una fría mirada a Olivier.
    - Está sonando tu porquería –espetó sin más. Giró su rostro hacia Shinji y bajó la mirada, observándolo con firmeza. Que ni se le ocurriera decir algo, porque en cuanto lo escuchase pronunciar apenas una letra lo haría mierda allí mismo y le importaría muy poco lo que ocurriese con él. Aún no sabía cómo podía controlarse tanto. Era, en parte, algo digno de admirar. Y su sombra acabó por proyectarse sobre el cuerpo de Rangiku, y el pesado abrigo cayó sobre sus hombros otra vez, ocultando en uno de sus bolsillos la maltratada pero aún intacta rosa.

    Así como ella estaba, sufriendo espasmos y encima tan nerviosa, no llegaría a ninguna parte sana y sin hipotermia. Shinji se quedó en silencio, y bajó la mirada, volviendo su atención a la joven. Yagari, por su parte, se puso en cuclillas frente a ella. Apoyó su pesada mano sobre su cabeza, como tantas veces antes había hecho, y como si quisiera borrar de algún modo el contacto de Olivier sobre ésta. Miró al susodicho de reojo. A veces no lograba entenderlo. A decir verdad, casi nunca lo conseguía. Era un sujeto sumamente extraño, y no sólo eso, pues también era un enfermo. Conocía cada una de sus mañas, y por un momento llegó a temer las intenciones con las cuales se acercaba. Ryu Olivier era así después de todo: un excelente y competente cazador, pero un hombre lleno de vicios perjuros por dondequiera que se lo viese. Sin embargo, no tenía tiempo para desconfiar de él. A pesar de lo visto en la anterior fiesta respecto de Crosszeria, ahora mismo no tenía tiempo ni ganas. Tsk, que le dieran. Y mediante estas cavilaciones, regresó su atención a Rangiku. Iba a terminar llamando a emergencias si ella no se calmaba, pero es que tampoco él sabía cómo ayudarla. Era un inútil en estas cosas, y más aún sintiendo que al mínimo paso en falso las afiladas garras de Shinji estarían arrojándolo lejos, y quizás hasta empezando una riña de nuevo. Por ende, se limitó a respirar suavemente y observarla, esperando que ella lo mirase también, aunque francamente no sabía cómo haría para sostener su mirada sin perder la claridad de su mente.
    - Rangiku, está bien, ¿de acuerdo? –murmuró, amable y tranquilo. Hubiera querido decirle que "nada pasaba", pero sería un completo imbécil si pretendía hacerle creer eso cuando por poco no se arrancan todos los dientes entre sí-. Ya está bien –rectificó, revolviendo levemente su cabello-. Shinji, ¿por qué no la llevas a su habitación para que pueda descansar un poco? –inquirió mirando fijamente al cazador, poniendo su esfuerzo al máximo para simular que nada había ocurrido y que todo había sido como un juego de niños. Pues su salud estaba primero, porque ella siempre estuvo primero desde el día en que la conoció, y si tanto se negaba a recibir ayuda médica, sería mejor que tomase un descanso, aunque lamentaba que tuviera que desperdiciar así la fiesta. Volvió sus ojos hacia ella-. Vamos, ya pasó –susurró, alentándola a que se tranquilizara un poco más, e insinuando que se pusiera de pie para marcharse a un sitio más cálido y seguro que este. No era necesario que mirase a Shinji para que supiera lo que tenía que hacer, ¿no es así? Después de todo, si no estaba rompiéndole la cara en este momento era porque ella estaba allí presente, preocupada, y porque él, desde luego, era importante para Matsumoto. Y si bien también era su amigo, era tal la bronca que le había generado, que aunque lo comprendiese en su mayor parte, no podía tolerar tenerlo cerca. Al menos no por el momento. Y a pesar de que le dolía dejarla así, sabía que con ese cazador impulsivo y un poco idiota estaba más que segura y a salvo, incluso más que con él.

    Touga se puso de pie y suspiró, sacando el paquete de cigarros y encendiendo uno. Si no llenaba de humo sus pulmones ni la nicotina se apoderaba del oxígeno en sus venas, acabaría por perder la razón a causa de los nervios. Se volteó y, en ese mismísimo momento en que nadie pudo ya ver su rostro, la expresión apacible se volvió más sombría que una noche eterna. Tanto quería decirle, tanto quería agradecerle lo que había dicho y cómo se había atrevido a defenderlo a pesar de todo. Ella era demasiado valiente, y quizás aún no se daba cuenta de algo tan importante como eso. Y él, por otro lado, sentía que estaba ablandándose demasiado al pensar así. Pero estaba preocupado. Y cuando uno se preocupa, todo es absolutamente válido, ¿cierto? No obstante, el muro que ahora se cernía entre ambos era aún más rígido y severo que el anterior, porque ya no estaba entre las facultades de ninguno de ambos el poder derribarlo. Y el corazón le pesaba, maldita sea. El pecho le oprimía cualquier pensamientos claro que quería pasar por su cabeza. Y el odio, fiel amigo y latente enemigo, volvía a inundarlo. Después de todo, aquel sentimiento era un fiel recordatorio de todas sus privaciones, incluso las más nobles.

    Indiferente, comenzó a caminar hacia el interior del salón. Dejando atrás a Ryu, a Shinji, a Rangiku…  Siguió avanzando, hasta que su figura comenzó a perderse entre los árboles y el humo de su cigarro se expandió por los aires. Ni siquiera se preocupó por acomodar su corbata o limpiar las marcas de suciedad que yacían en su camisa. En su lugar, tan sólo siguió avanzando. Pero, cuando estuvo ya a punto de ingresar al salón, sacó su móvil, deseando que los golpes de Shinji no lo hubieran hecho pedazos. Allí, comenzó a teclear un mensaje: “3 a.m”. Al concluir, lo envió. No, las cosas no iban a quedar así, y si tan temerario paso había dado en esta noche, si tanto la había comprometido  a ella y tanto se había comprometido a sí mismo, haría que todo aquel desastre valiese la pena. Procuraría que cada segundo de tensión y desesperación encontrase el equilibrio adecuado en calma y certezas. Porque ambos se lo merecían, después de todo. Y si ella prefería no verlo, estaría completamente de acuerdo. La comprendería, por mucho que le pesase dejar las cosas así. Por mucho que le pesase no poder mirarla a los ojos y decirle cuánto lo sentía…

    Por mucho que le pesase dejar que esta oportunidad se deslizase entre sus dedos, como tantas veces antes, como tan temiblemente sucedía ahora.

    Justo antes de entrar al salón definitivamente, se detuvo para voltearse suavemente. Aún podía ver las siluetas desde allí. El mensaje de texto acababa de llegar al móvil de la joven, y el del cazador había notificado el “enviado y recibido”. Sus labios, que tan serios y rígidos se habían encontrado durante todo el camino hacia la puerta, se arquearon sutilmente, perspicaces, y una sonrisa ladeada completamente sublime adornó aquella comisura manchada de sangre.

    No. Él no era, de ninguna manera, un cobarde; y mucho menos uno que se rendía con tan poco.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Lun Feb 16, 2015 1:30 pm

    ¿Por qué un sentimiento tan lleno de buenos deseos podía traer tales consecuencias? Traté de calmarme y volver a respirar normal, pues si seguía respirando por la boca se me helaría la garganta; pero sobre mi pecho había una montaña entera de angustia aplastando y oprimiendo todo lo que se hallase bajo ella. Cerré los párpados, asustada. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo resolver todo aquello? La culpabilidad golpeaba mis sienes, amenazando con volverme loca; no quería ver las heridas que tenían, no quería verlas... Era como si yo misma se las hubiese hecho sin querer, manejada por unos hilos invisibles, como si me hubiese tratado de una marioneta. Miré un segundo por el rabillo del ojo a Shinji, pero al ver la sangre que recorría su mejilla volví rápidamente la mirada hacia el suelo de nuevo. Aquel hombre de cabellos rojos seguía allí en pie, sin añadir nada más, simplemente vigilando. ¿Quién era y qué quería? Su presencia me inquietaba, me provocaba escalofríos. ¿Él también era un cazador? Había reconocido a Shinji al instante, así que parecía lo más lógico; si solo hubiese reconocido a Yagari, hubiese pensado que era uno de los extravagantes invitados del Director Cross. Volví a tratar de respirar hondo, apretando los párpados al sentir una nueva punzada atravesándome el costado. Notaba la tensión del cuerpo de Shinji a mi lado, no solo por la preocupación por mi estado, sino porque Yagari había comenzado a acercarse. Escuché un teléfono sonar y la voz de Yagari se alzó hacia aquel extraño hombre. Sí, por la forma en la que se trataban todos, parecía ser que era de nuestro mismo gremio. La mano de Shinji que se había posado sobre mi hombro se apretó con agresividad ante la cercanía del otro cazador. Giré levemente la cabeza hacia él, sin fuerzas, tratando de preguntarle con la mirada por qué estaba actuando así con él; con quien era su amigo, su jefe, su compañero. ¿Dónde estaba la complicidad que mostraban? ''Es por mi culpa. Y tengo que hacer algo, no puedo dejarlo todo así...'' La mirada de Shinji se clavó sobre Yagari de la misma manera en la que un perro guardián le advierte a un extraño que no debe acercarse más. Cuando su abrigo cayó sobre mis hombros por segunda vez en aquella noche, alcé un poco la mirada, pero ésta tan solo llegó a la altura de sus zapatos. Shinji sacó el brazo de debajo de la chaqueta, mostrando una expresión de desaprobación, pero no dijo nada; se limitó a colocar bien la prenda. Le dirigió una mirada peligrosa a Yagari cuando su mano se posó sobre mi cabeza, pero bajó la mirada y acabó por centrarse en mis reacciones. Seguía apretándome las manos sobre el corazón, el cual amenazaba con estallar de un momento a otro. No me sentía digna de la atención de ninguno de los dos; no merecía su contacto, su preocupación, su cariño... nada. Su voz sonó tan amable, tan tranquilizadora... No, no me merecía aquel trato por parte suya. Alcé la mirada del todo y la clavé sobre su iris, tratando de decirle con aquel gesto todo lo que no podía expresar con palabras. Si tan solo quería verlo bien... ¿por qué tenía que torcerse todo de una manera tan fácil, por qué le causaba problemas tan solo por estar a su lado? Tenía una fea herida, y sus labios estaban manchados de sangre. Al ver aquello tan de cerca, mis ojos volvieron a humedecerse. No, aquello no podía estar pasando. Traté de hablar, de pronunciar su nombre, pero tan solo mis labios pudieron moverse completamente en silencio. Volví a bajar la cabeza ante una nueva punzada. Shinji se mostró conforme con lo de sacarme de allí, pero tan solo se limitó a asentir con la cabeza y a mirar hacia otro lado.

    Y él comenzó a alejarse. Comenzó a caminar lentamente hacia el salón sin decir nada más. Y yo tan solo podía limitarme a estar allí sentada, sin poder levantarme y salir corriendo detrás suya como tantas otras veces. Shinji pareció relajarse un poco cuando Yagari se marchó, pero una extraña expresión se apoderó de su rostro durante unos segundos. ¿Tal vez se sentía triste de que aquello hubiese ocurrido? Ojalá fuese así, ojalá pudiera ser tan fácil hacer que lo comprendiese todo... Pero aquella expresión se esfumó de manera tan repentina como apareció. Volvió a tratar de marcar el número de emergencias, pero mi mano volvió a aferrarse a su muñeca. Volvía a sentir el frío calándome por cada milímetro de mi piel, clavándose como mil agujas sobre las piernas completamente desnudas, sobre cada parte en la que los copos de nieve iban decidiendo posarse. Negué con la cabeza, dedicándole una mirada de súplica. El cazador dejó escapar un largo y cansado suspiro, accediendo a guardar el móvil.- Al menos déjame que te lleve a la enfermería y que te miren allí.- Susurró, cogiéndome en alzas y levantándome. Bajé la cabeza, escondiendo la cara gracias a la cortina de pelo que caía hacia delante. Finalmente, asentí levemente con la cabeza, accediendo. Al menos, así allí podrían curarle aquel corte que tenía en la mejilla. Shinji le dedicó una fría mirada al hombre pelirrojo, estrechando levemente los párpados. Hizo una leve inclinación como despedida y echó a andar hacia la enfermería sin decir nada más. Las punzadas eran menos frecuentes poco a poco, pero aun me dolía y me costaba respirar.

    Una vez en la enfermería del hotel, la enfermera que estaba le indicó a Shinji que me dejase en la camilla mientras ella avisaba al médico. El rostro del cazador era un grotesco cuadro de sangre, odio reprimido y preocupación. Se sentó en un taburete al lado de la camilla, mientras yo aun seguía sosteniendo mi pecho con ambas manos, como si temiese que el corazón se me fuese a escapar de repente. Una de sus manos apartó un par de mechones rebeldes que cruzaban mi cara;  fue un gesto suave, delicado, como si no se atreviese del todo a realizar aquel movimiento. Giré la cara hacia él, observando la tormenta que cruzaba sus ojos. Estaba triste por verme así, incluso se sentía culpable porque sabía que aquello había ocurrido por que me había alterado el verlos pelear; por otro lado, no podía olvidar lo que había visto, la traición que había sentido en aquel momento. Él, quien era su amigo, su jefe, su compañero... Aun no podía creerse que aquello hubiese ocurrido, pero así era la realidad. Y mientras estaba allí tumbada, podía ver todo aquello reflejado en su mirada, aunque no llegase a comprenderlo completamente. Parecía como si quisiera preguntar mil cosas a la vez, pero al mismo tiempo se reprimía, ya fuese por miedo a saber más de lo que quisiera, ya fuera por no volver a perder los estribos. Deslicé una de las manos de mi pecho y busqué la suya, sin apartar mis ojos de los suyos. Su expresión se volvió sorprendida y confusa. Rápidamente sostuvo mi mano y se acercó, como si temiese que algo más me estuviera pasando. Le sonreí levemente, tratando de que apartase todo aquello de su mente. Una vez que me dejasen salir de allí se lo explicaría todo. Pocos segundos después llegó el médico de guardia, un hombre de edad avanzada y expresión amable. Shinji se levantó con brusquedad del asiento y le dirigió un fugaz saludo para explicarle todo de manera atropellada. El hombre no dejaba de mirar con sorpresa al alterado cazador, observando el corte y las magulladuras que llevaba. Con calma, alzó ambas manos y le hizo un gesto para que se tranquilizase.- Está bien, está bien.- Dijo. Tenía una voz amable y tranquila.- Cálmese, en seguida la atiendo. Pase por allí.- Le dijo, señalando otra salita pegada a la enfermería.- Deje que le curen esa fea herida.- acto seguido, antes de que Shinji pudiese protestar o decir nada más, sorteó el robusto cuerpo del cazador para acercarse a la camilla, movimiento que ejecutó con sorprendente agilidad para tratarse de un hombre mayor. Acercó el taburete que antes había usado Shinji y se sentó en él, cogiendo de su cuello el estetoscopio. Lo dejó a un lado, sobre la camilla, y me ayudó a incorporarme.- ¿Me permite, jovencita?- Dijo, colocando su mano en la cremallera del vestido. Algo avergonzada, asentí. Cerré los ojos al sentir el frío aparato posarse sobre la piel de mi pecho y, luego, la de mi espalda.- Usted debe ser la chica a la que antes han molestado unos gamberros, ¿verdad? Tiene una fea marca ahí.- Dijo, mirando mi brazo. Aunque la pomada que antes me había puesto Makishima se había encargado de no dejar que el moratón fuese demasiado grande, no había podido evitar que la marca del forcejeo saliese. Asentí ante sus palabras, aun respirando de manera ajetreada.- Bien, me ha dicho su... ¿padre? Bueno, me ha dicho que le duele el pecho, ¿no? Eso y que hace ya algunos meses sufrió un paro cardíaco en una operación, que por eso está más preocupado...- fue diciendo mientras iba a por un enorme aparato en un carrito, con montón de cables colgando de él.- ¿Tienen un electrocardiograma aquí?- Pregunté sorprendida, mientras el médico me indicaba que me volviese a tumbar y me iba colocando aquellos cables pegados al pecho.- Así es. Este sitio está algo alejado, así que tenemos que tener cierto equipamiento.- Explicó en aquel tono calmado. Me indicó que guardara silencio y la máquina comenzó a trabajar, haciendo un ruido parecido al de una impresora. Al poco, una vez que el papel salió, el médico lo alzó y lo observó detenidamente. Se volvió hacia mí con una sonrisa.- Tranquila, parece que todo está bien. Lo que has tenido ha sido un ataque de ansiedad. Lo que has pasado antes no es para menos, así que ahora ve a cenar algo, ve a tu habitación y descansa, ¿de acuerdo?- Dijo, ante lo que asentí, aliviada. ¿De verdad algo tan simple como eso podía doler tanto? Me incorporé y me subí la cremallera, aliviada de poder cubrirme de nuevo. El hombre se sentó en el taburete y me explicó por qué pasaba aquello mientras que Shinji salía de ser atendido de la herida de su mejilla. Volvió algo sonrojado, con un enorme parche blanco sobre el corte y con la joven enfermera siguiéndolo por detrás con una sonrisa. No pude evitar sonreír al verle tan avergonzado; a pesar de lo bruto que era, ante una cara bonita se ponía extremadamente nervioso. El médico le explicó todo lo anterior con la misma calma con la que lo había hecho conmigo, haciendo que el alivio se apoderase del rostro de mi amigo. Asintió ante sus recomendaciones y, sin preguntarme siquiera si ya podía caminar, me volvió a coger en brazos y salió de allí como un torbellino, apenas dejándome tiempo para que me despidiese y les agradeciera tanto al médico como a la enfermera por habernos atendido.

    Y, a pesar de que ya había una preocupación menos en el camino, aun quedaba la más importante. Al llegar a la habitación, mi rostro estaba ensombrecido. Multitud de mechones negros habían decidido ejercer de cortina sobre mi cara, ocultando mi expresión; sin embargo, al cazador no le hacía falta verla. Me dejó con cuidado que me pusiese de pie y abriese la puerta con la tarjeta, acción que llevé a cabo con lentitud, ya que no quería estar allí... Pero sabía que en aquel momento no podía ir a buscarlo, no debía... Tenía que hablar con Shinji, tenía que asegurarme que aquello atravesase su duro cráneo de una buena vez y que lo comprendiese. El cazador me hizo pasar a la habitación, volviendo a mostrar una expresión afligida al verme así. Mientras él entraba, mirando hacia todos lados, admirando la amplitud de las habitaciones de aquel hotel, cerré la puerta con cuidado, echando el pestillo de seguridad.- Rangiku...- Musitó Shinji, mirándome mientras yo dejaba la tarjeta sobre el escritorio con la misma expresión sombría que había mantenido durante el camino. Manteniendo aquella afligida calma, dejé la chaqueta de Yagari sobre una silla cerca del radiador para que se secase de la humedad que le había causado el contacto con la nieve.- Rangiku, deberías cenar algo y descansar...- Dijo, ante lo que negué con la cabeza y lo miré directamente a los ojos. Me devolvió una mirada sorprendida y con restos de culpabilidad para, poco después, dejar escapar un suspiro cansado.- Shinji, antes quiero que me escuches.- Le dije, completamente seria. El cazador hizo un gesto de fastidio y se dejó caer sobre el sillón, mirando hacia otro lado, como un niño cabreado. Estaba claro que no iba a entrar en razón tan fácilmente. Cogí la rosa y la metí con calma en un vaso con agua para que se mantuviese bien, dedicándole una larga mirada nostálgica. Era un milagro que no hubiese sido pisoteada. Tratando de calmarme para que el dolor no volviese a aumentar, me senté a su lado volviendo a mirarlo a los ojos, aunque él estuviese tratando de evitar aquel contacto visual.- ¿Qué tienes en su contra? ¿No crees que si hubiese querido hacerme algo malo, ya lo hubiese hecho? Es más, ¿de verdad piensas que es alguien capaz de algo así?- Mascullé, sin andarme con rodeos. El cazador resopló y apoyó la cabeza sobre su mano, ya que se había recostado sobre uno de los brazos del sillón. Vi como el puño que reposaba sobre su regazo se apretaba, dejando que las venas que lo surcaban de marcaran con agresividad. Tras meditar durante unos instantes, su voz salió con poca fuerza desde su garganta.- No creo que se alguien capaz de dañar a otro queriendo... ¡Pero es que...!- Se echó hacia atrás y escondió su rostro entre ambas manos.- ¿Por qué tenías que ser tú? Y lo mismo va para ti. ¡Tiene treinta años!- Dijo, apartando las manos de su rostro y mirándome, confuso.- No lo entiendo... O quizás es que no lo quiero aceptar... Sé que no es un mal tío, pero no me entra en la cabeza eso... lo de antes.- Dijo, notablemente incómodo, haciendo referencia al momento en el que nos había visto juntos.- Al poco me acordé de la histérica de Smith y tuve miedo de que acabases herida, Rangiku. Eres demasiado joven, demasiado ingenua como para llegar a comprender del todo lo que se puede pasar por la cabeza de un adulto y de lo que algunos son capaces...- Dijo, esta vez inclinado hacia delante y enterrando el rostro en sus manos. Lo escuchaba sentada a su lado, sin decir nada, sin hacer gesto alguno. Observé la postura de su cuerpo, la cual mostraba que estaba realmente agotado. Finalmente, suspiré con suavidad.- No me haría nada que yo no quiera, Shinji...- Le dije, completamente convencida, pero el cazador se volvió con algo de brusquedad.- ¿¡Cómo puedes estar tan segura!? ¿Cómo confías tanto en él? Tiene la suficiente fuerza como para forzarte... Cuando lo vi sujetándote así, solo pude pensar en lo peor.- Dijo, completamente preocupado, colocando cada puño sobre una rodilla, alterado. No hacía falta que jurase que, si no había continuado golpeándolo, había sido por lo que me había pasado.- Pero no lo ha hecho. Es más, fue la única persona que me ayudó cuando aquellos dos niñatos trataron de llevarme.- Añadí, viendo cómo su expresión se tornaba más confusa a cada segundo que transcurría.- Pero...- Protestó, acabando por soltar un rugido de fastidio.- Dame un respiro. Dúchate, anda. Cámbiate de ropa; tienes el vestido humedecido por la nieve, vas a coger frío. Date una ducha caliente y ponte algo que te haga entrar en calor. Y déjame que respire.- Masculló, quitándose los zapatos, tumbándose en el sillón y echándome de allí a base de suaves empujones con los pies. Lo observé con seriedad durante unos instantes y me levanté antes de que me tirase. Me fui hacia mi equipaje y saqué ropa interior, una blusa blanca y unos vaqueros. Cogí la ropa y me metí dentro del baño, cerrando la puerta con suavidad.

    Cuando el agua caliente cayó sobre mi cabeza, pensé que en aquel momento sí que me daría algo. El contraste de temperatura hacía que la notase como hirviendo al principio, abrasando mi piel, aunque al poco acabé acostumbrada y agradecida por aquel calor. Shinji tenía razón: no me había dado cuenta hasta ahora, pero los filos del vestido estaban completamente humedecidos de haber estado en contacto con la nieve. Pensé que tan solo había sido la chaqueta de Yagari, la cual sí había estado tirada en el suelo. Pensar en él, en como había acabado todo... La angustia volvió a apoderarse de mi pecho y las saladas lágrimas se mezclaron con el agua dulce que caía de la ducha. Ninguno nos merecíamos lo que había pasado, y él menos que nadie. Las horribles imágenes bombardearon mi mente, haciendo que enterrase el rostro en las manos allí mismo, aun bajo el agua que caía sobre mi cabeza y mis hombros. Me llevé ambas manos a la boca para ahogar los sollozos, rozando levemente mis labios con la yema de los dedos, recordando el contacto de los suyos. Encajé la mandíbula, completamente alterada, volviendo a enterrar la cara entre las manos. Después de un rato así, acabé por restregarme los ojos y alzar la cara para que el agua limpiase todo rastro de lágrimas de ella. Seguí duchándome con una forzada calma, tratando de provocarme la curiosidad que sentiría en otro momento al abrir los tarros de jabones de los que proveía el hotel a cada habitación. Olían muy bien, pero en aquel instante era incapaz de apreciarlo. Salí de la ducha y me sequé el cuerpo, secándome apenas el pelo con la toalla para quitar la mayor parte de humedad. La voz de Shinji sonó a través de la puerta del baño mientras me peleaba con el sujetador para poder engancharlo de la espalda. Aunque no fuese a salir de la habitación, me daba corte estar delante de alguien si no lo llevaba, aunque ese alguien fuera Shinji.- ¿Estás bien? Estás tardando mucho...- Dijo, notablemente preocupado.- ¡Estoy bien!- Dije con la voz algo apurada por el trabajo que me estaba suponiendo aquello; años de práctica y aun no conseguía atinar todos los enganchitos en su sitio. Me puse la blusa blanca y abrí la puerta, encontrándome con un Shinji con cara de sueño, un paquete de fritos abierto en una mano y en la otra una cerveza.- Ya has abierto el minibar, ¿verdad?- Le dije con desgana, aunque la verdad era evidente.- Tss total, la cuenta va para Cross.- Dijo, ofreciéndome la bolsita. Parecía tratar de aparentar que no pasaba nada, que todo estaba bien; trataba de aliviar la tensión de todas las formas que sabía. Negué con la cabeza, ya que tenía el estómago cerrado, pero acabó metiéndome uno de los fritos en la boca en cuanto me descuidé.- Tienes que comer.- Dijo, dándole un largo trago a la cerveza y dejándose caer en el sillón de nuevo.- ¿Por qué no te has puesto el pijama?- Preguntó, observándome con seriedad mientras me había agachado para coger una botella de agua.- No tengo sueño...- Dije de forma distraída, abriendo una botella y bebiendo de ella allí mismo, aun agachada. Tenía la garganta completamente seca. Me incorporé y me senté en el sillón, en un hueco que encontré. No pararía hasta hacerle entrar en razón.- Shinji...- Comencé, pero el cazador mostraba una expresión desconfiada.- Ponte el pijama, Rangiku. No estarás pensando ir a ningún lado, ¿no?- Preguntó en un tono algo peligroso. Lo miré sorprendida, incluso dolida. ¿Cómo podía estar comportándose así, diciéndome aquellas cosas? Aquel no era el Shinji que conocía. Ante mi expresión dolida y mi ceño fruncido, el cazador comprendió que tal vez estaba volviendo a pasarse de la raya.- Perdóname- Musitó, llevándose la mano a la mejilla herida, pensativo, recordando todos los golpes con los que le había obsequiado.- Perdona que me muestre así, pero... Tengo miedo de que te hagan daño, tengo miedo de perderte...- Dijo con voz ahogada, entristecida, pero mi expresión no se inmutó aun cuando tenía el corazón encogido por verlo así. Sabía que nunca haría nada que pudiese dañarme, pero aquello precisamente lo estaba haciendo. Lo observé con los ojos muy abiertos, sorprendida ante aquellas palabras.- No quiero que de repente te vayas, que dejes de venir a vernos, a mí y a Matarou.- Añadió, completamente entristecido. La conmoción acabó reflejándose en mi rostro. ¿No se trataba solo de que pensase que estaba aprovechándose de mí?-Tal vez no hacía falta golpearlo así, pero... arg, entiéndeme... Tenía miedo. Tuve miedo cuando lo vi sujetándote así, cuando vi que os estabais... Cuando vi que tú tampoco te retirabas... ¿Cómo no pude ver algo así? Debí habérmelo imaginado, tan solo viéndoos cuando hablabais, cuando estuviste en el hospital...- Se detuvo ahí, cerrando con fuerza los ojos y masajeándose la frente con una mano, como si tuviese dolor de cabeza.- No quiero que te hagan daño, Rangiku, no quiero ver cómo te destruyen y te apartan de mi lado... Por favor, entiéndelo...- Dijo en un susurro, rendido ante su propio remolino de angustias. Con suavidad, me levanté de mi asiento y lo abracé con cuidado, reteniendo con un soberano esfuerzo las lágrimas.- Pensé que me odiarías... Esto comenzaba a parecerse a una tragedia de esas de teatro, en las que el padre se niega de forma absoluta ante el casamiento de su hija.- Dijo, enfatizando aquello con una triste sorna.- Nunca podría odiarte... Pero ahora mismo sí que te golpearía si no fuese porque trato de no llorar.- Respondí, pasándome el antebrazo por los ojos, quitando la humedad de las lágrimas que trataban de escapar.- ¿Cuándo fue que...?- Masculló de repente, pero se calló durante unos segundos.- Aun no puedo aceptar todo esto...- Negando con la cabeza, me retiré un poco de él y lo miré a los ojos, entristecida.- ¿Qué te cuesta darle una oportunidad? No me puedo creer que desconfíes tantísimo de él, y sé que en el fondo solo has actuado por impulso... Shinji...- Me agaché para poder seguir mirándolo a los ojos, ya que el hombre había bajado la cabeza hacia el suelo, con los hombros hundidos.- Al menos, confía en mí.- Le pedí, tratando de traspasar de una vez aquella dura cabeza que tenía. El cazador apartó la mirada, dejando que ésta vagara por la habitación, perdida.- Ya lo hablaremos mañana.- Sentenció con voz ronca.- Si es capaz de demostrarme que no te hará daño...- Cortó la frase ahí, apretando los labios y mirando de nuevo hacia otro lado. Agarró su cerveza y se la terminó de un trago ante mi sorprendida mirada.- Está en periodo de prueba.- Sentenció, haciendo una mueca de hartura. Sonreí levemente, contenta de ver que parecía estar cediendo un poco. Sin decir nada más, cogí el pijama y me cambié dentro del baño. Seguía sin tener sueño, pero al menos si me veía así se quedaría más tranquilo. Eché la ropa en el respaldo del sillón y me senté en la cama, a la vez que Shinji se levantaba y me arrojaba el paquete de fritos.- Come algo.- Ordenó, señalando con la cabeza lo que quedaba del paquete. Me puso la mano en la cabeza y me dirigió una preocupada mirada, aunque se veía que estaba algo más tranquilo.- Se hace tarde. Tengo que irme, pero si quieres me puedo quedar...- Dijo, sin saber muy bien cómo seguir. Negué con la cabeza, dedicándole una leve sonrisa.- Estaré bien. Vete antes de que esa mujer se desquicie.- Le dije, haciendo referencia a la histérica hermana de su difunta esposa, la cual solía quedarse siempre con el pequeño cuando su padre tenía trabajo que hacer. El cazador sonrió levemente, pero ante tal gesto hizo una mueca de dolor, llevándose la mano al parche que tenía en la cara. Parecía que aquel golpe le serviría de recordatorio durante unos cuantos días. Finalmente, acabó saliendo por la puerta, dedicándome una última mirada cargada de duda y preocupación.

    Me recosté contra el cabecero de la cama, dejando caer hacia atrás la cabeza y fijando mi mirada en el techo. No quería echar aun la cabeza sobre la almohada, ya que aun tenía el pelo mojado y acabaría humedeciéndola; y sí, me daba pereza el levantarme e ir a por el secador. Me quedé así hasta que el cuello amenazó con dolerme por estar forzándolo. Cogí el paquete de fritos y lo dejé sobre el escritorio, al lado de donde había dejado el teléfono. Ahora que lo pensaba, ¿no había vibrado antes? Lo miré con expresión de fastidio y desgana, pensando en que seguramente sería alguna de mis compañeras preguntando todo lujo de detalles. A punto estuve de no mirarlo, pero finalmente accedí a leer, aunque fuese por educación, el mensaje que con tanto interés habría escrito alguna compañera. Sin embargo, mi reacción fue totalmente diferente a la que habría esbozado de ser el remitente alguna adolescente hormonada de las que me rodeaban. En autor de aquel mensaje era el mismo Yagari. Leí con dedos temblorosos aquel extraño mensaje. ¿3 a.m.? ¿Qué quería...? De repente, como si de una iluminación divina se tratase, miré la hora que era. Las 2:45. Veloz como un rayo, me saqué el pijama de manera atropellada y torpe, casi tragándome la cama. Lo arrojé sobre el sillón y agarré la ropa que antes me había puesto, volviendo a colocármela lo más rápida que pude, peleándome con los vaqueros para que cerrasen sin darme demasiada guerra. ¿Qué quería decirme con aquello? ¿Debía ir a buscarlo a su habitación? ¡No sabía cuál era la suya! Fui a coger mis zapatos, pero al ver que eran las 2:58 desistí, quedándome en zapatillas. Tenía las mejillas ardiendo por la prisa que me estaba dando. Cogí el teléfono y me dirigí hacia la puerta, maldiciéndome por no haberlo leído antes. Me paré justo frente a la puerta, dubitativa. ¿Y si se refería a que él vendría a esa hora? Coloqué una mano sobre la puerta, mirándola de tal forma que parecía tratar de ver a través de ella. Me llevé la otra mano, con la cual aun sujetaba el teléfono, hecha un puño, al pecho. ¿Querría hablar de lo ocurrido? No podía esperar a verle, pero, por otro lado, me daba miedo que decidiese apartarse de mi lado pensando que aquello sería lo mejor, que así no sufriría... Y con aquello tan solo conseguiría cavar mi tumba, pues hacía demasiado tiempo que mi corazón pendía de sus manos, que mi vida era una simple figura de cristal colocada al final de un precipicio, a solo un suave empujón de sus manos para caer al vacío.
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    Mensaje por Yagari Touga Mar Feb 24, 2015 3:29 am


    Se había marchado de la fiesta. Entre miradas intrigantes y labios murmurantes, su imponente figura atravesó el salón hasta llegar a las escaleras principales. Sí, todos hablaban. Todos estaban creando sus hipótesis acerca de lo sucedido hace unos instantes y acerca de lo sucedido horas antes. Algunos especulaban sobre la ebriedad del docto profesor, otros -quienes confiaban en sus acciones-, creían que si había reaccionado así, era por una razón, ya que él nunca estaba equivocado. Pero también existían aquellos que simplemente se regocijaban en la acción, divirtiéndose a base de lo ocurrido. De todos modos, a él no le importaba. Todas aquellas personas le importaban una mierda. Serio e imperturbable, ascendió escalón por escalón, mientras muchos lo seguían con la mirada desde abajo. Entre estos se encontraban, desde luego, otros profesores. Algunos osaban entrecerrar los ojos, sospechosos, y hasta sugerían seguirlo. Sin embargo, nadie se atrevió a indagar más, y todos se quedaron “disfrutando” de la “fiesta”. Por él mejor, pues alguien tenía que disfrutar del evento que Kaien se había esmerado en organizar. Y su figura, finalmente, se perdió en la inmensidad del pasillo del primer piso, pero lamentablemente debía seguir ascendiendo si quería llegar a su habitación, pues se encontraba en el cuarto, y no iba a ir por un ascensor. Los detestaba. Odiaba ese encierro con olor a máquina.

    Abrió la puerta. La habitación estaba completamente oscura, por lo cual al ingresar en ella sintió como si aquella oscuridad le envolviese de un modo peculiar. Como si se tratara del interior de su cuerpo, del gran hoyo que acarreaba junto a ese sabor amargo por lo sucedido, Yagari sintió como si estuviera dentro de sí mismo. No obstante, al encender la luz, el mundo real regresó, devolviéndolo a la escasa claridad que podía vislumbrar. Pues, aunque ya estaba más tranquilo y todos sus movimientos denotaban calma, por dentro continuaba siendo un mar violento y tempestuoso. Suspiró y la puerta se cerró detrás. Desabrochó su camisa y la arrojó sobre el sofá. La prenda estaba húmeda, pero a pesar de ello su cuerpo estaba demasiado caliente. Las venas latían por dentro, debajo de la piel, transportando toda aquella sangre vibrante, encendida por la pelea; encendida por aquella pasión que no había podido contener, así como por el recuerdo de aquel sencillo y fugaz beso, efímero como la vida misma, que en un simple segundo pudo lograr lo que nada logró en años: destruir su barrera, sus límites, su racionalidad.

    Al cabo de unos momentos, decidió que lo mejor era darse un baño. Se miró al espejo y rozó con la yema de sus dedos la herida que le había ocasionado Shinji. Chasqueó la lengua y apoyó ambas manos sobre el lavabo, observándose.
    - ¿En verdad has llegado hasta este punto? ¿Qué mierda se te ha pasado y se te pasa por la cabeza, Touga? –se dijo a sí mismo, preguntando aquellas cuestiones que, francamente, no podía responder. Todo su mundo estaba de cabeza, y él era el más loco de todos. Por momentos tenía la intención de arrepentirse por lo sucedido, pero luego su orgullo y su determinación lograban que se mandase al diablo a sí mismo. Él no era un cobarde, y durante todo este tiempo calló demasiadas cosas. Entonces, ¿por qué no aceptar un poco de todo aquello que estaba matándolo en silencio? Tal vez así la carga fuese menor. Quizás de este modo lograse un poco de liberación… Por ende, no perdería más tiempo. No sabía si ella había visto aquel mensaje, pero fuera como fuese, iría a verla de todos modos. Si ella no quería verle la cara, lo entendería. Le había hecho pasar un momento tormentoso, realmente. ¿Y quién podría culparla? Era demasiado joven a pesar de lo madura que se mostraba. Aún había demasiadas cosas del mundo que no entendía, y lo peligroso de estar con él era una de ellas. No obstante, ¿estaría dispuesta a correr tales riesgos? Mas aún: ¿estaría dispuesto Yagari Touga a que ella corra peligro? Cada vez que pensaba en ello, el remordimiento regresaba. No entendía cómo ni por qué, pero había acabado por hacer una locura, traspasar límites que ahora no podía volver a trazar.

    Cerró su ojo con pesadez un momento e ingresó en la ducha. Toda la suciedad, incluso la sangre, que ocasionó la pelea, se diluyó en el agua. Su iris parecía incluso más claro entre el vapor. Tal vez así lograse aliviar un poco la tensión, la agitación interior. Parpadeó con suavidad, recordando que Olivier estuvo allí también. Ese viejo no sabía hacer otra cosa más que entrometerse donde no le llamaban, pero siempre había sido así, y a pesar de ello continuaba considerándolo un amigo. De todos modos, últimamente se mostraba algo extraño, y ya no frecuentaba tanto la Asociación. A veces Touga se preguntaba qué estaría perturbándolo, si serían las mismas cosas que le perturbaban a él o había algo más. No obstante, dejó aquellos pensamientos de lado, pues salió de la ducha y se dispuso a vestirse. Sobre su pecho desnudo podía apreciarse la enorme cicatriz que lo cruzaba, recordatorio constante de la presencia de Shizuka en la Academia y cómo casi Zero termina bajo sus garras. Observó su propio reflejo en el espejo con pesadez al recordar al gemelo perdido, difunto. Sin embargo, las cosas siempre ocurren por alguna razón. A pesar de los esfuerzos porque todo salga bien, siempre todo saldrá como se le cante al Destino.

    Y esa ley se aplicaba a la situación actual, a este mismísimo instante.

    Yagari abandonó la habitación. Tomando todas las precauciones, descendió las escaleras nuevamente, pero se inmiscuyó por una puerta trasera que daba a la cocina. Cuando obtuvo lo que necesitaba, salió tranquilamente. Los cocineros se habían enterado del conflicto, al parecer. Y para su gracia y orgullo personal, éstos celebraban la lección que le había dado a esos críos maleducados y desubicados. De todos modos, esa era la única información que estos manejaban, y era mejor así. Tras salir de allí, volvió rumbo al pasillo. Llevaba el cabello húmedo, unos jeans y una sudadera negra. Típico de él. Sacó el estuche de cigarros y encendió uno. Francamente, le importaba un carajo que no se pudiese fumar en el interior. Ya había tenido suficiente en esta noche. Iba a hacer lo que se le venía en gana, y pobre de aquel que quisiera impedírselo. Y al pensar en ello, no pudo evitar recordar a Shinji. Ese maldito impulsivo debería andar cerca, por lo cual procuró andarse con cuidado. Como si fuese producto de alguna extraña y reventada ley de atracción, los pasos del susodicho asomaron. Yagari no estaba lejos de la habitación de Rangiku, y halló justo a tiempo una puerta de servicio. Se introdujo dentro, en la oscuridad. No podía creer que estuviera haciendo esto, la verdad. ¿En qué carajo se había convertido? ¿Había regresado a la adolescencia en un abrir y cerrar de ojos? Incluso llegó a molestarle el hecho de que tuviera que estar actuando así sólo para consentir a aquel cazador. Al fin y al cabo, aún no habían quedado las cosas claras y él lo había atacado de buenas a primeras. Si bien había aceptado que lo comprendía, ahora tenía ganas de arrojar su comprensión a los siete infiernos. Cuando los pasos de Shinji pasaron por delante de la puerta, tuvo la intención de abrirla, sujetarlo y encerrarlo allí dentro por una semana –y con este tiempo estaba siendo generoso, verdaderamente-.

    El humo del tabaco estaba inundando ese pequeño cuarto. Cuando Yagari creyó que ya no habría riesgo de ser visto, salió. No había rastros de Shinji por ninguna parte. Le convenía que esa marca en su rostro le durara días y días. Chasqueó la lengua, algo molesto, pero acabó por sonreír de lado mientras sostenía el cigarro entre los labios. Casi se le había consumido por completo. Revisó que el pequeño paquete que llevaba estuviera bien, sin daño alguno, y tras comprobar el hecho, volvió a emprender su camino por el pasillo. Pudo oír un pequeño ruido en una de las puertas, por lo que entrecerró su ojo levemente. Al pasar por una ventana abierta, le dio una última pitada a lo que quedaba de su adorable vicio y arrojó la colilla por la ventana, provocando que ésta fuera llevada por el viento nevado que se había levantado hacía unos momentos. Exhaló lo que quedaba de humo en sus pulmones, y entonces se posicionó frente a aquella habitación. Su mirada, seria, calculadora, analizando todo lo que podría haber sucedido y que podría pasar, se quedó fija sobre la madera un par de minutos. Ya eran las tres y cinco minutos. Miró, al cabo de unos segundos, la pequeña caja que llevaba pendiendo de una bolsa. Respiró suavemente, y casi estuvo a punto de arrepentirse. Quizás no quería molestarla, quizás no se consideraba digno de estar allí. Aún así, decidió acabar con aquella incertidumbre y espera. Sus nudillos, graves y certeros, llamaron a la puerta. Entre el transcurso en que los golpes confirmaron su presencia y la puerta iba a ser abierta, el cazador se deshizo de la bolsa y dejó a la vista la pequeña caja. La apoyó en el suelo. En su interior había un pequeño pastel de frutillas y chocolate. El Vicepresidente se apartó de la entrada, recargando su espalda en la pared aledaña. Apoyó una de las suelas de su negro calzado en la misma, y escondió sus manos en los bolsillos. De reojo, observó cómo el silencio lo envolvía. Su azul iris estaba fijo en el pomo, pero su cuerpo no podía ser visto a simple vista por quien estuviese al otro lado y abriera la puerta. Se necesitaría asomarse un poco, y en el momento en que aquello ocurriera, hallaría una gélida pupila escrutando cada movimiento.


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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Jue Feb 26, 2015 7:32 pm

    Aun con la mano apoyada sobre la puerta, dejé que mi frente acabase pegada a ésta también. Sentí la agradable frialdad que ofrecía la madera de la puerta tratando de traspasar a través de mi ardiente frente, pero no había manera de apaciguar todo lo que sentía en aquel momento. Me había propuesto esperar hasta las tres y diez, dándole un margen para que pudiese llegar, ya que no sabía a qué se refería con aquel mensaje. ¿Quería decir que él vendría o que fuese yo quien lo buscase a esa hora? Suspiré largamente, pensando que no podría aguantar aquella espera, aquella incertidumbre. Si pasaban las y diez y él no había venido, entonces iría yo a buscarlo; iría tras él por tercera vez aquella noche, como tantas otras veces antes... Siempre siguiendo sus pasos como un fiel perrito, siempre localizando su imponente figura entre la multitud o entre los árboles. Por otro lado, sentía miedo de lo que pudiese querer decirme. ¿Y si decidía que era mejor dejar todo aquello atrás? Negué con la cabeza bruscamente, cerrando los ojos con fuerza. No, no quería eso. No quería... no podía dar marcha atrás ahora, no podía ignorarlo como si nada. Si antes me angustiaba pensar en que no quisiera saber nada más de mí porque estuviera enfadado conmigo o que se sintiese decepcionado por mi incompetencia... Después de derribar todos los muros, todo sentimiento se había intensificado, por lo que no podría acabar muy bien. ¿Y él? ¿Volvería a protegerse en su oscura e impenetrable fortaleza, volvería a aislarse de todo aquello que pudiese hacerle sentir bien? No iba a permitir que volviese a alejarse de todo el mundo, que volviese a martirizarse y a seguir sufriendo él solo.

    De hecho, no volvería a permitir que sufriera bajo ningún coste. No podía permitirlo.

    Nerviosa, me di media vuelta y apoyé la espalda sobre la puerta, suspirando a la vez. Cerré los ojos un momento, bajando la cabeza, como si quisiera descansar durante un par de segundos. Al abrirlos, me encontré con mis pies, ambos metidos en las zapatillas del hotel, las cuales eran demasiado grandes para mí. Había corrido tanto tras ver el mensaje que, al ver que la hora se me echaba encima, había pasado olímpicamente de ponerme los zapatos. Si no podía andar bien con las zapatillas, andaría descalza. Total, por mí no había problema; iría casi siempre sin zapatos por la vida de no ser porque me podía clavar cualquier cosa en los pies. Busqué con la vista los zapatos, pero al no encontrarlos rápidamente, decidí que me quedaría así mismo. No quería perder tiempo en nimiedades. Alcé una mano y me acaricié un mechón de pelo, el cual estaba casi seco pero aun seguía teniendo varias hebras húmedas. Sin saber cómo matar el tiempo, comencé a juguetear con él entre mis dedos. Con la otra mano, desbloqueé el teléfono y miré la hora que era: las tres y dos minutos. ¿Cómo cuatro míseros minutos se me habían hecho tan largos? No creía que pudiese esperar hasta la hora que había acordado conmigo misma; seguramente, al poco acabase echando a correr hacia recepción para pedir el número de habitación de él, pues no lo sabía. Al pensar en que tenía que salir de la habitación, una preocupación más asomó por mi cabeza: ¿Y si Shinji aun seguía en el hotel? Sentí que se me hacía un nudo en la garganta de tan solo pensarlo. Por un momento me sentí terriblemente culpable, pues sentía como si le estuviese traicionando, como si le estuviese desobedeciendo. Pero, ¿acaso debía sentirme así? Podía preocuparse por mí tanto como yo lo hacía por él, pero no podía prohibirme, no podía mantenerme encerrada en una jaula tan solo por su capricho y su miedo a que me arrebatasen de su lado. Aunque le pesase, tenía todo el derecho del mundo a decidir por mí misma; tenía todo el derecho del mundo para elegir a quien quería en mi vida y a quien no, a equivocarme, a sufrir... Pues, si no hacía todo aquello, ¿cómo se suponía que debería aprender, adquirir experiencia en la vida? No todo se puede aprender de los libros, por mucha información que éstos puedan contener. Hay experiencias que solo se comprenden si las sientes en tu propia piel; hay algo que a veces resulta más certero que el conocimiento, y es la intuición desarrollada a partir de la experiencia. Comprendía que para él fuese casi como Matarou... pero, aunque fuese de verdad su hija, aun así, mi vida no le pertenecía. Y haría que acabase comprendiendo aquello y que nos escuchase, ya lo creo que lo haría.

    Hecha un manojo de nervios, comencé a peinarme en pelo con los dedos, tratando de estar más o menos presentable. Lo cierto era que no sabía el aspecto que tenía. Un estornudo repentino deshizo todo mi trabajo para con mi pelo. Parecía que, finalmente, el frío que había pasado fuera me pasaría factura. Pero ahora no, ahora no podía permitírmelo. Volví a pasarme los dedos por el pelo, acabando por dar como caso perdido aquel mechón que siempre decidía cruzarse por mi cara. Me recoloqué un poco mejor la blanca blusa, alisándola para tratar de solucionar las pequeñas arrugas que se le habían formado de haber estado metida dentro de la maleta y, más tarde, arrojada sobre el sillón. Al darme cuenta de lo que estaba haciendo, no pude evitar sentirme algo avergonzada a la vez que mis mejillas se teñían. No hacía falta que me arreglase... ¿no? Ya me había visto en situaciones en las que presentaba un aspecto deplorable, por no hablar de que había cargado conmigo mientras me desangraba. Mi orgullo trató de luchar contra aquel repentino impulso por el que me viese bien, pero fue en vano. Acabé asomándome por la puerta del baño, mirándome con timidez en el espejo. Junté ambas manos por delante, observando de arriba a abajo mi reflejo, girando el cuerpo para verme desde varias perspectivas. Al quedarme de lado, dejé escapar un suspiro deprimido ante el poco relieve que había bajo la blusa. Me di la vuelta y me volví hacia la puerta una vez más, pensando que sería mejor no recordarme otra vez lo poca cosa que era. Miré de nuevo hacia el interior de la habitación, fijando mi mirada sobre la negra chaqueta que reposaba sobre el respaldo de la silla, cerca del radiador para que se le quitase la humedad de la nieve. ¿Se habría secado ya? Quizás debía retirarla de al lado de algo que desprendía tanto calor, quizás le afectase a la tela... Aunque sabía que el radiador ni calentaba tanto ni le haría nada; tan solo era una excusa más de mi mente para cogerla y tirarme un rato sujetándola entre los brazos como si se tratase de un peluche. Bajé la cabeza, apoyando de nuevo la espalda en la puerta, mirando hacia abajo. Alcé un poco la mirada para quedarme mirando la rosa con aire nostálgico, quizás algo triste. Si tan solo fuese todo un poco más sencillo...

    Iba a desbloquear nuevamente el teléfono para saber la hora que era cuando unos suaves pero certeros golpes se escucharon en mi puerta. Alcé la cabeza con rapidez, como un cervatillo alarmado al escuchar un crujir de ramas sospechoso. Me giré hasta quedar de cara a la puerta, volviendo a pasarme los dedos por el pelo ya casi seco en un gesto nervioso. Sin poder esperar más, sin pensar en si podía ser otra persona, abrí la puerta. ¿Cuántas veces me habrían repetido que debía preguntar por quién era antes de abrir la puerta? ¿Cuántas veces me habían advertido de que, al menos, mirase por la mirilla? Pero en aquel momento no podía estar pensando en tomar ese tipo de precauciones; ni siquiera era consciente del peligro que podía correr si la persona que había llamado se hubiese tratado de un desertor. La fiesta había estado demasiado tranquila, si no se contaba el famoso incidente, claro está; no había aparecido ningún vampiro desquiciado ni tampoco habían aparecido desertores disparando a diestro y siniestro. ¿Era posible que la maldición de las fiestas de Navidad se hubiese roto por una vez o acaso había algo que se nos había escapado de entre las manos? Quizás sí que habían estado en la fiesta, pero ni siquiera nos habíamos dado cuenta de su presencia. Quizás habían decidido cambiar de táctica, pasando a utilizar otras estrategias menos llamativas y, por ende, posiblemente más efectivas y con menos probabilidades de ser interceptadas. Podían ser brutos y sanguinarios, pero esos desertores no eran tontos; no podían serlo cuando llevaban burlándonos tanto tiempo y aun desconocíamos su base y quién era el que estaba detrás de todo aquello. La puerta se abrió para dejar paso a un pasillo vacío y oscuro, imagen que tan solo vi durante unos segundos que parecieron pasar a cámara lenta, ya que mis pies decidieron enredarse en aquellas zapatillas demasiado grandes para ellos, haciéndome caer hacia delante, dejándome tiempo para que tan solo pudiese lanzar una apenas audible exclamación de sorpresa.

    Murmurando para mí misma, molesta por mi propia torpeza, me quedé sentada sobre mis rodillas en el suelo. Me había salvado de golpearme en la cara porque en el último momento había puesto las manos en un acto reflejo. Con un gesto de dolor, aun sentada en el suelo, me froté una rodilla, dolorida por el golpe. Cogí el teléfono, el cual, a pesar de haberse dado el golpe conmigo, estaba completamente ileso. Me lo guardé en un bolsillo del vaquero y miré hacia un lado del pasillo, encontrándolo vacío; miré hacia el otro y vi un pastel en el suelo.- ¿Eh?- Musité, confusa. A la luz que salía de mi habitación, fui alzando la mirada desde los zapatos que se divisaban detrás del pastel, subiendo hasta dar con un iris de un frío azul escrutando lo que hacía. Parpadeé, aun confusa y conmocionada, sin saber cómo reaccionar. Pasé la mirada desde el pastel hasta su rostro varias veces, con los ojos muy abiertos, como si estuviese viendo un partido de tenis. Acabé fijando mis ojos en su rostro, con una expresión conmovida. Sin darle tiempo a nada, me levanté de un salto del suelo y lo abracé, enterrando la cara en su sudadera. ¿Se había tomado la molestia de traer un pastel? Noté los ojos humedeciéndose, pero traté de retener las lágrimas. No quería estropear aquello volviendo a llorar, aunque fuese de felicidad.- Muchas gracias...- Musité, aun con la frente pegada a su pecho. Me separé con la misma velocidad con la que me había abalanzado hacia él. Miré hacia ambos lados del pasillo, escrutándolo con seriedad. ¿Y si Shinji aun seguía dando vueltas por allí? Por un lado no lo veía capaz de tanto, pero por otro estaba llegando a desconfiar al ver todo lo que se había alterado aquella noche.- Ven...- Dije, tirando de su brazo con suavidad, indicándole que entrase en la habitación. Le dirigí otra mirada nerviosa al vacío pasillo antes de agacharme a recoger el pastel con sumo cuidado. Sonreí como una tonta, mirando el dulce con una expresión de felicidad, para levantar la vista al poco y entrar a la habitación, caminando con cuidado de no volver a tropezarme.
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    Mensaje por Yagari Touga Dom Mar 01, 2015 10:05 pm

    Sólo eran unos segundos, pero la espera parecía eterna, condenatoria. Tuvo varios impulsos por levantar el pastel y marcharse de allí, creyendo que, tal vez, sería lo mejor. ¿Para él? No lo sabía. ¿Para ella? Creía que sí. No dejaba de tener en mente todos los problemas que esto traería, pues lo ocurrido recientemente sólo era un indicio, una advertencia. ¿Pero qué debía hacer? ¿Qué podía hacer? Todo había salido a la luz de repente, por un impulso suyo en el cual lo único que buscaba era dejarle claro lo mucho que ella había comenzado a afectarle, ocupando sus pensamientos y preocupaciones gran parte del día. Para ser sincero, jamás esperó una correspondencia por parte de ella, y quizás, en el fondo, tanto como esto le reconfortaba, también le  angustiaba. Hubiera preferido, tal vez, una rotunda negación, un “aléjate de mí”, “no me toques”, “no quiero verte nunca más”. Ah, sí, probablemente eso hubiera ahorrado la pasada situación y ahorraría, en un futuro cercano, muchos conflictos. Porque era evidente que esa silenciosa pasión que estaba creciendo, lenta pero intensa como la llama de una vela siendo enfurecida por la suave brisa, pronto no encontraría sitio a dónde ir, y acabaría estallándole en las manos, producto de su propia combustión, la cual tenía un camino que seguir para llegar a destino, pero que éste era, precisamente, el más prohibido de todos.

    El sonido del pomo, girándose, lo sacó de sus pensamientos. Más aún la forma en que su diminuto cuerpo se estrelló contra el suelo. La mirada de Touga, que se mostraba fría, expectante, pronto se exaltó, debido a aquella circunstancia. ¿Cómo podía ser tan torpe? Se despegó de la pared con la intención de levantarla del suelo, pero ella se las arregló para quedarse sentada sobre sus rodillas, observando la caja del pastel. El impulso que tuvo hace unos instantes de acercarse para ayudarla, quedó reducido ante su figura. Volvía a recordar lo sucedido, la distancia que se había implantado entre ambos aun cuando no eran ellos quienes la habían impuesto. Indirectamente, era como si Shinji estuviera tirando de él a través de cadenas que le rodeaban el cuello. ¿Y si tenía razón? ¿Y si él tenía toda la razón del mundo? Era altamente probable después de todo, ¿verdad? De hecho, Touga no podía darle a Rangiku ninguna seguridad de nada.

    No podía prometerle absolutamente nada.

    Ella giró su rostro hacia él. Sucesivas veces, alternó su mirada con el pastel, hasta que sin poder advertirlo se encontró con sus brazos rodeándolo. ¿Esta era la respuesta que estaba buscando? ¿Esto era lo que quería saber? Lentamente, la abrazó, pero el gesto parecía incluso algo frío, estático. Tenía su mirada perdida en algún punto del pasillo. Otra vez, Rangiku había roto cada barrera, cada muro, traspasando cada límite a pesar del peligro que suponían. Y él, que quería ser precavido, cauteloso y cuidadoso, se sentía estúpido. ¿Esto era lo que quería saber, si ella tendría el valor suficiente, el coraje, la fuerza, para enfrentarse a esto? ¿Si ella sería capaz de mirarle a la cara en vez de darle vuelta el rostro y optar por el camino más fácil? Creía que aún se había quedado prendido de aquel inocente beso. Creía que aún no comprendía que él, Yagari Touga, actual Presidente de la Asociación, estuviera atravesando una situación así. Quien lo viera, probablemente no pudiera creerlo. ¿Una chica de dieciocho años? Oh, vamos… pero así era, maldita sea, y la tenía entre sus brazos en este preciso momento.

    Negó suavemente con la cabeza cuando ella le agradeció. No tenía por qué hacerlo, pues él era quien en todo caso debía hacerlo, por haber soportado todo aquello y aún así mirarle con una sonrisa. Cuando se separó y le indicó que la siguiese mediante aquel gesto, sólo se limitó a mirarla, a modo de asentimiento silencioso, y tras echar un vistazo a los alrededores, ingresó detrás de ella a la habitación. Cerró la puerta tras de sí y se quedó de pie allí, observándola. En ese momento ella se encontraba de espaldas a él. Yagari suspiró suavemente, sin saber muy bien por dónde empezar. No porque no tuviera seguridad en cuanto a lo que necesitaba e iba a decirle, sino porque no sabía cómo hacerlo para que no sonase brusco, patético, inentendible.. como se quiera llamar.
    - Rangiku… -dejó su voz suspendida en el aire, sin poder continuar, y miró hacia un lado, chasqueando la lengua. Volvió a observarla-. Lamento lo que sucedió… yo… -se pasó una mano por el rostro, dejando la mano sobre la zona de sus ojos, cubriendo aquel azul, para luego retirarla y volver a mirarla. Ah, qué va. Era pésimo para estas cosas. Suspiró otra vez y extendió su brazo, tomándola de la muñeca-. Agh, ven aquí –acabó por decir, atrayéndola hacia así con cuidado de que el pastel que ella sostenía con su otra mano no se cayese ni arruinase. La abrazó, y apoyó su mentón sobre su cabeza. Quizás un gesto valiese más que mil palabras. Nuevamente, dejó la mirada perdida, pero esta vez sobre un espejo que había justo a unos metros de ellos, reflejándolos-. ¿Estás bien? –preguntó, murmurando bajo pero de forma clara. Con suavidad, apoyó una de sus manos sobre la nuca de ella-. Lamento que se haya arruinado tu cumpleaños –sonrió, sagaz, con un dejo de amargura en aquel gesto-. Pero, ¿qué te parece si cortamos ese pastel? –acabó por sugerir. Quizás no era mucho, y no se comparaba con el gesto suyo de ir a buscar esas dos velas que, ahora, se encontraban perdidas entre la nieve del frío bosque, pero era lo único que se le había ocurrido hacer; por mínimo que fuera, y más allá de lo que pudiera ocurrir después, no quería que ella se fuese a dormir con aquel recuerdo frío y sombrío. Quería que, al menos, esta noche catastrófica acabase bien para ella, y no quedara en su mente la memoria frívola de una serie de eventos desafortunados. Quizás la calidez de un té y la dulzura de un trozo de simple pastel pudieran, en lo posible, oscurecer todo aquel mal sabor y nublar la reacia amargura.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Mar Mar 03, 2015 1:39 am

    A pesar de la felicidad que me había generado el verle allí, con aquel pastel, aun habiendo pasado por todo lo ocurrido hacía apenas unas horas... A pesar del arrebato de alegría que me había dado verlo, no pude evitar el notar que, al devolverme el abrazo, sus brazos estaban  rígidos, volviendo aquel gesto, que antes había sido tan cálido, en algo levemente frío. Yagari era y seguiría siendo un enigma para mí en muchísimos aspectos; había llegado a comprenderle y conocerle hasta cierto punto, aprendiendo a mirar más allá de su coraza, escalando aquel alto muro que siempre interponía entre el mundo y su persona. Sin embargo, había lugares recónditos de su mente a los que aun me resultaba imposible acceder, que aun me eran imposibles de comprender... O, quizás, tenía miedo de saber lo que podía estar pensando. De todas formas, me había citado para hablar, ¿no era así? Podían tratarse de muchas cosas... De tantas cosas, tantas opciones, que prefería no pensar. Noté cómo mi estómago daba un vuelco, aprisionado por la angustia de unas prontas conjeturas. Tomase la decisión que tomase, lo aceptaría; pero no podía evitar que saliese herida. Disimuladamente, mientras él cerraba la puerta, sosteniendo aun el pastel con ambas manos para que no se cayese, respiré hondo. Noté los ojos húmedos, calientes. Parpadeé varias veces, aun de espaldas a él, reteniendo aquellas emociones que ya querían escaparse. No debía alterarme así, no tenía por qué comenzar a comerme la cabeza por algo que aun no había ocurrido. Sabía que él estaba siendo honesto y que lo que me había mostrado no era una falsa. Ya lo había dicho antes, allí fuera: pondría la mano en el fuego por él. Pero eran tantos los inconvenientes que la vida se esmeraba en ponernos... Y seguro que no me equivocaba en que estaría pensando en que quizás ésto no fuese bueno para mí. Me mordí con suavidad el labio inferior, sintiendo el leve temblor que este sufría. La alegría por verle de nuevo se mezclaba con la angustia por lo que estaría pensando, dejándome un gusto agridulce en la boca; un amargo sabor que ni aquel pastel sería capaz de borrar si mis temores se hacían realidad.

    Finalmente, lo escuché pronunciar mi nombre, dejándolo en el aire. Mi corazón se detuvo durante una milésima de segundo para luego volver a latir dolorosamente. No podía culparle de ninguna decisión que tomase. Él merecía algo mejor que yo. Se merecía a una mujer con todas las letras, no a una niña a la que tenía que estar vigilando constantemente; se merecía a una persona madura a su lado, alguien autosuficiente que no le diese tantos dolores de cabeza, que no le fuese a causar más problemas... que pudiese darle todo lo que yo no podía o no sabía. Escuché aquel ''lamento lo que sucedió'' como si acabasen de proclamar mi sentencia de muerte. No, no quería que se sintiese mal. Maldita sea, ¡todo era mi culpa! Yo... yo era la que se había metido en su vida sin permiso, la que había corrido incansablemente detrás suya, la que siempre había tratado de entrar dentro de la fortaleza que alzaba a su alrededor. No pude evitar acordarme de las miradas que me había dedicado Rose. Tan solo le había hecho daño, aun cuando lo único que quería era verle bien. ¿Cómo pude haber sido tan sumamente egoísta? Ahora Shinji estaba enfadado con él, aunque se le hubiese pasado ya un poco; muchos alumnos y profesores lo habían visto en una situación comprometedora, por no mencionar a aquel hombre pelirrojo. Él no tenía absolutamente nada de lo que disculparse. Tan solo había buscado mi bien por todos los medios posibles, acudiendo a salvarme el cuello aun cuando podía verse perjudicado... Giré levemente la cabeza hacia él, parpadeando para disimular las lágrimas que querían fugarse. Aunque tan solo fuesen unos segundos lo que había transcurrido, sentía que llevábamos así parados toda una eternidad. Me quedé prendida de aquella mirada azul, sintiendo que el estómago se me hacía una bola. Aquel iris azul que había visto de todas las maneras posibles, pasando de ser todo un océano tempestuoso a un calmado y claro cielo. No podía retirar la mirada de él. Tomase la decisión que tomase, ¿cómo iba a odiarlo, cómo iba a reprocharle nada? Pasase lo que pasase... jamás podría perder la costumbre de tratar de cuidarlo, de quererlo en silencio.

    Pero su siguiente gesto borró todas las angustias que querían consumirme lenta y dolorosamente. Me vi atraída hacia él sin previo aviso, chocando suavemente contra su pecho. Sostuve el pastel con un gesto apurado, pues por unos instantes pareció perder el equilibrio debido al impulso. Manteniendo el dulce a una prudente distancia para no estropearlo, cerré los ojos, dejando que aquel contacto se deshiciese de todos mis quebraderos de cabeza. Una repentina emoción subió velozmente por mi pecho, apoderándose de todos y cada uno de mis sentidos, de los pocos resquicios que podía quedar de mi cordura. No quería que se fuese nunca. Durante aquel instante quería permitirme ser un poco egoísta y no separarme de él. Apreté los labios para ahogar un sollozo que quería arrancar a un millar de demonios torturando mi corazón, a la vez que escondía el rostro en su pecho, buscando el que era, para mí, el lugar más seguro del mundo. Me acurruqué aun más cuando noté que apoyaba el mentón sobre mi cabeza, procurando seguir sosteniendo con cuidado el pastel. ¿De verdad...? ¿De verdad podía relajarme y disfrutar de su cariño? Froté la mejilla contra su sudadera y sonreí con suavidad. Asentí con la cabeza cuando me preguntó si estaba bien.- Ahora sí...- Musité contra su pecho, dejando escapar un suave suspiro.- ¿Y tú?- Pregunté con voz algo ahogada, pero sin rastros de angustia en mi rostro. Aunque no dijese nada, cada gesto suyo decía más que todo un discurso. Levanté la mirada hacia él cuando noté una de sus manos sobre mi nuca, dedicándole una suave sonrisa y una mirada cargada de calidez. Negué con la cabeza, quitándole importancia al cumpleaños. De repente, mi sonrisa se disolvió, pues mis ojos habían ido a posarse sobre la marca del golpe que le había propinado Shinji. Levanté una mano con cuidado y acaricié la zona cercana a la herida, sin llegar a tocarla.- ¿Te duele mucho?- Pregunté, sin poder evitar que un atisbo de tristeza se reflejase en mi rostro al recordar aquel momento. Seguí examinando aquella marca minuciosamente con la mirada, triste y pensativa.- Quizás le viniese bien algo frío...- Murmuré, pensando en cómo podría aliviarle el dolor y la inflamación del golpe. Sus siguientes palabras hicieron que abriera completamente los ojos y sonriese de oreja a oreja, ilusionada. Asentí con energía, mientras deslizaba la mano que antes había acariciado su rostro y la bajaba hasta su espalda, devolviéndole el abrazo. ¿Habría por la habitación algo para cortar la tarta? Quizás donde estaba el minibar hubiese algo, algún plato, cucharas... No sé. Notando por primera vez que aun seguíamos parados delante de la puerta, me separé un poco y señalé la habitación con el brazo extendido, ilusionada.- ¡Pasa!- Le dije, sonriendo ampliamente, dándome la vuelta con cuidado de no arruinar el pastel y llevándolo hasta la mesilla de delante del sofá.

    Coloqué el dulce con cuidado sobre la mesilla, colocando los brazos en jarras una vez finalizada la tarea, orgullosa de no haber tirado por el camino el pastel, arruinando así las buenas intenciones de Yagari. Quería que Shinji viniese. Maldita sea, ¿por qué no venía ahora? ¡Que lo hiciese! Quería que viese cuánto daño me hacía aquel hombre, lo mal que se portaba conmigo, todo lo que trataba de forzarme. Quería que Shinji viese aquello y que volviese a atreverse a acusarlo injustamente. Con renovadas energías caminé saltarina hacia la silla en la que reposaba su negra chaqueta. La cogí, tanteando los filos para comprobar si aun seguían húmedos. Una vez que me aseguré de que ya estaba seca, me dirigí hacia el sofá y se la dejé cuidadosamente sobre un brazo, tal y como había hecho una vez, hacía ya bastantes meses, con otra chaqueta suya en el baile de carnaval, dejándola con cuidado sobre una caja. Pero había una gran diferencia entre aquella noche y esta, y no cabía en mí misma de gozo. Le hice sentarse en el sillón tirándole del brazo con una sonrisa, ilusionada. Al ver que mi pijama seguía allí tirado, lo cogí, apurada y avergonzada, doblándolo y dejándolo sobre la cama un poco más adecentado, sintiendo que me ardían las mejillas. Tiré de camino la lata que se había bebido antes Shinji, volviéndome de nuevo hacia Yagari, aun un poco avergonzada. Le volví a examinar el mentón con aire crítico, teniendo cuidado en no rozarle el golpe.- Voy a por algo para eso.- Dije, andando igual de animada que antes pero teniendo algo más de reparo en no volver a tropezarme con mis propias zapatillas gigantes. Rebusqué en el minibar y en el mueble en el que estaba, sacando de allí dos latas de té con limon y una de cerveza; no sabía muy bien qué prefería, así que se lo llevaría todo. Además, ninguna de las latas se iba a desperdiciar. Sujetando las tres contra mi pecho, ya que no me cabían entre las manos, me dirigí hacia la mesa y las coloqué allí. Seguidamente, me acerqué a él y le puse una de las latas de té en la mano, haciendo que se la acercase a la inflamación.- Aaasí...- Musité, colocando su mano no muy lejos del golpe pero sin llegar a rozarlo, ya que la lata estaba bastante fría y no quería que se le irritase la piel.

    Sin parar un momento, seguí mirando por los diferentes armarios, pero no parecían tener platos ni cubiertos. Decepcionada, seguí mirando hasta que los hallé, esbozando una sonrisa ilusionada ante el hallazgo. Cogí dos platos, un cuchillo y un par de cucharas. Cogí servilletas y los llevé como un torbellino hacia el baño, pues me habían enseñado que siempre que no se usasen unos cubiertos en un tiempo, había que limpiarlos antes de usarlos, por si acaso. Una vez limpios y secos, los dejé sobre la mesa también. Me senté en el sofá y me abracé a él sin previo aviso, cerrando los ojos y cesando en mi atolondramiento. Mis músculos parecieron relajarse ante el contacto, como si aquello fuese necesario para que me quedase quieta. Pero es que estaba tan, tan ilusionada... Ya vendrían momentos en los que estar seria, en los que tendría que contenerme, en los que tendría que sufrir; por desgracia, en la vida abundaban más éstos que los buenos. Por eso, ¿por qué no disfrutar por una vez despreocupadamente, antes de que todo volviese a ponerse patas arriba?
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