~ Vampire Knight: Academia Cross ~
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    Mensaje por Yuuki Cross Lun Dic 01, 2014 10:08 pm

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    Mensaje por Ziel A. Carphatia Dom Ene 25, 2015 9:51 pm

    Tan solo quería correr. Porque después de tanto tiempo, se sentía libre. El aire frío cortaba en sus mejillas aún tibias –por el agua del baño que Christian Blade intentó brindarle- y se dejó llevar por esa sensación placentera. Cerró los ojos y sus orejas se levantaron inmediatamente. Continuaría guiándose gracias a los sonidos que el bosque le trasmitía a través del susurro de las ramas de los árboles, a través de los pequeños animales que lo habitaban. Ya no tenía por qué comportarse correctamente como los humanos deseaban, ni seguir sus estúpidas normas como eso de ponerse peluca y ropa para pasar desapercibido. No le hacía falta para vivir en este lugar, pues los animales no le indicarían lo que estaba bien o no. Sus sentidos podrían desarrollarse más salvajemente que nunca, deshaciéndose de esa faceta de “débil” que poseía tanto Ziel como Osaki. Podía ser él mismo después de convertirse en esta extraña especie mitad humana y mitad zorro. Podía correr todo lo lejos que anhelara, tanto como le pudieran dar las piernas, pues no dependía de nadie y nadie le estaba esperando en ningún lado. Huiría cuanto antes de ese dichoso hotel que había desprendido la venda de sus ojos y esconderse en las profundidades de este bosque repleto de nieve que camuflaba perfectamente su cabello, orejas y colas blancas.

    Cuando creyó conveniente, sus piernas comenzaron a frenar poco a poco hasta detenerse. Su respiración no se hallaba entrecortada, sino todo lo contrario; se encontraba perfectamente después de la larga carrera. Y soltó un poco de aire por la boca, notando cómo el aire caliente de sus pulmones se extendía en el aire frío en aquella pequeña nube de vapor. Estaba vivo, se sentía más vivo que nunca. Después de cada maltrato, cada profanación y cada horrendo recuerdo, tras quedar todo atrás, era capaz de conformar una vida nueva. Año nuevo, vida nueva, dicen. Y entonces, volteó su cuerpo, observando el camino por el cual había llegado hasta allí. Se escuchaba el crujir de la nieve a lo lejos. ¿Sería Chris que vino a buscarle y siguió su carrera hasta allí? Sus colas se mecieron suavemente, sin que sus orejas dejaran la posición de alerta, por si algún enemigo apareciera de repente. Al fin y al cabo, podía ocurrir algo tan fatídico, pues las pisadas en la nieve estaban dispersas por todo el bosque, aunque nadie podría adivinar cómo el ser que las produjo. En cambio, tampoco lograrían durar mucho tiempo intactas, ya que aún continuaba nevando y tiñéndose todo de blanco.

    Levantó su cabeza e intentó oler los pequeños copos que caían, al igual que realizó el día de su escape de la Nueva Asociación. Incluso se atrevió a probar uno de ellos frente a la curiosidad que eso le suponía. Sacudió la cabeza por el escalofrío que le recorrió, eliminando además la nieve que contenía su pelo y el fino y elegante kimono que vestía ahora. Sus orejas se movieron rápidamente. Giró el cabeza hacia uno de los caminos, asustado. ¿Quién andaba por allí? Sus colmillos no tardaron en despuntar de su boca, amenazante. ¿Quién osaba a perseguir a Osaki en su territorio? Estiró su brazo y automáticamente comenzó a materializarse la katana de Guardián que poseía. Fuera quien fuese, pensaba en cortarle en dos partes. Sin piedad, sin dolor. Y de repente, por uno de los caminos vecinos, aparecieron dos humanos corriendo. Sus ojos dispares se clavaron inquisidoramente sobre cada uno de ellos. Habían entrado en su territorio sin su consentimiento y debían ser castigados por su falta. Enseguida, partió el cuerpo blanquecino en busca de los dos individuos.

    De repente, se interpuso en su camino, cerrándoles la escapatoria. Sus dos colas se mecieron nuevamente en su espalda, jugando. Porque a fin de cuentas, esto era un juego para él, en donde debía cazar a su presa cuanto antes. Los dos humanos, nada más ver la extraña aleación de ser que Ziel suponía, cargaron sus armas y a pesar de lo asustados que se hallaban, dispararon. Sin embargo, cada una de las balas fue esquivada por la velocidad que conseguía el cuerpo del ente blanco y lo desarrollados que se encontraban sus sentidos del oído y vista.
    Sus pies comenzaron a avanzar lentamente, mientras el brillo de su katana transmitía indicios de un futuro asesinato. Pero ya se conoce que no se puede enfundar un arma así sin que pruebe la sangre antes. Los disparos continuaron, aunque poco le importó a él. Su arma partía las balas, esquivándolas mediante cualquier movimiento. Ellos no eran nada para él. Demasiado débiles, demasiado vulnerables. Demasiado como fue Osaki y Ziel. Pero pronto todo tendría remedio. Y pronto la munición de aquellos dos hombres terminó en su contra. El neófito tenía, pues, el camino libre para eliminar a los profanadores de bosques. ¿Quién no mataría por obtener la cabeza del Guardián? Sería todo un trofeo, ya que sus orejas conformaban parte de su esqueleto, de igual forma que sus colas.

    En cambio, él no sería la presa de nadie nunca más.

    Se escuchó un grito y automáticamente un chirrido vino después. La sangre de uno de ellos, salpicó en el árbol más cercano. La vida de aquel cazador había caído bajo sus manos. Y tan solo le hacía falta acabar con la del sujeto que intentaba escapar de él. Ziel enseñó sus dientes, salvaje. Menudo cobarde. Era una escoria. Y por eso, ni siquiera se molestó en perseguirle. Al compás de sus dos colas blancas, tres dagas se materializaron detrás de él y se lanzaron contra el individuo intruso. Impactaron sobre su espalda con rapidez y cayó al suelo. El tinte de color rojo comenzó a salir de su cuerpo, mezclándose con el blanco de la nieve y tiñendo esta. Una lástima que se hubieran encontrado con el neófito después de lo que sucedió en el hotel, pues, de otra forma, quizá hubiera consentido a su conciencia hacer acto y perdonar sus infames vidas destinadas a perecer.

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    Mensaje por Marcus O'Conell Jue Ene 29, 2015 5:10 am

    "Es mejor querer y después perder que nunca haber querido", le dijeron.
    Él, silencioso, sonrió y se marchó. Ya no había titubeo en esos ojos.


    Su nuevo móvil sonaba incesantemente. En el cajón de su mesa de noche, había quedado, en el olvido, el anterior. Aquel que tenía los números de sus allegados, de sus pacientes, de sus seres amados. Aquel que le recordaba quién era en verdad y qué era lo que debía y quería hacer con su vida. Ese artefacto minúsculo, lleno de malditos recuerdos. Lleno de los mensajes que Él le enviaba para que lo fuese a buscar a la Academia; lleno de las llamadas perdidas de Ella cuando quería que pase por el mercado a hacer las compras para la cena antes de llegar a la casa… Ah, esa casa. Esa casa que había dejado de ser un hogar para ser, simplemente, un espacio lleno de vacío, rodeado por paredes grises, rígidas. No obstante, no más duras que su corazón, el cual actualmente se imponía, más resistente, frente al frío cemento. Aquel corazón oscuro, lleno de mentiras, que intentó liberarse, purgarse, pero que fracasó en el intento, perdido, obnubilado, pues el mismo amor que un día lo salvó, ahora lo arrojaba a las llamas más crudas del infierno.

    Inmutable, atendió. La voz al otro lado era exigente, insoportable. Marcus asentía a todo, dedicándole un breve “Mh” a cada respuesta. Ya sabía lo que tenía que hacer, entonces, ¿por qué continuaban retrasándolo con estupideces? Ellos, más que nadie, deberían saber que él no era un vampiro cualquiera, y que cuando algo se le ponía en mente, lo conseguía. Y la oscuridad rondó el interior de sus pupilas al pensar en ello. Sí, siempre lo conseguía. Quiso hacer suyo a Ziel Carphatia, y así fue. Así ocurrió. Sin embargo, jamás tuvo en cuenta que él también sería presa; que, como cazador, se convertiría en el cazado, completamente atrapado por esa infantil sonrisa, por esas delicadas caricias que jamás volverán. Y entonces el odio crecía, y junto con el remordimiento y la impotencia, conformaban un bello baile macabro en el interior de su alma. Su mirada carmesí se posó sobre cada árbol, sobre cada copo de nieve que caía delante de  sus zapatos al andar. Y aunque se esforzase, no dejaba de verlo. Porque en sus sueños, hasta en sus más insoportables pesadillas, él regresaba. Ziel Carphatia no le daba respiro. Y Marcus, a pesar de todo, tampoco estaba seguro de querer alejarlo.

    Terminó por colgar. Serio, severo, continuó avanzando, guardando el móvil en el bolsillo de su negra chaqueta. Su traje estaba impecable. Sus guantes blancos, relucientes. Volver a estas andanzas nuevamente le resultaba extraño, pero poco a poco sentía el éxtasis volver. Le habían encomendado buscar a dos cazadores en aquella fiesta. Se sospechaba que tenían algún tipo de información importante sobre la Asociación que a los desertores podría servirles. Marcus, ahora, era parte de ellos, era un traidor más, y debía cumplir con las órdenes que caían desde la cúspide de la corrupción si pretendía mantener con vida a Bella. Y, en esta ocasión, la orden era clara y concisa: “encuentra a esos cazadores y mátalos”. Marcus sabía que el tiempo lo tenía contado, pero aún así caminaba lentamente. Después de todo, sabía dónde iba a encontrarlos. Todo este tiempo estuvo observando los movimientos del hotel y de la fiesta. Sabía que en nada esos saldrían a patrullar, y allí él encontraría su oportunidad, y esos dos sujetos llegarían a sus últimos minutos de vida. Al continuar avanzando, miró por unos instantes su reloj. Tenía todo perfectamente calculado. En unos segundos, esos dos cazadores se cruzarían en su camino. Sólo era preciso avanzar y aguardar, siendo extremadamente paciente, convirtiendo la ansiedad en anestesia. Cinco, cuatro, tres, dos…

    Gritos. Gritos desgarradores.

    Marcus frunció el ceño. Por un momento, frenó su andar, pero lo retomó al instante, justo cuando el aroma a sangre lo invadió. ¿Quién sería la víctima? Justo en el momento pactado con la Muerte, ésta le traicionó y le entregó sus víctimas a otro verdugo. Con elegancia, avanzó a gran velocidad entre los árboles, y no tardó nada en llegar al sitio del crimen. Sus pisadas se detuvieron justo al lado de los cadáveres. Incluso cuando el segundo y último de ellos cayó, una gota de sangre helada viajó hasta el negro cuero de los mismos. Sacó las manos de los bolsillos y tocó la yugular de uno de los humanos. Efectivamente, estaba muerto. No era necesario comprobar lo mismo con su compañero, pues su estado era tan deplorable e inmundo que la falta de vida hablaba por sí sola. No obstante, algo más quedaba en el tintero. Alguien más había allí, y probablemente había sido el causante de esto. Ese “alguien” le había ahorrado, en cierto sentido, el trabajo sucio. ¿Por qué? ¿Por qué sabía quiénes eran esos cazadores y buscaba lo mismo? ¿O simplemente porque estaba aburrido? Pues su presencia indicaba que se trataba de un vampiro, y a los vampiros les gusta matar el tiempo matando –y que viva la redundancia-. Antes de decidir mirar al frente y examinar con mayor dedicación al ser que había obrado de esta manera, sujetó una de las dagas que el cazador difunto tenía en su espalda. La miró con interés, girándola suavemente entre sus dedos, hasta que en el filo de la misma se reflejó aquel brillo blanco de una silueta aún más blanca delante de sí.

    El rojo y el azul se encontraron, otra vez, luego de tanto tiempo.

    Un suave escalofrío recorrió su columna. Jamás hubiera pensando que aquella sensación persistiría. Marcus observaba fijamente a aquel vampiro tan exótico. Sus ropas, su cabello, su palidez extrema y esos ojos… Ese par de pupilas tan conocidas rodeadas por los iris más sospechosos. Así que él había hecho esto. La sangre en su katana lo delataba, así como la expresión de furia en su rostro. Qué salvajismo. Pero era, en cierto modo, deleitante. Marcus ladeó suavemente la cabeza, intentando adivinar qué más había allí. ¿Acaso se trataba de un nuevo vampiro en el pueblo? Y entonces aquel escalofrío regresó. Los intensos ojos de O’Conell viajaron por el cuerpo de aquel extraño. ¿Qué iba a decirles ahora? ¿Qué otro se había ocupado del “trabajo”? No conocía las intenciones de este ser, pero tampoco estaba seguro de si quería preguntarlas. Como fuera, debía sacar a todo aquel que se interpusiese en sus objetivos, pues todo aquel que interviniese en su camino, pondría en riesgo la vida de Bella, y Marcus no estaba dispuesto a sacrificar nada más, y mucho menos a perder algo más.

    Abrió los dedos de su mano y, desde el guante blanco, la daga se escabulló, cayendo hacia la nieve y clavándose en ella. La brisa que se estaba levantando sacudió con determinación su abrigo y alborotó su cabello. Los ojos de Marcus, que estaban fijos en la nieve, se alzaron para posarse otra vez en él. La extraña sensación persistía, y era guiada por un rostro blanco y puro, así como perverso. Pues, de otro modo, ¿cómo podría haber provocado esta masacre? Sin embargo, ¿quién era él para juzgarlo? Nadie, un miserable vampiro que estuvo a punto de perderlo todo y que tuvo que entregarse a cambio de conservar lo único que quedaba, vivo, para mantener cálido el retazo de carne que habían dejado allí donde debería haber un corazón.

    Un leve rastro de sangre había quedado entre sus dedos. Antes de que se impregnase en la tela de su impecable guante, guió su mano hacia sus labios, lamiendo suavemente aquel elixir que ese vampiro había desperdiciado. Al menos, si iba a continuar asesinando así, debería aprender que la comida no se desperdicia. Marcus se relamió, y sus colmillos brillaron en la espesura de la noche. Aún sin mostrar ningún tipo de emoción, optó por indagar un poco más en sus ojos, hasta que el silencio no pudo soportar tanta tensión.
    - ¿Quién eres? –inquirió, secamente. Su voz fue clara y grave, concisa y precisa. Y junto con aquellas dos palabras, se hundió más profundo el recuerdo de lo único que amaba.
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    Mensaje por Ziel A. Carphatia Jue Ene 29, 2015 9:42 pm

    La nieve continuaba cayendo. Los copos blanquecinos seguían posándose sobre su pelo cano, sobre las copas y ramas de los árboles. El Guardián del Bosque, únicamente levantó la mirada para ver el grisáceo cielo. Sus ojos de diferente color, se cerraron suavemente, como si aquel fenómeno meteorológico fuera también parte de él y su palidez general. O quizá porque el arrepentimiento de haber matado a esos hombres comenzaba a llegar hasta su pecho. Mientras, pequeñas gotas de sangre caían silenciosamente desde su katana, tiñendo la pureza de la nieve con tal siniestralidad. Él nunca fue de esos que matan por gusto. Y si se vio en la situación de asesinar a esos dos hombres, fue porque había algo que no era capaz de controlar: el instinto. Él, Osaki. Ziel no era capaz de detenerle, así como tampoco daba signos de que continuara dentro de ese cuerpo inmortal. ¿Sería capaz algún día de volver a ser quien una vez fue? ¿Sería capaz de mostrar una sola de sus sonrisas? Tal vez, aunque por el momento nadie conocía el método por el cual “traerle de regreso”.

    Sus párpados subieron, clavándose inmediatamente sobre el cuerpo inerte que más cerca tenía. ¿Acaso no estaba obligado a acabar con sus vidas? ¿Tuvieron los desertores piedad de él una miserable vez? Ninguna. Sus risas y recuerdos de todo lo que experimentó, por suerte, habían desaparecido y esto no lo martirizaba en exceso. Entonces, hacer por hacer nunca se convirtió en un pecado. Y ya fuera porque el zorro de su interior se sintiera ofendido porque los dos intrusos pisaran suelo sagrado sin su consentimiento, ya fuera porque lo dispararon de repente nada más contemplar sus ojos, o quizá porque el miedo que albergaba de volver a ser secuestrado, de regresar a estar tan cerca de la muerte, forjaba una defensa demasiado radical, hasta el punto de querer eliminar cualquier ser que se posara sobre su mirar. Esto era en lo que se había transformado después de sufrir tanto, después de derramar cientos de lágrimas y fingir que todo marchaba bien, tras un experimento del que no se conocía éxito o fracaso. Pero, lo que estaba seguro, es que, de haber sido el antiguo Ziel que todos esperaron, de ninguna forma hubiera matado a esos hombres. Seguramente hubiera optado por esconderse y pasar desapercibido, buscando la ocasión para salir corriendo en busca de ayuda. Y a menos que se viera en la obligación de matar o morir, entonces elegiría eliminar a sus enemigos sin pensarlo demasiado. Ya estaba bien llorar tanto, estaba bien querer vivir y ser un adolescente normal con una vida medianamente cotidiana y feliz. ¿O acaso era egoísta pensando de ese modo? Ojalá nunca lo hubieran raptado y resultara de esta forma. Ojalá ahora estuviera jugando en el jardín de la casa, sonriendo, creando un muñeco de nieve con Bella y escuchando las risas de Marcus por lo deforme que estaba quedando finalmente. Ojalá los tres pudieran calentarse en la chimenea después de jugar a una guerra de bolas de nieve y ver una película de terror con palomitas incluídas. En cambio, lo hecho, hecho estaba. Resultaba una lástima que el Destino nunca les dejara estar juntos.

    Pero así como los separó, también entrelazó sus hilos.
    Marcus O’Conell y Ziel Carphatia se reencontraban por segunda vez.

    Tras tantos meses creyéndose muertos, respectivamente, sus miradas se cruzaban nuevamente. Tan solo que, ninguno de ellos reconoció al otro. Porque ya no lograrían ser los mismos. Pasaron por mucho, vivieron verdaderos calvarios en sus propias carnes. Marcus había cambiado mucho a cómo podía habérsele conocido alguna vez. El nuevo vampiro, tan reconocido como lo recordaría Ziel –quien, seguro, se abalanzaría sobre sus brazos-, apareció en el claro. Y amarillo más azul se dirigieron directamente sobre su figura, observándole. Sus cabellos negros, los que tanto adoró acariciar y besar, crecieron tanto que conseguían ocultar su rostro fácilmente. ¿Y sus ojos? Aquellos que una vez enamoraron a un ingenuo humano dispuesto a dar más que recibir, ahora se hallaban opacos, faltos de cualquier brillo de felicidad. Sus manos, las que osaron a tocar su cuerpo en las partes más ínfimas de su ser, los brazos que lo protegieron de cualquier mal, los que lo abrazaban tan necesitadamente, se volvieron más fuertes y rígidos. ¿Y su sonrisa? Desapareció completamente. El mismo que le devolvió la sonrisa a su labios, robando tantos besos fueran a escondidas del resto de miradas, resultó ser el mismo que se la quitó del todo, el que arrancó un pedazo de su corazón sin proponérselo. Ziel Carphatia se había convertido en un ángel para él, alguien a cuidar y amar sin límites. Sin embargo, él mismo, sin darse cuenta con lo que hacía, también se transformó en su yugo y lo esclavizó del inmenso dolor que sentía ahora por su pérdida. Pero de ninguna forma podían existir dudas: el antiguo Marcus O’Conell, el depredador, había vuelto. El vampiro que conoció en una fiesta de Navidad bajo el sobrenombre de “Matt”, el que atentó tantísimas veces contra su vida, había regresado. Esperemos que no fuera para siempre.

    Mientras tanto, sus ojos continuaban mirándose, intentando encontrarse al otro, lo cual era completamente imposible. Porque, a pesar de que Marcus obtuviera más ventaja que Ziel, puesto que, aun si el físico del más joven había cambiado, todavía podía llegar a encontrar similitud con este; en su mente acechaba el martirio de que su amado protegido había muerto. Y había creído en esa mentira porque no fue capaz de protegerlo como quisiera. Esta era la persona que probablemente, más hirió y amó el neófito. Sin conocerlo, el hombre que se hallaba frente a sus ojos era alguien muy importante para él. Alguien por quien dio su aura, por quien arriesgó su vida, pero también aquel no había conseguido cumplir las miles de promesas que pronunció. Porque él había destruido sus promesas junto con lo que quedaba de Carphatia. “Yo te protegeré”, eso fue lo que siempre dijo. Pero, ¿dónde estaba él cuando más lo necesitó? Matando cazadores, esa era su mejor excusa. Y cuando obtuvo la insufrible noticia y vio aquellas cenizas, encerrado en una sucia celda, cargó su conciencia con el deber de salvar la vida de Bella, pues conocía bastante bien que él llevaba el peso de la culpa por dejar que Ziel “muriera” de algún modo. Ni siquiera estuvo ahí cuando escapó por primera vez de las manos de la Nueva Asociación. ¿Y por qué no acudió al neófito en esos gloriosos días? Tan solo debía encontrarle a través de sus inigualables sentidos, pero no fue capaz de estar a la altura de cada una de sus necesidades. Y esta era la triste verdad por la cual, el Destino, les unía y separaba continuamente. Sin embargo, aún eran capaces de estar juntos una vez más. Ziel aún no había muerto, como todos creían, sino que había cambiado hasta el punto de no llegar a ser identificable ni por su propia familia o amigos.

    El mismo escalofrío que recorrió a Marcus, también surcó la espalda de Ziel, dado que ambos compartían un vínculo especial por su propia aura. Su corazón bombeó un par de veces desacompasadamente, regulándose después. El neófito dio un par de pasos hacia atrás, nauseabundo, arrastrando el arma que portaba entre las manos y produciendo un surco sobre la nieve. Entonces, levantó su rostro y dirigió sus diferentes iris hacia él, nuevamente. Sus pupilas se estrecharon, extrañado por esta sensación que experimentaba por primera vez. Sus orejas se balancearon, dando presencia de que permanecían ahí, quedando nuevamente de punta ante el individuo. Y sus colas, las cuales se hallaban moviéndose parsimoniosamente de un lado a otro, mostrando en lo que se había convertido Ziel, se pararon de repente. ¿Qué era esto que le provocaba? ¿A qué se debía esta sensación de debilidad? Añoro. Añoro por lo que se quiere. Porque, en algún lado de su corazón corrompido por el dolor y la misma pérdida que sufría O’Conell, aún latía en él la emoción de volver a ver su rostro, el deseo de ir a sus brazos y hallar consuelo, el cariño que tanto le habían usurpado desde el día en que nació. Ziel ansiaba desesperadamente reencontrarse con él, tocarle, besarle e inmiscuirse en sus ojos rojos que tantos suspiros y confesiones le robó. Quería brindarle la esperanza que sólo él era capaz de transmitirle, de concienciarle que todo saldría bien. En cambio, el zorro Osaki, la especie dominante que conservaba ahora, impedía que saliera a la luz el más mínimo sentimiento de estima, los cuales, además estaban olvidados en su cabeza. Tan solo quedó su rostro firme, serio, imponente ante el peligro.

    Y luego, la misma pregunta que se formuló el vampiro, también la ejecutaba la mente del Guardián blanco. ¿Quién era ese hombre? ¿Qué había venido a hacer aquí? ¿Iba a atacarle o a defenderle? Esas eran preguntas que ya estaban respondidas en algún lugar de su mente, pero se encontraban ocultas por el gran misterio que el neófito representaba en sí. De esta forma, puesto que ahora Ziel era incapaz de hablar y recordar su propio idioma, respondió de la única forma que conocía: gestos. Y así, abrió los labios y enseñó los colmillos en un bufido amenazador. Él no iba a esperar al ataque de su contrincante, pues ya le fallaron los humanos y por tanto, toda la raza vampírica también. Sus ojos desaparecieron automáticamente entre sus blanquecinos mechones, así como se deshizo las dagas que arrebataron la vida de uno de los humanos. Un pequeño aire trajo consigo un delicado aroma a flores de cerezo, justo las mismas flores que tanto adoraba el Ziel de antaño. Sin embargo, el mal augurio para ambos amantes, se encontraba meciendo el largo cabello del peliblanco.

    Sacudió su katana rápidamente, esparciendo las gotas de sangre en la nieve y arbustos más cercanos, blandiéndola hacia el frente. Odiaba el asqueroso olor que dejaba la sangre de esos desgraciados. No era ni siquiera comparable a la que Christian le ofreció. En cambio, el atractivo olor de la primera sangre que saboreó su cuerpo una vez se convirtió a vampiro, regresaba también hasta él. ¿Qué ocurría si Ziel decidía atacarle y beber de él sin permiso? ¿Qué haría ahora Marcus? ¿Atacaría, defendiéndose de un ser aparentemente indefenso, el cual le había ahorrado el trabajo sucio, sin conocer de qué bando era? ¿Y si era un inocente, que acabó en una mala situación, como lo fue en su día?



    Soy lo que más adoraste en este mundo y lo que tanta desgracia te ha traído.
    Soy tu salvador y al mismo tiempo tu verdugo.
    Soy todo lo que siempre deseaste ser. Lo que nunca fuimos.
    ¿Quién eres, Desconocido?
    Soy yo, y al mismo tiempo, soy tú.
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    Mensaje por Marcus O'Conell Lun Feb 02, 2015 5:02 am

    Aunque amarte a ti es sufrir…



    El rojo, intenso, de sus ojos se perdió en aquella visión blanquecina y adormecedora. ¿Quién era él? ¿Por qué no respondía? ¿Acaso tendría que preguntarlo de nuevo? ¿Acaso tendría que obligarle a la fuerza a que dijera quién demonios era y qué hacía aquí? Y, sobre todo, preguntarle por qué había matado a esos hombres, a sus presas, porque Marcus era muy celoso con lo que le pertenecía, y esa sangre que ahora desperdiciaba mientras la blanca nieve la absorbía, era la sangre caliente que debería estar viajando, ahora mismo, por su garganta, inundando su organismo, otorgándole fuerzas y más necesidad de alimentarse. Pero, era una pena, ¿verdad? Aquel sujeto la había desperdiciado. Aquel vampiro insolente, sin escrúpulos. Tal vez Marcus tuviera la obligación de enseñarlo algo de modales; de hacerle saber que cuando alguien pregunta algo, es preciso que se le responda.
    - Te hice una pregunta –espetó de repente, sin dejar de observarlo. El brillo de su katana envió lejos la sangre que la cubría-. ¿Quién eres tú? –inquirió de nuevo, pero al parecer todo intento sería vano. Lo único que Marcus recibió de él fue un… ¿gruñido? Frunció levemente el ceño. ¿Qué clase de broma era esa? ¿Aquel chico se comportaba realmente como un animal? Había demasiados payados en el mundo, y sobre todo en el mundo de los vampiros, pero jamás vio uno tan empedernido con mostrarse como un verdadero animal. Marcus, incluso, se preguntaba si esas orejas y colas serían reales. Lo cierto era que despertaban cierta demencia en su instinto. ¿Cómo sabría, pues, la sangre de alguien tan excéntrico? ¿Cómo sería acabar con su miserable vida lenta y placenteramente..?

    Su mirada se había vuelto aguda, audaz. El brillo depredador latía en ambas pupilas en el instante en que aquel extraño blandió su katana contra él. ¿Qué pretendía? ¿Atacarlo con tan poca cosa? Pero entonces, cuando pensó en las múltiples maneras que podría implementar para descuartizarlo, un sentimiento amargo le golpeó el pecho. Marcus frunció el ceño aún más, e hizo una tenue mueca de dolor con la boca. Por un momento, creyó enloquecer como en el interior de la Nueva Asociación, frente a aquella imagen de Ziel que emergió delante de él, susurrando su nombre, luchando por quitarle la poca cordura que le quedaba, porque francamente ya no tenía nada. No tenía absolutamente nada. Era un maldito, un miserable, un inmundo hombre que debería estar muerto hace tiempo. Pecaminoso, traidor. Todos los peores adjetivos eran perfectamente atribuibles a él, y Ziel siempre había sido –y sería- como una llama que arde en el fondo de su corazón, pero se había ido. Se había ido y le había dejado apenas unas brazas encendidas, las cuales con cada nevada, copo a copo, se apagaban más y más. Él se llevó su sonrisa y su amor, y a Marcus ya no le quedaba nada. Ni siquiera la esperanza, y eso que dicen que es lo último que se pierde. Pero Ziel le había robado el corazón en más de una ocasión, y jamás se lo devolvió. Se lo quedó con él, porque Marcus también lo consintió, y el día en que le dijeron que él estaba muerto, pues entonces ese día Marcus también murió: su corazón se convirtió en cenizas junto al joven Carphatia.

    Debido a aquella incómoda y estúpida situación, Marcus comenzó a avanzar. Lento, sigiloso y tranquilo, pasó cada pie por encima de los cadáveres, sin siquiera rozarlos con la suela de sus zapatos. Tan sólo un metro separaba a ambos, pero mientras el vampiro mayor continuaba avanzando, la distancia se volvía cada vez más corta. ¿Y? ¿Qué iría a hacer él? ¿Respondería a sus preguntas o simplemente se quedaría ahí, aguardando el momento idóneo para atacarlo de buenas a primeras? Marcus era precavido, por ende, no sería el primero en dar el golpe. Él, como buen calculador, estudiaba cada uno de los gestos y movimientos de su contrincante. Se detuvo, por esa razón, a medio metro de él. Cerró lentamente los ojos, respirando profundamente. Los millares de aromas que deambulaban por la zona fueron detectados por él, pero ninguno comparable con el que tenía frente a sí. ¿Sería esta, acaso, una escena digna de rememorar la lujuria de aquel día, donde la sangre de Ziel lo enloqueció por primera vez tras efectuar ese pacto macabro entre vampiro y humano? ¿Por qué este desconocido tendría, entonces, este aroma tan peculiar? Incluso le parecía conocido en algún punto, pero su memoria le indicaba que no lo había visto nunca antes en la vida. Abrió los ojos otra vez, armonioso, y una suave sonrisa decoró su rostro. El carmesí se clavó, únicamente, en el dorado. ¿Qué era eso que estaba olfateando ahora? ¿Miedo? ¿Duda?

    ¿Sed?

    - ¿Vas a responderme de una buena vez o prefieres que me siga acercando? –rompió el silencio de la noche otra vez, dejando ambas manos elevadas a la altura de sus hombros, mostrando que no llevaba ningún arma y dando, a su vez, una impresión despreocupada-. Verás, no me gusta perder el tiempo –agregó. Ciertamente, no mintió. Cada segundo que malgastaba en estupideces como esta, eran segundos donde Bella podía correr peligro si él no acababa rápido con el trabajo que Olivier le había encomendado-. ¿Y bien..? ¿Tu nombre es..? –susurró, dando otro paso al frente, pero lo que pareció un simple acercamiento, se convirtió en algo más: el depredador había vuelto, pero con él, el traicionero. Justo antes de que su pie se apoyase en la nieve otra vez, su velocidad y agilidad actuaron. En un parpadeo, aquel chico-zorro tenía frente a sus narices, sujetándolo fuertemente del cuello contra la corteza de un árbol, a Marcus O’Conell, quien lo observaba con sus intensos ojos vueltos fuego-. No me gusta tener que preguntar las cosas más de una vez –siseó, clavando sus dedos en la blanca piel, pero sin llegar a herirlo… al menos no aún-. Dime quién demonios eres y por qué los mataste, y te dejaré ir –mencionó, primero, serio, luego, adornando la frase con una “dulce” sonrisa-. Si valoras tu vida, sabrás qué hacer… -susurró aún más cerca de su rostro, buscando la intimidación y el temor-. ¿O no? –concluyó, sujetando con su mano libre el brazo del muchacho que llevaba la katana. Comenzó a ejercer presión en ciertos puntos, buscando que el joven vampiro soltase el arma. Marcus era mucho más viejo que él, mucho más experimentado y sobre todo, mucho más desquiciado. Marcus era un verdadero asesino. ¿Qué podía hacerle creer a este pobre chico que tendría alguna oportunidad contra él?

    Tras pasar unos segundos, mientras aguardaba, paciente, por alguna mísera palabra, su mirada se centró en aquel iris azul, brillante y reluciente. Los ojos caníbales de Marcus parpadearon velozmente, suavizando sus rasgos, distrayéndolo por un momento. ¿Por qué aquel azul era tan profundo? ¿Por qué le incomodaba el reflejo de sí que veía en aquella pupila?


    Aún tú tienes todo de mí.
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    Mensaje por Ziel A. Carphatia Lun Feb 02, 2015 10:12 pm

    El futuro se obsesiona con los recuerdos,
    que yo jamás podría tener…


    La nieve continuaba cayendo desde lo alto, lentamente, con parsimonia, entre ambos amantes. Ninguno de los dejaba de mirar fijamente al otro, consiguiéndose un silencio que desgarraba y asustaba a los animales cercanos. Por desgracia, no se podría remediar nada de lo ocurrido. Pero si tan sólo Ziel recordara su nombre, si tan sólo obtuviera la mitad de sus recuerdos perdidos, todo sería mucho más sencillo. El doble de fácil. Porque todo quedaría en un simple malentendido. Ambos podrían estar juntos de nuevo, abrazarse y disculparse mutuamente como solían hacer siempre. Buscarían a Bella y aunque vivieran por segunda vez como un séquito de nómadas, al menos estarían los unos con los otros. Al menos lograrían recrear la familia que ninguno de los tres consiguió ver realizada, amarse sin la existencia de ningún tipo de límites. ¿Y Marcus? La impresión que él alcanzaría de saber que el vampiro que se hallaba ante él, era lo que tanto añoraba, sería inigualable. ¿Cómo sería decirle que el símbolo de su humanidad realmente no había muerto? ¿Cómo sería que él mismo fuera quien se lo dijera por palabra y le explicara la larga historia? Tal vez el más longevo enloqueciera pensando que era otra aparición del chico en su cabeza, sin creer que fuera real; o puede que se abalanzara urgentemente sobre su frágil cuerpo para abrazarle. En cambio, no se conocerá nunca, pues, nuevamente la suerte no se encontraba de su lado.

    El silencio reinaba dentro del bosque, en uno de los pequeños claros. Y los dos permanecieron inmóviles, esperando el primer ataque del contrario, dispuestos a enzarzarse en la más cruda batalla. Sin embargo, cada uno esperó la iniciativa por parte del contrario para rápidamente iniciar su contrataque. Ninguno podía desmerecer al otro, ya que cualquiera de ellos tendría más de un as en la manga. Pero, ¿por qué tuvieron que llegar a esta situación? ¿Por qué después de todo el sufrimiento que se cargaba en su interior, debían de pagarlo con la persona que más necesitaban? Los dos amantes presentes, habían sido engañados por la Nueva Asociación de la forma más ruin posible. Los dos creyeron en la pérdida del otro, recreándose con diferentes cenizas de otros vampiros ya fallecidos. Osaki, incluso fue defraudado y atacado por la mujer que representaba el amor de su pasado. Entonces, ¿qué le quedaba a cada uno de los vampiros? Nada. Nada en lo que creer, pues tampoco nadie les esperaba verdaderamente. En todo caso, Marcus aún tenía el cariño y el apoyo de la pelirroja, pese a rehusarse a tomarlo a causa de la decepción por la muerte del tercer vampiro. Ziel todavía podía esperar una segunda oportunidad por parte del Pura Sangre y la humana, aunque ya no conseguiría la misma confianza de antaño. Estaban solos con su resentimiento con el mundo, con su odio, con su orgullo, con la pesadumbre de la inmortalidad. Por esto mismo, no hallarían más escapatoria que luchar como mejor supieran. Lentamente tejían el génesis de una lucha sin fin. Y después de todo, ¿para qué? ¿Acaso se solucionarían las cosas, o realmente, se empeorarían aún más? ¿Quién caería finalmente? ¿Se conocería algún día la verdad para alguno de ellos? ¿Qué sería enterarse de que la persona que mató verdaderamente a su más preciado ser, habían sido sus propias manos?

    De repente, Marcus comenzó a avanzar hacia él. El neófito continuaba mirándole, gruñendo desde su garganta. Era incapaz de responder a su pregunta, dado que no entendía ni una sola palabra y tampoco era capaz de generarlas de su boca para responder, formándose la carga sobre la atmósfera que les rodeaba. La tensión comenzó a agarrarse a cada uno de los músculos del peliblanco, quien apretaba los dientes con todas sus fuerzas. Él era una amenaza, finalmente. Los aliados no existen cuando solo te necesitas a ti mismo. Y sus orejas se mecieron hacia atrás, mientras que sus colas danzaban macabramente en su espalda al mismo compás. Sabía que atacaría de un momento a otro y tan sólo esperaba encontrarse lo suficientemente preparado para enfrentar al vampiro y ganar la victoria. Sujetó firmemente su katana con las dos manos, consagrándose a su filo y la seguridad que ésta podía transmitirle. No obstante, ante la proximidad frente a su adversario, retrocedió un par de pasos, sembrando un poco más la distancia con él. Ziel nunca había luchado completamente cuerpo a cuerpo en esta nueva forma, con estos nuevos dones, lo cual instalaba en él la inseguridad de ser vencido por primera vez. ¿Cómo sería de fuerte? ¿Sería rápido, astuto? ¿Cuál de los dos poseía mejores dones para el enfrentamiento? ¿Quién sería el vencedor? ¿Se vería obligado a huir con el rabo entre las piernas o decidiría morir por defender su honor? Estas eran preguntas que, inconscientemente, se formulaban dentro de tan indómito ser; aun si no entendía el lenguaje humano y resultaba más bien por mero instinto animal.

    A la tercera vez que preguntó por su identidad, el peliblanco optó por el mismo recurso que antes: rugió, enseñando lo filosos que se habían vuelto todos y cada uno de sus dientes. Su mandíbula cobró fuerza después de esta transformación que sufrió, así como su menudo cuerpo rebosaba de fuerza por los cuatro costados. Ziel ni Osaki serían débiles nunca más, dado que escondían más de un secreto en su interior, además de su físico mezclado de las dos esencias: vampírica y animal. Y se enfrentarían a Marcus O’Conell sin miedo. Cada resquicio de temor, desapareció completamente. Su rostro se volvió serio Él estaba como una amenaza en su territorio y por tanto, al mirar tan fijamente sus ojos, se encontraba desafiándole a un duelo. Y Osaki jamás escaparía de su casa para entregársela a un extraño, pues este bosque, cualquier otro que se encontrara en todo Japón, eran suyos. Del mismo modo en que Ziel se convertía en su propiedad y tampoco le daría el placer de volver a estar con él. Eran únicamente suyos y lucharía por continuar siendo la cabeza de cada uno de ellos, sin permitir que nadie sin aprobación, se inmiscuyera dentro.

    Y sin previo aviso, todo comenzó.

    Su adversario se arrojó directamente sobre él, sin ningún tipo de titubeo. Las pupilas del chico se estrecharon inmediatamente, sorprendido de su velocidad. ¿Sería capaz de igualarla? Sus pies retrocedieron rápidamente y se inclinó de un lado, esquivándole en un principio. En cambio, los movimientos de él, recuperaron el error y finalmente consiguió sujetar a la fiera por el cuello. Entonces, sus pupilas se enchancharon, como si se tratara de un jovencísimo cachorro. Su miedo había vuelto, miedo por no estar adaptado a este nuevo cuerpo y cada una de sus habilidades, porque un simple impulso le llevara a tan pronta muerte como mestizo. Pero tampoco se daría tan fácilmente por vencido. Él era un animal, un vampiro salvaje, sin normas, sin dialecto. E iba a imponerse sobre su enemigo, costara lo que costara.
    Comenzó a revolverse. Estiró el cuello, gruñendo sin cesar. Pataleaba desesperada y fuertemente sobre sus rodillas, esperando que le doblara el hueso hacia el lado contrario. Sus colas se retorcían como si consiguiera experimentar dolor o asfixia con el agarre, mientras que sus uñas se zafaban en su brazo opresor, arañándolo como un verdadero animal. Con la otra, sujetaba aún la katana, peleando efusivamente contra la fuerza que Marcus imponía en los puntos más débiles de su brazo. Si perdía el arma, quizá ya no tuviera nada que hacer. El nerviosismo se contaminaba cada vez más y más dentro de su ser, pues no lograba escapar tan fácil como pensó. Los gruñidos comenzaron a cesar, transformándose en gemidos de lamento de un pequeño animal. Dentro de los recuerdos de Osaki, también existía el recuerdo a morir ahogado por un ataque idéntico a este. ¿Cómo Ziel podría decirle, transmitirle, que resultaba inservible respirar? Pero, ¿y si realmente el espíritu del zorro sí que lo necesitaba? ¿Qué ocurría si muriera por falta de aire? ¿Cuáles eran sus límites? ¿Y los de Ziel, como vehículo? Nadie, ni siquiera el propio neófito, conocía sobre los límites del Guardián del Bosque. No sabía sobre sus debilidades, sobre la verdadera esencia que representaba dentro de su cuerpo. ¿Y si su parte vampírica no fuese capaz de absorber su mortalidad? ¿Realmente Osaki era un ser que podía morir? En tal caso, ¿qué ocurriría con el neófito después de eso?

    Finalmente, la katana cayó definitivamente al suelo, creando la forma sobre la nieve. Y los gritos angustiados cesaron. Sus ojos dispares se dirigieron sobre los de su captor, observándole detenidamente. El rojo sangriento de sus iris, llamaba completamente su atención, igual que en el pasado, produciéndose una calma inmediata sobre su agresividad. Sus manos bajaron a cada lado de su cuerpo, quedando suspendido por el cuello y el dolor que éste contraía. Otro escalofrío recorrió toda su columna vertebral. ¿Quién era? ¿Por qué continuaba provocándole esta sensación? ¿Por qué le hacía daño? Él no causó ningún mal, salvo matar a esos dos cazadores humanos. ¿Acaso tanto odiaban su presencia? Las pupilas del joven, regresaron a la posición anterior, ensanchándose. Estaba ensimismado mirándole, por alguna extraña razón. Al igual que el vampiro, también se encontraba sobre el brillo furioso de sus ojos. Era capaz de ver su propio reflejo, la combinación de un chico humano con un zorro, como si resultara capaz de entender esta unión accidental. ¿Por qué al verse, sentía un tremendo vacío en su interior? ¿Por qué no era capaz de actuar como debería? Por mero instinto, incluso levantó una de sus manos y la posicionó sobre la mitad del rostro ajeno -y tan conocido a la vez-, ocultando la parte amarilla y salvaje de su reflejo. ¿Qué es tanto lo que te aflige? ¿Qué le unía a los dos cadáveres? ¿Estaría sediento, igual que él? Podría…  No, no podía. Él no podía dar su sangre así como así. Tenía que continuar luchando, fuera como fuese.

    Su otra mano se alzó también con sigilo. No se iba a rendir frente a él. Rápidamente la bajó sobre el brazo de él y lo atravesó. ¿Cómo? Efectivamente, había materializado una daga sobre su mano y la clavó justamente en la extemidad que sujetaba su cuello con dureza. Por ende, el lugar donde se encontraba el anterior y feroz arma filosa, quedó sembrado en la nieve de cientos de pétalos rosados, propios de los cerezos. Luego, rugió con todas sus fuerzas. Sí, Osaki estaba dispuesto a luchar nuevamente. Y veloz, alrededor de una docena de dagas salieron disparadas desde la corteza del árbol en dirección al vampiro. Si Marcus no quería salir herido –dado que sería imposible esquivar todas y cada una de ellas, pues hasta apuntó a lugares de error por movimiento-, debería soltarle y alejarse rápidamente.

    “Marcus…”

    Inmediatamente, una vez la mínima distancia se hizo entre ambos, una corriente de aire trajo consigo un par de pétalos más. Los cabellos del salvaje se mecieron hacia delante, fuertemente, esparciendo más su aroma. Sin embargo, no hizo nada para contraatacar contra su adversario. Simplemente, por alguna extraña razón, se quedó de pie, observándole, como si entendiera la facultad que poseía sobre sus anteriores dones. En cambio, él no conocía nada de toda esta verdad. Solo se encontraba bloqueado por la misma razón que invadía a O’Conell. No obstante, aquella era la voz de Ziel, el peliazul que Marcus conocía y el cual desapareció dentro de la Nueva Asociación. Estaba llamándole por segunda vez. Y sonó en la nada, escuchándose únicamente en su cabeza –dado que el propio peliblanco no sería capaz de escuchar la voz de un aura que ya no le pertenecía-, propia de los dones que contenía el mayor de su amado. Resurgió nuevamente para detener lo que pensaba hacer acerca de descuartizarle, asesinarle, beber de su sangre compulsivamente. No podía dañar al dueño principal de este “regalo” que le pertenecía -del cual no sabía nada, pero continuaba dentro-, transformándose la advertencia en la parálisis de su cuerpo. Los dones que le ofrecieron a Marcus, se volvían en su contra, contrayéndole el corazón nada más ver al joven vampiro. Él ya sabía que neófito consiguió esto mismo anteriormente, luego, ¿cómo explicarse que sus músculos no respondieran, así, de repente? ¿Qué era lo que se hallaba dentro de su cuerpo para detenerlo? ¿Por qué la voz de Ziel intentaba detenerle y alejarle del chico-zorro?

    ¿Acaso no podía verlo con sus propios ojos? Aquel al que tanto quería golpear y maltratar, no era más que la representación dolorida que él tenía en la cabeza. O al menos, un intento de lo que una vez fue. ¿Sería capaz de identificarle o creería que la criatura que sujetó con su fuerte brazo era un espíritu más para martirizarle? ¿Apagaría el interruptor definitivamente o continuaría escuchándole? Estas preguntas, podría responderlas la persona capaz de averiguar quién era, la persona que tanto amaba el mestizo, el único que quizá, poseyera alguna alternativa para “traerlo de vuelta”.



    Deseando que puedo encontrar una manera de lavar el pasado,  
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    Mensaje por Marcus O'Conell Vie Feb 06, 2015 6:06 am

    Es todo lo que quisiste, es todo lo que no.
    Es una puerta que se abre de golpe y una puerta que se balancea, cerrándose.


    Aquel mar azul lo había hipnotizado por unos segundos. Por unos instantes, Marcus dejó de lado toda aquella determinación asesina, como tantas veces lo había hecho en presencia de Ziel. Inconscientemente, sin saberlo siquiera, Ziel estaba deteniéndole otra vez, poniéndole cerrojos a su salvajismo, a su sed de sangre y destrucción, la cual no sólo acababa con los demás, sino que también con él mismo. Marcus, cada vez que hería a alguien, cada vez que arrebataba una vida, era como si se lo estuviese haciendo a sí mismo. Porque no era esto lo que quería. No era esto lo que deseó en su vida, en sus eternos años. No por nada había sido un reconocido médico antaño, e incluso actualmente, hasta hacía poco había ayudado a dar a luz a alrededor de diez mujeres en el pueblo. ¿Y eso no valía nada? ¿Esas vidas no valían nada? Aún cuando podía sucumbir ante la sed en cada operación, en cada emergencia, no lo hacía. Era tal el respeto que tenía por su oficio, por la vida misma, que era una completa ironía que se hubiera convertido en esto, en este asesino, en este ser despiadado que lo único que deseaba ver era la destrucción de cada cosa hermosa y bendita que le recordaba todo lo que anhelaba y no podía tener.

    Y esos ojos azules eran algo que no podía poseer, porque se habían ido para siempre.

    Marcus percibió el miedo, aquel dulce aroma. Sus fosas nasales estuvieron atentas a cada fragancia que las hormonas alteradas del joven vampiro emitían. Y ante sus frenéticos movimientos y sus intentos de zafarse, aun si aquel desconocido buscaba quebrar su pierna de un fuerte golpe, la mirada tranquila y letal de Marcus se deslizó por cada facción de su rostro, hasta observar aquel iris amarillo, felino. A pesar de sus determinaciones en acabar con él lenta y dolorosamente, una extraña calma lo había invadido, y quizás más peligrosa: una apacible calma asesina.
    - No vas a responderme… -susurró, cerca de su rostro. El aliento gélido de Marcus llegó hasta el neófito-. Y ahora me interesa mucho más saber de ti –continuó, cediendo un poco el agarre, pero manteniéndolo cerca y seguro de todos modos. Una de las patadas que el muchacho arrojó dio en su pierna, pero eso no bastaría para alejarlo. Marcus estaba interesado en esos ojos dispares, en esa extraña coincidencia de un azul cielo intenso como el mar. Y ante la evidencia de que el individuo parecía estar ahogándose, siendo asfixiado por él, intentó darle algo de espacio, aunque no fuese precisamente demasiado. Y entonces una de sus manos viajó hasta su rostro, cubriendo la mitad. ¿Qué clase de atrevimiento era aquel? ¿Acaso no se daba cuenta del aprieto en el que se encontraba? ¿No tenía aprecio alguno por su vida? Marcus parpadeó suavemente, armonioso, y pudo sentir aquella piel, tan fría pero tan cálida a la vez. Ladeó un poco su rostro, y fue capaz de rozar con sus propios labios aquella superficie marmórea tan suave. Cerró los ojos lentamente. Por qué… por qué despertaba con tan poco tantas ansias ocultas. Qué era esto, qué clase de seducción más impía. Y su sangre latía allí, debajo, circulando por cada vena. Y al abrir los ojos, estos refulgían. El rojo era cada vez más macabro, más intenso, más letal. Como si invitase a los pecados más ruines, Marcus observaba directamente con el único ojo que tenía descubierto, aquel rostro salvaje y asustado. Y en un descuido, la traición. Una daga atravesó su brazo. Una fina sonrisa se formó en los labios del sagaz vampiro. ¿Así que de ese modo le gustaba jugar? Ladeó la cabeza mientras su sangre goteaba en la blanca nieve, escarlata e intensa-. Primero acaricias y luego hieres… qué actitud más traicionera –susurró tranquilamente, mientras sonreía-. ¿Pero sabes qué es lo peor para ti? Que creo que me gusta –concluyó, y su lengua  emergió de entre sus labios, lamiendo con perfidia su piel, tanteando el territorio, obteniendo más información de su nuevo enemigo a través de sus sentidos. Y qué sorpresa. Qué ser más extraño, y más atrayente. Incluso logró que su corazón palpitase con fuerza. Su pupila se hizo ínfima. ¿Qué era esa memoria táctil?¿Qué era ese fugaz recuerdo de la piel de Ziel siendo recorrida por sus labios?

    Aquellas armas blancas resurgieron desde todos los extremos. Veloz, se apartó. Incluso fue capaz de capturar con sus manos aquellas que se dirigían a los sitios donde el neófito supuso que él se situaría. Con las dagas entre sus dedos, lo observó, sonriendo cual galán, y acabó por arrojarlas al suelo. ¿Eso era todo lo que tenía? Arrancó la daga que afligía su brazo y lamió su propia sangre, deseoso por probar la de él. Sin embargo, en cuanto iba a propinar su próximo ataque, una voz en su interior, una voz tan conocida que vino desde quién sabe dónde, generó una palpitación, un latido, una extraña corazonada. “Marcus”, oyó. Su nombre resonó en el bosque, pero en verdad era dentro suyo donde estaba resonando. Abrió sus ojos de par en par, quedándose paralizado por unos momentos. Tenía las pupilas clavadas en alguna parte del suelo, quizás en las gotas de su propia sangre sobre la nieve. ¿Otra vez esto? ¿Otra vez esta locura? ¿Por qué? ¿Por qué cada vez que estaba por manchar sus manos o acababa de hacerlo aquella voz emergía, enloqueciéndolo? Y no sólo eso, sino que sus propios músculos ya no le respondían. Obligado, cayó de rodillas ante él, y su expresión perversa, sádica, adoptó las facciones de un ser completamente sorprendido y shockeado. ¿Qué era esto? ¿Por qué? Las preguntas volvían a formularse en su mente sin hallar respuesta. Sus rojos ojos viajaron hacia la silueta blanca, pulcra, otra vez. ¿Quién demonios era él?

    Y las lágrimas comenzaron a rodar cuesta abajo. Mientras la expresión de Marcus continuaba firme más allá de lo confuso que se encontraba, las cristalinas gotas no dejaban de emerger. Aunque en su interior no podía sentir nada que lo atase a la compasión otra vez, el sentimiento era tan intenso que quería hacerse notar de un modo u otro, y si el vampiro no reaccionaba en sus emociones, pues entonces se manifestaría a través de su cuerpo de alguna forma, y aquel poder, aquel aura, encontró esta manera. Mientras sus ojos estaban fijos, como hipnotizado, sobre la silueta del desconocido, sus mejillas eran empapadas lentamente. Las gotas caían en la nieve, derritiéndola mínimamente, y luego enfriándose hasta desaparecer. Marcus, estupefacto, se llevó una de sus blancas manos enguantadas al rostro, tanteando la zona húmeda. Luego, observó sus dedos con lentitud. ¿Estaba llorando? ¿Qué clase de broma era aquella? Pero broma o no, su corazón estaba siendo comprimido por una prensa. La sangre de su brazo continuaba goteando, manchando la pureza del suelo nevado. Cada gota carmesí era acompañada por una gota cristalina. Volvió a alzar la vista, esta vez algo temblorosa en medio de su fuerte determinación. Pero pronto borró aquel rasgo mínimamente sensible. No tenía tiempo para esto. Ese vampiro debería tener algún don mental capaz de averiguar cosas sobre él que nadie debería saber si él mismo no lo permitía. Estaba cansado de estos jueguecitos. La cuestión se pondría seria. Marcus acabaría con él de una buena vez.

    Apoyó una mano en el suelo y se levantó. Dando firmes pasos, avanzó unos cuantos centímetros.
    - No tengo tiempo para perder contigo, ¿sabes? –siseó, tensando todos los múculos de su cuerpo, pues le costaba moverlos, pero aún así había logrado erguirse. No obstante, cuando estaban despuntando sus afilados y atroces colmillos, un fuerte dolor en su pecho lo detuvo. El vampiro se balanceó unos milímetros hacia adelante, entreabriendo sus labios a causa del impulso interno. Era como si el corazón fuese a explotarle. Se llevó una mano al pecho, paralizado a causa de la terrible presión en esa zona. Era como si cientos y cientos de agujas se estuvieran clavando en aquel órgano, y una vez estuvieran atravesándolo, crecieran hasta convertirse en lanzas, desgarrando cada ventrículo, cada tejido. Inevitablemente, cayó sobre la nieve otra vez. Primero clavó sus rodillas y luego cedió su cuerpo, acabando sentado sobre sus talones. Su mirada, esta vez tan sumamente vacía, se posó sobre aquellos ojos dispares una vez más-. Z-ziel.. –musitó entre quejidos, a duras penas, siendo apenas audible aquel nombre pero seguramente perfectamente reconocible para el joven zorro. Sin poder soportarlo, apoyó una de sus manos en la nieve, inclinándose hacia delante y dejando que sus cabellos cubran su adolorida expresión. Aunque no necesitase respirar, se esforzaba por hacerlo, pues la taquicardia era tal que se volvía imposible no inhalar y exhalar todo el aire que fuese capaz de llenar sus pulmones. Su roja mirada, clavada en la blanca nieve, estaba padeciendo los resquicios de la perdida añoranza, y el dolor de un sentimiento en carne viva, que no hallaba medio por el cual cicatrizar.

    - Z-zie-el.. -musitó otra vez, contra toda su inminente voluntad, atragantándose con las palabras mientras su garganta se cerraba, comprimida, más y más.


    "Tú no sabes lo que tu poder me ha hecho. Quiero saber si sanaré por dentro, porque no puedo contra un holocausto que está a punto de producirse al pensar que puedo verte reír otra vez. Nunca sabrás cómo tu rostro me ha obsesionado. Mi alma tiene que sangrar esta vez. Otro agujero en la pared de mis defensas internas, dejándome sin aliento. Porque sabemos que estoy herido y que no puedo dejarte ir. Y aunque el corazón es frío y no hay esperanza, inevitablemente...
    ...en el abismo correré".
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    Mensaje por Ziel A. Carphatia Sáb Feb 07, 2015 10:51 pm

    Noté que tu voz me llamaba en voz alta, y llegaron a mi mano las cosas que había perdido.
    ¿Por qué esto marca el final del tiempo? Pero todavía dibujaré el cielo de la mañana, y lo seguiré.


    Ahí estaba, delante de sus ojos. Lo que tanto añoraron, lo que tanto dolor les traía a ambos. Justamente separaban sus cuerpos un par de centímetros, aunque el interior de cada uno, realmente se hallaba a miles de kilómetros de distancia. El amarillo quedó oculto de toda visibilidad, del mismo modo que Osaki quedaba apartada de la relación entre los amantes. Y el iris brillante de color azulado, se perdió durante unos segundos también sobre los de su “enemigo”. ¿Qué era lo que llamaba tanto su atención? El color. El color intenso, ese rojo sanguinario que ya consiguió enamorarlo por primera vez, hace varios años atrás. Y por entonces, Ziel acababa de llegar al pueblo con unos dieciséis años recién cumplidos. Se matriculó en la Academia Cross para continuar con sus estudios perdidos y… en la fiesta de Navidad, lo conoció. Quizá por eso, llenara de amargura al zorro Guardián que llevaba dentro.

    Sin embargo, su mano cayó de su rostro en cuanto la daga fue clavada sobre el brazo de él. Ziel ya no estaba en ese cuerpo. Realmente, nadie sabía si el joven chico con aspecto de animal era él, siquiera. ¿Dónde estaba el peliazul? ¿En qué lugar quedó después de esta extraña transformación? Quizá, estaría oculto en su interior, sepultado junto con sus recuerdos olvidados y vedados para él. Por decirlo de alguna forma, se había convertido en una marioneta, en un vehículo del venerable Osaki. ¿Y le preguntaron si quería formar parte de él? ¿Acaso alguien pensó en los sentimientos de Carphatia, en su futuro? No. Él tan solo era el títere que siempre andaba quejándose por todo. El rebelde. El ingenuo humano. No obstante, en aquel laboratorio donde se procesó el intercambio, nadie pensó en nada de eso. Tan sólo necesitaban salvar su vida, fuera como fuese. Y por una extraña razón que aún se desconoce, el animal que habitaba en el cuerpo de otro vampiro, se traspasó por completo al cuerpo inerte de Ziel Carphatia. Sí, porque él dejó de respirar en esa cruda batalla que tuvo que experimentar contra varios vampiros sedientos. Su corazón se paró indudablemente tras la despiadada cantidad de sangre que perdió. Tal vez, fuera verdad eso que dicen que los gatos tienen unas siete vidas, por lo menos. Tal vez, en su anterior vida, no explotó todas estas, reservándoselas para la siguiente. Porque, Ziel ya había experimentado que su corazón se detuviera por segunda vez en poco tiempo. Y seguramente ya no existiera una tercera, pues, aunque un vampiro es un ser inmortal, su corazón es el órgano que lo decide todo: si convertirse o no, en cenizas.

    “Marcus…”

    El nombre del vampiro, volvió a repetirse en su cabeza. Y con ello, la tortura se introdujo en su mente con la voz del neófito. Su aura era la conexión que podía volver a unirles en un futuro, la única que podría detener los impulsos asesinos que corroían el alma de O’Conell. Nadie dijo que fuera fácil llevarla dentro, pues con ella, irían muchos de los recuerdos de Ziel, incluso el chico mismamente podría aparecérsele. ¿Y sabía él si algún día, Marcus, llegaría a necesitarla tanto como ahora? ¿Y si él logró prevenir este suceso y por eso se la regaló? Era imposible, se viera por donde se viera. El joven le brindó su aura para subsanar el mal que corrompía la esencia que Vladimir D’Shaitis implantó en su cuerpo, para devolverle egoístamente con él. En cambio, la duda… mataba por dentro en ser resuelta. No se conocían demasiados datos acerca de los verdaderos dones que Ziel poseyó en su día, salvo pequeños resquicios de curación, similares a los de Bella. Pero, ¿y si él fuera capaz de ver dentro de su cabeza un futuro próximo? ¿Y si supiera que ellos iban a separarse después de todo y aprovechó hasta el último segundo con sus amantes? Y, si sabía de lo que ocurriría, ¿por qué no trató de impedirlo? ¿Por qué simplemente se entregó a los cazadores aquella noche? ¿Acaso consiguió ver el deselance de esta historia? ¿O puso toda su fe en que saliera bien después de todo? Ziel confiaba en Marcus, incluso sería capaz de poner todo su cuerpo en una brasa por él. Pero, ¿y si no salía tan bien como planeó? El Azar se encontraba ahora sobre la mesa. Algunas conjeturas tenían sentido y otras simplemente, no se basaban sobre ningún hecho racional. Aunque, ¿no fue él, quien se marchó de la casa, herido por la vil mentira, arrastrando consigo la desgracia? ¿Y si sus dones, realmente, eran tan dichosos y odiosos como los de Christian Blade, trayendo desgracias por doquier? ¿Cómo se supone que debería haber reaccionado el peliazul en ambos casos? ¿Qué sintió tras conocer su propia verdad? Lo escondido, lo prohibido e inaccesible, se hallaba en su interior, junto con todas estas respuestas. Mientras, se lanzarían millones de posibilidades acerca del chico, acerca de su cambio, acerca de sus dones. Sin embargo, había algo claro: si algo podía vincularse a Osaki, sin duda, era lo que escondía como vampiro.

    El híbrido entre vampiro y zorro, aún continuaba mirándole. Sin hacer absolutamente, lo observaba, intentando comprender su forma tan cambiante de actuar. ¿Todos los vampiros se comportaban de este modo? Christian también se asemejaba a este patrón que se conformaba en su mente. El Pura Sangre lo acusó de ser el enemigo, lo atacó en la casa de Nokku, y después intentaba recuperar su confianza. Y por esta misma razón, por el miedo que le provocaba que esto simplemente fuera una mera interpretación perfecta, retrocedió un par de pasos en la nieve, aún con los pies descalzos. Y sus ojos se detuvieron en continuar escrutándole de pies a cabeza. ¿Por qué ese sentimiento de tristeza envolvía ahora el aire? ¿A qué se venía el repentino cambio? Bufó al vampiro, esperando que se levantara y corroborara que todo fue para engañarle y que se acercara. Por si acaso, prevenido, lanzó un par de dagas más. Hirieron nuevamente el brazo de Marcusy provocaron pequeños cortes en el resto de su cuerpo. Incluso una de ellas, rasgó superficialmente la carne de su pómulo.

    Y entonces, pronunció su nombre.

    Las pupilas del Guardián se volvieron ínfimas. Perdieron su objetivo principal y se quedaron prendidas en la nada, en algún lugar del traje que llevaba Marcus. ¿Cómo…?  ¿Cómo podía él conocer el nombre de Ziel? Fue la propia Fraiah quien le dio esa palabra para identificarle, como hacían el resto de humanos. ¿Y era simple casualidad que lo supiera? ¿Se metió en su mente? ¿Lo adivinó? Cientos de preguntas acechaban la cabeza de Osaki, al tiempo que un dolor se implantaba sobre ella. Una corriente eléctrica recorrió también su espalda. Y en su pecho, una punzada horriblemente clavada sobre el centro de su corazón. Rápidamente, llevó las manos a la cabeza, incapaz de soportarlo. Sus piernas retrocedieron todo lo que pudieron, tambaleándose, hasta que su espalda chocó contra la corteza del árbol donde estuvo sujeto y a punto de morir. ¿Qué era este ser que tenía delante? ¿Cómo era esto que lograba producir en él? ¿Podía mostrarse vulnerable ante él? No, de ninguna manera. No podía hacerlo, aunque fuera lo que le salvara la vida. Y de repente, comenzó a avanzar de nuevo hacia su presa, cada vez más y más deprisa. Hasta que acabó arrojándose salvajemente sobre él, del mismo modo en que si se tratara de un conejo. Ágilmente, astuto, atrapó velozmente sus muñecas e inmovilizó sus piernas con el resto de su cuerpo. Y rugió, enseñando sus dientes. Sus orejas se ocultaron entre su cabello blanquecino, amenazante. Él no le tenía miedo, hiciera lo que le hiciera para confundirle con esas tretas suyas. Era fuerte. Fuerte, ¿lo entendía? No estaba obligado a arrodillarse en frente de nadie, porque albergaba un poder inigualable, ¿no es así? Y ni siquiera Marcus lograría impedir el inminente resultado. No supo en su momento con quién estaba tratando, a quien estaba tocando, hiriendo. En ningún momento supo de la carga que vendría a continuación, ni lo que supondría lamer su delicada piel de Príncipe de los Bosques.

    Bajó su cabeza y se relamió. No tendría piedad alguna sobre él o su cuerpo, porque pensaba devorarle allí mismo. Sus ojos, pasaron a ser completamente rojos, ansiosos, desesperados y ahogados en odio, rencor y orgullo. Sin embargo… al levantar la vista para mirar su rostro asustado, lo vio: lágrimas. Un río corría por cada una de sus mejillas debido al lamento que le comprimía por completo. El aire dejó de entrar en sus pulmones. Esta era la primera vez que Ziel veía llorar de esa forma a Marcus, la primera vez que era capaz de contemplar sus ojos vidriosos. Pues anteriormente jamás lo consiguió debido a la inconsciencia o se escapaban tan fugaces que ni siquiera conseguía ver rastro de ellas.
    Y las orejas del Guardián se levantaron, alertas. ¿Qué era esto? Era la misma decepción, la misma sensación angustiosa que experimentó antes, que también conoció cuando observó las lágrimas de Fraiah. ¿Es que intentaba jugar con sus emociones por segunda vez? Rugió de nuevo, inseguro. ¿Qué debía hacer? Y a modo de respuesta, el dolor se pronunció dentro de él. Cerró los ojos con fuerza ante la nauseabunda sensación. Hasta una imagen se posó sobre sus párpados bajados, mostrándole la verdad y el camino que era necesario que siguiera.

    En esta, aparecía Marcus. Sí, el mismo hombre que Osaki tenía bajo su cuerpo. En cambio, no parecía ser el mismo de ahora. Los rasgos de su rostro eran más suaves, más delicados. La sangre de sus ojos se hallaba incluso apagada. ¿De verdad era el mismo? Su físico era el mismo, sus ropas eran las mismas. No obstante, el vampiro sonreía en este recuerdo que se lanzó. Y es que, después de tanto tiempo, había reconocido sus sentimientos y los mostraba libremente, sin tapujos. Había agarrado sus manos y le llevó hasta la parte trasera del edificio blanco, caminando por los jardines. En cuanto se escondieron, ajenos a cualquier mirada insultante, no pudo evitarlo. Y dentro del "sueño" lo besó tan ansiada y desesperadamente como un tonto enamorado. El corazón comenzó a latirle con una fuerza demasiado bestial y salvaje a como siempre lo conoció. La debilidad absorbía su cuerpo sin piedad, haciendo que la cabeza y brazos del chico zorro se doblaran hacia delante, vulnerable. ¿Él era…? ¿Él era la persona más importante para su vehículo? ¿Por eso trataba de impedir que lo hiriera? Así era. Así fue, realmente, uno de los recuerdos que Ziel ocultaba dentro de su mente, uno de los pocos a los que pudo acceder. Pero Marcus solía acudir a buscarle a la Academia Cross –el edificio blanco- y “saludarle” de aquella manera. Ni siquiera era capaz de esperar a llegar al coche para besarle en condiciones, pues la emoción se hacía en ambos amantes sin posibilidad alguna. Eran unos imbéciles para cualquiera que les viera con su edad. Ya estaba bien crecidos como para andarse besando por cada miserable rincón. Pero, ¿acaso alguien dictaba las normas? Ellos. Únicamente ellos, los partícipes de la relación. Se amaban sin límites, sin tapujos, sin vergüenza –aunque Ziel aún le costara superar esto mismo delante de la gente-. Esto, sin duda, era en lo que se convirtieron finalmente.


    Quiero encontrarte, pero siento que no puedo.
    Hay pequeños golpes de corazón, que hacen exaltar nuestras emociones.
    Yo solo espero que se disuelva silenciosamente entre nosotros...

    Antes de que intentara formular otra pregunta del estilo, otro nombre. Otro nombre que conocía perfectamente, el cual nunca se cansó de llamar o repetir, resurgió en el eco de su mente. Marcus. Y su voz… la voz que lo pronunciaba, era tan sumamente familiar… como él mismo. Ziel. Ziel Carphatia estaba ahí, dentro del chico-zorro. E igual que Osaki jamás dañaría a Fraiah, el símbolo del amor de su pasado, Ziel Carphatia tampoco quería ni deseaba herir a Marcus O’Conell. Aun si él no fuera capaz de manejar su cuerpo como haría normalmente, nunca dejaría que nadie le hiciera daño. Escondido en aquella oscura nada, oculto en el interior. Su piel suave, blanquecina y sus cabellos tan azules como el mismo cielo. Desnudo, débil, encogido sobre sí como un niño. Tan frágil como una muñeca de la más cara porcelana. El verdadero Ziel, se hallaba encerrado en una jaula de cristal que el zorro formó al instalarse en su cuerpo. Tan invernal como los suaves copos blancos que caían lentamente sobre el cuerpo de ambos amantes, del mismo modo en que si el cielo llorara por ellos y el cruel Destino que estaban obligados a vivir día a día. Pero se encontraba ahí, dispuesto a renacer si hacía falta. Tan solo… tan sólo necesitaba la fuerza suficiente, un hálito que le brindara el apoyo para combatir al terrible Osaki.
    Atendiendo a su llamada, el aura del neófito se removió dentro del cuerpo del mayor. Necesitaba atender a su verdadero dueño cuanto antes. Y por eso, dejó que el dolor se evaporara del otro vampiro, progresivamente, hasta que desapareció por completo. Marcus había entendido que debía recordar a Ziel, a su dueño, a su amante, todo lo que vivieron juntos, y por tanto, continuar con la vida que él estuvo dispuesto a sacrificar en su nombre. Aunque se viera en la desagradable situación de matar a costa del bienestar de Bella, no tenía por qué borrar su humanidad ni olvidar quién era él y su apellido. Era un hijo de Vladimir, ¿no? Él podía con esto y mucho más. Siempre lo dijo y el orgullo sembró cada una de sus palabras. Por eso, el aura extranjera, le permitía luchar de nuevo a su lado sin causar más sufrimiento. Entre los dos, unidos, buscarían la salvación de Ziel, la forma de traerle de vuelta para que estuvieran juntos una vez más. Porque esto no solo beneficiaba a Marcus, sino que también a ella, alimentándose de su verdadero dueño cada vez que se encontraba cerca.

    A continuación, se escuchó un pequeño sonido. Y es que, para sorpresa de ambos, apareció un gorrión. ¿Qué hacía ese pájaro entre el cuerpo de ambos? ¿De dónde había salido? Exactamente, la forma en la que representaba los dones que poseía Ziel anteriormente y ahora Marcus, se manifestaba desde su interior. Salió de su pecho, expandiendo sus alas, sintiendo la libertad y la alegría de ir hasta donde siempre quiso ir y en donde siempre quiso permanecer: el pecho de Ziel. Se introdujo dentro del cuerpo de la fiera, destrozándolo todo a su paso. La jaula que rodeaba al peliazul comenzó a resquebrajarse levemente. El que yacía dentro con los ojos cerrados, estiró uno de sus brazos temblorosamente, arañando la superficie. Él estaba dispuesto a luchar por estar con la felicidad que le llenaba tanto, con el hombre al que amaba. Aún quería comer taiyaki e ir al festival de los cerezos. Tenía una promesa con ese hombre de azabaches cabellos, acerca de llevar a Bella a una cita de encanto como la verdadera princesa que era. Él… él aún no lo había tratado como el adulto que era. Todavía tenía que reconocer que se había hecho un hombre, que había madurado en un apuesto joven. Y ni siquiera le dio las gracias por la fiesta sorpresa de su cumpleaños, ni le dijo lo arrepentido que se sentía por todo lo sucedido. Porque era su obligación cuidar de él, darle el apoyo y el cariño que tanto buscó por siglos. Pero sobre todo… sobre cualquier cosa… quería que volver a abrazarle y confesar por infinita vez sus sentimientos, como Dios manda. Y entre las millones de cosas que aún tenía por recorrer, una de ellas se implantaba por encima del resto. Le haría su novio formal. Y se lo presentaría a su hermano como tal, aunque tuviera que superar la vergüenza que suponía –pese a que éste ya conociera del hecho-. Había decidido que Marcus O’Conell sería suyo.

    Por y para siempre. Por el resto de la Inmortalidad.

    Un pedazo de cristal saltó del reciento, rompiéndose. La movilidad del cuerpo que se encontraba dentro no poseía demasiada movilidad, pero continuaba arañando con todas las fuerzas que ese inocente y poderoso gorrión le otorgó. Y comenzó a hablar en el interior, sin saber siquiera si su mensaje llegaría a su destinatario.
    Dime, Marcus, ¿lo recuerdas? Realmente, mejor dicho, ¿eres capaz de recordarme? ¿Recuerdas cada bendito momento que vivimos similares a este? ¿Recuerdas cada instante en que tus labios rozaron los míos? ¿Y del pacto? ¿Aún conoces el sabor de mi sangre? ¿Olvidaste los ánimos, los consejos? ¿Por qué olvidaste toda la felicidad que vivimos entre los dos? Si tan sólo lo guardaras en tu corazón, no deberías de padecer tanto por esta pérdida. Necesitas seguir adelante, Marcus, aún si yo no puedo acompañarte ahora, aún si quizá tal vez no lo logré hacer nunca debido a Osaki. Cuéntame, ¿te acuerdas de mi primera confesión? Aquel día no supe exactamente cómo expresar lo que acaparaba mi corazón, pero no conocía cómo seguir cerrando la boca y contenerlo. Sin embargo, alargarlo, hubiera sido peor. Por ti, por Bella, porque ni yo mismo sabía lo que estaba haciendo. Solo entiendo que estaba sangrando por decirlo de una miserable vez. Y siento si apenas pude ser claro o conciso, pero jamás sentí algo tan intenso como contigo. Ni siquiera con Bella. Nadie, nadie absolutamente, fue capaz de transmitirme tanto con una mirada, con esa mirada tuya. Sabes mi pequeño secreto: tus ojos. Tu forma de ser, ese desgarrador sentimiento que te cruzaba el alma. Era incapaz de quedarme como si nada. Y estos rasgos, fueron los que me hechizaron por completo. Creo que por eso nos advierten a los humanos de los peligros que se corre al mirar a un vampiro directamente, de convivir con uno de ellos.
    Y a veces pensaba sobre la relación de vasallaje que teníamos. Muchas veces reflexioné y esperé a verte para aclarar mis dudas. Pero no pude resistirme a ti. Y… Sufrí tanto, Marcus… Sí, sufrí por ti, por tu bienestar. Temía que los cazadores consiguieran darte caza finalmente, todo por mi culpa. Las noches pasaban sucesivas, en vela, sin poder conciliar el sueño. Cada una de ellas recé porque aparecieras en mi ventana y me llevaras contigo. Quería huir de este pueblo, solo contigo. Cualquier lado hubiera estado bien. Seguramente no nos hubiéramos separado nunca desde entonces. Y cómo quisiera tenerte entre mis brazos y besarte, que me revuelvas el pelo y llenes de delicadas caricias mi cuerpo. Maldita sea, ¿por qué tuviste que irte? ¿Por qué no fuiste capaz de luchar cuando más te he llegado a necesitar? Por qué, todavía continúo preguntándomelo. ¿Acaso nunca fui suficiente para ti? ¿Acaso todo esto resultó una farsa?


    Las lágrimas comenzaron a evacuar de sus párpados, cerrados, viajando a través de sus mejillas. La jaula intentaba recomponerse, pero debía insistir y lucha. Tenía que hacerlo, aunque el resultado fuera el mismo que quedarse de brazos cruzas. Aunque el dolor que le surcaba el cuerpo le descomponía en cientos de trozos.
    Sé que Ella llenó los días de su pasado de una gloria que jamás llegue a conocer, desgraciadamente. Pero quedó atrás y muchas veces me hiciste creer esto mismo. En cambio, en aquel día donde tu hijo apareció… Tan sólo… ¡Tan sólo quise ser suficientemente importante! ¡O lo suficientemente egoísta para que me eligieras a mí! ¡Lo quería todo, Marcus! ¡Todo! Pero ese “todo” que me ofreciste, siempre me pareció quedarse pequeño. Conozco que contra tu propia sangre nunca se puede maniobrar. Pero ojalá supiera más sobre ti en aquel entonces, más sobre ella, porque al menos sé que podría esforzarme mucho más en hacerte feliz, del mismo modo en que tu familia lo hizo alguna vez. Porque en verdad quería que lo obtuvieras todo: mi sonrisa, mis besos, mi preocupación. Incluso te regalé mi propia aura, mi propia vida. Pero nunca fue suficiente para quitar las pesadillas que sucumbían en tu mente. Nunca fui la confianza que necesitabas para soltar tus lágrimas, todo el dolor que llevabas cargando durante todos estos años. Y por eso, por eso lloras ahora, Marcus. El tiempo que compartimos no va a volver atrás, no regresará y sucederá por segunda vez. Estamos separados por un abismo mucho más grande que el habernos olvidado, que el habernos perdido. Aunque quizá, quizá todavía guarde las esperanzas.

    "Alguna vez, ¿besaste a la Muerte?"
    Entonces hazlo. Hazlo antes de que me lleve con Ella.

    Exactamente, aquella maldita pregunta, resurgía de nuevo. La respuesta era concisa y rotunda sobre ambos seres: “SÍ”. Ambos besaron la muerte respectivamente. En el caso del vampiro mayor, besó el borde a perecer, así como lo más importante para él. Justamente, lo que tanto amor le trajo, se convirtió en su Muerte cargada con una sangrienta guadaña. Y la tenía delante en estos mismos momentos. Entonces, sus ojos dispares de color, quedaron escondidos bajo los mechones blanquecinos del neófito. La fuerza de sus brazos regresaba a él, temblorosamente, en cambio. Su temperatura había ascendido notablemente a causa del esfuerzo que soportaba su cuerpo. Y la respiración se encontraba sofocada por alguna extraña razón, tal vez porque aún le desgarra tanto la sed en el interior, tal vez por la lucha interior con la parte de Ziel Carphatia que persistía con vida. Y el vaho caliente salía de sus pulmones, estrellándose contra la piel blanquecina de su enemigo. Esta no era la primera vez que Marcus podía sentir su aliento cálido, febril, contra su rostro. No obstante, no sería el Ziel que recordara, con sus colmillos, tan afilados como un cuchillo, apareciendo suave y  tétricamente entre sus labios. ¿Qué era lo que iba a hacer ahora? ¿Iba a matarle? ¿Por qué? Osaki no tenía razones suficientes para acabar con la vida de Marcus O’Conell, ni siquiera porque le hubiera cogido del cuello era motivo para terminar esto aquí y ahora, ¿verdad?

    ¿Y si utilizaba la excusa de todo el mal que le causó a su vehículo humano? ¿Y si se beneficiaba de todo el dolor que atravesaba al verdadero Ziel en este momento, provocado por el sufrimiento que el vampiro, mismamente, estaba transmitiéndole? Podría utilizarlo como su mejor arma, transformándolo todo en un insuperable odio que destruyera todo lo que había alrededor. Y su fuerte mano, agarró salvajemente el cuello del contrincante, mientras con la otra sujetaba su brazo no herido. Su cabeza blanquecina se inclinó, finalmente, sobre el cuello de su presa. Las colas se movían con gracia sobre su espalda, ansiosas. Y despuntó los colmillos, viajando con rapidez y ferocidad hasta su piel. Osaki había decido matarle, acabar con su vida, beber de su sangre hasta la saciedad. Terminaría con su debilidad y al mismo tiempo, con la fortaleza de su vehículo. Ziel no se impondría sobre él de ninguna manera, porque ahora podía hacer lo que le viniera en gana. Le exterminaría y se quedaría con su cuerpo definitivamente, sin tener que ir de un cuerpo a otro nunca más. Y así, la sangre emergió de su cuello, inundando su boca. Pero, ¿lograría Marcus O’Conell o Ziel Carphatia impedir la desgracia a tiempo?



    ¿Puedes oir esta canción de amor?
    Aquella sobre un pequeño amor, que te entrego para sonreir.
    Aquella que sostiene un sonido amable...
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    Mensaje por Fraiah B. Eslin Jue Feb 12, 2015 4:50 am

    I'm a space bound rocket ship and your heart's the moon,
    and I'm aiming right at you...
    Right at you


    Tan sólo avanzar. Eso era lo que necesitaba. Había corrido tantos riesgos; había cometido tantos errores. Necesitaba subsanarlo todo, y tenía escaso tiempo para ello. Christian no demoraría en darse cuenta de su partida, y era evidente que saldría a buscarla. Además, Ziel estaba aquí afuera, solo, quién sabe cómo y con quién. Sólo esperaba que todo lo ocurrido no hubiese desembocado en excesiva tensión que lo llevase a meterse en peligros. Lo peor era que ella no sabía con qué iba a encontrarse, pero deseaba hallarlo sano y salvo, y poder encontrar la manera, la forma adecuada, de decirle cuánto lo sentía y poder así estar con él otra vez. Porque Ziel, ya desde los laboratorios, se había convertido en un gran compañero de lucha; en un gran amigo. Fraiah detestaba verlo sufrir así, porque en el fondo comprendía que una parte de él estaba muy oculta, enterrada quién sabe bajo qué efectos, y que nada recordaba. ¿Pero cómo hacerlo volver? ¿Cómo descubrir cuál fue el embrujo que lo poseyó de tal manera? Él le había salvado la vida, y ella se lo debía todo en estos momentos. Sin embargo, a pesar de ello, lo único que supo fue atacarlo, herirlo, menospreciar su cariño…

    Y mientras más lo recordaba, más se odiaba.

    Sus pómulos estaban enrojecidos. Había recorrido varios metros ya. Se encargó de rodear cuidadosamente el edificio del hotel para poder hallar el camino que iba directo hacia el bosque. El vaho que era emanado por su boca parecía cada vez más denso. Sus pisadas en la nieve eran profundas. Tuvo que detenerse unos momentos para hallar un respiro, pues estaba agotada. No entendía por qué, pero lo más probable era que fuese consecuencia de la intensa fiebre. Fraiah estaba por pescar un resfriado, pero ni siquiera estaba enterada de ello. Demasiado ensimismada en la búsqueda. Demasiado desesperada por reencontrarse con él. “Ziel, espérame, donde quiera que estés…”, pensó esperanzada. Volvía a emprender la marcha tras haberse ocultado por unos minutos de un guardia del lugar. Tras comenzar a andar por el extenso camino que guiaba hacia el bosque, no pudo evitar lanzar varios suspiros, agobiada. Tuvo suerte al no romperse ningún hueso al descender por el balcón, ¿pero tendría la misma suerte ahora? La nieve comenzaba a caer otra vez, y el frío era palpable en la punta de su nariz, contrastando con el calor que emanaba desde su pálida piel.

    Una vez los árboles comenzaron a rodearla, se detuvo unos momentos. Miró a su alrededor, en el vasto follaje.
    - ¡Ziel! –gritó haciendo eco con sus manos. Si él estaba cerca, la escucharía. ¿No es así? Por lo tanto, repitió el llamado-. ¡Ziel! –continuó, e hizo lo mismo por dos veces más. Sin embargo, lo único que recibía como respuesta era el propio eco de su voz. ¿Cómo podría haber ido tan lejos en tan poco tiempo? ¿O acaso fue poco tiempo para ella pero en realidad habían transcurrido horas? Estaba tan perdida que no podía deducir aquello con precisión.  Pero no tenía tiempo. No podía malgastar los segundos pensando en vano. Debía continuar, actuar, porque mientras los minutos transcurrían, Ziel podía estar metido en un severo lío. Por lo tanto, retomó su andar. Hollando la nieve, avanzaba algo temerosa e inestable, así como apresurada y preocupada. Repitió su nombre otra vez, pero nuevamente sólo el eco se oyó. Sólo un pequeño conejo emergió, introduciéndose en su pequeña madriguera. Aquella fue una aparición extraña. ¿Un conejo a estas horas y en medio de la nieve? Pero la Naturaleza era así de sorprendente a veces. Y aunque hubiera querido demorarse en aquella grata imagen, sabía que no tenía permitido aquel lujo. Y si llegaba la hora de revivir aquella escena tan agradable, quería que fuese junto a Ziel y Christian.

    Sus piernas, débiles pero ágiles, continuaron avanzando. Sin embargo, estaba llegando a su límite. Si no lo encontraba pronto… Si no podía verlo otra vez… Y no quería pensar lo peor, por eso cerraba sus ojos con fuerzas y continuaba corriendo entre la nieve y los árboles. Y fue entonces cuando, de repente, aquel aroma invadió sus sentidos. Se frenó en seco, abriendo los ojos de par en par. ¿Sangre..? Pero no era de Ziel. Es más, había diversos aromas distintos allí. Su corazón comenzó a latir con fuerza, emprendiendo la marcha. No, no quería pensar lo peor, pero lo estaba haciendo. Porque a pesar de que el aroma de Ziel le era inconfundible –y mucho más ahora- no podía evitar sentir cómo el corazón se le estrujaba. Pues si la sangre no era suya, era de alguien más, y ese “alguien” probablemente haya perecido bajo sus blancas manos, y la culpable de todo esto era ella, porque por su culpa el joven huyó.

    Por su culpa la muerte tiñó su vida otra vez.

    Volvió a gritar su nombre, desesperada. Quizás esto fuera imprudente, pues cualquiera podría oírlo. No obstante, poco le importó. Y cuando el aroma se hizo más y más intenso, acabó por frenarse en seco otra vez. ¿Qué..? ¿Aquel era él..? ¿Y la persona que estaba debajo…? ¿Y esos dos cadáveres a un lado..? Fraiah comenzó a negar con la cabeza. Necesitaba avanzar más. Necesitaba verlo con sus propios ojos, detenerlo si aún había posibilidades tanto para él como para su actual presa. Con ojos desencajados, balbuceó de forma muy tenue su nombre. Caminó torpemente hacia él, y cuando estuvo a unos escasos metros, recobró valor. Le dolía el pecho y la fiebre parecía querer dominarla por completo, pero aún así debía luchar, mantenerse firme, tal como él lo hizo una vez. Pues si no lo salvaba ella, ¿quién lo haría? Y quizás cometió la tontería de no prestar demasiada atención al ser que se encontraba debajo, siendo subyugado por sus colmillos. Con la respiración agitada, recobró un poco la compostura.  Y entonces lo decidió. De forma tempestuosa, con los pulmones a flor de piel, casi desgarrando su garganta, gritó con todas sus fuerzas:
    - ¡Osaki!
    Cerró los ojos, pero los abrió al instante, clavando en él sus felinos y sagaces ojos. La inocencia de Fraiah estaba allí, residía junto a esos iris violáceos, como antaño. Y sus pupilas, negras como la noche, se clavaban en su silueta. Esta vez se decidió a llamarlo por su nombre; a hacer las cosas como era debido. Si no comprendía el nombre de Ziel, ¿acaso podría evitar comprender el suyo propio? Y aunque él considerase que era una ofensa que alguien como ella pronunciara su nombre, no le importaba. Respirando de forma acelerada, no esperó a ver su reacción. Se adelantó y fue directo hacia él, y cuando estuvo a punto de posar sus cálidas manos sobre los hombros del muchacho, vio aquel rostro; observó aquellos rojos ojos y todo lo que ellos conllevaban. Era el momento oportuno; el momento donde la joven podría haber llevado a cabo su acto heroico. Pero, en su lugar, la situación logró superarla otra vez. Apenas pudo murmurar su nombre, susurrando un “Marcus” incrédulo y dudoso. La sangre empapaba su cuello y pecho, ¿pero eso bastaría para asesinar a semejante ser? Definitivamente, estaba segura de que no. Pero… ¿quién era el que estaba en peligro ahora? ¿Qué se suponía que debía hacer? Y contra todas sus dudas y miedos, actuó: sujetó a Ziel finalmente, obligándolo a erguir su espalda y empujándolo un poco, tratando de alejarlo del otro vampiro y llevándolo hacia atrás-. Ya es suficiente… ¡YA BASTA! –acabó por gritar otra vez, mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos. ¿Cómo podía estar pasando esto? Él… Ziel y Marcus… Ellos… No, no podía ser cierto. Ambos estaban aquí, uno frente al otro, pero ambos estaban hiriéndose, lastimándose, como si lo único que buscaran fuera la muerte del otro. Fraiah negaba con la cabeza mientras luchaba por retirar a Ziel-. Marcus… Él es… -y cuando quiso concluir la frase, una fuerte punzada en la cabeza se lo impidió. Cerró uno de sus ojos, sin soltar a Ziel. Tenía que decírselo. Él debía saber que Ziel Carphatia estaba vivo, encerrado en alguna parte de este ser que ahora forcejeaba con ella. Marcus O’Conell debía saber que aquel joven continuaba vivo, porque ambos vampiros nacieron para estar juntos, y esto no podía acabar así.
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    Mensaje por Marcus O'Conell Vie Feb 13, 2015 6:12 am

    Desolación. Ah, necesitaba sentir este frío, este terrible golpe al inconsciente, pues de otro modo no podría sentirse vivo de ninguna manera. ¿Y es que acaso lo estaba? Ya no podía considerarse seguro ni de eso. El emblema de su humanidad, aquella única persona que logró llegar hasta él incluso en las mayores tempestades… ¿dónde estaba ahora? ¿Por qué oía su voz, alucinaba con sus ojos, veía su silueta delgada incluso donde no se hallaba? Y otra vez, como recordatorio constante de su maldición, de su morir constante, aquel nombre se repitió en su cabeza. Basta. Necesitaba que lo deje ya. Por favor, tan sólo… tan sólo necesitaba ser libre. Con o sin él… aunque en su falta no era más que un mísero hombre bueno para nada. Ziel había sido el único que le había hecho notar que él podía retomar su vida, ser la persona que siempre quiso, ser de utilidad para las personas, ayudarlas, hacer el bien. Ziel le había enseñado tantas cosas… ¿y ahora qué demonios le había dejado? ¡Se lo había llevado todo, maldita sea! Y lo único que quedaba de él era este intenso e inmenso dolor despreciable, que rasgaba su roto corazón más y más, hollando en la penumbra de su pecho, martirizándolo, poseyéndolo…

    Las dagas efectuaron diversos cortes en su blanca y tersa piel. La herida de su mejilla dejó emanar aquel sendero carmesí, brillante y perverso. Marcus, aunque hubiera podido hacerlo, ni se inmutó para defenderse. Lo único que acaparaba su atención ahora era aquella voz de su consciencia y aquel certero dolor en el cuerpo. El aura de Ziel hacía estragos en él, y aún no era lo suficientemente consciente como para saberlo. ¿Estas eran, acaso, las secuelas de un gran amor? ¿Esto era el gran peso que debía llevar con tal de conservar su presencia en algún sitio de su alma? Si era así, lo quería; lo quería todo y más, porque estaba tan perdido, tan desquiciado sin él. Era un completo monstruo, como antaño, como siempre. Pero aún había algo de calidez en su cuerpo, y ésta existía gracias a la protección del amor de Bella, latente, el cual debía proteger a toda costa, pues de otro modo jamás se perdonaría que le arrebatasen lo único bueno que le quedaba, y seguramente Ziel jamás lo perdonaría a él por ello. Y, ahora, mientras la sangre continuaba tiñendo la nieve de aquel macabro carmesí, mil dudas se formulaban en el fuero interno del vampiro. ¿Qué debía hacer? ¿Por qué estaba dudando? Era su vida o la de él, después de todo… ¿No es cierto? Y aunque millones de razones lo movilizaban a matarle, no podía aferrarse a ninguna de ellas, pues la perplejidad era su única guía en esta noche; la perplejidad y la añoranza.

    Las lágrimas, una a una, se deslizaron, hasta que por fin se estrellaban contra el suelo, dejando pequeños rastros. Marcus volvió a llevarse las manos al rostro, deslizando sus dedos a través de la humedad. Una de sus manos era decorada por aquel rojo, mientras que la otra se mantenía tan pura e incolora gracias a las lágrimas. Qué ironía. Qué paradoja. Y pensar que esta también era su decisión. Él podía optar por la mejor resolución: arrebatarle la vida o permitir que él lo haga primero. Y, al parecer, la segunda opción parecía cobrar intensidad. Marcus había sido sorprendido por segunda vez. ¿Qué era aquella forma tan estúpida de bajar la guardia? Pero el vampiro blanco estaba sobre él ahora. La fría nieve humedecía el traje del mayor de ellos mientras tanto. Una última lágrima recorrió su mejilla, pero su expresión continuaba igual de seria, de vacía. Notó cómo aquel se relamía. ¿Acaso iba a permitir que aquel lo hiciese su cena? No, de ninguna manera, pero por más que quisiera defenderse, su cuerpo no le respondía. Estaba siendo sometido por la voluntad de Ziel en todas sus formas, ¿y cómo librarse de tan dulce cadena? Sus rojos ojos estaban perdidos en los ahora rojos del zorro. Marcus no tenía ni la menor idea de todo lo que estaba ocurriendo en el interior de su adversario. Y pensar que él estaba tan cerca, pero tan lejos a la vez…

    Un gorrión. Finalmente un gorrión emergió. Saliendo del pecho de Marcus, por la intensidad y la profunda sensación que experimentaba al llevar el aura de Ziel y al no poder domar sus dones, su pecho se elevó hacia arriba, provocando que su cabeza pendiera un poco hacia atrás, sobre la nieve. Un sutil suspiro fue emitido, como si fuese el último hálito de un difunto. Sus negros cabellos se apartaron de su rostro, y dejaron libre su blanco cuello. Cuando la pequeña ave por fin salió, su espalda volvió a recostarse sobre el suelo. Era como si una parte de su alma se hubiese desprendido. ¿Y es que acaso no lo era? Marcus se sentía mareado, adormecido, sedados sus instintos más salvajes. Ziel lo dominaba después de todo, ¿no es así? Desde el día en que el pacto se rompió, hasta el día donde su aura se instaló en su cuerpo. Desde esos momentos, el joven tenía completo poder sobre él. Podía hacer con él lo que quisiera, incluso cuando más se resistiera el mayor. Al fin y al cabo, así era el Destino. “Quien una vez esclavizó, será esclavizado; quien una vez amó, será amado”. Sus ojos se entrecerraron lentamente. El adormecimiento y la pesadumbre de su cuerpo se hicieron cada vez mayores. Sus párpados, descendiendo lentamente, mostraron un semblante nostálgico, sufrido, entre toda aquella inexpresividad. Pero Ziel, del mismo modo en que había roto su cárcel, estaba resquebrajando la prisión que el propio Marcus se había adjudicado. Y pronto su voz… Comenzó a escuchar su voz. Y aunque la nieve helada estaba cubriendo su cuerpo poco a poco, aquello era un ensueño, sintiéndose tan cálido.

    - Te recuerdo… -susurró, respondiéndole, pese a que tal vez él no llegara a oírlo o, mejor dicho, Osaki no llegara a comprenderlo-. Te recuerdo, te anhelo, te deseo… Ziel –continuó, pronunciando cada sílaba con un tono tenue, ínfimo, sin fuerzas pero con extrema veracidad. Aquello era como un trance letal-. ¿Por qué te fuiste..? ¿Por qué me dejaste..? –continuó, cual niño que sólo sabe preguntar y preguntar a sus padres acerca de las cosas simples de la vida que él no comprende. Y Ziel, sin embargo, continuaba hablando. Continuaba hipnotizándole mediante su voz, pronunciando aquellas palabras, aquellos sabios consejos que Marcus, simplemente, no podía acatar-. ¿O..saki? –pronunció, confuso. No sabía de qué le hablaba, pero pronto ignoró aquel nombre, pues todas sus demás palabras volvieron a envolverle. Suavemente, comenzó a negar con la cabeza, alzando una de sus manos, tras haberla librado del agarre, sujetando el rostro que tenía en frente con extrema suavidad. Aunque el muchacho que tenía frente a sus ojos no tuviera el físico de su peliazul añorado, continuaba siendo él, y los ojos de Marcus, ahora mismo, estaban viéndole. Ya no había ojos dispares allí ni cabello blanco; sólo dos enormes orbes azules como el cielo-. Vuelve a mí… -suplicó, cerrando los ojos por fin. Estaba aturdido, poseído por cada susurro mental de su voz-. No sirvo para nada sin ti… No soy nadie sin ti… Perdóname, Ziel; perdóname porque permití que te vayas, dejé que te llevaran… soy tan débil –apenas movía sus labios, pues ahora su cuerpo era una terrible pesada masa, como si fuese ajeno a él, y es que tal vez esto estuviera ocurriendo, pues cada vez Ziel marcaba más y más su posesión sobre él, envolviendo su voluntad por completo, doblegándolo así-. Por qué… por qué no me lo pediste… te hubiera llevado lejos, muy lejos de aquí… te hubiera hecho feliz… -comenzó a abrir lentamente sus ojos, mientras su fría mano acariciaba aquel rostro-… te hubiera amado sin toda esta oscuridad, sin todo este dolor…

    “¿Acaso nunca fui suficiente para ti?”
    "Siempre fuiste demasiado para mí, y este ha sido el problema."

    - Ziel… no… -negaba con la cabeza, queriendo dejar de oírlo en ese momento. ¿Por qué decía todo aquello? Estaba hiriéndolo, estaba clavándole diez mil puñales en un mismo punto de su corazón. Pero estaba bien, lo merecía después de todo, ¿no es así? Su respiración era tenue, y entonces su mano comenzó a descender, deslizándose por uno de los mechones blanquecinos que él, no obstante, veía azul. ¿Así que por eso estaba llorando? ¿Por todos los errores, el tiempo derrochado, la debilidad que lo llevó a perderlo todo..? Y cuando decía todo, se refería realmente a todo. Desde su difunta esposa, hasta sus hijos, su querido Ziel, e incluso perderse tanto a sí mismo. Y entonces aquella frase, aquella pregunta letal y seductora fue pronunciada por sus labios. Su mano finalmente cayó a un lado de su cuerpo, cada vez más debilitado y anestesiado-. No, nunca he besado a la Muerte…  o tal vez ella nunca quiso llevarme… -murmuró, mientras sus ojos se cerraban mirando fijamente los suyos-. Siempre me ha torturado, llevándose todo lo que más amaba… pero quiero besarla ahora… -confesó, mientras su pecho subía y bajaba apaciblemente, respirando en la quietud-. Bésame, Ziel. Bésame ahora y llévame contigo…

    Como si aquella petición hubiera sido oída, Osaki parecía estar dispuesto a concedérsela. Marcus permanecía con los ojos cerrados, como quien se prepara para su eterno descanso, siendo la Muerte venidera. Sus labios se entreabrieron a causa de la exhalación, pero entonces llegó pronto lo inesperado. Su cuello fue fuertemente sujetado. Marcus continuaba sin oponerse a este inminente Destino. Apenas pudo entreabrir sus ojos otra vez, pues cuando lo hizo ya no podía ver aquellos faros azules que tanto le habían encantado. En su lugar, un terrible escalofrío se adueñó de su columna vertebral, recorriendo cada músculo, cada nervio. Unos fríos colmillos rozaban su piel, y entonces aquel roce se convirtió en la marca del flagelo, en la sentencia de muerte. La cabeza de Marcus se inclinó hacia atrás debido a la presión. ¿Cuándo fue la última vez que se sintió tan débil? La vida comenzaba a ser expulsada de sí, y no podía defenderse. Sus ojos ya habían decidido cerrarse por completo, pero entonces la razón volvió. Justo en el momento en que la succión se hizo más intensa y su corazón sintió el dolor del exterminio, sus ojos se abrieron de repente. Salió de aquella somnolencia como si hubiera despertado luego de un extenso y eterno letargo. Abrió la boca, intentando capturar el aire, pero lo único que pudo hacer fue remover la muñeca que aún tenía atrapada por Osaki justo debajo de su fuerte mano. ¿Cómo había ocurrido esto? ¿Cómo se encontraba en semejante situación de desventaja? Si no hacía algo rápido… si no actuaba…

    Si no reaccionaba, era hombre muerto.

    La presión de aquellos colmillos era tal que le fue imposible hablar, siquiera. Fue tan mínimo el momento de exhaltación, pues la sangre se iba tan rápidamente de su interior que el desvanecimiento comenzó a amedrentarlo otra vez. En su fuero interno repetía “no” sucesivas veces. ¿Todo había sido un sueño? ¿Cómo pudo ser tan estúpido? “Ziel, por favor…” suplicó, y se sintió aún más imbécil. De repente, una nueva voz irrumpió en la escena. Sus pisadas se hacían cada vez más cerca, y escuchó aquel nombre. Escuchó ese nombre. Su ser ya casi desvanecido reaccionó mínimamente otra vez. Osaki. Ziel lo había nombrado otra vez. ¿Quién era Osaki? Pero por más que quisiera responder todas sus dudas, sabía perfectamente que no tenía tiempo para ello. Con la mano que tenía sobre la nieve, a un lado de su cuerpo, hurgó en su bolsillo. Allí estaba su móvil. El número de emergencia de Ryu Olivier se encontraba primero en la lista. Le había dicho que lo llamase si se percataba de cualquier cosa o hallaba algo interesante. Entonces, ¿no sería interesante que presenciase su muerte? Pero las cosas se volvían mejores y peores aún: Fraiah Eslin estaba allí, una de los prófugos que debían ser capturados. Marcus no llegó a reconocerla, no cuando ya estuvo muy cerca y el mensaje para el cazador ya había sido enviado. Los rojos ojos del vampiro se posaron sobre ella. Quiso decirle algo, quiso hablarle y gritarle con todas sus fuerzas que huyera de allí ahora mismo mientras aún hubiera tiempo, pero entonces una fuerte punzada adormeció su cuello, provocando que un gemido de dolor escapara entre los labios del vampiro. ¿Estaba matándole? Olivier no llegaría a tiempo para salvarle el pellejo, pero sí lo haría para ver a esa chica y llevársela. No podía permitirlo. Ziel había muerto por ayudarla después de todo, ¿no era así? Pero si ese era el caso, ¿por qué tener compasión por quien se llevó lo que más amaba? La miró otra vez, comenzando a ver borroso y advirtiendo que allí había más de una Fraiah. En efecto, Ziel Carphatia controlado por aquel ser estaba acabando con él. ¿Pero no era el vampiro más fuerte del pueblo? ¿Acaso Vladimir D’Shatis no había hecho de él el monstruo más temible? Ah, pero nadie puede contra el amor, ni siquiera el ser más desalmado, y Marcus se había entregado, se había arrojado a esta suerte nefasta por su propio dolor, egoístamente, queriendo morir y encontrarse con Ziel en algún sitio, si es que había algún lugar para alguien como él más allá de la Muerte. No obstante, para su sorpresa, aquella joven ingenua comenzó a forcejear con el desquiciado neófito. Estaba completamente loca, pero al parecer lo conocía. Y cuando su voz se dirigió hacia él, Marcus intentó poner toda su atención en su figura. Sin embargo, la inconsciencia obnubiló todo lo que conocía. ¿Este era el fin? Porque si así sucedía, estaba bien, pues…

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    Mensaje por Ziel A. Carphatia Jue Feb 19, 2015 11:17 pm

    «Si alguna vez, llegas a sentirte solo, y la luz me dificulta la tarea de encontrarte...
    Sólo entérate que estoy siempre en paralelo al otro lado.»

    Marcus continuaba allí, frente a él, aunque no fuera capaz de reconocerlo por más que lo observara. Sin moverse, sin hacer nada. Tan sólo vendiendo su sangre a este criminal impostor que se había instalado dentro del cuerpo de su preciado amado. Y sufría tanto… sufría tanto por el ser que se hallaba frente a sus ojos –al cual tampoco identificaba–, le dolía tanto la pérdida del peliazul, que no le importaba morir para estar a su lado. La angustia y la desesperación, la profunda tristeza que corrompía su interior, se podía percibir incluso por medio del olfato. Casi podría decirse que era capaz de tocar toda esa confluencia de sentimientos despiadados que estaba fragmentando a uno de los vampiros más fuertes de todo el pueblo, a uno de los Hijos de Vladimir, ni más ni menos. De ello sacaba provecho la bestia blanquecina, cual físico transmitía la misma pureza y el mismo frío que la nieve, quien se llevaba lentamente su vida. Ahora era su oportunidad de sembrar la distancia, de imponerse como el verdadero macho Alfa de las tierras que se ocultaban bajo las copas de los árboles.

    Las lágrimas caían, sucesivas, sobre las mejillas del amado perdido de Ziel. La pena que contenía su pecho le inundaba también por dentro, aunque su “otra parte” no quisiera hacerse doblegar frente a ellos. Y una de esas cristalinas gotas que tanta carga llevaban para aliviar su corazón, se traspasó al rostro del indómito que bebía de su cuello. Lentamente, suave igual que la lluvia, rodó por su piel marmólea, hasta desperdiciarse en el suelo. Ante la sorpresa de la humedad, su mandíbula dejó de ejercer fuerza sobre su carne. Se retiró mínimamente de la zona, como si observara el río de sus venas, cual asesino. Los ojos le hervían en destrucción, en una desgarradora sed que parecía ser imposible saciar. La sangre de Marcus comenzó a gotear lentamente, extendiéndose un pequeño charco rojizo sobre la blancura de la nieve. Ziel tenía la mirada puesta sobre el color intenso, completamente fija, provocando que su respiración se entrecortara y el corazón comenzó a latirle a mil por hora. Todo era por diversas causas: el ansia que le provocaba últimamente oler aquel perfume que nacía de sus venas –pues siempre estuvo clara la indudable preferencia que siempre tuvo Ziel Carphatia sobre la sangre de Marcus, aquella que primero saboreó, aunque fuera esta misma la que también lograba enloquecerle, perder el sentido y el raciocinio-, y la extrema preocupación que se escondía en algún lugar recóndito del neófito.
    No obstante, terminó relamiéndose y se acercó con sigilo hasta él. Olfateó la zona herida como cualquier pequeño animal e inmiscuyó su nariz en su cabello azabache, incluso. Para él, simbolizaba un objeto que desde el primer momento deseó rozar únicamente con las yemas de sus dedos. Aunque finalmente el deseo de hacer cada parte de su rostro suya, de beber de su sangre prohibida, comenzó a inundarle. Así fue como Ziel logró enamorarse, sin darse apenas cuenta, de Marcus O’Conell. Cada vez que su piel fría tocaba la calidez de la suya, le transportaba al mismísimo Edén. En esta ocasión, ya estaba convertido en un vampiro y por tanto, la memoria sensorial de su cuerpo blanquecino, era incapaz de recordar. Y ahora, ahora quizás el aroma que desprendía a nostalgia y soledad lo estuviera arruinando todo. Pero el vampiro mayor debería ser suficientemente capaz de intentar devolverle sus recuerdos a su amado peliazul. Aún si esta misión era lo más difícil que hubiera experimentado, si lo quería de regreso, tendría que enamorarle por segunda vez. Traer su amor de vuelta podría brindarle las fuerzas necesarias para domesticar a su parte más salvaje, de volverle tan humano y bondadoso como lo era antes. ¿Y estaría dispuesto Marcus a utilizar todas sus armas para conquistar a esta bestia tan despiadada y sin sentimientos? ¿Sería capaz de transmitirle lo que en su día no fue capaz de decir o hacer? ¿Podrían sus ojos rojos hipnotizar su mirada dispar?

    El animal con forma humana, lamió perversamente, con parsimonia, las gotas que se deslizaban por su piel, alimentándose. Pero no pudo contener la necesidad de calmar el quemazón que se hallaba en cada una de las venas de su cuerpo, por culpa de la sed y el calvario que sufrió en la Nueva Asociación, y se lanzó inevitablemente a morderle de nuevo. Iba a marcarle todas las veces que hicieran falta para demostrarle que él estaba ganando esta batalla, o mejor dicho, que la ganó. Ya que Marcus realmente no poseía demasiadas oportunidades contra él y la transmisión de recuerdos sobre Ziel que esto conllevaba, le recordaba lo sumamente débil que había sido y que era. Y Osaki se instaló en el peor enemigo que el vampiro hubiera podido tener, del mismo modo en que él se convertía en el contrincante más difícil de vencer. La única ventaja con la que contaba era, dado que el joven olvidó todos sus recuerdos, ninguno de los dos era, ahora, conocedor del aura extranjera que habitaba dentro de su adversario. Y suerte, pues de conocerlo, ya no habría salvación alguna para Marcus O’Conell.

    Las dos agujas reaparecieron rápidamente por su boca, hiriéndole por segunda vez. Sus orejas subieron, alertas, automáticamente. Y apretó las manos sobre el hombro y cuello de su presa, forzándole a no cambiar de posición bajo ningún concepto. Y un escalofrío recorrió su columna vertebral, viéndose reflejado la sensación en el sacudir de sus colas o la forma en que el pelaje de sus orejas se erizó repentinamente. Sus colmillos, tan afilados y fieros, en cambio, profundizaron aún más sobre su cuello; más cuando recordó que el vampiro había pronunciado su nombre, el nombre que Fraiah le dio, repetidas veces. ¿Quién se creía que era para pronunciarlo? Era una falta de respeto que lo llamaran de esa forma. Primero, porque ese apodo se lo otorgó su querida y a la vez, tan olvidada Fraiah Eslin. Como segundo, de ninguna manera el Guardián era semejante a ningún perro o mascota, por más que humanos y vampiros se esmeraran en verle de esa forma. Él era un zorro, un ser astuto, escurridizo y peligroso en su terreno. Sin embargo, el animal se veía reducido cuando menos lo esperaba. La duda se guarecía dentro de su cabeza, tan perdida y caótica como lo estaba la de Marcus. Ya que, el neófito salvaje, seguía preguntándose cómo logró adivinar el nombre de Osaki, de Ziel, cómo era capaz de dominarle y robar su atención con una simple mirada suya. Y sobre todo, qué era lo que poseía en algún lugar de su mente, de su cuerpo, que lograba perderle el sentido y llenar de extrañas sensaciones su cuerpo. Y lo peor de todo, ¿cómo consiguió el chico despertar dentro de su cárcel de cristal?

    La sangre continuaba descendiendo en su garganta, disminuyendo su agresividad progresivamente. Poco a poco, las fuerzas del vampiro irían desapareciendo, hasta que su último hálito de vida expirara también por su boca. Pero, ¿desde cuándo Marcus O’Conell era uno de aquellos que se rinden? ¿Desde cuándo no estuvo dispuesto a luchar? ¿Acaso no deseaba enterrar dignamente esas cenizas falsas que le representaban? ¿Ni siquiera tenía la suficiente fe de que, realmente, aquel hombre estuviera mintiendo acerca de su muerte? ¿Tan fácil creyó que dio la vida? ¿Tan débil pensaba que el peliazul? Cómo, ¿cómo se le ocurría pensar que él murió? Y aun si hubiera muerto, no se hubiera arrepentido de hacerlo para salvarle junto con Bella, para salvar a Fraiah de experimentar lo mismo que sufrió o morir allí dentro también.

    “No estás sonriendo por el regalo que te di”, respondió aquella voz inmaterial.

    Seguidamente, se escuchó un insoportable chirrido, provocado por las uñas que intentaban desgarrar y romper la prisión en la que llevaba tanto habitando. Ziel quería responder todas y cada una de sus preguntas, atender a cada uno de sus deseos, como siempre estuvo haciendo. Necesitaba ir con él, hablarle, abrazarle, cuidarle. Porque en el fondo, Marcus no se distaba tanto de un niño pequeño que gritaba por una pizca de compasión. Por ello, su voz se oyó en la lejanía, a pesar de que éste no lograra ser un mensaje claro de descifrar. Intentaba hacer comunicación con él por segunda vez, pero aquel ser blanco, estaba restaurando el cristal que lo encerraba, impidiendo la comunicación a toda costa.

    Marcus. ¡Marcus escúchame! Estoy aquí, Marcus. Estoy contigo. Aún no me he ido a ningún lado. Los esfuerzos que hacía Ziel por comunicarse con su amado, verdaderamente estaban frustrados por el Guardián. Pues ninguno de sus mensajes llegaría hasta el vampiro, daba igual cuánto se esforzara en intentarlo. No me he ido. No te he dejado bajo ningún momento. Sólo que ahora no puedo ir a tu lado para demostrártelo. Escúchame, Marcus. Recuerda que me hiciste una promesa. Dijiste que siempre estarías conmigo, que nunca me abandonarías. Así que cúmplela por una vez en tu vida, maldita sea. No seas un dichoso cobarde que promete porque sí. No te dejes vencer ahora, Marcus. Por favor, no pienses en dejarlo todo, en dejar a Bella. ¡No quiero que la muerte te lleve! Gritó con todas sus fuerzas, aun si su cuerpo, se hallara entumecido y su rostro inexpresivo. Le dolía tanto que esas palabras llegaran también hasta él, a través del don mental de Marcus. Sufría tanto escuchándole que apenas podía soportarlo. Él le pidió ya una vez que se quedara a su lado. Le pidió que le llevara lejos de su hermano. Pero… lo único que el vampiro le dio en su día –aún en su relación de vasallaje, en donde él no albergaba sentimiento alguno de compasión o amor- fue la vuelta a su casa, con los suyos. Y justamente lo que quiso era quedarse con él. Antes y ahora también. Quizá no resultara demasiado tarde para atender a una de sus egoístas peticiones. Yo… ¡yo quiero que aún me hagas feliz! Quiero que me lleves lejos de todo esto. Escúchame, ¡por favor! No ignores todo lo que te digo como antes, Marcus. Ámame como lo hiciste aquel día en nuestra casa, cuando caía todo ese temporal. Ámame como dijiste que harías, por el resto de la eternidad, incluso todos los días que quedan hasta que puedas encontrarme de nuevo. Pero no te rindas bajo ningún concepto. Todo saldrá bien…

    Si Ziel era capaz de salir de ahí, si era capaz de luchar tanto como lo hacía ahora, el zorro se encontraría desprovisto de cuerpo nuevamente. Quedaría al servicio del peliazul en todo momento. De esta forma, Osaki, conocedor de ello, debía mantener a ambos amantes al margen, rompiendo toda comunicación mental entre ellos. Así Marcus jamás lograría escuchar ni una sola de las palabras que transmitía su vehículo. Sin embargo, en cuanto levantó su brazo y su mano rozó la piel de su rostro, cientos, miles de sensaciones le inundaron por completo. El cuerpo extranjero blanco que se hallaba encima del vampiro, se tambaleó de repente; sufriendo un agudo mareo. Su vista se nubló inmediatamente, obligándose a retirarse por la distancia de sus temblorosos brazos. ¿Qué era esto? Su cuerpo se volvía cada vez más y más pesado, imposibilitándole más de un movimiento. La debilidad le abrumaba por completo. Y amarillo y azul, interrogantes, se clavaron directamente sobre su rostro fúnebre. Sin conocerlo, Marcus realmente estaba viendo algunos de sus mechones azules, sin que ningún tipo de imaginación intercediera en sus sentidos. ¿Cómo era posible? Su aura. El aura que le regaló el peliazul, se había transmitido mínimamente al cuerpo del neófito, cambiando el color de su pelo blanquecino al verdadero. Porque tanto, tanto era el deseo que poseía Marcus de ver a Ziel, de volver a tenerle junto a él, de abrazarle y tenerle entre sus brazos… que era capaz de manejar a su antojo este don que le otorgó el neófito y vislumbrar su rostro como lo era antes, de devolver el más mínimo resquicio de quien fue. Lentamente, mientras duraba el contacto, el amarillo que inundaba uno de sus iris, comenzó a convertirse, milagrosamente, en un orbe de color azul, tan intenso como el del mismísimo mar que contenía tantas lágrimas. Y la jaula que lo albergaba, empezó a resquebrajarse más y más rápido, deshaciéndose en miles de pedazos. Sin duda, el amor tan intenso que le profesaba, sería el único artífice de regresar su forma a Ziel. Es más, estaba consiguiéndolo ahora, porque su corazón latía cada vez más y más fuerte por el vampiro y eso provocaba numerosos estragos en el cuerpo de su adversario blanco.

    Y el nombre del mayor logró sonar de nuevo, perfectamente entendible. Entonces, ¿De qué forma, o cuál resultaba ser la razón, por la que Marcus era capaz de escucharle? Él estaba entrando en aquel placentero y desesperanzador trance. Su vida estaba consumiéndose, fugándose por aquellos orificios que se hallaban en su cuello, y del cual, el animal bebió anisadamente sin detenerse siquiera. Marcus, a su vez, era el conducto que activaba la manera de “verle”. Y aunque propiamente se dijera que lo único que conseguía observar materializado era el aura que le regalaron, esta vez era completamente diferente.

    Entonces, al nuevo grito de su nombre, la propia figura de Ziel, el que el vampiro tanto conocía, emergió en las profundidades de su Inconsciencia. Su voz se alzaba por toda la sala oscura que les rodeaba. En cambio, en cuanto reconoció su figura entre la negrura, en cuanto vio sus mechones azabaches y el galán traje con el que lo conoció… Corrió a toda prisa hacia él, con los brazos levantados. Y las lágrimas caían por sus mejillas de la alegría por volver a verlo, por volver a “tocarle”. Efectivamente, el peliazul, aprovechando que su aura estaba ejecutando fuerza en su cuerpo para liberarle, había “viajado” hasta el mismo cuerpo del vampiro, hasta los lugares más recónditos de su mente, para comunicarse con él. Si bien el zorro Osaki no le dejaba salir de su prisión, así como tampoco hablar a través de la mente de Marcus, no le quedaba más remedio que abandonar su medio físico y viajar hasta el de su amante para lograr encontrarle.

    Exteriormente, el vampiro blanquecino quedó reducido por extraña razón. Sus colas habían bajado hasta rozar la humedad de la nieve, igual que sus orejas se escondieron entre su cabello cano. Sus brazos se habían doblado y cayó, irremediablemente, encima del pecho su enemigo. Incluso el brillo tenaz y agresivo de sus ojos, quedó oculto bajo sus párpados bajados. La fiera había sido domada por algo que ni siquiera podría describirse con palabras. Quizá la forma más directa y certera lograra ser el pasado de Ziel, el propio Marcus quien, a través de su amor, le estaba apaciguando. Y mientras tanto, la llamada estaba emitiéndose en el móvil de Marcus. El inminente peligro que simbolizaba aquel cazador, estaría en el claro de un momento a otro. Y sería el mismo que lo quería ver protegido quien le enviara de nuevo hasta el fondo del pozo. Pero eso poco le importaba al peliazul en estos momentos, pues dentro de la mente del vampiro, todo era completamente diferente.

    El chico saltó hasta sus brazos, llorando a lágrima suelta, abrazándole con todas las fuerzas que podía transmitirle. Escondió el rostro entre sus ropas y tan sólo podía decir una y otra vez su nombre, negando con la cabeza. Y es que le había echado de menos igual o más de lo que Marcus había experimentado en estos meses. Tal vez el bravío mar ya no supiera vivir sin el faro que alumbraba el acantilado. Del mismo modo en que Marcus O’Conell necesitaba a Ziel Carphatia, éste también reconocía que desde hacía varios años se convirtió en un completo dependiente del vampiro. Ya fuera porque quería que lo protegiera de los cazadores, ya fuera porque consumaba de placer a su cuerpo, ya fuera por todo ese gran amor que le profesaba. Y después de todo el calvario que pasaron, después de la muerte y la pérdida que ambos sufrieron, podían estar juntos durante un breve intervalo de tiempo.
    Las manos del neófito se agarraron a su traje, sin importarle que pudiera rompérselo en cientos de trozos –lo cual podría resultar un tanto paradójico-. En cambio, tan sólo quería sentir su cuerpo, su calor, todo lo que pudiera transmitirle para guardarlo consigo por el tiempo en que ambos estuvieran separados de nuevo.


    -¡Idiota! ¡Marcus idiota! ¿Cómo puedes pensar en morir? ¿Por qué? ¿Por qué quieres separarte de mí? ¡Idiota! – Gritó sacudiéndole del traje, golpeándole el pecho suavemente con la frente. Sus ojos, azules ahora, eran incapaces de mirarle después de todo. – Sabes que te quiero. Te quiero. Te quiero. Te quiero tanto… Y te he echado tanto de menos… - Decía contra sus ropas rápidamente, incapaz de pronunciar correctamente alguna de las sílabas. Un pequeño sonroje asomaba prontamente por sus mejillas, pues aún podía acordarse de cómo él era capaz de robarle tantas cosas, como todas aquellas tonterías que estaba soltando por la boca cual niño chico. No obstante, ninguno de los dos conocía cuánto era el tiempo que podían estar juntos y la emoción y la felicidad que Ziel vivía le impedía pensar con demasiada claridad. – Marcus… no mueras, por favor. Yo no te voy a abandonar nunca, te lo prometo. Así que no quiero que te vayas con Ella, sino que… - Inspiró un poco de aire –aún si no le hacía ninguna falta- y levantó la cabeza. Y allí estaban sus ojos rojos como la sangre. El pecado y el deseo prohibido que provocaban a un humano los ojos de un vampiro. Las dos lunas que siempre deseó ver a cada noche, entre la oscuridad, justo como la primera vez que se encontraron en una simple fiesta de Navidad. Y contempló en silencio sus iris, embelesado como cualquier enamorado que se queda sin palabras al ver a esa persona especial. Su sonrisa se ensanchó todo lo que pudo, limpiándose con la manga las gotas cristalinas que caían por sus mejillas. – Quiero luches, que lo hagas con todas tus fuerzas. Cuida de Bella y dale todo lo que yo no fui capaz. Pero sobre todo… Sobre cualquier cosa… Deseo, anhelo, pido y quiero… que me hagas feliz. Bajo cualquier concepto, bajo cualquier tempestad, ámame como prometiste que harías y no arrojes al vacío la brillante vida que te queda por delante y por la que tanto me esforcé que consiguieras. – Sus pequeñas manos fueron a contornear su inmaculado rostro inmortal. Y finalmente, sí, desesperado por su contacto y ansioso por sentirle tan cerca como fuera capaz, se alzó de puntillas y recortó la poca distancia que separaba sus cuerpos. Sus labios acariciaron los de su amante y terminaron por unirse en un simple y majestuoso beso de aquel que no teme a amar libremente. Verdaderamente, sus cuerpos reales se hallaban similar a como si fueran únicamente unas marionetas con hilos que quedaron consumidas por el abrasador amor que consumaban en este momento. Pero aunque este contacto no terminara de ser igual que el físico, al que ambos estaban acostumbrados, tenía mucha más magia y valor sentimental en el fondo. Y sus brazos rodearon su cuello, aferrándose a él de todas las formas posibles. Y cerró los ojos, disfrutando de aquella inexplicable sensación que tanto le llenaba de felicidad. Como si este fuera su primer beso de todos, como si fuera la primera vez que cada uno confesaba sus sentimientos. El hormigueo se esparció por el cuerpo que les sostenía a ambos entes. Pero sí, Marcus era capaz de contentarle con uno de sus dulces besos, el único que podía volverle tan vulnerable como un bebé, el único al que realmente amaba más que a nada.

    Pero no todo dura para siempre.

    Fraiah estaba allí, buscándole, enfermando a cada mísero segundo. Ella tenía la decisión de encontrarle, aún si fuera consciente de que podía perder la vida con el frío temporal que se avecinaba, y que, de hecho, estaba cayendo en forma de tiernos copos de nieve. Las orejas del neófito se mecieron suavemente al escuchar en la lejanía su nombre. Estaban llamándole y de alguna forma, lo sabía. Quizá Eslin sí que le necesitara en su vida, a pesar de todo, a pesar de haberle alejado, a pesar de que fuera un vampiro reciente con bastantes impulsos y muy pocos modales en cuanto a comportamiento humano. O tal vez la culpa que soportaba su frágil corazón era demasiado para soportar el resto de su vida. Ya que, el joven peliblanco, ahora dependía de ella y su afecto. Fraiah era la única que conocía los más mínimos detalles de la extraña conversión que sufrió Ziel en los laboratorios, así como era la voz de una segunda superviviente de la Nueva Asociación. También sería su progenitora, enseñándole todo lo que debía recordar acerca del mundo humano, acerca de su vampirismo. Pero, ¿podía el chico confiar en ella del mismo modo en que la híbrida se aferró a la esperanza que el peliazul le otorgó antaño? ¿Acaso fue una locura pedir el mismo trato para un chico que lo había perdido todo? Tanto su familia, como a sus seres queridos –aunque en verdad estuviera descubriendo una sorprendente realidad dentro de la mente de Marcus-, como su casa, como su propia humanidad. No le quedaba nadie a quien recurrir, pues el Hijo de Vladimir que tanto le protegió, negaba rotundamente de su existencia y afirmaba por completo su fallecimiento. Pero, ¿vio Marcus con sus propios ojos que hubiera muerto? No. Fraiah y Christian Blade, además de Rangiku y Yagari, eran los que guardaban su secreto. ¿Quién le diría, pues, que Ziel Carphatia estaba vivo?

    Y de repente, justo la persona que tenía más voz para explicar a Marcus lo sucedido, gritó aquel nombre. Ese nombre tan particular que muy pocos conocían: Osaki. Sus orejas volvieron a moverse, quedando puntiagudas sobre su cabello. Y después, el golpe. Fraiah embistió contra él para apartarle del símbolo de su vampirismo, del hombre que logró enamorarle con una simple mirada, pero también aquel que lo abandonó cuando más le necesitaba. Sin embargo, sin darse cuenta, había roto el añorado contacto entre ambos. El cuerpo blanquecino sufrió temblores por doquier, pues era bastante difícil que Ziel, su aura u Osaki, viajaran de un lado a otro. Por desgracia, esto traería sus graves consecuencias, ya que había hecho algo que jamás debió hacer, pero que, por puro amor, estuvo dispuesto a asumir.

    Y en el interior de la mente del vampiro mayor, llegaba la despedida para ambos. Marcus y Ziel debían separarse, para quién sabe si encontrarse de nuevo en un futuro. El peliazul notó que algo estaba fallando con su cuerpo y se alarmó, reflejándose el asombro en su cara. Tenía que volver, aún si le pesaba en el alma. Y lo peor, era tener que comunicárselo.
    -Marcus…- Murmuró, bajando la voz. Las lágrimas se acumulaban, brillantes, sobre sus ojos azules. Y sus manos se aferraron más a él, dado que era incapaz de dejarle desamparado nuevamente, sintiendo que no poseía todo aquel valor para alejarle y que no experimentara mal. Sin embargo, el “cuerpo” de Ziel comenzaba a deshacerse lentamente en el resquicio de Inconsciencia que experimentaba el mayor. – Mírame. Mírame bien, Marcus. Recuerda esto. Recuerda que te quiero más que a nada. Pero ante todo, sabes que volveré para estar contigo, ¿de acuerdo? Lucha hasta entonces… Es una promesa… - Su sonrisa reapareció entre sus labios, al tiempo que el chico tomaba la mano del vampiro y agarraba su dedo pequeño, marcando el pacto que estaban formando en este instante. Sus dedos estaban desapareciendo, de igual forma que su rostro, que el resto de sus extremidades… Y Marcus debía soportar el calvario de verle desaparecer por segunda vez.

    Y finalmente, un te quiero silencioso pronunció luego de eso, desapareciendo por completo.

    Al cabo de unos segundos, la calma se hallaba de nuevo en su cuerpo por excelencia. Ziel había regresado, fatigando y explotando las cualidades que portaba ahora gracias al zorro Guardián. De ello, Fraiah consiguió alejar al neófito del otro vampiro, antes de que pensara en volver a devorarle y darle el fin que tanto buscaba. El peliblanco apenas puso impedimento para retirarse de encima de su presa, alejándose incluso un par de metros de ambos. Unas pequeñas gotas de sangre resbalaron de la comisura de su boca, teñida del rojo infernal de la sed, cayendo por su barbilla y marcando un pequeño sendero en la nieve. Y los gritos de la humana no cesaban. Llegaban hasta sus tímpanos y le desquiciaban más que antes. Gruñó por lo bajo, haciendo fuerza en los brazos para querer levantarse. Los sonidos ni siquiera eran concisos, sino simples olas que iban y venían hasta su cerebro. Sus párpados mostraron sus iris dispares, dirigiendo sus pupilas hacia la figura femenina. Y también ocurría con las imágenes, las cuales efectuaban el movimiento escurridizo y la doble visión a causa del cansancio. El temeroso Guardián, mostraba su faceta más vulnerable después de todo. Pero en realidad, el joven vampiro estaba sudando del agotamiento que acarreaba tras despertar de ese extraño trance. Sí, del esfuerzo que soportaba a causa de la imprudencia del peliazul. En el brillo de sus ojos podía apreciarse la escasez de fuerzas y la sensación nauseabunda que podía cargar su cuerpo.

    En cambio, levantó un brazo para evitar que ella volviera a acercarse. Irguió su cuerpo y estiró las rodillas, incorporándose a su altura normal, pero tambaleándose constantemente. Agitó la mano hacia la chica, pidiéndola que se alejara. Estaba bien, se encontraba bien. Eso era lo que intentaba decirle. Pero, si bien Fraiah aprendió a reconocer sus gestos, conocía perfectamente que algo le ocurría. ¿Podría ser por un exceso de sangre en vena? Era imposible para un vampiro, pero nadie sabía lo que pasaba en el cuerpo de Ziel. Y éste, no la quería ver ahora, ya que por algo se marchó de la casa. No necesitaba que viniera a buscarle, a comprobar su estado, a impedir que cometiera un asesinato del que se arrepentiría el resto de su vida. Rugió levemente, mostrando sus colmillos, amenazante. Aunque estuviera débil, podía defenderse por sus propios medios. No hacía falta que estuviera pendiente de él y que le gritara a cada miserable instante. Porque tampoco se lo merecía, al fin y al cabo. ¿Qué le hizo él? ¿Gruñirla? ¿Morderla para defenderse? ¿Acaso estuvo mal salvarla la vida y exigir un mínimo de cariño?

    Un nuevo mareo llevó su costado contra el tronco de un árbol. Ziel estaba fatigado, enfermo según los ojos. Y ni siquiera él hallaba forma de responder las preguntas que se formulaban en su mente acerca de todo. Se sentía tan extraño, tan pesado… Hasta cerrar los ojos suponía una fuerza imposible de ejercer. Sus piernas se inclinaron hacia uno de los lados, mientras que sus largas y afiladas uñas intentaban agarrarse a la corteza del tronco. Perdía el control de su cuerpo, sin entender cómo. Y finalmente, no fue lo suficiente para mantenerse de pie y cayó inevitablemente sobre la nieve, exhausto. El frío se agarró a su rostro enseguida, despertándole lo más mínimo. Una corriente recorrió su columna, traspasando el invierno por todo su cuerpo. La humedad, similar a las lágrimas que vislumbró en el rostro de Marcus, intentaba inmiscuirse por sus lagrimales, provocando que la sensación térmica disminuyera más rápidamente. Por segunda vez en lo que llevaba con este físico, Ziel necesitaba descansar y reparar lo que había sido dañado en su interior. Pero no tenía tiempo para gastarlo en suposiciones, sino para levantarse de nuevo, algo imposible en este momento.



    Puedo asegurarte que no existe lugar al que no podamos ir.
    Sólo pon tu mano en el pasado, y yo aquí estaré para ayudarte a pasar a través de él.
    Y ahora, está claro al igual que esta promesa:
    Que hacemos de dos reflejos, uno solo.
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    Mensaje por Marcus O'Conell Sáb Feb 28, 2015 9:44 pm

    Una a una las temporadas mueren,
    y el viento se lleva sus gritos agónicos.


    ~

    Y un hombre sombrío de esta ajetreada ciudad
    no tiene razones para mirar la luna.


    Y  a pesar que todo se había apagado para él, su corazón continuaba latiendo. Leve, sumiso, al ritmo fiel de un perro enamorado que había olvidado cómo volver a casa. El aura de Ziel le estaba otorgando dones que lo esperanzaban al mismo tiempo que lo destrozaban. ¿Por qué tenía que padecer el martirio de tenerlo tan cerca y tan lejos a la vez? La ilusión había crecido dentro de él, producto de aquellas visiones, de aquellas fantasías tan profundas que creyó sólo parte de su imaginación. Pero allí estaba, allí estaban. Aunque la nieve comenzaba a cubrir su blanco y frío rostro, por dentro la calidez avanzaba, calentando aquellos huesos entumecidos, brindándole abrigo a ese corazón despechado, desahuciado, desesperado. Aunque Marcus había negado su humanidad y había decidido llevar este camino solitario y oscuro otra vez, a diferencia de otras ocasiones, ahora sí tenía algo que latía, dentro, y le impedía ser aquel despiadado y nada piadoso asesino. Por eso, aquella dicotomía interior, aquella eterna lucha, ahora se traducía en la apacible expresión dormida, al borde del abismo, cuyas lágrimas parecían haberse helado en tan tersas mejillas marmóreas, entremezclándose con las recientes lágrimas de aquel amante perdido con ojos de verdugo.

    La sangre comenzaba a teñir con mayor intensidad la blanca nieve. Mientras ésta abandonaba a Marcus, Osaki se empeñaba en recoger hasta la más mínima gota. Nuevamente, sus colmillos se incrustaban en su piel. No obstante, no podía sentirlo. Ya no podía hacerlo. La inconsciencia se había apoderado, incluso, del dolor. Y en medio de aquel adormecimiento, pudo oír esa voz; su voz.

    “No estás sonriendo por el regalo que te di”.
    No lo quiero sin ti.

    Las palabras de Ziel no podían alcanzarlo. Tan sólo esa horrible soledad lo envolvía. En su mente, bajo la protección de aquellas oscuras paredes del inconsciente, Marcus envolvía sus piernas con sus brazos, sentado cual niño, recostando la frente sobre sus rodillas, de modo que nadie pudiese ver su miedo, su preocupación, su tristeza. Pues, ¿qué dirían del vampiro más fuerte del pueblo? ¿Qué dirían de aquel capaz de matar Pura Sangres sin un mínimo esfuerzo? ¿Qué dirían de aquel caótico asesino, que arruinó tantas vidas y se llevó consigo la inocencia y humanidad de un joven muchacho?

    Probablemente dijeran que, después de todo, tenía corazón.

    ¿Por qué? ¿Por qué si lo amo no puede estar conmigo? Preguntaría qué he hecho mal, pero es en vano preguntar algo que ya sé. En su lugar, ¿por qué no preguntar qué fue lo que no alcanzó? ¿Qué no fue suficiente? ¿Acaso nada bastó? Ningún esfuerzo, ninguna buena acción, todas las veces que intenté protegerlo… y aún así siempre me salió todo absolutamente mal. Y ahora estoy aquí, cual cobarde, como un perdedor, llorando la pérdida, fundiéndome con el silencio y con la ilusión de verlo otra vez. Probablemente esté por morir ahora, ¿pero qué más da? Ni siquiera soy lo suficiente para Bella. No soy el tipo de hombre que ella merece. El tipo de hombre que es para ella está muerto, y se llevó todo de mí. A veces siento que ya no tengo nada para darle a nadie. Soy tan patético, tan infeliz. Por esconderme de la humanidad me escondí de mí mismo, y ahora no sé cómo reaccionar. No sé cómo abrir los ojos sin desear matar. No sé cómo luchar por mi vida sin aniquilar la vida de otros. Y sé… sé que si reacciono, si despierto, acabaré haciendo pedazos a ese chico. Sé que lo mataré, porque a pesar de todo sé de lo que soy capaz, y más en este estado. Y me da miedo; tengo miedo porque hay algo en él que me indica que si abro los ojos, cometeré un gran error. Entonces, prefiero morir. Prefiero quedarme aquí, reunirme con Él en breves, dejar que la Muerte –que tanto me buscó y tanto me deseó-, me encuentre finalmente. Ya no quiero herir a otro inocente. Ya no quiero seguir cavando mi tumba en vida, condena perpetua de mi hondo fracaso. Porque si no puedo proteger lo que más quiero, ¿entonces qué me queda? No hay frustración más grande que esta; Esta impotencia, este rencor, no tienen lugar a donde ir, y el único lugar donde podrían calmarse es entre unos brazos que ya no están…

    “Marcus”.

    Las lágrimas silenciosas retumbaron en aquella incolora sala. El vampiro levantó la cabeza, viéndose interrumpidas sus desesperadas palabras que no guiaban hacia ninguna parte. Su nombre resonó allí, y la voz que lo pronunció fue aquella tan querida y tan extraviada para él. Volvió a oír su nombre. Sus ojos, teñidos del más triste y apagado carmesí, se abrieron de par en par. Quiso continuar abrazado a sí mismo, en aquel centro vacío de su mente, pero entonces comprendió que Él estaba llamándole, hoy, como siempre. Y aunque por un momento creyó que sólo se trataba de su imaginación jugándole una mala partida otra vez, ¿cómo no percibir aquel latido de esperanza? ¿Cómo no sentir cómo los muros de su prisión interna eran atravesados por una nueva presencia? Marcus giró la cabeza, y aquellos ojos que, antaño, tanta pasión denotaron, ahora estaban más que húmedos, acuosos, inundados por el anhelo y la necesidad. El vampiro se puso de pie, rápido, torpe, y giró su torso en la dirección en que esa voz había llegado. Y, cuando lo hizo, su expresión de duelo se suavizó por completo, en medio de un torrente de asombro y estupefacción. ¿Era así de lindo vivir en un sueño? Porque no había otro modo de describir su figura corriendo hacia él más que en uno de estos.

    - Ziel… -susurró apenas. No, esto debía ser un juego perverso de su mente, producto de sus profundos deseos. Otra vez, estaba autoboicoteándose. Sin embargo, el chico estrelló su cuerpo contra el suyo, irrumpiendo en sus sentidos. El vampiro sintió que iba a desvanecerse en ese mismo instante, pues aunque el exterior de su cuerpo no mostrase absolutamente ningún signo de consciencia, por dentro estaba temblando, colapsando ante aquel contacto. Cómo… ¿cómo podía ser tan real? ¿Qué era esto? ¿Qué clase de milagro? Sus piernas acabaron por fallarle, y cayó de rodillas, rendido ante Ziel y arrastrándolo consigo tras envolverlo fuertemente entre los brazos. No, no se iría. No se iría. Por más que esto fuese otra mentira más, otra vana luz de falsa esperanza, no lo soltaría. Él se quedaría. Lo encerraría en su interior, de ser posible. Vivirían juntos allí, donde nadie pudiese alcanzarlos. Marcus, si no moría, se autocondenaría a un letargo perpetuo, sumiéndose en la oscuridad absoluta, pero con esta brillante luz por dentro. Mientras el joven arremetía contra su pecho con sus débiles puños, Marcus lo abrazaba más y más, sin poder descubrir qué responder a sus palabras, pues era tal el aturdimiento, que apenas podía concentrarse en respirar buscando hallar su aroma, lo cual era bastante imposible, tratándose de que ambos eran temiblemente incorpóreos allí dentro. Pero, aún así, Marcus podía recordar, y recordaba ese aroma tan familiar, ese perfume tan delicioso que desprendía su piel, que desprendían sus labios cada vez que le robaba un beso. Y, lentamente, comenzó a bajar el mentón, hasta que sus constreñidos y absortos ojos se toparon de lleno con los suyos, tan acuáticos-. Ziel… -repitió, aún sin poder creérselo. ¿Acaso esto era obra de sus dones? ¿Acaso esta era otra forma que tenía para estar cerca de él? Pero si de algún modo podían conectarse y esto no era una mentira… ¿Acaso eso no significaba que el chico estaba vivo, en algún lugar desconocido, pero vivo al fin?

    La esperanza nació tan grande, que por poco perforó su pecho.

    - No me dejes –susurró, negando con la cabeza, mientras sus ojos volvían a inundarse de lágrimas contenidas-. No me dejes y haré todo lo que quieras; seré todo lo que quieras –continuó, insistente, suplicante, comenzando a acariciar su rostro, para seguir cerciorándose de que esto no era una mentira-. Te quiero tanto… te amo tanto… y estoy devastado sin ti –frunció el ceño, denotando una expresión por demás de dolida. Descendió sus manos hasta la base de su cuello, acariciando con suavidad la piel de este, pero pronto volvió a abrazarlo, apoyando ambas palmas sobre su espalda, atrayéndolo hacia él, encerrándolo, atrapándolo-. Ziel, estoy muriendo desde hace tiempo, ¿no lo ves? Porque si no me abandonaste, ha ocurrido algo peor: te arrancaron de mí, te robaron, y eso es algo que no puedo soportar, porque ya no hay manera de saciar esta sed, de persuadir este deseo de venganza, y la verdad es que muchas veces éste acaba por ganarme, y es allí donde quiero abandonarlo todo, e irme contigo, hacia donde sea que estés… porque ya no puedo más –confesó, abrazándolo aún más, sintiendo la suavidad de su cabello contra su húmeda mejilla-. No puedo más sin ti, Ziel, ¡ya no puedo! Y ruego porque esto sea una señal, ruego porque estés aquí realmente, mientras allí afuera estoy muriendo, porque será el único recuerdo lindo que me quedará en caso de no poder lograrlo… -y no fue capaz de acabar con aquel triste discurso, pues Ziel sujetó su rostro entre ambas manos, otorgándole unas caricias por demasiado tiempo vedadas, pero aún así igual de prohibidas. Marcus suspiró levemente, cerrando los ojos, dejándose llevar, hasta que finalmente pudo percibir su leve respiración junto a la suya, otra vez juntas, acompasadas, momentos antes de que sus labios se uniesen. Al sentir tan verídica aquella sensación, al sentirlo a él tan real y tan cerca, no tuvo reparos en contenerse. Sus labios pronto se abrieron paso entre los suyos, apoderándose de esa boca tan ansiada y tan suya. De repente, un ciego fuego recorrió toda su columna, recordándole a aquel frío y moribundo cuerpo que aún corría sangre caliente por sus venas. Marcus continuó besándolo, desesperado, necesitado de él. Se inclinó hacia adelante y acabó por derribarlo dulcemente, quedándose él sobre su cuerpo. Sólo en el momento en que sus codos se apoyaron a cada lado de su cabeza, Marcus entreabrió los ojos con lentitud, aún sin quebrantar ese contacto. Acarició con sus labios los suyos, mientras sus rojos ojos, ahora encendidos de vida a causa de tan profundo sentimiento, recorrían las facciones de su rostro y se perdían en ese mar azul una y otra vez. No podía. No podía dejarlo ir. Lo necesitaba, ¡¿acaso era tan difícil darse cuenta de ello?! Marcus no era nada sin él. Nada. Era sólo un saco de huesos con sentimientos homicidas. Era sólo un ser destructivo, sin amor, sin compasión, sin nada por lo que valiese la pena vivir.

    Y ahora tenía luz… Tenía luz y ensueño.

    Separó sus labios suavemente, sin apartar sus ojos de los suyos. “Te necesito” dijo en silencio, moviendo sus labios acorde a cada sílaba; “no me dejes”, agregó del mismo modo, comenzando a descender suavemente hasta hallar su pecho. Allí, otorgó un suave beso, justo donde se hallaba su corazón.
    - Si me guías desde aquí, podré encontrarte… ¿verdad? –susurró mientras su mirada se perdía en aquella reconfortante visión de su cuerpo bajo el suyo, siendo el sustento y la calidez que necesitaba. Y, entonces, giró un poco el rostro y dejó caer su mejilla sobre su pectoral, sintiendo cómo allí no había ningún latido, pues el verdadero órgano se encontraba en otro sitio, aunque allí se encontraban los verdaderos sentimientos. Marcus guió su propia mano hacia su pecho, y notó lo mismo. Nada latía allí. Sin embargo, eso no le preocupaba. Dejó que su alma descansase de aquel modo, curioso y llamativo retrato de la escena exterior, donde los cuerpos de ambos amantes estaban siendo sepultados por la nieve y por el dolor, así como por el miedo. Ahora era Ziel quien tenía a la fiera descansando a su merced. Del mismo modo en que Osaki fue domado en su hábitat, Marcus había sido amansado en el suyo.

    “Marcus”.

    Su voz le llamó otra vez. El vampiro abrió sus ojos, saliendo del ensimismamiento, del dulce descanso. Sus rojos iris asomaron nuevamente, y cuando levantó el rostro para verlo, sus pupilas se volvieron ínfimas. ¿Por qué… estaba… desapareciendo?
    - Qué… ¡No! –se negó rotundamente a comprender aquello-. No, ¡de ninguna manera! Tú no te irás a ninguna parte –aseguró, tocando su rostro con ambas manos, descendiendo con ellas para asegurarse que todo él estuviera allí, presente, hasta que alcanzó sus manos, entrelazando sus dedos-. Ziel, no puedes dejarme… ¡No puedes hacerlo! –negó con la cabeza. ¿Qué era esto? ¿Por qué otra vez se lo quitaban? Quería atesorarlo allí, consigo. Por favor, que lo dejasen… que lo dejasen proteger, al menos de esta manera, lo único que hacía de él alguien mejor-. Ziel… ¡Ziel! –comenzó  a desesperarse mientras lo veía desaparecer. Aunque el joven sonreía, aunque decía palabras bonitas y alentadoras, Marcus no podía entenderlo, porque estaba cegado, obnubilado por el deseo de quedarse con él. Estaba encaprichado, y quería ser sumamente egoísta-. ¡NO ME DEJES! ¡NO PUEDES DEJARME! –gritó, desesperado al ver que nada podía hacer, pues cada zona de su cuerpo que tocaba, ésta se desvanecía en el aire de su inconsciencia-. No me dejes… N-no.. me dejes…

    Las lágrimas comenzaron a descender de nuevo, tras el último gesto que el vampiro quiso efectuar: abrazarlo. En ese momento preciso, el cuerpo de Ziel se desvaneció por completo, dejando aquella promesa en el aire, aquella ilusión, aquella esperanza…

    Y del mismo modo en que una lágrima rodó allí dentro, otra rodó aquí afuera.

    Osaki había sido separado de su cuerpo. Marcus estaba… ¿a salvo? Un cristalino recorrido fue trazado sobre su piel, hasta que culminó en un azabache mechón, el cual estaba siendo helado por la nieve tenaz. En su interior, la angustia lo consumió. Se había ido. Ziel Carphatia lo había dejado otra vez, y nuevamente él no pudo retenerlo. Sin embargo, había quedado allí, latente, gravada a fuego en la memoria, la dulzura de una promesa. Él volvería a encontrarlo, y él lo buscaría sin cesar. Si todo esto no había sido un sueño, quería decir que aún había oportunidad para ellos dos, para sanar su amor, para recuperar todo el tiempo perdido y subsanar el dolor. Y Marcus quería hacerlo. Quería darle a ese muchacho todo lo que jamás le permitieron tener. Quería hacerlo, pues era el único método que tenía para recibir lo que a él le habían negado también. Pues Marcus era feliz a través de Ziel. Era feliz al verlo reír, al verlo disfrutar de la vida, al observar cómo sus mejillas se ruborizaban cada vez que una muestra de afecto le era entregada. Y no había nada que este oscuro vampiro desease más que aquel corazón puro, nítido, latiendo con la viveza de cien soles. Quería vivir junto a él, y aunque la fría nieve le impidiese ver el camino para llegar a casa, sabía que pronto saldría el sol y que la frialdad se desvanecería.

    Yes we were soul mates,
    perfects for each other.
    Yes, you were a little childish;
    yes I was a little sadist.
    But we were perfect for each other.
    You are the only one
    who cans breaks down my walls...
    And I let you go.
    Marcus O'Conell
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    Mensaje por Ryu Olivier Dom Mar 01, 2015 9:46 pm

    Había presenciado toda la escenita de la fiesta. Estaba divirtiéndose, verdaderamente. Realmente nunca había visto a Touga pelearse como un borracho. Y menos contra otro cazador, Shinji. Fue bastante grotesca la escena, pero sumamente entretenida para un viejo cazador que poco nuevo le quedaba por descubrir. Aunque quizá, hablando de descubrimientos, algo muy turbio y negro, tan sumamente prohibido y escondido, se estuviera tejiendo con esa jovencita. Rangiku Matsumoto. ¿Qué habría hecho, después de todo? ¿Con qué se le relacionaba con Touga? El tuerto siempre era un hombre solitario, en cambio, últimamente se veía muy acompañado de la pequeña adolescente. Era gracioso verlos, pues parecía una burda comedia debido a la diferencia de alturas entre ambos. Sin embargo, las preguntas nacían cada vez más y más en su cabeza. Había visto todo. Desde la pelea, hasta la partida de Yagari. Incluído también el ataque de nerviosismo de la chica. ¿Y si ellos estaban en una relación completamente prohibida? De esta forma, sería lógico que Shinji le partiera la cara al cazador, intentando proteger a su dulce flor. Algo problemático si realmente quería obtener el título de Jefe de la Asociación. Quizá fuera la principal causa para mantenerlo en secreto. En cambio, ¿qué sería de este viejo? Tal vez tuviera la lengua demasiado larga con quien se suponía que debía de tenerla. Aunque también sería interesante por ver cómo se desarrollan las cosas por sí solas, y es más, Ryu estaba a punto de ver y seguir a la pareja para alimentar sus mejores ideas y comprobar su planteamiento; pero su móvil de repente comenzó a sonar. Marcus O’Conell. Estupefacto, se había quedado mirando la pantalla del móvil, sin entender. ¿Qué hacía llamándole ahora? El trabajo era fácil: perseguir a George y Steven, y matarles. No había complicación en quitar dos vidas más ahora, ¿no? Sin embargo, la duda comenzó a sembrarse en el rostro del cazador, habiéndose marchado de la fiesta a toda prisa y sin decir nada al respecto, arruinando sus planes perversos con la pareja. Acudiría finalmente, pues toda precaución es poca y quizá hubiera información bastante valiosa que debiera conocer inmediatamente. Porque en esa fiesta, ya poco tenía que hacer, realmente. Pero, el nombre de Rangiku Matsumoto, quedó completamente grabado en su mente para futuros propósitos de Año Nuevo.

    ¿Y qué le quedaba por ver a Ryu Olivier? Quizá solo el cadáver de Marcus O’Conell tirado sobre la nieve, a punto de convertirse cenizas. Pero, ¿acaso eso podía ocurrir? No, desde luego no existía ninguna posibilidad. Ese vampiro era uno de los hijos más fuertes de D’Shaitis, luego no había nadie en el pueblo capaz de vencerle. Además, el pobre era tan sumamente desdichado, pues hasta debía sacrificarse por el bienestar de la pelirroja. Usando esta maldita treta bien planeada, Olivier consiguió obtener a uno de los vampiros más solicitados en estos tiempos. Le arrebató lo que más quería, lo que más protegió, para finalmente convertirle suyo. Aunque luego el Séptimo Hijo hubiera logrado escapar junto a la Viuda. En cambio, de lo que estaba completamente cerciorado, es que él creyó en la muerte del peliazul. Y así, los buenos sentimientos de O’Conell que se implantaron, sorprendentemente, también le fueron extirpados del pecho. Ahora regresó a ser el sanguinario de este pueblo. El temor y el miedo se sembrarían en cada una de las viviendas de los civiles. Incluso muchos cazadores se cambiarían de bando, o dejarían directamente la Asociación con tal de no enfrentarse a sus terribles y despiadados colmillos. Total, ¿cuántos de ellos conseguirían sobrevivir más de cinco minutos contra él? Ni siquiera el 50% de esos malnacidos podría entretener al vampiro. Y la victoria para la Nueva Asociación podría adjudicarse desde ya, seguramente. Porque ni siquiera un Pura Sangre llegaba a tener opción alguna contra uno de esos mutantes de mierda.

    Sin embargo, con lo que el cazador no contaba, era que el desgraciado de Carphatia hubiera llegado –por una extraordinaria obra del Destino- hasta el lugar en cuestión. Y con él, también su querida y anhelada Fraiah Eslin. Y eso que Ryu pensaba acerca de que hubieran logrado exiliarse junto a algunos de esos aliados cobardes suyos, en un país extranjero. Total, con tal de evitar el peligro y que volviera a ser capturado, no dudaría en hacer hasta lo imposible por huir. De eso, el peliazul era un verdadero experto. Esta ya era la tercera vez que se les escapó de entre los dedos. Por supuesto, era un chico bastante escurridizo e insistente. Pero eso no suponía problema para la Nueva Asociación. Si debían jugar nuevamente al escondite, participarían en el juego, claramente. Lo capturarían de nuevo y entonces ya no viviría la esperanza sobre su miserable existencia. Ryu Olivier se encargaría de disparar contra él a bocajarro. Hasta que no viera sus cenizas en una de las celdas, no dormiría en paz. Además de ello, junto con las molestias que le provocaban –ya que el chico era el único que conocía el verdadero camino hacia el edificio principal de la organización-, eliminarían cualquier posibilidad de que Marcus y Ziel lograran encontrarse de nuevo; pues si no, la separación del vampiro mayor sería más que obvia. No obstante, el temor sobre el caso, no tenía cabida para la mente del cazador. La apariencia del chico había cambiado de los pies a la cabeza. Quién sabe si fuera el mismo. Total, después de ver cómo quedaron los laboratorios, esperaba cualquier cosa del Séptimo Hijo de Vladimir.

    Tardó un poco en ubicar la presencia del vampiro que realizó la llamada. Al fin y al cabo, la orientación de un ser humano, distaba demasiado de la forma de localización de un vampiro. Sin embargo, en cuanto llegó al lugar del incidente, su rostro expresó toda la sorpresa posible, sin creerse lo que estaba viendo y presenciando. El cigarrillo que llevaba entre sus labios, incluso terminó por caer y apagarse contra la húmeda y fría nieve.
    O’Conell, inconsciente sobre el suelo. Debajo de su cuerpo, un gran charco de sangre se esparcía tétricamente desde la zona de su hombro, como si estuviera recordándole a Olivier que su mayor apuesta con la Asociación, había caído al primer trabajo. Menuda basura. Le daba vergüenza admitir este profundo error, pues jamás hubiera imaginado que el vampiro se rindiera frente a cualquiera, deseando arrastrarse a la misma muerte que su amado. ¡No tenía ningún sentido que se dejara matar! Marcus siempre fue aquel que no se rinde, el vampiro que le guarda rencor al mundo hasta el fin de éste. Y él tenía las cartas para hacer que se vengara de todo y todos, mientras que salvaguardara la vida de Gring más que a nada en este mundo. O es que, ¿acaso ya no le importaba la pelirroja en absoluto? ¿Era tal el amor que le profesaba a Ziel, como para olvidar a la mujer? No, era imposible. Sería una verdadera enfermedad. El vampiro era un mujeriego, al igual que él. Debía de ser un error, algo posible de enmendar. Ya que nada de lo que planeó, tendría sentido ahora. Y tal era la rabia que se hallaba dentro del cuerpo del cazador, que arrojó su pierna contra el cuerpo inconsciente. Golpeó en su mejilla y seguidamente, quiso partir su mandibula de las sucesivas veces que lo estaba pisoteando en el rostro y en el pecho. Diablos. Era un miserable bastardo. ¿Nadie era capaz de hacer algo bien?  ¿Cómo quedaría su nombre después de esto? Y lo peor y más importante ahora, ¿qué había ocurrido? ¿Había acaso algún vampiro que pudiera hacerle frente? No, imposible. No había forma alguna de que… Sí, sí que la había.

    En cuento levantó su mirada, ahí lo vio. Blanco, salvaje y puro como si se tratara de un ser extraordinario. Efectivamente, ese medio humano medio animal, era Carphatia. El experimento viviente por el que tanto se esforzó la Nueva Asociación. Recordaba su figura blanquecina después de ver las grabaciones de los pasillos, procedentes de los laboratorios. Era él, sin duda alguna. Pero se hallaba débil, exhausto –a saber por qué causa-, tropezando con sus propias piernas torpemente. Eso tampoco le haría dudar a alguien tan ensimismado con el chico, de la misma forma que estaba este hombre. Su mano tembló de la ira que poseía en este instante su cuerpo. Ese chico estaba nuevamente entre sus planes, arruinándolos a propósito. Aunque eso tendría una pronta solución. Por eso, Ryu tampoco vaciló lo más mínimo. Y mucho menos después de localizar a la tercera figura que se encontraba al lado del muchacho: Fraiah Eslin. Ellos estaban allí, saboteándole nuevamente. Esta vez, en cambio, lo detendría a tiempo. Antes de una nueva catástrofe. Rápidamente, sacó su arma antivampiros y apuntó al peliblanco. Justo entre ceja y ceja. Su ojo relució en el brillo de la próxima y futura ejecución que se llevaría a cabo en el bosque. Automáticamente, su otra mano viajó hasta su chaqueta, sacado el móvil. Realizó una breve llamada y sin siquiera pronunciar una sola palabra, colgó. Quien estuviera al otro lado, entendería que le necesitaba en el lugar que acordaron. Lugar donde la sangre de O’Conell no sería la única que se esparciera por la nieve. No tendría compasión por el estado del joven, ni tampoco por ser, en parte, su sobrino. Él no formó nunca parte de su familia. Era un miserable bastardo, igual que el otro vampiro. Siendo pues, los mataría a ambos, pues de nada le servirían si uno intentaba entrometerse en todos sus planes, al tiempo que el otro buscaba por todos los medios hallar suicidio. Suspiró, negando levemente con la cabeza. El mundo estaba loco y ciego, creyendo que todo se supera con un fuerte Amor.

    - Prendedla. Y no la suelten bajo ningún concepto. – Anunció con voz serena, cual enviado de la Santa Inquisición. Y los tres hombres que acompañaban a Olivier, veloces fueron a atrapar a la mujer y retenerla. Agarraron sus muñecas y atraparon su cuerpo contra ellos, alejándola de su compañero. Ella era quien principalmente tenía más facultades de escapar y avisar a los suyos. Sería una molestia, verdaderamente, para la Nueva Asociación en ese caso. También de aquí a que taparan su boca, evitando que gritara por ayuda –aún si resultaba casi imposible que alguien lograra oírla-. Por otro lado, sería una mercancía bastante valiosa para vender o simplemente para quedársela como experimento, satisfaciendo también a sus tropas. Carphatia, entre tanto, ni siquiera era demasiado capaz de moverse por sus propios medios. Eso le ponía las cosas más fáciles a él. Porque, finalmente nadie pudo evitar que su dedo índice se doblara, cediendo el gatillo hacia Ryu. Las aves de la zona salieron todas revoloteadas, pues el estruendo de un disparo se abrió en todo el claro.
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    Mensaje por Fraiah B. Eslin Mar Mar 03, 2015 9:57 pm

    ¿Cuántos días han pasado así?
    La ciudad, la multitud, se desvanece al avanzar.
    He tenido este sueño tantas veces.
    A veces me pregunto a dónde te habrás ido,
    La historia continúa... y tú, solo, perdido en el interior.

    Quiso decírselo. Quiso gritárselo en la cara para ver, si al menos así, él reaccionaba. Pero ella no se encontraba para nada bien, y desde luego que Marcus estaba peor. ¿Y qué podía llevar a un vampiro como él a sucumbir tan fácilmente en las manos de un neófito inexperto? Por más habilidades que hubiera ganado Ziel, no dejaba de ser eso: un vampiro reciente cuyo sobre sobre sí mismo era escaso y débil. Pero la razón era más profunda, y residía justo en el centro más tierno y delicado de ambos seres. Fraiah se quedó atontada, sin saber cómo reaccionar, pues estaba presenciando allí mismo la prueba nata de que el amor existe en verdad. A pesar de todo, Marcus y Ziel se encontraron. A pesar de todas las adversidades y obstáculos; a pesar de la Muerte y la desilusión. Y aunque no fuera este encuentro uno de aquellos donde las lágrimas de alegría y los besos añorados lo inundan todo, podía atreverse a decir que en cada gota de sangre había una pizca de aquel amor incondicional perdido en el tiempo. Y ella… Ella francamente no sabía cómo sentirse. La felicidad la invadió por unos momentos, pero asimismo lo hizo la melancolía, y luego llegó la desesperación.

    - ¡Detente ya! –gritó, con las lágrimas a punto de saltar desde sus violáceos ojos. Agitada, observó a Ziel.. No, a Osaki, de reojo. Corrió hasta Marcus y se arrodilló a su lado, tanteando su cuello y examinando la herida. La sangre continuaba saliendo, pero más levemente. Comenzaba a cicatrizar con suma lentitud, pero él estaba completamente inconsciente-. Marcus, Marcus, escúchame.. –susurraba, nerviosa, pero era en vano. En el fondo lo sabía, pero aún así lo seguía intentando. Porque ella no iba a permitir que se matasen entre sí. Bajo ningún concepto permitiría que ese ser blanco, misterioso y salvaje destrozara una de las pocas cosas que valían la pena en este pueblo miserable. No dejaría que Ziel y Marcus se enfrentasen así, a muerte, acabando el uno con el otro, sin tener idea de la atrocidad que estaba cometiendo. Fraiah dejó de respirar por unos instantes, pero no podía aguantar por mucho tiempo la respiración. La sangre estaba molestándola de nuevo, pero siempre ocurría que su inoportuno vampirismo se volvía oportuno cuando se lo requería. Con completo control, respiró hondo y comenzó a hurgar entre sus bolsillos. No tenía nada que sirviese, más que las vendas que Christian le había puesto en el cuerpo, en las zonas de las mordidas de Ziel. Pero, mientras estaba concentrada en eso, notó cómo la silueta de Ziel se tambaleaba. Lo miró, exaltada y preocupada, y no dudó en ponerse de pie y acudir hasta él. Sin embargo, aquel gesto la detuvo, a la vez que esa mirada fría y distante. Cierto, ¿cómo olvidarlo? ¿Cómo olvidar que ella lo había atacado? ¿Cómo permitir que el orgullo y la guardia de aquel zorro disminuyesen para permitirse ayudar por quien, horas antes, fue casi su verdugo?

    - Ziel… -selló sus labios, haciendo de ellos una fina línea-. Osaki –se corrigió, mirándolo con entereza-. Déjame ayudarte. Déjame ayudarlos –pidió, comenzando a caminar muy lentamente hacia él, pero en cuanto perdió el equilibrio y cayó, el corazón de Fraiah latió tan fuerte que fue el impulso indicado para obligarla a correr hacia él. Perdiendo toda esa extraña calma, su pulso volvió a alterarse. Sus rodillas encontraron la nieve pronto, a su lado. Notó la marca de sus uñas sobre la corteza del árbol. Apretando la mandíbula, lo miró. Y luego miró a Marcus. Necesitaba ayuda, y la necesitaba ya mismo. Giró el cuerpo de Ziel como pudo, inclinándose un poco sobre él y apartando algo de nieve para que no llegue a ser cubierto. Mientras tanto, ella sentía sobre su rostro cómo los copos que caían sin cesar perforaban sus dilatadas sensaciones térmicas. La  fiebre no disminuía. Definitivamente estaba enferma-. Aunque me odies ahora… tendrás que permitirme estar cerca, porque… porque tengo que sacarte de aquí cuanto antes –susurró, cansada  y respirando con algo de dificultad mientras sujetaba el rostro de Ziel entre sus excesivamente cálidas manos-. Despierta, por favor –suplicó-. Hazlo antes de que sea demasiado tarde.. o dime qué tienes, muéstrame alguna forma de ayudarte, yo… -negó con la cabeza, zamarreándolo sutilmente-. ¡DESPIERTA! –acabó por gritar, mientras fruncía el ceño completamente angustiada y dolorida. No encontraba forma de ayudarle, hasta que un ligero temblor, un sutil viento helado, heló su nuca. Cerró los ojos por un momento, y entonces lo sintió. Sintió cómo su energía fluía a través de sus manos e ingresaba en Ziel. Lo estaba haciendo otra vez, al igual que en los laboratorios. Una brillo de esperanza surcó los iris de Fraiah, a la vez que agradecía el inentendible hecho de que sus dones fueran tan oportunos para funcionar bien. En vez de producir el efecto contrario –que era lo que generalmente se le daba mejor-, Fraiah estaba dándole parte de su vida actual, para que él pudiese recobrar fuerzas. Porque lo haría, porque debía funcionar, más allá del mal que estuviera aquejándolo. Al menos así lograrían escapar, salir de allí, juntos, como siempre lo habían hecho…

    ¿Verdad?

    Pero mientras la sensación cálida y placentera invadía el cuerpo de Ziel, una fría voz heló el alma de Fraiah a sus espaldas. Con temor de ver aquello que temía, giró la cabeza. Pero no llegó a poder verlo directamente, cuando tres hombres la sujetaron fuertemente de los brazos y cintura, apartándola de Ziel sin remedio alguno. Fraiah comenzó a patalear y a gritar, revolviéndose entre ellos, pero cualquier intento parecía vano al notar lo aferrada que la tenían. Y, tras tener los ojos cerrados un momento y volver a abrirlos, la sangre se heló, cristalizando sus venas. Fraiah quedó completamente shockeada, observando al hombre que tenía delante. Aquel hombre que era tan amigo de Yagari, que fue tan allegado a Nokku… Aquel hombre con el cual compartieron más de una vez una cena, una risa. Aquel excelente cazador que incluso se había tomado el tiempo para enseñarle a ella algunas cosas básicas de defensa cuerpo a cuerpo, en vistas de su ascendencia cazadora y el ímpetu que Fraiah tenía por ayudar a Nokku y poder desarrollar eso para lo que fue hecha. No, definitivamente esto tenía que ser una alucinación de mal gusto a causa de la fiebre o él, si en verdad estaba allí, debía haber algún malentendido de por medio y había acudido a ayudar. No obstante, la mirada despreciativa que Ryu le lanzó a Ziel alertó todos los sentidos de Fraiah. Luchando por alejar este contacto infame de esos tres hombres que alguna vez juraron lealtad a la Asociación, continuaba enervada, gritando, intentando lanzar codazos por doquier. Pero el sonido de aquel arma la paralizó. ¿Qué... qué iba a hacer? Comenzó a negar con la cabeza al ver en la dirección que apuntaba.
    - Tú... No… No… ¡No! ¡Detente! ¡Déjalo! ¡¿Qué demonios… Ryu?! –gritó, sintiendo que la garganta le raspaba-. Esto no puede ser cierto… tú… Por qué… ¡¿POR QUÉ HACES ESTO?! –soltó con todas sus fuerzas, desgarrado hasta lo más profundo cada una de sus cuerdas vocales. Simplemente no podía creerlo. Él, de entre todas las personas. Él… No, no podía aceptarlo. Y, aunque se sentía algo débil por la energía que había absorbido Ziel de ella, al menos rogaba que eso sirviese ahora, cuando ya no parecía haber salida y cuando, definitivamente, todo se había ido al mismísimo infierno. Porque Ryu Olivier era un gran pilar de la Asociación, y si lo que sus ojos veían era cierto, definitivamente todos estaban perdidos, y ya este mundo no tenía ningún maldito sentido. Y esperaba que Ziel despertase a tiempo  porque, de los dos, al menos él, debía escapar, huir lo más lejos que pudiese, y ella haría lo que fuera necesario para cubrirlo. Porque eran amigos. Eso eran, ¿cierto? Y los amigos se protegen los unos a los otros, en las buenas y en las malas… Contra vientos y mareas.

    Pero Ryu también era un amigo, ¿no? Y aquí estábamos.

    - Tú.. ¿tú has sido todo este tiempo? –la voz de Fraiah comenzó a quebrarse, sonando débil y completamente afligida. Sin poder apartar los ojos del cazador, la desilusión se reflejaba en el surco cristalino que sus lágrimas comenzaban a sembrar en sus mejillas-. Confiábamos en ti… ¡Yagari confía en ti! ¡Él confiaba ciegamente en ti! –gritó, refiriéndose a Nokku en esta última mención-. No nos hagas esto… -suplicó-. Él no te ha hecho nada... ¡No le ha hecho nada a nadie! –dijo respecto a Ziel, intentando respirar con calma, pero eso le resultaba sumamente imposible. Y por un momento creyó que Olivier realmente estaba escuchándola, pero entonces se oyó aquel disparo. Entonces los pájaros huyeron, así cómo el alma parecía querer huir del cuerpo. Las pupilas de Fraiah se volvieron tan ínfimas que parecían haber abandonado aquel iris que, ahora, comenzaba a cobrar tonos de un llameante carmesí. Todo pareció silencioso a su alrededor. La violencia se apoderó de su cuerpo, pero todo parecía transcurrir en una penosa cámara lenta. Fraiah gritaba, no dejaba de gritar, desesperada, completamente fuera de sí. Se sacudió con tal fiereza, que logró atrapar uno de los brazos de uno de los cazadores con su mano. Lo apretó con fuerza, y esta vez ninguna energía viajó hacia él; ningún atisbo de fuerza en su beneficio, como ocurrió con Ziel, sino completamente el ejercicio inverso. A grandes escalas, Fraiah consumió la vida de aquel cazador con increíble rapidez. El cuerpo, pálido y nauseabundo, cayó al suelo, estrellándose contra la nieve. Mientras tanto, sus dos manos ahora libres, que querían alcanzar a Ziel, sólo podían fijarse en obtener a Ryu a toda costa.
    - Tsk, desgraciada –gruñó uno de los cazadores que aún la retenían, sujetándola de sus ropas y no permitiendo que la piel de la chica los tocara. Ya habían sido advertidos acerca de los peligros que giraban en torno de ella, pero nunca pensaron que iban a salir a la luz tan rápido.
    - ¡TRAIDOR! ¡DESGRACIADO! ¡TE MATARÉ! –escupió con furia, atropellando a Olivier con sus palabras, mientras una de sus piernas viajaba directo al empeine de uno de los cazadores, permitiendo que su pie lo aplastara con furia. Tras lograr desestabilizarlo a causa del dolor, trabó su brazo con el suyo y dobló su espalda hacia adelante, arrojando al hombre por encima de su hombro y asestándola, con desconcertante agilidad, un golpe en el medio de la cara. Había logrado zafarse del otro, por lo que comenzó a correr hacia Ryu con total enajenación. Saltó el cuerpo de Marcus y se arrojó sobre el cazador mayor, saltando con ambas manos a su cuello-. ¡¿POR QUÉ, OLIVIER?! ¡¿POR QUÉ NOS PAGAS ASÍ?! –rugió, y sus ojos eran tan refulgentes que podían verse reflejados en las gafas de él-. Eras un ejemplo a seguir… Para mí, para Chlóe, ¡PARA ÉL, MALDITA SEA! Y lo arruinaste… ¡LO ARRUINASTE TODO, ASQUEROSO OPORTUNISTA! –espetó contra su rostro, sosteniéndolo firmemente del cuello de su abrigo y manteniéndose en puntillas de pie para poder equilibrar su altura. Sin embargo, la congoja acabó por agotar sus escasas fuerzas, y sus manos se deslizaron por su pecho hasta que acabó de rodillas en la fría nieve, frente a él.  Ahora lo recordaba. Ahora entendía por qué no podía olvidarlo, por qué no podía permitirse el lujo de pedirle a Christian que hiciese aquello… Porque este recuerdo, este bendito odio, la mantenía viva y alerta a pesar de todo-. Eres una mierda… y te mataré, aquí y ahora con mis propias manos –aseguró, determinante, mientras aquel resplandor cyan podía advertirse tras sus furiosos iris en cuanto alzó la mirada para observarlo. Con ambas manos, se aferró a sus tobillos, comenzando a absorber su energía también, menguando la fiebre mediante esta y comenzando a cubrir los pies del cazador con un temible elemento. Moriría sepultado, aquí y ahora, mientras los cristales comenzaban a avanzar por sus piernas, débiles aún, pero con muchísima voluntad de lucha. Aquella dulce Fraiah de ojos puros estaba lejos ahora, porque nadie la necesitaba aquí. En este momento, sólo estaba la luchadora, la que deseaba hacer justicia, y la que, de la mano de la Bestia, daría fuerzas a su cazador interior.

    ¿Podría esto tener fin, lo que estoy sintiendo en lo profundo de mi interior?
    "Sabes que ya no debes mirar atrás"

    - Protegeré lo que es importante para mí, tal como tú me enseñaste, Nokku -susurró, y los cristales alrededor de sus pies comenzaban a cobrar mayor fortaleza acorde la energía del cazador era consumida por ella.


    Glassy sky, above, as long as I'm alive, you will be a part of me.
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    Mensaje por Ziel A. Carphatia Vie Mar 06, 2015 9:24 pm

    Este parece realmente mi primer amor,
    hasta el punto de pensar que debe de ser el Destino.
    Lo que siento si me abrazas, no lo siento ni en mis sueños.


    El vapor salía por su boca, formando una pequeña nube blanquecina de calor. La respiración del vampiro incrementaba su sofoque a cada mísero segundo. Y el ardor le quemaba en la garganta, producido por el cansancio y la debilidad que experimentaba. La pesadez se agarraba cada vez más y más a su cuerpo, agarrotándole los músculos. Se sentía tan débil, tan sumamente vulnerable... Pero sus manos aún continuaban luchando, buscando la poderosa fuerza que adquirió de la sangre de su inconsciente amado; mientras forcejeaban desesperadamente en la nieve, intentando levantarse por todos los medios. En la mente del chico zorro, había despertado el sentimiento de desear fervientemente la muerte de ese hombre de cabellos azabaches. Ya que, por su infame culpa, el ser blanco no podía hacerse con el control de su cuerpo nuevamente. Y no sólo eso, sino que además ayudó a su vehículo a escapar de su cárcel interior, permitiéndole que viajara incluso hasta su propio cuerpo. Ziel, ciertamente, había abandonado su físico durante unos pocos minutos, por un arrebato de necesidad. Por amor. Por socorrer al alma herida que yacía dentro del cuerpo del otro vampiro que se hallaba en el claro.

    Por dar rienda suelta al amor una vez más.

    Por eso, ahora, sus labios ardían. No únicamente por el agotamiento físico que experimentaba contra la fría nieve, no sólo por la enfermedad guardada que se escondía en su cuerpo y asomaba sus síntomas después de tanto tiempo; pues también se acaloraban por la sensación tan extraña que sintió en el cuerpo de Marcus O’Conell. Ziel, aquel chico tímido y vergonzoso de cabellos y ojos azules -que conquistó a uno de los vampiros con menos sentimientos de todo el pueblo-, el mismo que tanto veneraba su amado; ardió en el deseo de haber consumado su amor por el vampiro, por haberle besado hasta que se caiga la misma luna. Dado que esta pudo ser la última vez que lo veía en mucho tiempo, que lo “tocaba” de esa forma; pues quizá nunca pudiera volver a recordar esas mariposas que salían de su estómago cuando se encontraba con él, cuando miraba sus ojos tintados de sangre y sed, o cuando su respiración acalorada se estrellaba contra su rostro. Tal vez nunca más fuera capaz de confesarle sus sentimientos, de tenerle consigo y escuchar que también era amado. Y seguramente el peliblanco no encontraría a nadie que verdaderamente lo amara hasta la mismísima locura. Justamente como él le predijo una vez: “no encontrarás a nadie que te haga sentir todo esto”. En eso llevaba toda la razón. Bastaba con que acariciara su mejilla para que decidiera renunciar al Cielo y hundirse en esa formidable oscuridad que él prometía.
    Él nunca quiso abandonarle bajo ningún concepto. Ni antes, ni ahora. Pero como bien reclamó el vampiro: habían robado a Ziel de sus brazos. Y esta no era la primera vez que ocurría, pues hasta él mismo lo entregó a unos falsos seres queridos, cuando más llegó a necesitarle. Tal vez por eso le había perdido. Y el peliazul, otra vez olvidaría su voz, su nombre, sus gestos, la sonrisa que le provocó perder el norte, el color intenso de sus ojos que lo enamoró por primera vez, o la simple fuerza con la que lo abrazaba por las noches. Y todo hasta que el caprichoso Destino les volviera a unir, hasta que decidiera el día y la hora exacta en la que debían encontrarse por segunda vez. Pero nadie conoce cuánto esperarían ambos hasta entonces, ni si conseguirían cruzar sus caminos una vez más. Y esto es lo que más le dolía a Ziel Carphatia, lo que incentivaba a que sus lágrimas no dejaran de salir por sus ojos azules, escondido en algún lugar del chico mitad humano y mitad zorro.

    Él le prometió que se encontrarían de nuevo y recordarían los viejos tiempos, jurándose el amor que no pudieron antes. Le dio su palabra de que le guiaría hasta su prisión interior, hasta el propio Osaki, para así librarse de la cárcel en la que lo había vuelto a encerrar el zorro Guardián. Para poder abrazarle de nuevo y jurarle que jamás volvería a separarse de su lado, ni siquiera a pensar la sola idea de irse y abandonarle. Y en realidad, Ziel podría haberse quedado dentro del rincón de Inconsciencia de Marcus. Podía haberse abrazo a él y negarse a volver a la situación que ocurría en el exterior. Sin embargo, por su egoísmo, por calmar el profundo anhelo que profesaba el vampiro, estaría condenando a ambos a un eterno sueño del que jamás despertar. Ya que, de no haber abandonado su cuerpo, se hubiera quedado desprovisto de un físico, puesto que Osaki reclamaría el cuerpo que ocupaba por excelencia. Se aprovecharía de la situación y ganaría el vehículo que lo poseía. Todo lo contrario a lo que debía ser. Y después, ya no podría regresar, dado que las puertas para él estarían cerradas por un alto muro blanco que se adueñó de todo lo que albergaba dentro. El zorro podría destruirlo más que nunca, si lo deseaba –aun si no fuera la idea principal-. ¿Qué sería del chico peliazul, luego de eso? Dejaría de existir. Su físico no sería restaurable, así como sus recuerdos y buenos sentimientos tampoco. Simplemente habría dejado este mundo, sin haber perdido su cuerpo. Y Marcus ya no podría volver a verle, a tocarle, a sentirle, como así tanto deseaba. Únicamente lo guardaría en su interior, en algún resquicio de su mente. Lo tendría para sí, de igual forma que si se tratara de su esclavo personal, para que de esta forma atendiera cada una de sus necesidades.

    En cambio no todo duraría para siempre, de eso conocían bien los dos vampiros. Finalmente, para desgracia del vampiro, si lo recluía con él y lo apresaba en su Inconsciencia, Ziel terminaría por desaparecer de una u otra forma. Porque al fin y al cabo, ese no era su cuerpo, no era su “vida” la que lo alimentaba, sino que tenía que compartirla. Y esta, lamentablemente no podría soportar su presencia por demasiado tiempo. Moriría, entonces, dentro del mismo cuerpo de Marcus. Y esta vez se iría para siempre, para nunca más volverlo a ver, llevándose incluso su aura y todas las visiones que conseguía. A menos que se quitara la vida, el mayor nunca lograría reencontrarse con su añorado peliazul. ¿Era esto lo que quería, lo que verdaderamente ansiaba tanto? Aún si le dolía perderle, aún si le perforaba el pecho su ausencia o su recuerdo, Marcus tenía que dejarlo ir. Tenía que regresar a su cuerpo, aún si eso significaba enviarle a su celda de cristal nuevamente. Pero era por su propio bien. Por el bien de Ziel. Por los dos. Y por eso, el chico dejó su promesa, su indudable y sincera palabra, aliviando la angustia que experimentaría en los siguientes días.

    Aún les quedaba un pequeño rayo de esperanza.

    Y mientras tanto, fuera, continuaba nevando con suma delicadeza. La mejilla del peliblanco aún se hallaba sobre aquella superficie blanquecina. El sudor se agarraba a su cuerpo por el esfuerzo que llevaba encima, enfriándose con velocidad sobre su piel. Pero se encontraba completamente agotado, se viera por donde se viera. Pagaría muy caro los impulsos por intentar rescatar a Marcus, a pesar de que el vampiro jamás pareció conseguir hacer lo respectivo con él. Quizá todos sus intentos estuvieron frustrados por una u otra causa, pese a no haberle culpado nunca el peliazul. En cambio, esta vez ya no era capaz de levantarse por él otra vez. Entonces, los ojos de Ziel se cerraron lentamente, escondiendo el color de sus iris dispares; esperando que el cansancio de su cuerpo desapareciera mínimamente de él. Y el último fino halo de visión que vislumbró, fue el cuerpo vestido de traje oscuro y cabellos azabaches, rodeado de sangre, tendido inevitablemente sobre la nieve. Como si de algún modo aquel hombre estuviera esperando a la Muerte o la crueldad de su katana. Sin embargo, su rostro blanquecino, quedó relajado automáticamente tras bajar los párpados, en cuanto halló un pedazo de inconsciencia. La respiración tan ajetreada que llevaba –intentando calmar ese frío-calor que recorría sus huesos debido al desacoplo de su ser-, comenzó a menguar suavemente. Sin embargo, esta vez, el peliazul no viajaría hasta el cuerpo medio inerte que estaba siendo sepultado bajo los finos copos que caían. Todo lo contrario ocurría en su interior. El verdadero chico, el que Marcus recordaba, yacía nuevamente encerrado en la prisión cristalina que lo retenía dentro de su cuerpo. Su cuerpo encogido, con las rodillas pegadas al pecho y sus manos, habían quedado agarrotadas después de todo. Ya no tenía fuerzas para continuar luchando, pues todas expiraron rápidamente en cuanto decidió “visitar” a su amado y prometerle ese bendito mensaje. Aunque ni siquiera supiera si realmente podría llevarla a cabo.

    Pero al menos… mereció la pena.

    Entre tanto, Fraiah aún estaba presente, alejada a causa de la desconfianza que le provocaba tenerla cerca. Sus gruñidos se forjaron en su garganta para alejarla, antes de caer en ese deliciosa inconsciencia que anulaba su falta de fuerzas. Pero, ¿y si le atacaba de nuevo? Esa duda estaba presente en todo momento, incluso todavía cuando se hallaba descansando. A Osaki no le importó ver sus ojos relucientes, llenos de lágrimas, ni tampoco sus súplicas por querer ayudarle. Podría haberle demostrado esto sin necesidad de llegar hasta este punto. Pero ella lo echó todo a perder. Más bien, su vampirismo lo echó todo por la borda. Después de todo, le había fallado y no solamente fue en el hotel. Porque ya se sintió despreciado en la casa de Nokku, cuando Fraiah no soportaba la simple idea de estar tan cerca y tan lejos a la vez de él. Y marchó al piso de arriba, alejándolo de sí, creyendo que con eso iba a protegerlo. En cambio, ¿qué sabía el neófito de esto? Tan sólo quiso permanecer a su lado a cambio de unas simples caricias; y en eso no se diferenciaba tanto del verdadero peliazul. Pero realmente fue mayor el egoísmo de centrarse en ella misma y en su propio calvario, a ver que esa criatura blanca dependía de su presencia, como un pequeño cachorro necesita a su madre. No obstante, Ziel había comprendido sus gestos. Comprendió sus sentimientos, su rechazo. Todo se asociaba a su mera existencia. Y por ello, era capaz de lucir su “crecimiento” como animal, incluso como persona. Así que, el momento del ataque tan sólo se hizo de rogar, ¿no es así? Daría gracias por al menos sobrevivir, pues Chris tampoco favoreció en el enfrentamiento, acusándole por adelantado. El Pura Sangre también intentó ganarse su confianza después, cosa que jamás pasaría por la mente del zorro Osaki. Ambos le habían dañado, habían herido lo poco de corazón que tenía en el pecho. ¿Y por qué, ahora, debía esperar lo contrario? No podía. Bajo ningún concepto lograría confiar en los humanos, nuevamente. Porque en este ser se convirtió Ziel. Esto era  lo que ella era, finalmente. ¿Cómo podían entenderse dos razas que nada tienen en común?

    “Si tú caes, yo no lo haré”.

    Sin embargo, fuera, en el exterior de su mente, otra realidad sucedía. Fraiah había acudido rápidamente a ayudarle, tal vez rota por la culpabilidad de los hechos ya contados. Y se arrodilló a su lado, preocupada más por su estado que por la enfermedad que corrompía su cuerpo híbrido. Comenzó a zarandear el cuerpo inconsciente del chico zorro, sin encontrar resultados. Intentó hablarle por todos los medios, a sabiendas de que él no conseguiría escucharla, siquiera. Su rostro permanecía sin expresión, con el color de sus dispares iris escondido bajo sus párpados. Sus orejas se mecieron hacia atrás, por gravedad, en cuanto lo levantó mínimamente del suelo, sin que sus dos colas tampoco ejecutaran movimiento. Nada. A todos los efectos, Ziel necesitaba tiempo para despertar, del mismo modo que ocurría con su amado. Como si una tempestad se hubiera cernido sobre ambos vampiros, uniendo su cruel destino en estos instantes. Pero la chica se encargaría de separarles de nuevo, aún si no existía comunicación mental como anteriormente. La energía de su cuerpo, empezó a traspasar al debilitado físico del zorro Osaki. Sus músculos se fortalecían muy lentamente, la sensación nauseabunda parecía disiparse, regresando a él la sensibilidad de su consciencia. En cambio, el poco bienestar que portaba Fraiah, no sería suficiente por esta vez. Se hallaba enferma, así que, ¿qué podía entregarle? Un humano nunca fue de mucho provecho para un vampiro, para saciar su sed. Menos cuando ni siquiera conoces qué tipo de vampiro estás tratando, pues Ziel era único en su especie, desde luego. Desgraciadamente, no sería igual que ocurrió en los laboratorios. Esta vez él no la salvaría ni la rescataría de la Nueva Asociación. Ya que en estos momentos no confiaba en ella y por tanto, tampoco lo hacía en la energía que le cedió. De esta razón, el cuerpo del chico blanquecino, quedó todavía intacto sobre la nieve.

    Justo en ese momento, apareció Ryu Olivier. El cazador que tanto le odiaba, aquel que tanto acabó con la salud de su mente y físico, por extraña razón, resurgía en el claro. Y esa vez, dispuesto para acabar con su vida. Eso no modificó el rostro delicado del peliblanco, por lo visto. Su inconsciencia bailaba sobre su cabeza y le recomendaba continuar descansando, dado que era la mejor decisión. Pero los repentinos gritos de Fraiah, no fueron más que un aviso de lo que estaba por suceder. Si permanecía en allí, tirado, corría demasiado peligro.
    Sus orejas se mecieron suave e imperceptiblemente, descompasadas la una de la otra, hacia delante. La discusión y el griterío, le molestaba bastante a su fino sentido auditivo. Fraiah era tan molesta algunas veces que querría destriparla ahora mismo. En cambio, sus ojos dejaron de apretarse y pronto descubrieron la voz de otra persona. Era un hombre. Su nariz avanzó levemente, acariciando con la mejilla la fría nieve. Alguien que sin duda, Osaki y Ziel conocían, desgraciadamente. Y ese olor… ese aroma tan odiable para ambos… Un cazador. Una amenaza para su integridad. Fue entonces cuando surgió la voz de alarma. Cuando el sonido de un disparo provocó un verdadero estruendo en sus tímpanos.

    La sangre salió salvajemente de su cuerpo a causa del impacto. ¿Había hecho blanco, finalmente? ¿Estaba vivo Ziel? Aunque no lo pareciera, Osaki no era de los que se rinden tan fácilmente. Y en cuanto Ryu apretó el gatillo, la bala ya proyectaba su horrible trayectoria. Pero lo que nadie imaginó fue la rapidez con la que reaccionó ante el peligro.
    Un delicado aire se levantó en el bosque, como si de una fuerza sobrenatural se tratase. Las ramas de los árboles se doblaban de su fuerza, revoloteando en las copas de éstos mismo. Y no se desencaminaba tanto de la verdad. No había por qué olvidar que ahora él pertenecía al bosque, que se coronó como su legítimo Guardián. Osaki, el zorro blanco de ocho colas estaba presente allí, justo en el interior del cuerpo de ese chico débil, al que la vida le golpeaba una y otra vez. ¿Pero iba la propia naturaleza a dejar que muriera? Significaría acabar consigo misma, dado que este era el terreno de su ser, su casa; ¿no es así? Por esta razón, un calambre lo recorrió de pies a cabeza, instándole a que despertara. Y por eso, la escena era digna de admirar, pues nadie creyó que se salvaría de Olivier, nuevamente. Pero el peliblanco había estirado sus brazos e inclinado su cuerpo hacia delante, esperando levantarse con lo poco que tenía en el cuerpo gracias a Fraiah. Del mismo en que si hubiera sido un autoreflejo que el mismo peliazul había evitado, su cuerpo se movió solo, esquivando el camino de ese disparo hacia su cabeza. Sin embargo, tampoco logró evitar el impacto sobre su piel. El metal madre atravesaba ya, con extrema ferocidad, su hombro. La sangre caía silenciosamente por su brazo, permaneciendo el rastro del odio dentro de su ser.

    Su cabello blanquecino sintió el acune de la brisa que soplaba en el claro. Y las colas de su espalda subieron rápidamente, al igual que sus orejas resplandecían de entre su melena cana. Estiró mejor su brazo herido y se levantó. Primero fue un pequeño rayo azul y después, un amarillo salvaje lo acompañó. Los ojos de Ziel se habían abierto, finalmente. Y nada más hacerlo, las pupilas, tan salvajes y fieras como la de un demonio –ya que el chico nunca dejó de ser un vampiro neófito sin modales-, se fijaron detenidamente sobre el ejecutor de ese disparo. ¿Con que él había sido el causante? Bien, se cobraría su vida a cambio. Un pacto justo, por lo menos. No obstante, Ryu tuvo suerte al final, pues Osaki era incapaz de lanzar una de sus veloces dagas. Tenía que reservar todas las fuerzas que pudiera y no malgastarlas así como así. En cambio, la ofensa sobre su figura, no desaparecería tan fácilmente. No olvidaría su cara, de eso estaba completamente seguro. Al igual que tampoco olvidaría las lágrimas de Fraiah, derrochándose por sus mejillas. Dicha imagen removió algo por dentro del chico zorro. Sin embargo, no fue lo suficiente como para permitir que se quedara. Su físico se hallaba débil, sus fuerzas eran escasas y mientras tanto, corría un inminente peligro. Y la confianza no estaba presente en el claro.

    Abrió su boca y mostró sus fieros colmillos blanquecinos, afilados como cuchillas. Podría acabar con sus vidas aquí y ahora, pero los mareos y la inestabilidad regresaban. Su vista se nubló y esto consiguió asustar al chico. Se agravó cuando se escuchó otro disparo procedente de los cazadores a manos de Ryu. Sus orejas se ocultaron, mostrando en su expresión el asombro y el miedo a ser herido de nuevo. Pero este sí pudo esquivarlo mejor, dado que el nerviosismo de aquel hombre controló su arma y así su disparo. Otro de ellos se animó a gatillar también contra el chico, antes de centrarse en el significado de Fraiah. Debía… huir. Aunque le costara decirlo o pensarlo, pero tenía que hacerlo. De otra forma moriría. Y veloz, un fuerte sentimiento le corrompió desde dentro. Se inclinó hacia delante, flaqueando en este crucial momento, deseando vomitar toda la sangre que acaparó de Marcus. Sus ojos se movían hacia todas partes, buscando entre la nieve algo. No obstante, se trataba de otra cosa. Ziel. El peliazul estaba golpeándole desde dentro. Se negaba a abandonar allí el cuerpo de su amado, a la merced de los desertores. Pero tenían que hacerlo. De otra forma jamás cumpliría su palabra, ¿verdad? Confiarían en que sobreviviera para que se encontraran, aunque esto le diera completamente igual a Osaki. Tan sólo bastaba con tranquilidad el alma indómita de ese chico, obligándole a descansar por el bien de los dos. Si su tío le dejó una vez con vida, sería porque interés existiría sobre ese vampiro.

    Y sin pensarlo más, sin detenerse lo más mínimo, se irguió otra vez. Su costado regresó al tronco del que no pudo agarrarse antes con las uñas. Se encontraba en un estado deplorable, pero aun así, tomó una rápida vía de escape. Arriesgando su salud, decidió provocar una lluvia de dagas cayera sobre todos los cazadores. Tendrían suerte de salir todos vivos de allí, la verdad. Mientras, aprovechó la distracción que causaba su don, para marcharse de allí. Sus cabellos se giraron torpemente, mientras que las telas de su kimono lo seguían. Y finalmente, al igual que un espejismo, desapareció de su visión. Sólo el sonido de un tierno cascabel dio señal de que Osaki estuvo allí. Pero, antes de abandonar el lugar, dedicó una tenebrosa mirada hacia la híbrida.

    ¿Puedes sentirlo ahora?
    De esta forma tú misma me abandonaste.

    Se escuchaba el crujir de las ramas, rápidamente. Una gran masa blanquecina se divisaba entre los árboles. ¿Qué era? ¿Un espíritu? ¿Un animal? De ninguna manera. Era el Guardián de este lugar, huyendo de la Muerte con todo ímpetu. Aún le quedaban demasiadas cosas por hacer, la verdad. Además de ello, una parte de su ser, también le indicaba que Ziel necesitaba cumplir su promesa de cualquier forma. Por ello, sus piernas corrían todo lo que podían, esforzándose por alejarse de los cazadores. En cambio, no aguantó tanto como deseó interiormente. Y tras una corta travesía por los árboles, su carrera comenzó a menguar lentamente. Ya no soportaba mucho más. Había lanzado todas esas armas blancas contra ellos, despojándose de la mitad de las fuerzas que poseía, de las pocas que le otorgó Fraiah con sus dones. Y el resto lo gastó en la carrera, dispuesto a huir como un cobarde. Era mejor aceptar el sobrenombre a perder la vida como un héroe, ¿no?

    Finalmente, sus pies tropezaron entre sí por culpa de un fuerte mareo que desajustó, incluso, su visión. Trastabilló algunos pasos, ayudándose de los árboles para avanzar. Intentó esforzarse por segunda vez, tratando por todos los medios de emprender la carrera. Entonces, las piernas, adormecidas por dolor de su exigencia, dejaron de reaccionar a sus órdenes. Primero empezó arrastrando una de ellas, cual animal herido, pero no tardó en unirse la otra. El ente blanco terminó por vencer, postrándose de rodillas, cayendo seguidamente, sin poder evitarlo, sobre la dureza de la nieve. El sonido fue seco, profundo, casi inexistente. Y nuevamente su mejilla, enrojecida por el frío, terminó por encontrar la espesura y el frío que tanto parecía representar a su físico. El animal terminó por gemir a causa del dolor de la caída, pues el metal madre le pudría la sangre por dentro. Y sus ojos continuaron abiertos un tiempo más, pese a sentirse exhausto, agotado en su plenitud. La respiración tan acelerada que llevaba, comenzó a relajarse lentamente por el cansancio que soportaba. No importaba si era poco, pero esto era todo lo que podía dar de sí.

    Entre tanto, las voces de los cazadores se escuchaban a lo lejos, deteriorándose el sonido en sus orejas adormecidas. Si sobrevivieron, seguramente lo encontrarían, pues había un sendero de pequeñas y finas gotas de la más atrayente sangre, que marcaban el camino que siguió la fiera. A suerte, continuaba nevando, ocultando no solo su rastro, sino también el menudo cuerpo de un ser que no termina de perder frente al Destino, bajo un fino velo blanquecina de nieve. Él sabía que volvería a cerrar los ojos y dejarse llevar, a caer inconsciente. Y esta vez, nada ni nadie le socorrerían.
    Ni siquiera Marcus O’Conell.


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    Mensaje por Alec Baskerville Sáb Mar 07, 2015 4:50 am

    Unos sigilosos pasos sobre la nieve detuvieron su andar. Una fugaz sonrisa pareció determinar el destino de estos. Alguien estaba observándolo todo; alguien estaba aguardando por este grato suceso. Una inminente sombra cubrió el cuerpo inconsciente que estaba en el suelo. Quien estaba allí, de pie, realmente disfrutaba de esta vulnerable vista. Se agachó junto a él y apagó su cigarro justo en la mano del vampiro. Una sonrisa más mostró sus afilados colmillos, y entonces Ziel Carphatia desapareció del lugar junto con su inesperado captor.
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    Mensaje por Ryu Olivier Sáb Mar 14, 2015 7:30 pm

    En el momento en que escuchó su risa, en cuanto su ojo se cruzó con los claros de Fraiah, cundió el pánico. Y su sonrisa se esbozó, gentilmente, por todo su rostro. Finalmente, para esto sirvió la llamada de O’Conell. O al menos, eso suponía el hombre. Pues tanto la Viuda como el Séptimo, se encontraban presentes, y por suerte, no en sus mejores y excepcionales condiciones. Olivier tenía, entonces, todas las cartas para ganar esta mano. Su fuerte risa comenzó a salir, grotesca, fuerte, de su garganta. Incluso los tres hombres que lo acompañaban, también empezaron a reír a carcajadas. Qué situación tan sumamente graciosa y digna de admirar. El rostro de la híbrida lo expresaba todo. Parecía un verdadero poema al que dedicar las horas en escribir. Así que ella continuaba siendo la chica frágil de antaño, la mujer que espera a que su hombre vuelva a casa del prostíbulo. Cuánta inocencia dispersa… No obstante, ¿quién se esperaría que un hombre como él, con tantos años de experiencia, hubiera cometido traición? ¿Qué le había llevado a Ryu para aliarse con el bando enemigo? Eso es secreto de confesión. Pero puede que el mismo Nokku, en vida, ya supiera incluso de este hecho. Pero, ¿por qué iba a decirle a una mujer el estado en el que se encontraba la Asociación? ¿Cómo desprestigiar a un hombre con tantos años al servicio? Fraiah ni siquiera le creería, sino que entraría en shock, justamente como lo estaba haciendo ahora. Y no únicamente eso. La noticia se dispersaría y se hubieran ido a pique mucho antes de que el grupo rebelde apareciera. Los Pura Sangre dominarían este pueblo, seguramente. Quizá hasta el propio D’Shaitis se hiciera con el poder junto a sus hijos mutantes.

    La experiencia de Ryu, no soportaba la inmadurez de aquel joven, el valor tan suicida que albergaba dentro y que, mismamente, lo llevó a sepultar en lo alto de un acantilado. Sin duda, escupiría en su tumba. Una lástima que él no fuera un hombre de muchos velorios, ya que había muchas cosas que ocupaban su tiempo. Sin embargo, en la fiesta de Navidad en la que apareció Vladimir, muchos de sus hombres perdieron la vida. Allí había demasiados inocentes. Y él tan sólo pensó en hacer su gesto heroico para “salvarlos a todos”. Fue tan ingenuo, que le daban arcadas. Y por tanto, su relación, comenzó a ir de mal en peor. El odio que habitaba en el interior de Olivier, crecía a cada instante, a cada injusticia que se llevaba a cabo por el egoísmo del Presidente. Tan sólo hizo falta que esa figura “omnipotente” desapareciera del tablero y que la Asociación quedara derrocada para instalarse como el nuevo Presidente. Aunque las ideas no fueron muy de acuerdo al plan. Y… ¡aquí es donde acabamos! Luego, ¿de qué le sorprendía a Eslin que él se hubiera convertido en un desertor? ¿Acaso no era obvio? ¿Quién, a excepción de él, podría odiar tanto al “afligido” de Carphatia? ¿Quién conocía tantos datos de la Viuda, cada uno de sus movimientos? Alguna relación tenían que tener, ¿verdad? No iban a salir un grupo de hombres desleales de las sombras, con el único objetivo de eliminarles. Comprobado quedaba el hecho. Así como que el cazador poseía la suficiente sangre fría como para maltratar a inocentes por buscar erradicar al problema de los vampiros y los Sangre Pura, de apuntar a un ser desvalido y sin posibilidades.

    Oh, vamos, dulzura. No dramatices tanto por la situación. Creo que estaba ya bastante claro que la Asociación estaba podrida y que la mayoría de los cazadores estábamos en el bando de la Nueva Asociación. Y esas son razones que no te incumben realmente, querida. Aunque podríamos generalizar a que principalmente odiaba a tu novio. – Sentenció, remarcando con sorna el “Nueva”.  ¿Y odiar? ¿Tan sólo odiaba a Damaru? No, no únicamente le tenía odio. Más bien era una mezcla entre asco, ira, rencor y una indiferencia tan sumamente grande, como la que le producía ver a los civiles caer en sus manos. – ¡Por supuesto! Quien dice que solo soy yo, está muy equivocado. Hay muchos más hombres conmigo, a mis espaldas. Como por ejemplo, ellos. – Su cabeza señaló a los tres hombres que la tenían sujeta de pies y brazos, impidiéndola avanzar hasta el peliblanco. Sonrió lentamente, pues seguramente el precioso cuento de hadas que le estuvo contando Nokku, no era más que eso, fantasías que jamás se convertirán en la verdad. Esa muchacha tenía que despertar cuanto antes y era mejor que Ryu le abriera los ojos cuanto antes. O de otra forma, no lograría abrirlos a tiempo. Porque, tal vez su destino estuviera marcado desde el primer día, a sus manos, obviamente. – No te sorprendas tanto. ¿Touga? ¿Yagari Touga? Él aún no desconfía de mí, ¿verdad? Para ese cazador todavía sigo siendo uno de los suyos. Y una lástima que no vayas a abrir la boca para contárselo. Si tarde o temprano, incluso el mismísimo Viejo, esté metido con nosotros. Quizá sólo tengamos que ponerle contra la cuerda para que acceda, al igual que el resto. Y entonces no os quedará… nada. Ningún lugar será suficiente para huir de nosotros. - Su ojo, fue entonces hacia el cuerpo del chico peliblanco. Después, miró su arma de nuevo.

    ¿Había escuchado bien? ¿Que no le hiciera nada? ¿Quién se creía que era ella para darle órdenes a alguien de su edad?
    ¿Y por qué debería escucharte, Eslin? Ni siquiera puedes imaginarte lo que esa bestia ha hecho. No eres consciente de cómo te ha estado engañando con esa fachada de sensible. Ziel no es un santo, ni antes y mucho menos ahora. – De su rostro desapareció la amabilidad que solía transportar. Sus labios se hicieron una línea, convirtiéndose su expresión en una faceta bastante seria y rabiosa al mismo tiempo. ¿Qué era lo que escondía el mitad zorro mitad humano? Quizás Ryu estuviera por descubrirlo. – Este chico empezó rompiendo no una, sino dos familias. Y aun así se dio el lujo de vivir en una tercera. Seguramente nunca te lo haya contado, pero dejó morir entre las llamas a su propia madre adoptiva. Contempló el edificio arder y escuchó sus gritos sin que le remordiera la conciencia. Y dime, ¿acaso conoces todos los nombres de las vidas que se llevó en la Asociación? ¿Sabes cómo descuartizaba sus cuerpos y disfrutaba con su sangre? Seguramente no recuerdes tampoco mucho del día en que escapasteis, ¿verdad? Lo dejo todo lleno de cuerpos casi descuartizados. Y creía que al principio lo hacía porque estábamos entrenándole, pero en realidad a ese chico le gusta matar gente. En concreto, humanos. – Comentó con parsimonia, sonriendo al final de la frase; observando el estado inconsciente del muchacho. El neófito no era tan perfecto e ideal como ella lo imaginó. Ziel Carphatia había pecado numerables veces y por supuesto, que Olivier estaba al tanto de cada una de esas anécdotas. Aunque tal vez, alguna de ellas estuvieran siendo distorsionadas a como las contaría el peliblanco. Pero, ¿a quién creer? ¿Por qué debería ser el cazador quien mintiera acerca del chico? ¿No tendría más que ocultar el Séptimo que él? – Claro, que también conocerás el caso con esta mierda. – Su ojo se clavó directamente sobre el cuerpo inconsciente de O’Conell y le pateó fuertemente en la cabeza. – Fue con el cuento de que estaba enfermo, que se iba a morir, para agarrarle y así buscar protección. ¿Ni siquiera te preguntaste por qué lo eligió a él y no prefirió mejor a Chie? No, lo tomó a él. Quizá porque estaba desquiciado o tal vez porque sabe mirar más allá y venderse bastante bien. Por eso ahora lo tiene comiendo de su mano, literalmente. Un chico listo, ¿no crees, Eslin? – Sus dientes regresaron y se asomaron de nuevo por sus labios. Ryu era un manipulador de mucho calibre, en cambio, su sobrino lo superaba enormemente. Sin embargo, no se encontraba dispuesto a tener la suficiente sangre fría del joven, como para entregar su cuerpo e integridad a cambio de tener consigo a uno de los vampiros más fuertes del pueblo, como si de un escudo se tratara.

    Pero, tras la pequeña charla que tuvieron, el gatillo había sido apretado finalmente. Ya no había nada que hacer. Sin atender a ninguna de las peticiones y reclamos de Fraiah, Ryu Olivier estaba dispuesto a asesinar a Ziel Carphatia de un simple disparo. A bocajarro. Sin ningún tipo de piedad. ¿Acaso debería tenerla con un vampiro neófito? De ninguna manera. Y ni siquiera le remordía la conciencia de que aquel muchacho fuera su propio sobrino. Pero, ¿tenían esos lazos de verdad? Para el cazador, no existía nada que lo atara con un vampiro. Mucho menos con el peliblanco. Ese chico nunca fue de los suyos y tampoco lo sería en futuros. De tal forma que su arma continuó apuntando al neófito, pensando en si disparar de nuevo. Sin embargo, todo sucedió rápidamente. Tan veloz, que a Ryu apenas le dio tiempo a contemplar con exactitud qué había ocurrido. La estupefacción se sembró en su rostro como un rayo.
    ¿Cómo…? – Susurró el cazador, impresionado. Su ojo quedó clavado sobre los dos dispares del neófito. ¿Desde cuándo Carphatia hubiera podido esquivar la velocidad un disparo? ¿Era el mismo chico humano desvalido al que trató de arrojar al vertedero? Conocía que sus dones habían aumentado y que se convirtió en un vampiro a tener bastante en cuenta. Sin embargo, jamás creyó que esos experimentos hubieran conseguido algo semejante. Propiamente, podrían acertar en la descripción del peliblanco como un verdadero animal. Y su sonrisa comenzó a aflorar después de la sorpresa que le provocó. Esos ojos fieros, no le amenazaban en absoluto. A Ryu le gustaba el riesgo, en cierta manera. Además, ahora sería un rival digno, o al menos mínimamente; por una parte se sentía orgulloso de las prácticas que se llevaban a cabo en la Nueva Asociación. Todo parecía estar llegando a buen fin, justo como estaban pensándolo. El reinado de los Pura Sangre y esos bastardos de Vladimir, estaba llegando a su fin lentamente. Pues, dentro de poco, todos los vampiros dejarían de existir, ya fuera por las armas que estaban creando o por los fabulosos resultados obtenidos en los laboratorios.

    No obstante, Fraiah tampoco desistía. Se había desprendido de sus hombres, lo cual tampoco le importaba mucho; pues utilizó ese valioso tiempo que le concedía el ser blanco para recriminarle, en vez de escapar. Tan sólo le insultaba y criticaba su lealtad a la Asociación. Por eso, su atención se distrajo de nuevo hacia ella. Y a su lado, el cuerpo de uno de sus hombres, tendido macabramente sobre la nieve. Estaba muerto. La intriga se disparó de nuevo en la cabeza del cazador. ¿Qué estaba ocurriendo con ellos dos? ¿Acaso Fraiah…? Así que era verdad, después de todo. Ryu ni siquiera podía creerlo. Quería reír por la gracia que encontraba en el asunto, pero no tenía intención de despreciar tanto el tiempo como la chica. Tan solo permaneció la sonrisa traidora entre sus labios, esperando que fuera hacia él. Y en cuanto se abalanzó, su arma fue entonces a apuntar a su cuerpo. Era la única distancia que les estaba separando.
    Finalmente tu novio murió siendo un completo fracaso, al igual que lo fue en vida. – Murmuró con sorna cerca de su rostro. Su cuello estaba siendo apretado por sus frágiles manos, pero su pulso no se aceleró lo más mínimo. Y sin pensarlo dos veces, decidió quitarse al estorbo del medio. Disparó. Nuevamente, las aves que rondaban el lugar, salieron despavoridas por el sonido. Que sus hombres fueran una mierda con una mujer, eso no indicaba que Olivier portara la misma horchata entre las venas. Él no iba a vacilar por pelear contra la Viud. Y si debía dispararla o matarla, lo haría sin ningún tipo de miramientos. Porque esta es la clase de sangre fría que un cazador desarrolla con el paso de los años. La sucesión de veces en las que veía a sus compañeros transformándose en detestables niveles E, tan sólo incentivó a sacar la parte más macabra e insensible de su persona. Luchar contra vampiros, no dejaba muchas alternativas, tampoco. Luego, ¿creería Eslin que iba a poder contra alguien de su experiencia? Su risa ronca, contestó por todo el claro. Claramente, no.

    Sin que ni un solo de sus cabellos se meciera por la intranquilidad, observó la clase de dones que había desarrollado la chiquilla. Ryu no se preocupaba demasiado, pues sabía que esa herida, junto con la droga que llevaban ahora todas las balas de la Nueva Asociación, era considerable incluso para un vampiro. Así que tan sólo debía esperar a que se desmayara por la pérdida de sangre. Carphatia ya no iba a estar más ahí para protegerla, al parecer. Y mientras, que gritara y pataleara como mejor supiera hacer.
    Vaya… Con que lo arruiné todo. Yo tan sólo quería participar... Pero, escucha, ¿aún queda pastel en la fiesta? – Preguntó inocentemente, sumando la mierda hacia su persona. Sabía que tenía demasiado por lo queir al infierno. Pero antes terminaría la vida a su manera y la disfrutaría lo mayor posible. Y si era capaz, lograría ver con sus propios ojos las cenizas de su sobrino, el cuerpo inerte de la híbrida y hasta la exterminación de vampiros en el pueblo. Pues Ryu tenía planeado todo. Incluso la misma muerte que padecería O’Conell. Fríamente, clavó su pupila, desde arriba, en sus ojos claros, sin importarle demasiado los golpes que pudiera asestarle. En cambio, le molestaba. Ella siempre fue tan sumamente molesta… Al igual que lo era el peliblanco. No duró mucho para que comenzara el contraataque por parte de la bestia.

    El cazador se encontraba tan distraído por las burdas palabras que Fraiah derrochaba en sus últimos alientos, quizá antes de morir delante de su ojo, que apenas esperó que el neófito poseyera las suficientes fuerzas como para ejecutar uno de sus dones. Fue la voz del tercero de sus hombres, el que avisó de la lluvia de dagas que caían hacia ellos. Al levantar la cabeza, su pupila se estrechó todo lo que puedo. ¿Qué…?
    Una a una, comenzaron a impactar sobre el suelo, sobre sus hombres, sobre Eslin, sobre el cuerpo de O’Conell y sobre él, mismamente. Dadas la escasa vitalidad que albergaba el cuerpo del chico, no fueron tantas las que cayeron. Aunque eso no quitaba que no fueran completamente efectivas en su blanco. Y una de ellas se clavó sobre su hombro. Se escuchó un susurro de dolor procedente de sus labios. Automáticamente, no lo dudó. Se movió para ir esquivándolas. O más bien, lo intentó. Ya que, al hacerlo, sus piernas no reaccionaban apropiadamente. Esa maldita zorra le había congelado las piernas con cristal, de forma que no pudiera moverse. Muy bien, entonces solucionaría el problema con la mayor rapidez posible, ejecutando un plan B. Fraiah obtendría su merecido. Su fuerte mano aprisionó su cuello y levantó su cuerpo con facilidad, utilizándola de escudo para las dos dagas que caían sobre él nuevamente. ¿Acaso se dijo alguna vez que Ryu era un hombre con escrúpulos? Estaba visto que a él nada se le ponía por delante. Ni antes, ni ahora, ni nunca. Por eso soltó a Eslin -inmediatamente después de que esa lluvia pasara- y disparó en la dirección en la que huyó el cobarde de Carphatia. Una, dos, y hasta acabar todo el cargamento de balas.

    ¡Maldito! ¡Ha vuelto a escaparse! ¡Y todo esto es por tu culpa! – Gritó, observando el cuerpo de la mujer tendido en la nieve, rodeada de sangre. Apuntó a su cabeza para querer dispararla unas cuantas veces también, pero ya no quedaba munición. El gatillo se atascaba y el fuerte sonido de la boquilla, no salió en ninguna ocasión. Al parecer, la rabia aún tenía una esperanza de sobrevivir. Seguidamente, tiró el arma y sacó su teléfono móvil del bolsillo interior de la chaqueta. Volvió a marcar el número, pero nuevamente estaba comunicando. Ryu comenzaba a perder los estribos a causa de la furia que le provocaban estos tres: tanto Carphatia, como Eslin, como O’Conell. Quería matarlos a todos. Aquí, ahora. Sin esperar ni un segundo más. Pero no tenía la situación a su favor. De modo, que tendría que esperar a otra ocasión para acabar, al menos, con el peliblanco. Aunque puede que en el estado en que lo vio, no durara mucho bajo el temporal que estaba acechando. Y de repente, el pitido del final de llamada, lo desquició por completo. – ¿Dónde demonios está Hellsing cuando se la necesita? ¡Ah, cuernos! – Alzó de nuevo la voz, volviendo a marcar otro número diferente. Esta vez, se escuchó la voz de un hombre al otro lado. – Sí. En el bosque. Trae unos cuantos hombres y un vehículo. ¡Rápido! Sí. Carphatia se ha escapado con un disparo. ¡Búscadle y encontrarlo! ¿Eh? ¡Te he dicho que vayas! ¡Con todos los hombres que hagan falta, maldita sea! Lo quiero en la Asociación esta misma noche. Y sí, aquí también. O’Conell y Eslin también están conmigo. Ah y… traed sangre de vampiro, toda la que podáis reunir. Y… también un pico a mi posición. Sí, un pico, ¡como el que te voy a clavar en la cabeza como sigas preguntando! Bien, te espero. – Finalmente, colgó y guardó el teléfono en el lugar de preferencia. Y se dedicó a esperar, viendo los cadáveres de sus hombres, los cuerpos inconscientes de esos dos aliados de su sobrino. Su mirada se dirigió al frente, por el camino que tomó Carphatia para escapar.
    – Esto no va a quedar así, Carphatia. Tenlo bien claro.

    Tras un par de horas, una furgoneta se introdujo en el claro con un par de hombres a su servicio. Quedaron estupefactos nada más bajar y observar la escena. Sin embargo, no realizaron preguntas al respecto, pues el rostro de Ryu lo decía todo. Tan sólo se dedicaron a administrar la sangre de vampiro a la híbrida y a O’Conell, además de llevarse los cuerpos de los allí perecidos. También libraron a Olivier de su prisión de cristal, por supuesto. El cazador estaba de perros, subiéndose enseguida y de mala manera al vehículo, dejando el trabajo sucio a sus hombres. Tras terminar, abandonaron el lugar, sin dejar ni un miserable cadáver, sin un simple rastro de qué había ocurrido en el claro del bosque. Únicamente la sangre quedaría allí como testigo, la cual quedaría sepultada bajo la tormenta de nieve que se avecinaba.
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