~ Vampire Knight: Academia Cross ~
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    Mensaje por Kaien Cross Jue Ago 05, 2010 4:29 pm

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    Mensaje por Alec Baskerville Mar Abr 07, 2015 7:10 pm

    “Si te abres a los demás, te arrastrarán consigo”, pensó siempre Alec Baskerville. Él, el por siempre odiado, despreciado ente solitario, siempre lo tenía bien claro. Y ahora, tras preguntarse qué hay de malo en acceder a recibir una mano que está otorgándote comida cuando la necesitas, sus pensamientos evocaron aquella frase tan útil y certera. Exactamente, existía de malo lo mismo que existió para él tiempo atrás, cuando vio morir a su hermana delante de sus ojos, y todo por haber confiado en unos vampiros ruines como esos, los cuales sólo le daban cobijo a dos huérfanos por todos los intereses que yacían de fondo. Sin embargo, en esta ocasión, no había posibilidad de negarse o renegar del ofrecimiento. Alec Baskerville no tendría ningún tipo de contemplación. El chico tenía que comer, y haría que coma por las buenas o por las malas, incluso pese a haberlo intentado arañar múltiples veces. ¿Pero qué clase de vampiro sería si no pudiese esquivar las amenazas de una pequeña gatita en celo? Por eso simplemente se limitó a observarlo cuando el silencio se creó en el lugar. Ni siquiera sus canes –anteriormente ruidosos y con ansias de riña- emitían ruido alguno. Guardines, custodiaban en silencio la entrada, porque esa era la orden de su amo. No obstante, a pesar del clima propicio para la aceptación de tan humilde y apetecible bocadillo, aquello no fue posible. Los ojos de Ziel, que escrutaron los de Alec por un largo tiempo, acabaron por dictaminar su huida.

    El vampiro suspiró levemente mientras se mantenía debajo de la cama. Percibió cómo uno de sus perros infernales se dirigía al asustado albino, dispuesto a acorralarlo para él una vez más. Alec, sintiendo que su paciencia rozaba el peligroso límite, salió de aquel sitio cubierto de polvo. Se miró a sí mismo y dejó la hamburguesa, con parsimonia, dentro de la bolsa en la cual la había traído, junto a dos más. Volvió a suspirar y observó la escena delante de sus ojos.
    - Fui demasiado compasivo al no castigarte por haber herido a uno de los míos –murmuró, igual de tranquilo, y elevó una de sus manos para hacer sonar sus nudillos al flexionar sus dedos-. Pero veo que, tal vez, debería haberte arrancado esas uñas que tienes –sentenció. Avanzó, lentamente, y sus perros lo advirtieron. Sin embargo, uno de ellos continuaba peleando. Sí, era divertido verlos. Si pudiera sacar a Ziel de allí, seguramente lo llevaría a una de esas peleas de canes tan bien conocidas y remuneradas. Sin embargo, no podía hacerlo. Y tampoco podía darse el lujo de que pereciera aquí, frente a sus ojos. Por eso, cuando vio que uno de sus perros fue lanzado lejos, sujetó a este del collar y lo arrastró hacia atrás, emitiendo un seco y rudo grito. El animal, que planeaba volver al ataque gracias a que sus acelerados dones recomponían su tejido con rapidez, agachó las orejas. Llorando, se apartó y fue de nuevo hacia la puerta, comprendiendo el error. A pesar de que quería ayudar a su amo, al parecer no era de aquella la forma adecuada. El otro can, asimismo, acudió junto al otro, y ambos observaban a Alec de forma temerosa. Por su parte, el vampiro hizo una mueca de disgusto al ver las gotas de sangre en el parqué. Suspiró otra vez. Agradecía no tener alma que pudiera huir de su cuerpo en cada respiro malgastado en esta escoria. Apartó con velocidad los muebles que ocultaban al zorro, y sujetó a éste de uno de sus brazos –el sano- sin ningún miramiento ni cuidado.

    Apenas había comenzado, pero ya se había cansado de jugar.

    Autoritario y sin darle posibilidad a rechistar, lo dirigió hacia la cama y lo arrojó allí arriba. Sostuvo ambas manos sobre su cabeza, aferrándolas fuertemente con la muñeca. Aprisionó su cuerpo bajo el suyo y, con la mano que tenía libre, se quitó la fuerte cadena que colgaba de sus oscuros pantalones. Rápidamente, la enredó alrededor de las muñecas del joven y las sujetó firmemente a la cama.
    - Veamos si, por fin, nos vamos entendiendo –susurró con una calma que helaba la respiración de cualquiera que lo viese. Volvió a tomar la hamburguesa y se la puso delante de su nariz-. Come –ordenó, rozando sus labios con el tierno pan y el deleitante sabor de la carne. Mientras la orden esperaba a ser acatada, los ojos de Baskerville viajaron hasta la herida, recordando los dolidos gemidos que el chico daba. La herida estaba aún peor. Tsk, si no hacía algo pronto y él continuaba negándose a comer, nunca sanaría. O, mejor dicho, lo haría en días, pero las energías que gastaría en ello no podrían ser repuestas. Por eso, volvió a observarlo y, tras unos momentos, descendió su rostro hasta el hombro herido-. No te preocupes, no vas a morir hoy –susurró contra la herida, mientras sus labios se teñían de aquel intenso carmesí. Al instante, su pérfida lengua se asomó, y comenzó a lamer la herida del mismo modo en que Ziel lo hacía. ¿Acaso no era eso lo que quería? ¿Acaso no le dolía tanto que buscaba el método de sanarla mediante su saliva? Pues Alec tenía métodos mucho más efectivos. Alec, de entre todos los vampiros, probablemente era el único que poseía aquella extrema calidez tan humana de forma habitual en su cuerpo, pese a que por dentro estuviera más helado que el mismo invierno. Por eso, su lengua ardía. La temperatura de la misma había sido elevada al mismo nivel de un metal siendo recalentado en una intensa fogata. ¿Cuál era su magnífico aporte a todo esto? Suturar la herida. Lamía su rasgada piel con lentitud e intensidad, y a pesar de que sería doloroso para el albino, al menos debería comprender que lo estaba haciendo por su bien –y por el suyo propio- pues luego encontraría aquella herida perfectamente curada, ya que cualquier cicatriz se esfumaría con las primeras energías que hubiera gastado inútilmente en pretender curarse. Con esto quedaba demostrado que Alec no era tan traicionero y despreciable después de todo… ¿cierto? O quizás quedase más demostrado aún que haría lo que fuera porque sus planes no se echasen a perder.

    Que haría lo que fuera para concretar su venganza.

    Cuando levantó la cabeza otra vez, recordó que el chico estaba completamente desnudo. Observó su expresión aún con su lengua asomando, empapada en sangre, entre sus labios. No obstante, sus ojos del mismo color, parecían extremadamente vacíos y cansados. Se encontraba aprisionando el cuerpo de Ziel colocando a cada lado del mismo cada una de sus piernas. Sus rodillas mullían el colchón, y la desnudez de Ziel estaba siendo resguardada, irónicamente, por alguien como él. Se irguió un poco hasta permanecer arrodillado y se limpió la boca con el dorso de una de sus manos enguantadas. Respiró profundamente y no quitó sus ojos de encima de aquella especie de humano animal. Quién diría que él también había tenido su ración de comida hoy, y no tuvo que matar a nadie para obtenerla. De por sí, Alec nunca se alimentaba de humanos. Jamás se abalanzaba sobre ellos como sus colegas, alimentándose hasta convertirlos en cenizas. Al contrario, el joven Baskerville procuraba robar bolsas de sangre siempre que le era posible de algún establecimiento como el hospital o la enfermería. Pero hoy, drásticamente, no había tenido el suficiente tiempo para eso, y la única reserva que conservaba era una sola bolsa, que de ninguna manera podía consumir él. Pues, como buen calculador y planificador, sabía que debía mantener con vida y en adecuadas condiciones a su presa. De otro modo, la NA le reclamaría luego y, como siempre buscaban excusas para no pagar y estafar, usarían el mal estado de Carphatia para pasarle factura. Y Alec no hacía nada gratis, y podía comprobarse esto en la pequeña cuota de la sangre de Ziel que había bebido para su sustento mientras le propiciaba las curaciones. Aún así, aquí no terminaría todo, y por esos sus profundos ojos continuaban clavados en su rehén. ¿Qué haría ahora? ¿Comería por fin? ¿Comprendería que esta mano que le da de comer es, también, la única que puede mantenerlo con vida ahora?
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    Mensaje por Ziel A. Carphatia Vie Abr 10, 2015 10:37 pm

    [♫]


    Y se escondió tras una de las viejas y desgastadas cómodas de madera que poseía la habitación. El pequeño animal convertido en humano, dolorido como estaba, tan sólo tenía en mente lamerse desesperadamente la herida. Con sus dos largas y peludas colas blancas, trataba de ocultarse mejor y procurar un escudo más efectivo que su piel desnuda. Ziel gemía de angustia sucesivamente, pues el escozor no parecía tener fin. Quizá su saliva no fuera suficiente para desinfectarla y que cicatrizara correctamente. Pero, ¿acaso su sufrimiento tendría fin algún día? Desde el mismo día en que nació, fue repudiado incluso por los de su propia sangre.
    Sus ojos eran iguales que los de Kai, igual que los de la madre que compartían en común. Sin embargo, su pelo azul… ¿De quién lo heredó? Nadie salvo la mujer que le dio la vida conocía quién era su padre. Digamos por el momento que era extranjero. Y por ese cabello tan extraño en su tierra, fue exiliado de su verdadera familia. Él, un símbolo de amor entre dos personas, quien no tuvo culpa de nacer por la aventura y el descuido de sus padres, terminó siendo el que pagara los platos rotos. Y todo pareció cambiar cuando aquella mujer de buen corazón recogiera a un pequeño ser en medio de la tormenta, salvándole de la muerte inminente. Le dio de comer, de vestir, incluso un techo donde mantenerse protegido y caliente. Lo crió como si de su propio hijo se tratara, hasta compartir el dolor por la enfermedad que padecía el pequeño peliazul. Sin embargo…

    Toda aquella felicidad resultó tan escasa y efímera…

    Tras llegar al pueblo en busca de su hermano, todo comenzó de nuevo. Los vampiros acechaban desde las sombras cuales depredadores, esperando fervientemente por una oportunidad y desgarrarle la carne con tal de obtener su deliciosa y dulce sangre. Apenas en una fiesta en la que esperaba divertirse, conoció a Vladimir y los suyos. Conoció a Marcus O’Conell, el vampiro que lo manipulaba al igual que un muñeco vudú. Pero, ¿qué podía hacer él contra alguien de su calaña? Únicamente consiguió sonreír a viento y marea, aun si sus ojos decidieran derramar todas y cada una de las penas que le corroía el dolor de cada mordida, la soledad que experimentaba cada vez que despertaba de la inconsciencia que le proporcionaba. Por eso Ziel nunca se cansó de mostrarse alegre, vivo, feliz a cada mísero instante que tenía la oportunidad. Su vida era demasiado corta para andar llorando en cada rincón y escondiéndose en su fuero interno. No obstante, también tenía la fe de si ensanchar sus labios en aquel gesto, le asegurara un futuro más calmo, una esperanza de vida más larga o el fin de su enfermedad. Porque él deseaba con todas sus fuerzas una rutina tan odiosa y común que el resto de sus compañeros de la Academia, ser un adolescente normal y corriente. Intentar copiar lo hacían los demás. Del mismo modo en que un niño pequeño ansia encontrarse un regalo de Navidad bajo el árbol, Ziel soñaba con estar rodeado de las personas a las que se quiere y son importantes para uno. A pesar de su debilidad física, de ser menudo y aparentemente frágil, poseía algo que muchos no obtenían en años: una fuerza interna tan fuerte como la marea que transportaban sus ojos, una seguridad infalible que procuraba no herir sus ilusiones –a las cuales esperaba cumplir algún día de estos-. Puede que esta perspectiva, esta forma de ser que había desarrollado con el paso del tiempo, fuera la que mucho tiempo después terminara por arropar al corazón de uno de los vampiros más sanguinarios del pueblo; justamente aquel que tanto le odió, maltrató y tantas veces prefirió llevarse su cuerpo como un trofeo. Finalmente, hubo ese tierno y delicado regalo para él. Su “recompensa”, como él siempre la determinó. El dolor, el calvario que experimentó, le traía de nuevo el amor, el cariño que tanto anheló por años –después de que su madre falleciera en ese trágico accidente-. Marcus y Bella se transformaron en los ángeles de los que siempre hablaba cuando era pequeño, los que siempre estaban “cuidándole” desde el cielo para que no enfermara de nuevo. Ellos se convirtieron en su mayor importancia, en algo que tenía la obligación de cuidar para que no se marchitara.

    Pero su bucle lleno de color acabó por apagarse. Y esta vez, era mucho más difícil levantarse que antes. Como si se tratara de un bucle cerrado que Ziel debiera experimentar por el resto de su vida. Su vida humana llegaba a su fin. Y tras ésta, los secuestros no pararon por parte de los desertores. ¿Dónde estaban sus añorados ángeles en esos momentos? ¿Por qué no acudieron a protegerle como antaño? Puede que el poder del cielo, hubiera dejado de hacer efecto sobre él al convertirse en vampiro. Puede que, realmente, aquellos dos seres tan blancos y resistentes, no resultaran ser verdaderamente enviados desde arriba; sino más bien desde abajo. La soledad se agarró a cada uno de sus días encerrado entre esos barrotes de hierro. El dolor, la angustia por no ver la luz del sol, la propia desesperación por quitarse la vida de cualquier forma, el anhelo de esos días al lado de ambos o una vida lejos de la miseria que sufría. Poco a poco, sus días dejaron de ser alegres. Su sonrisa se fue escondiendo bajo las risas, los insultos, los golpes y maltratos, los experimentos de Ryu Olivier y el resto de sus hombres. ¿Y es que acaso él pecó de algo? No le había hecho nada a nadie. Ni siquiera a los desertores. ¿Y a Alec? ¿Qué le había hecho para que ahora lo tratara de ese modo? ¿Qué culpa tenía él de todo? Bien si Marcus no quiso encargarse de cuidar y protegerle, desde luego que no fue por su culpa. En ese entonces, Ziel ni siquiera había nacido y aún quedarían lustros para que apareciera en este mundo. Luego, ¿por qué terminaba siendo él quien cargara de las consecuencias de otros? ¿Por qué no existía otro cabeza de turco? Aunque solo fuera por esta vez.
    Sus ojos dispares, amarillo y azul, se clavaron inmediatamente sobre los de su adversario. Alec estaba allí, para condenarle y cuidarle, paradójicamente, al mismo tiempo. Sin embargo, el joven zorro aún albergaba una gota de esperanza acerca de sus intenciones. Por eso sus pupilas se ensancharon y el color de sus iris se llenó de agua como antes. Y sus colas intentaron protegerle de lo inminente, pero fue completamente en vano. Toda duda se disipó y todo rayo de incertidumbre, desapareció. Casi no pudo hacer nada para remediar ser arrojado encima de la cama y que sus muñecas fueran atadas en el cabecero de la cama. No obstante, era incapaz de dejar de mirarlo, como si en realidad estuviera buscando en su interior aquel niño que como él, también tuvo esperanzas de tener un padre y una madre a los que acudir por ayuda, a los que agarrarse por las noches cuando tenían pesadillas o cuando algo les daba miedo. Quizá no lo encontró, o puede que ese fragmento se corrompiera tanto que ni alguien como Ziel  fuera capaz de recuperarlo.

    Desvió el rostro de la hamburguesa nuevamente, arisco como de costumbre. Se volteó como pudo y comenzó a morder la cadena que lo mantenía preso. En cambio, la rareza de su estado le obligó a que, finalmente, continuara lamiéndose la incisión de bala para sanarla rápidamente. Sus colas se ahuecaban por debajo de su espalda, buscando una posición más cómoda o mejor para defenderse del vampiro. Y nada más posicionarse sobre su cuerpo desnudo, el cachorro enseñó los colmillos blanquecinos entre sus labios, amenazante, retorciéndose cuantas veces pudiera para liberarse de la cadena. La pregunta de siempre se formulaba sobre su cabeza: ¿qué iba a hacerle? Bufó en cuanto Alec trató de acercarse lo más mínimo a su hombro, girando velozmente la cabeza para morder sus manos, su rostro o lo que agarraran de él. Y entonces, Baskerville se atrevió y probó su sangre maldita. El fuerte calor que transmitía su propia piel, el ardor de su lengua, sacó fuera de sí al animal por el intenso dolor que se hallaba ahora sobre su herida. Se escuchó un grito ensordecedor, -tan animal y fiero como el propio zorro- por toda la mansión de los Morgensten. Ziel gemía y gruñía, desesperado por ayuda, por una gota de socorro, retorciéndose cuanto más podía para quitar a Alec de encima y hallar un leve descanso. Intentó morderlo en varias ocasiones, siendo totalmente en vano, pues rápidamente se dejaba llevar por esa sensación nauseabunda que tanto mal –y tanto bien, mismamente- estaba causándole. El joven creía que podía desfallecer allí mismo por la angustia que le provocaba aquel criminal quemazón.

    Sin embargo, esta vez no sería el único que experimentara ese malestar.

    Y por suerte, tras un largo calvario del que pensó sin fin, Alec se separó de su piel con la sangre en los labios. La herida del peliblanco sanó plenamente, dejando únicamente la señal del disparo en la piel. Con un poco más de fuerzas, no quedaría ni un solo rastro. No obstante, el neófito aún continuaba jadeando y temblando de tan cruel sensación. De alguna forma, hasta entendió que lo estaba ayudando a sanar, pero eso no quitaba el suplicio que sufrió, lo cual probablemente pagaría futuramente. Y no puramente eso, sino que sus muñecas estaban enrojecidas y maltratadas de tanto forcejear contra la cadena. El sudor todavía caía de su frente y de sus cabellos blanquecinos, empapados, a causa de tal proximidad con una fuente interminable de calor infernal. Y después de todo, empezó a menguar lentamente su respiración, tan ajetreada que llevaba por su culpa, la cual marcaba aún más sus costillas en su fina y sedosa piel blanca y aterciopelada. Sus párpados, comenzaron a descender suavemente, ocultando parcialmente el color de sus iris dispares. En su rostro sedado y afligido, se comprobaba que no le importaba lo más mínimo si le miraba la desnudez –pues era un animal y normalmente no suelen llevar ropajes que les cubran, solo su pelaje y… Ziel tenía piel a cambio, lo cual no significaba un tabú para él-, ni tampoco se preocupaba por los perros que aguardaban en la entrada. Ya había pasado todo, ¿no es así? Ahora… Ahora podría comer las hamburguesas, beber anisadamente la bolsa de sangre que estaba esperándole en la mochila de Alec, recuperando las fuerzas que le faltaban en este instante; para después marcharse de allí por donde vino. No sin antes liberarle, justo como Ziel esperaba con fe.

    No obstante, Alec no tenía en mente semejante idea en la cabeza, seguramente. El chico era su presa, se viera por donde se viera. Y la sangre de Ziel le sirvió de un pronto aperitivo impensable. En cambio, lo que ninguno de los dos conocía, era aquel pequeño vínculo que se realizó entre ambos. El neófito estaba mezclado con un animal salvaje, un zorro: Osaki. Él era un Guardián, un espíritu protector que se encargaba de vigilar los bosques y a todos los seres que habitaban en él. Ziel Carphatia, por la misma causa, no formaba parte pura de ninguna de las dos razas: ni zorro ni humano –o vampiro según se viera-. ¿Cómo era entonces su sangre? Algo paradisiaco, fuera de lo común –como el mismo chico-, tan sumamente extravagante como las orejas que se escondían entre sus cabellos. La adicción que esta producía era incansable para cualquier nivel E y asfixiante para un vampiro con mayor capacidad de contención. Su atrayente sabor metálico, sólo dejaba más que desear. Continuaría intensificándose, hasta que la tortura fuera completamente insoportable. Quizá fuera una de las debilidades más inmensas de un híbrido como Ziel, pues cualquier vampiro sediento podría acabar con su vida. O puede que resultara una de las ataduras más singulares que existieran. Por otra parte, Alec dependería de él, del sabor que prometía. ¿Hasta cuándo duraría esto? ¿Estaba nuevamente condenándose por un pacto de sangre? Había un límite, el cual desconocían ambos seres, incluido el chico zorro. La dependencia permanecería hasta que el neófito se cansara de tenerle como esclavo. Su propia sangre híbrida, especial por el propio Osaki, era capaz de entumecer los músculos de quien roba lo que no le pertenece, de beber de alguien tan puro y salvaje como la misma lluvia. En un futuro próximo, lograría paralizar el corazón del ladrón lentamente. Y por el momento, debía aguardar a descubrir estos dones que le fueron otorgados por el mismo zorro sagrado, pues aún se encontraba descubriendo todo lo de su alrededor. Era un cachorro después de todo, ¿no?

    Una vez la agitación de su cuerpo comenzó a desaparecer, su nariz se movió, inspeccionando el olor de la hamburguesa que tendía Alec. Después del quemazón que éste le provocó en el hombro y sus esfuerzos por resistirse, apartarle o detenerlo, sumándose su cansancio por la pérdida de sangre que experimentó, el chico zorro tenía que recuperar fuerzas. Y qué mejor que una tierna hamburguesa esperando por él, incluyendo un poco de sangre que también llevaba su nombre. Ziel se inclinó un poco hacia delante, guiado por su sentido del olfato hacia la comida. Su rostro se veía cansado y dolorido, pero sus orejas se asomaron por su cabeza, mostrando atención hacia aquel suculento bocado. Sus colas se movieron en su espalda, facilitándole el movimiento y acercándose más hasta la mano del vampiro. Automáticamente se relamió en cuanto tuvo la carne sobre los labios. Sí, tenía hambre. Un hambre atroz, tal, que podría descuartizar a un cazador para beber su sangre y comerse su carne. No obstante, un zorro siempre fue un animal desconfiado, solitario, el cual puede alimentarse por sí mismo y ocultarse de sus depredadores. Y el azul y amarillo subieron hacia la mirada de Baskerville, clavando sus ojos pesados y levemente acuosos –como si estuviera a punto de llorar por lo sucedido anteriormente-. ¿Podía confiar en él? ¿Lo envenenaría? ¿Por qué aún continuaba atándole contra la cama? Eran preguntas que lanzaban sus pupilas hacia las suyas, interrogante por toda esta situación. Sin embargo, no se entretuvo en que fueran respondidas, pues la necesidad de recuperar fuerzas obtenía mayor prioridad. Más tarde sería capaz de conseguir rebelarse de nuevo, de ser requerido.
    Sus labios se despegaron, mostrando sus colmillos blanquecinos, afilados como cuchillas. Y terminó por morder la hamburguesa despacio, miedoso todavía por las intenciones de Alec; disfrutando del sabor que experimentaba por primera vez tras olvidarlo por la amnesia.
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    Mensaje por Alec Baskerville Dom Dic 06, 2015 8:53 pm

    ¿Cuánto trabajo podía llevarle controlar a este chico? Jamás hubiera imaginado que tan salvaje resultaría. De hecho, a pesar de conocer ciertos movimientos y planes de la Nueva Asociación respecto de él, nunca lo había visto con sus propios ojos de un modo tan directo y cercano. Ahora Ziel estaba a su disposición, bajo su vigilancia y "cuidado". En ese momento, mientras sus claros ojos acuosos lo observaban suplicantes, el joven vampiro estaba tendiéndole una hamburguesa; aquella hamburguesa que tantos deleites prometía. Quizás se trataba de la única luz de esperanza para Carphatia, a quien el hambre atroz estaba torturándolo más que la anterior herida. Y una vez el rugir de su estómago ganó a toda desconfianza, Alec fue soltando poco a poco la hamburguesa. No obstante, se encontraba en una posición difícil para alimentarse. ¿Y por qué mierda él tendría que preocuparse por su comodidad? Pero sabía que necesitaba obtener parte de su confianza para poder manipularlo de un modo más eficaz y asegurarse de que le diera menos problemas. Por eso, alejó un momento la hamburguesa mientras Ziel se encontraba masticando un trozo. Comenzó a aflojar las cadenas que rodeaban sus enrojecidas muñecas. Suspiró unos momentos antes de soltarle, clavando sus intensos ojos en él. Estaba seguro de que con un individuo en el estado en que se encontraba Ziel, era más eficaces los gestos que las palabras. Los ojos de Alec acompañaron la acción que estaban llevando a cabo sus manos. Estas se deshicieron de las cadenas y volvieron a entregarle la hamburguesa. Lentamente sujetó su mochila y del interior sacó dos bolsas de sangre. Las acomodó en la cama frente a Ziel, junto a la suculenta hamburguesa que él había mordido previamente. Nuevamente, Alec regresó sus ojos a los suyos. Le daría un tiempo reconfortable y calmo para que pudiese alimentarse. Ziel estaba recibiendo por parte del vampiro un trato que éste sólo efectuaba con sus canes. Y no era un detalle mínimo, pues Alec nunca solía ser amable con otros seres que no fueran sus fieles compañeros cuadrúpedos. Aunque lo único que motivase su considerado gesto fuese el dinero -corrosivo bien de cambio que contribuía a su deseo de venganza como útil excusa-, no había por qué menospreciar el esfuerzo, ¿cierto?

    Alec quedó de pie a su lado, observándolo siempre atento a cualquier cosa que de repente pretendiese intentar. De todos modos, estaba seguro que el alimento allí presente ante sus ojos acapararía su atención, al menos de momento. Baskerville observó las cadenas y entrecerró los ojos, efectuando una leve mueca de significado dudoso en sus labios. Se dirigió hasta la puerta y se aseguró de trabarla adecuadamente. Poseía una resistente cerradura. Probablemente quienes habitaron esta casa guardaban cosas de sumo valor aquí dentro. Y ahora Alec también lo hacía: un tesoro codiciado estaba sobre la cama, alimentándose; un rehén que le daría muchas cosas a cambio, incluso la más deseada y difícil de adquirir de momento: la deliciosa venganza contra su padre. Aunque por muchos años su única aspiración había sido matarlo, arrancarle la vida por completo y recordarle a través de la sangre lo que la propia sangre podía hacer, últimamente Alec se encontraba algo dudoso al respecto. Francamente, no sabía qué fin le gustaba más para Marcus O'Conell. Ahora la muerte le parecía algo demasiado fácil, algo que lo liberaría pronto, y lo que Alec en realidad quería era su eterno sufrimiento, su más notable y profunda miseria. Sus ojos volvieron a posarse sobre el ser que llenaba su boca desesperadamente. Los perros continuaban protegiendo la entrada mientras él caminaba con lentitud al costado de la cama. Lo vigilaba detenidamente, mientras su mente amasaba la multitud de posibilidades que se le ocurrían en ese momento. Tocar apenas un pelo de esa criatura salvaje significaba tener encima la ira y la sentencia de muerte por parte de Marcus. Entonces, ¿qué pasaría si sus sucias manos rozasen algo más que un simple mechón del chico? Podría golpearlo, violarlo, abusar de él mediante múltiples formas. Después de todo, era algo a lo que su frágil cuerpo estaba acostumbrado, ¿verdad? Sin embargo, no podía permitirse el caer tan bajo como esas escorias miserables de la Nueva Asociación. Por más deseos de venganza que pudiese tener contra su padre, Alec tenía ciertos códigos consigo mismo. Sabía perfectamente que Ziel Carphatia sólo había sido un desdichado humano con el cual un vampiro ruin se había obsesionado. Conocía la historia. Los chismes de ese tipo suelen volar, y más aún dentro de las paredes de una organización que tiene al muchacho como uno de sus principales objetivos. Por esa razón, era perfectamente consciente de que Ziel significaba, para él, sólo un chivo expiatorio; sólo un señuelo, una suculenta carnada que le permitiría atrapar al pez gordo de la pecera. Cuál sería el destino que finalmente teñiría las páginas en blanco de la vida de Ziel, lo desconocía. Pero Alec podía creer que quizás tuviese algo de suerte al final: no sólo lo libraría de su padre, sino que también podría librarlo de la Nueva Asociación si él mostraba un poco de colaboración. Después de todo, las lealtades de Alec estaban allí donde sus objetivos podían cumplirse. Y la gente de Olivier, e incluso él, lo tendrían de su lado mientras le fueran útiles. Aunque la moral de Alec fuese cuestionable en múltiples aspectos, siempre había algo que lo diferenciaba del resto de vampiros: detestaba que abusaran de los débiles inocentes. Había visto cómo incluso sometían a humanos, e incluso traficaban con mujeres que tenían allí contra su voluntad. Ziel, lamentablemente, caía dentro de ese grupo de desdichados por inercia, pero había algo que lo diferenciaba del resto: no era un simple humano, pues estaba muy lejos de ser uno, y como si eso no fuera suficiente, tenía en sus manos el poder para hacer de Marcus lo que él quisiera, y paradójicamente Olivier acabó haciendo lo que él quiso con el propio ser, transformándolo en algo que ni él mismo reconocería al mirarse al espejo.

    Alec caminó hasta la ventana próxima, a muy escasos metros de la cama donde se encontraba Ziel, y sacó su móvil para ver la hora. A continuación, encendió un cigarrillo. En medio de sus pensamientos, suspiró justo antes de inhalar el humo. Ahora que todo estaba saliendo tal y como planeó, tomando un rumbo positivo, algo le incomodaba; algo le hacía ruido allí, muy en el interior, como un espejismo de conciencia que conoce la diferencia entre el bien y el mal, entre la justicia y la venganza. Volvió a mirar el móvil y recorrió los contactos de su agenda. Se detuvo en uno y leyó su nombre varias veces. Su mirada carmesí, turbia y oscura, se perdió al otro lado de los cristales de la ventana al cabo de unos segundos. Desde allí se veían las lejanas copas de los árboles que conformaban el bosque. Tenía los medios, tenía las formas y conocía el resultado si seguía al pie de la letra sus corazonadas. Y precisamente de eso se trataba. Algo presentía, allí en el interior, algo intuía. Regresó sus ojos hacia Ziel. Era cierto: podría hacer con él lo que quisiera, podría desquitarse por todos estos eternos años padeciendo la ignorancia y el olvido de su padre, podría vengarse a través de él y depositar en su pálido y desnutrido cuerpo todas sus tensiones y todos sus rencores, ¿pero estaría satisfecho? ¿Hallaría un dulce descanso al tormento de siglos por regocijarse en la tortura de alguien que no eligió ser amado por un hombre despreciable? Alec sabía que eso no sería suficiente, que no hallaría en Carphatia el placer de sentir la desesperación y miseria que esperó durante años que cayera sobre la cabeza de su padre. Sin embargo, Ziel era el instrumento, al menos uno de ellos y quizás el más importante. Ziel era una herramienta, un medio para concretar sus fines. Entonces, debía utilizarlo adecuadamente. Alec no podía ser presa de sus impulsos, porque eso no sería para nada sabio. Aunque las ganas de matarlo allí mismo podrían desbordarle por momentos con tal de obtener una mísera pizca de placer, no lo haría. Actuaría como siempre: frío, calculador, preciso.

    Mientras sacaba nuevamente su móvil, miró al joven zorro mientras seguía alimentándose. Le dio otra calada al cigarro, y volvió a revisar su agenda. Seguidamente, redactó un mensaje. Casi instantáneamente, otro móvil comenzó a sonar desde el interior de su mochila. Alguien estaba llamándolo, y no se trataba de la persona a la que estaba redactándole aquel mensaje, pues el móvil que sonaba incesantemente era el que utilizaba para trabajar con la Nueva Asociación, mientras que el que tenía entre sus manos era un cuyo número estaba limitado a escasas personas. En cuanto el aparato cesó su sonido, Alec volvió sus ojos al mensaje y finalmente lo envió. Tras hacerlo, elevó su mirada a través de la ventana otra vez, descubriendo su reflejo en el cristal. Mientras observaba el reflejo de sus propios ojos, colocó su cigarro entre sus labios, hasta que éste se consumió por completo.

    A veces tengo miedo de encontrarme solo y desnudo frente al espejo.
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    Mensaje por Ziel A. Carphatia Vie Dic 25, 2015 9:36 pm

    Su estómago rugía como si existiera un animal dentro de su vientre, aunque el salvaje ya fuera él mismo. La necesidad, acudía de nuevo al ser indómito que se encontraba atado sobre la cama. Tras aquel primer bocado, Ziel estaba desesperado por tomar otro. Y otro, hasta terminársela, esperando incluso que hubiera cientos de ellas en la mochila que traía Alec consigo, la cual observaba de reojo. ¿Pero qué esperaba después de todo? El chico ahora no comprendía el comportamiento humano, o más bien no lo recordaba. Tenía que volver a experimentar como un niño, como el cachorro que era ahora, todo lo que se perdió en su cabeza. Hasta el día en que actuara de nuevo como una persona normal, no sólo Alec, sino todos aquellos que quisieran encargarse de su bienestar, de su seguridad, tanto para hallar un fin como preocupados por el chico, deberían padecer su actitud indómita, agresiva y tan salvaje. Además de ello, Carphatia estuvo de casa en casa, de problema en problema durante todo este tiempo, que apenas logró alimentarse como un híbrido así debería; eso sumaba otro inconveniente más a la lista, pues una fiera desconfiada y con hambre era lo peor que podía presentársele. Pero realmente, la mayoría de los cuidadores que tuvo hasta ahora, tan sólo pensaron en su ansia por beber sangre antes de volverse un peligro más, ya que el peliblanco continuaba siendo un neófito que no controla sus instintos.

    Por suerte, su nuevo cuidador, había previsto este aspecto con las bolsas de sangre y la hamburguesa; ganándose también una pequeña gota de confianza del animal. De ello, las orejas de Ziel se hallaran levantadas y cómo intentaba estirarse para alcanzar otra vez ese manjar de carne que le ofrecían. Se relamía constantemente tras degustar comida después de tanto tiempo deseando alimentarse en condiciones. Otro bocado más, tal que casi sin masticar, acabó por tragarse inmediatamente. Y sus ojos, miraban intensamente a Alec, suplicante porque lo soltara para poder comer en condiciones y de un solo mordisco el resto de la hamburguesa. Sin embargo, el vampiro se demoró un poco más hasta que volvió a reducir la cercanía entre ambos para acceder a las cadenas que lo sujetaban. El chico retrocedió por la repentina pérdida de espacio y esperó atento y desconfiado la liberación. Pero antes de conseguir movilidad completa, aquella mirada advertía más de un cuidado a tener en cuenta. Ziel atendió a sus gestos, entendiendo el mensaje a la perfección. Él tampoco poseía mucha intención de atacar por el momento, puesto que había cosas más importantes que atender.

    De ahí a que el peliblanco continuara guardando las distancias aun cuando Alec se levantó de la cama. Miraba la hamburguesa inquieto, retorciéndose de hambre, moviendo las colas por el deseo de salir a por su presa, salivando más a cada segundo de impaciente espera. Y en cuanto observó a su cuidador y este perdió la vista por la ventana, no logró aguantarlo más. Posó una mano adelante, dudando de si él lo atacaría por acercarse a ésta. Seguidamente, el brazo que anteriormente estaba herido, sin acordarse siquiera de este hecho. Una vez inspeccionado el terreno y el humor de Baskerville, se agachó levemente sobre la cama, terminando por abalanzarse sobre la hamburguesa. Sus colas se movían en señal de alegría por saciar en algo su hambre, aunque en apenas dos mordiscos ya no quedaba rastro de ella. Tosió en sucesivas ocasiones, en cambio, debido a la impaciencia que le recorrió por dentro en ese impulso de que el vampiro fuera a quitársela. Y sus orejas se movieron sigilosas, clavando a continuación la vista en una de las bolsas de sangre. Se acercó levemente a ella y la olfateó con cuidado, pues la forma que tenía le causaba cierta desconfianza. Hasta ahora, toda la sangre que adquirió fue directamente mordiendo sobre alguien, a preferencia de Rangiku o Christian.

    Se irguió un poco, lo justo para girarse para mirar a su cuidador. El olor de su tabaco no le agradaba en absoluto, pues era denso y reducía la sensibilidad de su olfato. Estornudó de repente, pasándose las muñecas por la cara para intentar rascarse. Seguidamente, agarró una de las bolsas de sangre con la boca y saltó de la cama para introducirse debajo del colchón. El humo subía y mientras tanto, él bajaba para sentirse además protegido de los perros y de Alec mismo. Allí, intentó inspeccionar de nuevo la bolsa de sangre, haciendo pequeños gruñidos por la tensión que le provocaba no entender eso del plástico que la envolvía. Y finalmente, tras darle vueltas con una de las manos, miedoso, terminó por morder a ver qué ocurría después de todo. La sangre comenzó a fluir y su instinto más demencial resurgió en el cachorro. Agarró la bolsa con ambas manos, bebiendo desesperadamente el líquido carmesí que contenía dentro, lamiéndose incluso las manos, las muñecas, la propia bolsa y hasta el propio suelo, en busca de una miserable gota más. Los gruñidos comenzaron a hacerse más intensos, más salvajes y nerviosos que antes. Estaba alterado porque había olor a sangre alrededor y esto aumentaba su sed y el sofoco que ésta le provocaba. Empezó a girar a lo largo del bajo de la cama, mientras sus colas se movían fugazmente de un lado a otro. Esta era la principal causa de que Ziel perdiera el control la mayoría de las veces, pues dejaba su ira a la luz y los enemigos tan sólo no paraban de venir.

    Un cuerpo blanco de larga melena volvió a aparecer reptando por el suelo, gruñendo entre dientes. Subió de un salto a la cama y agarró la segunda bolsa, bebiendo de ella al igual que lo hizo con la otra. Ziel creía enloquecer. Había sangre, estaba tomando sangre, pero no era suficiente para un neófito como él. Normalmente, el indómito terminaba en brazos de Christian Blade, bebiendo y anestesiándose con el cuello de este, hasta que encontraba la saciedad y terminaba por caer rendido a su merced. No obstante, esta vez no estaba él para salvarle de aquel fuego que tenía en la garganta, ni tampoco hallaría sedación con su sangre pura de ninguna forma. Y ansioso, el chico olfateó las sábanas en un intento de encontrar más sangre, alguna bolsa más, incluso metió la cabeza dentro de la mochila sin hallar resultado. ¿Dónde había más? ¿Qué tenía que hacer para conseguir más? Ajetreado como estaba, saltó de nuevo y recorrió la misma zona de antes. No, allí no había nada. Guiado por su nariz, Ziel recorrió la estancia por completo, introduciéndose  incluso hasta en el baño. ¿Dónde? ¿Dónde podía haber más? Justo delante de sus ojos hirvientes en la misma sangre que anhelaba, se encontraba la posible salvación: Alec Baskerville. Pero, ¿acaso él caería ante la mirada de un cachorro como él? ¿Iba a complacer todas las necesidades como su “cuidador”? Aquel chico era posiblemente el milagro que esperó tener a lo largo del cultivo de su venganza, pero, ¿podría convertirse él en el milagro de Ziel Carphatia?
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    Mensaje por Alec Baskerville Mar Ene 26, 2016 6:18 pm

    Cerró el móvil cuando aquel mensaje fue enviado, pero a los minutos tuvo que revisar su pantalla, pues el buzón avisaba de una nueva entrada. Alec, pacientemente, se llevó otro cigarro a los labios. No había terminado de apagar el anterior que ya estaba llevándose otro a la boca. Ventaja de vampiros, pues ellos no iban a morir por algo tan insulso. En cambio los mortales no gozaban de la misma suerte, y tal vez eso les brindaba algo más de adrenalina al consumir el fuerte tabaco. Sabían que tarde o temprano la muerte de los llevaría, por esa u otra causa.

    Cordelia Heinz había recibido correctamente su mensaje y ya se dio por iniciada aquella conversación entre la vampiresa y un completo desconocido. Sin embargo, ¿cómo podría obviar el último mensaje que le había enviado? Sólo una imbécil dudaría tanto. En días como los que corren, estas pequeñas esperanzas son lo justo y necesario para aferrarse a cualquier deseo de victoria. Alec sabía que Heinz frencuentaba la Nueva Asociación, que tenía contacto con Ryu y que de hecho ella fue quien proveyó a los laboratorios con Fraiah Eslin y Yuuki Kuran. Pero, a su vez, sabía que algo ocultaba. Alec había sido un mentiroso y frívolo ente solitario por mucho tiempo como para no poder leer las intenciones de las personas. Sabía que esos verdes ojos bonitos y seductores miraban a través de algo más que simple cooperación. La Nueva Asociación le debía dinero a Baskerville, y él no trabajaba gratis para nadie. Ahora tenía a Carphatia, deliciosa póliza de seguro tanto para enfrentarse a ellos como para enfrentarse a su padre, pero... ¿qué haría con él a final de cuentas? Mientras más se retrasaba Cordelia en ceder y aceptar lo que le ofrecía -que desde luego no sería gratis, pues la bondad de Alec no era tan inmensa-, el chico estaba más tiempo a su merced. Y mientras más lo observaba, más ideas de pasar el rato se le ocurrían. No obstante, ¿sería Baskerville un protector decente por lo que quedara de tiempo? ¿O sus instintos más pérfidos acabarían por ceder y ganarle a la ínfima pizca de moral que había aflorado?

    Vio cómo se había metido debajo de la cama para luego volver a salir. Instantáneamente percibió la sed, el hambre, la desesperación. Incluso había logrado atravesar la puerta en un momento de descuido mientras meditaba qué hacer. Por suerte esa mansión estaba lo suficientemente cerrada y protegida como para que se le ocurriera salir. Alec apagó el cigarrillo antes de tiempo, y clavó sus rojos e intensos ojos en el cachorro. Se puso en cuclillas, y ladeó el rostro para mirarlo con más detenimiento.
    - Estás sediento, ¿verdad? -musitó en un tono relajado pero serio-. No fue suficiente, ¿no es así? -continuó. Su voz era suave, extrañamente aterciopelada-. Pero no hay más -sentenció, quebrando toda esperanza en el cachorro, eso, claro, si éste pudiera entenderle al menos una mísera palabra-. Pero quizás pueda conseguirte más... eso, si eres un buen chico -agregó luego de unos instantes, deslizando con su dedo índice el cuello de la chaqueta que cubría la blanca piel de su cuello. Allí latía con férrea vida su yugular. Pero, instantáneamente, volvió a taparlo y se puso de pie-. Pero no creo que lo merezcas... no tú, quien me lo ha quitado todo apenas sin que yo haya podido encontrarlo -espetó, retrocediendo varios pasos hacia atrás. La puerta de la habitación estaba sellada con el calor de su fuego. Nadie podría abrirla, a menos que él quisiera.

    De un ágil movimiento, se provocó una herida en la mano. Abrió la palma y se la enseñó.
    - Así es... Aquí está la esencia de la sangre que, sin duda, estás acostumbrado a beber -murmuró, haciendo alusión a su padre. ¿Qué haría Ziel ante aquella tentación? ¿Cedería? Pues Alec se había propuesto actuar en consideración con lo que el chico hiciese. Si unos momentos atrás parecía arrepentido, ahora ya no sabía si lo estaba. Alec Baskerville era impredecible, una verdadera bomba de tiempo que de buenas a primeras podía desconectarse por el bien de todos, o bien podía estallar haciendo volar en mil pedazos a todo aquel que estuviera a su alrededor. Y ahora, Ziel, ¿qué haría? ¿Probaría una gota de aquel veneno? ¿Aliviaría su sed? Tal vez... aunque, lo que no sabía, era con quién se estaba metiendo, ni las oscuras sombras del pasado que despertaría, ni la dulce venganza que estaba renaciendo.

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    Mensaje por Ziel A. Carphatia Mar Ene 26, 2016 10:12 pm

    Su garganta sufría de incluso hasta dolor. Y por tanto, él padecía la peor condena que se le pudiera adjudicar, a pesar de ya haber olvidado toda pena pasada dentro de los laboratorios y las calamidades que su propio tío le propinaba. En cambio, no había nada peor para un vampiro que desgarrarse por la sed, que ansiar y tener delante de sí a una víctima pero ni siquiera poder tocarla. Esto mismo, era lo que experimentaba ahora Ziel Carphatia; aunque por desgracia, no era la primera vez. Anteriormente, también tuvo delante a algunas personas que deseó fervientemente, en sus adentros, que su sangre fuese suya. Como por ejemplo, los dos vampiros que ocuparon la razón de su vivir, tiempo atrás. Sin embargo, aun si sus ojos hirviendo en tal color carmesí devoraban con la mirada a Alec, no se atrevió a tocarle lo más mínimo y dejó el espacio que creía éste necesitar. Y entre tanto, sus colas se movían agitadamente, inquieto y nervioso por cualquier tipo de movimiento. E incluso hasta logró retroceder cuando el vampiro se puso de cuclillas para acercarse. Pero no, aún no veía en él ese seguro de poder beber de su sangre. Ziel todavía esperaba por alguna señal, un algo que le indicara dónde se encontraban más de esas bolsas de plástico, seguro que escondidas en algún lugar de la casa. ¿Y por qué? Por un mínimo de respeto. El cachorro conocía perfectamente quién le había curado, quién le había dado esa hamburguesa y por ende, también la sangre que despertó la parte más asesina de su ser.

    Sus palabras intentaban llegar a él, aunque no lograra comprender el lenguaje humano. Sus colas dejaron de agitarse de un lado a otro, levantando inmediatamente las orejas en señal de atención, ansioso por él; como sus ojos, dos grandes orbes brillantes y acuosos en color rojo, con una gran pupila ensanchándose a cada segundo más y más. En el chico no se veía ningún tipo de cambio a excepción de éste último comentado, ni siquiera con un insulto lograría cambiar ahora su actitud. Sino con sus gestos, con su mirada, era con lo único que podía comunicarse su captor con la presa. Y fue en la última frase fue donde él se percató de algo. No por lo que decía, sino por aquel rotundo y sofocante calor que emanó directamente de Alec, sensibilizando la aparente frágil piel del cachorro humano. Algo pareció hacer mella en sus sentidos, puesto que retrocedió un par de pasos, extrañado por esa repentina sensación que le recordaba tanto a las quemaduras que el Sol le provocaba. ¿Qué ocurría entonces? ¿Acaso había hecho algo malo? ¿El qué era? Existir, diría seguramente.

    Pero, ¿qué culpa tenía él de haber nacido de una infidelidad? ¿Acaso también debía disculparse por enamorarse de Marcus O'Conell? ¿Por qué? En ningún momento tuvo mala intención con el vampiro, sino todo lo contrario. Quería lo mejor para su pareja, de ahí a que arriesgara su vida en más de una ocasión, que se convirtiera a un inmortal principalmente para continuar haciendo de Marcus un hombre mejor, capaz de reconocer sus propios errores e incluso remendarlos a tiempo ahora. Podría hasta decirse que Carphatia terminó siendo aquella mutación entre vampiro y zorro por desear protegerle. ¿Y no era capaz de ver Alec que él tan solo fue un títere más en una función que no le pertenecía? Como si en alguna parte el verdadero peliazul se escondiera dentro y tratara de hacerle comprender o calmar su angustia y venganza, los ojos del neófito se apaciguaron, ensanchándose aún más. Sus orejas bajaron, retirando la mirada de su cuidado, en forma de sumisión. ¿Qué tenía que hacer Ziel para que Alec entendiera? El peliblanco no era la razón por la que su padre le dejó abandonado junto con su hermana. Aún quedarían lustros hasta que, un ser como el que tenía delante, pudiera llegar a este mundo en la forma de un bebé humano. Y en el supuesto de conseguir existir y estado a su lado en esos momentos, el peliazul ni siquiera hubiera dejado a dos niños sin abrigo, sin un padre que les enseñara la crueldad de este mundo; todo lo contrario a como pensaría Baskerville. Y lo sabía con gran certeza, puesto que él tampoco había tenido a un padre. Ni siquiera un pariente biológico se encargó de sus cuidados, de procurar mejorar su enfermedad. ¿Quién, sino él, era capaz de comprender lo que tuvo que experimentar? Conocía lo que era sufrir el desprecio de aquellos que se quiere, de la propia sangre, de perder a un ser muy querido en un accidente. ¿No podía verlo en sus ojos? La venganza era demasiado sucia para quitarle esa grandísima venda de los ojos.

    Cómo desearía poder hablar con él y hacerle entender esto mismo, hacerle entrar en razón de que su persona no era su principal enemigo. Los desertores. Ellos eran a los que debía perseguir y cazar, exterminar, torturar si quería. Quizá le debían dinero a Baskerville o algún tipo de traición cometieron, pero ¿y a Ziel? Una vida no sería suficiente para todo lo que había tenido que sufrir entre esas cuatro paredes. Y por si esto fuera poco, resultaba ser alguien idéntico a él, que justamente padeció las mismas circunstancias que el peliblanco, el que quería aumentar el peso de su yugo y esclavizarle a cualquier tipo de deseo que tuviera: ya fuera venderle, aprovecharse o jactarse de él... Sin embargo, de ser capaz de recuperar la memoria, de recuperar su vida anterior, después de todo, intercedería incluso entre padre e hijo para que ambos se entendieran, para que lograran comprenderse el uno al otro, recuperar todo aquel largo tiempo que perdieron por culpa del dolor. No obstante... Ziel no lograría comunicarse ni ahora, ni en un futuro cercano. Era imposible que Alec entendiera su historia si no era capaz de transmitirla.

    El corte de su mano devolvió la atención al cachorro de vampiro. Levantó la mirada en ese mismo instante. Y sus ojos volvieron a brillar con aquel instinto depredador, mientras sus orejas se levantaban de nuevo y sus colas regresaban a la veloz danza anterior. Tragó saliva, una vez devuelto el nerviosismo por ver sangre, por querer probarla, por ansiar beber y saciar el hambre que como vampiro se instalaba en sus venas. Y ni siquiera prestó atención a sus palabras, ni siquiera se fijó en su mirada de advertencia. No lo aguantaba más. Creía enloquecer si esperaba un minuto más. Dado que, en el momento en que inhaló ese olor tan sumamente conocido para su olfato, desató al más fiero animal que intentaba permanecer en su sitio. De alguna extraña forma, Ziel sabía quién era Alec, lo que suponía aquella sangre, SU sangre para ser exactos. Como si de alguna forma quisiera escapar de este raro sueño y supiera que, al beber y volver a esa "casa", despertara cómodamente entre las sábana, justamente acurrucado en los brazos de aquel que amaba. En cambio, este cuento no tendría un final tan feliz para ninguno de los dos vampiros. Para Alec, porque el peliblanco, apurado y ansioso, se abalanzó sobre él, agarrando con necesidad su muñeca y clavando desesperadamente sus colmillos sobre la piel. Comenzó a beber aceleradamente, conteniendo la respiración para no atender a ningún tipo de distracción. Era posible que el tiempo que pudiera estar bebiendo fuera corto, mínimo seguramente. Aunque, en realidad, éste fuera el suficiente para hacerle darse cuenta de que no despertaría de su pesadilla, sino que esto de ahora, era el mismo mundo que el de Alec Baskerville.
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    Mensaje por Alec Baskerville Jue Ene 28, 2016 7:24 pm

    La sangre se deslizaba, lenta y embriagante. Alec no quitaba sus ojos de los de Ziel Carphatia. Frunció el ceño por apenas un instante, pero seguidamente su expresión volvió a tomar aquel halo inmutable, aquel semblante que representaba la nada misma.

    Probablemente el vacío que llevaba por dentro.

    - ¿Vas a seguir observándome así? ¿Es que me parezco tanto a él como dicen? -ladeó la cabeza, dejando mecer sus azabaches cabellos, detrás de los cuales una mirada tan penetrante como asesina se ocultaba-. No sé si sentirme halagado o maldito, eternamente avergonzado, porque mi padre es un cobarde que ha decidido revolcarse con un crío de cuarta -espetó, cada vez más insensible, más lleno de desprecio. Pero antes de que pudiera seguir hablando, notó cómo esos tiernos ojos de cordero tomaban la forma de los del lobo que en verdad era. ¿A quién quería engañar? Aunque lo rodease una apariencia pulcra y blanca, continuaba siendo el mismo chico manoseado, ultrajado, sucio por donde se lo mirase. Y curioso y extremadamente interesante resultaba que el mismo objeto de su profundo amor haya sido el que comenzó con esa decadencia en su miserable persona.

    Alec aún se debatía interiormente qué haría con él. Mientras más tardaba en enviar una respuesta aquella mujer que había contactado, más probabilidades existían de que Ziel terminase sometido de las peores formas que cualquiera podría imaginar. Pero, siempre, en todo momento en que quería ceder ante sus más bajos impulsos y actuar de la misma forma en que actuaría cualquier desertor, algo frenaba sus instintos. Justo como en este momento, donde el crío saltó directo hacia él para tomar su sangre. Alec se dejó derribar, cayendo al suelo con el peso del vampiro encima. Su brazo, extendido, mostraba en su extremo una mano cuya palma estaba completamente envuelta en carmesí. Y allí Carphatia incrustó sus colmillos. Alec, aún en el suelo, giró el rostro hacia su rehén. Su mirada estaba igual de vacía que antes.

    Nada le satisfacía. Nada le llenaba.

    Tensó su mandíbula ante la ira que se arremolinaba en su interior. ¿El origen de la misma? Él mismo. Había esperado tanto por este momento, y ahora... Ahora simplemente no podía ejecutar aquello que tanto deseaba. ¿Sería, acaso, que el chico ya estaba tan roto que Alec no veía otro trozo que destruir? Entonces recordó a su hermana, y lo mucho que esta sufrió cada minuto que estuvo con vida sin un padre que la protegiese de la calamidad.
    - No... nunca es suficiente -siseó, observándolo, mientras comenzaba a elevar la temperatura de su sangre. Elevando el brazo que Ziel tenía aferrado, logró levantarlo envolviendo con el mismo la cabeza de Ziel. Lo atrajo hacia así y se sentó en el suelo. En ningún momento había obstruido el almuerzo del zorro, sino que parecía estar abrazándolo mientras aquel arrebataba más sangre de la que originalmente le había ofrecido. Además, la temperatura de la misma se tornaba perfecta. Poseía la calidez suficiente como para simular ser la de un humano. Y mientras el muchacho bebía, la mano libre de Alec comenzó a escurrirse por el vientre desnudo del chico. Su tacto era caliente, reconfortante. Alec Baskerville era de seguro el único vampiro cuyas manos ardían con la vida de un humano común y corriente, y todo se lo debía al poder que yacía en su interior.

    Continuó avanzando, dispuesto a cometer las más grandes fechorías, pero otra vez aquel sentimiento insuficiente lo invadió. Otra vez, el vacío, el precipicio. Chasqueó la lengua, molesto. Sus colmillos brillaban detrás de los finos labios. Movió con rapidez su mano libre y sujetó su móvil. Envió otro mensaje al mismo número antes de apartarse y apartar a Ziel por completo. De un empujón, buscó arrojarlo lejos, lo suficiente como para que no siguiera alimentándose de él.
    - No seguiré perdiendo el tiempo contigo -dictaminó. La temperatura del lugar comenzó a elevarse cada vez más. Los sabuesos que acompañaban a Alec comenzaron a ladrar. De sus encías blancas babas caían. La bronca que Alec albergaba parecía estar siendo transmitida por estos. La madera de la puerta comenzaba a enrojecerse desde su base. Aquella habitación estaba convirtiéndose en un pequeño infierno personal. Sin embargo, el fuego aún no afloraba por ningún lado. Sería cuestión de tiempo, como sería cuestión de tiempo que el cuerpo de Ziel fuera hallado completamente carbonizado.

    - Tu vida ya no dependerá de mí -dijo con desprecio-. Eso apesta -aclaró. Chasqueó sus dedos y los perros que lo acompañaban saltaron por la ventana. Del mismo modo, Baskerville planeaba su retirada. Hasta aquí había llegado. Hasta aquí todo este maldito juego del cual no sacaba ningún rédito. Pues, a fin de cuentas, lo que le interesaba no estaba aún a su alcance, sino que su verdadero objeto de venganza se hallaba en este momento bajo la protección de la Nueva Asociación para la que él trabajaba. Pero, como suele decirse, siempre hay que arriesgar el lamentar algún daño colateral, ¿cierto? Por eso Ziel Carphatia pagaría parte de las consecuencias si su pellejo no era salvado a tiempo.

    - Parece que a esa perra del Consejo no le importas tanto -concluyó, mirándolo a los ojos con profundidad inerte, justo antes de desaparecer por la ventana que, tras su salto, acabaría por ser envuelta en brazas impenetrables del mismo modo que la puerta. Pronto sería destruida una de las cosas que mantenía en movimiento a la Nueva Asociación. Pero Ziel Carphatia no sufriría más... ¿No es así? Aunque, si era un poco desdichado, quizás viviera para contarlo, padecerlo.. y soportarlo.
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    Mensaje por Ziel A. Carphatia Dom Ene 31, 2016 10:19 pm

    No importaba cuánto esperó anteriormente o cuánto respetó el espacio de Alec. Todo eso formaba parte del pasado, pues en el instante en que vio aquel gesto de aprobación, fue incapaz de remediarlo. Su cuerpo estaba ya encima del vampiro sin que este pudiera esquivarle por tan repentino ataque, pese a que continuaba manteniendo ciertas distancias con él, pero más por su propia seguridad y comodidad. Y entonces no halló más placer que el que sus colmillos perforaran la mano de su captor y cuidador. Solo el beber tan salvajemente y directamente de las venas de otro sujeto, le saciaba tanto la sed que nadie llegaría a comprender cómo es que Ziel Carphatia tenía aquella perdición por la sangre. Sus orejas habían vuelto a camuflarse entre sus cabellos, mientras que sus colas danzaban alegremente en su espalda. Y es que esta era la primera vez desde que se convirtió en esta mutación de "cachorro humano", que tanta emoción y excitación sentía, pues anteriormente lo hizo más bien por obligación, tanto con Chris como con Marcus. En cierto sentido, podría verse como una "recompensa" por haberse portado correctamente, o así quizá lo viera uno solo de los dos presentes.

    Había que reconocer el hecho de que él aún era un neófito, a pesar de haber superado la transformación y sobrevivir durante un largo año lleno de penurias y malos tratos por parte de los desertores. Este hecho era debido a la pérdida de memoria, que él volviera a ser tan indómito e impulsivo, que su sed se manifestara tan sofocante e insoportable, que cuando despertó en esta forma inmortal. Razón de que perdió el lenguaje era el estado nervioso que normalmente caracterizaba al cachorro, sin importarle cuánto lo insultara Alec puesto que él no entendía nada; aunque a veces albergaban la posibilidad de que intentara comunicarse de alguna forma con el resto pero era incapaz de encontrar la forma. No obstante, él era el hijo de Marcus O'Conell y podría llevarlo con el vampiro, pese a solo hacerlo por mera venganza; regresando a los brazos que tanto lo protegieron y tantos golpes también le cedieron al peliblanco. Sin embargo, no existía circunstancia en la que se reencontrara con su pareja, ya que anteriormente lo había tenido delante de sus ojos y ninguno supo reconocerse mutuamente. Luego, ¿qué esperanzas tenía Ziel de ser encontrado? Ninguna. Para él continuar un día más viviendo era algo que celebrar y más cuando no sabes la razón de tu existencia, justo como era su caso. Simplemente pasaban los días, eso era todo.

    Entre tanto, Ziel se retorcía, girando por toda la mano de Alec, intentando encontrar la mejor posición para continuar alimentándose. Sus colmillos se clavaban una y otra vez, ansioso y desesperado porque una sola gota se desperdiciara en la madera del suelo. Y de repente, se vio sentado entre las piernas del vampiro, aún con la mandíbula puesta en su mano. ¿Y acaso le importaba que lo abrazara? En absoluto. Para Ziel lo único que importaba era la sangre que corría por su cuerpo, hasta encontrar la completa saciedad. La temperatura que ascendía lentamente desde el cuerpo de su presa, tan solo incentivaba más al anhelo de querer más y más sangre. ¿Para qué beber tanto? No lo sabía. Tan sólo quería continuar haciéndolo, dado que no conocía cuándo sería la próxima vez que consiguiera sangre fresca de Baskerville. Este, seguramente a cambio de lo que estaba tomando, deslizó la mano por su vientre, bajando tan minuciosamente que Ziel ni siquiera estuvo enterado que tocaban su blanquecina y delicada piel. En otra circunstancia lo atacaría sin dudar y sin ningún tipo de comprensión o piedad, pues él había conseguido nacer puro -de alguna manera- en aquella extraña forma de un zorro y un vampiro. Sin embargo, este no era caso. ¿Quería aprovecharse Alec de esta situación y mancillar al peliblanco? No hallaría en él gran cosa, desde luego. Su líbido había desaparecido de su cuerpo, no importaba cuánto lo tocara para ver en su rostro aquella expresión que Marcus tanto deseaba en sus encuentros. Tomar su cuerpo sería solo forzarle en contra de su voluntad, y eso quizá no era algo nuevo para su cuerpo, dado que desgraciadamente tuvo que experimentar esos horribles tratos antes. Toda excitación que el cachorro lograra, era meramente emocional, sin una sola pizca de lujuria en sus actos, ya que todavía estaba descubriendo el mundo y aún quedaban unas estaciones hasta que su instinto de reproducción se activara en su mentalidad animal.

    Y entonces, todo se detuvo.

    De un fuerte empujón, su cuerpo se separó de su fuente de alimento, retirándose por supuesto de la cercanía de Alec. El cachorro dio un respingo por los inesperados ladridos de los dos canes que yacían en la puerta, alejándose de ellos también. Seguidamente, se volteó a toda velocidad para observar a su captor, gruñendo entre dientes. ¿Por qué había terminado tan bruscamente su alimento? ¿Acaso él le dio permiso para hacerlo? De ninguna manera. Mostró sus colmillos, sin tener el remordimiento de que ese hombre quizá le había ayudado a sobrevivir de un nuevo secuestro de los cazadores, de morir en aquel tiroteo. Eso no significaba motivo para hacer algo así. No podía permitir que bebiera su sangre y luego apartarlo como si nada. Subió a la cama para demostrar quién tomaba el nuevo papel de Alfa y bufó ariscamente al vampiro, percibiendo el fuerte calor que hasta ahora había pasado por alto. En cambio, antes de lanzarse por segunda vez a por él y morderle, éste escapó por la ventana. Ziel ni siquiera lo pensó y siguió rápidamente el recorrido. Sin embargo, en cuanto puso sus manos en la ventana, esta estaba incandescente. El cachorro chilló del dolor por la fuerte quemadura sobre las palmas de las manos, saltando hacia atrás para alejarse cuanto más mejor. Lo que no esperó fue encontrar, con la sensibilidad de sus colas, el mismo horrendo calor, a causa de la puerta que se hallaba en la misma condición. Por suerte aquella segunda vez no se quemó, porque pudo maniobrar a tiempo para esquivarlo. Poco a poco, sus pies comenzaron a retroceder, hasta que la espalda tocó contra la pared, haciéndose un pequeño ovillo en la esquina de la habitación. Su rostro estaba completamente descompuesto, con las pupilas tan estrechas de la incredubilidad que albergaba. Aún no salieron las llamas, pero él conocía de alguna forma, lo que vendría a continuación.
    Y no había nada en este mundo que más asustara a un animal que el fuego.

    Efectivamente, al cabo de unos minutos, una de las brasas cayó en las cortinas que rodeaban el ventanal. Fue cuestión de tiempo que la llama prendiera y comenzara a deshacer la tela. Ziel comenzó a gemir pidiendo algún tipo de ayuda, por si ablandara el corazón de Alec en alguna parte. E instintivamente se giró contra la pared y empezó a arañar las paredes sin importarle sus manos abrasadas, buscando alguna salida que no fuera la puerta o la ventana, desesperado porque las llamas no se acercaran a él lo más mínimo y lo consumieran. Inconscientemente, a causa de su nerviosismo, su respiración se aceleró y la densidad del humo empezaba a introducirse en sus pulmones. Para él no era necesario respirar, ¿pero quién había allí para tratar de recordárselo? Si las llamas comenzaban a ir lentamente bajando por la cortina, macabramente, como para ponerse a pensar en esas cosas que por supuesto, desconocía. No obstante, el peliblanco, por suerte, estaba alejado de cualquier mueble, tela u objeto que lograra prender; en cambio, aún el fuego podría llegar hasta él. El suelo era de madera. Tardaría considerablemente muchísimo más tiempo que éste prendiera y lo rodeara por completo, pero no imposible. A fin de cuentas se encontraba solo, en una mansión casi en ruinas, abandonada en las afueras del pueblo. ¿Y quién iba a venir por él esta vez, si nadie conocía de su paradero o existencia?
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