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Habitacion de Alec
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Habitacion de Alec
Recuerdo del primer mensaje :
- Kaien Cross
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Empleo /Ocio : Director de la academia Cross
Humor : Maravilloso~
Re: Habitacion de Alec
Cuando dice eso la miro fulminante.
- Kasha.. estás como yo hasta ayer - reí negando con la cabeza y volví a mirarla - quítate esas ideas de la mente, por favor -
- Kasha.. estás como yo hasta ayer - reí negando con la cabeza y volví a mirarla - quítate esas ideas de la mente, por favor -
- Fraiah B. Eslin
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Re: Habitacion de Alec
-no te creas que es tan facil..., es mas facil decirlo que hacerlo...
- Kasha Oskan
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Re: Habitacion de Alec
Suspiro. La entendía perfectamente, pero no iba a influenciarla con nada bajo ningún motivo. Aunque luego de haber visto lo de hoy con Adam..
Sacudo la cabeza tratando de no pensar, porque la ira se apoderaba de mi de nuevo. Maldito idiota que es.
Me quedo en silencio y la abrazo. Joder, pobre Kashita u.u
Sacudo la cabeza tratando de no pensar, porque la ira se apoderaba de mi de nuevo. Maldito idiota que es.
Me quedo en silencio y la abrazo. Joder, pobre Kashita u.u
- Fraiah B. Eslin
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Re: Habitacion de Alec
dejo que me abrace y sonrio-hoy has luchado muy bien
- Kasha Oskan
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Re: Habitacion de Alec
Me separo y sonrío.
- ¿A cuál de las dos luchas te refieres? - pregunté algo divertida refiriéndome al caso A -Adam- o al caso B -Blood-, tratando de tomarme los temas a risa mas que nada, porque sino me moriría de nervios u.u aunque eso lo veía ahora algo bastante imposible e.e
- ¿A cuál de las dos luchas te refieres? - pregunté algo divertida refiriéndome al caso A -Adam- o al caso B -Blood-, tratando de tomarme los temas a risa mas que nada, porque sino me moriría de nervios u.u aunque eso lo veía ahora algo bastante imposible e.e
- Fraiah B. Eslin
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Re: Habitacion de Alec
me rio-pues a las dos...
- Kasha Oskan
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Re: Habitacion de Alec
Rio con ella y asiento.
- Creo que lo llevé bastante bien.. pero las técnicas que usé contra Adam eran muy sencillas, puras patadas - reí - simplemente es lo mismo que sabía antes, sólo que ahora con mas fuerza - sonrío mirándola.
- Creo que lo llevé bastante bien.. pero las técnicas que usé contra Adam eran muy sencillas, puras patadas - reí - simplemente es lo mismo que sabía antes, sólo que ahora con mas fuerza - sonrío mirándola.
- Fraiah B. Eslin
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Re: Habitacion de Alec
-pero lo hiciste bien, aguantaste muy bien...-sonrio
- Kasha Oskan
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Re: Habitacion de Alec
- Me da ánimos oír eso, gracias - sonreí agradable y estiré mis brazos hacia arriba, desperezándome un poco.
- Puff, me duele todo el cuerpo de todos modos - dije quejosa e inflé los mofletes cruzándome de brazos.
- Puff, me duele todo el cuerpo de todos modos - dije quejosa e inflé los mofletes cruzándome de brazos.
- Fraiah B. Eslin
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Re: Habitacion de Alec
-es lo que tiene recibir tantos golpes-sonrio-ahora tienes una pequeña idea de lo que es la vida de un cazavampiros
- Kasha Oskan
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Re: Habitacion de Alec
Asiento con la cabeza.
- Supongo que tienes razón, la verdad los compadesco - sonrío.
- Supongo que tienes razón, la verdad los compadesco - sonrío.
- Fraiah B. Eslin
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Re: Habitacion de Alec
-nos compadeces??, pero si es muy divertido y entretenido
- Kasha Oskan
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Re: Habitacion de Alec
Ruedo la mirada.
- Claro Kasha.. de seguro que lo es - sonrío y la miro - sabes que yo voy mas por el lado de 'alma pacifista' - sonrío.
- Claro Kasha.. de seguro que lo es - sonrío y la miro - sabes que yo voy mas por el lado de 'alma pacifista' - sonrío.
- Fraiah B. Eslin
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Re: Habitacion de Alec
me rio-es cierto, yo prefiero ir por las malas
- Kasha Oskan
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Re: Habitacion de Alec
Asiento.
- Y creo que los hermanitos también - sonrío refiriéndome a Sebas, Alec y Jace.
- Y creo que los hermanitos también - sonrío refiriéndome a Sebas, Alec y Jace.
- Fraiah B. Eslin
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Re: Habitacion de Alec
me rio-a ellos les gusta mas que a mi, especialmente a Jace-me tumbo en la cama y a los dos minutos me quedo dormida, estaba cansada al haber estado durante mucho tiempo sin respirar bien
FDR:me echan y estoy que me muero de sueño, hasta mañana =)=)
FDR:me echan y estoy que me muero de sueño, hasta mañana =)=)
- Kasha Oskan
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Re: Habitacion de Alec
- Jace.. está loco como sus hemanos, pero lo discimula más - sonrío y al verla dormida vuelvo a hacer mi papel de madre y la cubro con la manta *O*
A continuación, salgo de la habitación del increíble Hulk, rumbo a la de Sebas.
A continuación, salgo de la habitación del increíble Hulk, rumbo a la de Sebas.
- Fraiah B. Eslin
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Re: Habitacion de Alec
me despierto y salgo de alli
- Kasha Oskan
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Re: Habitacion de Alec
Entro en la habitación con Kasha en brazos , la dejo en la cama y me pongo la ropa de caza, hacia mucho que no iba de caza comer sangre fresca , aunque fuera de animal era genial.
Me acerco a la ventama y me giro para mirar a Kasha, decido dejarle una nota.
Cielo, he ido a cazar, no creo que tarde mucho en regresar, nos veremos mas tarde, te lo prometo.
La dejo a su lado y salgo por la ventana.
Me acerco a la ventama y me giro para mirar a Kasha, decido dejarle una nota.
Cielo, he ido a cazar, no creo que tarde mucho en regresar, nos veremos mas tarde, te lo prometo.
La dejo a su lado y salgo por la ventana.
- Alec Morgenstern
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Re: Habitacion de Alec
cuando se va me incorporo y veo la nota de Alec, la leo y sonrio, aun estaba cansada, hacia mucho que no dormia bien, asi que me acurruco en la cama de Alec y me duermo
- Kasha Oskan
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Re: Habitacion de Alec
me despierto, Alec aun no habia vuelto, me siento en la cama y me quedo mirando por la ventana intentando despejarme, al rato me levanto y salgo de alli a cazar, necesitaba entretenerme
- Kasha Oskan
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Re: Habitacion de Alec
Su olfato nunca fallaba. Era un experto rastreador, y siempre cumplía a la perfección con su trabajo, a diferencia de ese imbécil de Chrane. Aún no podía creer que le pagaran por su poca –por no decir nula- contribución. ¿Dónde estaría ahora? Hacía días que estaban intentando comunicarse con él. De todos modos, a Alec no le importaba en exceso. Sólo lamentaba que ese dinero que destinaban al otro vampiro no fuera a parar a sus propias manos. Pero así estaban las cosas, y no iba a quejarse. En ese momento tenía todo lo que quería: cigarros, drogas, alcohol, comida… Y más.
Tenía venganza.
El cuerpo inerte de Ziel Carphatia se encontraba sobre uno de los hombros del joven vampiro. Caminaba con parsimonia, hollando la nieve con sus negras y pesadas botas. Con un cigarro entre sus labios, marcaba con el humo la dirección que iba tomando. Le había dicho a Olivier que estaría atento a cualquier llamado, a cualquier urgencia. Aún así, había tomado la iniciativa. Había logrado su coartada. Desde mucho antes de que Olivier pisase la fiesta, él se había encargado de vigilar cautelosamente a cada uno de los invitados. Alec era astuto y calculador. Y, como se dijo con anterioridad: su olfato nunca fallaba. Había percibido esencias conocidas en esa fiesta. Principalmente, había percibido la esencia leve, sutil y casi inexistente de su padre. Por un momento creyó que él se encontraba allí, a una distancia considerable, pero cuanto más se acercó a aquella ventana, más certera fue la evidencia. No se trataba, precisamente, de su “querido” padre Marcus, sino de su extraviado y mutado “amante” –si es que aquel chico mediocre e inmundo podía caracterizarse como tal-. Casualmente, éste se encontraba allí, entonces. Pero no estaba solo. No obstante, como todo buen cazador, Baskerville aguardó por su presa. Sigiloso, impredecible, ocultando su presencia como excelente vampiro que era, jamás dispuesto a fallar. No había titubeado ante el encuentro fortuito con su padre y Carphatia en aquel entonces, cuando los atrapó en medio de su “amor”, entonces… ¿por qué iba a titubear al enfrentarse al neófito? Eso no ocurriría. Jamás dejaría pasar una grandiosa oportunidad como esa. Y conocía los experimentos que se habían hecho sobre el chico, así como conocía que se encontraba en compañía de un Sangre Pura, y aquello no era algo para pasar por alto. Sin embargo, su instinto le indicaba –acertadamente- que la paz allí dentro, entre esas cuatro paredes, no duraría para siempre.
Pasaron las horas y el momento llegó. Cuando Carphatia escapó, Alec fue detrás de él. ¿Por qué el zorro iba a sentirse asustado y desconfiado del mundo si no fuese porque, efectivamente, alguien le seguía? Pero no fue lo suficientemente astuto. No fue lo suficientemente sagaz. Quizás confió demasiado en sus capacidades, en su destreza, y el exceso de confianza siempre fue y será una mierda, tanto en uno mismo como en los demás.
Sus ojos no vacilaron, ni siquiera cuando su padre cayó. Alec se mantuvo firme, frío como la misma nieve; oculto como una sombra. El revuelo se armó allí, pero sus intensos ojos del color del fuego apenas atisbaron a ser una hoguera. Y si algún indicio de incendio había en ellos, se trataba de aquella chispa, corrupta e infame, que avivaba la venganza, el rencor y el odio en una perfecta combinación digna de inmensa combustión. Porque no había nadie, absolutamente nadie en ese mísero pueblo, ni siquiera los mismos cazadores, que odiase tanto a Marcus O’Conell como él. No había nadie que desease verlo más hundido en la mierda, en la total miseria, en el dolor irremediable, pagando con cada gota de sudor y cada estúpida y patética lágrima, todo el calvario que le hizo pasar a él y a su difunta hermana a causa de su egoísmo; a causa de encerrarse en sí mismo en vez de verlos a ellos, allí con él. Pero no, O’Conell prefirió avanzar solo hacia el vórtice de la mayor perdición; prefirió dejarlos atrás, abandonados, desamparados, bajo las terribles manos de un infame igual o peor que él. Y por eso, Alec jamás lo perdonaría. Por eso, él se volvió más fuerte que el mismísimo infierno. Por su hermana, que fue la única persona que en verdad logró preservar en él algo puro, se vengaría. Haría de la vida de Marcus un calvario, y se apropiaría de todos sus afectos, de lo que más quería, lentamente, milímetro por milímetro, hasta que el vampiro no tenga otra opción más que postrarse ante él, suplicante, y entonces.. y sólo entonces.. se encargaría de “quitar su dolor” de una forma armoniosa en la quietud e intensa en el delicado y sofocante dolor. Porque, al fin y al cabo, así era Alec Baskerville. Cualquier índice de bondad en él se había esfumado con la última luz del alba, hace mucho tiempo. Y él, el único hijo de Marcus O’Conell, no podía ser de otra manera: fue creado a su imagen y semejanza.
Cuando todo aconteció, siguió los pasos sangrientos de aquel ser blanquecino. Aún no podía creer que en eso se hubiera convertido; que en eso lo hubieran convertido. ¿Con qué fin? ¿Tener más motivos para burlarse de él? ¿Por alguna clase de fetiche a la hora de tomarlo dentro de esas nauseabundas cuatro paredes? Una pena que se les hubiera escapado así, entonces. Porque, lamentablemente, Alec no era de aquellos que devolvían a “sus dueños” lo que encontraban en el suelo. Y, tras levantarlo con facilidad de entre la nieve, se encaminó hasta su vía de escape. Había preparado un vehículo cerca del hotel. Pues, ¿quién iba a desconfiar de alguien que estacionaba allí como si nada, alquilaba una habitación bajo un nombre conocido que inspiraba confianza y, además, dejaba excelentes propinas? Una pena que la venganza tuviese tan alto coste, pero si de algo estaba seguro era que debía ser perfecta, y por eso estaba dispuesto a gastar hasta el último centavo en este miserable vampiro de mala muerte. Arrojó el cuerpo de Carphatia en el asiento trasero, no sin antes borrar las evidencias de todo aquel que podría haber visto algo. A Alec no le agradaba matar por matar, pues era muy selectivo y meticuloso, pero en ese instante no le dejaron opción. Sus dos canes, feroces y certeros, se quedaron para hacer todo el trabajo. El vehículo salió a toda velocidad mientras atrás dejaba a sus adorables bestias concluyendo la labor. Después de todo, en una zona boscosa, no era de extrañar que los animales salvajes emergiesen para atacar a los turistas. Y como sus perros eran sobrenaturales, creados por él, no había manera en que hallasen al culpable. Tres hombres inocentes cayeron ese anochecer, y la mirada de Alec, insensible y vacía, tan sólo miró hacia adelante.
Había calculado las posibilidades, los fallos y las ventajas. En todo el tiempo en que la Nueva Asociación estuvo ocupada con el rastreo de “El séptimo hijo” y “La viuda”, Alec se encargó de conocer a fondo el pueblo, cada recoveco, cada sector poblado como cada edificio abandonado. Y así dio con el que sería su destino: la mansión olvidada, corroída por el tiempo y el polvo, de los Morgenstern. Había hecho averiguaciones en la zona, y logró hacerse pasar por un primo de estos, afligido familiar que tardíamente se enteraba de sus muertes. No quería llamar la atención, y por eso procuró no dejar ningún espacio vacío libre para sospechas e intrigas. Era tarde, ya de madrugada, por lo que ingresó en la casa con Ziel cargado al hombro, rápido, cerrando la puerta sin ser visto y comenzando a ascender las escaleras. Nadie podría encontrarlos allí. Nadie, jamás, imaginaría que el astuto y pérfido Baskerville llegaría tan lejos. Avanzó por un extenso pasillo y, cuando llegó a una puerta al fondo, torció los labios en una expresión que oscilaba entre el desinterés, el aburrimiento y el hastío. En la puerta había un pequeño cartel: “Alec”. Supuso que uno de esos hermanos Sangre Pura se llamaba así. Qué bonita y agradable coincidencia. De una patada, abrió la puerta. Al entrar, sin ningún tipo de delicadeza o miramiento, arrojó a Carphatia sobre las mantas llenas de polvo.
- Una verdadera pena que se ensucie su kimono, señorita –murmuró por lo bajo, desganado pero conforme con el proceder de sus planes y el cumplimiento inicial del objetivo. Traía consigo un bolso, y allí había varias bolsas de sangre y también comida humana. Alec se quedó pensativo, observando las manchas de sangre que adornaban el pecho del peliblanco y la comisura de sus labios. Él había despedido sangre de su sistema. Ahora bien, ¿por una herida o por mera… intolerancia? Él no tenía otra herida más que la del hombro. Por ende, la situación era extraña, exótica como el chico mismo. Pero a pesar de sus suposiciones, no podía hacer nada sin estar seguro. Necesitaba que él despertase. Por eso, Baskerville se deshizo de su abrigo de cuero y lo arrojó a un lado, inclinándose ahora sobre Carphatia-. Tendré que sacarte eso si quiero que me sirvas de algo, pequeña escoria –siseó junto a él, peligrosamente cerca de su hombro herido. Lo olfateó, identificando el material de la bala que había en su interior, así como las sustancias que la componían. Había usado en él esa extraña droga otra vez. Ziel no despertaría a menos que la quitase de su sistema y ésta dejase de ejercer sus efectos debilitantes en él. Entonces, así lo hizo. Fue rápido y puntual. No tuvo rodeos. Se irguió y examinó la bala entre sus dedos. Esta comenzaba a quemar su piel, emanando de su mano un vapor espeso y gaseoso. Las felinas pupilas de Alec examinaron el metal un poco más, y luego lo guardó en una bolsa plástica-. Muy bien. Veamos cuando la bella durmiente decide abrir sus ojos… -susurró, burlón en su seriedad, levantando su negra sudadera en la zona de su abdomen para secar, con ella, su rostro mediante un gesto algo tosco. Su mirada se perdió a través de la ventana, observando la nevada que no había personado a nadie, ni siquiera a él, que se encontraban completamente helado.
Tenía venganza.
El cuerpo inerte de Ziel Carphatia se encontraba sobre uno de los hombros del joven vampiro. Caminaba con parsimonia, hollando la nieve con sus negras y pesadas botas. Con un cigarro entre sus labios, marcaba con el humo la dirección que iba tomando. Le había dicho a Olivier que estaría atento a cualquier llamado, a cualquier urgencia. Aún así, había tomado la iniciativa. Había logrado su coartada. Desde mucho antes de que Olivier pisase la fiesta, él se había encargado de vigilar cautelosamente a cada uno de los invitados. Alec era astuto y calculador. Y, como se dijo con anterioridad: su olfato nunca fallaba. Había percibido esencias conocidas en esa fiesta. Principalmente, había percibido la esencia leve, sutil y casi inexistente de su padre. Por un momento creyó que él se encontraba allí, a una distancia considerable, pero cuanto más se acercó a aquella ventana, más certera fue la evidencia. No se trataba, precisamente, de su “querido” padre Marcus, sino de su extraviado y mutado “amante” –si es que aquel chico mediocre e inmundo podía caracterizarse como tal-. Casualmente, éste se encontraba allí, entonces. Pero no estaba solo. No obstante, como todo buen cazador, Baskerville aguardó por su presa. Sigiloso, impredecible, ocultando su presencia como excelente vampiro que era, jamás dispuesto a fallar. No había titubeado ante el encuentro fortuito con su padre y Carphatia en aquel entonces, cuando los atrapó en medio de su “amor”, entonces… ¿por qué iba a titubear al enfrentarse al neófito? Eso no ocurriría. Jamás dejaría pasar una grandiosa oportunidad como esa. Y conocía los experimentos que se habían hecho sobre el chico, así como conocía que se encontraba en compañía de un Sangre Pura, y aquello no era algo para pasar por alto. Sin embargo, su instinto le indicaba –acertadamente- que la paz allí dentro, entre esas cuatro paredes, no duraría para siempre.
Pasaron las horas y el momento llegó. Cuando Carphatia escapó, Alec fue detrás de él. ¿Por qué el zorro iba a sentirse asustado y desconfiado del mundo si no fuese porque, efectivamente, alguien le seguía? Pero no fue lo suficientemente astuto. No fue lo suficientemente sagaz. Quizás confió demasiado en sus capacidades, en su destreza, y el exceso de confianza siempre fue y será una mierda, tanto en uno mismo como en los demás.
Sus ojos no vacilaron, ni siquiera cuando su padre cayó. Alec se mantuvo firme, frío como la misma nieve; oculto como una sombra. El revuelo se armó allí, pero sus intensos ojos del color del fuego apenas atisbaron a ser una hoguera. Y si algún indicio de incendio había en ellos, se trataba de aquella chispa, corrupta e infame, que avivaba la venganza, el rencor y el odio en una perfecta combinación digna de inmensa combustión. Porque no había nadie, absolutamente nadie en ese mísero pueblo, ni siquiera los mismos cazadores, que odiase tanto a Marcus O’Conell como él. No había nadie que desease verlo más hundido en la mierda, en la total miseria, en el dolor irremediable, pagando con cada gota de sudor y cada estúpida y patética lágrima, todo el calvario que le hizo pasar a él y a su difunta hermana a causa de su egoísmo; a causa de encerrarse en sí mismo en vez de verlos a ellos, allí con él. Pero no, O’Conell prefirió avanzar solo hacia el vórtice de la mayor perdición; prefirió dejarlos atrás, abandonados, desamparados, bajo las terribles manos de un infame igual o peor que él. Y por eso, Alec jamás lo perdonaría. Por eso, él se volvió más fuerte que el mismísimo infierno. Por su hermana, que fue la única persona que en verdad logró preservar en él algo puro, se vengaría. Haría de la vida de Marcus un calvario, y se apropiaría de todos sus afectos, de lo que más quería, lentamente, milímetro por milímetro, hasta que el vampiro no tenga otra opción más que postrarse ante él, suplicante, y entonces.. y sólo entonces.. se encargaría de “quitar su dolor” de una forma armoniosa en la quietud e intensa en el delicado y sofocante dolor. Porque, al fin y al cabo, así era Alec Baskerville. Cualquier índice de bondad en él se había esfumado con la última luz del alba, hace mucho tiempo. Y él, el único hijo de Marcus O’Conell, no podía ser de otra manera: fue creado a su imagen y semejanza.
Cuando todo aconteció, siguió los pasos sangrientos de aquel ser blanquecino. Aún no podía creer que en eso se hubiera convertido; que en eso lo hubieran convertido. ¿Con qué fin? ¿Tener más motivos para burlarse de él? ¿Por alguna clase de fetiche a la hora de tomarlo dentro de esas nauseabundas cuatro paredes? Una pena que se les hubiera escapado así, entonces. Porque, lamentablemente, Alec no era de aquellos que devolvían a “sus dueños” lo que encontraban en el suelo. Y, tras levantarlo con facilidad de entre la nieve, se encaminó hasta su vía de escape. Había preparado un vehículo cerca del hotel. Pues, ¿quién iba a desconfiar de alguien que estacionaba allí como si nada, alquilaba una habitación bajo un nombre conocido que inspiraba confianza y, además, dejaba excelentes propinas? Una pena que la venganza tuviese tan alto coste, pero si de algo estaba seguro era que debía ser perfecta, y por eso estaba dispuesto a gastar hasta el último centavo en este miserable vampiro de mala muerte. Arrojó el cuerpo de Carphatia en el asiento trasero, no sin antes borrar las evidencias de todo aquel que podría haber visto algo. A Alec no le agradaba matar por matar, pues era muy selectivo y meticuloso, pero en ese instante no le dejaron opción. Sus dos canes, feroces y certeros, se quedaron para hacer todo el trabajo. El vehículo salió a toda velocidad mientras atrás dejaba a sus adorables bestias concluyendo la labor. Después de todo, en una zona boscosa, no era de extrañar que los animales salvajes emergiesen para atacar a los turistas. Y como sus perros eran sobrenaturales, creados por él, no había manera en que hallasen al culpable. Tres hombres inocentes cayeron ese anochecer, y la mirada de Alec, insensible y vacía, tan sólo miró hacia adelante.
Había calculado las posibilidades, los fallos y las ventajas. En todo el tiempo en que la Nueva Asociación estuvo ocupada con el rastreo de “El séptimo hijo” y “La viuda”, Alec se encargó de conocer a fondo el pueblo, cada recoveco, cada sector poblado como cada edificio abandonado. Y así dio con el que sería su destino: la mansión olvidada, corroída por el tiempo y el polvo, de los Morgenstern. Había hecho averiguaciones en la zona, y logró hacerse pasar por un primo de estos, afligido familiar que tardíamente se enteraba de sus muertes. No quería llamar la atención, y por eso procuró no dejar ningún espacio vacío libre para sospechas e intrigas. Era tarde, ya de madrugada, por lo que ingresó en la casa con Ziel cargado al hombro, rápido, cerrando la puerta sin ser visto y comenzando a ascender las escaleras. Nadie podría encontrarlos allí. Nadie, jamás, imaginaría que el astuto y pérfido Baskerville llegaría tan lejos. Avanzó por un extenso pasillo y, cuando llegó a una puerta al fondo, torció los labios en una expresión que oscilaba entre el desinterés, el aburrimiento y el hastío. En la puerta había un pequeño cartel: “Alec”. Supuso que uno de esos hermanos Sangre Pura se llamaba así. Qué bonita y agradable coincidencia. De una patada, abrió la puerta. Al entrar, sin ningún tipo de delicadeza o miramiento, arrojó a Carphatia sobre las mantas llenas de polvo.
- Una verdadera pena que se ensucie su kimono, señorita –murmuró por lo bajo, desganado pero conforme con el proceder de sus planes y el cumplimiento inicial del objetivo. Traía consigo un bolso, y allí había varias bolsas de sangre y también comida humana. Alec se quedó pensativo, observando las manchas de sangre que adornaban el pecho del peliblanco y la comisura de sus labios. Él había despedido sangre de su sistema. Ahora bien, ¿por una herida o por mera… intolerancia? Él no tenía otra herida más que la del hombro. Por ende, la situación era extraña, exótica como el chico mismo. Pero a pesar de sus suposiciones, no podía hacer nada sin estar seguro. Necesitaba que él despertase. Por eso, Baskerville se deshizo de su abrigo de cuero y lo arrojó a un lado, inclinándose ahora sobre Carphatia-. Tendré que sacarte eso si quiero que me sirvas de algo, pequeña escoria –siseó junto a él, peligrosamente cerca de su hombro herido. Lo olfateó, identificando el material de la bala que había en su interior, así como las sustancias que la componían. Había usado en él esa extraña droga otra vez. Ziel no despertaría a menos que la quitase de su sistema y ésta dejase de ejercer sus efectos debilitantes en él. Entonces, así lo hizo. Fue rápido y puntual. No tuvo rodeos. Se irguió y examinó la bala entre sus dedos. Esta comenzaba a quemar su piel, emanando de su mano un vapor espeso y gaseoso. Las felinas pupilas de Alec examinaron el metal un poco más, y luego lo guardó en una bolsa plástica-. Muy bien. Veamos cuando la bella durmiente decide abrir sus ojos… -susurró, burlón en su seriedad, levantando su negra sudadera en la zona de su abdomen para secar, con ella, su rostro mediante un gesto algo tosco. Su mirada se perdió a través de la ventana, observando la nevada que no había personado a nadie, ni siquiera a él, que se encontraban completamente helado.
- Alec Baskerville
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Re: Habitacion de Alec
Sus ojos apenas pudieron ver su rostro, ni siquiera su figura, mucho menos sus ojos rojos como la sangre. Los párpados del ser blanquecino habían caído para dar paso a su Inconsciencia. Ziel Carphatia cayó inconsciente, finalmente. Habría perecido en el bosque, bajo la nieve y el frío, de no ser por su presencia. Porque el joven no tenía ni una sola gota de fuerza en el cuerpo para moverse o al menos, sobrevivir. Y los esfuerzos de Fraiah por darle este regalo, esta libertad, habían llegado hasta su final. Ahora sería el Destino quien decidiera el camino que llevaría el peliblanco. Seguramente todo fuera una simple casualidad de los hechos, pero ahí estaba él: Alec Baskerville. El hijo extraviado de su amado, a aquel al que tanto odió durante meses. Pues lo viera por donde lo viera, el peliazul tan sólo pensó en su existencia mientras se encontraba en las celdas de la Nueva Asociación. Únicamente le remordía la conciencia que él estaba con Marcus en esa relación, más en ese momento exacto cuando se atrevió a entrar. ¿Qué iba a pensar de él? Al fin y al cabo, él parecía ser la sustitución de Ella, de su verdadera madre y con aquellas palabras, le hizo recordar la angustia en su pecho. Lo difícil que era su relación, después de todo. Alec tal vez lo mirara como un aprovechado, un pervertido o enfermo, como solía decir la gente. Pero estos eran los precios que ambos vampiros estuvieron dispuestos a aceptar cuando confesaron sus sentimientos y se entregaron en ese acto puro y descabellado. Aunque, ¿qué hubiera ocurrido de saber Ziel que su pareja tenía un hijo con mucha más edad que él? Quizá no tuviera el suficiente valor como para arriesgar en su relación. Conociendo cómo era el antaño peliazul, no soportaría la idea de que había alguien más. Alguien que murió, ciertamente, pero con quien había formado una familia, con quien tuvo hijos. Tan sólo querría ocultar sus sentimientos y engañarse a sí mismo, engañar también a Bella, al mismo Marcus, imaginando que esa decisión llegaría a buen fin. ¿Y acaso lo sería? ¿No habría sufrido más callándolo que padeciendo todo lo que experimentó con los cazadores?
¿Qué sería de ellos, al final?
Ya no tenía sentido pensarlo, puesto que la decisión fue tomada. Pese a que la decepción de Ziel en esos días, fue tan sumamente grande que lo hundió por completo en los laboratorios. Tal vez provocó que sus recuerdos expiraran por completo, dado que no tendría sentido regresarlos para continuar sufriendo, para rememorar ese cubo lleno de cenizas vertiéndose delante de sus ojos. Aunque esta idea, claramente, era una mera suposición. De lo que no había duda alguna, era de que se sentía engañado, traicionado en cierto modo, pues creyó una verdad bastante falsa. Porque se dio cuenta de que no conocía absolutamente nada de Marcus O’Conell. Resultó como si durante todo el tiempo que estuvieron juntos, él lo hubiera engañado y ocultado su pasado; aun si el vampiro tampoco conocía que su hijo sobreviviera por sus propios medios. Sin embargo, lo que nadie esperaría nunca es la aparición de éste, extrañamente en el bosque, además de su decisión de salvarle la vida a la pareja de su padre y llevarlo a lugar seguro. Lejos de los cazadores sobre todo. ¿Por qué después de todo, derramar tanto esfuerzo y tanto dinero? Alguien pudo conocer a Ziel en los alrededores del hotel, ver al chico de las orejas y colas de zorro, sospechar de él. Pero la suerte se hallaba de su parte y absolutamente nadie notó su raro actuar, ni tampoco llegó a ver a ninguno de los dos. La duda yacía ahí, entonces. Porque, ¿qué intenciones recorrían en la mente de Alec para Ziel?
A pesar del cansancio que lo consumía, Ziel abrió los ojos en un par de ocasiones. Sintió los mareos, las ganas de vomitar por culpa del metal madre que se hallaba en su carne. Y también sabía que algo o alguien le tocaba, a diferencia de sentir el indudable frío y humedad de la nieve. Percibió algo cálido, algo que le recordaba al fuego de la chimenea de la casa de Fraiah. ¿Sería un déjà vu? No, imposible. Su sensibilidad no le engañaría de esa forma, por muy débil que estuviera. Por eso se esforzó en ver algo que le diera una pista de dónde o con quién estaba. En el fondo, estaba asustado de lo que pudiera ocurrir. No obstante, solo pudo contemplar el suelo –ya que Alec lo estaba cargando sobre su hombro-, lo cual consiguió tranquilizarle mínimamente, creyendo que aún estaba en el bosque pero que perdió la consciencia mucho más tarde de lo que pensó. En cambio, su pequeño ánimo de supervivencia, de negación a caer vulnerablemente, no tardó mucho en ser vencido de nuevo. Nada más fue arrojado sobre las mantas y su mejilla golpeó contra el colchón, el neófito cayó lentamente en un largo y profundo sueño reparador. A causa de su malestar, Ziel tampoco era incapaz de mantener el kimono de seda que lo cubría. Este comenzó a desaparecer delicadamente de su piel, deshaciéndose en preciosos pétalos de la flor de cerezo, que se quedaron durmiendo al lado de su portador durante un par de minutos más, antes de desaparecer mágicamente de su lado. El chico parecía estar mostrando su verdadera forma de humano mezclada con la de un animal. En su columna descubierta, por ejemplo, podía advertirse que la mutación adquirida no era un disfraz –como la gente pensaría- sino que su columna vertebral se prolongaba medio metro más atrás, formándose una larga cola de pelaje blanco. Sin duda alguna, Ziel era un híbrido de dos especies bastante diferentes. ¿Sería esto una ventaja o una debilidad contra Alec? ¿Se apiadaría de los cambios a los que se vio sometido en los laboratorios o por el contrario, únicamente le serviría para aprovecharse de ellos?
En el transcurso de tiempo que permaneció inconsciente, el vampiro que lo raptó, tuvo la pequeña decencia de extraer la bala de su cuerpo y eliminar la sensación nauseabunda que contaminaba tanto al peliblanco. Una vez que el metal madre estuvo fuera, todo fue mucho más sencillo. Así, tras un par de horas de espera para su acompañante -en donde los efectos de la droga se disolvieron-, el joven comenzó a dar signos de vida. Sus colas se estiraron sobre las mantas, suavemente, moviéndose un poco y comprobando el terreno. Una pequeña nube de polvo salió de repente, mostrándose la consciencia de Ziel traía de vuelta. Y sus orejas se movieron mínimamente, en cuanto su sentido del olfato percibió la comida y la sangre que trajo Alec consigo. El pequeño animal con forma humana que se hallaba en la cama, se encontraba hambriento. Necesitaba recuperar fuerzas, ya fuera por una forma más sangrienta o más natural. Y esta idea de alimentarse, lo llevó a subir los párpados y comprobar el lugar en el que lo tenían acorralado. Amarillo y azul volvían a alzarse junto a las prolongaciones de su cabeza para fijar una nueva presa; sin conocer que la presa esta vez, era él.
Utilizó un poco de fuerza para levantarse, pero al apoyar el brazo herido e intentarlo, el dolor le atravesó duramente en la zona del hombro. El que lo sostenía, terminó por doblarse y forzarle a caer nuevamente al colchón. Se escuchó un gemido instantáneamente, quejándose; mientras la humareda de polvo salía de las mantas. Su respiración se notaba sofocada todavía, pues la angustia le recorría el cuerpo aún, escuchándose notablemente en el silencio sepulcral. Ya no había dudas de que había despertado. El neófito giró la cabeza hacia su hombro, lamiéndose a sí mismo la incisión a medio sanar, esperando que eso le sirviera para eliminar la pequeña hemorragia que aún dejaba algunos finos vestigios de sangre sobre su brazo. Su olfato le alertó entonces de la presencia que lo acompañaba. Arrugó la nariz y levantó la cabeza. Cambió de mejilla y de posición y… su figura se clavó en su mirada. Sus pupilas se estrecharon automáticamente, asustadas. ¿Quién era él? ¿Qué quería? ¿Por qué estaba en este lugar tan extraño? La lluvia de preguntas acechaba ya la cabeza el cachorro humano.
De repente se irguió y comenzó a avanzar a toda prisa hacia el extremo de la cama. No le importaba estar desnudo frente a sus ojos. Él era un animal después de todo, ¿por qué debía preocuparse? Lo principal en sus ideas siempre fue salvarse del enemigo. Y sus labios se abrieron rápidamente, enseñando sus colmillos, amenazante. No iba a dejar que éste le tocara siquiera lo más mínimo. Gruñó, saliendo tímidamente de la cama, sin quitarle ni un segundo de atención. ¿Cómo no pudo darse cuenta antes de que Alec estuviera observándole? La primera pierna que asomó por el borde se estableció bien, pero al plantar el segundo pie, su cuerpo se tambaleó, desmoronándose por la debilidad que transportaba. Sus colas trataron, de forma nula, en hacer contrapeso y evitar que sus rodillas terminaran el impacto principal sobre el suelo, devolviendo su rostro esta vez a la madera. Pero no por eso se daría por vencido. Aún podía dar lo poco que tenía en el cuerpo gracias al sueño reparador que tuvo. Y volvió a esforzarse en incorporarse, obteniendo el mismo resultado que antes. Se meció de un lado y su pecho tocó nuevamente el suelo. En cambio, sus ojos brillaron impactados por lo que había encontrado. Existía una forma de protegerse de Alec. De este modo, estiró su brazo hacia su escapatoria y empezó a reptar, llegando finalmente debajo de la cama. Este era su refugio ahora y lo defendería a toda costa. Gruñó y rugió después, ocultando su brazo debajo del cuerpo –tapando la herida de cualquier intento de Baskerville por herirle de nuevo-, sintiéndose más protegido que antes, pues era su territorio hasta que hallara mejoría completa y consiguiera luchar contra él. Y por el momento, permanecería ahí, escondido, sin atender a nada más que los pies que se veían desde su posición y a los cuales temía.
Ambos vampiros lo sabían perfectamente: Ziel no podía hacerle frente a un vampiro como él, mucho menos en estas condiciones. Por tanto, lo mejor para el peliblanco en esta ocasión, era esperar.
¿Qué sería de ellos, al final?
Ya no tenía sentido pensarlo, puesto que la decisión fue tomada. Pese a que la decepción de Ziel en esos días, fue tan sumamente grande que lo hundió por completo en los laboratorios. Tal vez provocó que sus recuerdos expiraran por completo, dado que no tendría sentido regresarlos para continuar sufriendo, para rememorar ese cubo lleno de cenizas vertiéndose delante de sus ojos. Aunque esta idea, claramente, era una mera suposición. De lo que no había duda alguna, era de que se sentía engañado, traicionado en cierto modo, pues creyó una verdad bastante falsa. Porque se dio cuenta de que no conocía absolutamente nada de Marcus O’Conell. Resultó como si durante todo el tiempo que estuvieron juntos, él lo hubiera engañado y ocultado su pasado; aun si el vampiro tampoco conocía que su hijo sobreviviera por sus propios medios. Sin embargo, lo que nadie esperaría nunca es la aparición de éste, extrañamente en el bosque, además de su decisión de salvarle la vida a la pareja de su padre y llevarlo a lugar seguro. Lejos de los cazadores sobre todo. ¿Por qué después de todo, derramar tanto esfuerzo y tanto dinero? Alguien pudo conocer a Ziel en los alrededores del hotel, ver al chico de las orejas y colas de zorro, sospechar de él. Pero la suerte se hallaba de su parte y absolutamente nadie notó su raro actuar, ni tampoco llegó a ver a ninguno de los dos. La duda yacía ahí, entonces. Porque, ¿qué intenciones recorrían en la mente de Alec para Ziel?
A pesar del cansancio que lo consumía, Ziel abrió los ojos en un par de ocasiones. Sintió los mareos, las ganas de vomitar por culpa del metal madre que se hallaba en su carne. Y también sabía que algo o alguien le tocaba, a diferencia de sentir el indudable frío y humedad de la nieve. Percibió algo cálido, algo que le recordaba al fuego de la chimenea de la casa de Fraiah. ¿Sería un déjà vu? No, imposible. Su sensibilidad no le engañaría de esa forma, por muy débil que estuviera. Por eso se esforzó en ver algo que le diera una pista de dónde o con quién estaba. En el fondo, estaba asustado de lo que pudiera ocurrir. No obstante, solo pudo contemplar el suelo –ya que Alec lo estaba cargando sobre su hombro-, lo cual consiguió tranquilizarle mínimamente, creyendo que aún estaba en el bosque pero que perdió la consciencia mucho más tarde de lo que pensó. En cambio, su pequeño ánimo de supervivencia, de negación a caer vulnerablemente, no tardó mucho en ser vencido de nuevo. Nada más fue arrojado sobre las mantas y su mejilla golpeó contra el colchón, el neófito cayó lentamente en un largo y profundo sueño reparador. A causa de su malestar, Ziel tampoco era incapaz de mantener el kimono de seda que lo cubría. Este comenzó a desaparecer delicadamente de su piel, deshaciéndose en preciosos pétalos de la flor de cerezo, que se quedaron durmiendo al lado de su portador durante un par de minutos más, antes de desaparecer mágicamente de su lado. El chico parecía estar mostrando su verdadera forma de humano mezclada con la de un animal. En su columna descubierta, por ejemplo, podía advertirse que la mutación adquirida no era un disfraz –como la gente pensaría- sino que su columna vertebral se prolongaba medio metro más atrás, formándose una larga cola de pelaje blanco. Sin duda alguna, Ziel era un híbrido de dos especies bastante diferentes. ¿Sería esto una ventaja o una debilidad contra Alec? ¿Se apiadaría de los cambios a los que se vio sometido en los laboratorios o por el contrario, únicamente le serviría para aprovecharse de ellos?
En el transcurso de tiempo que permaneció inconsciente, el vampiro que lo raptó, tuvo la pequeña decencia de extraer la bala de su cuerpo y eliminar la sensación nauseabunda que contaminaba tanto al peliblanco. Una vez que el metal madre estuvo fuera, todo fue mucho más sencillo. Así, tras un par de horas de espera para su acompañante -en donde los efectos de la droga se disolvieron-, el joven comenzó a dar signos de vida. Sus colas se estiraron sobre las mantas, suavemente, moviéndose un poco y comprobando el terreno. Una pequeña nube de polvo salió de repente, mostrándose la consciencia de Ziel traía de vuelta. Y sus orejas se movieron mínimamente, en cuanto su sentido del olfato percibió la comida y la sangre que trajo Alec consigo. El pequeño animal con forma humana que se hallaba en la cama, se encontraba hambriento. Necesitaba recuperar fuerzas, ya fuera por una forma más sangrienta o más natural. Y esta idea de alimentarse, lo llevó a subir los párpados y comprobar el lugar en el que lo tenían acorralado. Amarillo y azul volvían a alzarse junto a las prolongaciones de su cabeza para fijar una nueva presa; sin conocer que la presa esta vez, era él.
Utilizó un poco de fuerza para levantarse, pero al apoyar el brazo herido e intentarlo, el dolor le atravesó duramente en la zona del hombro. El que lo sostenía, terminó por doblarse y forzarle a caer nuevamente al colchón. Se escuchó un gemido instantáneamente, quejándose; mientras la humareda de polvo salía de las mantas. Su respiración se notaba sofocada todavía, pues la angustia le recorría el cuerpo aún, escuchándose notablemente en el silencio sepulcral. Ya no había dudas de que había despertado. El neófito giró la cabeza hacia su hombro, lamiéndose a sí mismo la incisión a medio sanar, esperando que eso le sirviera para eliminar la pequeña hemorragia que aún dejaba algunos finos vestigios de sangre sobre su brazo. Su olfato le alertó entonces de la presencia que lo acompañaba. Arrugó la nariz y levantó la cabeza. Cambió de mejilla y de posición y… su figura se clavó en su mirada. Sus pupilas se estrecharon automáticamente, asustadas. ¿Quién era él? ¿Qué quería? ¿Por qué estaba en este lugar tan extraño? La lluvia de preguntas acechaba ya la cabeza el cachorro humano.
De repente se irguió y comenzó a avanzar a toda prisa hacia el extremo de la cama. No le importaba estar desnudo frente a sus ojos. Él era un animal después de todo, ¿por qué debía preocuparse? Lo principal en sus ideas siempre fue salvarse del enemigo. Y sus labios se abrieron rápidamente, enseñando sus colmillos, amenazante. No iba a dejar que éste le tocara siquiera lo más mínimo. Gruñó, saliendo tímidamente de la cama, sin quitarle ni un segundo de atención. ¿Cómo no pudo darse cuenta antes de que Alec estuviera observándole? La primera pierna que asomó por el borde se estableció bien, pero al plantar el segundo pie, su cuerpo se tambaleó, desmoronándose por la debilidad que transportaba. Sus colas trataron, de forma nula, en hacer contrapeso y evitar que sus rodillas terminaran el impacto principal sobre el suelo, devolviendo su rostro esta vez a la madera. Pero no por eso se daría por vencido. Aún podía dar lo poco que tenía en el cuerpo gracias al sueño reparador que tuvo. Y volvió a esforzarse en incorporarse, obteniendo el mismo resultado que antes. Se meció de un lado y su pecho tocó nuevamente el suelo. En cambio, sus ojos brillaron impactados por lo que había encontrado. Existía una forma de protegerse de Alec. De este modo, estiró su brazo hacia su escapatoria y empezó a reptar, llegando finalmente debajo de la cama. Este era su refugio ahora y lo defendería a toda costa. Gruñó y rugió después, ocultando su brazo debajo del cuerpo –tapando la herida de cualquier intento de Baskerville por herirle de nuevo-, sintiéndose más protegido que antes, pues era su territorio hasta que hallara mejoría completa y consiguiera luchar contra él. Y por el momento, permanecería ahí, escondido, sin atender a nada más que los pies que se veían desde su posición y a los cuales temía.
Ambos vampiros lo sabían perfectamente: Ziel no podía hacerle frente a un vampiro como él, mucho menos en estas condiciones. Por tanto, lo mejor para el peliblanco en esta ocasión, era esperar.
- Ziel A. Carphatia
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Empleo /Ocio : Alumno a tiempo parcial y zorro el resto del día (?)
Humor : No te acerques por si acaso...
Re: Habitacion de Alec
¿Y quién diría que la venganza le costaría tanto? Alec sabía lo mala que era, tanto para su salud mental como para su interior más sensible. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? Era ésta la que lo había mantenido vivo durante años, y ahora que el objeto de su odio estaba tan cerca, tan ínfimo y miserable como siempre deseó verlo, no podía echarse atrás. Aún más: ahora que tenía en su poder al ser que constituía la debilidad de su padre, no había nada más que hacer, sólo actuar, sólo avanzar, y así la victoria sería suya por fin. Así podría recuperar el honor de su difunta hermana, el honor de sí mismo; el honor de su madre, cuyo recuerdo fue, al parecer, pisoteado en medio de tanto egoísmo y perversión. Y mientras más pensaba, más amargura se cernía en torno a su desdichado y solitario corazón. No iba a mentir: muchas noches quería llorar. Pero se reprimía, reprimía todo lo que sentía porque sabía que si sucumbía ante sus emociones, sería débil. Y no podía permitirse aquello. No podía permitirse fracasar, fallarle a su hermana, a su madre, ni fallarse a sí mismo. Y a medida que la nieve caía, su alma se enfriaba un poco más. Copo tras copo, la aguja envenenada se incrustaba más y más en su pecho. Porque allí, delante de sus ojos, estaba aquel sujeto que tenía toda la atención de su padre, todos sus cuidados, su absoluta protección. ¿Y qué quedaba para él? Sólo la sombra, vivir en la oscuridad permanentemente, con aquellos imborrables recuerdos de ser tratado como basura cuando nadie estaba allí para defenderlo. Ese imborrable recuerdo de ver a su hermana morir delante de sus ojos. Y pensar que eso pudo ocurrir mientras su padre estaba con este… vampiro, tsk, lo llenó del más absoluto odio y rencor.
Alec se había dirigido a husmear en unos cajones. Quizás hubiese allí algo de valor, algo útil para poder vender y obtener algo de dinero. La mensualidad que le había pagado la Nueva Asociación se había ido con la comida humana que había comprado para esta pseudo-mascota. Sin embargo, mientras se encontraba en su labor, oyó un ruido: se trataba del leve sonido de la respiración. Seguido a este, los gruñidos. Alec se volteó y miró al zorro. ¿Esto iba en serio? ¿A quién quería asustar con esa debilidad tan latente en sus párpados? Aunque la droga había desaparecido, él continuaba estando débil, porque esos eran los efectos que producía aquel químico: aletargaba movimientos, percepciones, impedía la lucidez. Alec se quedó mirándolo desde lejos, entre curioso y expectante. El muchacho luchó por mantenerse en pie, pero ambos allí dentro sabían que él no iba a ir a ninguna parte. Cuando estuvo en el suelo, se acercó caminando con lentitud y se inclinó hacia él otra vez, para verlo mejor. Había despertado y no parecía estar muy a gusto en su nuevo “refugio”. El joven O’Conell lo escrutó por largo rato, observando cada línea de su cuerpo, cada mísero centímetro de su piel. Estaba desnudo ante sus ojos. Hizo una mueca de desprecio y rió secamente, por unas milésimas de segundo.
- Parece que no te cuesta nada abrirte de piernas con tal de conseguir que te protejan –espetó, decepcionado-. De todos modos no se puede esperar mucho de un cobarde como tú –agregó, sujetando su rostro con una mano y presionando sus mejillas. Observó sus labios por un largo rato-. ¿Quieres que yo te proteja? ¿Acaso te recuerdo a él? ¿O necesitas que te toque un poco para recordar lo que se siente tenerlo encima? –siseó, sucio, vil. Pero en cuanto quiso continuar denigrándolo y avergonzándolo –pese a que Ziel no podría entenderle ni una palabra-, aquel intrépido zorro se deslizó debajo de la cama. Alec se irguió, enarcando una ceja. ¿Era una broma o qué? Él no tenía tiempo para jugar a las escondidas. Pero si de ganarse la confianza de aquel joven desmemoriado, amnésico y mutado se trataba, de acuerdo, asumiría el reto.
Estuvo a punto de realizar su próximo movimiento, cuando sus perros infernales llegaron. Como sombras ardientes, esculléndose al ras del suelo, llegaron hasta él. Habían hecho bien su trabajo, pues no sólo habían matado a todos los testigos que pudieron verlos salir, sino también habían generado un incendio en el lugar que borraría toda huella, por si llegaba a haber algún descuido. Siempre había que pensar en el margen de error, ¿no es cierto? Alec acarició las cabezas de ambos, y entonces los canes se percataron de la presencia del zorro bajo la cama. Se aproximaron, gruñendo, emitiendo aquel intenso calor mediante el vaho que despedían. Rodearon la cama, yendo y viniendo de un lado a otro alternativamente. Uno de ellos se agachó, quedando su fiera mirada a la vista del neófito. Sin embargo, antes de tener que lamentar una tragedia –porque sería una verdadera tragedia y perdía ahora su llave del triunfo-, llamó a sus canes y les hizo una seña para que se calmasen, acariciando sus cabezas y lomos. Emitió un suave silbido, y éstos obedecieron. Retrocedieron y se quedaron custodiando la puerta. Entonces, Alec se agachó al lado de la cama y acabó por acostarse en el suelo boca arriba. Al cabo de unos segundos, se deslizó por debajo, hasta quedar junto a Ziel. Giró el rostro y luego volteó un poco su cuerpo. ¿Y bien? ¿Quería jugar a esto? ¿Quería imaginar que estaría a salvo, creando falsas esperanzas a su alrededor? Alec no era tan cruel como para ilusionarlo. Las cosas eran simples: estaba atrapado aquí con él, y sería mejor que se fuera acostumbrando. Pero, como todo vampiro precavido y calculador, no había ingresado allí abajo solo: en una de sus manos, mostró una hamburguesa. Ambos sabían que Ziel estaba lo suficientemente débil como para poder atacar y dañar a Alec de forma efectiva. Además, el vampiro lo había defendido de esos perros rabiosos y le estaba ofreciendo deliciosa comida humana para satisfacer su lado animal. Después de todo, si lo hubiera querido herir, ya lo hubiera hecho, ¿no? Lenta, lenta y cuidadosamente, Ziel Carphatia caería en su red. Y una vez que lo tuviera controlado, podría tener a su padre agarrado de las pelotas.
Los rojos e intensos ojos de Alec se clavaron en los dispares de él. Igual de carmesíes y lujuriosos que aquellos que constituían el desvelo y anhelo constante de Ziel, permanecían fijos, inmóviles, invitándole a aceptar lo que se le ofrecía; invitándole a no morder la mano que le estaba dando de comer.
Alec se había dirigido a husmear en unos cajones. Quizás hubiese allí algo de valor, algo útil para poder vender y obtener algo de dinero. La mensualidad que le había pagado la Nueva Asociación se había ido con la comida humana que había comprado para esta pseudo-mascota. Sin embargo, mientras se encontraba en su labor, oyó un ruido: se trataba del leve sonido de la respiración. Seguido a este, los gruñidos. Alec se volteó y miró al zorro. ¿Esto iba en serio? ¿A quién quería asustar con esa debilidad tan latente en sus párpados? Aunque la droga había desaparecido, él continuaba estando débil, porque esos eran los efectos que producía aquel químico: aletargaba movimientos, percepciones, impedía la lucidez. Alec se quedó mirándolo desde lejos, entre curioso y expectante. El muchacho luchó por mantenerse en pie, pero ambos allí dentro sabían que él no iba a ir a ninguna parte. Cuando estuvo en el suelo, se acercó caminando con lentitud y se inclinó hacia él otra vez, para verlo mejor. Había despertado y no parecía estar muy a gusto en su nuevo “refugio”. El joven O’Conell lo escrutó por largo rato, observando cada línea de su cuerpo, cada mísero centímetro de su piel. Estaba desnudo ante sus ojos. Hizo una mueca de desprecio y rió secamente, por unas milésimas de segundo.
- Parece que no te cuesta nada abrirte de piernas con tal de conseguir que te protejan –espetó, decepcionado-. De todos modos no se puede esperar mucho de un cobarde como tú –agregó, sujetando su rostro con una mano y presionando sus mejillas. Observó sus labios por un largo rato-. ¿Quieres que yo te proteja? ¿Acaso te recuerdo a él? ¿O necesitas que te toque un poco para recordar lo que se siente tenerlo encima? –siseó, sucio, vil. Pero en cuanto quiso continuar denigrándolo y avergonzándolo –pese a que Ziel no podría entenderle ni una palabra-, aquel intrépido zorro se deslizó debajo de la cama. Alec se irguió, enarcando una ceja. ¿Era una broma o qué? Él no tenía tiempo para jugar a las escondidas. Pero si de ganarse la confianza de aquel joven desmemoriado, amnésico y mutado se trataba, de acuerdo, asumiría el reto.
Estuvo a punto de realizar su próximo movimiento, cuando sus perros infernales llegaron. Como sombras ardientes, esculléndose al ras del suelo, llegaron hasta él. Habían hecho bien su trabajo, pues no sólo habían matado a todos los testigos que pudieron verlos salir, sino también habían generado un incendio en el lugar que borraría toda huella, por si llegaba a haber algún descuido. Siempre había que pensar en el margen de error, ¿no es cierto? Alec acarició las cabezas de ambos, y entonces los canes se percataron de la presencia del zorro bajo la cama. Se aproximaron, gruñendo, emitiendo aquel intenso calor mediante el vaho que despedían. Rodearon la cama, yendo y viniendo de un lado a otro alternativamente. Uno de ellos se agachó, quedando su fiera mirada a la vista del neófito. Sin embargo, antes de tener que lamentar una tragedia –porque sería una verdadera tragedia y perdía ahora su llave del triunfo-, llamó a sus canes y les hizo una seña para que se calmasen, acariciando sus cabezas y lomos. Emitió un suave silbido, y éstos obedecieron. Retrocedieron y se quedaron custodiando la puerta. Entonces, Alec se agachó al lado de la cama y acabó por acostarse en el suelo boca arriba. Al cabo de unos segundos, se deslizó por debajo, hasta quedar junto a Ziel. Giró el rostro y luego volteó un poco su cuerpo. ¿Y bien? ¿Quería jugar a esto? ¿Quería imaginar que estaría a salvo, creando falsas esperanzas a su alrededor? Alec no era tan cruel como para ilusionarlo. Las cosas eran simples: estaba atrapado aquí con él, y sería mejor que se fuera acostumbrando. Pero, como todo vampiro precavido y calculador, no había ingresado allí abajo solo: en una de sus manos, mostró una hamburguesa. Ambos sabían que Ziel estaba lo suficientemente débil como para poder atacar y dañar a Alec de forma efectiva. Además, el vampiro lo había defendido de esos perros rabiosos y le estaba ofreciendo deliciosa comida humana para satisfacer su lado animal. Después de todo, si lo hubiera querido herir, ya lo hubiera hecho, ¿no? Lenta, lenta y cuidadosamente, Ziel Carphatia caería en su red. Y una vez que lo tuviera controlado, podría tener a su padre agarrado de las pelotas.
Los rojos e intensos ojos de Alec se clavaron en los dispares de él. Igual de carmesíes y lujuriosos que aquellos que constituían el desvelo y anhelo constante de Ziel, permanecían fijos, inmóviles, invitándole a aceptar lo que se le ofrecía; invitándole a no morder la mano que le estaba dando de comer.
- Alec Baskerville
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Re: Habitacion de Alec
Estaba acorralado. Por más que intentara escapar de allí, Ziel no lo conseguiría y menos en su estado actual. Ya fuera porque se hallaba debajo de la cama, porque estaba encerrado en una habitación con un vampiro obsesionado o por el hecho de que estaba en una mansión abandonada, lejos de toda civilización posible. Dado que, antes de lograr escapar por los bosques que rodeaban la vivienda, Alec lo encontraría. Y seguramente no obtuviera algo demasiado bueno en caso de intentar fugarse. Pero, ¿acaso el chico zorro lo entendería? Trataría de huir a toda costa, buscando su hábitat “natural”, o al menos, el que el animal creía; puesto que Ziel pertenecía a este desdichado mundo de la noche desde hacía varios meses. Si tan sólo no hubiera conocido a Marcus O’Conell o Bella Gring, él no tendría por qué estar aquí. Lo más probable es que estuviera ingresado en un hospital, esperando un trasplante que le salvara la vida, en caso de no estar ya muerto para entonces. Su vida habría sido más normal y cotidiana, porque desgraciadamente llevaba conviviendo bastante tiempo con esa tediosa enfermedad que portaba su cuerpo. Sin tanta cacería, sin tantos vampiros y cazadores, sin conocer a Osaki.
Pero, ¿qué le decían de todos los momentos que experimentó en este tiempo? Miedo, temor, angustia, lágrimas y desesperación; así como bondad, protección, la más preciosa felicidad. La felicidad de ser correspondido cuando te enamoras. Y Ziel no tenía un solo nombre que se correspondiera con este significado, sino dos. Dos vampiros que le habían pintado la Inmortalidad como el viaje más bonito de todos, como la belleza absoluta, la sencilla perfección y la posesión de unos dones que superarían perfectamente a los de cualquier humano. En el fondo, aquel sensible humano ansiaba el poder de defenderse por sí mismo y proteger a los que se quiere, de no depender absolutamente de nadie como llevaba tanto tiempo haciendo. Y sin poder evitarlo, el peliazul cayó rendido ante sus ojos azules, ante dos lunas sangrientas que lo miraban por las noches. Principalmente, Marcus había sido el causante del encanto que le producía ser un vampiro, dado que éste fue con el que más tiempo llegó a pasar después de todo. Quería hacerlo para continuar a su lado, apoyándole y viéndole avanzar, hasta el momento en que no le necesitara. Pero antes de darse cuenta, se enamoró de él y calló sus sentimientos con tal de no ofender a nadie. ¿A quién quiso engañar con eso? A Bella y a sí mismo, únicamente. Ziel quería a Marcus, por más que se negara y de este mismo amor, se entregó a él en alguna ocasión –aun si en aquel mugriento hotel no se encontrara en plenas facultades-; no por mera protección que pudiera asegurarle el vampiro, como así muchos lo veían. El chico era demasiado inocente y bondadoso, demasiado pudoroso como para pensar en un plan del estilo. Hasta en las últimas veces que pasaba con el vampiro, se sonrojaba, tartamudeaba levemente y le avergonzaba que tomara su mano, le besara en público o le tocara lo más mínimo. Al fin y al cabo, tenían tiempo para tomar más y más confianza el uno con el otro. Ya que él ansiaba pasar el final de sus días con ambos vampiros, pues tenía asimilado que no llegaría más allá de los treinta años. No obstante, la salvación para él se posó con el aleteo del Padre de su amado. ¿Cómo negarse a tomar lo que le separaba de su “comieron perdices”? Con ello se aseguraba también eliminar la enfermedad de su cuerpo, el vivir para siempre con el físico de un joven de dieciocho años, junto a las personas que más amaba. Y así, lamentablemente, es como Ziel Carphatia terminó en este deplorable mundo con todos esos pecados sobre su persona, en donde los débiles no logran sobrevivir, pues estaba instanciada la ley del más fuerte.
Y en este caso, Alec Baskerville era más fuerte que el peliblanco.
¿Se rendiría el chico zorro por ello? Por supuesto que no. Ziel nunca fue de los que se rendían tan fácilmente, a pesar de que siempre lo tacharan como un cobarde por huir del peligro. Pero, ¿cómo iba a enfrentar a la pesadilla que consolidaban los cazadores él solo? Imposible. Menos cuando obtuvo la noticia del fallecimiento de ambos vampiros. En cambio, tras olvidar quién fue, tras olvidarlos a ellos, el joven había encontrado nuevas fuerzas para luchar a cada día. Aún no conocía exactamente el qué lo llevaba por este camino, pero continuaba poniendo pies tras pie. Por eso mismo, Alec se hallaba muy equivocado con él. No importaba si parecía frágil, si ahora estaba débil por la droga o la pérdida de sangre, si le avergonzaba con sus palabras o ponía su dignidad por los suelos –de lo cual no entendía nada completamente, debido al olvido de su propia lengua-, él se levantaría. Porque en su interior se encontraba todavía la promesa que le hizo Ziel a Marcus, acerca de encontrarse algún día nuevamente. No podía faltar a su palabra, daba igual cómo lo hiciera.
Los perros de Alec regresaron al lado de su amo. Las orejas de Ziel automáticamente subieron, ya debajo de la cama, expectantes por ese olor nuevo que llegaba hasta su nariz. ¿Qué serían? Movió sus colas en su espalda y avanzó lentamente por el suelo, reptando, hasta llegar más o menos a los pies del colchón. Se inclinó un poco más, viendo allí a los dos canes alrededor del vampiro. Por un momento, sus ojos se llenaron de una mínima alegría. Ambos animales se parecían más a la visión que él tenía de sí mismo. Andaban a cuatro patas, tenían orejas y colas también. La única diferencia que les separaba era que él tenía un cuerpo más grande, más humano. Pero eso no significa demasiada desigualdad con ellos. Se escuchó un gemido por debajo de la cama, pudiendo verse perfectamente las manos del peliblanco, dando presencia de que se encontraba aún ahí. El pequeño zorro quería ver más de cerca a los dos perros, olerles, rodearse de ellos, jugar incluso. Sin embargo, al parecer, quien poseía las buenas intenciones aquí, era únicamente el chico. Los dos canes se percataron de su presencia y corrieron a intimidar a la cría de animal que se escondía bajo de los muelles. Ziel se acobardó por la rapidez del acercamiento –porque él necesitaba tiempo y confianza para conocer gente- y retrocedió todo lo que pudo, pegándose contra la pared todo lo que pudo. El sonido de antes se repitió, aunque esta vez el mensaje era bastante diferente respecto a la vez anterior. Transmitió emoción cuando los vio, pero ahora era más bien algo temeroso y extrañeza por el actuar agresivo de los dos perros. Sus ojos persiguieron las patas de esos seres, creyendo que iba a volverse loco de tantas vueltas que daban alrededor de su escondite. Escuchó sus gruñidos y él también copió el gesto, hablando en aquel idioma con el que se comunicaban los animales. Y entonces, uno de ellos se detuvo cerca de él. El hocico del perro se inmiscuyó debajo de la cama, mientras que Ziel también se acercaba lentamente guiado por el olor que desprendía su actual enemigo. Cuando, de repente, sus ojos dispares se toparon con los orbes oscuros y dientes del can. El peliblanco dio un respingo, retrocediendo y bajando sus colas hacia abajo, sorprendido. Sin embargo, su cuerpo se volvió a mover casi por sí solo. Sus labios se abrieron, mostrando sus colmillos, combatiendo con el can en cuestión de miradas y gestos. Uno de los dos estaba por atacar. Y en este caso, por estar herido, Ziel tomó la delantera y arañó el rostro de su enemigo, antes de que lo acorralara y mordiera junto a su compañero de raza. Justamente en ese instante, el silbido de Alec distrajo a los tres animales, solicitando la presencia de sus fieles mascotas. El único que no acudió fue el ser puro y blanquecino, desnudo, que se hallaba escondido y temiendo de lo que pudiera suceder; quien además creyó espantar a su enemigo con sus amenazas, colmillos y aquel rotundo zarpazo que le proporcionó.
Y el zorro esperó, impaciente, nervioso por el rotundo silencio que se formó después de eso. Sus colas se movían velozmente en su espalda, algo emocionado de esta primera y pequeña victoria. Todavía podía hacerlo, podía vencer a los tres. Total, ya lo consiguió con uno. ¿Qué sería luego de los demás? Justamente, el más peligroso del trío enemigo, se tumbó en el suelo. Los ojos se Ziel se posaron sobre su figura y retrocedió hacia el lado contrario. Ocultó bajo su cuerpo el brazo que le dolía aún por el disparo que sufrió, comenzando a gruñir con ferocidad. ¿Qué intentaba hacer? ¿Cómo osaba a meterse en su territorio? Sus colmillos sobresalían de su boca, amenazante. Sin embargo, aquello no bastó para alejarle. Por esta razón, lanzó sus manos para querer arañar a Alec, esperando que saliera de la cama. Pero lo que no esperó fue la completa intromisión en sus dominios. Las pupilas de Ziel se expandieron, asustado. Rugió todo lo fuerte que podía y de repente, se calmó tras ver la hamburguesa. Amarillo y azul tan solo tenían la fijación en la comida. Sus orejas incluso se levantaron al compás que sus colas, sorprendido y obsesionado con la comida. Las tripas del peliblanco resonaron, recordándole la falta de fuerzas que experimentaba. Y ahora pareciera un pequeño animal que queda a disposición de su dueño por un simple pedazo de pan. Aunque, si Alec pensó que tendría al chico como una mascota, comiendo de su mano, estaba muy equivocado.
Tras olfatear la hamburguesa, clavó la mirada sobre quien se la ofrecía. Hubo unos minutos en los que Ziel quedó paralizado por el color rojizo de sus iris, pues le recordaban al ser contra el que estuvo combatiendo hacía escasas horas. En cambio, tras relacionarlo con él por el color de su cabello y ojos, gimió y salió fugazmente de la cama. Si anteriormente luchó con Marcus, el cual precisamente tampoco le había tratado con demasiada humildad, ¿quién le aseguraba que este hombre no intentara comprarle con comida? Los animales eran listos en muchas ocasiones. Y en este caso, el olfato y la percepción visual de Ziel le guiaban por el camino correcto.
Salió disparado de debajo de la cama, desaprovechando la oportunidad de alimentarse de esa mano desconocida. Su vista continuaba fija en el hueco que abandonó como escondite, golpeándose sin darse cuenta contra la pared de tanto retroceder. Estiró las piernas rápidamente, poniéndose de pie, pero cayendo enseguida por la falta de fuerzas. Y sus ojos buscaban ahora, un nuevo lugar donde refugiarse. Entonces, se fijó en la puerta que presidían los dos canes. Concretamente, la mirada del zorro se fue hacia el arañazo que le causó a uno de los dos perros. Las colas del neófito se erizaron instantáneamente como en un escalofrío. Y éste no lo dudó. Ziel estaba “retándole” por salir, según lo vieran los salvajes. Salió velozmente de su posición, reuniendo la venganza al igual que su amo, dispuesto a acabar y acorralar del todo a su presa para Alec.
Y de repente, se abalanzó sobre él.
Se escuchaba el gemido y los gruñidos de los dos animales que disputaban, pero no se conocían detalles de lo que ocurría. El can se arrojó sobre Ziel y éste, claramente, comenzó a defenderse. Su mandíbula intentó agarrar el cuerpo del perro, pero se giró rápidamente, arañándole en el rostro, devolviéndole. El cachorro volvió a quejarse, cerrando levemente uno de los ojos afectados por sus uñas. Tampoco iba a rendirse, pues eso estaba prohibido. Si lo hacía, ya no existiría salvación para él. Y por ello, decidió atacar de nuevo, empujando a su enemigo para tumbarle y así morderle. El can lo esquivó nuevamente. El peliblanco no estaba enfrentándose contra un simple perro, pues verdaderamente no lo era. No obstante, Ziel tampoco era concretamente un vampiro normal y corriente. Y por eso, este enfrentamiento dejaba bastante que desear de ambos.
Tras evitar los colmillos del neófito, el animal negro percibió la debilidad de una de sus manos, la cual no utilizaba para luchar contra él. Se aprovechó de ello y se inclinó para agarrar su brazo y morderle en la incisión del disparo. El zorro chilló de la angustia, revolviéndose para que lo soltara. En cambio, aquello no funcionaría, pues su carne no saldría fácilmente de su mandíbula. Contraatacó sin demorar más tiempo. Sus colmillos se clavaron sobre el cuello de su nueva presa, sacudiendo la cabeza como un salvaje para destrozar sus tejidos. Y entonces ambos animales lanzaron sus patas hacia delante, esperando derribar al contrario, sin soltar lo más mínimo la debilidad del otro.
Y finalmente los ojos de Ziel brillaron sagaces. Golpeó con sus dos fuertes colas el costado del can y lo desplazó de su posición, al menos, aunque su hombro no se hubiera desprendido de los dientes. Sin embargo, tampoco lo dejó ahí, pues apretó todo lo que pudo la mandíbula, haciendo que terminara por soltarle el brazo y se alejara. Los gruñidos persistieron, en cambio. Pero la decisión de avanzar hacia el otro se convertía en algo difícil, dada la condición herida de ambos. Sin pensarlo, el peliblanco retrocedió, quedando en la esquina de la habitación, oculto tras uno de los muebles; sin parar de observar desconfiadamente a su alrededor. Se cubrió protectoramente con su pelaje blanco, como si intentara ocultar su hombro y desnudez. Y comenzó, después, a lamerse la herida del hombro, adolorido, gimiendo un par de veces más. Ziel era un vampiro y era también poseedor de un espíritu animal, pero ante todo, había aprendido a ser capaz de defenderse por sí mismo. Y este zorro desconfiado, ya no sería engañado más ni por los humanos –o vampiros-, así como tampoco por ningún animal semejante a él.
Pero, ¿qué le decían de todos los momentos que experimentó en este tiempo? Miedo, temor, angustia, lágrimas y desesperación; así como bondad, protección, la más preciosa felicidad. La felicidad de ser correspondido cuando te enamoras. Y Ziel no tenía un solo nombre que se correspondiera con este significado, sino dos. Dos vampiros que le habían pintado la Inmortalidad como el viaje más bonito de todos, como la belleza absoluta, la sencilla perfección y la posesión de unos dones que superarían perfectamente a los de cualquier humano. En el fondo, aquel sensible humano ansiaba el poder de defenderse por sí mismo y proteger a los que se quiere, de no depender absolutamente de nadie como llevaba tanto tiempo haciendo. Y sin poder evitarlo, el peliazul cayó rendido ante sus ojos azules, ante dos lunas sangrientas que lo miraban por las noches. Principalmente, Marcus había sido el causante del encanto que le producía ser un vampiro, dado que éste fue con el que más tiempo llegó a pasar después de todo. Quería hacerlo para continuar a su lado, apoyándole y viéndole avanzar, hasta el momento en que no le necesitara. Pero antes de darse cuenta, se enamoró de él y calló sus sentimientos con tal de no ofender a nadie. ¿A quién quiso engañar con eso? A Bella y a sí mismo, únicamente. Ziel quería a Marcus, por más que se negara y de este mismo amor, se entregó a él en alguna ocasión –aun si en aquel mugriento hotel no se encontrara en plenas facultades-; no por mera protección que pudiera asegurarle el vampiro, como así muchos lo veían. El chico era demasiado inocente y bondadoso, demasiado pudoroso como para pensar en un plan del estilo. Hasta en las últimas veces que pasaba con el vampiro, se sonrojaba, tartamudeaba levemente y le avergonzaba que tomara su mano, le besara en público o le tocara lo más mínimo. Al fin y al cabo, tenían tiempo para tomar más y más confianza el uno con el otro. Ya que él ansiaba pasar el final de sus días con ambos vampiros, pues tenía asimilado que no llegaría más allá de los treinta años. No obstante, la salvación para él se posó con el aleteo del Padre de su amado. ¿Cómo negarse a tomar lo que le separaba de su “comieron perdices”? Con ello se aseguraba también eliminar la enfermedad de su cuerpo, el vivir para siempre con el físico de un joven de dieciocho años, junto a las personas que más amaba. Y así, lamentablemente, es como Ziel Carphatia terminó en este deplorable mundo con todos esos pecados sobre su persona, en donde los débiles no logran sobrevivir, pues estaba instanciada la ley del más fuerte.
Y en este caso, Alec Baskerville era más fuerte que el peliblanco.
¿Se rendiría el chico zorro por ello? Por supuesto que no. Ziel nunca fue de los que se rendían tan fácilmente, a pesar de que siempre lo tacharan como un cobarde por huir del peligro. Pero, ¿cómo iba a enfrentar a la pesadilla que consolidaban los cazadores él solo? Imposible. Menos cuando obtuvo la noticia del fallecimiento de ambos vampiros. En cambio, tras olvidar quién fue, tras olvidarlos a ellos, el joven había encontrado nuevas fuerzas para luchar a cada día. Aún no conocía exactamente el qué lo llevaba por este camino, pero continuaba poniendo pies tras pie. Por eso mismo, Alec se hallaba muy equivocado con él. No importaba si parecía frágil, si ahora estaba débil por la droga o la pérdida de sangre, si le avergonzaba con sus palabras o ponía su dignidad por los suelos –de lo cual no entendía nada completamente, debido al olvido de su propia lengua-, él se levantaría. Porque en su interior se encontraba todavía la promesa que le hizo Ziel a Marcus, acerca de encontrarse algún día nuevamente. No podía faltar a su palabra, daba igual cómo lo hiciera.
Los perros de Alec regresaron al lado de su amo. Las orejas de Ziel automáticamente subieron, ya debajo de la cama, expectantes por ese olor nuevo que llegaba hasta su nariz. ¿Qué serían? Movió sus colas en su espalda y avanzó lentamente por el suelo, reptando, hasta llegar más o menos a los pies del colchón. Se inclinó un poco más, viendo allí a los dos canes alrededor del vampiro. Por un momento, sus ojos se llenaron de una mínima alegría. Ambos animales se parecían más a la visión que él tenía de sí mismo. Andaban a cuatro patas, tenían orejas y colas también. La única diferencia que les separaba era que él tenía un cuerpo más grande, más humano. Pero eso no significa demasiada desigualdad con ellos. Se escuchó un gemido por debajo de la cama, pudiendo verse perfectamente las manos del peliblanco, dando presencia de que se encontraba aún ahí. El pequeño zorro quería ver más de cerca a los dos perros, olerles, rodearse de ellos, jugar incluso. Sin embargo, al parecer, quien poseía las buenas intenciones aquí, era únicamente el chico. Los dos canes se percataron de su presencia y corrieron a intimidar a la cría de animal que se escondía bajo de los muelles. Ziel se acobardó por la rapidez del acercamiento –porque él necesitaba tiempo y confianza para conocer gente- y retrocedió todo lo que pudo, pegándose contra la pared todo lo que pudo. El sonido de antes se repitió, aunque esta vez el mensaje era bastante diferente respecto a la vez anterior. Transmitió emoción cuando los vio, pero ahora era más bien algo temeroso y extrañeza por el actuar agresivo de los dos perros. Sus ojos persiguieron las patas de esos seres, creyendo que iba a volverse loco de tantas vueltas que daban alrededor de su escondite. Escuchó sus gruñidos y él también copió el gesto, hablando en aquel idioma con el que se comunicaban los animales. Y entonces, uno de ellos se detuvo cerca de él. El hocico del perro se inmiscuyó debajo de la cama, mientras que Ziel también se acercaba lentamente guiado por el olor que desprendía su actual enemigo. Cuando, de repente, sus ojos dispares se toparon con los orbes oscuros y dientes del can. El peliblanco dio un respingo, retrocediendo y bajando sus colas hacia abajo, sorprendido. Sin embargo, su cuerpo se volvió a mover casi por sí solo. Sus labios se abrieron, mostrando sus colmillos, combatiendo con el can en cuestión de miradas y gestos. Uno de los dos estaba por atacar. Y en este caso, por estar herido, Ziel tomó la delantera y arañó el rostro de su enemigo, antes de que lo acorralara y mordiera junto a su compañero de raza. Justamente en ese instante, el silbido de Alec distrajo a los tres animales, solicitando la presencia de sus fieles mascotas. El único que no acudió fue el ser puro y blanquecino, desnudo, que se hallaba escondido y temiendo de lo que pudiera suceder; quien además creyó espantar a su enemigo con sus amenazas, colmillos y aquel rotundo zarpazo que le proporcionó.
Y el zorro esperó, impaciente, nervioso por el rotundo silencio que se formó después de eso. Sus colas se movían velozmente en su espalda, algo emocionado de esta primera y pequeña victoria. Todavía podía hacerlo, podía vencer a los tres. Total, ya lo consiguió con uno. ¿Qué sería luego de los demás? Justamente, el más peligroso del trío enemigo, se tumbó en el suelo. Los ojos se Ziel se posaron sobre su figura y retrocedió hacia el lado contrario. Ocultó bajo su cuerpo el brazo que le dolía aún por el disparo que sufrió, comenzando a gruñir con ferocidad. ¿Qué intentaba hacer? ¿Cómo osaba a meterse en su territorio? Sus colmillos sobresalían de su boca, amenazante. Sin embargo, aquello no bastó para alejarle. Por esta razón, lanzó sus manos para querer arañar a Alec, esperando que saliera de la cama. Pero lo que no esperó fue la completa intromisión en sus dominios. Las pupilas de Ziel se expandieron, asustado. Rugió todo lo fuerte que podía y de repente, se calmó tras ver la hamburguesa. Amarillo y azul tan solo tenían la fijación en la comida. Sus orejas incluso se levantaron al compás que sus colas, sorprendido y obsesionado con la comida. Las tripas del peliblanco resonaron, recordándole la falta de fuerzas que experimentaba. Y ahora pareciera un pequeño animal que queda a disposición de su dueño por un simple pedazo de pan. Aunque, si Alec pensó que tendría al chico como una mascota, comiendo de su mano, estaba muy equivocado.
Tras olfatear la hamburguesa, clavó la mirada sobre quien se la ofrecía. Hubo unos minutos en los que Ziel quedó paralizado por el color rojizo de sus iris, pues le recordaban al ser contra el que estuvo combatiendo hacía escasas horas. En cambio, tras relacionarlo con él por el color de su cabello y ojos, gimió y salió fugazmente de la cama. Si anteriormente luchó con Marcus, el cual precisamente tampoco le había tratado con demasiada humildad, ¿quién le aseguraba que este hombre no intentara comprarle con comida? Los animales eran listos en muchas ocasiones. Y en este caso, el olfato y la percepción visual de Ziel le guiaban por el camino correcto.
Salió disparado de debajo de la cama, desaprovechando la oportunidad de alimentarse de esa mano desconocida. Su vista continuaba fija en el hueco que abandonó como escondite, golpeándose sin darse cuenta contra la pared de tanto retroceder. Estiró las piernas rápidamente, poniéndose de pie, pero cayendo enseguida por la falta de fuerzas. Y sus ojos buscaban ahora, un nuevo lugar donde refugiarse. Entonces, se fijó en la puerta que presidían los dos canes. Concretamente, la mirada del zorro se fue hacia el arañazo que le causó a uno de los dos perros. Las colas del neófito se erizaron instantáneamente como en un escalofrío. Y éste no lo dudó. Ziel estaba “retándole” por salir, según lo vieran los salvajes. Salió velozmente de su posición, reuniendo la venganza al igual que su amo, dispuesto a acabar y acorralar del todo a su presa para Alec.
Y de repente, se abalanzó sobre él.
Se escuchaba el gemido y los gruñidos de los dos animales que disputaban, pero no se conocían detalles de lo que ocurría. El can se arrojó sobre Ziel y éste, claramente, comenzó a defenderse. Su mandíbula intentó agarrar el cuerpo del perro, pero se giró rápidamente, arañándole en el rostro, devolviéndole. El cachorro volvió a quejarse, cerrando levemente uno de los ojos afectados por sus uñas. Tampoco iba a rendirse, pues eso estaba prohibido. Si lo hacía, ya no existiría salvación para él. Y por ello, decidió atacar de nuevo, empujando a su enemigo para tumbarle y así morderle. El can lo esquivó nuevamente. El peliblanco no estaba enfrentándose contra un simple perro, pues verdaderamente no lo era. No obstante, Ziel tampoco era concretamente un vampiro normal y corriente. Y por eso, este enfrentamiento dejaba bastante que desear de ambos.
Tras evitar los colmillos del neófito, el animal negro percibió la debilidad de una de sus manos, la cual no utilizaba para luchar contra él. Se aprovechó de ello y se inclinó para agarrar su brazo y morderle en la incisión del disparo. El zorro chilló de la angustia, revolviéndose para que lo soltara. En cambio, aquello no funcionaría, pues su carne no saldría fácilmente de su mandíbula. Contraatacó sin demorar más tiempo. Sus colmillos se clavaron sobre el cuello de su nueva presa, sacudiendo la cabeza como un salvaje para destrozar sus tejidos. Y entonces ambos animales lanzaron sus patas hacia delante, esperando derribar al contrario, sin soltar lo más mínimo la debilidad del otro.
Y finalmente los ojos de Ziel brillaron sagaces. Golpeó con sus dos fuertes colas el costado del can y lo desplazó de su posición, al menos, aunque su hombro no se hubiera desprendido de los dientes. Sin embargo, tampoco lo dejó ahí, pues apretó todo lo que pudo la mandíbula, haciendo que terminara por soltarle el brazo y se alejara. Los gruñidos persistieron, en cambio. Pero la decisión de avanzar hacia el otro se convertía en algo difícil, dada la condición herida de ambos. Sin pensarlo, el peliblanco retrocedió, quedando en la esquina de la habitación, oculto tras uno de los muebles; sin parar de observar desconfiadamente a su alrededor. Se cubrió protectoramente con su pelaje blanco, como si intentara ocultar su hombro y desnudez. Y comenzó, después, a lamerse la herida del hombro, adolorido, gimiendo un par de veces más. Ziel era un vampiro y era también poseedor de un espíritu animal, pero ante todo, había aprendido a ser capaz de defenderse por sí mismo. Y este zorro desconfiado, ya no sería engañado más ni por los humanos –o vampiros-, así como tampoco por ningún animal semejante a él.
- Ziel A. Carphatia
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