Sala de estar

Daichi giró la llave en la cerradura, deslizó el pomo a un lado y abrió la puerta. El departamento, que era promedio y sin mucho ostento, estaba ordenado y limpio, sin signos de haber sido manoseado. Era natural (bastante, diría Ichinose) que el hombre no pasara tiempo en su morada para nada. Descansaba en hostales y bares de mala muerte cuando tenía trabajo que hacer; pero el apartamento era suficiente para recibir a su hijo los fines de semana.

Ingresó lanzando las llaves sobre el recipiente ovalado de cobre que tenía en la mesita de entrada y se quitó los zapatos, agitando los pies para quitárselos. Se colocó sus pantuflas de gatito (muy cómodas, por cierto) y se metió hacia la sala de estar, dejando la puerta abierta para que Souji ingresase.

—Siéntete como en casa, Ikeda. Pero no toques nada. —jodió, mientras buscaba su laptop encima de la mesa del comedor. Lo atajó y lo encendió, buscando una silla y sentándose por mayor comodidad. El logo del sistema operativo apareció y su escritorio se desplegó por la pantalla.

Buscó el programa que necesitaba entre sus archivos, y extrajo el teléfono de Cordelia de su bolsillo.

—Bien, primera pregunta. ¿Conoces a alguien con las siglas Z.C., Ikeda-kun?