~ Vampire Knight: Academia Cross ~
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    Mensaje por Yuuki Cross Jue Ene 02, 2014 2:08 pm

    Recuerdo del primer mensaje :

    Hospital - Página 2 Hospital-cruz-roja

    Es un edificio pequeño ubicado en una zona medianamente céntrica, no muy lejos del mercado. Se trata de un centro médico no muy grande, pero con la suficiente tecnología como para asegurar el bienestar de todos los pueblerinos. Sin embargo, muchas veces falta personal a causa de que muchos profesionales vienen a trabajar al lugar desde pueblos aledaños, dificultando a veces la presencia de ciertos médicos para determinados casos especiales. Muy pocos allí dentro conocen la existencia de los vampiros y la cantidad de personas que tuvieron que ser intervenidas a causa de ellos.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Dom Mar 30, 2014 2:48 pm

    Me removí un poco, tratando de volver a enderezarme. A pesar de que aquella enfermera había accedido a reclinar un  poco el colchón, seguía sin estar cómoda. Pero, de todas formas, ¿desde cuándo me había sentido cómoda teniendo que mantenerme quieta? Abandoné mis intentos de enderezarme un poco cuando una nueva punzada del costado me advirtió que me quedase quieta. Suspiré, resignada. No quise pedirle a Yagari si podía darle a la palanquita; lo veía tan tranquilo que me parecía un crimen perturbarlo en aquel momento. Tan tranquilo que, si lo hubiese visto en otro momento, habría jurado que era otra persona. Y me alegraba realmente el verlo así, aunque por dentro me inquietaba la posibilidad de que siguiera torturándose interiormente. Me alegré de que no se tomase mal lo que le dije, pues pensaba que había hablado demasiado... Sin embargo, no podría haberme callado la verdad, la verdad de que siempre lo veía concentrado en su trabajo y de que no debía torturarse de esa forma. Podía adivinar en su ojo que aquel lado frío que siempre mostraba parecía querer tomar el protagonismo de nuevo, pero al final acababa sucumbiendo. Lo observé atentamente mientras me respondía, volviendo a comprobar lo cansado que estaba, por mucho que quisiera guardar la compostura. Las palabras que pronunció callaron cualquier intento de mandarle a descansar.- ¿En serio...?-Murmuré, pensando que tal vez no quería ser brusco conmigo al encontrarme de aquella manera. Siempre me había considerado a mí misma como una de esas personas que al final te acababan sacando de quicio, fuera por una cosa o por otra. Sonreí cuando dijo lo de que posiblemente le daba unos cuantos dolores de cabeza, reconociendo que aquello era la verdad en estado puro. Me sentí incómoda ante aquel halago, notando que el rubor volvía a mis mejillas.- M-muchas gracias.- Dije, sorprendida. Pensaba que me tenía por una completa incompetente. Volví a sonreír cuando me preguntó si estaría contenta al haberle salvado la vida a él también. Casi riendo, respondí.- Estamos en paz.- Sentencié con una sonrisa, la cual se suavizó un poco cuando me dijo que no era inoportuna. No me había dado la misma sensación la noche del baile, había podido sentir que le sobraba completamente, que hubiera estado mucho mejor si no hubiese aparecido por allí. Y luego me reproché muchísimas veces el haberme metido donde no me llamaban. Volví de nuevo mis ojos hacia él.- ¿Más gente como yo?- Pregunté, casi en voz baja, mirándolo intrigada. Sonreí a mi pesar, queriendo decirle que, aunque ahora me considerase que no era así, en la noche del baile le había sobrado totalmente. Pero finalmente callé aquello, a sabiendas de que lo único que conseguiría sería el provocar más tensión y más tristeza.

    Observé la sorpresa que mostraba cuando me escuchó reír. Volví a sonreír cuando dijo que seguramente me enfadase con él más veces.- Tampoco creo que se libre de enfadarse conmigo más veces.- Le respondí, sonriendo. Sabía que, con lo dura que teníamos la cabeza, acabaríamos volviendo a chocar en algún momento, más temprano o más tarde. Lo único que rogaba era que no fuese como aquella vez, que no resultase de nuevo tan doloroso ni se tocasen tantos puntos que no se deberían remover. Asentí levemente cuando me confirmó que aquella sudadera era de Shinji. ¿Cómo no reconocerla? Hacía bastante tiempo que el cazador no la usaba, pero sí la recordaba bastante bien. Shinji no tenía un fondo de armario muy variado, cosa que le traía sin cuidado y que había hecho que tanto su difunta esposa como yo nos aprovechásemos para echárselo en cara y disfrutar un poco con la expresión de fastidio que ponía. Lo observé durante un rato, pensando que parecía más joven con aquella prenda, a lo que seguramente también se le unía la suavidad de su expresión. Pero ni una cosa ni otra lograban ocultar el cansancio que se adivinaba en él.- Debería descansar.- Le dije, mirándole preocupada. Bajé un poco la mirada, sonriendo levemente, sintiendo a la nostalgia invadir mi pecho. Aquel mismo sentimiento que había descrito el cazador lo había estado sintiendo en mis propias carnes desde que comenzaron a faltarme las personas que más quería. Aquella horrible sensación de estar rodeado de personas, que ríen contigo, te hablan como a uno más... pero que sientes que no te pueden comprender, que hay algo infranqueable que os diferencia.-Sé a lo que se refiere.- Dije, sin darme cuenta de que se me había estado escapando el tratarlo de usted. Había sentido aquello tras perder a Yuuko. Los primeros días fueron confusos, pues pensaba que todo aquello se trataba de una pesadilla... No terminaba de asimilarlo, no podía asimilarlo. La misma persona que había visto por la mañana, feliz y vivaz como ella sola lo podía ser, había sido encontrada abandonada en un parque, a la mañana siguiente, como si se hubiese quedado dormida sobre aquel banco olvidado. Pero la frialdad y la palidez de su piel indicaban que no se trataba precisamente de que estuviese dormida. Agaché un poco más la cabeza para volver a hablar.-Cuando se pierde a una persona, ésta deja un hueco en su corazón que no puede ser llenado por nada ni por nadie más. Sientes que los demás, por mucho que lo intenten o lo intentes, no te van a poder comprender como esa persona lo hacía, ni te van a poder dar lo mismo que ella. Porque es imposible reemplazar a alguien, ya que cada persona es única e inigualable. Por eso, cuando alguien nos marca tanto como para que lo consideremos importante en nuestra vida y, de repente, se va, es imposible el no sentirse solos, aunque nos acompañen físicamente otros.- Seguramente pensaría algo así como que qué sabría alguien tan joven sobre perder a los que te rodeaban y sentirte tan solo como si estuvieses aislado del mundo. Pero, para mi desgracia, lo sabía, y por partida doble. Había vuelto a sentir lo mismo, años después, tras la muerte de Ichigo. Después de tanto tiempo, me había topado con una persona que sentía que realmente me entendía, una persona con la que conectaba de alguna manera. Pero se había ido. Y, a diferencia de Yuuko, no había tenido el detalle de, al menos, dejarme un lugar al cual ir a llorarle. Había desaparecido simplemente. Y aquello había acentuado la sensación de vacío. Levanté la cabeza, sonriendo a modo de disculpa.- Perdone... Perdona toda esa reflexión tan extraña.- Me disculpé, sintiendo de nuevo que había hablado más de la cuenta. Negué con la cabeza cuando dijo lo de echar las cosas al olvido.- Cuando alguien olvida con tanta facilidad o reemplaza a alguien tan rápido es porque nunca le llegó a importar lo suficiente.- Con aquello no me refería a las personas que eran capaces de sonreír aun después de una tragedia, sino a aquellas personas que parecían quererse nada más que a ellos mismos. Tal vez, esas personas que conseguían poder reír, eran las que más sufrían interiormente. Noté aquel cambio de expresión, que mutó de ser, durante unos instantes serio, para volver a ser amable. Le devolví la sonrisa, pensando que sería mejor apartar aquellos temas; parecían remover una parte de su alma que aun estaba muy herida, y que posiblemente lo siguiera estando durante muchísimo más tiempo. Reí suavemente ante su consejo.- ¿Qué tiene algo de malo alguien como usted... como tú?- Tenía razón en que era alguien que resultaba difícil de tratar, pero, dijese lo que dijese, no me iba a parecer mala persona. E insistiese lo que insistiese, no iba a conseguir que cuando el viese mal no acudiese. ¿No se había dado cuenta del material tan increíblemente duro del que estaba hecho mi cabeza? Seguramente, si me hubiesen apuntado a la cabeza en vez de al pecho, la bala habría hasta rebotado contra el cráneo. Observé, intrigada, la expresión de extrañeza que había tomado su rostro. Lo observé, algo tensa ante aquella repentina atención, mientras me tomaba la temperatura.- N-no que yo sepa...- Respondí, algo cortada. ¿Fiebre por qué? Volví a reír cuando bromeó con lo de mis piernas, mientras dirigía mi mirada de nuevo hacia los dos peluches que reposaban sobre mi estómago.

    Y, entonces, la puerta se abrió con el estruendo que solía acompañar a Shinji a cada lado que iba. Su figura apareció tras la puerta mientras farfullaba algo, seguramente para que lo escuchásemos también, pero con aquel nervio en la voz era un poco difícil adivinar de qué hablaba. Lo observé, sin comprender muy bien su reacción, cuando miró hacia varios lados y carraspeó. Lo observé mientras se acercaba, notando que Yagari se hacía un poco a un lado y, por ende, su mano también se alejaba, cosa que me apenó un poco. Cuando la apartó, noté cómo mi mano se sentía fría al estar de nuevo descubierta. Observé a los dos cazadores, sorprendida ante la expresión socarrona de Shinji como ante la pregunta de Yagari.-Estoy bien.- Protesté con suavidad, segura de que no tenía fiebre. Me dejé tomar la temperatura, y cerré levemente los ojos cuando se inclinó para hacer lo propio con los labios, notando que me sonrojaba aun más ante tanta atención.- De verdad, estoy bien...-Volví a protestar, comprendiendo por fin el por qué se pensaban que tenía fiebre. Me callé, prefiriendo que pensaran aquello antes que aquello que teñía mis mejillas no era otra cosa sino rubor. Negué con la cabeza cuando me preguntó si quería que me quitase alguna de las mantas. Alcé la vista, feliz, cuando me dijo que me traerían el almuerzo, pero seguidamente fruncí el entrecejo.- ¿Ya me dejan quitarme el respirador?- Pregunté, extrañada ante la velocidad con la que transcurría aquello. Shinji se encogió de hombros y contestó.- Parece ser que así es.-Me dirigió una mirada pensativa, pero fui más rápida que él. Contenta de poder librarme de aquella máquina, me llevé ambas manos a la mascarilla.-¡Eh eh! No tan deprisa.- Me reprochó, cogiendo con cuidado la mascarilla y ayudándome a quitármela. Dejé escapar un suspiro de alivio al poder respirar de nuevo por mí misma. Dejé que mi espalda se hundiese en el colchón un poco más, sonriendo de lo relajada que me sentía sin aquella cosa puesta sobre mi boca. Shinji soltó un par de estruendosas carcajadas ante mi expresión, y colocó la mascarilla sobre el resto de máquina que formaba el respirador.- Aun la tendrás que seguir llevando, al menos para dormir y eso... Pero, por lo que me ha explicado, si sigues evolucionando así, posiblemente te libres pronto de ella.-Lo observé palmear la espalda de aquel cansado Yagari, dirigiéndole una mirada preocupada. Con una sonrisa cansada, no pude evitar el sonreír ante aquella pequeña discusión. Era extraño ver las reacciones de ambos, el ver lo distintos que eran uno del otro. Observé aquella ojera que se podía apreciar en el demacrado rostro del Vicepresidente, por no añadir lo hundidos que encontraba sus hombros.- Descansa un poco, senpai.- Le dije con una sonrisa.- No tiene por qué preocuparse tanto. Vaya y descanse, haga lo que le ha dicho Shinji.- Trataba de tutearlo, pero me resultaba algo casi imposible de hacer. Shinji me miró de forma inquisidora.- ¿Qué es eso de tutear a un superior?- Me regañó, haciendo que me volviese a ruborizar. Sonrió de forma socarrona cuando percibió aquello.- Oh, ahí tenemos la fiebre que tenía.- Lo fulminé con la mirada, indignada, cuando se volvió a echar a reír. Con un suspiro, acabé sonriendo a mi pesar. Qué demonios, que se riesen ambos todo lo que quisieran. Ojalá pudieran reír siempre así.

    Al poco entraron una enfermera y el médico. La enfermera se limitó a dejar el carrito con la bandeja y a despedirse con un gesto amable, mientras el médico saludaba a ambos cazadores.- Usted era su tío, ¿cierto?- Preguntó el médico mientras le estrechaba la mano a Yagari. -¿Tío?- Soltamos casi a la vez, sin entender qué estaba pasando, pero una mirada de Shinji me advirtió que no siguiese por ese camino. Me callé y le sonreí al médico, quien nos dirigió una mirada extrañada, pero se volvió y revisó los papeles que un rato antes había dejado la otra enfermera sobre aquella máquina infernal. Se volvió hacia mí y me puso una mano en la frente.- ¿Tienes fiebre? ¿Te encuentras bien?- Preguntó, y giré mi vista de manera amenazadora hacia Shinji cuando le sentí tratando de aguantar la risa, disimulándolo muy mal.- Estoy bien, siempre suelo tener mucho color en la cara.- Contesté, tratando de parecer lo más sincera que pude. El médico explicó un par de cosas, unas cuantas pruebas pendientes y que, tal y como había dicho Shinji, tendría que seguir usando el respirador para dormir, al menos, durante un par de días más.- Tienes buena cara, pequeña, parece mentira.- Comentó, ante lo que me sentí un poco incómoda.-Esperemos que siga evolucionando así, pero de todas maneras aún le quedan un par de días en cuidados intensivos y otros cuantos más hospitalizada.- Se despidió con un gesto de la mano y salió tranquilamente, cerrando la puerta tras de sí con cuidado. Dejé escapar un suspiro cansado, tratando de no pensar en las pruebas, cuando noté a Shinji acercando la bandeja. Me levantó un poco el colchón, todo lo que pudo hasta que la herida lo permitió, para entonces acercarme una cucharada.- Puedo comer sola.-Protesté, sabiendo que se estaba divirtiendo como nunca a mi costa, cosa que se podía ver en aquella sonrisa socarrona.- De eso nada, enana.- Respondió, haciendo que aceptara la cucharada de me ofrecía. Con expresión de fastidio, la acepté, para que mi rostro mutara a una expresión de desagrado.- Qué, ¿cómo está?-Tragué aquella sopa que, al menos, estaba caliente.- Preferiría que cocinases tú.
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    Mensaje por Yagari Touga Vie Abr 04, 2014 3:03 am

    Un aire sincero se había apoderado del ambiente. Ambos se habían disculpado, habían entablado una conversación, se habían observado con más comprensión y transparencia. Yagari entendió, entonces, que el mismo dolor que él llevaba dentro, podía llevarlo ella también. Incluso sus ojos podían llegar a ser motivo por el cual su alma podía delatarse, tan pura y llena de buenos valores, como tan herida y triste. Y mientras más admiraba en ella aquellas tímidas sonrisas, más creía comprenderla. Y en un momento sintió tal afinidad, que se asustó. Su interior se removió, trayendo recuerdos como si estuviera experimentando un auténtico Deja Vu. Sus palabras no demoraron en inundar sus pensamientos, llenándolo de reflexiones también. Y ahora que había llegado Shinji, lamentaba no poder decirle todo lo que pensaba, como si esa pequeña y escasa conversación -aunque llena de significados- fuera una especie de sigiloso secreto entre ambos. Touga le dedicó una tranquila mirada cómplice, comprensiva, acompañada de una sutil sonrisa, que por más sublime que haya sido, no dejaba de ser espléndida y transparente. Quizás fue uno de los gestos más sinceros y puros que alguien como él pudo emitir esa noche. Aunque, ciertamente, estar en compañía de aquella cazadora no le permitía desplegar sus sentidos más bordes y ajenos. Ella misma  parecía no permitir que el muro que había derribado volviese a formarse, pero... ¿Por qué? ¿Por qué tanto ímpetu en acercarse a alguien como él? Pensar en ello le generó un extraño sentimiento dentro: una especie de inusual asombro conmovedor y una pizca corrosiva de temor. Él no era de la clase de persona por la cual la gente debería preocuparse. Más allá de su buen corazón y su pasión por proteger a las personas, era un asesino. Había matado a más de un hombre, por más que se hubiera justificado su accionar en ese momento. Pero era un hombre con más sangre en las manos que un vampiro, tal vez. ¿Cómo podría él tener el descaro de permitir que una persona como Rangiku, por más cazadora letal que fuese, se acercase en demasía a un ser tan impuro y lleno de odio? Ya tenía suficiente experiencia en ese tema, y la gente a su alrededor no acababa bien. Tenía ejemplos de sobra para fundamentar eso. Sin embargo, no quiso permitir que esos pensamientos lo invadiesen, pues no quería que su expresión calmada y confiable se desvaneciera; no quería que su expresión se desvaneciera y, junto con esta, la alegría de Rangiku.

    "¿Qué tiene de malo alguien como usted?"

    Una sonrisa fugaz y la sombra que surcó su mirada pareció desvanecerse, dando pie a la nueva conversación de tres que se había formado allí. Las respuestas para todas las reflexiones de la joven vendrían luego, con el tiempo. Y para suerte de ambos, "hay más tiempo que vida". Cuando Shinji acató sus dudas y confirmó que la muchacha no tenía fiebre, Yagari se sintió algo extrañado, pues el rubor en sus mejillas podría ser un claro síntoma de ello. Sin embargo, ¿qué podría ser si no era fiebre? Touga sería muy listo y muy observador, pero cuando se trataba de sutilezas con las mujeres, algunas cosas se le escapaban entre los dedos. ¿Acaso habría perdido la práctica, la costumbre? Tal vez. Había pasado tiempo desde que el amor había llamado a su puerta y todo se había derrumbado en cuestión de segundos. Había pasado tiempo desde que supo lo que era verdaderamente el rubor en las mejillas de una mujer. Y la discusión con Shinji le había hecho olvidar su extrañamiento, hasta que el cazador confirmó lo que era, entonces. Touga volvió a mirar a Rangiku, y tal vez sintió una curiosa ternura. ¿Acaso le daba vergüenza tener todas esas atenciones? ¿Le incomodaba, en algún punto, que la cuidasen? Si era así, debería aguantarse, porque él no planeaba moverse de allí hasta que le dieran el alta, y probablemente Shinji tampoco.
    No obstante, ante el comentario del otro cazador, no pudo evitar acotar algo:
    - No tienes que tutearme si te incomoda -espetó, viendo de reojo a Rangiku mientras caminaba hacia una pequeña mesa, donde habían dejado las enfermeras el abrigo de Touga, mágicamente limpio y perfumado. ¿Se habían tomado la molestia, incluso, de lavarlo? Lo sujetó con una mano y miró a Shinji-. Y tú no la fastidies ahora, mejor ahórrate las ganas para cuando salga de aquí y pueda patearte el trasero -sonrió de lado y miró a Rangiku, guiñándole su ojo fugazmente, intercambiando una mirada cómplice otra vez. A continuación, se puso el abrigo y lamentó haber perdido su sombrero en el bosque. Sin embargo, confiaba en que algunos de los cazadores que acudieron para buscar los cuerpos y obtener más información lo hubieran hallado entre la nieve. En ese instante, cuando estaba dispuesto a partir, un médico ingresó a la sala y estrechó su mano, haciendo una pregunta que, sin duda, sorprendió a los otros dos. Yagari les dedicó una mirada figaz y certera, de esas que anuncian que si se habla de más, no contarían el cuento al otro día. Touga volvió su vista al médico y asintió, saludándolo de forma cordial. ¿Qué? ¿Por qué lo miraban así? ¿Qué esperaban, que dijera que era su padre, su esposo? Decir que era su tío era lo más normal y efectivo, a su parecer. Las palabras del médico resultaron bastante alentadoras. Yagari lo despidió y, seguidamente, se acercó a Shinji para palmear su espalda, mientras éste se mofaba de la pobre y convaleciente Rangiku-. Bien, ya me voy. Regreso al atardecer, ¿de acuerdo? -los miró a ambos y sonrió levemente, comenzando a girar sobre su propio eje para salir de allí. Sería un camino largo hasta su apartamento, pero confiaba en hacerlo lo más pronto posible. Cerró la puerta tras de sí y, finalmente, desapareció.

    Llegó. Luego de media hora, llegó. Ingresó en el oscuro lugar, se quitó el abrigo y se ocupó de sus necesidades básicas y elementales, que tanto había descuidado durante estos dos últimos días: comer, asearse y dormir. Velozmente se cocinó algo, pues tampoco tenía muchas intenciones de ensuciar trastos que luego debería lavar. Estaba demasiado cansado como para ello, y no veía la hora de poder recostarse un rato y cerrar los ojos. Su mente, no obstante, iba a mil por hora, y sería capaz de golpearla contra la pared de cemento con tal de acallar sus murmullos. Una vez que su estómago estuvo satisfecho, se duchó y sintió la bendición del agua cálida sobre su cuerpo, limpiando las impurezas externas que la sangre allí había dejado, como recordatorio personal de la masacre de la noche anterior. Cuando salió de la ducha, ni se preocupó por secarse el cabello. Incluso sin cambiarse y solo con la toalla alrededor de su cintura, se dejó caer en la cómoda y solitaria cama. Soltó un suspiro y no pudo evitar cerrar los ojos contra su voluntad. Y una vez los hubo abierto, se percató de la hora que era: ocho de la tarde. De un salto se puso de pie. ¿Cómo pudo quedarse completamente dormido, sin siquiera secar su cuerpo ni su cabello, perdiendo del todo la noción del tiempo? Apresuradamente se vistió. Unos pantalones de jeans y una sudadera negra, simple y rápido. Sus zapatos de siempre, una chaqueta negra también. Sacudió su cabeza y sus cabellos se peinaron por sí solos. Luego de un rato husmeando los cajones para hallar dinero, encontró lo que necesitaba para cubrir la cena en el buffet del hospital. Guardó sus cigarrillos, desde luego, y creyó que ya estaba listo para salir otra vez. Las ojeras habían disminuido bastante y se lo notaba bastante fresco, en comparación al mediodía. Esperaba volver y hallar todo en orden, y que Shinji pudiese ir a su casa a atender a Matarou, antes que ese niño entre en una crisis emocional con todo lo ocurrido y la ausencia de su padre. Faltaban unos quince minutos hasta que Touga llegara, pues esta vez había optado salir en su coche, lo cual le permitiría llegar mucho más rápido. Se llevó un cigarro a la boca, casual, y puso en marcha el motor. Accionó la palanca de cambio en primera y, finalmente, arrancó. Su azul iris lo detectaba todo a su camino, así como también detectó un pequeño almacén donde compró algunas provisiones. Tras el pequeño lapso en que estuvo detenido, arrancó otra vez, rumbo directo al hospital. Esa sería una larga velada, y probablemente también lo serían los días siguientes. Solo esperaba que Rangiku continuara mejorando de esa manera, tan positivamente, y que las balas que le quedaban le bastasen para enfrentar cualquier amenaza.

    Sigiloso, dio un giro al volante y dobló a la izquierda. Miró por encima de su hombro para luego observar a través del espejo retrovisor. En el asiento trasero se hallaba su preciada escopeta y una Bloody Rose. Por su mirada se deslizó un aire de satisfacción, y no pudo evitar soltar una media sonrisa.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Vie Abr 04, 2014 11:59 pm

    Todo estaba tan tranquilo... Nada parecía querer perturbar aquella pequeña tregua que nos había concedido la vida tras los momentos tan duros que se habían ido sucediendo en apenas unas cuantas horas. Las voces sonaban tranquilas y el ambiente se había vuelto extrañamente cómodo, o, al menos, así me sentía. Y aquello me asustaba, pues parecía la calma que precede a la tempestad... y esperaba que no lo fuera. Tal vez me sentía tan extraña porque no estaba acostumbrada a aquel tipo de situaciones en los últimos tiempos, o tal vez fuera porque no me habría podido imaginar nunca el estar contándole aquellas cosas a mi superior y que él también lo hiciese con aquella calma y sinceridad, y mucho menos después de todo lo ocurrido. Tenía miedo de que aquel momento pasase, de que todo volviera ser frío; de volver a encontrarme a un Yagari hundido, agresivo, herido, totalmente lejano y desconocido. Me preocupaba cuando le veía así, y sentía el impulso de tratar de evitar que estuviera de esa manera. Seguía sus movimientos y sus gestos con una amable atención y una sonrisa. Me alegraba verle más tranquilo, sonriendo, aunque me preocupaba lo agotado que se veía. Era como si aquel muro infranqueable se hubiese ido agrietando poco a poco, como si las enormes compuertas de aquella fortaleza se hubiesen abierto levemente. Una pequeña perturbación en su mirada hizo que frunciese levemente el entrecejo y ladease un poco la cara, observándole extrañada. ¿Qué le ocurría? No formulé aquella pregunta en voz alta, temerosa de incomodarle. Y, aunque hubiese querido hacerlo, mi oportunidad se había marchado a la vez que Shinji entraba. Nunca (o casi nunca) le ocultaba nada, pero aquella conversación me pareció algo que debía quedarse entre los dos, por lo que opté por guardar silencio. Le devolví la sonrisa con suavidad, sorprendida por aquella complicidad. ¿Realmente era así de cercano?

    Pasaba mi mirada de uno a otro mientras debatían si tenía o no fiebre, avergonzada. ¿Qué se habrían pensado? Cuando Shinji sentenció con aquella sonrisa pícara el por qué del color que teñía mis mejillas, quise taparme hasta la cara con las mantas, esconderme, pero aquel maldito vendaje y el dolor que sentía debajo de él me lo impedían. Apreté un poco los peluche contra el pecho, escondiendo la cara un poco y desviando la mirada. Negué vehementemente con la cabeza cuando me dijo que no tenía por qué tutearlo si me incomodaba, aun demasiado cortada como para pronunciar palabra.-Ah, que se lo has dicho tú.- Dijo Shinji, encontrando el por qué de aquello, ya que se habría extrañado de que me tomase aquella libertad por mí misma. Miré a Shinji de reojo cuando Yagari le contestó aquello, y dejé escapar una risa por lo bajo, a lo que el cazador me miró con cara de fastidio. Shinji se llevó una mano a la cabeza y se revolvió un poco el pelo, incómodo al saber que no podría discutirle. Me sorprendió cuando me guiñó el ojo. ¿Aquel era el mismo Yagari Touga que conocía? Parpadeé un par de veces, sorprendida, sonriéndole finalmente de nuevo. Sentí que me volvían a subir los colores cuando la mirada inquisidora de Shinji se clavó en mí, haciendo que sintiera como si me estuviesen tratando de perforar el cráneo. Se dedicó a seguir torturándome con aquella sopa, aprovechando para echarme en cara si prefería que al día siguiente me trajese algo hecho por él.-Ya verás, enana, ya verás.- Bromeó, aparentando una posible venganza. Fui a protestarle pero me calló con otra cucharada.-¡Puedo comer sola! Dame la cuchara, Shinji.- Le dije, alzando la mano hacia él. Con una sonrisa socarrona, colocó un dedo en mi frente y dejó la cuchara en mi campo de visión, pero lejos de mi alcance; entre que no podía estirar mucho el brazo y que Shinji me mantenía aun más lejos, por mucho que alargara la mano no podía llegar. Tras torturarme un poco más, me revolvió el pelo y me dio una cucharada con más tranquilidad. Paró cuando Yagari le dio unas palmadas en la espalda y se giró hacia él.-Cuídate.- Le respondió Shinji con una sonrisa amigable.- ¡Hasta luego, senpai!- Le dije, contenta de que fuese a regresar, pero por otro lado me sentía mal por el que tuvieran que estar pendientes de mí. Lo observé salir de la habitación hasta que la punta de la cuchara tocó mi moflete, sacándome de mi ensimismamiento, y al girar la cabeza me encontré de nuevo con un Shinji con ganas de divertirse a mi costa.-¡Ni se t...!-Otra cucharada entró en mi boca, haciendo que me callase mientras él se reía con ganas. Tuve que limpiarme casi media cara gracias a sus bromas; tendría más sopa por el rostro que en el estómago. Dejó el plato y la cuchara sobre la bandeja y se dejó caer en la silla, mientras le seguía con la mirada. Con una sonrisa, me pellizcó la mejilla.- No vuelvas a darme otro susto así, ¿eh?- Le devolví la sonrisa.- No se me mata tan fácilmente, Shinji.- Bromeé, quitándole peso a todo aquello. Lo miré durante unos instantes seria, pensando si debía preguntarle o no sobre aquel hombre que me había disparado. Sin embargo, mi amigo fue más rápido; me dio con el dedo índice en la frente.- Nada de comerse la cabeza.- Me llevé una mano a la frente, frotándome el lugar donde me había dado, pero acabé asintiendo, dejando apartado el tema. Ya habría tiempo más adelante.  

    Pasé el resto de la tarde con Shinji. Me había vuelto a reclinar un poco el colchón con el pretexto de que debería estar descansando, cosa a la que me negué rotundamente, aunque tenía que reconocer que me sentía cansada y con morriña. Pero no, yo y mi cabeza dura nos negábamos a seguir durmiendo. El cazador me dio una sorpresa al sacar de uno de sus bolsillos mi teléfono móvil.-Espero que perdones el que me haya metido en tu casa sin permiso, pero me he tomado la libertad de traerte un par de cosas.- Le sonreí, negando con la cabeza, casi sin sorprenderme de lo bien que me conocía. Sabía dónde escondía las llaves cada vez que salía, y sabía cómo sacarlas de buena manera... o eso esperaba, porque si no, me esperaba una buena bronca de los caseros. Nunca las llevaba conmigo; corrían más peligro de perderse estando en mi bolsillo que dejándolas dentro del pequeño buzón que había al lado de la puerta del apartamento. No corría riesgo de que me viesen, pues la puerta estaba dentro de aquel lúgubre bloque de pisos casi vacío, y pocas veces me encontraba con algún vecino. Para abrir aquel buzón me bastaba con pasar algo fino entre el marco y la puertecita de latón, para poder alzar la pequeña palanquita que hacía que se mantuviese cerrado. Algo tan simple y que me había estado resultando tan efectivo hasta ahora. Además, de todas formas, si algún ladrón planeaba robar algo se acabaría llevando una decepción, pues poco de valor iba a encontrar en aquel apartamento. Por lo que más temía era por mis armas y pocas cosas más. Observé a Shinji mientras sacaba de otro bolsillo de su abrigo un libro que tenía medio empezado, el cual lo había dejado dos días antes sobre mi escritorio, y lo depositaba sobre la mesita de la habitación. No sabía si lo habría escogido por ser el primero que había visto o porque su tamaño le permitía llevarlo; en cualquiera de los dos casos, se lo agradecía profundamente.- Sabía que no me harías caso en lo de dormir, así que al menos distráete con algo. Nada de comerse la cabeza, ¿eh?- Se volvió a sentar en la silla y apoyó los codos sobre el colchón.- Espero que no te haya molestado que entrase en tu casa sin tu permiso.-Volvió a repetir.- De todas formas, no tienes nada que ocultar, ¿verdad?- Soltó con una sonrisa socarrona. Le saqué la lengua y acabé sonriendo, mientras él se echaba a reír de nuevo. Cerré los ojos y dejé escapar un suspiro cansado. Al abrirlos, alcé los párpados, sorprendida, cuando vi que balanceaba el móvil delante de mi cara. Lo cogí con cuidado y le dirigí una mirada algo seria.- Deberías avisar a tus padres.- Dijo mientras apoyaba el mentón sobre sus manos, mirándome inquisitivamente. Apreté los labios, nerviosa, sabiendo que llevaba la razón.-Tienen derecho a saberlo. Piensa en cómo te sentirías si le pasara lo mismo a un hijo tuyo, piensa en todo lo que se preocupan por ti, tanto como su hija que eres como por tu trabajo.- Lo miré directamente a los ojos, dudando, pero a la vez sintiendo que estaba en lo correcto. Tras un par de segundos en los que el teléfono tembló en mis manos, temiendo la reacción que se avecinaba, me decidí a marcar y a llamar. Lo cogieron al poco, y la voz preocupada de mi madre retumbó desde el pequeño aparato. Le conté lo que me había pasado, aguantando toda su reprimenda y tratando de calmarla. Por supuesto, no dije ni una palabra de lo ocurrido en quirófano, y traté de quitarle algo de peso al asunto. Al poco, la voz de mi padre apareció, y se juntaron ambos para seguir acribillándome a preguntas. Querían venir, pero yo no quería que lo hiciesen. No quería que corriesen ese riesgo, y más ahora que había visto hasta donde estaban dispuestos a llegar los desertores. Shinji acabó quitándome el teléfono de las manos y se encargó del asunto, alegando de que estaba conmigo y que mi estado no era grave, además de que avanzaba favorablemente, cosa que los tranquilizó un poco. Me lo volvió a pasar y me despedí de ellos con la promesa de llamarlos nuevamente en poco. Cuando la conversación acabó, una sonrisa surcaba el rostro de mi amigo. Acabé sonriendo a mi pesar.-Has hecho bien con decírselo.- Asentí sonriendo levemente, mientras seguía sujetando ambos peluches entre los brazos. Shinji se levantó y cogió mi libro, comenzando a pasar página por página, aburrido.- ¿Y ésto de qué va?- Preguntó, mientras lo cerraba y miraba la portada. Volvió a abrirlo y comenzó a leerlo por encima, soltando para sí mismo algunos comentarios. De repente, reaccioné.-¡Shinji!- El cazador levantó la mirada, alarmado.-¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien?- Soltó el libro a un lado y me miró, preocupado. Negué con la cabeza.- Tu hombro... ¿Cómo está tu hombro? ¡Te dispararon!- Su expresión se tranquilizó.- Bah, me lo trataron hace ya rato, casi ni se siente.- Soltó tranquilamente y volvió a coger el libro. Lo miré durante unos instantes y acabé asintiendo ante sus palabras, seria. Parecía tan enérgico como siempre.

    Me acomodé un poco y me quedé mirando hacia el frente un rato, con la cabeza en otro sitio, mientras Shinji seguía trasteando el libro como un niño curioso. Giré el rostro hacia él para hablarle.- Shinji... ¿no deberías descansar tú también?- El cazador levantó la cabeza y me dirigió una mirada despreocupada.- Estoy perfectamente, no me voy a echar a llorar por una noche sin dormir.- Espetó, volviendo a mirar el libro de manera desinteresada.- ¿Y Matarou?- Volví a insistir, preocupada por el pequeño. Había pasado por una situación muy desagradable, y seguramente estaría aun asustado.- Está con su tía. Y créeme, está él más tranquilo que ella.- Puso los ojos en blanco.- ¿Cómo puede existir semejante persona tan histérica? En serio, se le puede temer más que a la muerte. Nunca le trates de llevar la contraria en algo, nunca...- Hubiera podido reprocharle aquel comentario, defendiendo a la mujer que se había visto envuelta en una situación violenta, pero opté por echarme a reír ante aquella expresión de fastidio que puso. Un poco más tarde, llamó a su casa con mi teléfono, momento que aproveché para hablar con Matarou. Era cierto, su voz sonaba tranquila y alegre, comentando que iban a cenar en poco y preguntando cuándo volvería su padre a casa y si yo iría a verle pronto. Le dije lo mismo que me había dicho Shinji que le había puesto como excusa; que estábamos algo liados por asuntos de la Asociación (cosa que tampoco era mentira), y que, seguramente, tardase bastante, pero que iría en cuanto pudiese. Cuando colgó le dirigí una mirada preocupada mi amigo.- Deberías cenar al menos.- El cazador suspiró, poniendo cara de exasperación.- Mira que eres pesada... Vale vale, comeré cuando te traigan la cena. Pero abandona la idea de que me vaya de aquí y te deje sola.- Me advirtió, adivinando mis pensamientos.- Primero, no pienso dejarte sola porque, básicamente, no me da la gana. Segundo, no estás en estado como para que me pueda permitir hacerlo. Tercero, espero que no te tenga que recordar el por qué estás aquí; ahí fuera hay una horda de desertores desquiciados.- A cada razón  que soltaba, me daba con el dedo índice en la frente, como si quisiera que me entrasen aquellas ideas a cada golpecito, dejando bien clara cada palabra.- Además, no sé por qué te tengo que dar explicaciones. Haré lo que yo quiera.- Un último golpecito dio contra mi frente y esbozó una sonrisa.- La que deberías descansar eres tú. Está bien, está bien...- Rodó los ojos al ver que iba a protestar.- Te dejaré hasta que cenes. Pero a partir de ahí, a dormir...De todas formas, aunque te negases, acabarías cayendo por tu propio peso.- Sentenció, dándome en el moflete con el dedo, observando mi cara con una sonrisa socarrona, la cual parecía estar perenne en su rostro durante aquel día. Aparté un poco el rostro, frotándome un ojo. Traté de mostrarme más espabilada, pero aquello no pareció funcionar muy bien. Resignada, acabé mirando hacia el techo.- Está bien...- Acepté. Shinji se rió estruendosamente.- Bien bien, me ha costado menos mandarte a dormir que a Matarou.- Lo miré y alcé las cejas, a lo que respondió echándose a reír nuevamente.

    Me hubiese gustado tener una ventana en la habitación, aunque realmente no me hiciera falta para saber que estaba anocheciendo ya. Hacía rato que Shinji dormitaba recostado contra la pared, tranquilamente, con las piernas estiradas y los pies cruzados. Había dejado el libro sobre mi colchón, el cual ahora estaba ojeando yo sin mucho interés debido al cansancio que se acumulaba en mis párpados. Poco después, una enfermera trajo un carrito con otra sopa de esas, haciendo que Shinji se despertase sobresaltado al escuchar la puerta. Me reí suavemente mientras saludaba a la enfermera con expresión de disculpa y la despedía al marcharse, apurado por la impresión que le había causado a la mujer. A modo de venganza, me metió una cucharada de aquella sopa tan caliente en la boca de manera algo brusca, cosa que casi hace que me atragantase, además de que había puesto en riesgo la sensibilidad de mi lengua. Se echó a reír mientras me escuchaba farfullar por lo bajo, sintiéndose triunfante. El resto de la cena transcurrió sin más incidentes ni bocas chamuscadas. En el rostro de Shinji se podía apreciar cada vez más el cansancio; su expresión mostraba un agotamiento puro, y bajos sus ojos se podían ver dos buenas ojeras.- Shinji... por favor, vete a descansar.- El cazador volvió a apoyarse sobre el colchón, negándose a irse.- Al menos, ve a la cafetería y come algo.- Le pedí, casi suplicante. Ya era suficiente, no quería que se preocupase más por mí, no era necesario.- Cuando Yagari llegue, lo haré.- Le dirigí una mirada de reproche.- Antes dijiste que irías a cenar en cuanto yo lo hiciese.- El hombre sonrió, cansado, y pasó una mano por mi cabeza.- No hace falta que te preocupes tanto. Y es verdad, ¿te crees que voy a estar sin cenar?- Soltó, con una sonrisa amigable, mientras le dirigía una mirada de soslayo.- Más te vale que sea así.- Le respondí, sonriendo a su vez. El cazador volvió a plantarme una de sus manazas sobre la cabeza y revolvió un poco mi pelo, para luego volver a apoyarse contra la pared.- Descansa, anda.- Alargó una mano para retirar los peluches de encima mía, pero lo evité sujetándolos con fuerza contra mi pecho.- Está bien, está bien...- Espetó, resignado. Esbozó una sonrisa para sí mismo y cerró los ojos al echarse contra la pared. Me quedé un rato leyendo un poco del libro, hasta que sentía los párpados demasiado pesados como para seguir. No quería quedarme dormida antes de que llegase Yagari, pero mis ojos no parecían querer colaborar conmigo. Sin que me lo esperase, Shinji se percató de aquello y me arrebató con suavidad el libro de las manos, dejándolo en la mesa junto con mi teléfono. Recolocó las mantas y se volvió a sentar en su sitio.- A dormir.
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    Mensaje por Yagari Touga Lun Abr 07, 2014 2:20 am

    Sus preciadas armas lo observaban desde el asiento trasero. Yagari observaba a través del espejo retrovisor de vez en cuando, sobre todo cuando debía girar en alguna esquina o para cerciorarse de ir solo y tranquilo por la pequeña avenida del pueblo. Eran cerca de las nueve y estaba a punto de llegar al hospital. Se sorprendía de haber tardado tanto, tratándose de él y su afición a la puntualidad. Además, no quería hacer esperar a Shinji. Él también estaba cansado y debía marchar a su casa, junto a su familia. Tal vez Yagari hubiera tenido un destino similar en un pasado, pero eso ya no podía ser posible. Y desgraciadamente los lugares como el hospital o las enfermerías, le traían asquerosos recuerdos de aquel tiempo que una vez fue feliz. Todo el tiempo que había estado esperando a que Rangiku saliese de forma favorable de la operación, se había acribillado la mente con mil recuerdos que desembocaban en uno solo, mucho más grande e inmenso, al igual que terrorífico y misterioso: la Muerte. Y ahora, mientras avanzaba con las manos al volante, no podía hacer otra cosa más que rememorar nuevamente esos días, esos sucesos, esta intensa lucha entre humanos y vampiros que nunca acabaría, pero que ahora había ampliado sus fronteras, pues los humanos también se mataban entre sí. ¿A dónde se había ido el mundo, pues? A la mismísima mierda. Exactamente eso.

    La cicatrices son las heridas que mostramos. El tiempo solo cura cuando lo dejas marchar. Yagari aparcó el coche y descendió de él, dando un portazo. El reflejo de su rostro se dibujó en la negra pintura de la puerta, y un brillo fugaz que surcó su iris le hizo saber que todos esos pensamientos quedarían encerrados allí, en el interior de ese automóvil que tanto vivió y tanto vio a su lado. En ese momento supo que debía retomar su actitud anterior a salir del hospital. Había descansado un poco y se encontraba mucho mejor. Su aspecto había cambiado más del cincuenta por ciento. Y quién diría lo mucho que podría hacer un baño y una buena siesta. No obstante, no podía permitirse el lujo de presentarle un semblante siniestro a Rangiku otra vez. Era irónico, incluso gracioso, lo poco que podía durar en él la felicidad, la dicha alumbrando su cansado y reacio rostro. Pero aquella era la realidad de sus días, de sus largos y complicados días, y jamás creyó agradecer tanto un momento de calma como el que vivió luego de la increíble tempestad que por poco lo destruye. No podía entender cómo el corazón se le había parado para, luego, comenzar a funcionar otra vez, tan aliviado, frente a aquella muchacha convaleciente, que no hacía más que difuminar más y más los límites entre ella y él; las distancias entre sus vidas y sus experiencias. ¿Por qué se esmeraba tanto? Y él.. ¿por qué se lo permitía? Sus pasos lo guiaron hasta el hospital y allí ingresó, meditabundo. Por más vueltas que quisiera darle al asunto, no hallaba una respuesta que lo convenciera. Apenas podía ser consciente del momento en que todo había cambiado, y se sentía incómodo. Se sentía incómodo porque con ella no podía ser él o, mejor dicho, con ella podía hallar esos pedazos extraviados del hombre que alguna vez fue, y eso le agobiaba el corazón con sentimientos extraños y desconfiados. ¿Por qué no poder volver a ser el hombre frío y distante de siempre? ¿Acaso era el remordimiento, la culpa, la responsabilidad? No entendía el por qué, y por instantes pretendía no querer entenderlo si es que lo encontraba alguna vez. Tal vez solo sería cuestión de liberarse un poco, pues inconscientemente eso era lo que hacía. Sus preocupaciones, que eran demasiadas, parecían esfumarse allí dentro, cuando tal vez no deberían hacer otra cosa que aumentar, pues una cazadora se encontraba grave y allí afuera estaba lleno de traidores que no dudarían en tomar ventaja del asunto. Y aunque llevaba la Bloody Rose escondida en un bolsillo interno de su chaqueta, creyó sentirse como un tipo normal, que no tenía nada que ocultar, que no tenía un pasado turbio al cual mirar, que no tenía, en definitiva, nada que lo manchase.

    Caminó por el pasillo e hizo una parada en la cafetería del lugar antes de proseguir. Sería mejor que comprara allí algo que le valiese como cena. Una vez estuvo frente al mostrador, no pudo evitar perder la mirada en la máquina de peluches otra vez. Recordó lo sucedido en la tarde y la forma en la que la expresión de Matsumoto mutó ante los obsequitos. ¿Tan simple era? ¿Con tan poco ella era feliz? Y no pudo evitar sentir una sana envidia que no demoró en volverse admiración. Ojalá algún día su orgullo no le impidiese aprender de esos buenos gestos, pero ciertamente dudaba de que algo así pudiese entrar en su corroído corazón. Después de todo, ¿por qué ser feliz? ¿Por qué permitir que la felicidad embriague tu alma? Si él se mostraba dispuesto a eso, podía acabar destrozado en mil pedazos, como aquella vez, pero con la diferencia de que en esta ocasión podría, definitivamente, darse el lujo de desaparecer como un gusano que ya no tiene más carne para morder; como una rata que ya no tiene más huesos para roer. Si Yagari le daba la mano a esa extraña felicidad que lo había aliviado anteriormente, corría el riesgo de que ésta le agarrase el codo. Si él abandonaba la preocupación al menos por una noche, podría ser que al día siguiente ninguno de los dos lo contase, pues los desertores podrían haberlos rastreado y, con facilidad, infiltrarse en el hospital. Después de todo, el pueblo estaba lleno de canallas oportunistas. No era de extrañar que entre los médicos hubiera algún simpatizante de esos malnacidos. Y mientras su mente razonaba todas sus posibilidades, su mirada escaneaba las opciones de cena que presentaba la pequeña carta del lugar. Las viandas eran simples, pero se veían apetecibles y, sin duda, podrían calmar el rugido de su estómago. Pidió pollo grillado con ensalada, y aguardó a que le acercasen el pedido. Por suerte no demoraron mucho, y pudo pagar e irse inmediatamente. No quería tardar más tiempo en hacer acto de presencia en la habitación. Shinji debía acceder cuanto antes a su merecido descanso. Sus pies aceleraron el paso por el pasillo y traspasaron la puerta que daba a las habitaciones de terapia intensiva. Saludó con la cabeza al médico de Rangiku -que continuaba creyendo que él era su tío- y, cuando estuvo a punto de encontrarse frente a la puerta, sus pasos se detuvieron. Una figura femenina se dibujó ante su campo visual, y esta se abalanzó hacia él, desesperada.

    - ¡Touga! ¿Cómo pudiste..? ¡No sabes lo preocupada que estaba! ¿Por qué no llamaste? ¿Por qué no me dejaste un mensaje, al menos? Ni bien me enteré no pude hacer otra cosa que buscarte en todo sitio posible, hasta que Shinji me dijo que estaba aquí contigo. ¿Cómo puedes preocuparme así? -le reprochó entre sollozos, mientras no hacía más que esconder su rostro en el pecho de él, sujetando con fuerza su chaqueta de cuero negro. Yagari, por su parte, había sido pillado desprevenido, pero se encontraba con las manos en el aire, sin saber qué hacer, hasta que volvió en sí y apartó suavemente a la mujer, indicándole que guardara silencio, pues los pacientes que se encontraban en las habitaciones cercanas podían estar descansando, y ella no podía perturbarlos así. Además, no le simpatizaba que medio hospital se enterase del asunto.
    - Cálmate, Rose. Estoy bien. No grites -sugirió, más a modo de orden que sugerencia, pero intentando buscar el método para apaciguar las emociones de la mujer. Esta, asintió suavemente, mirándolo a los ojos, e inmediatamente alzó su mano hacia él, para tocar sus negros cabellos húmedos.
    - Ven conmigo esta noche. Quédate en mi casa. Necesitas descansar. Te haré de cenar y luego podremos estar tranquilos, y me contarás todo lo ocurrido -negó con la cabeza, nerviosa, y sonrió mirándolo otra vez-. No imaginas lo preocupada que estuve y que estoy, yo..
    Yagari la interrumpió, apartando suavemente su mano. Su iris transmitía seriedad y desaprobación.
    - Rose, ya basta. Tranquilízate. Regresa a cuidar a tu madre, yo me quedaré aquí esta noche, y probablemente las siguientes.. -miró hacia la puerta de la habitación de Rangiku, pero entonces la cazadora que estaba allí se mostró algo enfadada y más histérica de lo usual.
    - ¿Por qué? ¿Por qué tienes que quedarte? Necesitas descansar. Shinji está allí dentro. Además, no es tu deber cuidar a cada cazador que cae malherido en batalla.
    Yagari la miró de repente, indignado.
    - ¿Pero qué demonios te ocurre? Matsumoto casi muere por mi culpa, y es mi responsabilidad, te guste o no. Es mi responsabilidad como su Jefe y como ser humano, Rose.
    - Sí, claro, ya veo. Y esos peluches que le obsequiaste también son parte de esa responsabilidad tuya, lo imagino.. -espetó, comportándose verdaderamente como una adolescente, a pesar de sus veintiocho años.
    - Shinji me dijo que esas cosas hacen sentir bien a las mujeres. Nada más. Ahora, ¿puedes decirme qué mierda de escena es esta y por qué tengo que estar dándote explicaciones para que dejes de gritar en pleno pasillo de hospital? -murmuró rápidamente, hablando bajo, intentando que Rose imitara su tono de voz. Esta situación lo había encontrado de repente, desprevenido, y además de estar enfriando su comida también le estaba enfriando la paciencia. No podía creer lo que sus oídos oían a medida que avanzaba esa discusión sin sentido. ¿Acaso era una escena de celos? ¿Pero qué diablos se le pasaba por la mente a esa mujer? En un momento dado, se abalanzó sobre Touga otra vez, pretendiendo obligarlo a ir con ella.
    - Vamos. Entra y despídete. Shinji cuidará de la niña y yo cuidaré de ti esta noche -dijo con determinación, estirando su mano para girar el pomo de la puerta. Yagari la detuvo a tiempo y la sujetó de la muñeca, avanzando unos pasos y obligándola a marchar junto a él. El rostro de la rubia mujer mostró una sonrisa, pero no iba a suceder lo que ella pensaba. Yagari se detuvo a unos dos metros de la habitación de Matsumoto, y miró de frente a la cazadora.
    - Se acabó. Cálmate de una vez y ten más respeto por el lugar en el que te encuentras. Hay un montón de pacientes graves, ¿acaso tienes aire en la cabeza? ¿Qué pasa hoy contigo? Deberías estar en una misión ahora mismo.
    - No fui. Quería verte. Quería estar contigo y asegurarme de que estés bien. ¿Y así pagas mi preocupación? ¡¿Así me tratas por una cría que casi logra que te maten?! -se zafó de su agarre y avanzó otra vez hacia la puerta. Los murmullos podían llegar claramente a la habitación, por más que algunas de las palabras dichas entre ambos no se comprendieran allí dentro. No obstante, bastaron para despertar a Shinji, que se encontraba dormitando dentro. Yagari detuvo a la mujer otra vez, ya cabreado. Su semblante se frunció y su boca denotó tensión.
    - ¿Acaso no lo entiendes, Rose? Dime desde cuándo te has vuelto tan inhumana. Está grave, no puede moverse ni defenderse, y necesita protección. ¡Es mi trabajo, maldita sea! -acabó gritando un poco, pero no lo suficiente como para alertar a los médicos-. Soy tu Superior y te estoy ordenando que vayas a concluir la misión con tu grupo, porque ellos te necesitan, y tú estás aquí comportándote como una niña caprichosa. Hablaremos luego, cuando te calmes, pero...
    - ¡Cállate! -interrumpió a Touga, enérgica, comenzando a llorar-. Eres un mentiroso. ¿Ahora te proclamas como mi Superior? Bien que esa noche que nos acostamos eso no te importó. Y ahora... ¡y ahora me cambias por un mísero papel como niñera de esa novata! -rugió, histérica. Touga, ante semejantes palabras despechadas y llenas de insensatez, sujetó a la mujer de un brazo y comenzó a caminar con ella, esta vez sin intención de permitirle que regresara hasta la puerta de la habitación. Mientras, tanto, Shinji abrió cuidadosamente la puerta, asomándose para ver, pues creyó reconocer ambas voces, pero él desconocía completamente la relación que existía entre ambos cazadores. Y pudo divisar, a lo lejos, cómo Yagari se llevaba a la mujer. Entonces, cerró la puerta tras de sí, dispuesto a seguirlos, pero su instinto le recomendó que sería mejor aguardar. Por ende, entró otra vez en la habitación, y miró a Rangiku por un lapso de segundos.
    - ¿Qué rayos fue eso..? -susurró levemente, pasándose una mano por el cabello, altamente extrañado, y tomó asiento en la silla otra vez-. Yo sabía que Rose estaba mal de la cabeza, pero no creía que fuese para tanto... -se dijo a sí mismo, sorprendido, y hasta en un comentario bastante cómico. Creía que jamás acabaría por entender del todo a las mujeres, y menos a las que además de ser mujeres, también eran cazadoras.

    Luego de lidiar un poco más con Rose Smith, Yagari pudo librarse de ella y se encaminó por el pasillo otra vez. Realmente estaba tan anonadado como enojado. ¿Cómo se atrevía? ¿Acaso estaba mal de la cabeza? Llegó hasta la habitación de Rangiku y, suavemente, abrió la puerta, intentando cambiar la cara, y sintiendo que ahora le costaría más que antes. Para su sorpresa, vio a Shinji despierto, y cerró cuidadosamente la puerta tras de sí. Se acercó a él sigilosamente y se agachó un poco a su lado, para murmurar unas palabras.
    - Ya puedes irte. Y averigua si Smith asistió a la misión que tenía encomendada para esta noche. De lo contrario, mañana mismo la sancionas.
    Volvió a erguirse y dejó la bolsa con la vianda sobre la mesa, destilando frialdad con cada movimiento. El mundo parecía conspirar para que el cazador acabase devorando al hombre otra vez o, mejor dicho: para que el solitario lobo que guardaba dentro se apoderara de él incluso en las noches sin Luna.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Lun Abr 07, 2014 6:33 pm

    Al final había acabado sucumbiendo al sueño, pero, para mi desgracia, no fue tan tranquilo como el anterior. Al principio cerraba los ojos durante unos segundos y los abría inmediatamente, tratando de no dormirme; pero para cuando me decidí a rendirme aunque fuese durante un instante, preferiría no haberlo hecho. Lejos del descanso tranquilo y profundo que hubiese deseado, tenía un sueño ligero, inquieto y lleno de imágenes que regresaban a mi mente, tanto de las experiencias recientes como de las más lejanas. Con el corazón en un puño veía a los que habían sido mis compañeros la noche anterior, muertos sobre la nieve, con los ojos abiertos mirando hacia mi dirección. Giraba la vista y veía más ojos rojos entre la foresta, y yo no llevaba nada para defenderme. Grité, grité todo lo que pude, pero nadie me escuchaba... Una vez y otra grité hasta que sentí como si mi garganta se desgarrase. No había nadie... Absolutamente nadie... Mi única compañía eran los cadáveres de mis compañeros y las decenas de ojos rojos que me rodeaban. Traté de correr, de salir de allí, pero la nieve hacía que mis pies se hundieran, haciendo que acabase cayendo al suelo con la respiración agitada y lágrimas recorriendo mis mejillas. Miré durante un momento la nieve sobre la que había caído, comprobando con horror que su blanco impoluto estaba teñido de sangre. Me llevé las manos a la cara, tapándome los ojos, horrorizada. Cuando los volví a abrir, estaba en otro lugar, sobrio lleno de gente vestida de negro. Bajé mi mirada y me encontré con mi cuerpo, más pequeño, vestido también de negro. Alguien me llevaba de la mano, y al alzar la cabeza me encontré con el perfil serio de mi madre. Al fondo de la sala, un ataúd. A los alrededores, gente arremolinada, lágrimas, sollozos. Una mujer de cabellos castaños que estaba al lado del ataúd se acercó a nosotros con un gesto del más profundo dolor, dándome un abrazo, agachándose para hacerlo. ''¿Qué...?'' Sentía como si aquella mujer se fuera a despedazar entre mis brazos, como si estuviese hecha del cristal más delicado y se estuviese resquebrajando poco a poco. ¿Aquella mujer era...? Abrí los ojos completamente cuando reconocí aquel recuerdo que me perseguía nuevamente.- No...- Alcé la vista hacia la caja y vi el rostro de una de las personas que menos me hubiese gustado ver allí.-¡NO!- Me di la vuelta y salí corriendo, escuchando los gritos de reproche de mi madre a mis espaldas. Abrí las puertas de aquella estancia con fiereza, empujándolas hacia fuera con todas mi fuerzas, como si quisiera descargar toda la angustia con ellas. Corrí, corrí hasta que el corazón parecía querer salirse de mi pecho, hasta que sentí que ya no podía respirar. Me dolía terriblemente el pecho, como si algo se me estuviese clavando, y aquel dolor no hacía más que aumentar...

    Y entonces desperté de golpe con una exclamación ahogada, abriendo la boca como si me estuviese asfixiando, buscando una bocanada de aire. Shinji estaba de pie a mi lado, mirándome con el semblante preocupado.-¡Rangiku! ¡¡Rangiku!!- Mi pecho ascendía y descendía bruscamente, pero para mi alivio podía respirar nuevamente. Todo había sido una pesadilla. Bajé un poco la vista y vi el por qué del dolor; a causa de toda la pesadilla, había apretado inconscientemente los brazos sobre el vendaje, ya que aun seguía sujetando a los peluches contra el pecho. Sin mostrar reacción ninguna, me dejé abrazar por el cazador, totalmente conmocionada.- Ya está, ya pasó, ¿vale? No ha sido más que una pesadilla.- Con un leve temblor, levanté los brazos hacia él y le devolví el abrazo. No podía articular palabra.- ¿Te encuentras bien?- Preguntó, separándose un poco. Observó el hecho de que parecía que me faltaba el aire, así que cogió la mascarilla, dispuesto a ponérmela.- No... No, estoy bien.- Protesté. Shinji apretó los labios y dejó la mascarilla sobre el colchón, pasando una mano por mi frente. Notaba toda mi espalda cubierta de sudor frío, además del leve temblor que aun me recorría.- ¿Estás más tranquila?- Preguntó con suavidad. Asentí con lentitud, sin querer recordar todo lo que había soñado. El cazador volvió a dejarse caer sobre la silla, acercándola hasta la cama de nuevo, apoyando sus brazos sobre el colchón. Alzó el rostro con una mirada preocupada, pero notablemente más tranquila que antes. Volvió a pasar una mano por mi cabeza, tratando de tranquilizarme.- Todo ha sido una pesadilla, ¿vale? No pasa nada...- Repetía, como si estuviese calmando a un niño pequeño que acababa de soñar con algún monstruo. Miré hacia varios lados, buscando el conejito, que se me había resbalado al abrazar a Shinji. El cazador lo recogió de uno de los lados del colchón y me lo volvió a colocar encima, a lo que le respondí abrazándolo con toda la fuerza que podía permitirme, como si aquel simple gesto pudiese protegerme de los demonios que me habían perseguido durante aquella pesadilla.-Gracias...- Murmuré, sintiéndome culpable por haberlo preocupado así.- ¿Gracias por qué?- Contestó, esbozando una sonrisa.- No hacías más que removerte y murmurar. En todo caso, gracia la que me has hecho tú a mí.- Comentó, echándose a reír con suavidad. Le dirigí una leve sonrisa, sintiéndome algo más tranquila; pero, por mucho que lo tratase de ocultar, no podía negarme el hecho de que se había preocupado. Tal vez sí se había dado cuenta de la pesadilla, pero no había cogido la mascarilla por gusto.- Anda, trata de dormirte otra vez.- Soltó, pasando una mano por mi cara con algo de brusquedad pero sin hacerme daño, tratando de que cerrase los ojos.-¡Shinji!- Repliqué.- ¿Qué? No se me ocurre otra forma de hacerte dormir, mi mujer era siempre la que se encargaba de dormir a Matarou, y ahora él se duerme solito sin mi ayuda.- Miró durante un instante las sábanas, pensativo.- Digo si duerme el condenado.- Sentenció, haciendo que me acabase riendo. Sonrió al ver que estaba más tranquila, echando la silla de nuevo hacia atrás.- Bueno, tú verás lo que haces. Yo por mi parte pienso estar durmiendo.- Espetó con una fingida indiferencia, recostándose de nuevo contra la pared con un gesto de pereza. Sonreí al verle así, pero no se me escapó que, antes de cerrar completamente los ojos, me dirigió una mirada inquisidora, como evaluando qué hacer. Volví mi mirada hacia la puerta, dejando que vagara por ella.

    Al poco volví a quedarme dormida, esa vez en un sueño más tranquilo. Parecía que mis pesadillas se habían quedado sin energías para seguir atacándome después de la anterior, o tal vez era yo misma la que no tenía fuerzas para resistir otra nueva. Al rato me desperté, perezosa, sin abrir los ojos. Me desperecé un poco, suspirando, mientras escuchaba los suaves ronquidos provenientes del cazador que dormitaba a mi lado. Todo parecía haber vuelto a la tranquilidad de antes. Respiré hondo y me dispuse a seguir durmiendo, pero entonces se comenzaron a escuchar voces en el pasillo. Durante los primero minutos no les presté atención, pues supuse que serían familiares de algún otro paciente, o hasta incluso el personal sanitario. Pero, al reconocer la voz de Yagari al rato y notar el timbre nervioso de la voz femenina, abrí los ojos y dirigí mi negra mirada hacia la puerta nuevamente, frunciendo el ceño. ¿Qué pasaba para que hubiese ese alboroto? ¿Habría pasado algo? Miré hacia mi lado y vi que Shinji también había abierto los ojos, aun recostado contra la pared, escuchando la conversación con gesto de fastidio.- A ver qué pasa ahora.- Se volvió hacia mi y me dirigió una mirada somnolienta.- Y tú a dormir, que ésto son cosas de mayores.- Medio bromeó, volviendo a pasar una mano sobre mi cara, a lo que esta vez le respondí apartándosela con suavidad. Shinji no se movió de su asiento, desinteresado por aquella situación. Lo miré durante unos instantes, sorprendida, y agudicé el oído, tratando de captar mejor las palabras que se filtraban por la puerta. Me sobresalté el par de veces que el pomo fue agarrado, haciendo el amago de ir a abrirse. Shinji dejó los ojos entreabiertos, frunciendo levemente el ceño. Algo inquieta, escuché los fragmentos de la conversación que tuvieron, lo que hizo que me acabase sintiendo mal. Por un lado, me asustaba lo nerviosa que escuchaba a aquella mujer; por otro, me preocupaba. ¿Sería su pareja? Presté atención a la desesperación con la que aquella mujer hablaba, sintiendo un pequeño nudo en el estómago. Me llevé una mano hacia él, casi inconscientemente. ¿Seguiría teniendo hambre o era que se me había pegado la angustia de aquella mujer? Sentí como si me hubiesen dado una bofetada cuando unas nuevas palabras referentes a mí llegaron hasta mis oídos. ''Una simple cría que casi logra que te maten.'' Bajé la mirada, dolida, sintiéndome totalmente culpable. ¿Era eso cierto? ¿Había sido mi culpa? Las imágenes de la pesadilla anterior volvieron a mi mente, haciendo que la tranquilidad que había sentido desde que había salido del efecto de la anestesia se desvaneciese completamente. ¿Dónde estaban las ganas de sonreír? Estaban tan muertas como los que se habían quedado allí, yaciendo sobre la nieve. No quería que se preocupasen tanto por mí... no lo merecía en absoluto. No era nadie. Aquella mujer tenía razón, no tenía por qué estar tomándose la molestia de quedarse a relevar a Shinji. Ni siquiera mi amigo tenía por qué estar allí, durmiendo sentado en aquella incómoda silla, con su hijo esperándole en casa... Y todo por mi culpa. Alcé las cejas un poco, sin poder evitar sorprenderme ante las palabras de la mujer, incluso levemente presa de un súbito pudor. Parpadeé un par de veces, aun perpleja, diciendo para mí misma que no tenía de qué sorprenderme; era un hombre maduro ya, no iba a ir de casto por la vida. Sin embargo, no podía evitar incomodarme ante aquellos temas... ¿Sería aun demasiado inocente? Agudicé un poco más el oído mientras le seguía escuchando de gritar. Encajé lo de novata como un nuevo golpe, el cual me dio bastante fuerte. Sintiendo que ya había escuchado suficiente, desvié la mirada de la puerta a tiempo de ver a Shinji levantarse de su asiento para salir por la puerta y, segundos después, volver a entrar, anonadado. Sonreí levemente ante aquel comentario que soltó, pero no fue la sonrisa que hubiese esbozado rato antes. Cerré los ojos, aparentando dormir de nuevo.

    Finalmente, la puerta se abrió para dejar pasar a Yagari. Entreabrí un poco los párpados, pudiendo ver el semblante serio, hasta incluso algo alterado que traía. Giré levemente la cabeza hacia él cuando se acercó a Shinji y le dijo aquellas palabras. Dejando a un lado el volver a hacerme la dormida, observé a Shinji de levantarse algo serio, con expresión de fastidio. Aquello de tener que sancionar a alguien no iba con él; rehuía muchas veces de aquel tipo de responsabilidades. Pero aquella vez no se podría librar, pues había sido una orden directa. El cazador asintió con un suspiro cansado y le colocó durante un instante la mano sobre el hombro a su compañero. Cuando Yagari se dio la vuelta, se dirigió hacia mí y se inclinó un poco.- ¿Todavía sigues despierta?- Me regañó, revolviéndome el pelo.- Me voy ya, ¿vale? Si vuelves a respirar mal no dudes en ponerte la cosa esa.- Dijo, señalando con la cabeza la mascarilla.- Saluda a Matarou de mi parte. Y descansa, Shinji, por favor.- El hombre sonrió y me dio un abrazo con cuidado.- Nos vemos mañana.- Sonrió y se volteó hacia Yagari, para dedicarle un gesto de despedida con la mano. Lo vi salir por la puerta, angustiada, arrepintiéndome de no haberle dicho que no tenía por qué venir mañana de nuevo. Me sentía culpable por los dos; ambos estaban teniendo problemas por mi culpa. Era un inconveniente. Comprendía lo de que hubiese desertores y tal, pero si me dejaban un arma a mano podía defenderme... creo. No me iba a molestar dormir con una pistola debajo de la almohada, no era la primera persona que lo hacía... Y, así, podrían evitarse el tener que molestarse por mí. Sin alzar la mirada hacia el cazador, me retorcí las manos, nerviosa. Miré los peluches que descansaban a la altura de mi estómago, recordando las palabras de la mujer. Me sentí incómoda al verlos, o mejor dicho, culpable. Abrí la boca un par de veces, indecisa, antes de hablar finalmente.- Siento que haya tenido que discutir con su pareja... Ha sido mi culpa.- Murmuré mientras seguía retorciéndome las manos, nerviosa, sintiendo de nuevo aquel nudo en el estómago.- No tiene por qué tomarse la molesta de venir, en serio.- Dije, sonriendo, tal vez no con toda la convicción que me hubiese gustado.- ¡Estoy bien! Ya no tenéis que preocuparos.- Añadí, tratando de sonar animada, o, al menos, un poco convincente.
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    Mensaje por Yagari Touga Vie Abr 11, 2014 4:25 am

    Tenía la mirada perdida en torno a la pequeña bolsa con alimento que había traído consigo. Creía que el apetito ya se le había esfumado al igual que su ánimo. Detestaba tener que lidiar con situaciones como aquella, y más aún sabiendo que no tenía ningún motivo para hacerlo y que Rose no tenía nada que reclamarle. Las cosas entre ellos habían quedado claras desde hacía tiempo. Ella lo había estado buscando desde hacía tres años. No hacía más que girar a su alrededor, buscar pretextos para aparecerse en cada lugar en donde él se encontraba. Y desde que era el Vicepresidente, aquella persecución por su parte se había vuelto aún más intensa. No perdía oportunidad para aparecerse en su despacho con un sinfín de insinuaciones. Yagari la había rechazado cada vez, excepto en una ocasión. Ambos estaban borrachos y desesperados, ¿por qué mentir? Cada hombre y cada mujer tienen sus momentos de debilidad, al fin y al cabo, y Touga no era quien para proclamarse santo, ni mucho menos. Aunque detestaba esos impulsos hacia los cuales la misma naturaleza lo impulsaba, no podía negar que por más que luchase, por momentos se dejaba ganar. Había estado solo gran parte de su vida, luego de la gran pérdida que sufrió su corazón. ¿Por qué no olvidarlo todo al menos una noche? Eso pensó, y he aquí las consecuencias. Rose sabía que la relación entre ambos sería ocasional y moriría esa misma noche en que se concretó. Ella estuvo de acuerdo en olvidarlo todo al día siguiente, pero al parecer la mujer no lo entendió. Acabó por ganarle por cansancio a Yagari, y con un par de copas de más, ¿a quién le interesan los códigos y las virtudes? Touga jamás reprochaba contra su exquisita moral y sus códigos de honor, pero esa noche tuvo ganas de mandar todo al mismísimo diablo, y así fue. Se entregó por completo al olvido mediante el pecado de la carne. Aunque una parte de él se arrepintió luego, la otra optó por dejar zanjado el tema. ¿Por qué continuar dándole vueltas? Rose había sido la única mujer de la Asociación con la cual tuvo el atrevimiento de estar, pero no pensaba en llevar esa relación a algo más. Él no estaba listo para afrontar una vida en pareja otra vez, o al menos pensaba en esa ocasión, pero a medida que más iba conociendo las distintas facetas de Smith, más la alejaba de él. Y detestaba tener que actuar de un modo tan tiránico ordenándole a Shinji sancionarla si ella no asistía a la importante misión que tenía asignada esa noche, pero no le quedaba otra opción. Rose, últimamente, carecía de todo código y disciplina, y era su deber centrarla, aunque tuviera que hacerlo mediante aquel medio. Sus compañeros la necesitaban, y ella no podía simplemente ignorarlos y arrojarse hacia una pasión sin medida y sin sentido. Yagari le había dejado sus intenciones muy claras, y era hora de que ella lo comprendiese.

    Mientras Shinji se despedía de Rangiku, Touga caminó hacia la puerta y la abrió, permitiendo que el cazador saliese. Echó un vistazo a Rangiku y salió él también, entrecerrando la puerta a sus espaldas. Le dijo a Shinji un par de palabras, entre las cuales se encontraba una disculpa por ordenarle aquello, pero explicándole brevemente y sin lujo de detalles la situación. Shinji asintió, diciéndole que no había problema alguno, y acabó por marcharse tranquilamente, ansiando llegar a su casa y llenar su estómago de una buena vez. Yagari, por su parte, volvió a ingresar en la habitación y cerró la puerta. Caminó hasta la silla que estaba al lado de la cama y suspiró suavemente, quitándose el abrigo y dejándolo sobre el respaldo. Llevó ambas manos al cuello de su sudadera, acomodándola un poco, debido a que se había aplastado un poco por el peso de la chaqueta de cuero. Mientras ejecutaba aquel movimiento, clavó su ojo sobre Rangiku. Observó la forma en que abrazaba los peluches. Al final, había sido buena idea seguir los consejos de Shinji sobre mujeres, ¿cierto? Sonrió fugazmente, antes de hablar:
    - ¿Cómo te encuentras? Lamento haber demorado tanto -murmuró, pero cualquier otra cosa que fuese a decir, se vio limitada dentro de su boca ante las palabras de ella. Yagari la observó, incrédulo de lo que estaba oyendo. No sabía si le inquietaba más que ella asumiera que Rose era su pareja o que se estuviera disculpando. Entrecerró su ojo levemente, permitiendo que el gélido iris resplandeciera por unos escasos segundos. Sin embargo, no le quedó otra opción más que dejar caer su párpado un momento, para darle paso a una simple y sutil sonrisa. Negó con la cabeza suavemente, dando unos pasos al frente, situándose más cerca de la camilla para acomodar la almohada, ya que la tenía algo torcida y acabaría por dolerle el cuello luego-. No es mi pareja. Y no tienes por qué disculparte. No es tu culpa que hayas acabado aquí, y lo sabes muy bien, tanto como yo -aclaró, desviando su mirada hasta ella. Estiró una de sus manos y tocó la nariz rosada del conejo-. ¿Qué te dije ayer a la mañana en la cafetería? -la miró seriamente-. Si fuera una molestia, no estaría aquí, ¿cierto? -determinó. ¿Acaso ella no iba a entenderlo nunca? Estaba allí porque le importaba; le importaba su seguridad y su pronta mejora. Quería que ella estuviera bien, porque era su responsabilidad, aunque ella se esmerara en negarlo y en quitarle importancia al asunto-. Me quedaré aquí, aunque no quieras. Shinji te confió a mí. Le aseguré que te cuidaría -acabó por murmurar, observándola fijamente, mientras una pequeña gota de agua caía desde un negro mechón de cabello mal secado. Se volteó y caminó hacia la pequeña mesa, tomando la bolsa que allí había dejado. Regresó junto a Rangiku y apoyó sobre la silla la pequeña caja que contenía su cena. A pesar de que su estómago se cerró a causa del disgusto, comería de todos modos. Seguidamente, sacó de allí una pequeña bolsa con dulces envueltos en papeles de colores. Dejó caer de forma delicada la bolsita sobre el vientre de Rangiku, justo entre los peluches-. No sé si podrás comerlos ahora, pero guárdalos para cuando salgas de aquí -dijo con suavidad, sujetando la caja con comida y sentándose en la silla con auténtico cansancio. A pesar de que había dormido, el cuerpo le pesaba.

    Pasaron unos minutos y Yagari ya estaba comiendo. Masticaba con lentitud y hastío. Realmente quería reservarse esas energías para otra cosa, pero era consciente de que si comía, recuperaría el doble de lo que perdía digiriendo cada bocado. No pudo evitar que la discusión con Rose regresara a su mente. Al fin y al cabo, había ocurrido lo que él quería evitar: molestar a Matsumoto. Había salido de una difícil operación y lo que menos debía llevarse eran disgustos. Yagari no pudo evitar hacer una mueca de desagrado ante los recuerdos recientes. ¿Por qué esa mujer se estaba comportando tan raro últimamente? ¿Acaso no comprendía que se trataba de un miembro de la Asociación gravemente herido? Tenía que hacer algo para poner a Smith en su lugar, y debía hacerlo cuanto antes. Él no era nada de ella, más que su Superior. ¿Por qué se esmeraba tanto por simular no comprenderlo? Levantó la mirada unos instantes hacia Matsumoto, y entendió que todo parecía contribuir a que él la incomodase. De todos modos, no era nada que no le hubiese advertido: involucrarse más de lo debido con tipos como él, no era un buen consejo que alguien fuese a darle. Mientras más distante y laboral fuera su relación, mejor. Pero... ¿cómo lograr aquello ahora? ¿Cómo levantar la fortaleza luego de todo lo ocurrido? Era imposible pensar en muros cuando ella se había encargado de tirar abajo cada bloque de cemento. Yagari no pudo evitar observarla otra vez, en silencio, pero regresó con rapidez sus ojos al pollo grillado y a la ensalada. Tal vez cuando ella saliese de aquí todo volviese a la normalidad. Aun así, algo le incomodaba dentro. ¿Algún tipo de remordimiento, quizás? Quién podría saberlo.

    - Lamento lo de antes -dijo de repente, dejando a un lado la bandeja vacía. Le hubiera gustado ofrecerle, pero sabía que no podía comer sólidos aún y que ya había recibido la "apetecible" sopa por parte de las enfermeras-. Perdón si te desperté. Es una mujer temperamental a veces. Y bastante cabeza dura. Tal vez me recuerda a alguien -sonrió de lado, levemente, sarcástico-. Será mejor que vuelvas a dormir. Necesitas descansar -sugirió, poniéndose de pie y tomando con ambas manos sus mantas, y cubriéndola hasta cerca del pecho con ellas-. Hace frío, y créeme que en tu estado, lo que menos desearás es pescar un resfriado -sentenció, observando el gatito negro fijamente y entrecerrando su ojo, como si sintiera de algún modo que aquel animal le estaba desafiando, jugando a ver cuál de los dos ponía expresión más borde: si el real de carne y hueso o el clon peludo y blandito. Miró a Rangiku otra vez y le dedicó una pequeña sonrisa-. No me mires así. Duérmete -insistió, sintiendo que ya caerías sobre él todos y cada uno de los reproches de la chica. Volvió a dejarse caer sobre la silla y sacó del bolsillo de su chaqueta -que se encontraba sobre el respaldo- su pistola. Comenzó a mirarla y a cargarla adecuadamente, de forma cuidadosa, procurando que cada bala se situara en su justo sitio. Con un pequeño retazo de tela, comenzó a limpiarla, como quien pretende sacarle lustre a un objeto. Aquella sería una larga velada. Sin embargo, el silencio del hospital no demoró en venirse abajo. En el pasillo comenzaron a oírse gritos y pedidos de auxilio. Una alarma comenzó a sonar. Yagari, sobresaltado, se puso de pie. ¿Qué sería lo que vendría ahora?

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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Vie Abr 11, 2014 11:11 pm

    Me quedé mirando la puerta por la que habían salido los dos cazadores, arrepintiéndome una y otra vez de no haberle dicho a Shinji que no hacía falta que viniera todos los días, que no era necesario... Matarou no iba a quedarse solo, era algo que sabía, pero no era lo mismo que estar junto a su padre, y más aun después de lo que había vivido recientemente. Aquel niño lo necesitaba, y en aquellos momentos más que nunca. Todavía recordaba la conversación de aquella tarde y lo animada y tranquila que sonaba la voz del pequeño a través del teléfono, como si no hubiese pasado absolutamente nada. Pero, aun sabiendo que estaba bien y en compañía de su histérica tía, no me sentía con el derecho de robarle tiempo de estar con su padre. Podía estar sola perfectamente... No creía que me fuese a pasar nada, y, si ocurría algo, ya estaban los médicos y (suponía) la seguridad del hospital, pues alguna tendría que haber. Y lo mismo iba para Yagari. No era necesario que siguiese viniendo todos los días; seguramente tendría muchas cosas a las que atender, y, seguramente, más importantes que yo. No tenía por qué estar haciendo todo esto, y menos aun si se sentía culpable, pues no había sido su culpa el que acabase así. Maldita sea, y aunque lo fuera. No quería que se torturase por eso, no quería que tuviera remordimientos por algo que no se había podido evitar. ¿O acaso había algún hombre que pudiera ser más rápido que una bala? Había sido más culpa mía que suya, por no poder controlar la angustia que se había apoderado de mí durante la discusión. Miré la puerta con un leve brillo de tristeza en los ojos, pues me sentía completamente culpable. Shinji debería estar descansando ya, además de haber cenado, por no decir del Vicepresidente. Parecía estar un poco más recuperado, pero todo lo vivido no se disolvía tan fácilmente.

    Observé en silencio cómo Yagari cerraba la puerta tras de sí y se acercaba, aparentemente tranquilo. Negué con la cabeza al responder.- Estoy bien... Y no pasa nada, no es necesario que se disculpe por eso. No es su obligación tener que cuidarme.- Le respondí, pues, a pesar de aquella leve sonrisa, se le seguía viendo cansado. ¿Cómo no iba a estarlo? ¿Cuántas horas se habían tirado ambos cazadores en vela? Ladeé un poco la cara, mirándolo algo expectante, pues no entendía aquella sorpresa ante mis palabras. Observé cómo negaba con la cabeza, sonriendo a la vez. ¿Habría dicho algo raro? Le dirigí una mirada sorprendida cuando se acercó a acomodarme la almohada, dejándole hacer, levantando un poco la cabeza para colaborar a que le fuese más fácil.-Muchas gracias.- Le dije, algo cortada ante aquel gesto. ¿Desde cuándo era tan cuidadoso? Alcé los párpados, sorprendida, cuando dijo que no era su pareja; por la conversación de antes, me había parecido que aquella mujer estaba realmente preocupada por él, que le quería. Y, a no ser que fuera algún tipo de obsesa, no entendía otro motivo para asaltarle así en mitad del pasillo de un hospital más que el que sintiese algo por él. Dándome por vencida en comprender aquello, bajé la cabeza cuando dijo que el estar así no era mi culpa. Quise decirle que tampoco era la suya, pues me daba la sensación de que seguía pensando eso, pero me callé al observar su mano dirigirse hacia la nariz del conejito. Seguí la dirección de su dedo hasta que tocó al peluche, para luego elevar mis ojos hacia su rostro. Asentí ante sus palabras, sonriendo a mi pesar. Sí, no era la primera vez que me decía aquello, pero aun así no quería tener que suponerle una carga.-Tampoco es su responsabilidad quedarse toda la noche sin dormir por cuidarme.- Repuse, echándole un vistazo a aquella silla en la que rato antes había dormitado Shinji, seguramente dejándose la espalda en el intento. Volví a sonreír ante aquella determinación.- Está bien...- Acepté, suspirando, sabiendo que no podía convencerle de lo contrario. Aun así, una sonrisa apareció en mi rostro.- Pero, a cambio, deje que le cuide a usted.- Levanté una de las manos y señalé su pelo, el cual goteaba como si le hubiese caído un chaparrón encima.- Va a pescar un resfriado.- Le dije, aun sonriendo. Fuera hacía frío, y, si seguía sin secarse la cabeza, acabaría cogiendo un catarro, y más en un hospital. A veces me daba la sensación de que se salía más enfermo de aquellos lugares de lo que se entraba. Seguí sus siguientes movimientos, alzando de nuevo los párpados con sorpresa al ver la bolsita que dejó caer entre los peluches. ¿Por qué tantos detalles? Lo observé agradecida, sin saber qué decir; primero los peluches, y ahora aquello... No, yo no merecía tanta atención.-Muchas gracias...-Murmuré, conmovida ante tanta atención. No me molestaba que se preocupasen por mí, es más, lo agradecía... pero me sentía mal por estar haciendo que hiciera tanto por mí. Y lo peor era que yo no podía devolverle el favor de todo lo que estaba haciendo. Negué con la cabeza, esbozando una triste sonrisa.- Para disgusto de mi estómago, lo único que puedo comer es esa sopa.- Respondí, sin poder evitar el esbozar una leve mueca de desagrado al recordar el sabor que tenía. ¿De qué la harían y cómo? Casi que prefería no conocer aquellos detalles; había cosas que debían quedarse en el misterio, por el bien de todos, y, en este caso, por el bien de mi estómago. Quité aquella mueca de mi rostro y le sonreí.- Muchas gracias por todo... pero me vais a acabar volviendo una niña mimada con tantas atenciones.- Bromeé, aunque en cierta manera iba en serio. No eran necesarios tantos cuidados, mucho era que tenían la voluntad para aguantar allí. Abrí la bolsita con cuidado y saqué uno de los dulces, tendiéndoselo con una sonrisa; me gustaría poder obsequiarle con algo mejor, pero en aquellos momentos no podía siquiera incorporarme sin que me doliese la herida. Lo observé mientras tomaba asiento para comer, mientras por mi ojos pasaba un destello de preocupación al ver el gesto de cansancio. Tenía que reconocer que presentaba mejor aspecto que antes, pero unas pocas horas de descanso no compensaban todo lo que había pasado. Una idea surcó mi mente como posible agradecimiento, pero tendría que esperar a salir de allí, de aquel sitio tan agobiante y lleno de angustia y tristeza, aunque en aquellos momentos en la habitación reinara la tranquilidad.

    Lo observé de soslayo mientras comía, desviando la mirada al frente para no incomodarlo, ya que yo era la primera a la que no le gustaba que la estuviesen mirando mientras masticaba. Me quedé mirando el techo de manera distraída, pensando en si Shinji habría llegado sin problemas a su casa. Me hubiese gustado ver la cara de alegría de Matarou, hasta la expresión seria y cortante de la tía, quien normalmente solía mirarme con una especie de reprobación. A veces me gustaría saber qué era lo que a sus ojos hacía mal, o si simplemente aquella era su forma de mirar a todo el mundo. Aun así, a pesar de aquella actitud, sabía que tenía buen corazón, prácticamente como todos en aquella familia, pues tanto padre como hijo tenían un corazón que no les cabía en el pecho. Me removí un poco, incómoda de tener que mantenerme en aquella postura todo el rato. Entre mis brazos seguían estando los dos peluches, ahora acompañados por la bolsita. Acaricié distraídamente la cabeza de uno de ellos mientras seguía mirando al techo con ojos somnolientos, disfrutando de lo suave que era. Volví de nuevo el rostro hacia Yagari, notando que parecía estar también perdido en sus cavilaciones, solo que las suyas no parecían ser tan despreocupadas. ¿Qué le pasaría? ¿Por qué estaría tan preocupado? Volví de nuevo el rostro hacia delante, pensativa. Me gustaría saber qué era lo que se pasaba por su mente, qué era lo que siempre parecía andar persiguiéndole... Me gustaría poder hacer algo por ayudarle, pero temía acabar incordiándole más que aquellos demonios que no paraban de atormentarlo. Noté que me miraba un par de veces, a lo que le respondí volviendo el rostro hacia él, mirándole pensativa, para finalmente acabar dedicándole una sonrisa tranquila. Había notado la rapidez con la que bajaba la cabeza cuando me miraba. ¿Por qué? ¿Se sentía mal por algo? ¿Seguiría pensando que lo que había ocurrido era culpa suya? Al igual que me tenía que repetir que no le suponía una molestia, parecía ser que yo tendría que repetirle que aquello no era su culpa. ¿Quién iba a adivinar que un desertor, y más en aquel estado y tras el tiempo transcurrido, estaba justo detrás nuestro? No se había escuchado nada, ningún sonido de pasos que nos indicase que había alguien más. Y, si alguien tenía la culpa de aquello, entonces yo también era culpable, e incluso más; yo había estado todo el rato detrás de él, había estado más cerca de nuestro perseguidor. Sin embargo, tan solo había disparado contra mí... ¿Que había matado a su hijo? ¿Quién era aquel hombre y por qué decía aquello? En cuanto saliese de allí, pensaba estar buscando respuestas a todos aquellos interrogantes, además de tratar de averiguar qué se traían entre manos aquellos malnacidos. Los Niveles E que nos habían atacado no eran normales, y aquello no se podía pasar por alto.

    Tan absorta estaba en mis cavilaciones que tardé un poco en reaccionar ante sus palabras. Le dirigí una mirada sorprendida, confusa. ¿Por qué se disculpaba? Sonreí y negué con suavidad con la cabeza.-No pasa nada, apenas estaba dando cabezadas.- Le respondí, con un tono alegre, pensando que realmente al que habían despertado había sido al pobre Shinji. Sonreí cuando dijo que aquella mujer le recordaba a alguien. ¿A quién? ¿A sí mismo o a mí? Ninguno nos salvábamos en cuanto a cabezonería. Asentí ante sus palabras, pensando que sería mejor no rechistar. Realmente no tenía ganas de dormir, aunque nuevamente me pesasen cada vez más los párpados. Lo miré un poco avergonzada cuando me arropó, sintiendo que me volvía a sonrojar. ¿Por qué tanta atención? Desvié un poco la mirada para acabar volviéndola de nuevo hacia su ojo, aun sorprendida.-No se preocupe, n-no tengo frío.- Le respondí, algo cortada todavía. Era cierto que fuera de allí hacía bastante frío, y que para alguien que había llegado hacía relativamente poco y que estaba allí sentado podría notarse más; pero, en mi caso, entre las mantas, la leve calefacción del edificio y el agobio de no poder moverme, no sentía frío alguno. Noté que le dirigía una mirada al gatito, cosa que llamó mi atención. Observé aquella extraña batalla visual, pasando la vista de uno a otro, como si fuera un partido de tenis. Acabé sonriendo, pensando que aquel gatito parecía ser su alter ego en peluche. Lo cogí con ambas manos, alzándolo un poco, observándolo con ternura y una leve sonrisa, volviendo a colocarlo al lado del rostro del cazador. Sonreí, divertida, cuando me volvió a mandar a dormir. Cogiendo con cuidado la patita del gatito, le di con ella en la mejilla al cazador con una sonrisa.-Está bien, le haremos caso a senpai.- Contesté sonriendo, risueña, volviendo a mirar al gatito y colocándolo de nuevo en su sitio, abrazando a los dos peluches.- Buenas noches.- Dije con suavidad cuando lo vi dejarse caer sobre la silla. Cerré los ojos y me arrebujé en las mantas, buscando conciliar de nuevo el sueño, mientras escuchaba el sonido de la pistola de Yagari siendo trasteada.

    Sin embargo, aquella tranquilidad no tardó en desvanecerse, como parecía ser costumbre en los últimos tiempos. Apreté un poco los ojos, molesta, pues había conseguido quedarme medio adormilada. Parpadeé varias veces, agudizando el oído, tratando de adivinar qué era lo que pasaba. Escuchaba gritos de auxilio, ¿le habría pasado algo a algún paciente? Aquel era el área de cuidados intensivos, tal vez era normal que de vez en cuando algún paciente diera un susto... Sin embargo, a ese primer grito se le sumaron otros. Aquello ya no parecía ser algo tan trivial. Una alarma comenzó a sonar. ¿Qué pasaba? ¿Había acaso un incendio o algo? Noté que Yagari se levantaba bruscamente, alarmado. ¿Qué era lo que pasaba? Dirigí mi mirada hacia la puerta, sintiéndome impotente ante el no poder levantarme y comprobar qué era lo que pasaba. En un impulso, traté de incorporarme, pero una fuerte punzada en el costado bastó para dejarme de nuevo en el sitio. Seguía escuchando gritos, y yo allí, tumbada, inútil. Mi cuerpo dio un respingo al escuchar un ruido parecido a un disparo. Jamás sabría Shinji cuánto agradecía que no estuviese allí en aquellos instantes... pero, en cambio, no podría cubrir a Yagari si algo pasaba; tendría que limitarme a estar allí postrada, sin poder hacer nada. Y aquella idea me hería más que cualquier agresión, la idea de que pudieran hacerle daño a alguien y yo simplemente pudiera limitarme a observar.- Senpai... ¿qué ocurre?-Murmuré, procurando no alzar la voz. Un golpe brusco en la puerta de la habitación volvió a hacer que me sobresaltara. Encajé la mandíbula con rabia, con impotencia. Miré hacia varios lados de la habitación, ¿dónde habían dejado mi arma? Si era necesario me pensaba levantar de allí aunque tuviera que usar el soporte del suero como apoyo para andar. Con el brazo del lado contrario a la herida, me apoyé en colchón, incorporándome un poco con un gesto de dolor. Aquello no era un alboroto típico de un hospital, y había algo que me olía bastante mal.

    Y ahora, ¿qué?
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    Mensaje por Yagari Touga Miér Abr 16, 2014 9:15 pm

    Ciertamente, su cabello estaba completamente empapado. Cuando Rangiku mencionó que le dejara cuidarlo, se sorprendió un poco ante la gota cristalina que cayó sobre las mantas que cubrían su cuerpo. La mirada de Touga se perdió por unos momentos en la expresión que mostró la cazadora. ¿Qué importaba su cabello? ¿Qué importaba su salud? Llevaba un récord de tres años sin caer en cama a causa de un resfriado. ¿Por qué iba a hacerlo justo ahora? Aunque si lo pensaba un poco, tenía sentido: últimamente la suerte no parecía estar del lado de los cazadores, por lo tanto no era de extrañar que su suerte como humano se viera aplastada por las malas pasadas que le traía su vida como cazador de vampiros. Además, existía el hecho de su sorpresa ante tal gesto, quizás demasiado maternal. La infancia de Yagari pasó como un relámpago ante su ojo, el cual entrecerró levemente, justo antes de desviar la vista y llevar una mano hacia su cabello, tanteando la humedad. Miró a su alrededor, pero no había nada allí que pudiese utilizar para secarlo un poco. Había salido tan apurado que lo había olvidado por completo. Caminó, entonces, hasta el pequeño baño dentro de la habitación y halló una toalla medianamente capaz de secar las zonas más húmedas. Regresó hacia donde estaba Rangiku removiéndose el cuero cabelludo entre ambas manos. Su cabello azabache caía sobre su rostro, verdaderamente alterado y mal peinado, ¿pero qué importaba? Como si alguna vez le hubiese interesado su aspecto. Además, no tenía a nadie a quien impresionar estando de modo presentable. El carácter rudo y borde que lo caracterizaba, también caracterizaba su aspecto habitual. Era demasiado sencillo y despreocupado con su apariencia. Quizás más de lo que en verdad debería.
    - Con respecto a los de antes... Sí; es mi responsabilidad si así lo quiero -determinó, mirándola fijamente, para luego encogerse de hombre de forma ligera. No necesitaba muchos motivos para quedarse. Bastaba pensar en su seguridad y bienestar. Alzó las cejas al escuchar lo que decía. Y debía admitir que su sorpresa le generó cierta gracia, pero se esmeró en ocultarla. Suspiró levemente, como si estuviera fastidiado, y miró a la cazadora-. Estoy en mis días amables, podría decirse, y mira que estos no son muchos en el porcentaje total del año -aclaró, haciendo una pausa antes de proseguir. La señaló con el dedo sutilmente-. Eso me suena a queja; queja y excusas baratas. Mejor no sigas o harás que me arrepienta -la acusó, serio, pero acabó por sonreír de lado mientras desviaba su mirada de la suya-. Además, mejor disfruta de las atenciones mientras las tengas, porque en cuanto te recuperes, no creas que haré diferencias entre tú y los demás a la hora de entrenar y cumplir con tu deber -advirtió, mirándola de un modo astuto y determinante, pero sin dejar de sonreír. Ah, mujeres, ¿quién las comprende? Al final Shinji podría saber bastante sobre ellas, pero lo había dejado allí solo con la mitad de la información.

    La comida había sido comenzaba y concluida en silencio. Un silencio entre ambos que era bastante cómodo, a pesar de ser tan similar a otras veces. Esta vez se trataba de la ausencia de voces a causa de la tranquilidad que reinaba en el ambiente, y no a causa de la tensión. No obstante, los ruidos exteriores llegaban a la pequeña habitación, del mismo modo que aquella máquina infernal no cesaba de producir ese pitido exasperante. Yagari odiaba los hospitales. Detestaba desde el aroma y la imagen que transmitían, hasta cada una de sus instalaciones, los atuendos blanquecinos o verdes propios del personal, el caos que se respiraba allí a cada hora por una urgencia... En definitiva, detestaba esa vida ajetreada que olía a enfermedad y muerte. Él, desde luego, tenía aún más motivos para justificar su repulsión hacia dicho sitio que, a pesar de todo, salvaba muchas vidas a diario. De entre todos sus argumentos, uno era el principal y mayor, y como solía suceder en su vida, éste remitía al pasado; a su pasado, y todas las consecuencias presentes que tuvo que afrontar a causa de ello. Pero la mente de Yagari frenó en cuanto iba a recordar nuevamente lo que había ocurrido a sus veinte años de edad. Sus pensamientos reprendieron esas imágenes para suplantarlas por otras más recientes: Rangiku diciendo no tener frío y queriendo desviar su amabilidad otra vez. Recordaba el rubor en sus mejillas y la forma cordial en la cual se alejó para tomar asiento otra vez. ¿Acaso la incomodaba? ¿Que la trate de aquel modo la perturbaba? Quizás Yagari se preguntaba interiormente esas cosas para hacerse el ingenuo. Como hombre y adulto que era, se supondría que él ya debía conocer bastante de la vida como para saber identificar cada tipo de sonroje en una mujer, porque desde luego no son todos iguales. Sin embargo, ¿por qué no lo hacía? ¿Por qué no lo daba por sentado en vez de interrogarse a sí mismo en busca de respuestas y recordando cada palabra que Shinji había dicho? Tal vez por vago, tal vez por despistado; quizás porque realmente no era lo suyo ser un noble y atento caballero. Recordaba con claridad a Rose reprochándoselo en todo momento sin derecho alguno, pero también recordaba a su prometida, y sabía que con ella las atenciones jamás faltaron. Con ella él había sido un hombre completamente diferente del que se encontraba allí sentado en esos momentos. O tal vez no tan diferente, después de todo. En algún punto el pasar demasiado tiempo allí con Matsumoto le había hecho reflexionar en ciertos aspectos. Quizás se debía a que él tenía deseos de modificar alguna de sus desgastantes y solitarias costumbre, o podría ser que ella era quien lo sorprendía a cada momento. Un ejemplo claro fue su accionar mediante aquel peluche que tanto se le parecía, aunque él no quisiese asumirlo. Ella, tan fresca y lúcida, sin dejar de reír, había pinchado su mejilla con la garrita del pequeño gato negro. Touga, impactado y sorprendido, se quedó observándola. ¿Por qué? ¿Por qué no pudo apartar la mirada de forma ruda y borde, apartando también la calidez de los gestos de ella? ¿Por qué no había actuado conforme su naturaleza le indicaba? ¿Por qué no le había permitido reinar al impulso? Demasiado embelesado para comprenderlo. Y en su rostro serio y lleno de preocupaciones, pudo verse nuevamente aquel brillo juvenil y aniñado, resplandeciendo inocente en la paradoja. Y ahora, sentado en la silla desde hacía ya un largo rato, recordaba también aquello. El modo en que la sorpresa de su rostro se trocó con una sonrisa confusa para acabar apartando la mirada al tiempo que un "Buenas noches" era pronunciado por ella. Y la paz hubiera reinado, desde luego, si no fuera por las amenazas que solían tomarse descansos para esperanzar a la gente que pretendía librarse de ellas.

    Yagari ya estaba de pie y los gritos exteriores no hacían más que alarmarlo. Probablemente muchas personas estuvieran en problema allí afuera, pero él no podía salir de la habitación de forma imperiosa, sin conocer qué había del otro lado. Podían ser desertores. Esta idea se cruzaba por su mente y no le dejaba en paz. Escuchó la voz de Rangiku. La comprendía. Él estaba igual de confuso que ella. Igual de desconfiado y alarmado, probablemente. Pegó su espalda a la puerta por unos momentos, en cuanto vio que el pomo estaba siendo girado. Desvió su mirada hacia la joven cazadora y le hizo una señal de que guardase silencio. El pomo continuó siendo girado, e incluso Yagari pudo sentir que quien se encontraba del otro lado poseía una fuerza bastante considerable. La espalda del cazador se arqueó sucesivas veces, pero se mantuvo firme contra la madera opaca. No iba a permitir que alguien entrase. Y esta vez si una vida expiaba a causa de su terquedad por proteger a Rangiku, no le importaría. Que Dios o lo que fuera que existiese por encima de su cabeza le disculparan, pero él no iba a ser un idiota. Ya había sido lo suficientemente estúpido dos días atrás. No más.

    Su pistola crujió. La Bloody Rose estaba lista para disparar. Y entonces se oyó un grito más, desesperado: "¡Un Nivel E!". Se trataba de una enfermera que, claramente, conocía el secreto de los vampiros que habitaban el pueblo. Touga sabía que gran parte del personal de aquel hospital estaba calificado para conocer cierta información, debido a que muchos casos que atendían remitían directamente al ataque de algún ser nocturno. Y en cuanto aquella mujer dejó de gritar, Touga no lo dudó más. Tal vez fuera su enérgico ímpetu, la fuerza de su honrado espíritu, pero no pudo quedarse allí simplemente. Además, era un Nivel E después de todo. Clase de vampiro que bastaba para generar un desastre, pero que para un cazador como él no debería suponer mucho trabajo. Aunque los recuerdos del bosque volvían, y no podía evitar pensar si aquel ser era uno de esos también. Aún asó, le echó una última mirada a Rangiku. La advertencia se leyó en sus ojos. Ella no debería moverse de allí. Tan solo debía quedarse en la habitación, a salvo. Yagari no se movería de la zona, por lo cual siempre estaría protegiendo su puerta. Y con su mejor rostro de perro guardían, salió al exterior, cerrando la puerta tras de sí. Miró hacia ambos lados del pasillo y entonces vio caer un cuerpo. Un hombre gritaba desesperado en el suelo ante la mordida de aquel ser. Touga hizo crujir sus dientes y se abalanzó hacia aquel extremo, llamando la atención del despreciable vampiro. Por sus rasgos y la demencia que podía leerse en sus ojos, sí; claramente se trataba de un Nivel E. Y, para asegurarse de que no hubiera ninguna sospecha contraria, la estupidez de sus actos al intentar atacarlo de un modo tan vago, acabó por evidenciar la verdad. Yagari levantó la Bloody Rose y jaló del gatillo. La bala atravesó el cráneo del chupasangre y el cadáver comenzó a caer hacia atrás, desvaneciéndose en cenizas antes de tocar el suelo. Bajó el arma y observó fugazmente a su alrededor, sintiendo demasiados ojos sobre él. ¿Pero qué iba a hacer? ¿Dejar ese bicho allí? Ni loco. Y como si fuera poco, un matrimonio se acercó a él, con un semblante bastante frustrado, triste y enfadado. Comenzaron a gritarle, y el hombre intentó complacer a su esposa buscando arremeter físicamente contra el cazador. Touga se apartó, sujetando la muñeca del sujeto y obligándolo a depositar su peso sobre un extremo, ejecutando en él una traba: si se movía, le quebraría la muñeca y luego, por qué no, también el brazo. La gélida mirada de Yagari se clavó en él, intentando olvidar sus bocas moviéndose velozmente, soltando infinidad de insultos. Tras un breve silencio y debido a la cantidad de espectadores, Touga sólo se limitó a decir unas palabras:
    - Ella ya no era su hija.

    Tras todo el revuelo generado, Yagari guardó el arma y comenzó a caminar hacia la habitación de Rangiku con las manos en los bolsillos. Apenas se había alejado unos tres metros, por lo que ella podría haber oído todo lo ocurrido allí fuera con claridad, desde el disparo hasta los insultos. ¿Acaso la gente tenía vacía la cabeza? ¿Por qué razón nadie parecía comprender la gravedad de ciertos asuntos? Y a través de esas preguntas retóricas, una voz interna pretendía abrirse paso en su cabeza: "tal vez no todos sean como tú, Touga. Tal vez no todos posean la suficiente determinación y frialdad como para matar a quien más aman".

    Sus pasos se frenaron frente a la puerta y su cabello aún algo húmedo cubrió la zona de sus ojos.
    - Tal vez -dijo para sí mismo, en un murmullo, como pretendiendo responder de algún modo la conjetura que su subconsciente le había enviado. Giró suavemente el pomo y para cuando entró en la habitación, su aspecto era el mismo de siempre: el de un cazador que solo había acabado de cumplir con su deber. Cerró la puerta y miró a Rangiku, caminando hacia ella. Si mal no recordaba, Shinji le había dicho que se asegurara de que Matsumoto se pusiera la mascarilla para dormir. Lo había olvidado, hasta que la observó y se percató de que no la llevaba consigo. Con una mano la sujetó y la guió hasta su rostro, justo sobre su nariz. La dejó caer cuidadosamente, y cuando acabó de colocarla la miró. Conocía esa expresión, y sabía, a su vez, que ella probablemente esperaría información de lo que había ocurrido allí afuera.
    - Una chica de veinte años fue mordida por un Pura Sangre. Estaba grave, por lo cual se encontraba en terapia intensiva también -miró distraídamente hacia la puerta-. Cayó en el Nivel E. Ya no podía ser salvada -concluyó. Dio unos pasos hacia atrás y se dejó caer en la silla nuevamente. ¿Podría permanecer allí en paz, de una buena vez? Solo una noche. Nada más que eso. Aunque tuviera que dormir en una silla incómoda, sólo pedía estar en paz una noche y poder cerrar los ojos sin preocupación por al menos una única vez en su ajetreada y perturbadora vida. Dejó caer la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto un grueso y blanco cuello. La nuez se marcó al tragar algo de saliva, y un suspiro acabó por advertirle su fastidio y cansancio. A veces se preguntaba qué se sentiría ser como Shinji, riendo despreocupadamente por todo-. Parece que no estás en tu semana de suerte -susurró, regresando su cabeza a la vertical y cómoda postura de siempre-. Y parece que yo tampoco -agregó, pero rápidamente alzó la vista hasta observarla, y sonrió levemente, de manera ladeada, mientras su azul iris era atravesado por un brillo peculiar, misterioso-. O tal vez sí lo esté.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Jue Abr 17, 2014 9:08 pm

    Sonreí al ver que se decidió a secarse el pelo, pero aquella sonrisa se esfumó cuando vi la expresión que adoptó su rostro. No parecía enfadado, pero una leve sombra pareció cruzarse por su mirada. Ojalá llegase el día en el que no la fastidiase hablando. Lo seguí con la mirada hasta que entró al baño de la habitación, para luego salir revolviéndose el pelo. Sonreí ante la imagen que presentaba con aquel pelo tan alborotado, pensando que me recordaba a Shinji con aquellos gestos que denotaban sencillez y hasta cierta despreocupación en el aspecto. Lo observé mientras reiteraba que sí era su responsabilidad. ¿Había alguna forma de convencerlo y que descansara? Cada vez perdía más las esperanzas en aquel campo.- Está bien...-Acepté, rindiéndome por el momento. Parecía completamente determinado a quedarse allí. Me hizo gracia aquello de sus días amables, pero evité reírme y le seguí escuchando atentamente, sonriendo. Fruncí levemente el entrecejo, aparentando indignación, cuando dijo que lo que le decía le sonaba a quejas y a excusas, para luego acabar sonriendo de nuevo. Mi sonrisa se hizo más amplia ante lo último que añadió; si aquello significaba que no tendría que seguir tomándose tantas molestias y pasar más noches sin dormir, entonces procuraría recuperarme pronto. Ya tenía bastantes preocupaciones y responsabilidades encima como para seguir cargando conmigo. Además, pensaba darle algún presente para agradecerle todo aquello, y más le valía aceptarlo. Y de paso también a Shinji, él tampoco se libraría. Tenía una idea de qué regalarle a Yagari, pero no se me ocurría nada para Shinji, a pesar de conocerlo más. Siempre se me había dado muy mal escoger regalos, y más para un hombre.

    Aunque había insistido en que no tenía frío, y en aquellos instantes no lo notaba, finalmente agradecí el que hubiese subido las mantas. Entre el creciente cansancio, la calidez de éstas y la morriña que comenzaba a sentir, me resultaba más fácil dejar caer los párpados y tratar de dormir. Todo estaba tan tranquilo... Ya me había acostumbrado al incesante pitido de la máquina que marcaba mi pulso, por lo cual no era algo que me molestase. Tampoco me molestaba el sonido de la pistola del cazador al ser cargada y limpiada, casi podía decir que era un ruido familiar. Prefería mil veces antes aquel sonido metálico antes que el ruido de los demás aparatos... Pero qué se le va a hacer. Con los ojos cerrados, rendidos al agotamiento aun vigente y al abrigo de las mantas, ladeé un poco la cabeza mientras seguía abrazando los peluches. Al final se me dormirían los brazos de no moverlos de aquella postura para casi nada, pero, mientras aguantasen, así se iban a quedar. Sonreí levemente al recordar cuando Shinji había tratado de quitarlos de mi regazo y yo me había rehusado, seguramente recordándole con aquel gesto a su hijo, pues reconocía que había sido un poco infantil. Me sentía reconfortada abrazándolos. Sin abrir los ojos, me llevé casi por reflejo una mano a la mejilla, disimulando aquel gesto. Toqué con la yema de los dedos mi moflete, el cual parecía arder un poco menos que antes. Volví a bajar mano, echando el antebrazo nuevamente sobre los peluches, estrechándolos contra mí con suavidad. ¿Por qué me avergonzaba tanto? Cuando le había dado con el peluche, durante unos instantes me sentí algo arrepentida, sintiendo que tal vez aquello había sido un gesto demasiado confiado por mi parte. Temí que se enfadara, y, en cierto, modo con todo su derecho. Sin embargo, su rostro había vuelto a mostrar aquella expresión tranquila, hasta podría decirse que inocente; la misma que había mostrado aquella misma mañana cuando le había pedido que no estuviera más triste, cuando le hice alzar la cara para no verlo tan hundido. Aquello me había tranquilizado, pues lo que menos quería era hacerle enfadar. Me alegraba verle así, como despreocupado, aunque fuese por un momento. No había respondido cuando le dije aquel 'buenas noches', pero le había visto sonreír, y aquello bastaba. Recordaba al Yagari de días atrás y al de ahora, comparando la diferencia abismal que había. Aquel muro que se alzaba entre el cazador y el mundo parecía haberse resquebrajado, cosa que me alegraba y me provocaba una extraña inquietud. ''¿Por qué?'' Fruncí levemente el ceño, aun sin abrir los ojos, arrebujándome de nuevo entre las mantas, apartando todos los pensamientos de mi mente. Escondí un poco el rostro tras los peluches. Volví a buscar la tranquilidad necesaria para volver a dormir, pero tras los primeros gritos aquello se hizo imposible.

    Tras comprobar que me sería completamente imposible el incorporarme completamente, me conformé sosteniéndome sobre mi brazo. Al menos así no estaba completamente tumbada y ajena a lo que pudiera pasar. Escuchaba el estruendo de fuera en silencio, atenta a cada grito, a cada ruido. Lo primero en lo que pensé fue en que podían ser desertores. ¿Hasta ahí podían ser capaces de llegar? ¿Irrumpir en un hospital en mitad de la noche y atacar a diestro y siniestro, simplemente por seguir la pista de los pocos que quedábamos fieles a la Asociación? Habiendo visto que hasta se habían tomado la molestia de informarse acerca de cada uno de nosotros, incluso hasta de tomar por rehén a Matarou, los consideraba lo suficientemente chiflados como para intentar hacer algo así. Pero, a pesar de todo, aquello sería algo demasiado llamativo. Alarmada, di un respingo cuando vi que Yagari trataba de aguantar la puerta, la cual estaba siendo forzada. Y, fuera quien fuese el que lo estaba haciendo, tenía una fuerza bruta bastante considerable. Asentí levemente ante su seña de silencio, sin apartar mis ojos del pomo de la puerta que no paraba de ser girado. Sin embargo, había algo que no encajaba con mi hipótesis de los desertores; si eran ellos, ¿por qué se empecinaban en abrir así la puerta? Podían haber disparado contra ella, haciendo que la persona del otro lado tuviera que retirarse a no ser que quisiera acabar atravesado. ¿Por qué, entonces, aquella persona se empeñaba en empujar la puerta así? No, no le encontraba una razón que me resultase convincente. Sin embargo, había escuchado un sonido parecido al de un disparo... ¿Realmente podrían ser desertores? Fruncí el ceño mientras observaba el esfuerzo del cazador por mantener la puerta cerrada, volviendo a sentir la dolorosa punzada de la impotencia. No, allí había algo que no encajaba.

    Entonces, la respuesta a la pregunta de quién era el atacante surgió. Una voz femenina desveló la naturaleza del que estaba causando tanto alboroto, trayendo con ello la explicación del por qué se había empecinado en usar la fuerza simplemente para abrir la puerta y por qué no había usado ningún arma. Sin embargo, la noticia de que fuese un Nivel E tampoco me resultó muy tranquilizadora, pues me recordó a los que nos habían atacado en el bosque, también por cortesía de los desertores. Capté la mirada de Yagari y asentí, en silencio, mientras le veía abandonar la habitación, cerrando la puerta al salir. No hacía falta ni que lo pidiese; no podía ni siquiera incorporarme sin correr el riesgo de que los puntos saltasen uno tras otro. La misma postura que había adoptado para poder tener de frente la puerta me suponía un dolor considerable. Para mi desagrado, no podía levantarme ni hacer nada que me expusiese. Tenía que permanecer allí postrada sin más remedio. Bajé la mirada, pensativa. ¿Sería otro de aquellos Niveles E? Si solo era uno, no le supondría mucho problema, pero si se trataba de uno de ellos... dudaba de que lo hubiesen dejado corretear solo por el hospital. Seguí escuchando los gritos con los ojos entornados y la mirada clavada en el suelo, atenta a todo lo que podía captar. Un último disparo y ya sabía en qué había acabado aquello. Alcé levemente los párpados, levantando un poco la mirada hacia la puerta, con el semblante serio. Alarmada ante el nuevo tono que habían adquirido los gritos, alcé completamente la mirada hacia la puerta. ¿Qué pasaba allí? Escuché todos aquellos insultos cargados de la más profunda rabia, de la peor de las tristezas... Aquella que solo podía ser causada por la pérdida de un ser querido. No me hizo falta echarle mucha imaginación para saber más o menos qué era lo que había pasado. Me sentí egoísta ante el alivio de pensar que no había sido uno de los Niveles E que estaban bajo el control de los desertores. Era cierto que hubiese sido mucho peor uno de esos, pero el dolor de aquella pareja parecía traspasar la puerta con cada palabra, llegando hasta lo más profundo de mi alma, removiéndola. Dejé que mi espalda volviese a reposar completamente sobre el colchón, dejándome caer con cuidado, notando alivio en el brazo por haber dejado de usarlo para echar sobre él todo mi peso. Miré el techo mientras seguía escuchando aquellas palabras, pensando tristemente en lo que se parecían aquella pareja a los padres de Yuuko. Había visto la tristeza que suponía el perder a un hijo, y había sentido la tristeza de perder a alguien a quien se le consideraba como a un hermano... Y todo eso ocurría tan rápido... Todo era tan rápido que no te daba tiempo a asimilarlo. No podías hacerlo hasta que no pasaban días y días, y, entonces, veías que realmente aquella persona no iba a regresar. Comprendía el dolor que sentían, pero no le podían reprochar al Vicepresidente lo que había hecho. Para ellos era incomprensible, seguramente un acto que solo podía realizar una persona desalmada; sin embargo, debían comprender lo que suponía que alguien cayese en el Nivel E. Ahora les sería imposible hacerlo, pero deberían aceptarlo. Una vez se era mordido por un Sangre Pura, solo quedaban dos caminos, no sabría decir cual de los dos peor: o morir por la ponzoña que aquellos colmillos llevaban, o convertirte en un vampiro que, a no ser que el Sangre Pura tuviese la 'bondad' de cederte su sangre, acabarías cayendo al Nivel E. Acabarías convertido en algo peor que una bestia, alguien que ya no podía razonar, que no diferenciaba entre amigos o enemigos... Alguien que tan solo veía posibles presas con litros de sangre recorriendo sus venas. Lo más misericordioso que se podía hacer con uno de ellos era darle una muerte rápida, cualquier cazador con dos dedos de frente hubiese actuado de la misma forma. Tal vez algunos habrían dudado más, o habrían tratado de convencer a la familia, hacerles entender la situación. Shinji seguramente habría tratado de alejar al vampiro del campo de visión de los padres antes de acabar con él, pero tampoco habría dudado mucho. Y todo aquello, todo aquel sufrimiento, todo aquel dolor era provocado por el capricho de un Sangre Pura que no tenía otra diversión que robarle el derecho a vivir a un humano. Aquello me recordó a la muchacha a la que había mordido Rido en el baile de Navidad. ¿Qué habría sido de ella? Seguramente, si no había muerto al poco, su final habría sido parecido a éste. A pesar de no ser religiosa, me persigné en silencio.

    Volví el rostro hacia la puerta nuevamente, viendo cómo ésta dejaba paso al cazador. Lo observé en silencio con una mirada comprensiva. No iba a pedirle una explicación de lo que había pasado allí fuera, ni siquiera le iba a decir nada sobre los familiares. No había nada que aclarar ni que echar en cara; había actuado como debía, por muy frío que sonase aquello. Durante un instante pensé en qué haría si alguna vez me veía en la situación de haber sido mordida por un Sangre Pura. Sin dudarlo mucho, me respondí a mí misma lo que ya sabía de antemano que haría: antes de perder la cordura, meterme un tiro. Y si no podía hacerlo yo, pedírselo al que estuviese más cerca antes de que ya no pudiese razonar. ¿De qué me servía conservar la vida si, a cambio de poder hacerlo, hacía que otras personas corriesen peligro? Yagari me sacó de mis oscuros pensamientos al colocarme la mascarilla. Me resigné ante aquello. Sabía que debía tenerla puesta, pero había estado tan a gusto sin ella sobre mi cara que mi cerebro había optado por dejar en el olvido la recomendación del médico. Sin embargo, a causa de haber estado forzando la herida, ahora me resentía. Eso me pasaba por lo tozuda y cabeza hueca que podía llegar a ser. Agradecí la ayuda que me ofrecía al respirar, pues en aquel momento la necesitaba. Disimulé aquello mientras le dedicaba una sonrisa de agradecimiento. Me limité a levantar un poco la cabeza para ayudar al cazador a colocarme aquel aparato del demonio y luego dejarla caer con cuidado sobre la almohada, sujetando con una mano la mascarilla durante unos instantes, respirando con algo más de alivio. Para algo servía después de todo, aunque no quisiera reconocerlo. Le devolví la mirada mientras me observaba y comenzaba a contarme lo que había pasado allí fuera. Sonreí casi imperceptiblemente, asintiendo con la cabeza con suavidad.- Lo he estado escuchando.- Dije, mientras tanteaba con las manos por  los laterales de la camilla en busca de los peluches. Se habían escurrido de mi regazo al tratar de incorporarme. Me quedé quieta un momento, con la mirada algo perdida, sintiendo nuevamente un leve rastro de rabia por aquel tipo de sucesos. Parece ser que los Sangre Pura no tenían nada más divertido que hacer que jugar con las vidas de los que tenían la mala suerte de cruzarse con ellos. No sabía cómo se sentía, pero estuve tentada a decirle que no debía sentirse mal a pesar de los insultos de aquella pareja... Aunque, en el fondo, suponía que aquello no era necesario. Opté por callarme todo aquello y seguí en mi silenciosa búsqueda hasta que los encontré. Los volví a colocar en su puesto con cuidado, rodeándolos con los brazos. La tranquilidad parecía haber vuelto, pero estaba cargada con la desagradable sensación de lo anteriormente ocurrido. Escuché el suspiro cargado de agotamiento que dejó escapar el cazador. Volví el rostro hacia él, viéndole en aquella postura de cansancio. Tal vez debería haberle dicho algo al fin y al cabo... Tal vez sí necesitaba que alguien le dirigiese algunas palabras de aliento de vez en cuando. Le sonreí levemente cuando mencionó que no estaba en mi semana de suerte. Bueno, depende desde el punto de vista que se viera. No todo el mundo salía vivo de una herida así, eso se podía considerar como suerte. Cuando añadió que él tampoco, volví a echarme en cara el no haberle dicho nada. Antes de que pudiese abrir la boca para comenzar a hablar, me callé al escuchar lo último que añadió. Lo observé con una mezcla de curiosidad y confusión, preguntándome qué se le pasaba por la mente. Me quedé mirándole, observando algo embelesada aquella extraña expresión. Cuando me di cuenta de aquello, desvié levemente la mirada, avergonzada. Notaba que me volvía a arder un poco la cara. ¿Pero, qué me pasaba?
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    Mensaje por Yagari Touga Vie Abr 18, 2014 4:23 am

    Todo había vuelto a la normalidad o, al menos, eso parecía. Esto, por supuesto, si es que se lo podía denominar "normalidad" a dejar atrás una vida para convertirla en cenizas. Pero quizás estaría bien asumir que hechos como aquel eran completamente comunes y constantes en el pueblo; en este pueblo miserable, poseído... maldito. La Muerte parecía ser inherente a su esencia escalofriante. Un día estás vivo, y al otro ya no. Ocurría todo el tiempo, cada día, cada semana, cada mes, cada año, sin cesar. La vida era un bien de cambio devaluado, pues no recibías nada a cambio de ella, solo oscuridad mezquinamente otorgada, sin agregar los intereses, los cuales significaban una cuota extra de dolor y sufrimiento sobrenatural ante las trágicas características de la mayoría de los padecimientos allí dentro. ¿Y por qué la gente no se iba? ¿Por qué nadie huía? Probablemente porque no conocían otra cosa, no tenían nada que perder o sencillamente eran unos kamikazes masoquistas. Yagari podía entrar perfectamente en una de las categorías, ¿pero qué había de los miles de inocentes que habían caído allí por error? Significaba un horror el simple hecho de pensarlo, pero resultaba un gran alivio saber que muchas personas llegaron a la vejez sin ningún problema externo, más que los que venían con la edad. Era relajante saber que al menos no todo estaba perdido en esas parcelas de suelo que muchos denominaban "hogar".

    Yagari pudo advertir en la expresión de Rangiku que algo no andaba bien con su consciencia. Probablemente la situación la entristeciera, y no la culpaba. A pesar de ser una cazadora y saber que la sangre fría era fundamental para ciertos trabajos, Touga podía divisar tras su velo de guerrera que había algo más. Podía advertir las heridas abiertas tras sus ojos, las cuales volvieron a sangrar desde que la relación entre ambos se tornó tensa y desequilibrada en aquellos túneles. Tras la mascarilla, a pesar de que sonreía, la nostalgia se le notaba en los ojos. De todos modos, él no habló. No preguntó nada al respecto. Creía que ya había tenido suficiente, y seguramente lo que menos querría era oír las preguntas del borde y mal llevado Superior que la había guiado hasta esa camilla. Observó desde su sitio en la silla cómo ella buscaba los peluches con su mano, para luego abrazarlos. Touga sonrió levemente ante aquel gesto. ¿Así de mucho le gustaban? Parecia, entonces, que había hecho algo bien, y que por una vez confiar en Shiji para esas cosas no fue mala idea. Y ahora que lo pensaba, ¿había sido buena idea decir aquello?


    La mirada de Touga se mantuvo fija en la expresión de Rangiku. No sabía por qué, pero simplemente lo había mencionado. Quizás no fuera del todo una mala semana. Quizás algo bueno existiese. Y prefirió reservarse las posibles respuestas en lo más recóndito de su mente, sin siquiera atreverse a pensarlo con libertad y despreocupación. No obstante, cuando ella apartó la mirada, una sensación extraña lo recorrió. ¿La había incomodado? ¿Había dicho algo sumamente anómalo? Pero el rubor de sus mejillas pareció comunicarle lo que necesitaba, aunque en primera instancia lo malinterpretó otra vez. Frunció el ceño, preocupado, y se puso de pie con clara velocidad. Se acercó a la cama y examinó el suero. Anteriormente, no hacía muchos minutos, la había visto respirar con mayor dificultad. La miró y dejó caer una de sus grandes manos sobre su frente.
    - ¿Estás bien? -inquirió, observándola. ¿Por qué a él no se le daban bien estas cosas? Menos mal que no tenía hijos, porque sino sería su fin y, probablemente, el fin de ellos también-. ¿Dónde está Shinji cuando se lo necesita? -murmuró, ladeando suavemente la cabeza, confuso, y mientras pensaba qué hacer mientras aguardaba alguna respuesta por parte de ella, recordó lo que el cazador había hecho. Touga miró a Rangiku y, sin pensárselo dos veces, se inclinó hacia ella, apoyando sus labios con suavidad sobre su frente. ¿Se suponía que así se daría cuenta? ¿Cómo demonios se suponía que ese mecanismo funcionaría? No tenía ni la más pálida idea, y lo único que podía sentir era la incomodidad de ser inútil para esta clase de cuidados. Por otro lado, ni hablar de lo incómodo de la situación. No tanto para él, que era bastante despreocupado respecto a los temas relacionados al pudor y la vergüenza, pues no tenía motivos para sentir ninguna de las dos cosas, pero... ¿qué había con ella? Y entonces lo recordó; lo recordó y se apartó. Los negros cabello de Touga que, segundos antes, hacían cosquillas sobre los pómulos de Rangiku, huyeron de su posición en cuanto él se movió, alejándose. Asimismo, con él también huyó en ese momento el típico y suave aroma a tabaco que poseían sus prendas, como solía ocurrir con todo fumador. Y acompañando este aroma, también se hallaba la fresca fragancia a menta que solía rodearlo. Y ahora que se planteaba en sus pensamientos la verdad de la situació creía, más que nunca, que necesitaba un cigarro. ¿Cómo pudo ser tan distraído? Sonrió levemente, cerrando su ojo, mientas sentía la mirada de Rangiku, quizás algo confusa y sorprendida, sobre él-. Ah, no digas nada, ya lo sé, ¿de acuerdo? Una falsa alarma de tus mejillas, nada más. Bendito Shinji -murmuró despreocupadamente, quitándole importancia al asunto, y se dejó caer sobre la silla otra vez, no sin haberla acercado antes un poco a la cama. Miró a Rangiku otra vez y su mano viajó hasta su cabeza, alborotando un poco su cabello aplastado por estar tanto tiempo presionado por la almohada-. Olvídate de todo. Ya parece estar en paz este maldito lugar. Ahora duerme, ¿de acuerdo? Ya es tarde -musitó, corroborando que eran las tres de la madrugada. En cinco horas llegaría Shinji, y sería mejor que estuviera despierto para cuando eso sucediera.

    Y así pasó el tiempo. Dejando esas extrañas noches atrás, las siguientes fueron más tranquilas. Incluso Yagari había tenido el atrevimiento de preguntarle a Rangiku de qué se trataba el libro que estaba leyendo, pues el nombre del mismo, titulado "En busca del tiempo perdido" habá llamado su atención desde su posición en la pequeña mesa de luz. Día y noche, cazador por cazador se intercambiaban, excepto una, donde Yagari había sido comunicado de ciertos asuntos urgentes en la Asociación, y tuvo que pasarse la noche allí, entre papeles y estrategias. Pero, exceptuando esa velada, las demás habían sido normales. Sin incidentes, dentro de lo que cabía. Y así llegó el día donde, luego de más tratamientos y estudios para asegurar su salud, Rangiku estaba a pocas horas de ser dada de alta. Ya podía comer sólidos y la herida, aunque aún no estaba curada del todo y debía continuar en reposo por ello, sin realizar movimientos bruscos, ya permitía mayor movilidad y libertad. La noticia fue anunciada durante la cena de la que sería, para el bien de Matsumoto, la última noche en aquella habitación pequeña y clara. El médico habló con su supuesto tío Yagari, y él tuvo que firmar unos papeles como supuesto tutor que era. Ya todo estaba en orden, y habían mencionado que al amanecer podría irse, justo luego del desayuno. Como servían la primera comida del día alrededor de las siete, Touga creyó que sería mejor advertir a Shinji de que no fuera esa mañana, pues él se encargaría de llevarla hasta la casa de dicho cazador ni bien salieran de allí. Tras hablar a través del móvil con él, aquel quedó encantado con la idea de que la muchacha pasara los últimos días de reposo en su casa.


    - Bien, ya he hablado con Shinji. Alégrate. En cuatro horas estarás en su casa, fuera de este tétrico hospital -anunció, de pie, observándola, mientras el médico se marchaba con las enfermeras tras desactivar la máquina de los endemoniados pitidos y tras quitarle el suero. Parecía que por fin ella se recuperaría del todo, y podríoa ver la luz el sol otra vez, y junto con esta el sinfín de peligros que acarriaba la noche, que infundía su terror sobre cada ser que se arrojaba a la peligrosa tarea de ser cazador en una comunidad de lobos.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Vie Abr 18, 2014 6:03 pm

    Tras la inevitable muerte de aquella chica que había tenido la mala suerte de ser mordida por el peor de los monstruos que acechaban nuestras noches, sentía que algunos puntos dolorosos habían sido tocados. El comparar con los padres de Yuuko a aquella pareja rota por el dolor me había traído a la mente muchos recuerdos, los cuales ahora trataba de alejar nuevamente, sepultarlos en lo más profundo de mi alma de nuevo. Las dolorosas palabras pronunciadas por la pareja aun resonaban en mis oídos, y en mi mente casi tomaban forma sus rostros, sus expresiones... El dolor que suponía el hecho de que tu propia hija fuese ahora solo un puñado de cenizas cargado de dolorosos recuerdos. Pero, ¿qué remedio había? Si existiese una mínima posibilidad de evitar aquella transformación, una cura para ella, no dudaba en que muchas muertes se evitarían. Pero, por desgracia, los humanos no conocíamos del todo aquel oscuro mundo de la noche. Y si los vampiros sabían algo, no creía que nos fueran a facilitar la información gratuitamente. Después de todo, para los Sangre Pura, el tener humanos convertidos les suponía un ejército a su servicio, y el resto de vampiros nobles seguía a aquellos terribles seres sin rechistar, cosa que todavía no llegaba a entender muy bien. Y casi que prefería no inmiscuirme en aquellos temas. ¿Qué podía traer la cercanía con los vampiros? Tan solo muerte, sangre y sufrimiento. Solo eso. No dudaba en que hubiese algunos que eran gentiles, lo había podido comprobar en mis propias carnes, pero, por desgracia, la mayoría no era así.

    Seguí con la mirada apartada levemente, sin atreverme a levantarla. Sin embargo, lo acabé haciendo cuando lo vi levantarse bruscamente. Lo observé con curiosidad mientras comprobaba el suero. ¿Ocurriría algo con él? Era cierto que hacía tiempo que nadie se acercaba a cambiar la bolsita, a la cual aun le quedaba algo, pues habían dejado que el goteo fuese más lento. Podía alimentarme aunque fuese a base de aquellas horripilantes sopas, así que no era tan necesario el sustento que me ofrecía el suero. La última bolsa utilizada para la transfusión de sangre colgaba de uno de los brazos del soporte, ya vacía y desconectada de la vía, pues se suponía que debería haber recuperado ya más o menos la sangre perdida. Le devolví la mirada, confundida durante unos instantes, hasta que noté su mano sobre la frente. Enfadada conmigo misma, comprendí lo que se le había pasado por la cabeza, comparando aquella escena con la que había tenido lugar aquella mañana. Volví la mirada hacia arriba, observando aquella mano tan grande en comparación con mi cabeza.- Estoy bien.- Respondí, con una sonrisa, tratando de quitarle importancia a aquello, mientras sentía que el color volvía a subir. Mi cuerpo traicionándome como siempre. Para qué variar, ¿verdad? Me avergonzaba corriendo, no podía hacer nada. A cualquiera que le dijese que era una cazadora se echaría a reír. ¿Cómo iban a creer eso con la pinta que daba? No me echaban ni mi edad siquiera, ¿cómo iban a creerse que mis manos eran capaces de manejar armas y que era capaz de usarlas para segar otras vidas?-¿Shinji?- Pregunté, pensando en el por qué lo querría, para luego caer que aquella mañana le había preguntado a él si sabía tomar la fiebre. Cayendo en eso, levanté una mano y la agité.- Estoy bien, no es necesario que se preocupe.- Reiteré. No tenía fiebre, pero tampoco podía decirle que aquello se debía a lo rápido que me sonrojaba. ¿Qué pensaría si le decía aquello? Le sostuve la mirada lo mejor que pude, dispuesta a volver a repetir que estaba bien, pero su siguiente movimiento retuvo todas las palabras que querían salir por mi boca. Sin dudarlo, había hecho lo mismo que Shinji aquella mañana, tratando de tomar la temperatura con los labios. Sentí que la cara me ardía de manera aun más agresiva. ¿Por qué? Abrí totalmente los ojos para luego cerrar los párpados con fuerza, cohibida, sin atreverme a decir nada. Estaba acostumbrada a aquel tipo de gestos por parte de Shinji, aunque siempre evitaba demasiadas atenciones, pero por parte del Vicepresidente no. Y todo eso sin contar lo que me cohibían las cercanías. Aun sin abrir los ojos, noté su pelo rozando mi cara, y pude percibir el olor a tabaco que desprendía. Abrí los ojos cuando lo sentí apartarse rápidamente, mirando hacia abajo. Sonreí nerviosa y lo miré, aun cortada, cuando dijo aquello, sintiéndome aliviada de que le quitara importancia al asunto. Asentí vehementemente con la cabeza, tratando de dejar aquel asunto zanjado, aunque no entendí muy bien el por qué de aquel 'bendito Shinji'. No quise preguntarlo, o más bien no me salía la voz. Lo miré cuando me mandó a dormir y asentí suavemente con la cabeza, sonriendo a su vez, mientras observaba su mano alborotar de nuevo mi pelo. ¿Ya se habían hecho las tres de la madrugada? Shinji me mataría si supiera que aun estaba despierta. Murmuré un rápido 'buenas noches', y me volví a arrebujar en las mantas, o más bien a tratar de esconderme bajo ellas y tras los peluches. Cerré los ojos y, rato después, el cansancio acabó por vencerme.

    En los siguientes días no volvieron a darse casos extraños ni alarmantes. Todo concurrió tranquilamente, con normalidad; tanta normalidad que resultaba hasta extraño. Pude seguir hablando con más tranquilidad con el Vicepresidente, incluso respondiendo, no sin sorpresa, ante su pregunta de sobre qué trataba el libro que estaba leyendo. Podía dejárselo si quería. Durante el día volvía Shinji, con sus bromas y sus estridentes risas, y por la noche se quedaba Yagari, menos un día en el que se quedó Shinji por la noche también. Al parecer algo ocurría y necesitaban con urgencia a Yagari allí. Aquello volvió a recordarme el tiempo que les estaba robando a ambos cazadores, lo que hizo que me volviera a sentir mal. Shinji se encargó de devolverme al mundo real de un suave tortazo en la cabeza. Pero no todo había sido estar en cama y, días después, poder andar un poco. Había pasado por pruebas que, tal vez no fueran demasiado desagradables, pero para mí lo eran y mucho. Odiaba aquellas máquinas. Y, encima, no me habían movido de aquella habitación; me habían dejado todo el tiempo en el ala de cuidados intensivos. En alguna ocasión, una vez pude ponerme en pie, aproveché las largas y profundas siestas de Shinji para escabullirme un poco por el pasillo, deseosa de mover las piernas, las cuales me iban a echar raíces sobre el colchón como siguiera allí. Cogía el soporte del suero y las demás cosas que me metían por vena, y salía sigilosamente de la habitación, llevando con ambas manos aquel soporte metálico, mirando entre curiosa y cohibida lo que me rodeaba. Algunos médicos y enfermeros me miraban con curiosidad pero acababan pasando, y, alguna que otra ocasión, algún interno me retuvo y comenzó a hablarme y a preguntarme. Algunas personas que pasaban a ver a sus familiares me miraban con curiosidad, preguntándose qué historia habría detrás de mi estancia allí. Aquellas miradas me incomodaban algo, pero era mejor que estar metida dentro de las cuatro paredes de aquella cárcel a la que llamaban habitación. Y todo eso se acababa, claro está, cuando la enorme mano del cazador me agarraba de la bata y me llevaba de vuelta a la habitación, amenazando con ponerme correas para que no me moviese de allí. Había conseguido averiguar el paradero de Kazeshini, la cual estaba bajo custodia de mi amigo; al parecer, me la habían retirado de la espalda en la ambulancia y la habían tenido guardada hasta que Shinji reclamó las pertenencias con las que había llegado al hospital. La última noche, cuando me dijeron que podría irme, casi salto de alegría de la cama. Me hizo gracia ver a Yagari firmar aquel papeleo como si fuera mi tutor legal, pero me traté de mantener seria en todo momento. Dentro de lo que cabía, por supuesto. Tras el desayuno podría irme de allí por fin, lo que hizo que casi ni durmiese esa noche. Asentí conforme ante la idea de pasar los últimos días en los que tenía que estar vigilada en casa de Shinji, pues no se me apetecía volver a mi lóbrego apartamento, además de querer ver a Matarou.

    Sonreí ampliamente ante el anuncio de Yagari, estirando los brazos, sintiendo como si me hubiesen quitado una carga de encima. Aunque, realmente, la carga se la habían quitado a él. Para Shinji, el que estuviese en su casa no creía que le fuese un inconveniente, más bien hasta le servía de ayuda. Miré el brazo donde había tenido la vía durante todo aquel tiempo, lugar que ahora estaba vendado para tapar el agujero que la aguja había dejado sobre mi brazo. Aquella mañana, tras desayunar rápidamente, salté de la cama y agarré las ropas que había dejado Shinji allí días atrás, suponiendo que me harían falta cuando saliese. Me metí dentro del baño con rapidez y me quité aquella bata que me había acompañado tanto tiempo, me lavé con agua totalmente fría la cara y me peiné como pude. Salí del baño como un torbellino, tirando sobre la marcha la bata en el colchón, guardando mi móvil en un bolsillo del pantalón y aprovechando el bolso en el que me había traído Shinji la ropa para guardar los peluches y el libro. La bolsa de dulces hacía tiempo que había desaparecido. Nadie diría, viendo la velocidad y el ímpetu con los que iba de un lado a otro, que días antes había estado al borde de la muerte. Me eché el bolso al hombro y miré al cazador con los ojos muy abiertos y una amplia sonrisa, deseosa de poder salir ya de allí. Quería llegar a casa de mi amigo y quitarme aquellas vendas, las últimas que tendría que llevar por la herida del costado, además de darme una ducha y eliminar aquel olor a hospital que parecía no querer desprenderse de mi cuerpo.- Cuando quiera.- Dije, lista para abandonar de una vez aquel sitio. Sonreí durante un instante y le di un abrazo.- Gracias por haber estado quedándose conmigo todo este tiempo.- Le agradecí, apartándome de él con rapidez. En otro momento me lo habría pensado dos veces antes de hacer eso, pero estaba demasiado eufórica por salir de allí y aquel gesto espontáneo me había salido del alma. Me volví hacia la puerta y la abrí, mirando hacia el exterior. Con la mano aun en el pomo, me volví con una sonrisa, esperando a que me siguiera. No veía el momento de volver a estar bajo el sol.
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    Mensaje por Yagari Touga Dom Abr 20, 2014 5:06 pm

    Para alivio de ambos, la tensión y los nervios se habían esfumado. Para alivio de ambos, quedarían sepultados los extraños momentos que acontecieron, del mismo modo en que también quedarían olvidadas cada una de las curiosas reacciones, las misteriosas palabras que se esfumaron si encontrar rumbo, los amables y tímidos gestos. Quedarían sepultadas, cada una de esas cosas, claro, hasta que alguno de los dos decidiera hacerlas emerger otra vez. La relación entre ambos, que había comenzado de forma tan distante y meramente laboral, pareció cambiar drásticamente durante estos días; pareció cambiar de forma inminente en el mismísimo momento del accidente que casi se lleva la vida de Rangiku. ¿Y qué sería lo que se pasaba por la mente de Yagari en estos momentos, viéndola tan eufórica a causa de la noticia? Quizás ni él mismo podía definirlo. La veía ir de aquí para allí, animada y ansiosa. Mientras guardaba en el bolsillo interno de su abrigo el arma, la miró, quizás haciendo uso de aquel título de "tutor legal" que él mismo se había adjudicado por unos días.
    - Tranquila. Haz las cosas tranquila. Recuerda que aún tienes una herida abierta allí -objetó, advirtiendo claramente que al mínimo movimiento bruto, los puntos podrían saltarse y ella acabaría aquí postrada de nuevo. Y eso no creía que fuera algo que Matsumoto quisiera. Aún así, ella continuaba alborotada. Yagari suspiró, resignado, y continuó acomodando sus cosas, las cuales no eran muchas, por suerte. Vio cómo guardaba los peluches, y sonrió por lo bajo. Sin embargo, en cuanto la vio tan alterado otra vez, se acercó a ella y la tomó por los hombros-. Matsumoto, cálmate -ordenó, zarandeándola un poco. El caso era que la chica parecía tener hormigas en el trasero. No obstante, no le quedó más opción que acabar suspirando y mirando el techo, negando con la cabeza como si estuviera lidiando con una niña pequeña, pero bajó la cabeza otra vez, riendo de lado y la miró-. Eres más inquieta de lo que creía, ¿eh? -aclaró, pero justo en ese momento ella declaró estar lista, y entonces le abrazó. La sonrisa en el rostro de Yagari se borró, para dejar en su lugar una expresión de completa estupefacción. El cazador se quedó con ambas manos en el aire, a cada lado del cuerpo de la joven. ¿Un abrazo? ¿Le estaba dando un abrazo? Aquel gesto no figuraba en la lista de acciones para con otras personas que él llevaba siempre consigo. Además, ¿no era aquello una cercanía demasiado familiar? Y no era exagerado por su parte decir que contaba con los dedos de una mano las personas con las cuales había tenido momentos cálidos y cercanos como ese. Quizás hacía demasiado tiempo, también, que nadie le abrazaba, y mucho menos como agradecimiento. De todos modos, ¿qué le estaba agradeciendo? ¿El hecho de quedarse aquí cuidándola siendo que él mismo la había condenado a pasar días en este condenado lugar?

    Rangiku se apartó y no le dio tiempo a reaccionar. Sus manos quedaron en el aire, tal vez demasiado calientes para lo habitual, teniendo en cuenta el frío que hacía afuera, y la brisa gélida que se colaba por debajo de la puerta. Observó la expresión de la joven cazadora y, sin hacerlo de forma consciente, desvió la mirada por puro instinto. Se llevó una mano al bolsillo y se cercioró de llevar su móvil con él. Digamos que estaba haciendo típicas cosas de alguien que no sabía qué demonios hacer en un momento como aquel, donde la seriedad luchaba mano a mano con la estupefacción y ambas contra la extraña ternura del momento. Al cabo de unos segundos, acabó por observarla otra vez.
    - No debes agradecérmelo. Lo haría de nuevo -confesó, con un aire de seriedad flexible, agradable, siendo realmente sincero. Desde luego que la cuidaría otra vez si ese fuera el caso, pero por supuesto, rogaba que no fuera así. Siendo demasiado joven, tuvo que ver la Muerte pasar frente a sus ojos, y se podría decir que de milagro ésta no se la llevó. Y en cuanto su consciencia quería acusarlo otra vez como culpable de todo lo ocurrido, se reprochaba a sí mismo continuar dándole vueltas al asunto. Lo hecho, hecho estaba. Y lo importante era que ella estaba bien, llena de vida, y lista para salir al exterior y ver la luz del sol otra vez.

    El pomo de la puerta fue girado y los grandes ojos de ella se giraron hacia él. Pudo apreciar su mirada ansiosa y él, simplemente, agachó un poco la cabeza, dejando caer su párpado, poniendo sus manos en los bolsillos y sonriendo de forma casi imperceptible. Comenzó a caminar hacia ella, y al salir, cerró la puerta tras de sí, no sin antes echar un pequeño vistazo al lugar. Parecía mentira que hubieran pasado por todo aquello ahora que la veía a ella tan animada y saludable. Touga comenzó a caminar por el pasillo, tras de ella, y no dejaba de mirar a su alrededor, intimidando a cada rostro que se atreviera a observar de más. Tal vez él ya estaba un poco paranoico pero, ¿cómo no estarlo? Miró hacia adelante otra vez y suspiró.
    - Anda, no hagas renegar a tu tío otra vez -murmuró, severo, pero sabiendo perfectamente para sus adentros que aquello era una broma. Sonrió de forma fugaz, de lado, y continuó avanzando, hasta que llegaron a la puerta de entrada del hospital o, en su caso, la puerta de salida de ese maldito lugar.

    El automóvil del Vicepresidente estaba aparcado a unos metros de allí. Yagari le indicó dónde estaba, y comenzó a caminar hacia allí. No iba muy de prisa, pues de algún modo quería contagiarle la calma y tranquilidad a esa muchacha que se encontraba tan alterada y ansiosa. Cuando llegó al vehículo negro, humilde pero atractivo, la observó, abriendo la puerta del acompañante.
    - ¿Puedes subir? ¿O prefieres que te ayude? -preguntó. Quizás no pudiera ejecutar bien algunos movimientos, y era mejor tener recaudo antes que hiciera un mal movimiento y le ocasionase dolor o le perjudicase la herida. Y Touga, como buen hombre que era y hasta caballero -pese a que esta no fuera la cualidad que más resaltaba en él- no esperó su respuesta. Directamente, tomó una de sus manos y le otorgó apoyo en él mismo, haciendo él la fuerza por ella, para que pudiera sentarse sin ningún problema y haciendo el menor esfuerzo posible. Con la otra mano apoyada levemente en la base de su espalda, guió su cuerpo hasta el asiento. Una vez que ella pudo acomodarse allí dentro, le dedicó una breve mirada amable y cerró la puerta, viendo cómo su propio rostro se reflejaba en el cristal y cómo la silueta de Rangiku desaparecía dentro. Yagari miró hacia ambos lados y sacó un cigarro del paquete, encendiéndolo con rapidez. Ah, ¿cuánto tiempo había estado sin fumar? Horas; eternas horas. Seguidamente, caminó rodeando el coche y abrió la puerta del chofer para introducirse dentro. Al cerrarla, la miró-. ¿Todo en orden? -preguntó, para cerciorarse de que estuviera cómoda y no hubiera ningún problema alrededor. Tal vez sí, estaba algo paranoico y preocupado, por todo, por absolutamente todo. Recordó la pila de papeles que aguardaban por él en su despacho, y suspiró como acto reflejo a aquel pensamiento. Mirando al frente, encendió el motor y tras poner primera, el coche arrancó. No sería un largo camino, y probablemente Shinji estuviera esperando afuera.

    El viaje hasta la casa del cazador fue relativamente corto. No había mucho tráfico -y de por sí casi nunca lo hay- por lo cual exceder un poco la velocidad no fue un problema. Touga había abierto la ventanilla para arrojar por allí el humo del tabaco y también su ceniza. No sabía si a Rangiku le incomodaba que fumase delante de ella, pues jamás le había preguntado, pero por si acaso prefería tomar recaudo. A pesar de ser poco interesado por lo que diga la gente de él, no le agradaba obligar a otros a aspirar el humo tóxico que él despedía de su tóxico cuerpo. Por lo tanto, si podía abrir la ventanilla del coche, ¿por qué no iba a hacerlo? A menos que ella tuviera frío. Y en ese caso, no le quedaría opción más que apagar el cigarro o importarle una mierda ella y su salud, lo cual definitivamente no ocurriría.

    Habrán pasado alrededor de quince minutos. Shinji, a pesar de vivir en una zona céntrica del pueblo, estaba bastante alejado del hospital. De todos modos, ya se podían divisar a la lejanía los árboles que poseía su casa. Estaban solo a doscientos metros de llegar. Y a medida que se fueron aproximando, pudo verse la silueta del cazador, que aguardaba en la vereda de su casa y ya había reconocido el coche. Finalmente, Touga aparcó y descendió del vehículo, rodeándolo para abrirle la puerta a Rangiku.
    - Te traigo un recado, Shinji -murmuró, algo bromista, al momento que abrió la puerta y la silueta de la chica pudo verse. De una vez por todas, lo peor ya parecía haber pasado.
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    Mensaje por Rangiku Matsumoto Lun Abr 21, 2014 6:22 pm

    Se acabaron las vías en el brazo, en el cual se habían marcado algunas venas amoratadas a causa del daño que aquella aguja infernal había estado causando. Se acabó el tener conectada una máquina que marcase mi pulso a base de pitidos irritantes, se acabó el tener que estar siempre con la mascarilla a mano. Y las vendas que aun no me había podido quitar iban a ir directas a la basura en cuanto llegase a casa de Shinji, ya lo creo que sí. Tenía bastante con las costuras que tendría que soportar hasta que me pudiesen quitar los puntos, las cuales ya me había visto en el espejo del baño de aquella habitación. Las tendría de recordatorio de todo aquello, pero, ¿qué importaba ya? ¡Podía salir de allí! Y, además, podría abandonar de una vez por todas aquella comida que parecía hacerse a base de calcetines triturados. Todo, maldita sea, todo parecía ir bien. Y aquello me inquietaba por un lado, pues la vida no es tan bonita ni tranquila, pero por otro me enfadaba conmigo misma por pensar aquello en un instante en el que debería estar disfrutando. Escuché la advertencia de Yagari, a lo que asentí con la cabeza, pero de poco me sirvió. Trataba de calmarme, pero la alegría me podía. Y sabía que podía ser algo malo, ya que tenía razón; los puntos no habían cicatrizado del todo y, con aquel ímpetu, corría el riesgo de hacer alguna tontería y tener que quedarme unos cuantos días más allí, cosa que no creía que pudiera soportar. Además, ambos cazadores ya habían hecho bastante tiempo de vigilantes de la habitación, no se merecían otros días más en el mismo plan. Cuando fui zarandeada abrí los ojos completamente, alzando la mirada hacia su rostro, sonriendo.- Está bien, está bien...- Acepté, tratando de que mis movimientos fueran más calmados. Casi no pude evitar reírme cuando lo vi suspirar, exasperado. Aquellas situaciones tan relajadas y, hasta cierto punto, cómicas, parecían haberse vuelto algo común durante aquellos días. El que me acertasen con una bala entre las costillas parecía haber sido el detonante necesario para que todos reaccionásemos y dejáramos nuestros demonios tranquilos. Tal vez sea verdad eso de que las lágrimas tan solo traen más lágrimas, que la tristeza solo nos traerá más tristeza. Y todo ser humano, por muy desdichado que se sienta, al igual que tiene el derecho de llorar cuando lo necesitase, también tiene la obligación de sonreír, al menos, por los que le rodean.

    Mi sonrisa se hizo más amplia cuando comentó que era más inquieta de lo que pensaba.- Un poco.- Respondí, reconociendo que podía ser un torbellino cuando se me saltaban los nervios.- Pero también influye el haber estado tanto tiempo ahí postrada, tengo demasiada energía acumulada.- Bromeé, acusando a la cama con el dedo índice. Me separé de él con rapidez, pues no quería incomodarlo, además de que un abrazo tal vez fuesen demasiadas confianzas. Estaba acostumbrada a regalar aquel tipo de gestos con Matarou, y alguna vez que otra con Shinji o alguien que necesitase apoyo; pero con el Vicepresidente no tenía aquella confianza. Y no podía olvidar que, a pesar de todo, seguía siendo mi superior. Por eso me retiré con la misma ligereza con la que había estado caminando de un lado a otro de la habitación, pero cuando volví mi rostro hacia él pude advertir aquella expresión de estupefacción que tenía. Bajó las manos de aquella posición que habían adoptado cuando le había dado el abrazo, como si no supiese como retirar aquella cosa que se le había enganchado, y comenzó a tantear su bolsillo y retirando la mirada en cuanto nuestros ojos se cruzaron. ¿Tanto lo había incomodado? Me removí un poco por dentro, y pasé el peso del cuerpo de un pie a otro mientras seguía con la mano apoyada en el pomo de la puerta. Tal vez me había pasado. Él no era Shinji, ni tampoco tenía su carácter. Tantos días estando en paz, tantos días que aquel muro había caído, y ahora parecía que a la mínima aprovechaba y metía la pata, haciéndole enfadar. Bajé un poco la cabeza, pensando que tal vez sería bueno que me disculpara. Lo observé, algo seria, mientras esbozaba aquellos gestos nerviosos, propios de alguien que no sabía cómo reaccionar. Levanté la mirada cuando noté que el lo hizo, preparada para sus reproches y para mis siguientes disculpas. Sin embargo, sus palabras me sorprendieron. Alcé de nuevo los párpados, sorprendida, para acabar sonriendo de nuevo.-Muchas gracias.- Contesté, pensando que sería mejor el que no tuviese que hacerlo de nuevo. No me molestaba su presencia, pero no era agradable estar ingresada, y menos aun, ocupar el tiempo de alguien por mi culpa. Me di la vuelta y abrí del todo la puerta.- Luego no se queje si los demás queremos cuidarle.- Contesté, medio en broma, aunque si alguna vez se veía en la misma situación, que le quedase claro que no tendría derecho ninguno a quejarse.

    Salí de la habitación mientras el Vicepresidente cerraba la puerta, echando a andar por el pasillo, mirando por las paredes en busca de los típicos cartelitos que te señalaban dónde estaba cada cosa. Aquello parecía mentira. O, más bien, parecía mentira el que todo lo anterior hubiese ocurrido. Me recoloqué la bolsa donde lo había guardado todo al hombro, a la vez que veía pasar a la enfermera que me atendió el primer día, quien me dedicó un amable gesto de despedida. Le respondí de la misma manera, admirando la paciencia y la ternura que mostraba con todo el mundo, empujando con parsimonia por los pasillos su carrito lleno de tarritos y bolsitas. Escuché las palabras de Yagari y le sonreí por toda respuesta, caminando algo más lento hasta colocarme a su altura. Al rato, observé la puerta del hospital como si las puertas del Paraíso se tratasen. Eso era sinónimo de libertad para mí.

    Asentí ante la indicación de Yagari y me encaminé hacia donde estaba su coche, tratando de aminorar el paso un poco más. Me quedé mirando el coche, curiosa, como quien está observando algo que le resulta desconocido; el automóvil parecía tener su tiempo, sin embargo, estaba cuidado con mimo y bastante limpio. Podría pasar por uno nuevo. Tardé un poco en reaccionar ante las palabras del Vicepresidente, sin caer del todo a qué se refería. Fui a responderle que no era necesario, podría hacerlo sola; había hecho virguerías antes en el baño del hospital para quitarme la bata y colocarme la ropa, ¿cómo me iba a hacer daño sentándome en un coche? Me callé cuando vi que no iba a esperar a que le respondiese y, aun así, creía que le daría igual lo que dijese. Un poco cortada, acepté su ayuda y entré dentro del coche, sentándome con cuidado en el asiento y colocando el bolso sobre las piernas, colocándome seguidamente el cinturón de seguridad. Volví el rostro hacia él cuando entró, asintiendo a sus palabras. Lo cierto era que la herida se estaba portando bien por ahora, a pesar de mi poco cuidado. Quizás fuera demasiado pronto para cantar victoria, pero para qué preocuparse de antemano. Con una seña del dedo, le indiqué que había olvidado el cinturón, sonriendo.

    El camino a casa de Shinji duró más de lo que había pensado. ¿Tan lejos quedaba su casa del hospital? Fruncí levemente el ceño ante aquello, confusa; aun no me conocía bien aquel pueblo, y eso que no había mucho que ver. Me apoyé levemente en la puerta y me quedé mirando el paisaje que pasaba a través de la ventanilla, pensativa. Mantenía sujeto el bolso sobre mis piernas, procurando que no se cayese y la acabase liando al tratar de cogerlo. Todo avanzaba tan tranquilo, tan normal... Como si nada hubiese pasado. Miré de soslayo al Vicepresidente mientras él iba fumando y tirando las cenizas por la ventanilla, la cual tenía abierta para que el humo saliera. Sonreí para mí misma ante aquel gesto y me quedé mirando levemente hacia arriba, pensativa.- Me acuerdo...- dije, mirando las nubes que se iban sucediendo a través del cristal- que el día en el que me presenté no le importaba mucho echarme el humo en la cara.- Comenté casi para mí misma, sonriendo ante aquel recuerdo. No había sido una noche agradable para nada, pero prefería omitir los recuerdos oscuros en aquel momento. Volví a esbozar una sonrisa mientras veía cómo el coche avanzaba por las calles.- Déjelo, muchos días encerrada.- Dije, agitando una mano, tratando de quitarle importancia al asunto. Volví el rostro de nuevo hacia la ventanilla, mirando algo perdida las casas que se divisaban. No volví a añadir nada más. No sabía ni por qué había dicho aquello.

    Al cuarto de hora aproximadamente, se pudo ver la casa de Shinji y, en la puerta, la figura del mismo. Observé la sonrisa de su rostro y cómo se acercaba a la puerta del copiloto cuando Yagari la abrió, metiendo los brazos dentro y sacándome como a un muñeco antes de que pudiese protestar.-¡Shinji!- El cazador me bajó con cuidado, arrebatándome el bolso de las manos y echándoselo al hombro como el que carga con un saco.- Valiente recado me traes.- Masculló con sorna, colocando una mano sobre mi cabeza.- Gracias por traerla hasta aquí.- Le dijo, algo más serio. Dirigí los brazos hacia mi bolso, pero Shinji me impidió que llegase hasta él colocando su mano sobre mi frente, impidiéndome avanzar.- Antes de nada, no pienses que vas a pisar mi cocina con ese olor a matasanos.- Sentenció, esbozando una de aquellas sonrisas tan suyas.- ¿Qué te parece, Yagari? Parece que tengo dos hijos en vez de uno solo.- Dijo, mirándome de reojo para ver mi reacción. Alcé las cejas, mirándole con cara de malas pulgas, pero la voz de Matarou resonó de fondo, llamándome.- Anda, despídete y entra dentro ya.- Ordenó, tomándose en serio eso de 'tener dos hijos'. Tras dirigirle una nueva mirada similar a la anterior, me volví hacia Yagari. Avancé un paso, pero, tras dudar un instante, me quedé donde estaba. Ya había visto lo que le incomodaban las cercanías. Alcé la mano hacia él para que la estrechara. Durante un instante sentí algo de pena al pensar que todo había pasado, que seguramente ya no volvería a haber la misma cercanía. ''Como si nada hubiese pasado''.-Muchas gracias de nuevo. Espero verle pronto.- Dije, sonriente pero formal dentro de lo que cabía y, antes de que la mano de Shinji volviese a alcanzar mi cabeza, la esquivé y me dirigí hacia Matarou, quien esperaba un poco atrás.-¡Cuídese! ¡Nos vemos!- Me despedí agitando el brazo, para luego ser arrastrada por el pequeño al interior de la casa. Una última mirada de soslayo hacia los dos cazadores y desaparecí en el interior de la casa, donde me esperaba el baño y una pila de mi ropa amontonada sobre uno de los sillones del salón.- Habéis desvalijado mi casa, ¿verdad?- Comenté, observando la pila de prendas que había allí acumulada, sin pasar por alto que no habían distinguido entre prendas de verano y de invierno; ni siquiera habían tenido mucha delicadeza en dejar menos a la vista la interior. Acabé suspirando y sonriendo para mí misma.

    Shinji se apoyó en el muro.- Puedes entrar si quieres a tomarte un café.- Le dijo, señalando con el dedo pulgar al interior de la casa.- Aunque, por lo que parece, vas a tener bastante trabajo.- Comentó con una sonrisa comprensiva. A Shinji le daba casi alergia el papeleo. Miró hacia atrás, volviendo su rostro al poco.- La tengo prácticamente adoptada desde que entró a la Asociación. Era diminuta, ¡aun más que ahora!- Soltó unas carcajadas antes de proseguir.- Parecía una sombra a tamaño reducido, con ese pelo y esos ojos tan negros, y por aquel entonces llevaba el pelo mucho más largo.- Comentó, indicando con sus gestos nerviosos la zona de la espalda por la que por entonces había llevado yo el pelo.- Siempre detrás de aquel pelinaranja impertinente.-Rodó los ojos.- En fin... Una lástima lo de aquel chico. No sé si lo recordarás, aunque tienes que ver tantos rostros al día que lo dudo.- Volvió a reírse y palmeó el hombro del Vicepresidente.- Te ofrezco un café, pero, en mi opinión, lo que necesitas en descansar esa maldita cabeza tuya por unas cuantas horas. Y si alguien te reprocha algo, ya me encargo yo de que se callen.- Sonrió, socarrón. No conocía a nadie que pudiera ser tan persistente como Shinji, tanto que al final acababas por darle la razón para que no insistiese más.

    ¿Cuánto duraría aquella calma, aquella extraña felicidad?
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    Mensaje por Yagari Touga Vie Abr 25, 2014 10:08 pm

    Calmar a Rangiku y evitar que acabase con la herida abierta otra vez no fue, desde luego, nada fácil. Pero, a pesar de sus bruscos y torpes movimientos, acabó de una sola pieza. En todo el tiempo que Yagari estuvo conduciendo, recordó los últimos minutos que pasaron allí dentro, en aquella habitación horripilante. Y las últimas palabras que Rangiku pronunció allí dentro, regresaron a su mente: "Luego no se queje si los demás queremos cuidarle". No pudo evitar sonreír de lado, pero prefirió no acotar nada ante el recuerdo. Se reservó aquellas simples pero amables palabras para él; para el hombre interno que había olvidado lo que era estar rodeado de gente amiga, que se preocupa por el bienestar de los suyos. De todos modos, por momentos se sentía culpable al sentirse a gusto por aquella efímera muestra de gratitud. ¿No estaba, acaso, traicionándose a sí mismo? ¿No estaba vendiendo su coraza a alguien más? Es más, ni siquiera podía llamarle a eso "vender". Mas bien, estaba regalándola, entregándola como si no valiera nada, y la verdad era que esa mierda de muralla valía los últimos 7 años de su vida. Aún así, no continuó dándole vueltas al asunto. Le sirvió de consuelo el hecho de pensar y creer que cuando Rangiku bajara de su auto, todo volvería a la normalidad.

    El viaje había sido, dentro de todo, muy silencioso. Ahora que ya se encontraban en la casa de Shinji, podía asegurarlo. No obstante, nuevamente las palabras de Rangiku volaron hacia su cabeza: "Me acuerdo que el día en que me presenté no le importaba mucho echarme el humo en la cara". Era cierto. Yagari había olvidado ese detalle, quizás todo lo ocurrido esa noche en la fiesta, excepto por el rostro del desquiciado de Rido Blood. Si no hubiera sido por su amiguito Blade, hubiera acabado con una bala entre ceja y ceja. Claro, esto, luego de darles numerosos problemas y numerosos cadáveres. Tsk. De tan solo recordarlo le provocaba ira e impotencia, pero eso ya no tenía importancia. Lo que cobraba mayor peso en su mente ahora era la diferencia abismal que existía entre aquella noche y el día presente. ¿Desde cuándo había decidido ser más amable con aquella cazadora? ¿En dónde estaba escrito que esto era lo que se debía cumplir para que él se ganara su sitio en el Paraíso? Y quiso sonreír ante lo cómico e irónico de sus pensamientos, pero se contuvo, pues estaba frente a Shinji, Rangiku y Matarou, y no sería muy normal que alguien comenzara a sonreír solo, sin aparentes motivos, y mucho menos normal quedaba que alguien como él, especialmente, lo hiciera.

    Asintió con la cabeza y se cruzó de brazos mirando a Shinji. En verdad, parecía que iba a tener mucho trabajo cuidando de ambos "niños". Además, podía ver en el pequeño Matarou la alegría de, por fin, tener a alguien en su casa que jugara con él. Rangiku se acercó para despedirse, y Touga advirtió cierto brillo dubitativo en su mirada. Observó su mano y suspiró levemente, pero no la estrechó. En su lugar, apoyó su grande palma sobre la cabeza de la chica, revolviendo su cabello como ya parecía bastante habitual.
    - Cuídate. Y hazle la vida imposible a este imbécil -espetó, señalando a Shinji con el mentón, y soltando una una suave risa simultáneamente. A Shinji, desde luego, no le quedó otra opción más que reír y golpear a Yagari en el hombro, por dar semejantes ideas a mentes infantiles tan perversas. Siguió a Shinji unos pasos, hasta llegar a la puerta de la casa. Rangiku y Matarou ya se encontraban dentro, y podía oír los murmullos de sus voces. Touga, negando suavemente con la cabeza, rechazó la invitación.
    - Te agradezco, pero me iré ya. Efectivamente, puedes imaginar la cantidad de cosas que tengo para hacer en mi despacho, y también la cantidad de exámenes que tengo para corregir de todos esos borregos -masculló, llevando ambas manos a los bolsillos. Escuchó sus siguientes palabras, y enarcó una ceja, observándolo. ¿Un pelinaranja? El único que recordaba era el tal Kurofuji, o como fuera, pero era un recién llegado al pueblo. Creía que no se refería al mismo sujeto. Sin embargo, al concluir Shinji sus palabras, Touga lo observó-. No te referirás a Ichigo, ¿verdad? -inquirió. Shinji asintió, con una expresión de obviedad inmensa. Yagari frunció levemente el ceño y observó hacia el interior de la casa, viendo a Rangiku pasar junto a Matarou hacia una de las habitaciones. Entrecerró suavemente los ojos, y acabó por despedirse de Shinji. Este lo saludó por medio de una de esas miradas cómplices que tanto acostumbraban a utilizar, aunque se quedó algo extrañado por su silencio y su curioso semblante meditabundo. Yagari finalmente se marchó, no sin antes recrear en su mente las últimas palabras del cazador respecto a Matsumoto, y no pudo evitar sonreír ante la gracia que le había hecho la descripción de su aspecto. Sin embargo, inmediatamente, al subir al coche, recordó el otro tramo de la conversación. No tenía ni idea de que Matsumoto había trabajado junto a Ichigo en la Asociación. Lo cierto era que había transcurrido algún tiempo desde entonces. Y, por más que le pese, debía darle la razón a su compañero: era un joven impertinente.

    El coche se puso en marcha y guió a Yagari hacia su pequeño apartamento otra vez. Al llegar, se deshizo de sus zapatos, de su abrigo, y se arrojó sobre la cama cual saco de patatas. Pasó su antebrazo por encima de su frente, y se quedó en silencio, observando el techo. Qué días más raros había vivido. Y, sin entender por qué, un sabor agridulce le quedaba del recuerdo. Giró la cabeza hacia un lado y observó sobre la pequeña mesita que había a un lado su pequeña libreta, pero consideró que era mejor echarle un vistazo a las obligaciones mañana. Acabó por mudarse de ropa y acostarse, cubriéndose con las mantas. Sus pensamientos continuaban impidiéndole dormir, como si algo le faltase. Quizás se había malacostumbrado un poco al estar acompañando durante tantos días, pero qué iba a hacerle. Era una sensación que pronto pasaría, como pasaron de largo tantos sucesos en su vida. De todos modos, le molestaba. Le molestaba sentir dentro, en el pecho, esa extraña incomodidad que solamente suele darse por las noches, cuando te encuentras solo y en silencio. Cerró los ojos y chasqueó la lengua, algo malhumorado. Se dio la vuelta y finalmente apagó su incesante cerebro. Debía descansar, y eso haría a partir de ahora. No tenía sentido continuar pensando; no tenía ningún motivo para continuar preocupándose, al menos por esta noche.
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