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Habitación de Ziel, Bella y Marcus
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Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Recuerdo del primer mensaje :
- Yuuki Cross
Cantidad de envíos :
1975
Edad : 30
Localización : Patrullando o dormida en clase...
Empleo /Ocio : Prefecta de la academia
Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
¿Cómo explicar el sentimiento? Quizás la indignación entremezclándose con el rocío de una fría mañana. Tal vez, la venganza tiñéndose con la melancolía oscura de una tierra fértil. El odio siendo adornado por flores más negras que la noche. La naturaleza y las emociones de Alec seguían un sendero que acababa por fusionarse en algún punto. La siniestralidad de su aparición y la desgraciada pasión que contaban los muros de esa casa. Jamás lo hubiera imaginado, pero allí estaba. Jamás lo hubiera creído, pero sus ojos lo veían.
“Jamás hubiera deseado, como ahora, que no fueras tú”.
La puerta se abrió bruscamente y permitió ver lo evidente: los dos vampiros estaban allí, juntos, profesando su amor, lo que que sea que fuera aquello. Sin embargo, más evidente que esto fue, aun, la certeza miserable y tan ansiada. Alec levantó la mirada, con parsimonia y desgano. Sin embargo, el deseo del momento podía apreciarse en sus ojos escarlata. El cabello azabache del joven caía aleatoriamente sobre su rostro, al igual que el de Marcus O’Conell. Ambos estaban frente a frente, perforándose con la mirada uno a otro. Ambos vampiros se analizaban con la mirada, con la diferencia de que el más joven de ellos mostraba una ínfima sonrisa de suficiencia. El otro, mientras tanto, no hacía más que apreciar totalmente impactado la figura joven que tenía enfrente.
Alec se puso serio de repente, mostrando aquella inexpresividad característica. Le asombró que Marcus tuviera las agallas necesarias como para proteger a aquel crío más allá de todo, incluso tras la tensión del momento. Sin embargo, Alec sabía que eso no duraría demasiado, pues podía verlo en sus ojos. Marcus estaba impactado, sorprendido, al igual que él, solo que la diferencia entre ambos residía en que Alec utilizaba aquellos nervios y aquella emoción a su favor. Si algún niño dentro de él ansiaba que cesara con esto, que diera paso al diálogo, que permitiera que su alma hallara el descanso y la absolución, sería mejor que ni siquiera se esforzara en intentar hacerlo cambiar de parecer. Aquel niño inocente y amable se había perdido hacía tiempo. Hacía ya casi un siglo desde que la tempestad le arrancó las alas para dejar, en su lugar, las heridas de toda una vida mísera sobre su espalda. Esa era la mochila con la cual debería cargar. Y más que mochila, era una roca. Alec jamás volvería a mirar atrás, pues el pasado lo único que le traería sería dolor y debilidad. Sin embargo, ¿por qué no hacerlo? Después de todo, echar un vistazo al pasado también alimentaría su venganza y le otorgaría fuerzas para continuar, dejando a un lado cualquier sentimiento fraternal. Dejando atrás toda inocencia e inundando su cuerpo de furia infernal. El veneno que corría por sus venas ya había llegado a su corazón hace tiempo, atacándolo y dominándolo por completo.
- No sabía que tus gustos habían cambiado –murmuró luego de un rato, una vez la puerta fue cerrada-. Pero la verdad es que él no es competencia para Ella en ningún sentido –agregó, con desprecio simulado ante la pasividad con la cual hablaba-. Tras todos estos años, echaba de menos aquella mirada asesina que nos dedicaste la última vez. Te lo agradezco, porque eso me brinda más fuerzas para cazarte –sentenció, si meditar ni un segundo, y abalanzándose contra el vampiro a gran velocidad. Le propinó una fuerte patada en el abdomen, y no estaba dispuesto a fallar el golpe. Obligó a Marcus a ir hacia atrás, derribando la puerta con la potencia del golpe y el peso de su cuerpo. Caminó pausadamente, ingresando en la habitación y clavando sus ojos en Carphatia por un momento. El rojo intenso de Alec se entremezcló con su acuoso azul, del mismo modo que el carmesí de Marcus lo había hecho en tantas ocasiones anteriores. Alec regresó su mirada hacia Marcus, que yacía en el suelo tras ser arrastrado por el duro golpe de Alec.
- Supongo que es una grata bienvenida y un emotivo reencuentro -comentó, suspirando levemente y alzando un momento la vista hacia el techo. Tras unos segundos, regresó su mirada a los presentes, clavándola finalmente en Marcus-. ¿Acaso no me dirás "bienvenido a casa", padre? -sonrió levemente, de una forma tan sutil que cualquier podría haber sido incapaz de percibir la curvatura de sus labios, acompañando este gesto con sus manos, las cuales elevó hasta la altura de su cintura, con las palmas hacia arriba, como quien consideraría obvio aquel recibimiento.
“Jamás hubiera deseado, como ahora, que no fueras tú”.
La puerta se abrió bruscamente y permitió ver lo evidente: los dos vampiros estaban allí, juntos, profesando su amor, lo que que sea que fuera aquello. Sin embargo, más evidente que esto fue, aun, la certeza miserable y tan ansiada. Alec levantó la mirada, con parsimonia y desgano. Sin embargo, el deseo del momento podía apreciarse en sus ojos escarlata. El cabello azabache del joven caía aleatoriamente sobre su rostro, al igual que el de Marcus O’Conell. Ambos estaban frente a frente, perforándose con la mirada uno a otro. Ambos vampiros se analizaban con la mirada, con la diferencia de que el más joven de ellos mostraba una ínfima sonrisa de suficiencia. El otro, mientras tanto, no hacía más que apreciar totalmente impactado la figura joven que tenía enfrente.
Alec se puso serio de repente, mostrando aquella inexpresividad característica. Le asombró que Marcus tuviera las agallas necesarias como para proteger a aquel crío más allá de todo, incluso tras la tensión del momento. Sin embargo, Alec sabía que eso no duraría demasiado, pues podía verlo en sus ojos. Marcus estaba impactado, sorprendido, al igual que él, solo que la diferencia entre ambos residía en que Alec utilizaba aquellos nervios y aquella emoción a su favor. Si algún niño dentro de él ansiaba que cesara con esto, que diera paso al diálogo, que permitiera que su alma hallara el descanso y la absolución, sería mejor que ni siquiera se esforzara en intentar hacerlo cambiar de parecer. Aquel niño inocente y amable se había perdido hacía tiempo. Hacía ya casi un siglo desde que la tempestad le arrancó las alas para dejar, en su lugar, las heridas de toda una vida mísera sobre su espalda. Esa era la mochila con la cual debería cargar. Y más que mochila, era una roca. Alec jamás volvería a mirar atrás, pues el pasado lo único que le traería sería dolor y debilidad. Sin embargo, ¿por qué no hacerlo? Después de todo, echar un vistazo al pasado también alimentaría su venganza y le otorgaría fuerzas para continuar, dejando a un lado cualquier sentimiento fraternal. Dejando atrás toda inocencia e inundando su cuerpo de furia infernal. El veneno que corría por sus venas ya había llegado a su corazón hace tiempo, atacándolo y dominándolo por completo.
- No sabía que tus gustos habían cambiado –murmuró luego de un rato, una vez la puerta fue cerrada-. Pero la verdad es que él no es competencia para Ella en ningún sentido –agregó, con desprecio simulado ante la pasividad con la cual hablaba-. Tras todos estos años, echaba de menos aquella mirada asesina que nos dedicaste la última vez. Te lo agradezco, porque eso me brinda más fuerzas para cazarte –sentenció, si meditar ni un segundo, y abalanzándose contra el vampiro a gran velocidad. Le propinó una fuerte patada en el abdomen, y no estaba dispuesto a fallar el golpe. Obligó a Marcus a ir hacia atrás, derribando la puerta con la potencia del golpe y el peso de su cuerpo. Caminó pausadamente, ingresando en la habitación y clavando sus ojos en Carphatia por un momento. El rojo intenso de Alec se entremezcló con su acuoso azul, del mismo modo que el carmesí de Marcus lo había hecho en tantas ocasiones anteriores. Alec regresó su mirada hacia Marcus, que yacía en el suelo tras ser arrastrado por el duro golpe de Alec.
- Supongo que es una grata bienvenida y un emotivo reencuentro -comentó, suspirando levemente y alzando un momento la vista hacia el techo. Tras unos segundos, regresó su mirada a los presentes, clavándola finalmente en Marcus-. ¿Acaso no me dirás "bienvenido a casa", padre? -sonrió levemente, de una forma tan sutil que cualquier podría haber sido incapaz de percibir la curvatura de sus labios, acompañando este gesto con sus manos, las cuales elevó hasta la altura de su cintura, con las palmas hacia arriba, como quien consideraría obvio aquel recibimiento.
"Me has dado por muerto, y he renacido de mis propias cenizas."
- Alec Baskerville
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
"Cierra la ventana y quédate adentro"
Exactamente como Marcus lo había mandado, cerré y me aparté de las posibles miradas ajenas, guardando silencio en todo momento. No pude evitar echar una mirada al jardín para comprobar que allí no había nadie. Realmente, los cazadores se escondían bajo la habitación, deseosos de que alguno de los vampiros –o ambos mismamente–, decidiera salir por la apertura del ventana. Miré a Marcus nervioso, retrocediendo y acercándome a él. ¿Qué debíamos hacer? Era puramente una carga para él. Ahora ya no tenía mi aura y desconocía si podía ejercer mis dones con ella, pues se basaban prácticamente en la utilización y manejo de ésta. Cerré los ojos, poniendo una mano por el rostro. ¿Por qué ahora, cuando más la necesitaba? No quería ser un estorbo para Marcus. Pasé el pelo hacia atrás, recordando todo lo que había pasado desde la casa de Kasha. ¿Por qué a nosotros? Y lo peor, ¿qué estaba ocurriendo afuera de la habitación?
La verdad comenzó a atormentar las suposiciones del neófito. Cazadores. Aquella pesadilla terrorífica resucitaba de sus recuerdos para martirizarle. El pulso comenzó a temblar, retrocediendo varios pasos hacia atrás. No… Otra vez no, por favor. “¿C-Cómo nos han encontrado?”, pregunté mentalmente a Marcus. No lo entendía, esto era un buen refugio, o al menos eso nos hicieron creer a Bella y a mí. Bella… al menos ella no se encontraba en la casa en este instante y eso me alegraba en cierto sentido. Tapé el rostro con las manos, incapaz de moverme, preso del temor. Me temblaban las piernas como a un miserable perro asustado. Pero no quería que volvieran a encerrarme en aquella andrajosa celda, por favor. Suplicaría, rogaría al cielo, a quien hiciera falta. Acataría cualquier orden, la que fuera. Pero no más. No necesitaba una tercera vez. Pegué la espalda a la pared, absorto en los recuerdos, sin poder ver más allá de ellos.
Rememoré la fuga de la casa hacía unos días. Levanté la cabeza, con los ojos a punto de desbordar, mirando la espalda desnuda de Marcus, anonadado. Todo… todo era mi culpa. Si nos habían descubierto, si Bella se encontraba en la casa de la cazadora en vez de arroparse también en nuestro lecho, era únicamente por mi culpa. Y ahora Marcus debería cargar con mis consecuencias, enfrentando a quien se encontrara tras la puerta. Podían ser un grupo de varios cazadores, atentos por la aparición. Lo acribillarían. No lo permitiría. Despegué los labios, alzando el brazo para detenerle y que no abandonara la habitación por nada del mundo. En cambio, el sonido no salió por la garganta, retumbando el silencio aún. El miedo me tenía acorralado contra la pared. Era tan sumamente cobarde –o así lo veía– como para no decirle al vampiro que me encargaría yo del asunto, como buen hombre, como buen amante, protegiendo su seguridad del mismo modo que se encargaba Marcus el resto de ocasiones. “Otra vez no”, pensé inconscientemente. Él no podía perder el control de nuevo y ocasionar otra catástrofe. Ya no albergaba más medios debajo de la manga para poder impedirlo. Esta vez, ambos acabaríamos muertos si sucedía lo mismo. Por lo menos nos llevaremos a todos los que estén fuera, ¿no?
Marcus y yo jamás habríamos esperado que alguien rompiera nuestra bonita noche de confesiones y amor desbordante. Habíamos alcanzado una atmósfera tan confortable y cómoda, que me parecía increíble haber pasado esos momentos. Había prometido enseñarle todo lo que mi madre me inculcó, nos juramos amor en sucesivas ocasiones, incluso acordamos una cita para el futuro. Sonreí de lado. ¿Por el Destino no nos dejaba ser felices en paz? ¿Por qué? El estruendo del último interrogante, cayó como un jarrón de agua fría sobre la cabeza. Ni siquiera había empezado a pelear contra ellos, y ya estaba rindiéndome solo, desmoralizándome mentalmente. Yo solamente añoraba una vida normal y corriente. Apreté los puños, bajando la cabeza para dejar el trayecto recto de las lágrimas hasta el suelo. ¿Por qué no podía obtenerla al lado de quienes amaba? ¿Era yo el verdadero problema? Si resultaba de esa manera, marcharía por esa puerta para eliminar el punto negro sobre tal papel blanco.
Las imágenes de antes pasaban veloces, deteniéndose en algunos puntos. Ahora me sentía avergonzado y suponía si realmente nos habían visto a ambos en las peores condiciones imaginables. Los cazadores tendrían mofa para largo rato, y por supuesto un punto demasiado débil sobre el que atacar en sus depravadas proposiciones. Ziel, estúpido, deja de pensar en ello. Si te han visto, ya no puedes hacer nada para remediarlo. Céntrate y busca algo con lo que defenderte. Deja de ser un niño pequeño. Enfréntalos y sé un verdadero hombre del que Ella se sintiera orgullosa, del que Marcus y Bella puedan presumir como novio. No puedo… No soy capaz de ver sus caras siquiera. Ziel, puedes y lo lograrás. Yo estoy aquí contigo. Apóyate en mí y hagamos esto juntos. Derrotémosles de una vez definitiva y así tus pesares se olvidaran. Hazlo ahora o huye para siempre, Ziel. Podemos hacerlo. Juntos. Sí, eso debía hacer. Debía ser fuerte y demostrar que había madurado, que a pesar de no tener un aura con el que defenderme, continuaba teniendo feroces colmillos y garras con las que atacar. Los ojos brillaron con tal pensamiento, perdiéndose la inocencia azulada del neófito y transformándose en la ira corroyendo mis venas.
Los jóvenes ojos carmín caminaron sobre la habitación, buscando en cada mueble, en cada objeto la posibilidad de un arma con el que luchar. Los colmillos chirriaron de la fuerza que ejercía en la mandíbula. No iba a quedarme de brazos cruzados, lamentándome, dejando que volvieran a prenderme como a un animal salvaje. Yo no era de su propiedad y no consentiría otro secuestro. Marcus tampoco me dejaría abandonado, estaba seguro de ello. Por tanto, la duda y el terror no podían entrar en mi cuerpo. Había algo que me ordenaba no hacerlo, no sembrar debilidad en mi mente, sino volverá cual fría roca. Conocía que antes o después la puerta se abriría, ya fuera por ellos o por nosotros. Y no podía decidir qué era mejor: ellos o nosotros. El que lo hiciera, tenía el llamado factor sorpresa asegurado, pues todos mirábamos atentamente la puerta.
“Ten cuidado”, le dije a Marcus antes de que abandonara la habitación, preocupado.
La confianza desbordaba al neófito de expectativas para conseguir escapar de los cazadores con Marcus y encontrar otro refugio hasta que todo terminara. No me importaba volver a ser nómada mientras los tres nos encontráramos unidos. Sin embargo, todo se resquebrajó como el frío cristal en cuando vi los ojos de Marcus. La esperanza se apagó improvisadamente y quedé sin ninguna arma. Ya… ya no teníamos que hacer. No tenía sentido cargar un jarrón para romperlo sobre el enemigo. Si el vampiro no podía con su indudable fuerza, entonces yo tampoco podría hacerlo a causa de mi debilidad física. La puerta se cerró de repente, quedando el neófito absorto mirando la puerta, con los ojos como platos. Podía sentirles allí, podía escuchar el aire saliendo de sus pulmones, percibir su aroma. Pronto, la voz del desconocido, comenzó a sonar sobre la habitación. Las palabras de Alec Baskerville atormentaban al chico que se encontraba al otro lado.
“No sabía que tus gustos habían cambiado. Pero la verdad es que él no es competencia para Ella en ningún sentido” ¿Por qué? ¿Por qué estaba apareciendo la mujer de su pasado? ¿Por qué odiosamente me encontraba siendo comparado con Ella? ¿Por qué no podía aspirar a alcanzarla? ¿Acaso no amaba suficiente a Marcus? Los ojos rojos se transformaron nuevamente en aquel azul inocente característico. El martirio que sufría su cabeza lo taladraba lentamente desde dentro. Las preguntas continuaron, incesantes. ¿Por qué Marcus no podía amarme? ¿Por qué se había enamorado de un chico como yo? Ni siquiera podía darle más que mi compañía. Y seguramente la persona del otro lado conociera bastante a dicha mujer. Ella… Ella pudo darle la felicidad de traer dos descendientes a este mundo. Ella fue quien primeramente lo hizo feliz, no yo. ¿Qué era yo, entonces? Una mera y barata sustitución de una imagen del pasado. Un juguete de mofa para su familia, un estorbo dentro de los O’Conell que debía ser ejecutado.
Los pies comenzaron a intentar retroceder de nuevo. No quería que se abriera la puerta de nuevo. No quería ver el rostro de quien hablaba por nada, porque temía ver a la mujer de aquella antigua fotografía que una vez Marcus destrozó y de la cual guardé con cariño todos los pedazos para reconstruirla algún día. El azul desbordaba ya su agua por los lagrimales, observando el cajón de la mesilla, allá donde los pedazos de su imagen se encontraban, ido, sin conocimiento de que el tiempo transcurría mientras tanto.
Luego, se fijó en la ventana. Comencé a avanzar hasta ella. Escaparía de su vida y desaparecería. Regresaría al lugar donde nací, consagrándome como el único heredero Carphatia y retomar las tierras incineradas de la casa de mi madre. Olvidaría a Marcus, a Bella, olvidaría a este maldito pueblo que tantas desgracias me había traído. Ahora mismo, el negro de sus pupilas inundaba todo lo que podían ver sus ojos. La culpabilidad era demoledora, mucho más que el resto de veces. Un acto de valor y al mismo tiempo de cobardía, sembró los actos del neófito. Aun absorto, se acercó a la ventana y la abrió, dejando que el aire entrara en la sala. Puse un pie en el alfeizar, dispuesto a saltar al árbol de enfrente.
El estruendo contra la pared fue escuchado por tan fino oído, devolviéndole al lugar donde estaba. La mirada perdida se clavó en la puerta nuevamente. Temblaba, estaba temblando de nuevo. Y entonces, volvió a abrirse. El intenso rojo carmín y el desbordante color azul se encontraron para corromper la razón del más joven y menos experimentado. La imagen fue plasmada inmediatamente: Marcus. Era exactamente igual que él. Su pelo azabache, sus ojos ensangrentados, su piel blanquecina, sus labios rosados, y sobre todo, aquella mirada despiadada que mataba a los conejos indefensos regresó. Finalmente la evidencia vino con una única frase:
¿Acaso no me dirás "bienvenido a casa", padre?
-¿Dónde está tu fuerza, chico Carphatia? - La voz de los cazadores apareció para ahogar más sus pensamientos, asomándose estos por el marco de la puerta también, aferrando cadenas y todo tipo de objetos punzantes. - ¿Nos echaste de menos? Porque nosotros a ti sí. - Dos tiros de sedación y las piernas del neófito se doblaron, cayendo, permaneciendo de rodillas; permitiendo que la droga inundara su cuerpo cuanto antes. Su cabeza daba vueltas entre recuerdos, absteniéndole de la realidad. Podía notarlos cómo agarraban mis brazos de nuevo, cómo sus pensamientos se escuchaban dentro de mi cabeza con las peores ideas imaginables, con el látigo sobre sus sucias manos manchadas de sangre golpeándome. El secuestro, sin duda, era más que evidente.
Finalmente, la consciencia atormentadora del neófito se desvaneció fugazmente para entregarse indirectamente. Fue lo mejor rendirse. Porque yo… no podía luchar contra la viva imagen de Marcus O’Conell.
Exactamente como Marcus lo había mandado, cerré y me aparté de las posibles miradas ajenas, guardando silencio en todo momento. No pude evitar echar una mirada al jardín para comprobar que allí no había nadie. Realmente, los cazadores se escondían bajo la habitación, deseosos de que alguno de los vampiros –o ambos mismamente–, decidiera salir por la apertura del ventana. Miré a Marcus nervioso, retrocediendo y acercándome a él. ¿Qué debíamos hacer? Era puramente una carga para él. Ahora ya no tenía mi aura y desconocía si podía ejercer mis dones con ella, pues se basaban prácticamente en la utilización y manejo de ésta. Cerré los ojos, poniendo una mano por el rostro. ¿Por qué ahora, cuando más la necesitaba? No quería ser un estorbo para Marcus. Pasé el pelo hacia atrás, recordando todo lo que había pasado desde la casa de Kasha. ¿Por qué a nosotros? Y lo peor, ¿qué estaba ocurriendo afuera de la habitación?
La verdad comenzó a atormentar las suposiciones del neófito. Cazadores. Aquella pesadilla terrorífica resucitaba de sus recuerdos para martirizarle. El pulso comenzó a temblar, retrocediendo varios pasos hacia atrás. No… Otra vez no, por favor. “¿C-Cómo nos han encontrado?”, pregunté mentalmente a Marcus. No lo entendía, esto era un buen refugio, o al menos eso nos hicieron creer a Bella y a mí. Bella… al menos ella no se encontraba en la casa en este instante y eso me alegraba en cierto sentido. Tapé el rostro con las manos, incapaz de moverme, preso del temor. Me temblaban las piernas como a un miserable perro asustado. Pero no quería que volvieran a encerrarme en aquella andrajosa celda, por favor. Suplicaría, rogaría al cielo, a quien hiciera falta. Acataría cualquier orden, la que fuera. Pero no más. No necesitaba una tercera vez. Pegué la espalda a la pared, absorto en los recuerdos, sin poder ver más allá de ellos.
Rememoré la fuga de la casa hacía unos días. Levanté la cabeza, con los ojos a punto de desbordar, mirando la espalda desnuda de Marcus, anonadado. Todo… todo era mi culpa. Si nos habían descubierto, si Bella se encontraba en la casa de la cazadora en vez de arroparse también en nuestro lecho, era únicamente por mi culpa. Y ahora Marcus debería cargar con mis consecuencias, enfrentando a quien se encontrara tras la puerta. Podían ser un grupo de varios cazadores, atentos por la aparición. Lo acribillarían. No lo permitiría. Despegué los labios, alzando el brazo para detenerle y que no abandonara la habitación por nada del mundo. En cambio, el sonido no salió por la garganta, retumbando el silencio aún. El miedo me tenía acorralado contra la pared. Era tan sumamente cobarde –o así lo veía– como para no decirle al vampiro que me encargaría yo del asunto, como buen hombre, como buen amante, protegiendo su seguridad del mismo modo que se encargaba Marcus el resto de ocasiones. “Otra vez no”, pensé inconscientemente. Él no podía perder el control de nuevo y ocasionar otra catástrofe. Ya no albergaba más medios debajo de la manga para poder impedirlo. Esta vez, ambos acabaríamos muertos si sucedía lo mismo. Por lo menos nos llevaremos a todos los que estén fuera, ¿no?
Marcus y yo jamás habríamos esperado que alguien rompiera nuestra bonita noche de confesiones y amor desbordante. Habíamos alcanzado una atmósfera tan confortable y cómoda, que me parecía increíble haber pasado esos momentos. Había prometido enseñarle todo lo que mi madre me inculcó, nos juramos amor en sucesivas ocasiones, incluso acordamos una cita para el futuro. Sonreí de lado. ¿Por el Destino no nos dejaba ser felices en paz? ¿Por qué? El estruendo del último interrogante, cayó como un jarrón de agua fría sobre la cabeza. Ni siquiera había empezado a pelear contra ellos, y ya estaba rindiéndome solo, desmoralizándome mentalmente. Yo solamente añoraba una vida normal y corriente. Apreté los puños, bajando la cabeza para dejar el trayecto recto de las lágrimas hasta el suelo. ¿Por qué no podía obtenerla al lado de quienes amaba? ¿Era yo el verdadero problema? Si resultaba de esa manera, marcharía por esa puerta para eliminar el punto negro sobre tal papel blanco.
Las imágenes de antes pasaban veloces, deteniéndose en algunos puntos. Ahora me sentía avergonzado y suponía si realmente nos habían visto a ambos en las peores condiciones imaginables. Los cazadores tendrían mofa para largo rato, y por supuesto un punto demasiado débil sobre el que atacar en sus depravadas proposiciones. Ziel, estúpido, deja de pensar en ello. Si te han visto, ya no puedes hacer nada para remediarlo. Céntrate y busca algo con lo que defenderte. Deja de ser un niño pequeño. Enfréntalos y sé un verdadero hombre del que Ella se sintiera orgullosa, del que Marcus y Bella puedan presumir como novio. No puedo… No soy capaz de ver sus caras siquiera. Ziel, puedes y lo lograrás. Yo estoy aquí contigo. Apóyate en mí y hagamos esto juntos. Derrotémosles de una vez definitiva y así tus pesares se olvidaran. Hazlo ahora o huye para siempre, Ziel. Podemos hacerlo. Juntos. Sí, eso debía hacer. Debía ser fuerte y demostrar que había madurado, que a pesar de no tener un aura con el que defenderme, continuaba teniendo feroces colmillos y garras con las que atacar. Los ojos brillaron con tal pensamiento, perdiéndose la inocencia azulada del neófito y transformándose en la ira corroyendo mis venas.
Los jóvenes ojos carmín caminaron sobre la habitación, buscando en cada mueble, en cada objeto la posibilidad de un arma con el que luchar. Los colmillos chirriaron de la fuerza que ejercía en la mandíbula. No iba a quedarme de brazos cruzados, lamentándome, dejando que volvieran a prenderme como a un animal salvaje. Yo no era de su propiedad y no consentiría otro secuestro. Marcus tampoco me dejaría abandonado, estaba seguro de ello. Por tanto, la duda y el terror no podían entrar en mi cuerpo. Había algo que me ordenaba no hacerlo, no sembrar debilidad en mi mente, sino volverá cual fría roca. Conocía que antes o después la puerta se abriría, ya fuera por ellos o por nosotros. Y no podía decidir qué era mejor: ellos o nosotros. El que lo hiciera, tenía el llamado factor sorpresa asegurado, pues todos mirábamos atentamente la puerta.
“Ten cuidado”, le dije a Marcus antes de que abandonara la habitación, preocupado.
La confianza desbordaba al neófito de expectativas para conseguir escapar de los cazadores con Marcus y encontrar otro refugio hasta que todo terminara. No me importaba volver a ser nómada mientras los tres nos encontráramos unidos. Sin embargo, todo se resquebrajó como el frío cristal en cuando vi los ojos de Marcus. La esperanza se apagó improvisadamente y quedé sin ninguna arma. Ya… ya no teníamos que hacer. No tenía sentido cargar un jarrón para romperlo sobre el enemigo. Si el vampiro no podía con su indudable fuerza, entonces yo tampoco podría hacerlo a causa de mi debilidad física. La puerta se cerró de repente, quedando el neófito absorto mirando la puerta, con los ojos como platos. Podía sentirles allí, podía escuchar el aire saliendo de sus pulmones, percibir su aroma. Pronto, la voz del desconocido, comenzó a sonar sobre la habitación. Las palabras de Alec Baskerville atormentaban al chico que se encontraba al otro lado.
“No sabía que tus gustos habían cambiado. Pero la verdad es que él no es competencia para Ella en ningún sentido” ¿Por qué? ¿Por qué estaba apareciendo la mujer de su pasado? ¿Por qué odiosamente me encontraba siendo comparado con Ella? ¿Por qué no podía aspirar a alcanzarla? ¿Acaso no amaba suficiente a Marcus? Los ojos rojos se transformaron nuevamente en aquel azul inocente característico. El martirio que sufría su cabeza lo taladraba lentamente desde dentro. Las preguntas continuaron, incesantes. ¿Por qué Marcus no podía amarme? ¿Por qué se había enamorado de un chico como yo? Ni siquiera podía darle más que mi compañía. Y seguramente la persona del otro lado conociera bastante a dicha mujer. Ella… Ella pudo darle la felicidad de traer dos descendientes a este mundo. Ella fue quien primeramente lo hizo feliz, no yo. ¿Qué era yo, entonces? Una mera y barata sustitución de una imagen del pasado. Un juguete de mofa para su familia, un estorbo dentro de los O’Conell que debía ser ejecutado.
Los pies comenzaron a intentar retroceder de nuevo. No quería que se abriera la puerta de nuevo. No quería ver el rostro de quien hablaba por nada, porque temía ver a la mujer de aquella antigua fotografía que una vez Marcus destrozó y de la cual guardé con cariño todos los pedazos para reconstruirla algún día. El azul desbordaba ya su agua por los lagrimales, observando el cajón de la mesilla, allá donde los pedazos de su imagen se encontraban, ido, sin conocimiento de que el tiempo transcurría mientras tanto.
Luego, se fijó en la ventana. Comencé a avanzar hasta ella. Escaparía de su vida y desaparecería. Regresaría al lugar donde nací, consagrándome como el único heredero Carphatia y retomar las tierras incineradas de la casa de mi madre. Olvidaría a Marcus, a Bella, olvidaría a este maldito pueblo que tantas desgracias me había traído. Ahora mismo, el negro de sus pupilas inundaba todo lo que podían ver sus ojos. La culpabilidad era demoledora, mucho más que el resto de veces. Un acto de valor y al mismo tiempo de cobardía, sembró los actos del neófito. Aun absorto, se acercó a la ventana y la abrió, dejando que el aire entrara en la sala. Puse un pie en el alfeizar, dispuesto a saltar al árbol de enfrente.
El estruendo contra la pared fue escuchado por tan fino oído, devolviéndole al lugar donde estaba. La mirada perdida se clavó en la puerta nuevamente. Temblaba, estaba temblando de nuevo. Y entonces, volvió a abrirse. El intenso rojo carmín y el desbordante color azul se encontraron para corromper la razón del más joven y menos experimentado. La imagen fue plasmada inmediatamente: Marcus. Era exactamente igual que él. Su pelo azabache, sus ojos ensangrentados, su piel blanquecina, sus labios rosados, y sobre todo, aquella mirada despiadada que mataba a los conejos indefensos regresó. Finalmente la evidencia vino con una única frase:
¿Acaso no me dirás "bienvenido a casa", padre?
-¿Dónde está tu fuerza, chico Carphatia? - La voz de los cazadores apareció para ahogar más sus pensamientos, asomándose estos por el marco de la puerta también, aferrando cadenas y todo tipo de objetos punzantes. - ¿Nos echaste de menos? Porque nosotros a ti sí. - Dos tiros de sedación y las piernas del neófito se doblaron, cayendo, permaneciendo de rodillas; permitiendo que la droga inundara su cuerpo cuanto antes. Su cabeza daba vueltas entre recuerdos, absteniéndole de la realidad. Podía notarlos cómo agarraban mis brazos de nuevo, cómo sus pensamientos se escuchaban dentro de mi cabeza con las peores ideas imaginables, con el látigo sobre sus sucias manos manchadas de sangre golpeándome. El secuestro, sin duda, era más que evidente.
Finalmente, la consciencia atormentadora del neófito se desvaneció fugazmente para entregarse indirectamente. Fue lo mejor rendirse. Porque yo… no podía luchar contra la viva imagen de Marcus O’Conell.
- Ziel A. Carphatia
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Humor : No te acerques por si acaso...
Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Lentitud. Marcus observaba a aquel joven muchacho con lentitud y detenimiento. En parte, por lo absorto que estaba, y en parte porque sus músculos estaban entumecidos. El shock que había afectado su vampírico corazón se reflejaba en sus acuosos ojos rojos, que ahora fluían hacia los escarlata de su adversario, confluyendo en un intercambio lleno de recuerdos, lleno de aquel pasado lejano y tan odiado por ambos, aunque al parecer el más perjudicado luego de aquello solo era uno de ellos, el más joven, quien no dudó en comenzar a hablar, dando por hecho lo evidente, acentuando aún más la verdad, para atormentar por completo la mente y alma de Marcus O’Conell.
El vampiro sonrió, nervioso, mientras sus palabras inundaban sus oídos como látigos capaces de otorgar el más insensato dolor. Sus ojos confusos fueron a parar nuevamente al vampiro que yacía ante él. No había dudas… No había ninguna duda que pudiese decir lo contrario, pero Marcus no aceptaba reconocer aquello. Había pasado tanto tiempo… Había transcurrido tanto ya desde aquel entonces. Es cierto, Marcus se fue y destinó a la muerte desde un principio a sus dos pequeños hijos, pero sin embargo uno de ellos, ahora mismo, estaba frente a él, amenazando su seguridad y la de Ziel. ¿En qué cabeza cabía semejante coincidencia diabólica? ¿Por qué Alec estaba con los cazadores? ¿Acaso le habían prometido algo a cambio de su pescuezo y el de Ziel? Marcus no permitirían que tocasen al joven neófito, por más que fuera su hijo quien tuviese adelante. Sus palabras lograron enervarle la sangre al mismo tiempo que le retorcieron el alma por completo. No tenía por qué traer a Anne aquí. No tenía por qué hablar de su madre justo ahora, pero ¿cómo iba a culparlo? Probablemente el recuerdo de Ella es lo único que lo mantuvo vivo todo este tiempo, ya que era imposible que el recuerdo de un mal padre lograra hacer eso. Aunque, si se lo veìa desde cierto ángulo, claramente él podía ser el causante, pues todo apuntaba a que Alec estaba alimentando su venganza y su odio con la esperanza de encontrarlo vivo, para luego matarle él mismo.
Marcus mostró los colmillos, indudablemente. Alec se había metido no sólo con Anne Baskerville, sino también con Ziel Carphatia. Es más, también había osado ponerle la mano encima a Bella, suerte para el vampiro que Marcus no lo sabía. Atinó a atacarlo con toda su furia, ¿pero cómo lograr un ataque certero si se está completamente derribado y vencido de antemano? Marcus recibió el duro golpe en su abdomen y fue a parar dentro de la habitación, estrellando su espalda contra la pared. El vampiro, algo aturdido, por absolutamente todo lo que acontecía, levantó la mirada y observó a Alec, acercándose. No tenía sentido. Nada de esto tenía sentido. Por más que lo intentara, por más que lo deseara, ¿cómo podría herir a su propio hijo? ¿Cómo podría destruirlo por segunda vez? Aunque eso fuese lo mejor, Marcus no podía sino dejarse golpear, intentando buscar las fuerzas necesarias para arremeterlo en cada movimiento que hacía en vano.
En ese instante, llegaron más cazadores. ¿Acaso estos sabían la verdad que los unía a él y a Alec? Marcus levantó la mirada, clavando su vista en esos sucios hipócritas. Gruñó de furia y se puso de pie al ver lo que le hacían a Ziel, sedándolo con aquella droga otra vez. Marcus no dudó ni un segundo en abalanzarse sobre estos, pues con ellos no tendría piedad alguna, pero Alec se interpuso, cerrándole el paso, y entonces Ziel fue arrastrado por esos infames fuera de la habitación. Marcus se quedó mirando directamente a los ojos de su hijo, paralizado ante sus palabras letales y certeras. Esto no podía estar pasando. Ziel… Él debía ir a buscarlo, debía acabar con todos allí dentro y protegerle, pero… ¿Por qué no podía mover ni un solo músculo?
Marcus cayó de rodillas mientras la casa era invadida cada vez más. Sus ojos se perdieron en la figura menuda del chico siendo llevado por esos sucios bichos rastreros. No podía tolerarlo, pero en su alma todo estaba confuso y realmente solo quería morir en este momento y quitarse este horrible sentimiento de encima, el cual lo torturaba y lo consumía por dentro. Alec, su hijo, estaba allí, y no precisamente para ayudarlos. Aunque, ingenuo de su parte si creyese que con todo el mal que le provocó aquel crío podría desear amarlo como el padre que en verdad debería haber sido.
“Ziel… perdóname” habló en la mente del muchacho ya inconsciente, sin dejar de observar la figura de Alec, amenazante cual verdugo, listo para llevarse su cabeza bajo cualquier precio. Pues, ¿cómo podría un padre enfrentar a su propio hijo, en este caso, hecho a imagen y semejanza del propio Marcus O’Conell?
"No puedo defenderte, Ziel. No puedo hacer... nada. No puedo hacer absolutamente nada, ni por ti, ni por mí. Ellos han ganado esta vez."
El vampiro sonrió, nervioso, mientras sus palabras inundaban sus oídos como látigos capaces de otorgar el más insensato dolor. Sus ojos confusos fueron a parar nuevamente al vampiro que yacía ante él. No había dudas… No había ninguna duda que pudiese decir lo contrario, pero Marcus no aceptaba reconocer aquello. Había pasado tanto tiempo… Había transcurrido tanto ya desde aquel entonces. Es cierto, Marcus se fue y destinó a la muerte desde un principio a sus dos pequeños hijos, pero sin embargo uno de ellos, ahora mismo, estaba frente a él, amenazando su seguridad y la de Ziel. ¿En qué cabeza cabía semejante coincidencia diabólica? ¿Por qué Alec estaba con los cazadores? ¿Acaso le habían prometido algo a cambio de su pescuezo y el de Ziel? Marcus no permitirían que tocasen al joven neófito, por más que fuera su hijo quien tuviese adelante. Sus palabras lograron enervarle la sangre al mismo tiempo que le retorcieron el alma por completo. No tenía por qué traer a Anne aquí. No tenía por qué hablar de su madre justo ahora, pero ¿cómo iba a culparlo? Probablemente el recuerdo de Ella es lo único que lo mantuvo vivo todo este tiempo, ya que era imposible que el recuerdo de un mal padre lograra hacer eso. Aunque, si se lo veìa desde cierto ángulo, claramente él podía ser el causante, pues todo apuntaba a que Alec estaba alimentando su venganza y su odio con la esperanza de encontrarlo vivo, para luego matarle él mismo.
Marcus mostró los colmillos, indudablemente. Alec se había metido no sólo con Anne Baskerville, sino también con Ziel Carphatia. Es más, también había osado ponerle la mano encima a Bella, suerte para el vampiro que Marcus no lo sabía. Atinó a atacarlo con toda su furia, ¿pero cómo lograr un ataque certero si se está completamente derribado y vencido de antemano? Marcus recibió el duro golpe en su abdomen y fue a parar dentro de la habitación, estrellando su espalda contra la pared. El vampiro, algo aturdido, por absolutamente todo lo que acontecía, levantó la mirada y observó a Alec, acercándose. No tenía sentido. Nada de esto tenía sentido. Por más que lo intentara, por más que lo deseara, ¿cómo podría herir a su propio hijo? ¿Cómo podría destruirlo por segunda vez? Aunque eso fuese lo mejor, Marcus no podía sino dejarse golpear, intentando buscar las fuerzas necesarias para arremeterlo en cada movimiento que hacía en vano.
En ese instante, llegaron más cazadores. ¿Acaso estos sabían la verdad que los unía a él y a Alec? Marcus levantó la mirada, clavando su vista en esos sucios hipócritas. Gruñó de furia y se puso de pie al ver lo que le hacían a Ziel, sedándolo con aquella droga otra vez. Marcus no dudó ni un segundo en abalanzarse sobre estos, pues con ellos no tendría piedad alguna, pero Alec se interpuso, cerrándole el paso, y entonces Ziel fue arrastrado por esos infames fuera de la habitación. Marcus se quedó mirando directamente a los ojos de su hijo, paralizado ante sus palabras letales y certeras. Esto no podía estar pasando. Ziel… Él debía ir a buscarlo, debía acabar con todos allí dentro y protegerle, pero… ¿Por qué no podía mover ni un solo músculo?
Marcus cayó de rodillas mientras la casa era invadida cada vez más. Sus ojos se perdieron en la figura menuda del chico siendo llevado por esos sucios bichos rastreros. No podía tolerarlo, pero en su alma todo estaba confuso y realmente solo quería morir en este momento y quitarse este horrible sentimiento de encima, el cual lo torturaba y lo consumía por dentro. Alec, su hijo, estaba allí, y no precisamente para ayudarlos. Aunque, ingenuo de su parte si creyese que con todo el mal que le provocó aquel crío podría desear amarlo como el padre que en verdad debería haber sido.
“Ziel… perdóname” habló en la mente del muchacho ya inconsciente, sin dejar de observar la figura de Alec, amenazante cual verdugo, listo para llevarse su cabeza bajo cualquier precio. Pues, ¿cómo podría un padre enfrentar a su propio hijo, en este caso, hecho a imagen y semejanza del propio Marcus O’Conell?
"No puedo defenderte, Ziel. No puedo hacer... nada. No puedo hacer absolutamente nada, ni por ti, ni por mí. Ellos han ganado esta vez."
- Marcus O'Conell
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
- ¿Eso es todo lo que tienes para darme? Tan sólo... silencio.
Las palabras de Alec retumbaron en aquellas cuatro paredes tan bien decoradas, tan acogedoras y tan cálidas, donde minutos antes había sido sembrado el amor. Una pena que no pudiese haber sido cosechado, ¿cierto? Pero la verdad es que Alec se lo estaba pasando de maravilla. Claro, su ser más externo mostraba la satisfacción de haber hallado lo que tantos años había buscado. Sin embargo, no debía permitir que lo más blando de su ser, aquello que se encontraba guardado y protegido por fuego corrosivo, saliera a la luz. Alec no estaba dispuesto a flaquear ahora, pues al fin dio frutos todo el esfuerzo que le había llevado el llegar hasta aquí. De todos modos, algo le decía que este no sería el final del camino, y que nuevos riesgos y desafíos se le plantearían. Justo ahora, en frente suyo, estaba uno, y era aquella mirada paternal de quien ve por primera vez el rostro de su hijo al nacer, empapado en lágrimas y destilando inocencia por cada uno de los poros. ¿Era así, acaso, como Marcus veía a Alec? Una sonrisa de suficiencia cruzó el rostro del vampiro joven.
Los cazadores no habían llegado para oír la verdad, lo cual Alec agradecía y se regocijaba porque su plan hubiese salido bien. Nadie allí dentro debía saber eso. A nadie debía importarle, solo a él y al implicado, aunque aquel chico Carphatia también fue partícipe de la función. De todos modos, poco le importaba. Ahora Marcus estaba delante suyo, enseñando los colmillos, ¿pero a quién? Alec rió y pateó las costillas del vampiro antes que pudiese hacer nada. Marcus no significaba nada para él, y el odio de sus ojos no indicaba lo contrario.
- Eres débil, porque el amor te hace lento y miserable –escupió, dándole otra patada y acercándose a él para sujetarlo de sus cabellos. Vamos, ¿qué iba a pedirle? ¿Su mejor golpe? Alec apretó la mandíbula, para proceder a enseñarle sus colmillos después. Había algunos cazadores allí, absortos por la manera en que Baskerville dominaba a O’Conell. Realmente, no podían creer cuál había sido el método del vampiro, pero había cumplido con su deber perfectamente, y sin tener ni un rasguño. Y mientras Alec continuaba sembrando el misterio entre los cazadores, un extraño deseo de muerte se formuló en sus ojos-. Qué pena que aún no te llegue la hora, pedazo de mierda –rugió, acercando su rostro al suyo y viendo con desprecio aquellos ojos rojos apagados y lamentables. Ya lo tenía entre sus manos. Ya tenía lo que deseaba, por más que una pequeña molestia causada por la emoción le cerrara el estómago. Se odió a sí mismo por sentir aquello, y aferró aún más el cabello de Marcus para proceder a clavarle justo en el cuello una doble dosis de la droga que le habían aplicado a Ziel, dejándolo fuera de juego en escasos minutos.
Alec soltó su cuerpo con desprecio y levantó la mano que lo sostenía, mientras daba unos pasos hacia atrás y cerraba los ojos. Ah, ¿esto era lo que tanto había deseado? ¿Este era el silencio macabro por el cual había sobrevivido todo este tiempo? Alec se volteó y miró fijamente a los cazadores que quedaban, pues el resto se había ido con Carphatia.
- Andando –ordenó, y entonces dos cazadores cargaron con el cuerpo de Marcus. Alec comenzó a bajar las escaleras, pues pensaba salir por la puerta como todo un señor victorioso. Su cabello azabache ondeaba suavemente a medida que sus pies marcaban el paso, y sus ojos rojos adquirieron un extraño tono anaranjado.
Las palabras de Alec retumbaron en aquellas cuatro paredes tan bien decoradas, tan acogedoras y tan cálidas, donde minutos antes había sido sembrado el amor. Una pena que no pudiese haber sido cosechado, ¿cierto? Pero la verdad es que Alec se lo estaba pasando de maravilla. Claro, su ser más externo mostraba la satisfacción de haber hallado lo que tantos años había buscado. Sin embargo, no debía permitir que lo más blando de su ser, aquello que se encontraba guardado y protegido por fuego corrosivo, saliera a la luz. Alec no estaba dispuesto a flaquear ahora, pues al fin dio frutos todo el esfuerzo que le había llevado el llegar hasta aquí. De todos modos, algo le decía que este no sería el final del camino, y que nuevos riesgos y desafíos se le plantearían. Justo ahora, en frente suyo, estaba uno, y era aquella mirada paternal de quien ve por primera vez el rostro de su hijo al nacer, empapado en lágrimas y destilando inocencia por cada uno de los poros. ¿Era así, acaso, como Marcus veía a Alec? Una sonrisa de suficiencia cruzó el rostro del vampiro joven.
Los cazadores no habían llegado para oír la verdad, lo cual Alec agradecía y se regocijaba porque su plan hubiese salido bien. Nadie allí dentro debía saber eso. A nadie debía importarle, solo a él y al implicado, aunque aquel chico Carphatia también fue partícipe de la función. De todos modos, poco le importaba. Ahora Marcus estaba delante suyo, enseñando los colmillos, ¿pero a quién? Alec rió y pateó las costillas del vampiro antes que pudiese hacer nada. Marcus no significaba nada para él, y el odio de sus ojos no indicaba lo contrario.
- Eres débil, porque el amor te hace lento y miserable –escupió, dándole otra patada y acercándose a él para sujetarlo de sus cabellos. Vamos, ¿qué iba a pedirle? ¿Su mejor golpe? Alec apretó la mandíbula, para proceder a enseñarle sus colmillos después. Había algunos cazadores allí, absortos por la manera en que Baskerville dominaba a O’Conell. Realmente, no podían creer cuál había sido el método del vampiro, pero había cumplido con su deber perfectamente, y sin tener ni un rasguño. Y mientras Alec continuaba sembrando el misterio entre los cazadores, un extraño deseo de muerte se formuló en sus ojos-. Qué pena que aún no te llegue la hora, pedazo de mierda –rugió, acercando su rostro al suyo y viendo con desprecio aquellos ojos rojos apagados y lamentables. Ya lo tenía entre sus manos. Ya tenía lo que deseaba, por más que una pequeña molestia causada por la emoción le cerrara el estómago. Se odió a sí mismo por sentir aquello, y aferró aún más el cabello de Marcus para proceder a clavarle justo en el cuello una doble dosis de la droga que le habían aplicado a Ziel, dejándolo fuera de juego en escasos minutos.
Alec soltó su cuerpo con desprecio y levantó la mano que lo sostenía, mientras daba unos pasos hacia atrás y cerraba los ojos. Ah, ¿esto era lo que tanto había deseado? ¿Este era el silencio macabro por el cual había sobrevivido todo este tiempo? Alec se volteó y miró fijamente a los cazadores que quedaban, pues el resto se había ido con Carphatia.
- Andando –ordenó, y entonces dos cazadores cargaron con el cuerpo de Marcus. Alec comenzó a bajar las escaleras, pues pensaba salir por la puerta como todo un señor victorioso. Su cabello azabache ondeaba suavemente a medida que sus pies marcaban el paso, y sus ojos rojos adquirieron un extraño tono anaranjado.
Te observo y puedo advertir tu mente sin intenciones.
No quiero ser insensible, pero aquí me ves.
Quisiera poder gritar y explicarte lo que siento dentro...
pero todo lleva tiempo, y mucha paciencia.
Si esto es un crimen, ¿cómo puede ser que no sienta dolor?
¿No puedes verlo en mis ojos? Mira hasta dónde he llegado.
Y este podría ser nuestro último adiós.
No quiero ser insensible, pero aquí me ves.
Quisiera poder gritar y explicarte lo que siento dentro...
pero todo lleva tiempo, y mucha paciencia.
Si esto es un crimen, ¿cómo puede ser que no sienta dolor?
¿No puedes verlo en mis ojos? Mira hasta dónde he llegado.
Y este podría ser nuestro último adiós.
- Alec Baskerville
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