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Habitación de Ziel, Bella y Marcus
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- Yuuki Cross
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1975
Edad : 30
Localización : Patrullando o dormida en clase...
Empleo /Ocio : Prefecta de la academia
Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Abrió la puerta con un leve golpe de su pie y la cerró tras de sí. Llevó el cuerpo adormilado de Ziel hasta la cama y lo depositó allí, cubriéndole con las mantas de un modo paternal. Acarició su frente suavemente y le dio un beso. Sonrió y se encaminó hacia la puerta otra vez, cerrándola sin hacer ningún ruido. Comenzó a bajar las escaleras, leería un rato mientras esperaba por Bella.
- Marcus O'Conell
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
"Todos los que quieras"
Esa fue lo último que escuché. Después ya no hubo nada más que sueño y cansancio acumulado. Relajación. Mi cuerpo fue trasladado hacia el interior de la vivienda y ni siquiera me enteré. Llevaba semanas sin descansar ni dormir. Y a pesar de ser un vampiro, los constantes golpes terminaban por hacer mella físicamente. No obstante, la cara infantil y pálida del neófito parecía estar esculpida sobre la porcelana de cualquier muñeca, adornada con cabellos azules vivo. Justamente, sin respiración como estaba, parecía un verdadero muñeco de tamaño real con una media sonrisa en la cara. Sin pesadillas, sin malos sueños que atormentaran el descanso. Todo un placer para los sentidos.
E interiormente, no entendía la razón ni el por qué los brazos de Bella y los de Marcus eran siempre lugares donde acababa dormido cual niño pequeño. Pero me gustaba esa sensación cuando ambos me tenían estrechado. Mi madre también hacía eso hace tantísimo tiempo, que parecieran recordarme que ella todavía seguía presente. Sin duda, últimamente la mencionaba mucho más de seguido; la echaba de menos. Mucho. Muchísimo. Ella fue la única que me aportó una familia cuando los Olivier me dieron en adopción. Y tanto la tenía en mente, que indudablemente, estuve soñando con ella. Con las memorias de una infancia que creía usurpada de alguien.
Primavera, hace ya muchos años. Festival de los cerezos. Y dentro de aquella casa de teja naranja y paredes blancas, dos individuos miraban por la ventana; en cómo la cristalera se manchaba de las gotas de lluvia. La madre del pequeño niño de pelo y ojos azules se encontraba al lado de su cama, sosteniendo su mano mientras acariciaba su pelo empapado de sudor con una magnífica sonrisa alentadora.
-Mamá, quiero ir. - Dijo el hijo, señalando con la mano libre la ventana. Su mayor deseo no era recuperarse de las altas y agotadoras fiebres de su débil cuerpo, sino de acudir a una celebración de la estación que seguramente se hubiera arruinado por la lluvia.
-Ziel, este año no podemos ir a ver los cerezos. - Susurró a su retoño dulcemente, soltando su mano. Quitó el paño de su frente y volvió a mojarlo en agua fría, escurriéndolo y depositándolo nuevamente sobre la zona de antes. - Está lloviendo y el festival seguro que lo han cancelado. Además, no quiero que empeores, Ziel. - Tomó de nuevo la mano del pequeño y lo besó. - El año que viene, cuando te recuperes, iremos a ver las flores de cerezo. ¿Te parece bien? - Sonrió de nuevo, acariciando sus cabellos azules, consiguiendo la aceptación del pequeño. Su voz comenzó a entonar una suave canción tarareada. Los ojos del joven comenzaron a cerrarse por el cansancio de las fiebres de la enfermedad y finalmente, acabó durmiendo en plena tormenta.
El año que viene iremos a ver los cerezos florecer, Ziel.
En cambio, nunca ocurrió. Los años comenzaron a pasar y a medida que el chico crecía y estiraba, su madre envejecía cada vez más y más. Ya era mayor cuando le cedieron dicho bebé en la puerta de su casa, de modo que cuando la salud del más joven comenzó a mejorar, la otra empeoró notablemente. Y aun así, madre e hijo seguían apoyándose mutuamente. Hasta que inevitablemente, tuvo que buscar ayuda en otra parte: la Academia Cross. Esa vez fue la última que la vio.
Esta resultó la principal razón por la que las palabras de Marcus habían supuesto la felicidad absoluta del neófito durmiente, pues después de tanto tiempo, podría acudir a la festividad de los cerezos. Y en su propia casa -dado que era peligroso salir e ir a visitar el templo con tantos humanos alrededor, cosa que provocaría todos mis sentidos menos experimentados-.
Y la música, la letra de aquella antigua canción, eran apenas un recuerdo que no recordaba casi. Sin embargo, después de rememorarla, sus labios comenzaron a moverse inconscientemente entre sus sueños, en silencio, sin emitir sonido alguno; sonriendo.
De repente, subí los párpados al escuchar la puerta cerrarse. Me posicioné bocarriba, poniendo un brazo sobre los ojos, azules nuevamente. Se escuchó un leve suspiro. Ah, recuerdos. Dichosos y malditos recuerdos. Me dolía la cabeza de no descansar y consumirme lentamente por ellos. A veces los borraría todos y otras ni siquiera los olvidaría, pese a muy sufridos que fueran; pues olvidar uno, significaría olvidar todos. Sonreí de seguir manteniendo esos adorados y espléndidos recuerdos. Si los perdía, sería perder mi pasado, mi presente y futuro. No sería nadie ni nada sin ellos. Sin embargo, sabía que no debía permanecer en el pasado, sino mirar hacia delante. Y exactamente, fue lo que hice. Retiré el brazo del rostro y miré el techo. Esta casa... ahora era mi nuevo hogar. Pero, ¿los cazadores no la encontrarían? ¿Qué sucedería cuando pasaran los años? Los vecinos envejecerían y nosotros...
Ladeé la cabeza hacia un lado, encontrando una de las mesillas. E inmediatamente me incorporé preocupado. ¿Dónde estaban todos? ¿Por qué ya ni siquiera estaba Kasha? ¿Y Bella, dónde estaba? ¿Marcus? Se levantó a toda prisa. ¿Por qué era el único que estaba en aquella casa? ¿Dónde se encontraban todos?, repetía sin atender demasiado al olfato ni al oído. El pulso se acceleraba a cada segundo. Los pies se movieron de un lado hacia otro. La habitación parecía dar vueltas, mientras comprobaba visualmente cómo allí ya no había nadie. ¿Acaso esto fue una simple historia para mantener a un neófito encerrado? ¿Acaso lo único que buscaban todos eran mantenerme aislado en este lugar? No, no quería estar aquí solo. No quería más soledad. Sin pensarlo dos veces, salí corriendo a certificar el hecho.
Esa fue lo último que escuché. Después ya no hubo nada más que sueño y cansancio acumulado. Relajación. Mi cuerpo fue trasladado hacia el interior de la vivienda y ni siquiera me enteré. Llevaba semanas sin descansar ni dormir. Y a pesar de ser un vampiro, los constantes golpes terminaban por hacer mella físicamente. No obstante, la cara infantil y pálida del neófito parecía estar esculpida sobre la porcelana de cualquier muñeca, adornada con cabellos azules vivo. Justamente, sin respiración como estaba, parecía un verdadero muñeco de tamaño real con una media sonrisa en la cara. Sin pesadillas, sin malos sueños que atormentaran el descanso. Todo un placer para los sentidos.
E interiormente, no entendía la razón ni el por qué los brazos de Bella y los de Marcus eran siempre lugares donde acababa dormido cual niño pequeño. Pero me gustaba esa sensación cuando ambos me tenían estrechado. Mi madre también hacía eso hace tantísimo tiempo, que parecieran recordarme que ella todavía seguía presente. Sin duda, últimamente la mencionaba mucho más de seguido; la echaba de menos. Mucho. Muchísimo. Ella fue la única que me aportó una familia cuando los Olivier me dieron en adopción. Y tanto la tenía en mente, que indudablemente, estuve soñando con ella. Con las memorias de una infancia que creía usurpada de alguien.
Primavera, hace ya muchos años. Festival de los cerezos. Y dentro de aquella casa de teja naranja y paredes blancas, dos individuos miraban por la ventana; en cómo la cristalera se manchaba de las gotas de lluvia. La madre del pequeño niño de pelo y ojos azules se encontraba al lado de su cama, sosteniendo su mano mientras acariciaba su pelo empapado de sudor con una magnífica sonrisa alentadora.
-Mamá, quiero ir. - Dijo el hijo, señalando con la mano libre la ventana. Su mayor deseo no era recuperarse de las altas y agotadoras fiebres de su débil cuerpo, sino de acudir a una celebración de la estación que seguramente se hubiera arruinado por la lluvia.
-Ziel, este año no podemos ir a ver los cerezos. - Susurró a su retoño dulcemente, soltando su mano. Quitó el paño de su frente y volvió a mojarlo en agua fría, escurriéndolo y depositándolo nuevamente sobre la zona de antes. - Está lloviendo y el festival seguro que lo han cancelado. Además, no quiero que empeores, Ziel. - Tomó de nuevo la mano del pequeño y lo besó. - El año que viene, cuando te recuperes, iremos a ver las flores de cerezo. ¿Te parece bien? - Sonrió de nuevo, acariciando sus cabellos azules, consiguiendo la aceptación del pequeño. Su voz comenzó a entonar una suave canción tarareada. Los ojos del joven comenzaron a cerrarse por el cansancio de las fiebres de la enfermedad y finalmente, acabó durmiendo en plena tormenta.
El año que viene iremos a ver los cerezos florecer, Ziel.
En cambio, nunca ocurrió. Los años comenzaron a pasar y a medida que el chico crecía y estiraba, su madre envejecía cada vez más y más. Ya era mayor cuando le cedieron dicho bebé en la puerta de su casa, de modo que cuando la salud del más joven comenzó a mejorar, la otra empeoró notablemente. Y aun así, madre e hijo seguían apoyándose mutuamente. Hasta que inevitablemente, tuvo que buscar ayuda en otra parte: la Academia Cross. Esa vez fue la última que la vio.
Esta resultó la principal razón por la que las palabras de Marcus habían supuesto la felicidad absoluta del neófito durmiente, pues después de tanto tiempo, podría acudir a la festividad de los cerezos. Y en su propia casa -dado que era peligroso salir e ir a visitar el templo con tantos humanos alrededor, cosa que provocaría todos mis sentidos menos experimentados-.
Y la música, la letra de aquella antigua canción, eran apenas un recuerdo que no recordaba casi. Sin embargo, después de rememorarla, sus labios comenzaron a moverse inconscientemente entre sus sueños, en silencio, sin emitir sonido alguno; sonriendo.
De repente, subí los párpados al escuchar la puerta cerrarse. Me posicioné bocarriba, poniendo un brazo sobre los ojos, azules nuevamente. Se escuchó un leve suspiro. Ah, recuerdos. Dichosos y malditos recuerdos. Me dolía la cabeza de no descansar y consumirme lentamente por ellos. A veces los borraría todos y otras ni siquiera los olvidaría, pese a muy sufridos que fueran; pues olvidar uno, significaría olvidar todos. Sonreí de seguir manteniendo esos adorados y espléndidos recuerdos. Si los perdía, sería perder mi pasado, mi presente y futuro. No sería nadie ni nada sin ellos. Sin embargo, sabía que no debía permanecer en el pasado, sino mirar hacia delante. Y exactamente, fue lo que hice. Retiré el brazo del rostro y miré el techo. Esta casa... ahora era mi nuevo hogar. Pero, ¿los cazadores no la encontrarían? ¿Qué sucedería cuando pasaran los años? Los vecinos envejecerían y nosotros...
Ladeé la cabeza hacia un lado, encontrando una de las mesillas. E inmediatamente me incorporé preocupado. ¿Dónde estaban todos? ¿Por qué ya ni siquiera estaba Kasha? ¿Y Bella, dónde estaba? ¿Marcus? Se levantó a toda prisa. ¿Por qué era el único que estaba en aquella casa? ¿Dónde se encontraban todos?, repetía sin atender demasiado al olfato ni al oído. El pulso se acceleraba a cada segundo. Los pies se movieron de un lado hacia otro. La habitación parecía dar vueltas, mientras comprobaba visualmente cómo allí ya no había nadie. ¿Acaso esto fue una simple historia para mantener a un neófito encerrado? ¿Acaso lo único que buscaban todos eran mantenerme aislado en este lugar? No, no quería estar aquí solo. No quería más soledad. Sin pensarlo dos veces, salí corriendo a certificar el hecho.
- Ziel A. Carphatia
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Empleo /Ocio : Alumno a tiempo parcial y zorro el resto del día (?)
Humor : No te acerques por si acaso...
Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Cuando salí del baño corrí hacia el dormitorio. No quería que nadie me viera solo con una toalla. Cerré la puerta con rapidez y me di cuenta de que Ziel y Marcus ya habían estado aquí.
Abrí y al armario y cogí un par de prendas al azar. Unos vaqueros negros con una camisa a juego. De los zapatos ya me encargaría luego. Me gustaba estar descalza.
Me puse todo aquello y vi que por suerte me quedaban estupendamente. Parecía mentira que esto fuera una casa ajena. Todavía no había tenido la oportunidad de hablar con ellos desde que desperté. No sabía que hacíamos aquí exactamente.
En cuanto terminé salí corriendo en busca de Marcus y Ziel.
Abrí y al armario y cogí un par de prendas al azar. Unos vaqueros negros con una camisa a juego. De los zapatos ya me encargaría luego. Me gustaba estar descalza.
Me puse todo aquello y vi que por suerte me quedaban estupendamente. Parecía mentira que esto fuera una casa ajena. Todavía no había tenido la oportunidad de hablar con ellos desde que desperté. No sabía que hacíamos aquí exactamente.
En cuanto terminé salí corriendo en busca de Marcus y Ziel.
- Bella.N.Gring
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Nada más entrar al dormitorio, se escuchó un portazo desde la planta inferior.
Me giré rápidamente, con la intención de golpear la puerta de una patada, pero me detuve antes de hacer efectivo el golpe. Ahora no medía la fuerza igual que antes y todo fuera que saliera volando hacia el pasillo. Apreté más los puños, queriendo destrozar o romper lo que fuera. La tensión que tenía encima era totalmente desequilibrada. Estaba molesto, cabreado... ¡qué digo! Me siento totalmente enfurecido. De no haber estado Bella delante, seguramente hubiera abofeteado a Marcus sin consideración. En cambio, se mordió la lengua y había terminado subiendo las escaleras para frustrar su enfado a solas.
Pasé una mano por la cabeza, echando hacia atrás el pelo y sujetando los de la nuca. Ahg, siempre él y su saber estar, su seridad, su porte y su elegancia; en los morros, como siempre. Suspiré y cerré los ojos, para intentar tranquilizarme. El cuerpo del chico acabó tirándose contra la cama, quedando como un cadáver sobre las sábanas blancas. Oculté la cabeza con la almohada e introdujo seguidamente su cuerpo bajo las sábanas y haciéndose un pequeño ovillo.
-¡Marcus, idiota! - Grité, como si fuera el propio vampiro el que estuviera en la sala, aun sabiendo que se encontraba abajo. - "Todo hombre de mi edad debe parecerlo, sino resultaría extenuadamente aburrido". - Imité burlonamente, arrugando el ceño, ciñendo la almohada sobre la cabeza. - ¡Ni aunque te pongas esas estúpidas gafas conseguirás parecer interesante! - Vociferé nuevamente con todas mis fuerzas. Conocía perfectamente que no era verdad, pues si Marcus tenía algo destacable por encima del resto de sus cualidades, era aquel síntoma enigmático que te entraba al mirar sus ojos. Me encogí más, trazando la línea que delimitaba mi enfado y un nuevo capazón que proteger. No quería escuchar nada de sus labios otra vez, ni siquiera una de sus miserable excusas. Él siempre elegía las palabras con inteligencia y conseguía lo que quería. No dudaba absolutamente nada de que lograba hacer que le perdonara nuevamente. O quizá estuviera divirtiéndose por tan extraña escena. Sí, seguro que estaba riéndose a carcajadas. Lo conocía demasiado bien como para saber que lo haría. Apreté los dientes, imaginándome la escena. Anteriormente ya lo hizo cuando creía que iba a ahogarme, no resultaba imposible.
-¡Pues muy bien, no soy perfecto! - Volví a gritar, sacando fuera las palabras que me hubiera gustado gritarle. Lentamente, pequeñas lágrimas se escapaban por su ojos.
"Tú lo dices porque me conoces, pero las muchachas que andan fuera no saben nada de mí, y sólo ven esta apariencia seria y cortés"
Su voz resonó dentro de la cabeza del neófito, como si estuviera contestando el mismísimo Marcus.
-¡Eres un maldito mujeriego! ¡Nada más que piensas en lo que dirán las mujeres! - Me desquiciaba totalmente. ¿Por qué se interesaba tanto en ellas? Yo también quería que Marcus se pusiera gafas por mí, y me preguntara mi opinión. Puede que lo negara, no obstante le producían inmensos celos que no lo hiciera por él, o siquiera por Bella; sino por extrañas que lo único que buscaban de él sería enredarse entre sus sábanas y millones de joyas hasta arruinarlo. Eso me enervaba. Y pensr que iba a buscar trabajo en el ámbito médico... me desquiciaba. Los hospitales están llenos de enfermeras con flojera de piernas. ¡Y yo creyendo que la medicina era una profesión respetable! Ahg, Pues muy bien por él. Ya veía lo mucho que le importábamos Bella y yo: una barata miseria. Que se fuera a buscar a cualquiera de esas muchachas a ver si hacía lo mismo que nosotros: defenderle frente a los cazadores y certificar que no era un asesino como todos lo veían, además de darle el cariño como si fuera uno más -incluso como a nuestro propio padre y como no, amante-. En cambio él prefería fijarse en faldas desconocidas y adecentarse en su favor. Agitado, pataleó por dentro de las sábanas, imaginando a Marcus agarrado de otra mujer que no fuera Bella.
-¡Corre! ¡Véte con ellas y déjanos en paz! ¡Te odio! - Alcé la voz de nuevo, debajo de la almohada. Con el brazo limpié los rastros de agua. No tenía ni sentido llorar por algo así. De alguna forma, hasta podía asegurar que lo estaba esperando. Supongo que eso es lo que más me dolía de todo: saberlo. Y si tanto quería encontrar una mujer, bien, que lo hiciera, pero que me dejara en paz a cambio. Estaba cansado de que me dijera que me quería, para luego estar hablando de otras mujeres en mi propia cara, a sabiendas de que lo amaba y que obviamente, no quería que una tercera persona se interpusiera. Por el simple hecho de ser un hombre no era sencillo darle un beso en plena calle cuando me apeteciera, de modo que únicamente pareciera mi padre o un simple amigo de Kai. Y si lo único que quería Marcus O'Conell era intimidad, pues que la encontrara con alguna de esas fulanas de poca monta. Que se fuera e hiciera verdaderamente lo que decía con sus farsas y su gran ironía. Porque yo, no quería saber nada de él ni de esta casa.
Pero en el fondo, sabía que no quería que Marcus desapareciera de mi vida.
De repente, hubo una dósis de neutralidad en su nerviosismo, calmándole medianamente. En ese estado, no iba a conseguir recuperarlo. Sí, había mordido el cojín inconscientemente. Y lo volvería a hacer mil veces. Marcus nació vampiro, en vez de humano. Jamás necesitó de aire para vivir, ni tampoco ha sentido sensación de agobio que entra cuando te falta el oxígeno antes de perder el conocimiento, ni sabe lo que es enfermar o conocer que algún día vas a morir inevitablemente, ya que prácticamente has nacido para ello. Él no se ha sentido humano, como para saber lo que es todo eso. Él no, siempre fue inmortal; un vampiro corpulento, fuerte y prácticamente mortal para cualquier otro inmortal. Nunca necesitó de nadie para valerse por sí mismo. Entonces, ¿por qué te fijaste en alguien como yo? ¿Por qué no simplemente romper el trato y las esperanzas de un muchacho, y luego marcharte a cualquier lugar? ¿Por qué entonces me culpas por morderlo o te ríes porque estuviera concienciándome de que no necesitaba respirar? ¿Por qué si no, quedarse con un chico enfermo que se convertiría en un neófito casi incontrolable?
Giré la cabeza hacia un lado, molesto. La única respuesta que podía converger era que estuvieran jugando con una de sus nuevas marionetas. Yo era una carga para dos vampiros como ellos, los cuales no necesitaban de nadie para defenderse. Porque Marcus O'Conell y Bella Gring podían presumir de lo que quisieran. Porque eran verdaderamente perfectos. Su piel blanquecina pareciera estar esculpida sobre el más puro mármol y sus rostros los trazó el mejor pintor de todos. Podían enamorar a cualquier humano que se posara sobre sus ojos, sin necesidad de unas simples gafas para aparentar seriedad y parecer interesante, sino por simple capricho, pues tenían ese exitoso don. Pero justamente la perfección de ambos, hacía que me sintiera mucho más inferior de lo que era en comparación con ambos. A su diferencia, yo estaba manchado, golpeado, había sido profanado, vendido y marcado como un mísero animal. Y lo único que quería eran pequeñas muestras de afecto para sentirme mejor con todos los recuerdos. No tenía nada que ofrecerles a cambio, salvo poner mi esfuerzo y dar lo mejor por ellos, además de un cariño del que estaba carente últimamente por culpa de los cazadores. De modo, ¿qué necesidad tenían de permanecer al lado de alguien así?
Solamente hacía falta fijarse en la situación actual, donde vampiros y cazadores se preocupaban por mantener a raya a un vampiro neófito. Encerrado. Así es como me veía. No distaba mucho de cómo me tenían los cazadores, a gran excepción de que aquí podía moverme, recibía cariño y no necesitaban golpearme. Pero seguía entre cuatro paredes que se extendían a través de toda la casa, formando diferentes habitaciones. Era como ver el exterior a través de la jaula, pero sabiendo que no puedes salir de ahí dado que otro tiene la llave. Sin embargo, aquí se vivía mucho mejor que en aquella andrajosa celda, maniatado y golpeado como un animal salvaje. En cambio, algunas veces, empezaba a pensar que casi hubiera sido mejor que jamás hubieran venido a rescatarme. Ninguno de los dos habrían salido heridos en ninguna ocasión, y sin embargo seguían esforzándose por continuar buscándome. Se ahogó por dentro de la almohada, culpable.
¿Aunque debería por ello, quedarme en este lugar y sacrificarles en mi favor? No. Absolutamente no. Además, Marcus parecía estar dispuesto a recordarme la poca dignidad que me quedaba, ya fuera hablando de sus mujeres, como riéndose por las manifestaciones humanas que daba. Ya fuera también por todas las veces que dijo que iba a protegerme y que iba a enseñarme a controlarme, y al final lo único que hacía era marcharse para matar cazadores. Todo le resultaba gracioso y fuera de su "normalidad". Incluso me apartaba constantemente y sin darse cuenta seguramente. ¿Por qué? Porque era débil, indefenso, vulnerable. Y por ello quería tenerme encerrado.
-¡Yo no soy tu concubina! - Me despojé. Ni siquiera concebía la idea de tenerlo al lado, porque seguramente ya lo hubiera golpeado. Grité de repente. No quería estar con nadie ahora mismo. Quería estar solo, pensar. Buscar tranquilidad y descanso, pues es lo que estaba cambiando radicalmente los pensamientos del neófito y desatando su locura. Estaba agotado pero no hallaba sueño. Se encontraba dolido y nervioso, pero no hallaba consuelo.
Como Marcus decía: "debía enfrentarme a mis propios demonios"; pero esta vez, lo haría solo y sin involucrar a los que verdaderamente me importaban. Aunque ya... no sabía qué prioridades tenía.
Pesaroso, me levanté y abrí la ventana. El aire me dio completamente en la cara mientras movía las cortinas. Y sigiloso, acabé por saltar a la rama más cercana -aquella por la que entró Kasha anteriormente- y desaparecer en plena noche. El joven y tierno neófito abandonó la casa, en busca de una añorada libertad; en busca de un consuelo que rompiera sus penas sin necesidad de hacerle recordar o quizá, un arma que terminara con su incoherente existencia.
Me giré rápidamente, con la intención de golpear la puerta de una patada, pero me detuve antes de hacer efectivo el golpe. Ahora no medía la fuerza igual que antes y todo fuera que saliera volando hacia el pasillo. Apreté más los puños, queriendo destrozar o romper lo que fuera. La tensión que tenía encima era totalmente desequilibrada. Estaba molesto, cabreado... ¡qué digo! Me siento totalmente enfurecido. De no haber estado Bella delante, seguramente hubiera abofeteado a Marcus sin consideración. En cambio, se mordió la lengua y había terminado subiendo las escaleras para frustrar su enfado a solas.
Pasé una mano por la cabeza, echando hacia atrás el pelo y sujetando los de la nuca. Ahg, siempre él y su saber estar, su seridad, su porte y su elegancia; en los morros, como siempre. Suspiré y cerré los ojos, para intentar tranquilizarme. El cuerpo del chico acabó tirándose contra la cama, quedando como un cadáver sobre las sábanas blancas. Oculté la cabeza con la almohada e introdujo seguidamente su cuerpo bajo las sábanas y haciéndose un pequeño ovillo.
-¡Marcus, idiota! - Grité, como si fuera el propio vampiro el que estuviera en la sala, aun sabiendo que se encontraba abajo. - "Todo hombre de mi edad debe parecerlo, sino resultaría extenuadamente aburrido". - Imité burlonamente, arrugando el ceño, ciñendo la almohada sobre la cabeza. - ¡Ni aunque te pongas esas estúpidas gafas conseguirás parecer interesante! - Vociferé nuevamente con todas mis fuerzas. Conocía perfectamente que no era verdad, pues si Marcus tenía algo destacable por encima del resto de sus cualidades, era aquel síntoma enigmático que te entraba al mirar sus ojos. Me encogí más, trazando la línea que delimitaba mi enfado y un nuevo capazón que proteger. No quería escuchar nada de sus labios otra vez, ni siquiera una de sus miserable excusas. Él siempre elegía las palabras con inteligencia y conseguía lo que quería. No dudaba absolutamente nada de que lograba hacer que le perdonara nuevamente. O quizá estuviera divirtiéndose por tan extraña escena. Sí, seguro que estaba riéndose a carcajadas. Lo conocía demasiado bien como para saber que lo haría. Apreté los dientes, imaginándome la escena. Anteriormente ya lo hizo cuando creía que iba a ahogarme, no resultaba imposible.
-¡Pues muy bien, no soy perfecto! - Volví a gritar, sacando fuera las palabras que me hubiera gustado gritarle. Lentamente, pequeñas lágrimas se escapaban por su ojos.
"Tú lo dices porque me conoces, pero las muchachas que andan fuera no saben nada de mí, y sólo ven esta apariencia seria y cortés"
Su voz resonó dentro de la cabeza del neófito, como si estuviera contestando el mismísimo Marcus.
-¡Eres un maldito mujeriego! ¡Nada más que piensas en lo que dirán las mujeres! - Me desquiciaba totalmente. ¿Por qué se interesaba tanto en ellas? Yo también quería que Marcus se pusiera gafas por mí, y me preguntara mi opinión. Puede que lo negara, no obstante le producían inmensos celos que no lo hiciera por él, o siquiera por Bella; sino por extrañas que lo único que buscaban de él sería enredarse entre sus sábanas y millones de joyas hasta arruinarlo. Eso me enervaba. Y pensr que iba a buscar trabajo en el ámbito médico... me desquiciaba. Los hospitales están llenos de enfermeras con flojera de piernas. ¡Y yo creyendo que la medicina era una profesión respetable! Ahg, Pues muy bien por él. Ya veía lo mucho que le importábamos Bella y yo: una barata miseria. Que se fuera a buscar a cualquiera de esas muchachas a ver si hacía lo mismo que nosotros: defenderle frente a los cazadores y certificar que no era un asesino como todos lo veían, además de darle el cariño como si fuera uno más -incluso como a nuestro propio padre y como no, amante-. En cambio él prefería fijarse en faldas desconocidas y adecentarse en su favor. Agitado, pataleó por dentro de las sábanas, imaginando a Marcus agarrado de otra mujer que no fuera Bella.
-¡Corre! ¡Véte con ellas y déjanos en paz! ¡Te odio! - Alcé la voz de nuevo, debajo de la almohada. Con el brazo limpié los rastros de agua. No tenía ni sentido llorar por algo así. De alguna forma, hasta podía asegurar que lo estaba esperando. Supongo que eso es lo que más me dolía de todo: saberlo. Y si tanto quería encontrar una mujer, bien, que lo hiciera, pero que me dejara en paz a cambio. Estaba cansado de que me dijera que me quería, para luego estar hablando de otras mujeres en mi propia cara, a sabiendas de que lo amaba y que obviamente, no quería que una tercera persona se interpusiera. Por el simple hecho de ser un hombre no era sencillo darle un beso en plena calle cuando me apeteciera, de modo que únicamente pareciera mi padre o un simple amigo de Kai. Y si lo único que quería Marcus O'Conell era intimidad, pues que la encontrara con alguna de esas fulanas de poca monta. Que se fuera e hiciera verdaderamente lo que decía con sus farsas y su gran ironía. Porque yo, no quería saber nada de él ni de esta casa.
Pero en el fondo, sabía que no quería que Marcus desapareciera de mi vida.
De repente, hubo una dósis de neutralidad en su nerviosismo, calmándole medianamente. En ese estado, no iba a conseguir recuperarlo. Sí, había mordido el cojín inconscientemente. Y lo volvería a hacer mil veces. Marcus nació vampiro, en vez de humano. Jamás necesitó de aire para vivir, ni tampoco ha sentido sensación de agobio que entra cuando te falta el oxígeno antes de perder el conocimiento, ni sabe lo que es enfermar o conocer que algún día vas a morir inevitablemente, ya que prácticamente has nacido para ello. Él no se ha sentido humano, como para saber lo que es todo eso. Él no, siempre fue inmortal; un vampiro corpulento, fuerte y prácticamente mortal para cualquier otro inmortal. Nunca necesitó de nadie para valerse por sí mismo. Entonces, ¿por qué te fijaste en alguien como yo? ¿Por qué no simplemente romper el trato y las esperanzas de un muchacho, y luego marcharte a cualquier lugar? ¿Por qué entonces me culpas por morderlo o te ríes porque estuviera concienciándome de que no necesitaba respirar? ¿Por qué si no, quedarse con un chico enfermo que se convertiría en un neófito casi incontrolable?
Giré la cabeza hacia un lado, molesto. La única respuesta que podía converger era que estuvieran jugando con una de sus nuevas marionetas. Yo era una carga para dos vampiros como ellos, los cuales no necesitaban de nadie para defenderse. Porque Marcus O'Conell y Bella Gring podían presumir de lo que quisieran. Porque eran verdaderamente perfectos. Su piel blanquecina pareciera estar esculpida sobre el más puro mármol y sus rostros los trazó el mejor pintor de todos. Podían enamorar a cualquier humano que se posara sobre sus ojos, sin necesidad de unas simples gafas para aparentar seriedad y parecer interesante, sino por simple capricho, pues tenían ese exitoso don. Pero justamente la perfección de ambos, hacía que me sintiera mucho más inferior de lo que era en comparación con ambos. A su diferencia, yo estaba manchado, golpeado, había sido profanado, vendido y marcado como un mísero animal. Y lo único que quería eran pequeñas muestras de afecto para sentirme mejor con todos los recuerdos. No tenía nada que ofrecerles a cambio, salvo poner mi esfuerzo y dar lo mejor por ellos, además de un cariño del que estaba carente últimamente por culpa de los cazadores. De modo, ¿qué necesidad tenían de permanecer al lado de alguien así?
Solamente hacía falta fijarse en la situación actual, donde vampiros y cazadores se preocupaban por mantener a raya a un vampiro neófito. Encerrado. Así es como me veía. No distaba mucho de cómo me tenían los cazadores, a gran excepción de que aquí podía moverme, recibía cariño y no necesitaban golpearme. Pero seguía entre cuatro paredes que se extendían a través de toda la casa, formando diferentes habitaciones. Era como ver el exterior a través de la jaula, pero sabiendo que no puedes salir de ahí dado que otro tiene la llave. Sin embargo, aquí se vivía mucho mejor que en aquella andrajosa celda, maniatado y golpeado como un animal salvaje. En cambio, algunas veces, empezaba a pensar que casi hubiera sido mejor que jamás hubieran venido a rescatarme. Ninguno de los dos habrían salido heridos en ninguna ocasión, y sin embargo seguían esforzándose por continuar buscándome. Se ahogó por dentro de la almohada, culpable.
¿Aunque debería por ello, quedarme en este lugar y sacrificarles en mi favor? No. Absolutamente no. Además, Marcus parecía estar dispuesto a recordarme la poca dignidad que me quedaba, ya fuera hablando de sus mujeres, como riéndose por las manifestaciones humanas que daba. Ya fuera también por todas las veces que dijo que iba a protegerme y que iba a enseñarme a controlarme, y al final lo único que hacía era marcharse para matar cazadores. Todo le resultaba gracioso y fuera de su "normalidad". Incluso me apartaba constantemente y sin darse cuenta seguramente. ¿Por qué? Porque era débil, indefenso, vulnerable. Y por ello quería tenerme encerrado.
-¡Yo no soy tu concubina! - Me despojé. Ni siquiera concebía la idea de tenerlo al lado, porque seguramente ya lo hubiera golpeado. Grité de repente. No quería estar con nadie ahora mismo. Quería estar solo, pensar. Buscar tranquilidad y descanso, pues es lo que estaba cambiando radicalmente los pensamientos del neófito y desatando su locura. Estaba agotado pero no hallaba sueño. Se encontraba dolido y nervioso, pero no hallaba consuelo.
Como Marcus decía: "debía enfrentarme a mis propios demonios"; pero esta vez, lo haría solo y sin involucrar a los que verdaderamente me importaban. Aunque ya... no sabía qué prioridades tenía.
Pesaroso, me levanté y abrí la ventana. El aire me dio completamente en la cara mientras movía las cortinas. Y sigiloso, acabé por saltar a la rama más cercana -aquella por la que entró Kasha anteriormente- y desaparecer en plena noche. El joven y tierno neófito abandonó la casa, en busca de una añorada libertad; en busca de un consuelo que rompiera sus penas sin necesidad de hacerle recordar o quizá, un arma que terminara con su incoherente existencia.
- Ziel A. Carphatia
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Localización : Quién sabe.
Empleo /Ocio : Alumno a tiempo parcial y zorro el resto del día (?)
Humor : No te acerques por si acaso...
Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Cuando yo nací, la sombra llegó adentro de mi vida...
El lado oscuro de tu Sol llegó.
El lado oscuro de tu Sol llegó.
El coche giró a la izquierda y dejó las marcas candentes de las ruedas sobre el asfalto. Marcus temblaba un poco y por momentos amenazaba con perder el conocimiento. Había perdido algo de sangre pero aún consideraba que podía continuar. Marcus, lentamente, estaba cayendo en lo que había hecho, no sólo en el Consejo, sino también en el bosque. Lentamente, en medio de su posible inconsciencia e inestabilidad, comprendía que era peligroso, más de lo que él mismo podría imaginar. Aunque no comprendía aún de dónde había adquirido tales dones, podía asegurar que sería catastrófico. Cuando creó el escudo de Ziel, simplemente creyó que el mismo Ziel lo había hecho para protegerse del furor de la batalla, pero no tenía ni idea del sacrificio que el joven amante había hecho en aquel bosque. Pero ahora no tenía tiempo para continuar gastando energías con esos pensamientos. Lo hecho, hecho estaba, y su única preocupación era llevar a Ziel a casa, tal y como lo había prometido.
Pisó los frenos trescientos metros antes de llegar a destino. Bajó del automóvil y se acercó a Ziel para sostenerlo en brazos y bajarlo también. El cuerpo de Marcus temblaba y Ziel podría sentirlo, pero dijera lo que dijese, él no pararía hasta depositar a Ziel en su cómoda cama. No escucharía sus palabras, no atendería sus reclamos, porque estaba seguro que luego del espanto que le hizo pasar en el Consejo, Ziel querría desplegar sus opiniones y frustraciones a diestro y siniestro. Pero para eso habría tiempo después.
Una vez fuera del coche, Marcus elevó una pierna y empujó el vehículo, tensando la mandíbula y con un gran esfuerzo. Este, con el motor encendido, avanzó por la calle hasta desviarse y estrellarse con toda la furia sobre un paredón. Así cuando las autoridades buscasen el auto robado, creerían que el ladrón acabó muerto en su escape. Entonces, Marcus, instantáneamente, comenzó a correr con Ziel en brazos. El coche explotó a sus espaldas y el vampiro protegió a Ziel con su cuerpo por si llegaba a salir despedido del automóvil algún elemento que pudiera herirlo. Avanzó de ese modo, corriendo a toda velocidad, hasta cumplir con los trescientos metros y llegar a la casa. Como era de noche, nadie estaba allí para espiar a los fugitivos, asesinos, robacoches. Marcus puso los ojos en blanco ante ese pensamiento, e ingresó a la casa saltando por el muro que rodeaba al jardín. Sabía que Kasha había colocado allí varias trampas, pero conocía la ubicación y la tenacidad de las mismas. Una vez sorteados todos los obstáculos, ingresó en la casa. Cerró la puerta tras de sí y divisó las largas escaleras que le aguardaban. Marcus no podía más, pero aún no era momento de frenar.
Comenzó a ascender las escaleras, hasta llegar a la habitación. La sangre teñía el rostro de Marcus y entorpecía sus movimientos y sentidos por la falta de la misma dentro del cuerpo. Una vez dejó a Ziel sobre la cama, impecable y sin un rasguño, Marcus se vio obligado a inclinarse hacia adelante, depositando las manos sobre sus rodillas para sostener su cuerpo arqueado. Un fuerte dolor se adueñó de su pecho por todos los excesos del día. Reunió valor y, tras inhalar una gran cantidad de aire, se incorporó. Miró a Ziel y sonrió. Sonrió como un tonto enamorado tan inocente como un niño. A pesar de que su aspecto y sus acciones denotaran que de inocente no tiene nada, alguien que no lo conociese podría poner las manos en el fuego por él, asegurando que es un buen hombre. Pero la naturaleza de Marcus no es buena. Aunque sea amable y bondadoso con quienes quiere, su verdadera esencia está marcada por la pestilencia de un corazón impuro.
Gotas de sangre manchaban el tapizado, pero esas pequeñeces no eran nada comparado a lo que vendría a continuación.
- Iré... I-iré a... buscar a Be.. lla. Tan sólo qué... dat-te aquí -dijo agitado, pero entonces la sonrisa se borró y su expresión cambió. El cuerpo de Marcus volvió a arquearse y una gran cantidad de sangre fue expulsada por su boca, tiñiendo el suelo aún más. Marcus cayó de rodillas y se llevó una mano al pecho.
- ¿Por... qué..? -pregutó a sí mismo a duras penas, sin poder comprender qué ocurría con su cuerpo. La única certeza presente, hasta el momento, pero que ni siquiera era una certeza para él porque no lo sabía, era que Marcus estaba conectado con Ziel de una manera diferente. Si antes lo estaba gracias a la bendición del amor, ahora también lo estaba debido al sacrificio que hizo Ziel. Marcus llevaba sus dones ahora, y estos sólo se activarían correctamente cuando cada una de sus emociones y cada uno de sus pensamientos, estuvieran apuntados en una misma dirección: el neófito. De otro modo, Marcus no podría controlar todos esos dones en lo absoluto. Apenas podría controlar el suyo propio, incluso. Él vivía ahora, sólo y para Ziel. El chico, sin querer, lo había hecho su esclavo y los roles se veían invertidos, irónicamente, si se echa un vistazo al pasado. Y, como beneficio y contrapartida de esto, Ziel sólo estaría bien y librado de las penurias de su enfermedad si Marcus, su otra parte literalmente, estaba cerca suyo.
- Estoy bien, e-estaré... bien -se apresuró a decir, elevanto una mano hacia Ziel como si pretendiese detenerlo. Sabía que el chico se preocuparía y que sus nervios alcanzarían proporciones elevadas. Lo único que le daba seguridad tras encontrarse en semejante estado, era que estaban en su casa y que nada ni nadie podría poner en peligro a Ziel otra vez, con la excepción de una sola persona: Marcus mismo. Tal era la inestabilidad, que no sabía cómo demonios podría reaccionar de la noche a la mañana. Incluso había sentido una gran libertad al asesinar de esa forma otra vez. Sus más bajos y peligrosos impulsos se habían desatado.
- L-lama... L-lama a la casa de K-kasha... -se esforzó por decir, señalando el teléfono que se encontraba en una de las mesas de luz. Era necesario localizar a Bella pronto, y él jamás se perdonaría el hecho de no poder irla a buscar. Incluso en tal estado, temerario, se puso de pie otra vez y avanzó dos pasos hacia la puerta del dormitorio, pero cayó irremediablemente al suelo. Quizo hacer un intento más por ir a buscar a Bella y ponerla a salvo también, pero jamás imaginaría que ese hubiera sido el último intento.
- N-nunca debí c-creer... que podría s-sacar algo b-bueno de... esa gente... -susurró a duras penas, mirando a Ziel desde su sitio en el suelo, incapaz de moverse-. Iluso de mí... n-nunca debí... confiar en... ellos -maldijo interiormente tras pronunciar aquellas palabras-. Pero c-creo que lo he... remediado, aunque no sé... cómo -prosiguió, riendo suavemente entre dolor y dolor tras recordar cómo había acabado con los miembros del Consejo y cómo había manipulado sus mentes para hacerles creer que fueron los cazadores y poner las cartas a su favor-. P-perdóna... me... por todo... -concluyó, mientras sus rojos ojos se empañaban y se apagaban lentamente, dando paso al merecido descanso que a cada momento los enemigos impedían.
- ¿Ves? Te dije q-que... te traería... a c-casa...
Una última sonrisa y la anestecia luego de la euforia. La mente de Marcus O'Conell se apagó.
~Cada lágrima llorarás.
Cada día me voy a morir.
Con mi sangre puedes sobrevivir y vivir para siempre..
en el Infierno.
Con mi sangre ahora eres libre.
Como un grito, vuela hacia mí.~
Cada día me voy a morir.
Con mi sangre puedes sobrevivir y vivir para siempre..
en el Infierno.
Con mi sangre ahora eres libre.
Como un grito, vuela hacia mí.~
- Marcus O'Conell
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Todo ocurrió bastante rápido. Demasiado.
Casi podría asegurar que se había producido en un simple parpadeo. Las caricias comenzaron a tratar mi cuerpo, sedándome lentamente; así como si Marcus estuviera intentando hacer que durmiera sin preocupaciones, con la única certeza de que él seguiría allí para cuando despertara. En cambio, los besos, la impaciencia de su lengua por recorrer mi cuello, sembraban algo más que anestesia: Deseo. El más puro y ferviente deseo de tenerle abrazado, de besarle, pensando en dejar que recorriera a gusto y placer el mármol de mi cuerpo entre las sábanas; mojándolas con el aroma de ambos. Y por un momento, las penas quedaban de lado, las esperanzas florecían nuevamente y las lágrimas se marchaban del rostro del neófito; centrándose la atención en los ojos de Marcus. Estaba seguro que podía ver a través de ellos casi todo lo que estaba pensando y ciertamente, así fue.
Y de repente, sin que siquiera pudiera preveerlo, el amante recibió la descarga eléctrica por parte del localizador. Luego, la voz de Marcus se alzó de más en dirección al médico. Ahí es donde todo pareció perder sentido, donde el vampiro consumía su paciencia con el Consejo. Más tarde, los cuerpos de las enfermeras se encontraban cayendo a mis espaldas; prácticamente hacía unos escasos minutos. Y aunque no pudiera ver cómo su sangre se derramaba, podía olerles, podía escucharles, podía... podía trazar la mayor catástrofe dentro de mi cabeza sobre lo que ocurría. Lo único que hice entonces fue cerrar los ojos y encorvarme, para hacer que no existía dentro de aquella habitación. Tapé los oídos con tal de no escuchar la muerte acechando a mis espaldas, esperando que esta vez no se fijara en el llamativo color de mi cabello. En cuanto a verdad, imaginaba la razón por la cual Marcus había decidido actuar -ya que no dejarían que tocaran nuevamente a su protegido-, pero yo era de los seguían pensando que "todas las personas tenían algo bueno en el fondo" y que "las cosas podían suceder de otra manera. Siempre había intentado inculcárselo a Marcus, y sin embargo, él acababa por agotar sus esperanzas en tan solo unos segundos.
Del resto apenas me enteré. De buenas a primeras, la sangre de Marcus caía por su rostro, horrorizándome el hecho de que volviera a perder el control. Su respiración forzosa se estrellaba sobre mis ojos, provocando que los cerrara intermitentemente. ¿Por qué? ¿Cómo resultó para que todo se convirtiera en la misma situación? ¿Qué fue verdaderamente lo que ocasionó que Marcus perdiera nuevamente el control de sus habilidades? Las preguntas no eran pocas en número y las respuestas no lograban enlazarse a cada cuestión. Y por si fueran escasas, pronto surgieron muchas más. Apenas pude creerlo cuando lo vi, pero así era. Delante de mis ojos se había proyectado un escudo igual que los que una vez también era capaz de hacer. Exactamente el mismo, pero con distinto color. Levanté el brazo, sorprendido, tratando de rozar con los dedos la materia que se generaba. En cambio, jamás me atreví a tocarlo propiamente. Esto... ¿era porque yo le entregué mi aura? ¿Había adquirido Marcus los dones que una vez poseí?
Era la gran pregunta que se formaba ahora. No pude apenas pensar en su respuesta afirmativa, ya que finalmente, tras la última muerte del médico que me trataba y sin entender bien cómo surgió, los propios vampiros del Consejo obedecieron las órdenes de Marcus y nos sacaron de allí. Y durante el largo recorrido, nada más que hacía repetir las imágenes y los sonidos que había percibido, incrédulo de que todo hubiera pasado tan de repente. Los ojos del neófito miraban la carretera perdido, somnoliento a causa de la fiebre, cansado, pero sobre todo, sorprendido. No obstante, no todo terminaba aquí. El coche acabó estrellándose y simplemente miré a Marcus a los ojos, sin entender bien sus propósitos. Otra vez las incógnitas se amontonaban sobre mi lengua y le impedían aclararse entre todas y soltar alguna de ellas, dejando que el silencio lo inundara todo y se viera únicamente interrumpido por su voz. Ni siquiera presté atención al lugar donde nos encontrábamos ahora, tan cerca de nuestra futura vivienda habitual.
Y todo esto pasó en cuestión de minutos.
Los ojos azules, inundados de incoherencias, se marcaban sobre los rubíes de Marcus O'Conell. Sus palabras, sus gestos, sus intenciones... No sabía cómo hacer para entenderlo, pues ahora había una burbuja que me aislaba de lo que sucedía correctamente así como estaba viéndolo; quedando inmóvil y sin capacidad de habla. Contemplaba los esfuerzos de él por querer hablar, la sangre corriendo por su boca y el intento de tranquilizar con su voz unos nervios que se encontraban de punta, de una piel erizada por lo siguiente que vendría y por una preocupación que no albergaba límites. Marcus continuaba siendo tan indescifrable como al principio. Porque, ¿qué hacía ahora? ¿Lo ayudaba a buscarla? ¿Huía por si se repitiese lo del bosque? ¿Preguntaba la razón de aquello? ¿Lo detenía de ir a buscar a Bella, con pro de su recuperación completa? ¿Iba a pedir ayuda a alguien que supiera manejar la situación? ¿Era esto producto de los delirios por la fiebre? Demasiadas opciones a elegir. Y de hecho, podía haber hecho la gran mayoría, pero el shock que experimentaba mi cabeza y recuerdos, noqueaba al resto de mi cuerpo.
El cuerpo de Marcus cayó frente a mis ojos, sin que hiciera nada por socorrerlo. Ziel... Ziel... Ziel, ¡reacciona!; resonó interiormente. El manto de imaginación se retiró veloz, mostrándose la cruda verdad de verle en el suelo. Entonces, sólo entonces, hubo un movimiento de reacción. El tono opaco azul adquirió el color habitual, tan brillante como siempre, comenzando a llenarse de agua levemente. Los pies se asomaron por la cama, rozando el suelo. Después, me percaté de la sangre que manchaba la alfombra. De reojo, regresé a mirar el cuerpo inconsciente. No lo dudé más. Me levanté y tomé aire. Ahora no tenía un aura que me solucionara las cosas, así que ahora debería lidiar con la Enfermedad y dar mi mayor esfuerzo antes de que las altas temperaturas fueran insoportables; antes de que los delirios febriles aparecieran. Lo había hecho de esta manera toda la vida, incluso viví de este modo aun siendo un crío y más tarde lo hice solo sin ningún tipo de ayuda; luego, ¿por qué tendría que ser diferente? Para nada. Sabía que podía estar enfermo y continuar moviéndome -ya que Marcus seguía encontrándose allí y su aura me producía contrariamente bienestar-.
Andé hasta él lentamente, controlando la respiración y los sudores de la frente. y me agaché, tomando uno de sus brazos y cargándolo sobre mis hombros. Lo levanté costosamente entre tambaleos, y sin retirar la vista de su rostro, lo acerqué a la cama. Con cuidado lo introduje dentro y lo incorporé, poniendo su espalda sobre mi hombro. Cerré los ojos.
-¿Por qué, Marcus? ¿Por qué hacías todo esto, sin mirar en lo que estás sufriendo en tus carnes? ¿Por qué te arriesgas tanto? ¿Por qué nunca optas por dejar que te ayuden a llevarlo? - Pregunté al vuelo, aprovechando su inconsciencia. Tomé la temperatura de mi frente y asentí para mis adentros. Bien, la fiebre no era demasiado alta y podría continuar durante un rato más. Esta vez no iba a dejar el trabajo que tenía planeado a medias. Procuraría atender a Marcus y tenerle en las mejores condiciones posibles; del mismo modo que tendría que haberlo hecho anteriormente, trayéndolo a casa en vez de perder tontamente la consciencia.
Acaricié su pelo con la mano, retirándolo hacia atrás y besé su sien con dulzura; quitando además la sangre de sus ojos, de su nariz, de su boca. Todo con sumo cuidado, tratando de que Marcus no se fragmentara en miles de pedazos, al igual que la porcelana. Temía entorpecer en su sueño e impedir que descansara debidamente. Lo recosté delicada y cómodamente sobre la almohada, prosiguiendo a quitarle la ropa manchada de sangre y desabrochar su camisa. Se interrumpió la acción a media prenda, dado que mis dedos eran incapaces de continuar sin pensar en la mediana desnudez de su cuerpo. ¿Estaba bien que le cambiara de ropa? ¿Se encontraría él conforme, o le molestaría que lo hiciera sin su permiso? En cambio, si no lo intentaba, no conocería si obré bien. Yo lo hacía con mi mejor intención de que cuando despertaba, le pareciera todo una extraña pesadilla y se convirtiera en el Rey a atender. Hubo una pequeña sonrisa decorando mis labios. Con que Rey, ¿eh?
-Con su permiso... - Dije más para mis adentros, pero casi avisando al cuerpo inconsciente. Tragué saliva, alejando los pensamientos impuros que se alojaban en mi cabeza, por supuesto, después de imaginar que lo tendría a mi entera disposición, tan sumamente débil como para aprovecharme de él. Me asusté de mis propias ideas y reí sin evitarlo. Cerré los ojos con fuerza y me conciencié: Ziel, tranquilízate. Sólo le estás cambiando de ropa y no hay nada malo en hacerlo. Deja de pensar en otras cosas y céntrate.
Tras quitar su ropa con verdadero apuro y vergüenza de hacerlo sin su permiso -a sabiendas de que Marcus estaría seguramente gustoso de que le desvistiera por completa y primera vez-, investigué en el armario por ropa para él. La comparé en altura con la mía y finalmente me decidí por algo sencillo y cómodo. El proceso se llevó mucho más seguro en sentido contrario. La mente ya estaba fría y pensaba con la claridad que había plasmado propiamente, cesando los pensamientos de perversión de querer poseerlo allí mismo. Aun así, tuve que cerrar los ojos varias veces para no recrearme la escena que imaginaba, en la cual la mayoría Marcus se encontraba despierto. Ah Ziel, por favor. Borra todo eso de tu cabeza, al igual todo lo que Marcus ha querido dar a entender en el Consejo. Hazlo. Me obligué a pensar, ignorando totalmente cualquier pensamiento con relación al tema.
Mientras, el calor oleaba mi cuerpo a ráfagas. La temperatura comenzó a subir sin que me diera cuenta, olvidando que tenía que medirla cada breves intervalos, por si tuviera que poner frío para detenerla. La inconsciencia de Marcus detenía sus dones y con ellos, también el aura que profesaba al neófito, devolviéndole lentamente su enfermedad. En cambio, no tenía tiempo para detenerme a hacer eso, porque lo único que mantenía en la cabeza era el despertar de Marcus y su pronta recuperación gracias a todo lo que estaba tratando de hacer en favor de su bienestar.
Sonreí de nuevo, más satisfecho de este "trabajo" que me propuse. Miré a Marcus, observando con atención cómo su respiración subía y bajaba, así como la relajación que obtuvo su rostro tras desprenderse de todo lo que soltó en el consultorio. Pasé la mano por su frente, retirando nuevamente sus mechones hacia atrás; además de taparle con las sábanas. En momentos como este, me daba cuenta que lo mucho que habíamos cambiado y de lo tanto que nos parecíamos a como éramos antes. Físicamente, tanto Bella, como Marcus, como yo cambiamos; y sin embargo, nuestra situación seguía siendo de tres, cuidando ahora del vampiro como si de su Siervo se tratara.
-D-Descansa. Te lo... mereces. - Susurré en su oído, para que su cuerpo se tranquilizara y dejara de preocuparse durante un largo tiempo y recuperar su cansancio. Rocé su mejilla con ternura y besé su frente con cuidado de no despertarle.
De todas formas, tardé un poco más en brindarme un descanso para la fiebre. Momentos antes reparé en la mancha que pintaba la alfombra de su color más sangriento. Y en favor de que todo lo que ocurrió en tan breve tiempo terminara tachado de su cabeza, me dediqué a limpiarlas una por una, elimando cualquier rastro de debilidad del vampiro. Si Bella llegaba, no quería que se encontrara esta escena, sino la preciosa imagen de ver a Marcus dormitar cual niño pequeño. Sí, estaba ansioso de que Bella llegara y volver a abrazarla después de todo.
Apenas a mitad de limpiar la alfombra, me percaté de que mi vista comenzaba a no enfocar correctamente la situación de las manchas. La fiebre estaba recuperando su estado anterior y con ella, la debilidad le era devuelta al cuerpo del neófito. No obstante, ni siquiera me importó. Esta vez terminaría correctamente la planificación estipulada desde el principio. Sin embargo, al levantarme del suelo, las piernas flaquearon brevemente. El dolor se entremezclaba con el cansancio y ambos se marcaban en cada músculo, en cada hueso.
Ah, demonios... ahora no. Sólo un esfuerzo más y de verdad que me tomaría tiempo de reposo contra la fiebre. Pero ahora no. Pensaba. Me agarré desesperadamente al marco de la puerta entre el baño y la habitación, con tal de evitar desfallecer allí mismo. Apreté la mandíbula y finalmente entré a dejar los artilugios de limpieza.
Al asomarme de nuevo a la habitación, suspiré. Había terminado todo lo que quería brindarle a Marcus y él mientras descansaba apaciblemente y aparentemente tranquilo, sin tener que preocuparse de absolutamente nada. Pero a cambio, sus cabellos se encontraban empapados, al igual que sus ojos mostraban la delicadeza de su estado y las mejillas se encontraban sonrojadas por el calor que contenía. Sin contar que la palidez del peliazul había aumentado, luego de vomitar lo poco que tenía en el estómago. Quité el sudor caliente de la frente con la toalla fría que llevaba y volví a mirar el cuerpo dormitar. Me sentía cansado, pero envidiablemente anestesiado de verle descansar tras tanto tiempo. Marcus lo necesitaba verdaderamente. En cambio, a pesar de la felicidad del resultado obtenido, los objetos se movían y a deformarse levemente. Los sonidos aturdían mis sentidos y terminaba por desorientarme y perderme dentro de la habitación, al igual que sucedió en el baño. Chasqueé la lengua. Dichosa fiebre.
Estiré el brazo para ir alcanzando objetos suficientes y estables para poder acercarme a Marcus lentamente. Las piernas flaqueaban y amenazaban con derribarse junto el resto del cuerpo. Pero logré el objetivo que tenía, sintiéndome nuevamente orgulloso de mí mismo, después de desplazar una silla hasta un lateral de la cama. Una vez sentado a su lado, tomé una de sus manos y la enredé con la mía, sujetando con la otra la toalla sobre la frente. Sonreí sin evitarlo. Permanecería aquí espectante y el tiempo que hiciera falta, hasta que pudiera ver sus ojos de nuevo. No importaba siempre y cuando conservara la toalla fría sobre la frente, ¿no? Quizá no fuera tan sencillo. Pero todo lo que fuera por Bella y Marcus, no tenía precio a comparar.
Y sin remedio, cansancio, delirio y fiebre pactaron para atacar al mismo tiempo, dejando al neófito abatido y derribado, descansando sobre el borde de la cama; sin aflojar la mano de su amante en ningún momento.
Casi podría asegurar que se había producido en un simple parpadeo. Las caricias comenzaron a tratar mi cuerpo, sedándome lentamente; así como si Marcus estuviera intentando hacer que durmiera sin preocupaciones, con la única certeza de que él seguiría allí para cuando despertara. En cambio, los besos, la impaciencia de su lengua por recorrer mi cuello, sembraban algo más que anestesia: Deseo. El más puro y ferviente deseo de tenerle abrazado, de besarle, pensando en dejar que recorriera a gusto y placer el mármol de mi cuerpo entre las sábanas; mojándolas con el aroma de ambos. Y por un momento, las penas quedaban de lado, las esperanzas florecían nuevamente y las lágrimas se marchaban del rostro del neófito; centrándose la atención en los ojos de Marcus. Estaba seguro que podía ver a través de ellos casi todo lo que estaba pensando y ciertamente, así fue.
Y de repente, sin que siquiera pudiera preveerlo, el amante recibió la descarga eléctrica por parte del localizador. Luego, la voz de Marcus se alzó de más en dirección al médico. Ahí es donde todo pareció perder sentido, donde el vampiro consumía su paciencia con el Consejo. Más tarde, los cuerpos de las enfermeras se encontraban cayendo a mis espaldas; prácticamente hacía unos escasos minutos. Y aunque no pudiera ver cómo su sangre se derramaba, podía olerles, podía escucharles, podía... podía trazar la mayor catástrofe dentro de mi cabeza sobre lo que ocurría. Lo único que hice entonces fue cerrar los ojos y encorvarme, para hacer que no existía dentro de aquella habitación. Tapé los oídos con tal de no escuchar la muerte acechando a mis espaldas, esperando que esta vez no se fijara en el llamativo color de mi cabello. En cuanto a verdad, imaginaba la razón por la cual Marcus había decidido actuar -ya que no dejarían que tocaran nuevamente a su protegido-, pero yo era de los seguían pensando que "todas las personas tenían algo bueno en el fondo" y que "las cosas podían suceder de otra manera. Siempre había intentado inculcárselo a Marcus, y sin embargo, él acababa por agotar sus esperanzas en tan solo unos segundos.
Del resto apenas me enteré. De buenas a primeras, la sangre de Marcus caía por su rostro, horrorizándome el hecho de que volviera a perder el control. Su respiración forzosa se estrellaba sobre mis ojos, provocando que los cerrara intermitentemente. ¿Por qué? ¿Cómo resultó para que todo se convirtiera en la misma situación? ¿Qué fue verdaderamente lo que ocasionó que Marcus perdiera nuevamente el control de sus habilidades? Las preguntas no eran pocas en número y las respuestas no lograban enlazarse a cada cuestión. Y por si fueran escasas, pronto surgieron muchas más. Apenas pude creerlo cuando lo vi, pero así era. Delante de mis ojos se había proyectado un escudo igual que los que una vez también era capaz de hacer. Exactamente el mismo, pero con distinto color. Levanté el brazo, sorprendido, tratando de rozar con los dedos la materia que se generaba. En cambio, jamás me atreví a tocarlo propiamente. Esto... ¿era porque yo le entregué mi aura? ¿Había adquirido Marcus los dones que una vez poseí?
Era la gran pregunta que se formaba ahora. No pude apenas pensar en su respuesta afirmativa, ya que finalmente, tras la última muerte del médico que me trataba y sin entender bien cómo surgió, los propios vampiros del Consejo obedecieron las órdenes de Marcus y nos sacaron de allí. Y durante el largo recorrido, nada más que hacía repetir las imágenes y los sonidos que había percibido, incrédulo de que todo hubiera pasado tan de repente. Los ojos del neófito miraban la carretera perdido, somnoliento a causa de la fiebre, cansado, pero sobre todo, sorprendido. No obstante, no todo terminaba aquí. El coche acabó estrellándose y simplemente miré a Marcus a los ojos, sin entender bien sus propósitos. Otra vez las incógnitas se amontonaban sobre mi lengua y le impedían aclararse entre todas y soltar alguna de ellas, dejando que el silencio lo inundara todo y se viera únicamente interrumpido por su voz. Ni siquiera presté atención al lugar donde nos encontrábamos ahora, tan cerca de nuestra futura vivienda habitual.
Y todo esto pasó en cuestión de minutos.
Los ojos azules, inundados de incoherencias, se marcaban sobre los rubíes de Marcus O'Conell. Sus palabras, sus gestos, sus intenciones... No sabía cómo hacer para entenderlo, pues ahora había una burbuja que me aislaba de lo que sucedía correctamente así como estaba viéndolo; quedando inmóvil y sin capacidad de habla. Contemplaba los esfuerzos de él por querer hablar, la sangre corriendo por su boca y el intento de tranquilizar con su voz unos nervios que se encontraban de punta, de una piel erizada por lo siguiente que vendría y por una preocupación que no albergaba límites. Marcus continuaba siendo tan indescifrable como al principio. Porque, ¿qué hacía ahora? ¿Lo ayudaba a buscarla? ¿Huía por si se repitiese lo del bosque? ¿Preguntaba la razón de aquello? ¿Lo detenía de ir a buscar a Bella, con pro de su recuperación completa? ¿Iba a pedir ayuda a alguien que supiera manejar la situación? ¿Era esto producto de los delirios por la fiebre? Demasiadas opciones a elegir. Y de hecho, podía haber hecho la gran mayoría, pero el shock que experimentaba mi cabeza y recuerdos, noqueaba al resto de mi cuerpo.
El cuerpo de Marcus cayó frente a mis ojos, sin que hiciera nada por socorrerlo. Ziel... Ziel... Ziel, ¡reacciona!; resonó interiormente. El manto de imaginación se retiró veloz, mostrándose la cruda verdad de verle en el suelo. Entonces, sólo entonces, hubo un movimiento de reacción. El tono opaco azul adquirió el color habitual, tan brillante como siempre, comenzando a llenarse de agua levemente. Los pies se asomaron por la cama, rozando el suelo. Después, me percaté de la sangre que manchaba la alfombra. De reojo, regresé a mirar el cuerpo inconsciente. No lo dudé más. Me levanté y tomé aire. Ahora no tenía un aura que me solucionara las cosas, así que ahora debería lidiar con la Enfermedad y dar mi mayor esfuerzo antes de que las altas temperaturas fueran insoportables; antes de que los delirios febriles aparecieran. Lo había hecho de esta manera toda la vida, incluso viví de este modo aun siendo un crío y más tarde lo hice solo sin ningún tipo de ayuda; luego, ¿por qué tendría que ser diferente? Para nada. Sabía que podía estar enfermo y continuar moviéndome -ya que Marcus seguía encontrándose allí y su aura me producía contrariamente bienestar-.
Andé hasta él lentamente, controlando la respiración y los sudores de la frente. y me agaché, tomando uno de sus brazos y cargándolo sobre mis hombros. Lo levanté costosamente entre tambaleos, y sin retirar la vista de su rostro, lo acerqué a la cama. Con cuidado lo introduje dentro y lo incorporé, poniendo su espalda sobre mi hombro. Cerré los ojos.
-¿Por qué, Marcus? ¿Por qué hacías todo esto, sin mirar en lo que estás sufriendo en tus carnes? ¿Por qué te arriesgas tanto? ¿Por qué nunca optas por dejar que te ayuden a llevarlo? - Pregunté al vuelo, aprovechando su inconsciencia. Tomé la temperatura de mi frente y asentí para mis adentros. Bien, la fiebre no era demasiado alta y podría continuar durante un rato más. Esta vez no iba a dejar el trabajo que tenía planeado a medias. Procuraría atender a Marcus y tenerle en las mejores condiciones posibles; del mismo modo que tendría que haberlo hecho anteriormente, trayéndolo a casa en vez de perder tontamente la consciencia.
Acaricié su pelo con la mano, retirándolo hacia atrás y besé su sien con dulzura; quitando además la sangre de sus ojos, de su nariz, de su boca. Todo con sumo cuidado, tratando de que Marcus no se fragmentara en miles de pedazos, al igual que la porcelana. Temía entorpecer en su sueño e impedir que descansara debidamente. Lo recosté delicada y cómodamente sobre la almohada, prosiguiendo a quitarle la ropa manchada de sangre y desabrochar su camisa. Se interrumpió la acción a media prenda, dado que mis dedos eran incapaces de continuar sin pensar en la mediana desnudez de su cuerpo. ¿Estaba bien que le cambiara de ropa? ¿Se encontraría él conforme, o le molestaría que lo hiciera sin su permiso? En cambio, si no lo intentaba, no conocería si obré bien. Yo lo hacía con mi mejor intención de que cuando despertaba, le pareciera todo una extraña pesadilla y se convirtiera en el Rey a atender. Hubo una pequeña sonrisa decorando mis labios. Con que Rey, ¿eh?
-Con su permiso... - Dije más para mis adentros, pero casi avisando al cuerpo inconsciente. Tragué saliva, alejando los pensamientos impuros que se alojaban en mi cabeza, por supuesto, después de imaginar que lo tendría a mi entera disposición, tan sumamente débil como para aprovecharme de él. Me asusté de mis propias ideas y reí sin evitarlo. Cerré los ojos con fuerza y me conciencié: Ziel, tranquilízate. Sólo le estás cambiando de ropa y no hay nada malo en hacerlo. Deja de pensar en otras cosas y céntrate.
Tras quitar su ropa con verdadero apuro y vergüenza de hacerlo sin su permiso -a sabiendas de que Marcus estaría seguramente gustoso de que le desvistiera por completa y primera vez-, investigué en el armario por ropa para él. La comparé en altura con la mía y finalmente me decidí por algo sencillo y cómodo. El proceso se llevó mucho más seguro en sentido contrario. La mente ya estaba fría y pensaba con la claridad que había plasmado propiamente, cesando los pensamientos de perversión de querer poseerlo allí mismo. Aun así, tuve que cerrar los ojos varias veces para no recrearme la escena que imaginaba, en la cual la mayoría Marcus se encontraba despierto. Ah Ziel, por favor. Borra todo eso de tu cabeza, al igual todo lo que Marcus ha querido dar a entender en el Consejo. Hazlo. Me obligué a pensar, ignorando totalmente cualquier pensamiento con relación al tema.
Mientras, el calor oleaba mi cuerpo a ráfagas. La temperatura comenzó a subir sin que me diera cuenta, olvidando que tenía que medirla cada breves intervalos, por si tuviera que poner frío para detenerla. La inconsciencia de Marcus detenía sus dones y con ellos, también el aura que profesaba al neófito, devolviéndole lentamente su enfermedad. En cambio, no tenía tiempo para detenerme a hacer eso, porque lo único que mantenía en la cabeza era el despertar de Marcus y su pronta recuperación gracias a todo lo que estaba tratando de hacer en favor de su bienestar.
Sonreí de nuevo, más satisfecho de este "trabajo" que me propuse. Miré a Marcus, observando con atención cómo su respiración subía y bajaba, así como la relajación que obtuvo su rostro tras desprenderse de todo lo que soltó en el consultorio. Pasé la mano por su frente, retirando nuevamente sus mechones hacia atrás; además de taparle con las sábanas. En momentos como este, me daba cuenta que lo mucho que habíamos cambiado y de lo tanto que nos parecíamos a como éramos antes. Físicamente, tanto Bella, como Marcus, como yo cambiamos; y sin embargo, nuestra situación seguía siendo de tres, cuidando ahora del vampiro como si de su Siervo se tratara.
-D-Descansa. Te lo... mereces. - Susurré en su oído, para que su cuerpo se tranquilizara y dejara de preocuparse durante un largo tiempo y recuperar su cansancio. Rocé su mejilla con ternura y besé su frente con cuidado de no despertarle.
De todas formas, tardé un poco más en brindarme un descanso para la fiebre. Momentos antes reparé en la mancha que pintaba la alfombra de su color más sangriento. Y en favor de que todo lo que ocurrió en tan breve tiempo terminara tachado de su cabeza, me dediqué a limpiarlas una por una, elimando cualquier rastro de debilidad del vampiro. Si Bella llegaba, no quería que se encontrara esta escena, sino la preciosa imagen de ver a Marcus dormitar cual niño pequeño. Sí, estaba ansioso de que Bella llegara y volver a abrazarla después de todo.
Apenas a mitad de limpiar la alfombra, me percaté de que mi vista comenzaba a no enfocar correctamente la situación de las manchas. La fiebre estaba recuperando su estado anterior y con ella, la debilidad le era devuelta al cuerpo del neófito. No obstante, ni siquiera me importó. Esta vez terminaría correctamente la planificación estipulada desde el principio. Sin embargo, al levantarme del suelo, las piernas flaquearon brevemente. El dolor se entremezclaba con el cansancio y ambos se marcaban en cada músculo, en cada hueso.
Ah, demonios... ahora no. Sólo un esfuerzo más y de verdad que me tomaría tiempo de reposo contra la fiebre. Pero ahora no. Pensaba. Me agarré desesperadamente al marco de la puerta entre el baño y la habitación, con tal de evitar desfallecer allí mismo. Apreté la mandíbula y finalmente entré a dejar los artilugios de limpieza.
Al asomarme de nuevo a la habitación, suspiré. Había terminado todo lo que quería brindarle a Marcus y él mientras descansaba apaciblemente y aparentemente tranquilo, sin tener que preocuparse de absolutamente nada. Pero a cambio, sus cabellos se encontraban empapados, al igual que sus ojos mostraban la delicadeza de su estado y las mejillas se encontraban sonrojadas por el calor que contenía. Sin contar que la palidez del peliazul había aumentado, luego de vomitar lo poco que tenía en el estómago. Quité el sudor caliente de la frente con la toalla fría que llevaba y volví a mirar el cuerpo dormitar. Me sentía cansado, pero envidiablemente anestesiado de verle descansar tras tanto tiempo. Marcus lo necesitaba verdaderamente. En cambio, a pesar de la felicidad del resultado obtenido, los objetos se movían y a deformarse levemente. Los sonidos aturdían mis sentidos y terminaba por desorientarme y perderme dentro de la habitación, al igual que sucedió en el baño. Chasqueé la lengua. Dichosa fiebre.
Estiré el brazo para ir alcanzando objetos suficientes y estables para poder acercarme a Marcus lentamente. Las piernas flaqueaban y amenazaban con derribarse junto el resto del cuerpo. Pero logré el objetivo que tenía, sintiéndome nuevamente orgulloso de mí mismo, después de desplazar una silla hasta un lateral de la cama. Una vez sentado a su lado, tomé una de sus manos y la enredé con la mía, sujetando con la otra la toalla sobre la frente. Sonreí sin evitarlo. Permanecería aquí espectante y el tiempo que hiciera falta, hasta que pudiera ver sus ojos de nuevo. No importaba siempre y cuando conservara la toalla fría sobre la frente, ¿no? Quizá no fuera tan sencillo. Pero todo lo que fuera por Bella y Marcus, no tenía precio a comparar.
Y sin remedio, cansancio, delirio y fiebre pactaron para atacar al mismo tiempo, dejando al neófito abatido y derribado, descansando sobre el borde de la cama; sin aflojar la mano de su amante en ningún momento.
For the ending of my first begin and for the rare and unexpected friend.
For the way you’re something that i never choose, but at the same time something i don’t wanna lose.
And never wanna be without ever again...
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Abrió los ojos. Lentamente, suavemente. Marcus recuperó la consciencia luego de haber estado dormido por horas. ¿Cuánto tiempo había transcurrido ya? No lo sabía, pues ni siquiera podía advertir si era de día o de noche, si estaba amaneciendo o atardeciendo. La casa se encontraba en perfecta oscuridad, y por un lado lo agradecía. Sentía que los ojos le ardían y nunca había experimentado esta sensación de ser un vampiro como ahora mismo. Creía que si un mísero rayo de luz entraba en la habitación, él se quemaría vivo.
Se quedó observando el techo por unos momentos, hasta que advirtió que la sangre que se encontraba esparcida hace un tiempo por su rostro había desaparecido. Del mismo modo habían desaparecido, también, todas las prendas sucias que le habían dado en el Consejo. Marcus se sentía algo extrañado, pero allí todo resultaba cómodo y reconfortante. Recostó su antebrazo por encima de sus cejas y suspiró. Se sentía confuso y aún se encontraba muy cansado, como nunca antes. Giró levemente la cabeza y entonces lo vio.
Una suave sonrisa inundó su rostro. Ziel estaba allí, sujetando su mano, y ni se había dado cuenta. Estaba tan ensimismado en no entender nada de lo que acontecía a su alrededor, que no se había percatado del chico dormido. El vampiro mayor supo, inmediatamente, que fue aquel joven quien lo había cambiado, limpiado, puesto en la cama y cuidado. Marcus emitió un pequeño quejido al incorporarse, pues le dolia aún el cuerpo. Acarició suavemente la cabeza de Ziel y se dio cuenta de que estaba hirviendo. Hizo un gesto de preocupación y desagrado, y entonces lo sujetó firmemente pero delicadamente con ambas manos y, ejerciendo un poco de fuerza, lo levantó y lo recostó a su lado. Marcus lo cubrió con las mantas y suspiró, apoyando otra vez la cabeza en la almohada. Rodeó el cuerpo caliente de Ziel con el suyo, que estaba fresco y aliviaba, indudablemente, su alta temperatura. Se aferró al muchacho como si este fuera su pequeño peluche para poder dormir en total paz y tranquilidad. En cuanto la respiración de ambos se acopló y se volvió apacible, el aura de Marcus comenzó a rodear a Ziel instintivamente, respondiendo a las necesidades de su verdadero amo más que a su nuevo portador, aliviando así los síntomas de la enfermedad. Marcus volvió a quedarse dormido, pero tras activar su consciencia otra vez y recuperar energías, el aura podía seguir haciendo su trabajo. Afuera hacía frío y amenazaba con nevar, así que ambos seres podrían disfrutar de este descanso, quizás uno de los pocos descansos que el Destino les tenía preparado.
Se quedó observando el techo por unos momentos, hasta que advirtió que la sangre que se encontraba esparcida hace un tiempo por su rostro había desaparecido. Del mismo modo habían desaparecido, también, todas las prendas sucias que le habían dado en el Consejo. Marcus se sentía algo extrañado, pero allí todo resultaba cómodo y reconfortante. Recostó su antebrazo por encima de sus cejas y suspiró. Se sentía confuso y aún se encontraba muy cansado, como nunca antes. Giró levemente la cabeza y entonces lo vio.
Una suave sonrisa inundó su rostro. Ziel estaba allí, sujetando su mano, y ni se había dado cuenta. Estaba tan ensimismado en no entender nada de lo que acontecía a su alrededor, que no se había percatado del chico dormido. El vampiro mayor supo, inmediatamente, que fue aquel joven quien lo había cambiado, limpiado, puesto en la cama y cuidado. Marcus emitió un pequeño quejido al incorporarse, pues le dolia aún el cuerpo. Acarició suavemente la cabeza de Ziel y se dio cuenta de que estaba hirviendo. Hizo un gesto de preocupación y desagrado, y entonces lo sujetó firmemente pero delicadamente con ambas manos y, ejerciendo un poco de fuerza, lo levantó y lo recostó a su lado. Marcus lo cubrió con las mantas y suspiró, apoyando otra vez la cabeza en la almohada. Rodeó el cuerpo caliente de Ziel con el suyo, que estaba fresco y aliviaba, indudablemente, su alta temperatura. Se aferró al muchacho como si este fuera su pequeño peluche para poder dormir en total paz y tranquilidad. En cuanto la respiración de ambos se acopló y se volvió apacible, el aura de Marcus comenzó a rodear a Ziel instintivamente, respondiendo a las necesidades de su verdadero amo más que a su nuevo portador, aliviando así los síntomas de la enfermedad. Marcus volvió a quedarse dormido, pero tras activar su consciencia otra vez y recuperar energías, el aura podía seguir haciendo su trabajo. Afuera hacía frío y amenazaba con nevar, así que ambos seres podrían disfrutar de este descanso, quizás uno de los pocos descansos que el Destino les tenía preparado.
- Marcus O'Conell
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Los sudores empapaban el cabello del neófito, humedeciéndolo. La respiración se encontraba ajetreada, tratando de contrarestar las altas temperaturas que circulaban por su cuerpo, acelerando el ritmo de su corazón. Se veía que estaba angustiado por el calor, después que tantísimo tiempo fue imprescindible para él. Sin embargo, ahora necesitaba el frescor de la nieve, del mismísimo hielo por debajo de la piel. Y en este instante, ya no era capaz de poder levantarse por sus propios medios e ir a darme un baño de agua helada para que bajara la fiebre. La debilidad era tal, que hasta me produjo que quedara durmiendo para intentar ahogarla entre sueños.
Pero el frío llegó igualmente para aliviarme. Sin siquiera notarlo, había sido desplazado a la cama y se encontraba rodeado por los brazos de Marcus, absorbiendo la temperatura del vampiro con estricta necesidad. Hasta pudo sonreír levemente, agradecido mientras dormía. Fue un acto involuntario, aunque realmente le estaba haciendo tanto bien que no podía evitarlo. Sin embargo, lo que ahora mismo estaba pasando por sus sueños, era algo totalmente diferente.
Invierno hace muchos años. Dos niños jugaban en las afueras de un bosque, con las raíces de los árboles, escondiéndose y riendo. Uno de cabellos blanquecinos, mucho más alto y crecido que el otro, de azulada melena. Y sí, por aquella edad de unos diez u ocho años, el joven Ziel decidió dejarse el pelo largo para convertirse en un verdadero samurai en el futuro. Su madre reía cada vez que lo mencionaba, de igual manera que su inseparable amigo, aquel otro muchacho que jugaba con él en dicho sueño.
-¡Kai! ¡Kai, mira! - Lo llamaba urgentemente, de cuclillas frente al lago. - El lago está congelado, ¡y hay peces! - Exclamó sorprendido, poniendo la mano en el cristal y espantándolos a todos. Cualquier otro niño quizá no se hubiera dado cuenta, y otros tal vez ya supieran el hecho, pero la naturaleza del pequeño era descubir aquel exterior que tan vedado le era por culpa de su enfermedad. En los días de mejoría, Kai lo llevaba a diferentes lugares para que viera las cosas que se encontraban al otro lado de su ventana.
El chico se acercó con las manos tras la nuca y sonrió.
-¿Has visto? No importa si la superficie está congelada, los peces de aguas frías pueden seguir viviendo en lago. - Aclaró sabiondamente. - Al igual que tú estás viviendo a pesar de... - Iba a poner otro ejemplo comparativo para que lo comprendiera, pero se detuvo a media frase. Ambos niños apenas sacaban el tema, pues era bastante incómodo hablar de ello, sobre todo, para el más afligido de los dos. Este último, negó con la cabeza.
-No pasa nada, Kai. Ya... lo tengo asimilado. - Dijo a media sonrisa, volviendo su vista hacia el lugar donde estaban los peces. Y de repente, como método de distracción, el peliblanco tomó dos largos palos y le tendió uno a su amigo, ahora hermano. Con el suyo, le pinchaba en el abrigo, saltando de un lado a otro.
-Vamos, Ziel, combate conmigo. ¡En guardia soldado! - Pronunció en alto, riendo levemente. Y sin dudarlo, el más pequeño tomó el palo tomándolo con ambas manos, estilo samurai, y se incorporó. De repente, se lanzó a atacar a su contrincante, todo lo rápido que le permitía su cuerpo enfermo, consiguiendo rozarle el brazo con la madera. - ¡Casi lo consigues! Pero no voy a dejar que ganes este combate. - Seguidamente, gritó y se lanzó para atacar a su adversario, entre risas.
-¡Ah! ¡Te vas a enterar! - Gritó con todas sus fuerzas el peliazul, lanzándose de nuevo contra su mejor amigo. Luchaban como los samurais, así como eran sus héroes verdaderamente. Trataban de imitarles con sus palos, imaginándose sus vestimentas, la forma de sus katanas de madera y el resto del ambiente. Tal era su imaginación que todo desapareció del lugar, incluso el frío, llevándoles al templo donde practicaban los reales.
Sin embargo, a pesar del techado que imaginaban, no era verdad que estaban seguros de la lluvia; pues es más, comenzó a hacerlo. La tormenta la tenían encima sin que se hubieran dado cuenta del hecho. Ambos salieron corriendo para refugiarse entre los árboles.
-Ziel, ¡corre! - Ordenó a voces para que el chico corriera todo lo que le pudieran dar las piernas, sin que la sonrisa de ambos desapareciera. Aquello también resultaba un juego de niños, donde debían esquivar a sus contrincantes -los árboles- y evitar que sus cómplices -las gotas de lluvia-, los prendieran. Y finalmente, una pequeña cueva en mitad del camino les detuvo, resguardándose dentro hasta que pasara el temporal.
Rápidamente Kai se quitó el abrigo e instintivamente tapó a su hermano, el cual entonces era desconocido. Se abrazó las piernas y lo miró.
-Te pondrás enfermo de nuevo si te resfrías. - Murmuró. Mientras tanto, el peliblanco estaba muriendo de frío sin protección. El tan pequeño Ziel, con su melena empapada, al igual que el resto de su ropa, sonrió poniendo la cabeza sobre el hombro de su amigo, observando el exterior. Y esta última sonrisa, fue la otra razón por la cual también realizó el gesto sobre sus labios.
Pasaron las horas, quien sabe si los días, ya que ninguno de los dos estaba pendiente de cuanto llevaban durmiendo. Pero el neófito abrió los ojos después de que su sueño basado en tan dulce recuerdo se terminara. En cambio, el cansancio era tal que volvieron a bajar inevitablemente.
-Om... elette - Musitó casi inaudiblemente. Otra vez pensando en comida humana, irremediablemente. Normalmente, cuando soñaba o pasaba mucho tiempo descansando, se levantaba con hambre. Aunque esta vez debería saciarse de otra forma a como él estaba recordando. Por suerte, la fiebre había disminuído notablemente gracias al aura de Marcus, o mejor dicho, por el aura que le había concedido. De ahí su gran mejoría y que ahora pudiera despertar por sus propios medios.
Intentó levantar los párpados de nuevo, viendo todo absolutamente negro. Bostezó, removiéndose un poco para seguir en el frío regazo que lo tenía recogido. Y al acurrucarse levemente, sus rodillas y frente tocaron a su acompañante. Adormilado, me froté los ojos y regresé a la posición anterior. ¿Pero... qué? Tras reconocerlo, sonreí de lado a lado y también lo abracé, rozando sus labios unos segundos. Era tan agradable despertar de este modo, que no podía evitar sentirme agusto de verle a mi lado tan tranquilo, descansando.
¿Cuánto hacía que nos merecíamos un verdadero descanso, un despertar así?
Retiré uno de sus mechones que tenía en el ojo con cuidado y lo miré admirado, al igual que cualquier enamorado. Pareciera que este hombre jamás hubiera cometido ningún delito, ni hubiera roto un solo plato. Se le veía tan manso en este estado, que me sorprendía de cómo era luego Marcus. Pero sin duda, debía descansar por su bienestar o mi preocupación no dudaría en aumentar. Me acerqué más a él, escuchando el sonido de su respiración. Inspiré su olor y me regocijé en ello como un pequeño cachorro, removiéndome. Pero la sed se incrementó después de hacerlo, cambiando el azul por el rojo de nuevo. Abrí la boca, sediento, asomando los colmillos en plena oscuridad. Marcus estaba dormido y... quería beber de él ansiadamente. Pero debía aguardar y beber de las botellas de sangre. En cambio, corría el riesgo de despertar a Marcus y no quería interrumpirlo por nada del mundo. De modo que, opté por girarme hacia el otro lado y dejar de respirar. Esta era de las pruebas más duras, pero sin duda. Debía hacerlo. Cerré los ojos, intentando conciliar el sueño de nuevo para que el tiempo pasara más rápido.
Pero el frío llegó igualmente para aliviarme. Sin siquiera notarlo, había sido desplazado a la cama y se encontraba rodeado por los brazos de Marcus, absorbiendo la temperatura del vampiro con estricta necesidad. Hasta pudo sonreír levemente, agradecido mientras dormía. Fue un acto involuntario, aunque realmente le estaba haciendo tanto bien que no podía evitarlo. Sin embargo, lo que ahora mismo estaba pasando por sus sueños, era algo totalmente diferente.
Invierno hace muchos años. Dos niños jugaban en las afueras de un bosque, con las raíces de los árboles, escondiéndose y riendo. Uno de cabellos blanquecinos, mucho más alto y crecido que el otro, de azulada melena. Y sí, por aquella edad de unos diez u ocho años, el joven Ziel decidió dejarse el pelo largo para convertirse en un verdadero samurai en el futuro. Su madre reía cada vez que lo mencionaba, de igual manera que su inseparable amigo, aquel otro muchacho que jugaba con él en dicho sueño.
-¡Kai! ¡Kai, mira! - Lo llamaba urgentemente, de cuclillas frente al lago. - El lago está congelado, ¡y hay peces! - Exclamó sorprendido, poniendo la mano en el cristal y espantándolos a todos. Cualquier otro niño quizá no se hubiera dado cuenta, y otros tal vez ya supieran el hecho, pero la naturaleza del pequeño era descubir aquel exterior que tan vedado le era por culpa de su enfermedad. En los días de mejoría, Kai lo llevaba a diferentes lugares para que viera las cosas que se encontraban al otro lado de su ventana.
El chico se acercó con las manos tras la nuca y sonrió.
-¿Has visto? No importa si la superficie está congelada, los peces de aguas frías pueden seguir viviendo en lago. - Aclaró sabiondamente. - Al igual que tú estás viviendo a pesar de... - Iba a poner otro ejemplo comparativo para que lo comprendiera, pero se detuvo a media frase. Ambos niños apenas sacaban el tema, pues era bastante incómodo hablar de ello, sobre todo, para el más afligido de los dos. Este último, negó con la cabeza.
-No pasa nada, Kai. Ya... lo tengo asimilado. - Dijo a media sonrisa, volviendo su vista hacia el lugar donde estaban los peces. Y de repente, como método de distracción, el peliblanco tomó dos largos palos y le tendió uno a su amigo, ahora hermano. Con el suyo, le pinchaba en el abrigo, saltando de un lado a otro.
-Vamos, Ziel, combate conmigo. ¡En guardia soldado! - Pronunció en alto, riendo levemente. Y sin dudarlo, el más pequeño tomó el palo tomándolo con ambas manos, estilo samurai, y se incorporó. De repente, se lanzó a atacar a su contrincante, todo lo rápido que le permitía su cuerpo enfermo, consiguiendo rozarle el brazo con la madera. - ¡Casi lo consigues! Pero no voy a dejar que ganes este combate. - Seguidamente, gritó y se lanzó para atacar a su adversario, entre risas.
-¡Ah! ¡Te vas a enterar! - Gritó con todas sus fuerzas el peliazul, lanzándose de nuevo contra su mejor amigo. Luchaban como los samurais, así como eran sus héroes verdaderamente. Trataban de imitarles con sus palos, imaginándose sus vestimentas, la forma de sus katanas de madera y el resto del ambiente. Tal era su imaginación que todo desapareció del lugar, incluso el frío, llevándoles al templo donde practicaban los reales.
Sin embargo, a pesar del techado que imaginaban, no era verdad que estaban seguros de la lluvia; pues es más, comenzó a hacerlo. La tormenta la tenían encima sin que se hubieran dado cuenta del hecho. Ambos salieron corriendo para refugiarse entre los árboles.
-Ziel, ¡corre! - Ordenó a voces para que el chico corriera todo lo que le pudieran dar las piernas, sin que la sonrisa de ambos desapareciera. Aquello también resultaba un juego de niños, donde debían esquivar a sus contrincantes -los árboles- y evitar que sus cómplices -las gotas de lluvia-, los prendieran. Y finalmente, una pequeña cueva en mitad del camino les detuvo, resguardándose dentro hasta que pasara el temporal.
Rápidamente Kai se quitó el abrigo e instintivamente tapó a su hermano, el cual entonces era desconocido. Se abrazó las piernas y lo miró.
-Te pondrás enfermo de nuevo si te resfrías. - Murmuró. Mientras tanto, el peliblanco estaba muriendo de frío sin protección. El tan pequeño Ziel, con su melena empapada, al igual que el resto de su ropa, sonrió poniendo la cabeza sobre el hombro de su amigo, observando el exterior. Y esta última sonrisa, fue la otra razón por la cual también realizó el gesto sobre sus labios.
Pasaron las horas, quien sabe si los días, ya que ninguno de los dos estaba pendiente de cuanto llevaban durmiendo. Pero el neófito abrió los ojos después de que su sueño basado en tan dulce recuerdo se terminara. En cambio, el cansancio era tal que volvieron a bajar inevitablemente.
-Om... elette - Musitó casi inaudiblemente. Otra vez pensando en comida humana, irremediablemente. Normalmente, cuando soñaba o pasaba mucho tiempo descansando, se levantaba con hambre. Aunque esta vez debería saciarse de otra forma a como él estaba recordando. Por suerte, la fiebre había disminuído notablemente gracias al aura de Marcus, o mejor dicho, por el aura que le había concedido. De ahí su gran mejoría y que ahora pudiera despertar por sus propios medios.
Intentó levantar los párpados de nuevo, viendo todo absolutamente negro. Bostezó, removiéndose un poco para seguir en el frío regazo que lo tenía recogido. Y al acurrucarse levemente, sus rodillas y frente tocaron a su acompañante. Adormilado, me froté los ojos y regresé a la posición anterior. ¿Pero... qué? Tras reconocerlo, sonreí de lado a lado y también lo abracé, rozando sus labios unos segundos. Era tan agradable despertar de este modo, que no podía evitar sentirme agusto de verle a mi lado tan tranquilo, descansando.
¿Cuánto hacía que nos merecíamos un verdadero descanso, un despertar así?
Retiré uno de sus mechones que tenía en el ojo con cuidado y lo miré admirado, al igual que cualquier enamorado. Pareciera que este hombre jamás hubiera cometido ningún delito, ni hubiera roto un solo plato. Se le veía tan manso en este estado, que me sorprendía de cómo era luego Marcus. Pero sin duda, debía descansar por su bienestar o mi preocupación no dudaría en aumentar. Me acerqué más a él, escuchando el sonido de su respiración. Inspiré su olor y me regocijé en ello como un pequeño cachorro, removiéndome. Pero la sed se incrementó después de hacerlo, cambiando el azul por el rojo de nuevo. Abrí la boca, sediento, asomando los colmillos en plena oscuridad. Marcus estaba dormido y... quería beber de él ansiadamente. Pero debía aguardar y beber de las botellas de sangre. En cambio, corría el riesgo de despertar a Marcus y no quería interrumpirlo por nada del mundo. De modo que, opté por girarme hacia el otro lado y dejar de respirar. Esta era de las pruebas más duras, pero sin duda. Debía hacerlo. Cerré los ojos, intentando conciliar el sueño de nuevo para que el tiempo pasara más rápido.
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Marcus estaba aferrado a Ziel. Sentía su respiración acalorada chocando con su rostro. El aroma que desprendía, sin embargo, era dulce y agradable. Más allá de la enfermedad, Ziel continuaba teniendo aquel aroma tentador y atrayente. Apenas podía su mente recordar lo promiscuo que se había puesto en el Consejo, como si fuera a apoderarse del chico allí mismo. Y es que en otras condiciones, en otro tiempo, probablemente lo hubiese hecho, descaradamente, sin miramientos.
Mientras ambos dormían apaciblemente, inconscientemente el sueño de Ziel llegó a la mente de Marcus. O tal vez fue este último el que se introdujo en la mente de Ziel e invadió su privacidad otra vez. Desde una esquina oscura y vacía, lo vio todo: el lago congelado, los peces, los niños alegres jugando y corriendo de aquí para allá, la lluvia, el escondite... Los ojos de Marcus se perdieron en aquella imagen. ¿Así que de ese modo se veía Ziel cuando era apenas un niño? Una sonrisa espontánea inundó su rostro, pero luego sobre él se sembró la sombra de su propio pasado. Ziel y Kai dejaron de ser ellos para recordarle a sus dos hijos: Alec y Claire. Marcus cerró los ojos lentamente, queriendo olvidar y bloqueando todos esos recuerdos. No había nada en su pasado que quisiese rememorar.
Ziel se removió un poco, un poco bastante. Marcus frunció el ceño en un momento y se apegó más a él, impidiéndole así la movilidad y logrando que el colchón de la cama dejase de rebotar. Marcus continuaba entredormido, pero la ilusión del sueño se había desvanecido. Entonces, cuando Ziel se movió por última vez, el vampiro mayor despertó, y junto con él la lujuria que había sido apaciguada mínimamente por ese sueño tierno y paternal.
Marcus se había percatado de la sed del muchacho, principalmente porque había oído el despuntar de sus colmillos afilados. Sigilosamente, el vampiro fingió estirar sus brazos aún dormido, y mordió fugazmente su muñeca. Volvió a abrazar a Ziel y dejó la herida frente a su nariz, tentadora y maldita como el mismísimo Marcus. Acto seguido, antes que Ziel pudiera reaccionar, la fría y promiscua lengua de Marcus bailó por la base del cuello de Ziel, ascendiendo por uno de los laterales de su cuello, lentamente, de forma prohibida y deseada. Y, tras ese pequeño incentivo y esa pequeña maldad -por decirlo de algún modo- Marcus se dio la vuelta y alejó del chico tanto su sangre como su contacto, dándole la espalda.
¿Alguien le dijo, alguna vez, que los niños siempre pierden en los juegos frente a los adultos?
Mientras ambos dormían apaciblemente, inconscientemente el sueño de Ziel llegó a la mente de Marcus. O tal vez fue este último el que se introdujo en la mente de Ziel e invadió su privacidad otra vez. Desde una esquina oscura y vacía, lo vio todo: el lago congelado, los peces, los niños alegres jugando y corriendo de aquí para allá, la lluvia, el escondite... Los ojos de Marcus se perdieron en aquella imagen. ¿Así que de ese modo se veía Ziel cuando era apenas un niño? Una sonrisa espontánea inundó su rostro, pero luego sobre él se sembró la sombra de su propio pasado. Ziel y Kai dejaron de ser ellos para recordarle a sus dos hijos: Alec y Claire. Marcus cerró los ojos lentamente, queriendo olvidar y bloqueando todos esos recuerdos. No había nada en su pasado que quisiese rememorar.
Ziel se removió un poco, un poco bastante. Marcus frunció el ceño en un momento y se apegó más a él, impidiéndole así la movilidad y logrando que el colchón de la cama dejase de rebotar. Marcus continuaba entredormido, pero la ilusión del sueño se había desvanecido. Entonces, cuando Ziel se movió por última vez, el vampiro mayor despertó, y junto con él la lujuria que había sido apaciguada mínimamente por ese sueño tierno y paternal.
Marcus se había percatado de la sed del muchacho, principalmente porque había oído el despuntar de sus colmillos afilados. Sigilosamente, el vampiro fingió estirar sus brazos aún dormido, y mordió fugazmente su muñeca. Volvió a abrazar a Ziel y dejó la herida frente a su nariz, tentadora y maldita como el mismísimo Marcus. Acto seguido, antes que Ziel pudiera reaccionar, la fría y promiscua lengua de Marcus bailó por la base del cuello de Ziel, ascendiendo por uno de los laterales de su cuello, lentamente, de forma prohibida y deseada. Y, tras ese pequeño incentivo y esa pequeña maldad -por decirlo de algún modo- Marcus se dio la vuelta y alejó del chico tanto su sangre como su contacto, dándole la espalda.
¿Alguien le dijo, alguna vez, que los niños siempre pierden en los juegos frente a los adultos?
- Marcus O'Conell
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Ziel, vamos, cierra los ojos. Ciérralos y vuélvete a dormir. No respires, no pienses, no hagas absolutamente nada. Quédate quieto o despertarás a Marcus. Ziel, tranquilo, no pasa nada. Intentaba concienciarme yo solo de esta manera pero era prácticamente imposible. Tenía los ojos apretados con fuerza para contenerme. El corazón estaba desenfrenado a causa de la sed, mientras que mis pulmones trataban desesperadamente de introducir su aroma en el cuerpo. Marcus se encontraba detrás y aun así, podía olerlo. Demasiado cerca, quizá. Eso me ponía nervioso porque no sabía si podría controlarme lo suficiente como para no morderle. Pero no, debía controlar estos instintos. Él... él estaba dormido y no podía simplemente abalanzarme encima y beber como si fuera un maldito animal. Y aguantarme, retarme a mí mismo de conseguir no morderle a la fuerza, me enloquecía aún más y me provocaba mucha más sed.
Y de repente, noté que Marcus se movió. Abrí los ojos sorprendido. Ya le había despertado o quizá estaba cambiando de posición. Sí, que fuera una de las dos cosas, por favor. En el momento que lo hiciera, sería la perfecta oportunidad para abandonar la habitación y correr a por una botella de sangre para calmarme. Después de un rato volvería y todo sería más tranquilo que ahora mismo. Y así fue. La relajación entró en cuanto Marcus estiró los brazos. Abrí los ojos y vi el borde de la cama como si fuera la liberación de la condena. Empecé a moverme lentamente, como si estuviera escapando de él cual ladrón, pero antes de que quisiera salir de la cama, su brazo estaba de nuevo encima, aprisionándome a aquella verdadera tortura inconsciente por su parte. O quizá no tan inconsciente.
Entonces, los ojos se clavaron en el anhelado líquido con completa adicción. Goteaba por su muñeca y caía a las sábanas. Anteriormente, tal vez me importara más que manchara la blancura de la tela, pero ahora sólo estaba mirando fijamente su sangre. Y antes de quisiera pensarlo, estaba tomando una bocanada de aire para adorar el olor de su sangre. Quedé anestesiado por lo que había hecho, culpable también. La sed no hizo más que incrementarse instantáneamente, capturando el aire dentro, sin dejar salirlo siquiera. Abrí los labios, deseoso de poder beber aunque fuera una única gota de sangre. Tenía sed, mucha sed. Me acerqué lentamente a su muñeca, tratando de no hacer movimientos bruscos y despertarle, porque sí, aún estaba pensando que Marcus continuaba dormido y la sangre salía casualmente por sí sola. Yo sólo... una gota. Por favor... Una sola... Quiero...
Y de repente, noté algo húmedo sobre el cuello que me distrajo. Una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo al mismo tiempo. Giré el cuello hacia ese lado, cerrando la curvatura. Ahogué un quejido y en vez de eso, se transformó en un largo suspiro de contención; encogiéndome levemente. Ah, ¿por qué? ¿Qué...? Aunque no lo pareciera, me había dejado sedado y por supuesto, con ganas de más.
Mi cuerpo comenzaba a impacientarse debido a su sangre y esto provocaba que lo deseara, no meramente por sed.
-Marcus... - Lo llamé desesperado y anestesiado, pidiendo que parara. Sabía ahora que estaba despierto y parecía estar provocándome. Y de improviso, su muñeca se apartó de mi vista y me devolvió al mundo real. Marcus se giró, dejando la verdadera tentación sobre los labios. Quedé de nuevo mirando el borde de la cama, absorto y sin entender bien, como si aquello hubiera sido un verdadero lapsus. Pero no, no había sido una imaginación ni nada semejante. Esto era una verdadera provocación. No entendía razón de ser a menos que él también estuviera sediento y esto fuera una invitación a querer beber mi sangre. Pero conociéndole, estaba retándome. Y no pensaba quedar atrás.
Ziel, no lo hagas, no caigas en su juego, no...
Ya no había vuelta atrás.
Iba a tomar su sangre después de que me la pusiera delante y la ofreciera tan tentativamente. Estaba tentándome y jugando con mis emociones. ¿Eso era justo, aprovecharse del más débil? ¿Acaso creía Marcus que iba a quedarse todo tranquilamente? No me gustaba perder y muchísimo menos no contra él. Me giré en su dirección, sonriente. Él no podía ver mi cara, pero yo podía verle a él. Lentamente me acerqué a su espalda. Y aquí empezó la perdición para el neófito y sus deseos más ocultos. Acaricié su frente hacia atrás, reuniendo la mayor cantidad de pelo hacia atrás. Puse la nariz en su nuca y lo olfateé con deseo, incluso encerrando algunos mechones entre los labios, saboreándolos. Mis manos entre tanto, jugaban a recorrerle. Una de ellas, cruel, trazaba la línea de su cuello, contorneaba su hombro e iba bajando por su brazo, hasta que ya no podía más sin tener que encorvarme. Reí por dentro y cerré los ojos, dejándome llevar por estos impulsos fervientes y lujuriosos.
Hice con la susodicha el mismo recorrido que Marcus había sentenciado sobre el cuello. Sin embargo, era más astuto y eso no sería la única diversión. Pasé un brazo por encima de él, metiendo la mano por debajo de su camiseta, bailando hacia abajo, hasta su pantalón.
-Marcus... - Susurré sobre su oído seductoramente. Aquella mano tan dulce al tacto, se quedó en el borde de sus pantalones. Desabrochó su cierre con parsimonia, dejando que Marcus se recreara la escena que vendría a continuación y eso le enturbiara aún más. Sin embargo, sabía que aguantaría, lo conseguiría hacer por mero orgullo. Pero esta vez, lograría que perdiera los nervios. Bajé su cremallera intencionadamente y la sonrisa se ensanchó.
-Marcus... - Lo llamé de nuevo, casi siseando en su oído. Él continuaría en su conteción, al igual que yo estaba antes, pero no tendría compasión ni admitiría súplicas por su parte. Proseguiría deseosamente, porque ya ni siquiera podía pensar con claridad, sólo ceñirme a los deseos que estaban confundiendo mi cabeza.
Besé su cuello en justo momento y seguidamente, no pude resistirme más y mordí su cuello. La sangre caía fluída y bebí de ella sin ningún tipo de miramiento o contención. Y de repente, la indiscrección del neófito se rompió. Su verguenza se apagó y el miedo a ser rechazado quedó fuera de la habitación. Suavemente, metí la mano en su ropa interior, alimentando los placeres más ocultos de Marcus. Sí, esta vez lo iba a hacer caer delante de mis ojos, hasta el punto de que tuviera que rogar para poder tocarme un solo centímetro.
Esta vez Marcus O'Conell iba a rendirse a mis pies.
Y de repente, noté que Marcus se movió. Abrí los ojos sorprendido. Ya le había despertado o quizá estaba cambiando de posición. Sí, que fuera una de las dos cosas, por favor. En el momento que lo hiciera, sería la perfecta oportunidad para abandonar la habitación y correr a por una botella de sangre para calmarme. Después de un rato volvería y todo sería más tranquilo que ahora mismo. Y así fue. La relajación entró en cuanto Marcus estiró los brazos. Abrí los ojos y vi el borde de la cama como si fuera la liberación de la condena. Empecé a moverme lentamente, como si estuviera escapando de él cual ladrón, pero antes de que quisiera salir de la cama, su brazo estaba de nuevo encima, aprisionándome a aquella verdadera tortura inconsciente por su parte. O quizá no tan inconsciente.
Entonces, los ojos se clavaron en el anhelado líquido con completa adicción. Goteaba por su muñeca y caía a las sábanas. Anteriormente, tal vez me importara más que manchara la blancura de la tela, pero ahora sólo estaba mirando fijamente su sangre. Y antes de quisiera pensarlo, estaba tomando una bocanada de aire para adorar el olor de su sangre. Quedé anestesiado por lo que había hecho, culpable también. La sed no hizo más que incrementarse instantáneamente, capturando el aire dentro, sin dejar salirlo siquiera. Abrí los labios, deseoso de poder beber aunque fuera una única gota de sangre. Tenía sed, mucha sed. Me acerqué lentamente a su muñeca, tratando de no hacer movimientos bruscos y despertarle, porque sí, aún estaba pensando que Marcus continuaba dormido y la sangre salía casualmente por sí sola. Yo sólo... una gota. Por favor... Una sola... Quiero...
Y de repente, noté algo húmedo sobre el cuello que me distrajo. Una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo al mismo tiempo. Giré el cuello hacia ese lado, cerrando la curvatura. Ahogué un quejido y en vez de eso, se transformó en un largo suspiro de contención; encogiéndome levemente. Ah, ¿por qué? ¿Qué...? Aunque no lo pareciera, me había dejado sedado y por supuesto, con ganas de más.
Mi cuerpo comenzaba a impacientarse debido a su sangre y esto provocaba que lo deseara, no meramente por sed.
-Marcus... - Lo llamé desesperado y anestesiado, pidiendo que parara. Sabía ahora que estaba despierto y parecía estar provocándome. Y de improviso, su muñeca se apartó de mi vista y me devolvió al mundo real. Marcus se giró, dejando la verdadera tentación sobre los labios. Quedé de nuevo mirando el borde de la cama, absorto y sin entender bien, como si aquello hubiera sido un verdadero lapsus. Pero no, no había sido una imaginación ni nada semejante. Esto era una verdadera provocación. No entendía razón de ser a menos que él también estuviera sediento y esto fuera una invitación a querer beber mi sangre. Pero conociéndole, estaba retándome. Y no pensaba quedar atrás.
Ziel, no lo hagas, no caigas en su juego, no...
Ya no había vuelta atrás.
Iba a tomar su sangre después de que me la pusiera delante y la ofreciera tan tentativamente. Estaba tentándome y jugando con mis emociones. ¿Eso era justo, aprovecharse del más débil? ¿Acaso creía Marcus que iba a quedarse todo tranquilamente? No me gustaba perder y muchísimo menos no contra él. Me giré en su dirección, sonriente. Él no podía ver mi cara, pero yo podía verle a él. Lentamente me acerqué a su espalda. Y aquí empezó la perdición para el neófito y sus deseos más ocultos. Acaricié su frente hacia atrás, reuniendo la mayor cantidad de pelo hacia atrás. Puse la nariz en su nuca y lo olfateé con deseo, incluso encerrando algunos mechones entre los labios, saboreándolos. Mis manos entre tanto, jugaban a recorrerle. Una de ellas, cruel, trazaba la línea de su cuello, contorneaba su hombro e iba bajando por su brazo, hasta que ya no podía más sin tener que encorvarme. Reí por dentro y cerré los ojos, dejándome llevar por estos impulsos fervientes y lujuriosos.
Hice con la susodicha el mismo recorrido que Marcus había sentenciado sobre el cuello. Sin embargo, era más astuto y eso no sería la única diversión. Pasé un brazo por encima de él, metiendo la mano por debajo de su camiseta, bailando hacia abajo, hasta su pantalón.
-Marcus... - Susurré sobre su oído seductoramente. Aquella mano tan dulce al tacto, se quedó en el borde de sus pantalones. Desabrochó su cierre con parsimonia, dejando que Marcus se recreara la escena que vendría a continuación y eso le enturbiara aún más. Sin embargo, sabía que aguantaría, lo conseguiría hacer por mero orgullo. Pero esta vez, lograría que perdiera los nervios. Bajé su cremallera intencionadamente y la sonrisa se ensanchó.
-Marcus... - Lo llamé de nuevo, casi siseando en su oído. Él continuaría en su conteción, al igual que yo estaba antes, pero no tendría compasión ni admitiría súplicas por su parte. Proseguiría deseosamente, porque ya ni siquiera podía pensar con claridad, sólo ceñirme a los deseos que estaban confundiendo mi cabeza.
Besé su cuello en justo momento y seguidamente, no pude resistirme más y mordí su cuello. La sangre caía fluída y bebí de ella sin ningún tipo de miramiento o contención. Y de repente, la indiscrección del neófito se rompió. Su verguenza se apagó y el miedo a ser rechazado quedó fuera de la habitación. Suavemente, metí la mano en su ropa interior, alimentando los placeres más ocultos de Marcus. Sí, esta vez lo iba a hacer caer delante de mis ojos, hasta el punto de que tuviera que rogar para poder tocarme un solo centímetro.
Esta vez Marcus O'Conell iba a rendirse a mis pies.
¿Quién dijo que los niños perdieran en su mayor diversión?
Bien sabido es, que los adultos perdieron su habilidad en el juego, junto con su niñez.
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- Ziel A. Carphatia
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Marcus había desatado, nuevamente, la tormenta. Sin embargo esta era algo diferente en esta ocasión. No caían árboles, no se abría la tierra, pero el peligro era igual de inminente. O'Conell había tentado a la pequeña bestia sedienta que yacía a su lado en la cama, envuelto entre las sábanas, y ahora nadie podría pararlo hasta que obtuviera lo que quisiera. Y Marcus, efectivamente, estaba dispuesto a dárselo, pero no antes de jugar un poco con esas emociones intensas que albergaba el pecho del néofito, del mismo modo que jugaba también con las suyas propias: ¿cuánto podría soportar una situación tal un hombre como él? Diría que mas bien poco, pero Marcus siempre acaba sorprendiendo y autosuperándose.
Marcus se había volteado y había iniciado esta cacería. El joven vampiro, sediento y deseoso, había sigo guiado hasta donde el vampiro mayor quería. Sintió su respiración contra su nuca, sus manos imponentes y seductoras. Marcus sonrió de lado, placenteramente, cuando Ziel aferró su cabello azabache y lo obligó a estirar el cuello hacia atrás. ¿Quién le había enseñado a ser tan rudo? Tal vez él hubiera tomado las riendas de esto porque finalmente se sentía cómodo y a gusto. Recordaba todas aquellas veces en que él tomó su cuerpo y el rostro vergonzoso de Ziel no se atrevia a mirarlo ni un solo segundo. Ahora, mientras escuchaba su voz llamándolo provocativamente, podía admitir que le gustaba este nuevo Ziel.
La mano cálida del neófito se había infiltrado dentro de su camisa y ahora recorría su torso y abdomen. La frialdad del cuerpo de Marcus aceptaba aquella calidez febril con sumo placer. Sin embargo, no creía que llegaría tan lejos, no Ziel Carphatia. De buenas a primeras, susurró su nombre contra su oído y desabrochó el cierre de sus pantalones. Marcus soltó un suspiro, el cual se entremezclaba con un leve y casi imperceptible gemido. La sensación de tenerlo tan cerca ya delataba a Marcus y sus deseos, pues cada segundo que pasaba se volvía una tortura deliciosa.
"Marcus", se oyó de nuevo. El vampiro cerró los ojos y pronunció el nombre del neófito, marcando cada una de sus letras, cada una de sus sílabas. La espera estaba condenándolo, pero se trataba de una espera completamente provechosa. Cada instante que transcurría aseguraba más deseo y necesidad de posesión. En cuanto Ziel mordió su cuello el vampiro estiró un poco más el mismo, soltando otro suspiro. El leve dolor de la mordida solo contribuía a exitarlo aún más, alimentando sus más fervientes y oscuros deseos. La sangre manó hacia el exterior, fundiéndose con la boca de Ziel. Sin embargo, jamás se oyó suspiro y gemido tal como cuando Ziel osó a tocar más de lo que esperaba Marcus, y quizás más de lo que esperaba el neófito mismo.
El cuerpo de Marcus se arqueó ante tal descarga electrizante. La electricidad que le habían dado en el Consejo no se comparaba en lo más mínimo con la potencia que había abatido su cuerpo la acción de Ziel. En ese momento, Marcus se giró, quedando frente a su amante y pegando un poco más su cuerpo al suyo. La sangre de su cuello había manchado las sábanas, pero eso no importaba ahora, ya que amante y amado estaban entregándose el uno al otro, aunque precisamente el más joven fuera un poco más reacio hoy. Quería jugar, quería pelear por el control, y Marcus le daría el gusto. Sin embargo, ahora le tocaba a él su próximo movimiento.
Marcus se movió con rapidez y agilidad y logró acorralar a Ziel bajo su cuerpo. Incluso la temperatura del cuerpo del mayor se había elevado un poco, algo raro en un vampiro habitualmente, pero no en estas situaciones. Era como sentirse un humano, pues la sensación calurosa era exactamente la misma. Los cabellos azabaches de Marcus cayeron hacia adelante, ocultando un poco su rostro, y entonces Ziel podría divisar la pícara y sucia sonrisa que expresaban sus labios. Se llevó su muñeca a la boca y mordió, llenandosela de su propia sangre. Acto seguido, trabó ambas muñecas de Ziel con sus manos y, sin previo aviso, descendió su rostro hasta el suyo. Sus labios se encontraron y Ziel no tuvo más opción que acceder, pues el vampiro lo invadió de manera sensual y violenta, acariciando su lengua con la suya para, lentamente, dejar fluir la sangre a través de su tráquea. El beso, que comenzó suave, no demoró en volverse apasionado y desesperado. Si Ziel quería poseerlo, Marcus ansiaba poseerlo aún más.
Marcus se había volteado y había iniciado esta cacería. El joven vampiro, sediento y deseoso, había sigo guiado hasta donde el vampiro mayor quería. Sintió su respiración contra su nuca, sus manos imponentes y seductoras. Marcus sonrió de lado, placenteramente, cuando Ziel aferró su cabello azabache y lo obligó a estirar el cuello hacia atrás. ¿Quién le había enseñado a ser tan rudo? Tal vez él hubiera tomado las riendas de esto porque finalmente se sentía cómodo y a gusto. Recordaba todas aquellas veces en que él tomó su cuerpo y el rostro vergonzoso de Ziel no se atrevia a mirarlo ni un solo segundo. Ahora, mientras escuchaba su voz llamándolo provocativamente, podía admitir que le gustaba este nuevo Ziel.
La mano cálida del neófito se había infiltrado dentro de su camisa y ahora recorría su torso y abdomen. La frialdad del cuerpo de Marcus aceptaba aquella calidez febril con sumo placer. Sin embargo, no creía que llegaría tan lejos, no Ziel Carphatia. De buenas a primeras, susurró su nombre contra su oído y desabrochó el cierre de sus pantalones. Marcus soltó un suspiro, el cual se entremezclaba con un leve y casi imperceptible gemido. La sensación de tenerlo tan cerca ya delataba a Marcus y sus deseos, pues cada segundo que pasaba se volvía una tortura deliciosa.
"Marcus", se oyó de nuevo. El vampiro cerró los ojos y pronunció el nombre del neófito, marcando cada una de sus letras, cada una de sus sílabas. La espera estaba condenándolo, pero se trataba de una espera completamente provechosa. Cada instante que transcurría aseguraba más deseo y necesidad de posesión. En cuanto Ziel mordió su cuello el vampiro estiró un poco más el mismo, soltando otro suspiro. El leve dolor de la mordida solo contribuía a exitarlo aún más, alimentando sus más fervientes y oscuros deseos. La sangre manó hacia el exterior, fundiéndose con la boca de Ziel. Sin embargo, jamás se oyó suspiro y gemido tal como cuando Ziel osó a tocar más de lo que esperaba Marcus, y quizás más de lo que esperaba el neófito mismo.
El cuerpo de Marcus se arqueó ante tal descarga electrizante. La electricidad que le habían dado en el Consejo no se comparaba en lo más mínimo con la potencia que había abatido su cuerpo la acción de Ziel. En ese momento, Marcus se giró, quedando frente a su amante y pegando un poco más su cuerpo al suyo. La sangre de su cuello había manchado las sábanas, pero eso no importaba ahora, ya que amante y amado estaban entregándose el uno al otro, aunque precisamente el más joven fuera un poco más reacio hoy. Quería jugar, quería pelear por el control, y Marcus le daría el gusto. Sin embargo, ahora le tocaba a él su próximo movimiento.
Marcus se movió con rapidez y agilidad y logró acorralar a Ziel bajo su cuerpo. Incluso la temperatura del cuerpo del mayor se había elevado un poco, algo raro en un vampiro habitualmente, pero no en estas situaciones. Era como sentirse un humano, pues la sensación calurosa era exactamente la misma. Los cabellos azabaches de Marcus cayeron hacia adelante, ocultando un poco su rostro, y entonces Ziel podría divisar la pícara y sucia sonrisa que expresaban sus labios. Se llevó su muñeca a la boca y mordió, llenandosela de su propia sangre. Acto seguido, trabó ambas muñecas de Ziel con sus manos y, sin previo aviso, descendió su rostro hasta el suyo. Sus labios se encontraron y Ziel no tuvo más opción que acceder, pues el vampiro lo invadió de manera sensual y violenta, acariciando su lengua con la suya para, lentamente, dejar fluir la sangre a través de su tráquea. El beso, que comenzó suave, no demoró en volverse apasionado y desesperado. Si Ziel quería poseerlo, Marcus ansiaba poseerlo aún más.
- Marcus O'Conell
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Paré de beber sangre y decidí quedarme mirando a Marcus por detrás. Olfateé instintivamente su cuello y no pude evitar volver a morderle. Su aroma se volvía irresistible para mí. Él… su sangre fue la primera que mis labios tocaron, por tanto siempre tenía predilección por ella, incluso frente a la de Bella, otra por la cual me abrumaba completamente cuando estaba cerca. Pero ahora no podía parar de beber de Marcus. Mi cuerpo cada vez me pedía más y más. Temía dejarlo demasiado débil por culpa de mi irresponsabilidad, pero también él fue el primero que desató este juego poniéndome la muñeca delante de mis narices.
Escuché el sonido de su boca y algo me hizo sonreír por dentro. Con un brazo lo apreté más contra mi pecho, anulando su posible escapatoria. Y en su descarga eléctrica, lamí rápida e instintivamente detrás de su oreja. E incluso de oírle mi estómago se retorció; provocándome a mí también, y eso que ni siquiera estaba haciendo nada. En cambio, me sentí verdaderamente poderoso con su cuerpo, de tenerle a mi merced por tan sólo unos míseros segundos. Ahora mismo, creía ser capaz de hacerle cualquier cosa con tal de salir victorioso por primera vez.
-Dime… - ronroneé en bajo, cerca de su pelo. Moví la cabeza, acariciando su mejilla con la cabeza, igual que un cachorro. ¿Había escuchado nombre? Quizá Marcus, ¿deseaba que parara de tocarle? ¿Quería terminar el juego que él mismo empezó? De ninguna manera. Eso ya no era posible. Mi mano se aferró a él más aún, vengativo. Iba a hacerle suspirar de placer hasta que ya no pudiera tomar más aire en los pulmones de la tensión. No hasta que me proclamara único vencedor esta noche. - ¿Quién ríe ahora, Marcus…? – Pregunté lentamente sobre su oído.
Pese a lo que pudiera creer, pensar o decir, la vergüenza estaba ahí escondida tras una fachada de promiscuo indecente. El verdadero Ziel se hallaba detrás de su espalda, aunque no lo pareciera. El sonrojo sobre las mejillas se hizo efectivo en poco tiempo, tras recapacitar unos segundos. ¿Qué estaba haciendo? Por el amor del cielo… Ziel, te estás convirtiendo en un pervertido. Yo… Yo no era capaz de estas cosas normalmente. Y quién me viera ahora tan entregado al disfrute de Marcus. Inevitablemente me escondí detrás de su espalda, avergonzado, pegándome a él. No obstante, era incapaz de atreverme a sacar la mano de sus pantalones. Cerré los ojos. No quería que viera tal debilidad o la derrota estaría asegurada. Ciertamente, era mucho más fácil soltarme cuando su intensa mirada no estaba observándome como a un conejo de caza, cuando no se detenía a escrutar detenidamente la desnudez de mi cuerpo. Además, sentía perderme si lo miraba en esas ocasiones, de modo que optaba por no hacerlo la gran mayoría de ellas. Y por eso también había tenido tanto valor antes para hacer esto. Pero quizá esto fuera demasiado y no sabía cómo detener aquella situación tan bochornosa en lo que a mí respecta. Porque… Él… Marcus… continuaba siendo un hombre y yo también. A veces seguía costándome el hecho de aceptar que nos amábamos a pesar de ello.
Sin embargo, el juego continuaba mientras y por tanto…
Yo también proseguí.
Esto era extraño se viera por donde se viera –pero ojalá nadie lo viera o moriría de vergüenza antes–, ya que nunca se había dado el hecho. Parecía que cuantas más depravadas ideas tuviera y aplicara, Marcus quedaría más satisfecho. Comenzaba a confundir la razón por la cual lo hacía: pleno disfrute del vampiro o para hallar mi propia victoria. Tal vez existiera la posibilidad de ambas. Pero no, debía centrarme en la segunda más que nada. Marcus se había atrevido a dejarme con la miel sobre los labios y propiamente, debía hacer lo mismo y dejarle a medias para que viniera a buscarme después con ganas de más.
Ah, Ziel, eres un verdadero pervertido pensando cosas como esas. Creía que estábamos hechos de otro material, pero ya veo a donde conduce todo esto. Y todo por demostrar que eres mejor que Marcus en algo. Ziel, realmente eres un cabeza hueca. ¿A quién le importa que le tengas a tu merced? Mañana todo habrá cambiado, imbécil. Escuché de esa pequeña voz interna. En cierto modo, llevaba toda la razón. No sé ni por qué deseaba tanto imponerme sobre él. Simplemente… era gratificante pensar que podía tenerlo tan rebajado y a punto para hacer lo que yo quisiera. Aunque... eso no tuviera ninguna malévola intención. Era… únicamente tenerle ahí como un perrito fiel.
Sin advertirlo, Marcus acabó dándose la vuelta. Los ojos del neófito, brillantes en el más color sangriento, se clavaron con una punta sobre su cuello, deseoso su sangre cayendo y desperdiciándose en la almohada. Me había parado tanto a detenerme por la culpabilidad, que había olvidado saciar el resto de mi sed. Y ahora… quizá ya no tuviera más oportunidades para ello. Seguidamente, miré a Marcus, anonadado. ¿Por qué no me dejó saciar la sed? Él fue quien me tentó primeramente y ahora no esperaba más que complacer a mi garganta.
Intenté escapar velozmente en cuando percibí su movimiento. Hubo una pequeña risa bailando en el silencio, pero antes de que alcanzara salir de la cama, ya estaba bajo su red. Realmente me había dejado, pues esperaba impacientemente qué era lo que haría a continuación. Sonreí pícaro al igual que él, sacando la lengua y relamiendo los colmillos, retándole. Ziel, pervertido. Así lo único que haces es incitarle más a que siga. De verdad… tanto tú como él parecen niños jugando al escondite. Sí, de nuevo, llevaba razón. Pero es que a veces lo hacía por mero instinto y diversión, no porque realmente… vale sí, lo confieso, aún seguía pensando en lo mismo que en lo de hacía un rato: iba a obtener a Marcus bajo cualquier precio.
-¿Qué es lo que piensas hacer? – Pregunté susurrante, prometedor. Ladeé la cabeza hacia un lado, tratando de encontrar sus ojos e introducirme en sus intenciones, pero no logré hallar su brillo carmesí entre el pelo. Tampoco podía inmiscuirme dentro de su cabeza, porque ya no poseía un don mental para hacerlo. Esto me resultó bastante extraño, la verdad. Normalmente podía entrar en él y con un poco de suerte, saber lo que estaba circulando por su mente. Pero ahora no podía hacerlo, no entendía por qué. Tampoco le di tanta importancia, ya que me dejé hacer por sus labios. Apenas opuse resistencia, salvo al principio, negándome a juntar nuestros labios por mera diversión. Podía sujetar mis muñecas, pero ya no tenía más para lograr que no moviera de hombros hacia arriba.
Arrugué el entrecejo, sorprendido de que su sangre circulara de nuevo sobre la garganta. Estaba caliente, incluso juraría que más que antes, pero del mismo modo, continuaba siendo algo delicioso y embriagador. Enredé su lengua en aquel beso pasional que estaba ofreciéndome. Intenté incorporarme para imponerme sobre él, pero la prisión de sus manos seguía inmovilizando mis muñecas. Hubo otro intento más, hasta otro; y ni siquiera logré mover más del tronco. Verdaderamente, me tenía atrapado. Se escuchó un quejido y seguidamente, abrí los ojos. Impuse fuerza, pero lo único que conseguí, fue que sus manos agarraran las mías ahora. Sonreí, cerrándolos de nuevo. Quizá de primeras tenía la intención de tenerle a mi merced, pero no podía negarme a entregarme a él cada vez que lo quisiera.
Aunque ahí no terminó la insistencia. Tal vez me hubiera vendido, tal vez, pero no terminó el deseo de hacerlo mío para siempre y recuperar su cuerpo después de tanto tiempo. Levanté el tronco de nuevo y esta vez lo conseguí, poniéndome a su par. Quedé sentado, agarrando sus manos e incitándole a que se quedara así, pegado, sin dejar que sus labios se separan un solo instante, pues los había deseado por demasiado tiempo. En cambio, tras eso, ¿quién se atrevería a declarar su próximo movimiento?
Escuché el sonido de su boca y algo me hizo sonreír por dentro. Con un brazo lo apreté más contra mi pecho, anulando su posible escapatoria. Y en su descarga eléctrica, lamí rápida e instintivamente detrás de su oreja. E incluso de oírle mi estómago se retorció; provocándome a mí también, y eso que ni siquiera estaba haciendo nada. En cambio, me sentí verdaderamente poderoso con su cuerpo, de tenerle a mi merced por tan sólo unos míseros segundos. Ahora mismo, creía ser capaz de hacerle cualquier cosa con tal de salir victorioso por primera vez.
-Dime… - ronroneé en bajo, cerca de su pelo. Moví la cabeza, acariciando su mejilla con la cabeza, igual que un cachorro. ¿Había escuchado nombre? Quizá Marcus, ¿deseaba que parara de tocarle? ¿Quería terminar el juego que él mismo empezó? De ninguna manera. Eso ya no era posible. Mi mano se aferró a él más aún, vengativo. Iba a hacerle suspirar de placer hasta que ya no pudiera tomar más aire en los pulmones de la tensión. No hasta que me proclamara único vencedor esta noche. - ¿Quién ríe ahora, Marcus…? – Pregunté lentamente sobre su oído.
Pese a lo que pudiera creer, pensar o decir, la vergüenza estaba ahí escondida tras una fachada de promiscuo indecente. El verdadero Ziel se hallaba detrás de su espalda, aunque no lo pareciera. El sonrojo sobre las mejillas se hizo efectivo en poco tiempo, tras recapacitar unos segundos. ¿Qué estaba haciendo? Por el amor del cielo… Ziel, te estás convirtiendo en un pervertido. Yo… Yo no era capaz de estas cosas normalmente. Y quién me viera ahora tan entregado al disfrute de Marcus. Inevitablemente me escondí detrás de su espalda, avergonzado, pegándome a él. No obstante, era incapaz de atreverme a sacar la mano de sus pantalones. Cerré los ojos. No quería que viera tal debilidad o la derrota estaría asegurada. Ciertamente, era mucho más fácil soltarme cuando su intensa mirada no estaba observándome como a un conejo de caza, cuando no se detenía a escrutar detenidamente la desnudez de mi cuerpo. Además, sentía perderme si lo miraba en esas ocasiones, de modo que optaba por no hacerlo la gran mayoría de ellas. Y por eso también había tenido tanto valor antes para hacer esto. Pero quizá esto fuera demasiado y no sabía cómo detener aquella situación tan bochornosa en lo que a mí respecta. Porque… Él… Marcus… continuaba siendo un hombre y yo también. A veces seguía costándome el hecho de aceptar que nos amábamos a pesar de ello.
Sin embargo, el juego continuaba mientras y por tanto…
Yo también proseguí.
Esto era extraño se viera por donde se viera –pero ojalá nadie lo viera o moriría de vergüenza antes–, ya que nunca se había dado el hecho. Parecía que cuantas más depravadas ideas tuviera y aplicara, Marcus quedaría más satisfecho. Comenzaba a confundir la razón por la cual lo hacía: pleno disfrute del vampiro o para hallar mi propia victoria. Tal vez existiera la posibilidad de ambas. Pero no, debía centrarme en la segunda más que nada. Marcus se había atrevido a dejarme con la miel sobre los labios y propiamente, debía hacer lo mismo y dejarle a medias para que viniera a buscarme después con ganas de más.
Ah, Ziel, eres un verdadero pervertido pensando cosas como esas. Creía que estábamos hechos de otro material, pero ya veo a donde conduce todo esto. Y todo por demostrar que eres mejor que Marcus en algo. Ziel, realmente eres un cabeza hueca. ¿A quién le importa que le tengas a tu merced? Mañana todo habrá cambiado, imbécil. Escuché de esa pequeña voz interna. En cierto modo, llevaba toda la razón. No sé ni por qué deseaba tanto imponerme sobre él. Simplemente… era gratificante pensar que podía tenerlo tan rebajado y a punto para hacer lo que yo quisiera. Aunque... eso no tuviera ninguna malévola intención. Era… únicamente tenerle ahí como un perrito fiel.
Sin advertirlo, Marcus acabó dándose la vuelta. Los ojos del neófito, brillantes en el más color sangriento, se clavaron con una punta sobre su cuello, deseoso su sangre cayendo y desperdiciándose en la almohada. Me había parado tanto a detenerme por la culpabilidad, que había olvidado saciar el resto de mi sed. Y ahora… quizá ya no tuviera más oportunidades para ello. Seguidamente, miré a Marcus, anonadado. ¿Por qué no me dejó saciar la sed? Él fue quien me tentó primeramente y ahora no esperaba más que complacer a mi garganta.
Intenté escapar velozmente en cuando percibí su movimiento. Hubo una pequeña risa bailando en el silencio, pero antes de que alcanzara salir de la cama, ya estaba bajo su red. Realmente me había dejado, pues esperaba impacientemente qué era lo que haría a continuación. Sonreí pícaro al igual que él, sacando la lengua y relamiendo los colmillos, retándole. Ziel, pervertido. Así lo único que haces es incitarle más a que siga. De verdad… tanto tú como él parecen niños jugando al escondite. Sí, de nuevo, llevaba razón. Pero es que a veces lo hacía por mero instinto y diversión, no porque realmente… vale sí, lo confieso, aún seguía pensando en lo mismo que en lo de hacía un rato: iba a obtener a Marcus bajo cualquier precio.
-¿Qué es lo que piensas hacer? – Pregunté susurrante, prometedor. Ladeé la cabeza hacia un lado, tratando de encontrar sus ojos e introducirme en sus intenciones, pero no logré hallar su brillo carmesí entre el pelo. Tampoco podía inmiscuirme dentro de su cabeza, porque ya no poseía un don mental para hacerlo. Esto me resultó bastante extraño, la verdad. Normalmente podía entrar en él y con un poco de suerte, saber lo que estaba circulando por su mente. Pero ahora no podía hacerlo, no entendía por qué. Tampoco le di tanta importancia, ya que me dejé hacer por sus labios. Apenas opuse resistencia, salvo al principio, negándome a juntar nuestros labios por mera diversión. Podía sujetar mis muñecas, pero ya no tenía más para lograr que no moviera de hombros hacia arriba.
Arrugué el entrecejo, sorprendido de que su sangre circulara de nuevo sobre la garganta. Estaba caliente, incluso juraría que más que antes, pero del mismo modo, continuaba siendo algo delicioso y embriagador. Enredé su lengua en aquel beso pasional que estaba ofreciéndome. Intenté incorporarme para imponerme sobre él, pero la prisión de sus manos seguía inmovilizando mis muñecas. Hubo otro intento más, hasta otro; y ni siquiera logré mover más del tronco. Verdaderamente, me tenía atrapado. Se escuchó un quejido y seguidamente, abrí los ojos. Impuse fuerza, pero lo único que conseguí, fue que sus manos agarraran las mías ahora. Sonreí, cerrándolos de nuevo. Quizá de primeras tenía la intención de tenerle a mi merced, pero no podía negarme a entregarme a él cada vez que lo quisiera.
Aunque ahí no terminó la insistencia. Tal vez me hubiera vendido, tal vez, pero no terminó el deseo de hacerlo mío para siempre y recuperar su cuerpo después de tanto tiempo. Levanté el tronco de nuevo y esta vez lo conseguí, poniéndome a su par. Quedé sentado, agarrando sus manos e incitándole a que se quedara así, pegado, sin dejar que sus labios se separan un solo instante, pues los había deseado por demasiado tiempo. En cambio, tras eso, ¿quién se atrevería a declarar su próximo movimiento?
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Si me quieres querer, quiéreme ahora.
No dejes el amor para mañana.
No dejes el amor para mañana.
Sus labios eran una adicción. Marcus jamás lo hubiera creído, pero así resultaba ser. ¿Quién diría que un simple humano, un simple esclavo, podía llegar a significar tanto para un ser despiadado como él? ¿Cuántas veces ya se habían perdido uno en el cuerpo del otro? Y ahora recordaba aquella primera vez, en el sucio hotel, donde se declaró dueño de Ziel por completo, arrebatándole la integridad y atesorándola con él, cual premio en aquel entonces, pero actualmente como un verdadero tesoro más valioso que el oro.
Suavemente, Marcus fue soltando un poco el agarre de Ziel sobre sus muñecas. Delicadamente, se dejó llevar por la porcelana de su piel y por el terciopelo que prometía. Aquel beso apasionado, cargado de deseos y de necesidades, se repente se volvió suave y lento. Marcus apenas despegó los labios de los de Ziel, permitiendo que el rastro carmesí se reflejara con la escasa luz de la habitación. Con parsimonia, deslizó sus labios por la comisura de los del joven vampiro, otorgando pequeños besos sobre la piel de su rostro. Descendió por su cuello, haciendo un pequeño camino de marcas en su blanca piel. Se detuvo un momento, pues podría morderlo allí mismo y plasmar lo más íntimo para dos vampiros: el beber uno del otro. Pero se contuvo. Se contuvo porque aunque estuviera loco de necesidad y pasión, aún conservaba la suficiente cordura como para recordar que Ziel estaba débil y que si alguien debía beber de alguien, era el joven del mayor.
- No sabes cuánto he esperado por esto. Te necesitaba... tanto -confesó, regresando su rostro frente al suyo y mirándolo a los ojos nuevamente, pero esta vez permitiendo que el brillo de sus ojos rojos y prometedores pudiera ser apreciado por el neófito-. Ojalá pueda darte todo el amor que te ha hecho falta en todo este tiempo, incluso el que no pude darte hace algún tiempo atrás... -continuó, intercalando suspiros y cerrando los ojos de vez en cuando, pues Ziel no dejaba de jugar con su más íntima parte, en todo sentido, tanto físico como espiritual. Y entonces el joven se irguió, quedando sentado frente a él. Marcus acarició su rostro con sus manos desnudas, sin guantes blancos que impidieran el tacto como en otras ocasiones.
Y los labios, que estaban tan próximos, volvieron a unirse. Lo besaría como si este día fuera el último; como si mañana un gran abismo podría cernirse sobre ellos, y es que esto podía ocurrir perfectamente, ya que ahora mismo, mientras ellos declaraban su amor, Bella estaba siendo torturada y mañatada en una sucia y oscura celda. Pero ellos no lo sabían, y quizás deberían conocer la verdad: Bella estaba pagando el precio de su amor.
Marcus comenzó a desabrochar los pequeños botones de la ropa de hospital de Ziel, quitándosela de una vez por todas. Ziel en verdad era fuerte, a pesar de todo, y esas prendas se veían patéticas en él. Y, rápidamente, su fuerte mano se coló entre las sábanas, invadiendo zonas de Ziel como nunca antes; arrebatando cuantos suspiros pudiese de su boca.
- Eres mío, Ziel. ¿Lo recuerdas? -murmuró contra sus labios mientras emitía pequeños gruñidos. Y entonces sus lenguas volvieron a danzar, entregándose el uno a otro una vez más, y deseando que este momento jamás concluyera. Ah, por más eternidad que sus vidas concedieran, eran pocos los instantes en los cuales podían apreciar la paz en medio de la tormenta. Y este era uno de ellos, pero concedido gracias a la ignorancia, pues si supieran la verdad sobre Bella, la mujer a la que ambos amaban, todo cambiaría drásticamente.
Y así Marcus cedió un poco, sin ser tan posesivo y autoriario, permitiéndole a Ziel realizar su próximo movimiento. Dándole la oportunidad, en definitiva, de aprovecharse de él cuanto quisiera.
- Marcus O'Conell
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Despacio mi amor, que hay tiempo.
Para quedarme atrapado en tus ojos de color sangriento.
Y recorrer con mi boca el perfil de tus labios sedientos.
Para perderme y encontrarme,
para poseerte y que seas mi dueño.
Despacio mi amor, que hay tiempo
para acabar con la distancia
entre tu cuerpo y mi cuerpo
Para quedarme atrapado en tus ojos de color sangriento.
Y recorrer con mi boca el perfil de tus labios sedientos.
Para perderme y encontrarme,
para poseerte y que seas mi dueño.
Despacio mi amor, que hay tiempo
para acabar con la distancia
entre tu cuerpo y mi cuerpo
Cerré los ojos levemente, para venderme a las caricias de Marcus, a sus besos, para sentirle todo lo que pudiera y disfrutar de este momento, pues quién sabe cuándo el Destino nos dejaría volver a repetirlo. Estiré el cuello hacia atrás, dejándole mayor espacio para aquello que quisiera hacer. Me perdía totalmente que hiciera dicho recorrido de besos, completamente adicto de él. Adoraba cómo sus grandes manos frías se posaban sobre la piel y me transmitían su frío particular allá donde osaran a tocar. Con una mano acaricié su mejilla y retiré su pelo hacia atrás, admirándolo. Estaba totalmente embelesado por él, era un imbécil enamorado que podría vender su propia alma para conseguir que Marcus siguiera queriéndome, que pese a que hubiera una infidelidad, continuara esperándolo y arriesgándolo todo si así él lo necesitaba. No me importaba convertirme en objeto con tal de permanecer a su lado. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, si eso me prometía que él seguiría mirándome con esos rojos ojos en plena oscuridad.
Suspiré, dejando el aire caliente sobre su piel de mármol. La mano que tenía sobre él, nada más que hacía acariciar su pelo con suavidad y ternura, como si Marcus también pudiera convertirse en un manso cachorro. Ah, Marcus, ¿cuánto hace que llevo soñando con esto? ¿Cuántas veces añoré que fuera realidad? ¿Cuántas veces imaginé que me tocabas? ¿Cuántas veces imaginé que me besabas de esta forma? ¿Cuántas veces deseé tu cuerpo como ahora? ¿Cuántas, cuántas veces imaginé que te tenía entre mis brazos? Mis labios temblaron, cargándose los ojos de duras lágrimas que se escondían bajo los párpados.
-Ámame. – Susurré inconscientemente, drogado por la suavidad de sus labios, necesitándolo. Añoraba que alguien me amara de esta forma y me tratara con tal delicado trato. Añoraba los días en que podía recibir una pequeña dosis de cariño al día y con ello era extremadamente feliz. Y durante el secuestro, a cada profanación trataba de imaginarme a Marcus en cada caricia perversa, en cada beso ofensivo. En cualquier instante mi cabeza transformaba automáticamente el rostro de aquel que lo intentara, hasta el punto de convencerme a mí mismo que era él quien se encontraba en aquella habitación de paredes color carmín. Había sido duro, muy duro hacerlo. Las lágrimas no cesaban entonces. Por eso ahora mismo ni siquiera me creía que tuviéramos en este momento de intimidad absoluta. La figura de Bella incluso pareció desaparecer de la entrega que tenía para el vampiro. Y quién supiera que ella en este instante estaba guarneciéndonos de los cazadores.
Ya no buscaba tenerle bajo mis pies, me conformaba con tenerle. Realmente lo que buscaba ahora era que siguiera amándome de esta forma tan desesperada, hasta el punto de que todos los días me confesara que me amaba. Que esta relación no terminara nunca, a pesar de la larga eternidad que teníamos delante. Era algo inconcebible para mi cabeza, tan aturdida y abrumada por su roce.
Cuando se acercó tan posesivamente a mi cuello, apreté su nuca para que no se separa de la curvatura.
-Bébela. Por favor, Marcus… - Sáciate, calma la sed que te corrompe. Deja que cure la angustia de tu garganta. No mires ahora la debilidad de mi cuerpo, pues es lo que más odio en este instante. – Por favor… - repetí, atrayéndole más aún. ¿Cuánto hacía que Marcus no bebía mi sangre? Meses. Había decidido respetarlo y olvidarlo con el paso de los días. Pero no evitaba sentir su sed, tan ardiente sobre su boca, deseoso de beber algo que fue y es suyo. Quizá hasta alguna vez se preguntara cómo era el sabor de esta después de convertirme. Hasta yo mismo lo hacía, me preguntaba si habría cambiado en algo, si ya no atraía a Marcus y le desagradase. Ya no teníamos una relación de vasallaje, ni mucho menos; sin embargo, mi sangre, mi cuerpo, todo lo que él quisiera, continuaba siendo suyo. Resultaba prácticamente una ofensa que no lo hiciera en esta situación de entrega mutua, justo cuando más sed daba estar cerca el uno del otro.
Rojo y rojo se encontraron de nuevo en plena oscuridad. Podía verle perfectamente a pesar de que fuera completamente de noche. Sonreí escuchándole, incluso hasta avergonzado de que me lo dijera por palabra, pero tremendamente feliz. Me incliné sobre él, besándole con lentitud, suave, despacio, disfrutando de tenerle cerca, aprovechando cada instante. Rodeé su cuello con un brazo, adquiriendo más intensidad en ese beso, también en mi provocación.
“Te amo, Marcus O’Conell. No podría decirte de palabra cuánto, pues sé que me quedaría corto con el lenguaje“. Dije para él mentalmente, siendo él propiamente quien lo leyera de mi cabeza. Dos pequeñas gotas cayeron por las mejillas. No podía evitarlo, pues mi deseo de que me amara, estaba dentro de sus palabras. Y no podía pedirle más que eso. Sin duda, era desbordante la felicidad que albergaba en este momento.
Enredé su lengua con la mía entregándome lentamente, bajando la mano para acariciarle por la espalda y atraerle por la cintura. Saqué las piernas de entre las sábanas y traté de superar el temor de siempre. Separé sus labios de los míos, tomando un poco de aire. Tenía calor, mucho calor y no por la fiebre. Hice un poco de fuerza y lo senté sobre la cama, recostando mi peso sobre sus fuertes piernas, reduciendo totalmente la poca distancia que pudiera haber. Su pecho subía ajetreado con el mío, entrecortado por la malicia que se escondía bajo su ropa. Reí para mis adentros. Y regresé a él, a sus labios, como siempre.
El momento más tenso para el neófito ocurrió. La ropa de hospital había quedado ya fuera del recinto de ambos amantes. Miré hacia otro lado como normalmente hacía, sabiendo que Marcus estaba mirándome la piel desnuda. Ziel, puedes hacerlo. Mírale. Mira a Marcus, hazlo, no pasará nada. Ya has pasado por esto, y no hay nada de lo que avergonzarse. Míralo, Ziel. Entonces, mis ojos siguieron las órdenes de las que intentaba concienciarme. Los clavé inconscientemente entre los de Marcus. El sonroje de las mejillas era evidente, pero estaba superando la timidez. Es más, también osé a levantarle la camisa y quitársela de una vez por todas; haciendo un incluso intención de desprenderme de sus pantalones. Sin embargo, algo me impidió hacerlo. Su mano, se había apropiado ahora de mi parte más débil.
Me incliné hacia delante, mientras sentía la descarga eléctrica sobre la columna vertebral. Dejé escapar un largo suspiro, escondiéndome en su hombro y agarrándolo, tratando de contener el placentero estímulo que provocaba. Lo miré de reojo divertido. ¿Esto era una venganza? Demasiado cruel y demasiado a pecho. Asentí levemente a su pregunta, extasiado y tenso hasta las cejas. En cambio, yo tampoco me rendí y volví a la misma intención anterior.
-Ma… ar… - Era casi imposible que pudiera decir su nombre de un tirón. Intenté detenerle con la mano que tenía libre, agarrando la del vampiro. Y en qué momento lo hice. “Marcus… tú eres mío, de mi propiedad”. Sentencié mentalmente para él, sin darle opción a negarse. Cerré los ojos, queriendo desde el alma morder en su hombro, pues toda prevención y experiencia es poca y toda provocación es extensa; terminando por soltar la voz en una larga tanda de gemidos hablando de placer.
Encontré sus labios por casualidad nuevamente, silenciándome para asegurar que no cometiera más delito. Demostraría que no era ningún débil a su tacto, cuando era toda la verdad. Sonreí por dentro, cerrando nuevamente los ojos, danzando en su boca de nuevo. Me alcé levemente y acerqué más a él, atrayéndole, pegando su cuerpo con el mío; soltando la mano de Marcus para rodearle y que no se separa. Nunca, que no lo hiciera nunca. Jamás. Estaba prohibido.
Y ahora movían blancas.
Sonreí deteniendo el beso, pero atrayéndole para que no hubiera decadencia con sus labios, dejándome caer hacia atrás y proclamándole vencedor. O al menos eso era lo que parecía. Hubo un drástico giro y al final quien se encontraba encima era el neófito, el cual parecía cantar la victoria con tal perversa y endemoniada sonrisa. La distancia se sembró por mis brazos indecorosamente. Sin embargo, me sorprendió a mí mismo que ahora pudiera dirigirle con tanta facilidad. No sé ni por qué lo hice, simplemente sentía la necesidad de hacerlo, para que él cubriera mis deseos más inesperados y ocultos. Sin preverlo, cerré los ojos con fuerza, flaqueando nuevamente. Se escuchó otro quejido que intentaba esconderse. Ah, dichoso Marcus.
“Marcus O’Conell: Eres mío. Ú-Únicamente mío y de nadie más. Y te prohíbo estrictamente que alguien toque tu cuerpo. Porque… porque… me pone celoso qque se te acerquen. E incluso… que te miren”. Confesé autoritariamente, finalmente mirando hacia otro lado, avergonzado de nuevo.
Los brazos temblaban, y largos suspiros se escapaban, además de no dejarme hablar bien mentalmente; pero se mantuvieron erguidos para mi próximo ataque.
Suspiré victorioso cuando terminó. Mi cuerpo ya había abandonado la tensión y acabó por tumbarse encima del pecho de Marcus para abrazarle. Pero aquí empezaba una nueva condena para él. Di un lametón a su pecho, dibujando formas con la lengua sobre él. Contorneé su cuerpo con delicadeza y después tracé formas por el resto de su abdomen. Lo besé de nuevo y a partir de sus labios, comencé a besar por su cuerpo, bajando por la curvatura de su hombro, dando un fugaz lametón sobre su herida abierta y bajando por su pecho, lamiendo su piel en algunos breves intervalos. Lo iba a hacer mío de todas las maneras posibles y por haber.
Despacio mi amor, que hay tiempo
para leer con mis manos cada rincón de tu cuerpo.
Para morirme en tus brazos.
Para beberme tú aliento.
Para liberar mi alma y ser presa de tus besos
Despacio mi amor, que aún nos sobra el tiempo.
para leer con mis manos cada rincón de tu cuerpo.
Para morirme en tus brazos.
Para beberme tú aliento.
Para liberar mi alma y ser presa de tus besos
Despacio mi amor, que aún nos sobra el tiempo.
- Ziel A. Carphatia
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
"Ámame". ¿Y cómo no hacerlo? Marcus ya estaba entregado a él en cuerpo y alma; estaba entregado a sus tristezas y a sus deseos; a sus días de dicha y a sus días de cautiverio. Absoluta y enteramente, Marcus le pertenecía, y ahora incluso un poco más que antes, pues no solo un sentimiento los ataba, sino que también una naturaleza indomable y asimismo letal. Ziel había logrado capturar a Marcus en todos los sentidos en que alguien puede ser capturado. Lo tenía a sus pies, a su merced, aunque el inocente e ingenuo muchacho no se diera cuenta de eso a menudo. Marcus ya no vivía por sí mismo, sino que lo hacía sola y exclusivamente para él. Y así, despacio, a fuego lento, iba consumiendo cada centímetro de su piel con aquel elixir anesteciante de sus labios.
Ante la súplica, Marcus no pudo resistirse. La sangre de Ziel siempre había su perdición desde un principio, incluso en los más oscuros tiempos, y todos estos meses había decidido no tocarlo nunca más, no atreverse a arrebatarle aquello jamás, pero ahora... Ahora estaba a punta de flaquear. Marcus recorrió el rostro de Ziel con una de sus manos, deteniéndose en sus labios y rozándolos con sus dedos índice y corazón. Acercó sus labios a los suyos otra vez, respirando agitadamente debido a la exaltación que ahora mismo impregnaba su alma. De frente, mirándose el uno al otro, entremezclando ambos tonos carmesí para forma un único matiz. Marcus descendió sus labios acariciando suavemente su cuello hasta encontrar el sitio adecuado entre éste y su hombro, y allí alojó sus colmillos, ansiosos y desesperados.
La mordida fue suave pero intensa. Ah, ¿cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez? La sangre de Ziel invadió sus sentidos y lo enloqueció completamente. Marcus abrazó el cuerpo del muchacho con mayor intensidad, pero sin hacerle daño. Acarició su espalda y ascendió una de sus manos hacia su nuca, manteniendolo bien cerca, sin darle posibilidades de huir. Cuando creyó que era suficiente y se esforzó por creérselo, cesó la presión sobre el cuello de Ziel y lamió delicadamente la herida, borrando todo rastro de pecado carmesí.
"Te amo, Marcus O’Conell."
- No tanto como yo a ti -susurró apasionadamente contra sus labios, sin querer ni pretender separarse un centímetro más. Ahora ambos estaban desnudos, en cuerpo y alma, envolviéndose entre las blancas sábanas y protegiéndose de todo mal exterior. Marcus continuó escuchando los susurros plancenteros que huían de los labios de Ziel, pero a su vez oía sus palabras interiores. A su mente llegaban sus órdenes y deseos. Marcus sonrió y cubrió de besos su pecho y hombros, para luego dejarse caer junto con él.
El vampiro mayor creía tenerlo acorralado, pero el neófito indómito acabó por posicionarse sobre él, distanciando un poco ambos rostros, alejando mínimamente los deseos, aunque tal distancia lo único que hacía era incrementarlos. Marcus no dejaba de torturar plácidamente a aquel chico, pues quería obtenerlo todo de él en esta noche. Admiró la belleza de Ziel y el placer que denotaba su rostro. Acarició suavemente su cabello, descansando su pesada mano sobre su mejilla. Todo estaba bien, todo estaba bien ahora.
Cuando la agitación acabó de sembrar la tempestad en el cuerpo del neófito, viajó hacia el cuerpo de Marcus para desatar allí un huracán. Entre besos y caricias, Ziel estaba consiguiendo llevarlo hasta un punto sin retorno. "Yo soy tuyo y tú eres mío. Y esta unión es algo que nadie jamás podrá resquebrajar. Lo sabes y lo sé, desde aquel día... estabas destinado a pertenecerme", habló en su mente mientras a través de sus labios huían suspiros. Marcus abrió los ojos y sujetó el rostro de Ziel entre sus manos, besándolo apasionadamente una vez más. En ese instante, se percató de que ya no soportaba esta lejanía y necestiaba sentirlo aún más cerca -si es que eso era posible-.
Marcus giró y obligó a Ziel a quedar debajo de él. Los fuertes brazos del vampiro estaban a cada lado de su cabeza, sosteniendo su cuerpo con ambas manos. Una sonrisa sincera y perversa surcó sus labios, pero sus ojos no expresaban malicia alguna. Marcus acercó sus labios a los suyos otra vez y susurró unas simples pero intensas palabras:
- Nunca dejes de amarme, Ziel -ordenó, suplicante. Y entonces las sábanas los cubrieron, ocultando el pecado y borrando todo mal de sus cuerpos y mente, para permitir que el amor hiciese su magia una vez más.
Ante la súplica, Marcus no pudo resistirse. La sangre de Ziel siempre había su perdición desde un principio, incluso en los más oscuros tiempos, y todos estos meses había decidido no tocarlo nunca más, no atreverse a arrebatarle aquello jamás, pero ahora... Ahora estaba a punta de flaquear. Marcus recorrió el rostro de Ziel con una de sus manos, deteniéndose en sus labios y rozándolos con sus dedos índice y corazón. Acercó sus labios a los suyos otra vez, respirando agitadamente debido a la exaltación que ahora mismo impregnaba su alma. De frente, mirándose el uno al otro, entremezclando ambos tonos carmesí para forma un único matiz. Marcus descendió sus labios acariciando suavemente su cuello hasta encontrar el sitio adecuado entre éste y su hombro, y allí alojó sus colmillos, ansiosos y desesperados.
La mordida fue suave pero intensa. Ah, ¿cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez? La sangre de Ziel invadió sus sentidos y lo enloqueció completamente. Marcus abrazó el cuerpo del muchacho con mayor intensidad, pero sin hacerle daño. Acarició su espalda y ascendió una de sus manos hacia su nuca, manteniendolo bien cerca, sin darle posibilidades de huir. Cuando creyó que era suficiente y se esforzó por creérselo, cesó la presión sobre el cuello de Ziel y lamió delicadamente la herida, borrando todo rastro de pecado carmesí.
"Te amo, Marcus O’Conell."
- No tanto como yo a ti -susurró apasionadamente contra sus labios, sin querer ni pretender separarse un centímetro más. Ahora ambos estaban desnudos, en cuerpo y alma, envolviéndose entre las blancas sábanas y protegiéndose de todo mal exterior. Marcus continuó escuchando los susurros plancenteros que huían de los labios de Ziel, pero a su vez oía sus palabras interiores. A su mente llegaban sus órdenes y deseos. Marcus sonrió y cubrió de besos su pecho y hombros, para luego dejarse caer junto con él.
El vampiro mayor creía tenerlo acorralado, pero el neófito indómito acabó por posicionarse sobre él, distanciando un poco ambos rostros, alejando mínimamente los deseos, aunque tal distancia lo único que hacía era incrementarlos. Marcus no dejaba de torturar plácidamente a aquel chico, pues quería obtenerlo todo de él en esta noche. Admiró la belleza de Ziel y el placer que denotaba su rostro. Acarició suavemente su cabello, descansando su pesada mano sobre su mejilla. Todo estaba bien, todo estaba bien ahora.
Cuando la agitación acabó de sembrar la tempestad en el cuerpo del neófito, viajó hacia el cuerpo de Marcus para desatar allí un huracán. Entre besos y caricias, Ziel estaba consiguiendo llevarlo hasta un punto sin retorno. "Yo soy tuyo y tú eres mío. Y esta unión es algo que nadie jamás podrá resquebrajar. Lo sabes y lo sé, desde aquel día... estabas destinado a pertenecerme", habló en su mente mientras a través de sus labios huían suspiros. Marcus abrió los ojos y sujetó el rostro de Ziel entre sus manos, besándolo apasionadamente una vez más. En ese instante, se percató de que ya no soportaba esta lejanía y necestiaba sentirlo aún más cerca -si es que eso era posible-.
Marcus giró y obligó a Ziel a quedar debajo de él. Los fuertes brazos del vampiro estaban a cada lado de su cabeza, sosteniendo su cuerpo con ambas manos. Una sonrisa sincera y perversa surcó sus labios, pero sus ojos no expresaban malicia alguna. Marcus acercó sus labios a los suyos otra vez y susurró unas simples pero intensas palabras:
- Nunca dejes de amarme, Ziel -ordenó, suplicante. Y entonces las sábanas los cubrieron, ocultando el pecado y borrando todo mal de sus cuerpos y mente, para permitir que el amor hiciese su magia una vez más.
Ven y observa esta obra de arte conmigo.
Este suspiro atado a mi pecho es lo que te regalo.
Castillos de arena, susurros al oído.
Bienvenido a un letargo más profundo que el tiempo.
Este suspiro atado a mi pecho es lo que te regalo.
Castillos de arena, susurros al oído.
Bienvenido a un letargo más profundo que el tiempo.
- Marcus O'Conell
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
¿Por qué? Esa era la pregunta que circulaba por mi cabeza cada vez que lo miraba. ¿Por qué me enloquecía tanto que alguien como él me besara? ¿Por qué decidió Marcus enamorarse de alguien tan sumamente débil como yo? Cerré los ojos en un suspiro, dejándolo estar. Daba igual la razón o cómo llegamos hasta este punto. Estaba bien, esto estaba bien. Dos personas podían amarse libremente sin tener ninguna regla para ello, y ese era nuestro caso. Cuantos más obstáculos fue insertando el destino, más nos uníamos Marcus y yo. Hasta el punto de llegar a enamorarnos profundamente del otro, hasta la necesidad de tenernos cerca en todo momento. Hasta la necesidad de encerrarnos mutuamente por dejar que no se rompiera esto.
Acaricié su pelo con dulzura cuando notaba sus colmillos cerca. Podía sentir su respiración y eso me erizaba el vello de punta. Besé en su hombro, apoyando la cabeza para estar más cómodo. Y en cuanto llegaron sus colmillos, apreté la mandíbula del dolor. Después, la relajación que se formó en mi cuerpo fue extrema. ¿Por qué no podía beber más a menudo? Esto era agradable dentro de donde se viera. Él podría saciar su sed más a menudo y me tranquilizaría saber que no sufre por el quemazón en la garganta. Tal vez es algo violento, pero agradable lo que se sentía después. Casi olvidé lo que era esta sensación después de tanto tiempo sin que lo hiciera. Marcus podría ver ahora toda la devoción que tenía por él, el sacrificio que involucró tenerle a mi lado; u quizá otras cosas que temiera enseñarle, así como lo que sucedió en el bosque o durante alguno de los secuestros, intentando no pensar en ninguna de las dos cosas.
Asentí a lo que me dijo mentalmente. Sí, llevaba razón. Cada uno era posesión del otro y no había vuelta de hoja. Nadie, nadie jamás se interpondría entre nosotros para romper este amor. Nadie. Ni el propio destino. Giré automáticamente, dejándome hacer por Marcus, suspirando incluso antes de que llegara a rozarme. Estaba extasiado de pies a cabeza. Creía no poder obtener más sedación que aquella sin que perdiera la consciencia. Él era mi sedante, el mejor de todos. Con unas simples palabras en mi oído ya podía conseguir de mí cualquier cosa. Levanté los brazos, tomando su rostro y sonriendo. Acaricié cada parte de sus rasgos, los ojos, el pelo de su frente, la barbilla, aquellos labios seductores que tantos besos me habían robado desde el principio, que tantas veces me habían llamado “joven Ziel” u “conejo indefenso”, pero otras deleitadas y románticas también. Abrí la boca suspirando de nuevo. Mis labios se movieron en un silencioso: “te amo” nuevamente. ¿Por qué era tan sumamente imbécil como para repetirlo incansablemente? Marcus debería estar cansado de que estuviera constantemente diciéndoselo. Y quién sabe, quizá le gustara recordarlo.
Me incorporé levemente, dejando un suave beso sobre los labios y regresando a la posición anterior de mirarle desde abajo. Seguidamente, rodeé su cuello con los brazos para que dejara de torturarme en esa lejanía.
-Nunca me cansaré de hacerlo. – Contesté a su petición dulcemente, acariciando su nuca. Lo atraje hacia mí, abrazándolo, dejando que las sábanas volvieran a tenernos envidia una vez más. Como siempre, en la ventana, una brillante luna se asomaba de testigo por el cristal.
Una pequeña melena azul se asomó entre las sábanas. Metí los brazos bajo la almohada para conservar el calor, recostado bocabajo, mirándolo sonriente. Cerré los ojos, cansado.
–Marcus… ¿Cómo que desde aquel día estaba destinado? ¿Y yo no me di cuenta? – Pregunté riendo levemente, dándole con una pierna. Ah, ¿cuándo fue de eso? ¿Cuánto hacía que Marcus y yo nos conocíamos? ¿Cuánto hace desde que nos amamos de este modo? El azul regresó de nuevo al mar de oscuridad de la habitación, observando atentamente a Marcus O’Conell. – Dime, ¿por qué ese día… te fijaste en mí? – Pregunté, curioso. Muchas veces había querido preguntarle cuál fue el motivo por el cual Marcus se fijó en un simple alumno de segundo curso de cabello y ojos azules el día de la fiesta de Navidad. Ese había sido nuestro primer encuentro, terrorífico en mi caso. Si nunca se hubiera dado el caso de que nuestros caminos se cruzaran, ahora mismo cada uno seguiría donde estaba, en vez de estar durmiendo en la misma cama. – Había… cientos de personas allí dentro. – Murmuré, abrazando la almohada cual niño pequeño.
Sin embargo, los interrogantes del neófito no terminaban ahí. En esta situación tan sedante y con un ambiente tan cargado de confianza y amor, ¿por qué no podía saciarlas todas? La timidez del chico se había pasado y ahora no le importaba permanecer aún en la cama. Además, esta vez no había quedado absolutamente durmiendo como un tronco.
-Marcus… ¿cuántos años tienes verdaderamente? – Dije, riendo de nuevo. A veces suponía la idea de que fuera mi bisabuelo incluso. En cambio, su aspecto no superaba el de una persona de treinta años. Reí, girando para quedar frente a él. - ¿Cuándo es tu cumpleaños? ¿Tu color favorito? – Acaricié su rostro, impaciente porque contestara. Cerré levemente los ojos, durmiéndome a su tacto y suspirando levemente. Quería que contestara todas y cada una de las preguntas que siempre tenía escondidas. Necesitaba, anhelaba conocer todos y cada uno de los secretos del gran Marcus O’Conell.
Acaricié su pelo con dulzura cuando notaba sus colmillos cerca. Podía sentir su respiración y eso me erizaba el vello de punta. Besé en su hombro, apoyando la cabeza para estar más cómodo. Y en cuanto llegaron sus colmillos, apreté la mandíbula del dolor. Después, la relajación que se formó en mi cuerpo fue extrema. ¿Por qué no podía beber más a menudo? Esto era agradable dentro de donde se viera. Él podría saciar su sed más a menudo y me tranquilizaría saber que no sufre por el quemazón en la garganta. Tal vez es algo violento, pero agradable lo que se sentía después. Casi olvidé lo que era esta sensación después de tanto tiempo sin que lo hiciera. Marcus podría ver ahora toda la devoción que tenía por él, el sacrificio que involucró tenerle a mi lado; u quizá otras cosas que temiera enseñarle, así como lo que sucedió en el bosque o durante alguno de los secuestros, intentando no pensar en ninguna de las dos cosas.
Asentí a lo que me dijo mentalmente. Sí, llevaba razón. Cada uno era posesión del otro y no había vuelta de hoja. Nadie, nadie jamás se interpondría entre nosotros para romper este amor. Nadie. Ni el propio destino. Giré automáticamente, dejándome hacer por Marcus, suspirando incluso antes de que llegara a rozarme. Estaba extasiado de pies a cabeza. Creía no poder obtener más sedación que aquella sin que perdiera la consciencia. Él era mi sedante, el mejor de todos. Con unas simples palabras en mi oído ya podía conseguir de mí cualquier cosa. Levanté los brazos, tomando su rostro y sonriendo. Acaricié cada parte de sus rasgos, los ojos, el pelo de su frente, la barbilla, aquellos labios seductores que tantos besos me habían robado desde el principio, que tantas veces me habían llamado “joven Ziel” u “conejo indefenso”, pero otras deleitadas y románticas también. Abrí la boca suspirando de nuevo. Mis labios se movieron en un silencioso: “te amo” nuevamente. ¿Por qué era tan sumamente imbécil como para repetirlo incansablemente? Marcus debería estar cansado de que estuviera constantemente diciéndoselo. Y quién sabe, quizá le gustara recordarlo.
Me incorporé levemente, dejando un suave beso sobre los labios y regresando a la posición anterior de mirarle desde abajo. Seguidamente, rodeé su cuello con los brazos para que dejara de torturarme en esa lejanía.
-Nunca me cansaré de hacerlo. – Contesté a su petición dulcemente, acariciando su nuca. Lo atraje hacia mí, abrazándolo, dejando que las sábanas volvieran a tenernos envidia una vez más. Como siempre, en la ventana, una brillante luna se asomaba de testigo por el cristal.
* * *
Una pequeña melena azul se asomó entre las sábanas. Metí los brazos bajo la almohada para conservar el calor, recostado bocabajo, mirándolo sonriente. Cerré los ojos, cansado.
–Marcus… ¿Cómo que desde aquel día estaba destinado? ¿Y yo no me di cuenta? – Pregunté riendo levemente, dándole con una pierna. Ah, ¿cuándo fue de eso? ¿Cuánto hacía que Marcus y yo nos conocíamos? ¿Cuánto hace desde que nos amamos de este modo? El azul regresó de nuevo al mar de oscuridad de la habitación, observando atentamente a Marcus O’Conell. – Dime, ¿por qué ese día… te fijaste en mí? – Pregunté, curioso. Muchas veces había querido preguntarle cuál fue el motivo por el cual Marcus se fijó en un simple alumno de segundo curso de cabello y ojos azules el día de la fiesta de Navidad. Ese había sido nuestro primer encuentro, terrorífico en mi caso. Si nunca se hubiera dado el caso de que nuestros caminos se cruzaran, ahora mismo cada uno seguiría donde estaba, en vez de estar durmiendo en la misma cama. – Había… cientos de personas allí dentro. – Murmuré, abrazando la almohada cual niño pequeño.
Sin embargo, los interrogantes del neófito no terminaban ahí. En esta situación tan sedante y con un ambiente tan cargado de confianza y amor, ¿por qué no podía saciarlas todas? La timidez del chico se había pasado y ahora no le importaba permanecer aún en la cama. Además, esta vez no había quedado absolutamente durmiendo como un tronco.
-Marcus… ¿cuántos años tienes verdaderamente? – Dije, riendo de nuevo. A veces suponía la idea de que fuera mi bisabuelo incluso. En cambio, su aspecto no superaba el de una persona de treinta años. Reí, girando para quedar frente a él. - ¿Cuándo es tu cumpleaños? ¿Tu color favorito? – Acaricié su rostro, impaciente porque contestara. Cerré levemente los ojos, durmiéndome a su tacto y suspirando levemente. Quería que contestara todas y cada una de las preguntas que siempre tenía escondidas. Necesitaba, anhelaba conocer todos y cada uno de los secretos del gran Marcus O’Conell.
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Tras aquellas horas de euforia y pasión, ambos vampiros se encontraban calmos envueltos entre las sábanas. Descansaban rodeados de la calidez que ellos mismos habían generado a pesar de su frialdad. Marcus se encontraba observando el techo tras abrir los ojos aún antesteciados. El placer que había recorrido su cuerpo momentos antes era inexplicable y sus efectos aún abatían sus miembros. Estaba algo cansado por todo lo ocurrido, y esta escena amorosa solo había incrementado sus ansias de dormir allí junto a Ziel un rato más.
Cuando Ziel se removió un poco en el colchón, Marcus giró el rostro para mirarlo. Con un brazo lo atrajo hacia sí y permitió que se recostara sobre su pecho, mientras lo rodeaba protectoramente. Los ojos rojos del vampiro mayor recorrieron con cuidado el trayecto de los desordenados cabellos del menor. Sonrió suavemente, propinando una agradable caricia a los mismos y escuchando sus palabras. Ah, ¿cuándo lo entendería? ¿Cuándo dejaría de indagar en aquel asunto? Marcus sabía perfectamente que más allá de la curiosidad, Ziel albergaba una gran inseguridad y no podía asimilar que él, un asesino en potencia destinado a destruir todo el pueblo, acabara rendido ante sus inocentes pies.
- En realidad... -apartó el cabello de su rostro y obligó a que lo mirase, sujetándolo por el mentón con suavidad-... tú te fijaste en mí -dijo, convincente-. Ese día en la fiesta yo había decidido atentar contra tu vida como decidí atentar contra tantas otras, Ziel -explicó, negando con la cabeza y frunciendo levemente los labios ante el recuerdo que prefería olvidar-. Tú fuiste quien salio a mi encuentro aquel día. Tú fuiste quien me elegió para salvarme y devolverme la vida... Y entonces, te pregunto -lo miró a los ojos tierna y misteriosamente-, ¿por qué a mí, cuando podrías haber llevado una vida apacible, libre de peligros, junto a Bella y junto a Kai? ¿Por qué decidiste arriesgar tanto por mí? ¿Qué hubiera ocurrido si en vez de estar aquí, de esta forma, amándonos, tú estuvieras muerto?
Los ojos de Marcus adquirieron un tono nostálgico y lentamente se apartaron de los de Ziel. Había más preguntas que el chico estaba haciendo, una tras la otra, y Marcus se vio obligada a sonreír para luego soltar una sutil risilla. ¿Por qué quería saber todo eso? Ah, claro, porque estaba acostándose con un hombre mayor que él al cual amaba y sobre el cual no sabía nada al respecto, más de lo que él se limitaba a contar. Marcus, entonces, lo observó otra vez y suspiró suavemente. ¿Cómo decirle que podría ser su bisabuelo sin que saliera corriendo despavorido?
- Doscientos treinta y tres inviernos. El 14 de Septiembre.. creo -frunció el ceño-. Y... Uhm... ¿el rojo? -lo miró con un brillo sagaz-. Ah, espera, eso suena a un chiste -rió, soltando una sonora carcajada.
Cuando Ziel se removió un poco en el colchón, Marcus giró el rostro para mirarlo. Con un brazo lo atrajo hacia sí y permitió que se recostara sobre su pecho, mientras lo rodeaba protectoramente. Los ojos rojos del vampiro mayor recorrieron con cuidado el trayecto de los desordenados cabellos del menor. Sonrió suavemente, propinando una agradable caricia a los mismos y escuchando sus palabras. Ah, ¿cuándo lo entendería? ¿Cuándo dejaría de indagar en aquel asunto? Marcus sabía perfectamente que más allá de la curiosidad, Ziel albergaba una gran inseguridad y no podía asimilar que él, un asesino en potencia destinado a destruir todo el pueblo, acabara rendido ante sus inocentes pies.
- En realidad... -apartó el cabello de su rostro y obligó a que lo mirase, sujetándolo por el mentón con suavidad-... tú te fijaste en mí -dijo, convincente-. Ese día en la fiesta yo había decidido atentar contra tu vida como decidí atentar contra tantas otras, Ziel -explicó, negando con la cabeza y frunciendo levemente los labios ante el recuerdo que prefería olvidar-. Tú fuiste quien salio a mi encuentro aquel día. Tú fuiste quien me elegió para salvarme y devolverme la vida... Y entonces, te pregunto -lo miró a los ojos tierna y misteriosamente-, ¿por qué a mí, cuando podrías haber llevado una vida apacible, libre de peligros, junto a Bella y junto a Kai? ¿Por qué decidiste arriesgar tanto por mí? ¿Qué hubiera ocurrido si en vez de estar aquí, de esta forma, amándonos, tú estuvieras muerto?
Los ojos de Marcus adquirieron un tono nostálgico y lentamente se apartaron de los de Ziel. Había más preguntas que el chico estaba haciendo, una tras la otra, y Marcus se vio obligada a sonreír para luego soltar una sutil risilla. ¿Por qué quería saber todo eso? Ah, claro, porque estaba acostándose con un hombre mayor que él al cual amaba y sobre el cual no sabía nada al respecto, más de lo que él se limitaba a contar. Marcus, entonces, lo observó otra vez y suspiró suavemente. ¿Cómo decirle que podría ser su bisabuelo sin que saliera corriendo despavorido?
- Doscientos treinta y tres inviernos. El 14 de Septiembre.. creo -frunció el ceño-. Y... Uhm... ¿el rojo? -lo miró con un brillo sagaz-. Ah, espera, eso suena a un chiste -rió, soltando una sonora carcajada.
- Marcus O'Conell
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Esperaba pacientemente a que Marcus respondiera, reflejándose la intriga en la anchura de las pupilas. En cuanto me atrajo, me acurruqué para dejar la cabeza sobre su pecho. Suspiré, acariciandole con el aire que exhalaba de los pulmones y sonreí de nuevo. Ah, pequeño e indómito neófito, tan endulzado con su amor como un infante con su oso de peluche favorito. Di un repentino beso y volví a girar parar mirarle.
-Dime, ¿te encuentras mejor? - Pregunté preocupado, rozando su pecho con la mejilla, al igual que un cachorro. Por su cara podía advertir que Marcus se encontraba más relajado que anteriormente en el bosque, tanto como en el Consejo. No quería que volviera a enloquecer de esa manera porque no lograba hallar la razón que explicara su comportamiento. Cerré los ojos momentáneamente cuando me acarició la cabeza. Me gustaba que Bella y él hicieran ese gesto. Bella... en algún lugar se encontraba, lejos, muy lejos de allí, siendo torturada por nuestra culpa. Pero, ¿quién conocía tal desagradable verdad? Nosotros desde luego no.
Nada más comenzar a hablar, alcé la cabeza y lo miré de nuevo. Volví a moverme, tan inquieto como un pequeño animalillo, dejando la cabeza esta vez sobre uno de sus brazos estirados, cerca de la almohada. Negué suavemente con la cabeza. No es cierto, yo no me había fijado en Marcus para nada. Es más, entonces le odiaba tanto que habría acabado con su vida si tuviera los medios suficientes. Le odiaba con lo más profundo de mi ser por matar a Alexa, a quien apenas acababa de conocer, además de muchos de mis compañeros de la Academia. No era posible que me fijara aquel día en él. Como mucho mirarle mientras las muertes caían por sus guantes blancos manchados de sangre. Solo eso. Sin embargo, a medida que Marcus iba explicando, parecía tener sentido su punto de vista. Quizá tuviera razón. Bajé la cabeza. Sí, yo fui quien fue prácticamente a buscarlo para venderle mi sangre a cambio de guarecer a Bella de sus hermanos. Le entregué todo lo que tenía lentamente y sin darme cuenta, consiguiendo no sólo la seguridad de la chica, sino también mi propia protección frente al propio Vladimir. El resto resultó obra del destino, quien enredaba nuestros hilos lentamente, hasta el punto de convertirme en un completo dependiente de Marcus. Le necesitaba en todo momento, pues cada vez que no lo tenía cerca, me sentía vulnerable para los vampiros, para los cazadores; anhelando su protección constantemente. Cerré los ojos de nuevo y suspiré.
"¿Por qué?"
El mismo interrogante de siempre que abrumaba mi cabeza. Levanté el tronco, abriendo los ojos y apoyando los codos sobre la cama, cara al colchón. Miré la almohada, perdiendo los ojos en ella. ¿Que por qué opté por él?
-Quería que salvaras a Bella... Y después de mirarte a los ojos aquella vez, supe que podía haber una diminuta gota de posibilidad de que lo hicieras. ¿Por qué a ti? - Los ojos azules se clavaron en los de Marcus, recordando cómo fue la primera vez que vi esos ojos teñidos de sangre. - Veía a tus hermanos, veía a Vladimir y no podía ver lo mismo que en ti. Tú eras el único en el que podía ver un cambio. Mi madre... siempre decía que los ojos son el espejo del alma. Mentiría si dijera que la vi en ese instante. - Reí brevemente. - Después, simplemente... me arriesgué y por eso fui a buscarte para hacer un pacto de sangre contigo. Y que sepas que me he comido muchas broncas de Kasha por tu culpa, tsé. - Alcé la voz para que se enterara. El tono de siempre regresó. - En un principio mi intención fue la de proteger a Bella y obtener la seguridad de que Vladimir no podría volver a cargar contra nosotros. Es decir, era... como atarte para que indirectamente no me hicieras daño. - Cerré los ojos y bajé de nuevo la cabeza. Odiaba decirlo, pero esa era la gran verdad.
-Lo que hice fue de cobardes. Lo pensé muchas veces y me arrepentí todas ellas de haberlo hecho. - Acaricié dulcemente su rostro, añorando incluso los malos tiempos. Ahora en cambio, me alegraba de haber pactado con él. Había conseguido muchas cosas a cambio como: entenderle, comprenderle y enamorarme de él. Me sentía orgulloso de lograr que Marcus cambiara y ubicara su vida en el camino que siempre quiso. Aun así, continué. Ya no tenía sentido no contárselo. - Sin embargo, yo no tenía los medios para proteger a Bella. Ella era un vampiro y yo simplemente un humano que ni siquiera podía disparar con una Bloody Rose. No quería que ella arriesgara su vida para salvarme. De modo que no me importaba sacrificar mi sangre con tal de mantenerla a salvo, pues ya sabía que moriría siendo demasiado joven. - Una ácida sonrisa decoró los labios del más joven, recordándolo. - Y... De alguna forma u otra, en el momento que hiciste aquel pacto conmigo, creí entenderte levemente. ¿Por qué iba a hacer un pacto de sangre un vampiro hijo de Vladimir? Esa pregunta la hice millones de veces. Podrías haber obtenido la sangre de millones de personas, en vez de alimentarte únicamente de mí. Tras que me dejaras la primera vez con vida, creí hallar la razón: necesitabas a alguien. Como si de una mascota se tratara, ¿sabes? Es como... - ¿Cómo explicarle lo que vi? ¿Cómo explicarle cómo lo sentí aquella vez? - Como si necesitaras proteger a alguien, descargar tu tensión con alguna clase de muñeco... Contarle lo que se te pasaba por la cabeza. Quizá estuviera equivocado y quizá siga estándolo, pero ningún vampiro se ata a un humano porque sí, Marcus. Y en cambio tú, tú lo hiciste. Más tarde fui descubriendo cientas de respuestas. - El neófito sonrió tiernamente cual niño pequeño, mirándole. Retiré el pelo de su frente y encogí los hombros. - Supongo que llevabas razón: yo te elegí a ti. Y mira lo que conseguí a cambio. - Desordené su pelo azabache, con una risa infantil que adornaba en las paredes.
Me rasqué la cabeza y arrugué el entrecejó, volviendo la vista a la almohada.
-¿Que qué hubiera ocurrido si en vez de estar aquí, estuviera muerto? - Dejé la cabeza sobre la mano, pensativo. - Pues... no sabría qué decir. Tengo asimilado que la Muerte sigue mis pasos, así que no me extrañaría que lo hubiera conseguido. - Reí irónico. Total, mi esperanza de vida se redujo a los quince años, incluso antes. ¿Por qué iba a pensar que un vampiro me convertiría en uno de los suyos? Era absurdo incluso ahora, que ya formaba parte de aquella extensa raza. - Al menos tendría la conciencia tranquila de que lo intenté y... - El brillo azulado se encaminó para salir de la cama, esquivando al vampiro. Suspiré, dejándome caer sobre la almohada nuevamente, mirando en sentido contrario a Marcus. Finalmente, los párpados bajaron de nuevo, cansados. - Estaría con mi madre. - Concluí. Ella, con quien ni siquiera compartía sangre, a la que siempre llamaba Madre; ella se había marchado hacía ya varios años, pero su recuerdo seguía tan vivo que parecía muchas veces tan real como incierto. Y tal vez tuviera miedo a morir, a sufrir más en el futuro, pero me alentaba que se encontrara en el otro lado, casi esperándome a cuando fuera a su encuentro. Aunque puede que ya nunca pudiera verla ni en el Otro Lado.
Giré dos veces sobre el mismo sitio, enredándome en las sábanas cual gusano de seda. Me encantaba retorcerme sobre su suavidad, sobre el olor que habíamos dejado impregnado sobre estas. Quería almacenar aún el calor de cuando era humano, pero expiraba lentamente hasta desaparecer, regresando el frío invernal. Hecho prácticamente una oruga en su crisálida, giré media vuelta hasta quedar frente a él. Me acerqué y rocé su nariz divertido, retrocediendo de nuevo hasta el brazo y dejar sentada la cabeza en él. Doscientos treinta y tres primaveras. Há.
-Pensaba que... - ¿Qué pensaba, que Marcus tendría únicamente la edad que aparentaba? ¿Que no pasaría ni de los ciento cincuenta años? Ah, qué incrédulo. No conocía ni cuántos años podía durar un vampiro o si es que nunca podían morir en circunstancias normales. Pero también era verdad que nadie me lo había explicado. Las mejillas del neófito se sonrojaron levemente y desvió los ojos hacia otro lado. Estaba... Por el amor del cielo. Estaba acostándome con un hombre que por edad, podría incluso ser mi ancestro. Era... extraño y desde luego vergonzoso. Marcus había recorrido mi uerpo en varias ocasiones. Ahora, sopesaba en la edad y me parecía bochornoso recordar lo que habíamos hecho. A cualquiera que se le dijera, pensaría que estoy loco. Es más, yo mismo lo pienso. - Doscientos... dieci... seis. - Dije lentamente, pensando la diferencia de edad que nos llevábamos; adquiriendo el resto de información. Me gustaría celebrar alguna vez el cumpleaños de Marcus y darle esa grata sorpresa. Seguramente, puede que nunca lo hubieran celebrado. Quién sabe, hace doscientos treinta años...
- ¿Por qué suena a chiste? - Ladeé la cabeza, sin entenderlo del todo. De repente, otra pregunta ocupó toda mi atención. Tenía miedo de formularla y por ello, me tape la cara con ambas manos. - Una última cosa. Y... - Tragué saliva, cerrando los labios para hablar. -¿tendrías... una cita con un hombre? - La intención era clara y concisa, y al final ni siquiera di un rodeo como pensaba al principio. Lo dije y ya está. Porque realmente me gustaría tener una tarde libre para ir con él, sin cazadores, sin vampiros, sin humanos. Únicamente él y yo, a más Bella. Pero nadie más. Quería que me llevara al cine como prometió, aunque tuviéramos que viajar en tren. Quería enseñarle y darle a probar taiyaki, omelette, bollos de carne... Quería enseñarle ciertamente cientos de cosas, experiencias, lugares, gastronomía... casi todo relacionado con los humanos, pues era de lo que principalmente podía inculcarle. Pero al parecer, mi deseo de una cita con él se veía siempre truncado y lo dejaba para más adelante. Había cosas más prioritarias normalmente. Por ejemplo, salvar la vida. O a Bella en este momento de cháchara que tenía. Pero desconocía totalmente dónde estaba. Y yo, me encontraba tan sumamente cómodo por primera vez con Marcus, hablando, descubriendo cosas sobre él, que no me daba cuenta de cuánto estaba tardando Bella en llegar a casa. Seguramente se entretendría en la casa de Kasha, eso pensaba. Qué gran mentira e ingenuidad.
El neófito volvió a girarse, quedando espaldas a Marcus. No quería que viera cómo se me subía la sangre a la cabeza, ¿de acuerdo? Ya había derrochado toda la valentía en la última cuestión. En cambio... comencé a hablar:
-P-pues... tengo... - No sabía si decirlo o no, pero debía hacerlo. Su semblante se volvió serio, totalmente decidido. - Tengo dieceisiete años y el treinta de Marzo cumplo la mayoría de edad. Mi primer apellido es Afarell, pero siempre fui conocido por el segundo. Realmente debería ser Olivier, pero ni siquiera conozco a mis padres biológicos. De color favorito es el gris y como números de la suerte el siete y el nueve. Y... Mi comida favorita es el taiyaki. - Confesé rápidamente, con los ojos cerrados, sonrojándome más aún. ¿Cómo se me ocurría decir que aún era menor?
-Dime, ¿te encuentras mejor? - Pregunté preocupado, rozando su pecho con la mejilla, al igual que un cachorro. Por su cara podía advertir que Marcus se encontraba más relajado que anteriormente en el bosque, tanto como en el Consejo. No quería que volviera a enloquecer de esa manera porque no lograba hallar la razón que explicara su comportamiento. Cerré los ojos momentáneamente cuando me acarició la cabeza. Me gustaba que Bella y él hicieran ese gesto. Bella... en algún lugar se encontraba, lejos, muy lejos de allí, siendo torturada por nuestra culpa. Pero, ¿quién conocía tal desagradable verdad? Nosotros desde luego no.
Nada más comenzar a hablar, alcé la cabeza y lo miré de nuevo. Volví a moverme, tan inquieto como un pequeño animalillo, dejando la cabeza esta vez sobre uno de sus brazos estirados, cerca de la almohada. Negué suavemente con la cabeza. No es cierto, yo no me había fijado en Marcus para nada. Es más, entonces le odiaba tanto que habría acabado con su vida si tuviera los medios suficientes. Le odiaba con lo más profundo de mi ser por matar a Alexa, a quien apenas acababa de conocer, además de muchos de mis compañeros de la Academia. No era posible que me fijara aquel día en él. Como mucho mirarle mientras las muertes caían por sus guantes blancos manchados de sangre. Solo eso. Sin embargo, a medida que Marcus iba explicando, parecía tener sentido su punto de vista. Quizá tuviera razón. Bajé la cabeza. Sí, yo fui quien fue prácticamente a buscarlo para venderle mi sangre a cambio de guarecer a Bella de sus hermanos. Le entregué todo lo que tenía lentamente y sin darme cuenta, consiguiendo no sólo la seguridad de la chica, sino también mi propia protección frente al propio Vladimir. El resto resultó obra del destino, quien enredaba nuestros hilos lentamente, hasta el punto de convertirme en un completo dependiente de Marcus. Le necesitaba en todo momento, pues cada vez que no lo tenía cerca, me sentía vulnerable para los vampiros, para los cazadores; anhelando su protección constantemente. Cerré los ojos de nuevo y suspiré.
"¿Por qué?"
El mismo interrogante de siempre que abrumaba mi cabeza. Levanté el tronco, abriendo los ojos y apoyando los codos sobre la cama, cara al colchón. Miré la almohada, perdiendo los ojos en ella. ¿Que por qué opté por él?
-Quería que salvaras a Bella... Y después de mirarte a los ojos aquella vez, supe que podía haber una diminuta gota de posibilidad de que lo hicieras. ¿Por qué a ti? - Los ojos azules se clavaron en los de Marcus, recordando cómo fue la primera vez que vi esos ojos teñidos de sangre. - Veía a tus hermanos, veía a Vladimir y no podía ver lo mismo que en ti. Tú eras el único en el que podía ver un cambio. Mi madre... siempre decía que los ojos son el espejo del alma. Mentiría si dijera que la vi en ese instante. - Reí brevemente. - Después, simplemente... me arriesgué y por eso fui a buscarte para hacer un pacto de sangre contigo. Y que sepas que me he comido muchas broncas de Kasha por tu culpa, tsé. - Alcé la voz para que se enterara. El tono de siempre regresó. - En un principio mi intención fue la de proteger a Bella y obtener la seguridad de que Vladimir no podría volver a cargar contra nosotros. Es decir, era... como atarte para que indirectamente no me hicieras daño. - Cerré los ojos y bajé de nuevo la cabeza. Odiaba decirlo, pero esa era la gran verdad.
-Lo que hice fue de cobardes. Lo pensé muchas veces y me arrepentí todas ellas de haberlo hecho. - Acaricié dulcemente su rostro, añorando incluso los malos tiempos. Ahora en cambio, me alegraba de haber pactado con él. Había conseguido muchas cosas a cambio como: entenderle, comprenderle y enamorarme de él. Me sentía orgulloso de lograr que Marcus cambiara y ubicara su vida en el camino que siempre quiso. Aun así, continué. Ya no tenía sentido no contárselo. - Sin embargo, yo no tenía los medios para proteger a Bella. Ella era un vampiro y yo simplemente un humano que ni siquiera podía disparar con una Bloody Rose. No quería que ella arriesgara su vida para salvarme. De modo que no me importaba sacrificar mi sangre con tal de mantenerla a salvo, pues ya sabía que moriría siendo demasiado joven. - Una ácida sonrisa decoró los labios del más joven, recordándolo. - Y... De alguna forma u otra, en el momento que hiciste aquel pacto conmigo, creí entenderte levemente. ¿Por qué iba a hacer un pacto de sangre un vampiro hijo de Vladimir? Esa pregunta la hice millones de veces. Podrías haber obtenido la sangre de millones de personas, en vez de alimentarte únicamente de mí. Tras que me dejaras la primera vez con vida, creí hallar la razón: necesitabas a alguien. Como si de una mascota se tratara, ¿sabes? Es como... - ¿Cómo explicarle lo que vi? ¿Cómo explicarle cómo lo sentí aquella vez? - Como si necesitaras proteger a alguien, descargar tu tensión con alguna clase de muñeco... Contarle lo que se te pasaba por la cabeza. Quizá estuviera equivocado y quizá siga estándolo, pero ningún vampiro se ata a un humano porque sí, Marcus. Y en cambio tú, tú lo hiciste. Más tarde fui descubriendo cientas de respuestas. - El neófito sonrió tiernamente cual niño pequeño, mirándole. Retiré el pelo de su frente y encogí los hombros. - Supongo que llevabas razón: yo te elegí a ti. Y mira lo que conseguí a cambio. - Desordené su pelo azabache, con una risa infantil que adornaba en las paredes.
Me rasqué la cabeza y arrugué el entrecejó, volviendo la vista a la almohada.
-¿Que qué hubiera ocurrido si en vez de estar aquí, estuviera muerto? - Dejé la cabeza sobre la mano, pensativo. - Pues... no sabría qué decir. Tengo asimilado que la Muerte sigue mis pasos, así que no me extrañaría que lo hubiera conseguido. - Reí irónico. Total, mi esperanza de vida se redujo a los quince años, incluso antes. ¿Por qué iba a pensar que un vampiro me convertiría en uno de los suyos? Era absurdo incluso ahora, que ya formaba parte de aquella extensa raza. - Al menos tendría la conciencia tranquila de que lo intenté y... - El brillo azulado se encaminó para salir de la cama, esquivando al vampiro. Suspiré, dejándome caer sobre la almohada nuevamente, mirando en sentido contrario a Marcus. Finalmente, los párpados bajaron de nuevo, cansados. - Estaría con mi madre. - Concluí. Ella, con quien ni siquiera compartía sangre, a la que siempre llamaba Madre; ella se había marchado hacía ya varios años, pero su recuerdo seguía tan vivo que parecía muchas veces tan real como incierto. Y tal vez tuviera miedo a morir, a sufrir más en el futuro, pero me alentaba que se encontrara en el otro lado, casi esperándome a cuando fuera a su encuentro. Aunque puede que ya nunca pudiera verla ni en el Otro Lado.
Giré dos veces sobre el mismo sitio, enredándome en las sábanas cual gusano de seda. Me encantaba retorcerme sobre su suavidad, sobre el olor que habíamos dejado impregnado sobre estas. Quería almacenar aún el calor de cuando era humano, pero expiraba lentamente hasta desaparecer, regresando el frío invernal. Hecho prácticamente una oruga en su crisálida, giré media vuelta hasta quedar frente a él. Me acerqué y rocé su nariz divertido, retrocediendo de nuevo hasta el brazo y dejar sentada la cabeza en él. Doscientos treinta y tres primaveras. Há.
-Pensaba que... - ¿Qué pensaba, que Marcus tendría únicamente la edad que aparentaba? ¿Que no pasaría ni de los ciento cincuenta años? Ah, qué incrédulo. No conocía ni cuántos años podía durar un vampiro o si es que nunca podían morir en circunstancias normales. Pero también era verdad que nadie me lo había explicado. Las mejillas del neófito se sonrojaron levemente y desvió los ojos hacia otro lado. Estaba... Por el amor del cielo. Estaba acostándome con un hombre que por edad, podría incluso ser mi ancestro. Era... extraño y desde luego vergonzoso. Marcus había recorrido mi uerpo en varias ocasiones. Ahora, sopesaba en la edad y me parecía bochornoso recordar lo que habíamos hecho. A cualquiera que se le dijera, pensaría que estoy loco. Es más, yo mismo lo pienso. - Doscientos... dieci... seis. - Dije lentamente, pensando la diferencia de edad que nos llevábamos; adquiriendo el resto de información. Me gustaría celebrar alguna vez el cumpleaños de Marcus y darle esa grata sorpresa. Seguramente, puede que nunca lo hubieran celebrado. Quién sabe, hace doscientos treinta años...
- ¿Por qué suena a chiste? - Ladeé la cabeza, sin entenderlo del todo. De repente, otra pregunta ocupó toda mi atención. Tenía miedo de formularla y por ello, me tape la cara con ambas manos. - Una última cosa. Y... - Tragué saliva, cerrando los labios para hablar. -¿tendrías... una cita con un hombre? - La intención era clara y concisa, y al final ni siquiera di un rodeo como pensaba al principio. Lo dije y ya está. Porque realmente me gustaría tener una tarde libre para ir con él, sin cazadores, sin vampiros, sin humanos. Únicamente él y yo, a más Bella. Pero nadie más. Quería que me llevara al cine como prometió, aunque tuviéramos que viajar en tren. Quería enseñarle y darle a probar taiyaki, omelette, bollos de carne... Quería enseñarle ciertamente cientos de cosas, experiencias, lugares, gastronomía... casi todo relacionado con los humanos, pues era de lo que principalmente podía inculcarle. Pero al parecer, mi deseo de una cita con él se veía siempre truncado y lo dejaba para más adelante. Había cosas más prioritarias normalmente. Por ejemplo, salvar la vida. O a Bella en este momento de cháchara que tenía. Pero desconocía totalmente dónde estaba. Y yo, me encontraba tan sumamente cómodo por primera vez con Marcus, hablando, descubriendo cosas sobre él, que no me daba cuenta de cuánto estaba tardando Bella en llegar a casa. Seguramente se entretendría en la casa de Kasha, eso pensaba. Qué gran mentira e ingenuidad.
El neófito volvió a girarse, quedando espaldas a Marcus. No quería que viera cómo se me subía la sangre a la cabeza, ¿de acuerdo? Ya había derrochado toda la valentía en la última cuestión. En cambio... comencé a hablar:
-P-pues... tengo... - No sabía si decirlo o no, pero debía hacerlo. Su semblante se volvió serio, totalmente decidido. - Tengo dieceisiete años y el treinta de Marzo cumplo la mayoría de edad. Mi primer apellido es Afarell, pero siempre fui conocido por el segundo. Realmente debería ser Olivier, pero ni siquiera conozco a mis padres biológicos. De color favorito es el gris y como números de la suerte el siete y el nueve. Y... Mi comida favorita es el taiyaki. - Confesé rápidamente, con los ojos cerrados, sonrojándome más aún. ¿Cómo se me ocurría decir que aún era menor?
- Ziel A. Carphatia
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
"Dime, ¿te encuentras mejor?".
Aquella pregunta lo pilló desprevenido. Marcus giró levemente la cabeza hacia Ziel y asintió. Sí, estaba mejor, al menos se sentía más aliviado físicamente, en todo sentido, del mismo modo que mente ahora se hallaba en paz, sin oír ningún pensamiento, sin ser atormentada con ningún susurro ajeno. Sin embargo, tenía un mal presentimiento. Algo estaba retorciéndole el pecho, y lo sentía tan fervientemente que ansiaba ignorarlo para que aquel malestar se alejara. Pues, ¿a qué se debería? Todo estaba bien ahora. Ambos estaban en paz, tranquilos, pero.. Ah, Bella, si tan solo ambos pudieran percatarse de lo esencial en este momento y dejar el romanticismo para después. Pero el amor es una droga y los efectos secundarios que conlleva su consumo son sumamente sedantes e hipnotizantes. Y ahora mismo, neófito y vampiro, joven y adulto, debían sumirse en aquella somnolencia placentera.
- ¿Tú estás mejor? -preguntó al cabo de unos segundos, queriendo asegurarse sobre su bienestar. Ya no parecía tan mal a causa del retorno de la enfermedad. Y aunque Marcus no supiera exactamente qué estaba ocurriendo, las hipótesis que estaba razonando le daban algo de temor, por lo cual no quería atreverse a preguntar. En su lugar, prefirió continuar oyendo las palabras de Ziel, al mismo tiempo que se deleitaba con sus delicados y espontáneos gestos.
"¿Por qué?", escuchó Marcus de repente. Y, sin saberlo, había leído la mente de Ziel una vez más. Entonces, el vampiro lo observó con sus felinos ojos rojos y le sonrió, apacible y sereno. "Porque me amas", pensó, o mejor dicho, habló en la mente del neófito. La sonrisa complaciente y plancentera de Marcus no podía hallar un límite. De tan solo imaginar el sonrojo de Ziel ante tales palabras tan simples en apariencia pero tan complejas de significado, se deleitaba. Y entonces prosiguió a oír todo lo que el muchacho decía, prestando suma atención a cada frase, a cada sílaba. Sí, tenía razón en todo lo que explicaba, en todo lo que expresaba, pero al fin y al cabo, la razón suprema de toda esta cuestión se la había dado él: viera como se lo viera, Ziel Carphatia había elegido a Marcus O'Conell, y no al reves, hasta que el joven humano logró capturar por completo la locura de aquel ser desalmado y perverso, trocando su destino y su porvenir.
"Estaría con mi madre".
El silencio de Marcus era firme y perpetuo, pero aquellas palabras de Ziel lograron desconcertarlo y hacerle sentir una triste y extraña melancolía. El vampiro miró al pequeño neófito y se acercó un poco más a él. Ziel le estaba dando la espalda, pero no importaba. Comprendía el sentimiento que atravesaba su corazón ahora mismo, y no iba a culparlo por sentirse así. Por lo poco que sabía él de la madre de Ziel gracias a sueños y a lo poco que el muchacho le había contado, podía asegurar que aquella mujer seguramente fue la mejor madre sobre la faz de la tierra. Y, con ojos tristes y ceño algo fruncido, Marcus depositó su mentón sobre el hombro de Ziel, dejando caer los párpados lentamente y acariciando su tierna mejilla con lentitud armoniosa.
- Ven aquí -susurró, rodeando el cuerpo del neófito con sus brazos y volteándolo boca arriba, apartando su cabello azulado del rostro y admirando el mar azul de sus ojos. Sonrió levemente, comprensivo, y su expresión era la de un padre que intentaba consolar a un niño-. Me hubiera gustado poder conocer a tu madre... y ojalá estuviera en mis manos los medios para hacer que ella regrese a tu lado... -habló con tono calmo mientras dejaba escapar un suspiro-. Y que me acusara de pervertido por robarle a su hijo y cubrirlo de caricias indecentes -soltó una breve risa, tan breve que acabó en una sonrisa que permitía admirar sus letales y blancos colmillos a la perfección. Marcus levantó la mirada del cuello de Ziel y lo miró a los ojos otra vez-. Ella seguro está muy orgullosa de ti, de lo fuerte que eres y de lo mucho que luchas -aseguró, pinchando la mejilla de Ziel con su dedo índice, como si el joven fuera tan solo un niño al que un padre intentaba recuperar de un llanto caprichoso. Y tras unos momentos, Marcus dejó caer sus labios sobre los suyos una vez más, permitiendo que el silencio de la habitación sólo hiciera resonar el flamante sonido de los besos que el vampiro estaba obsequiándole al neófito. Acarició sus labios con los suyos y mordió levemente el inferior, sin dejar de mirarlo a los ojos ni un momento. Y luego de saborear aquella droga otra vez, dejó caer su cabeza sobre el pecho de Ziel, cual soldado exhausto de batallar en tan ardua y sangrienta guerra.
- He hecho cosas terribles, Ziel… -susurró cerrando los ojos-. Por mi egoísmo dejé morir a mi esposa, y por mi dolor abandoné a mis hijos, y quién sabe qué es de ellos ahora… -continuó, respirando pausadamente, como si en cada entrada de aire entrase consigo una afilada daga-. Y luego de eso, he asesinado, torturado… y me da terror decir cuántas cosas más he hecho. Lo malo en mí vence a lo bueno, y creo que no me alcanzará la eternidad para poder redimirme y recompensar todo el mal que he provocado –negó con la cabeza y se escondió un poco más en el pecho de Ziel-. Dime, Ziel, ¿crees que en verdad habrá perdón para alguien como yo? –preguntó tristemente, incorporándose un poco y mirando a su amante a los ojos. El rojo intenso de Marcus era apagado y triste, pero conservaba el extraño brillo de un hermoso atardecer. Pero entonces la risa llegó.
La risa y la indignación.
Marcus frunció el ceño y observó a Ziel con mala cara.
- ¿Qué? ¿Qué pensabas? ¿Qué tenía entre veinticinco y veintisiete años, como aparento? Error –soltó mientras fruncía los labios y, tras meditarlo, se lanzaba sobre Ziel otra vez, atacando sus labios sucesivas veces con los suyos-. Sí, estás con un viejo pedófilo más que pervertido, pero que es mejor que cualquier joven que te cruces por ahí –agregó, mientras su mirada iba tomando matices siniestros y algo lascivos. Lamió la mejilla de Ziel y luego la comisura de sus labios, aunque decidió frenar justo a tiempo antes de perder el control y acabar apoderándose de su cuerpo una vez más. Se apartó entre risas, por su propio bien y el de Ziel, y se dejó caer a su lado, cruzando sobre su frente su antebrazo, e intentando calmar las carcajadas. Al escuchar sus próximas palabras, ladeó la cabeza para mirarlo.
- No lo sé. Porque es irónico que me guste el rojo –dijo sin más, encogiéndose ligeramente de hombros. Y luego, poco a poco, pudo percibir cómo Ziel juntaba fuerzas para formular otra pregunta. El vampiro se sorprendió ante esta, y se dispuso a contestar-. Claro que sí. ¿Por qué no lo haría? No tengo nada de lo cual avergonzarme por estar enamorado de un hombre, por amarte a ti. Además, si alguien dijera o hiciese algo, ya sabes cómo funcionan mis métodos –sonrió, brillante y seguro de sí mismo, con aquel brillo depredador y asesino en los ojos. Ah, Marcus O’Conell, no cambiarás jamás-. Y tú.. –prosiguió-. ¿Tú tendrías una cita con un nombre? –humedeció sus labios con su lengua antes de continuar-. ¿Tendrías una cita conmigo?
Los ojos de Marcus se mostraron profundos, pero Ziel no pudo verlo pues decidió darle la espalda. Entonces, Marcus decidió atacar nuevamente, abrazándolo por detrás y recostando su mentón en su hombro como antes. Escuchó sus palabras, toda aquella información sobre él. No pudo evitar sonreír cálidamente. Ah, ¿cómo había llegado hasta este punto? Pero estaba seguro de que no quería retornar. Se sentía a gusto, se sentía amado. Finalmente, la contención y el amor que tanto había buscando incluso sin saberlo, estaba allí, frente a sus ojos, en el cuerpo de un joven vampiro sensible y herido por el Destino. Pero Marcus lo haría feliz. Marcus estaba decidido a hacer que sus días cambien, y que la sombra del pasado sea solo eso, una sombra, y que la luz del presente sea aún más fuerte, dando paso al resplandor tenue y esperanzador del futuro a su lado.
- También me gusta el siete –aprobó su elección-. Odio el gris, quizás porque odio los términos medios y quisiera saber cómo es ese taiyaki que tanto te gusta –comentó, y luego acercó peligrosamente sus labios a su oído, para formular un último comentario a modo de pregunta-. ¿Quieres salir conmigo, joven Ziel?
Una sonrisa adornó los finos labios de Marcus, y la promesa latente de aquella cita se gravaba a fuego en su corazón. Sí, lo llevaría al cine y a comer todo de tipo de comidas; le regalaría un peluche tras ganarlo en una de esas máquinas de feria; le compraría un helado y observaría, encantando, cómo se mancharía su nariz con él. Eso y mucho más deseaba compartir con Ziel, y estaba dispuesto a lograr que todo este problema de cazadores y desertores terminase pronto, pues un caballero como Marcus O’Conell jamás hace esperar a su Muñeca de porcelana.
Aquella pregunta lo pilló desprevenido. Marcus giró levemente la cabeza hacia Ziel y asintió. Sí, estaba mejor, al menos se sentía más aliviado físicamente, en todo sentido, del mismo modo que mente ahora se hallaba en paz, sin oír ningún pensamiento, sin ser atormentada con ningún susurro ajeno. Sin embargo, tenía un mal presentimiento. Algo estaba retorciéndole el pecho, y lo sentía tan fervientemente que ansiaba ignorarlo para que aquel malestar se alejara. Pues, ¿a qué se debería? Todo estaba bien ahora. Ambos estaban en paz, tranquilos, pero.. Ah, Bella, si tan solo ambos pudieran percatarse de lo esencial en este momento y dejar el romanticismo para después. Pero el amor es una droga y los efectos secundarios que conlleva su consumo son sumamente sedantes e hipnotizantes. Y ahora mismo, neófito y vampiro, joven y adulto, debían sumirse en aquella somnolencia placentera.
- ¿Tú estás mejor? -preguntó al cabo de unos segundos, queriendo asegurarse sobre su bienestar. Ya no parecía tan mal a causa del retorno de la enfermedad. Y aunque Marcus no supiera exactamente qué estaba ocurriendo, las hipótesis que estaba razonando le daban algo de temor, por lo cual no quería atreverse a preguntar. En su lugar, prefirió continuar oyendo las palabras de Ziel, al mismo tiempo que se deleitaba con sus delicados y espontáneos gestos.
"¿Por qué?", escuchó Marcus de repente. Y, sin saberlo, había leído la mente de Ziel una vez más. Entonces, el vampiro lo observó con sus felinos ojos rojos y le sonrió, apacible y sereno. "Porque me amas", pensó, o mejor dicho, habló en la mente del neófito. La sonrisa complaciente y plancentera de Marcus no podía hallar un límite. De tan solo imaginar el sonrojo de Ziel ante tales palabras tan simples en apariencia pero tan complejas de significado, se deleitaba. Y entonces prosiguió a oír todo lo que el muchacho decía, prestando suma atención a cada frase, a cada sílaba. Sí, tenía razón en todo lo que explicaba, en todo lo que expresaba, pero al fin y al cabo, la razón suprema de toda esta cuestión se la había dado él: viera como se lo viera, Ziel Carphatia había elegido a Marcus O'Conell, y no al reves, hasta que el joven humano logró capturar por completo la locura de aquel ser desalmado y perverso, trocando su destino y su porvenir.
"Estaría con mi madre".
El silencio de Marcus era firme y perpetuo, pero aquellas palabras de Ziel lograron desconcertarlo y hacerle sentir una triste y extraña melancolía. El vampiro miró al pequeño neófito y se acercó un poco más a él. Ziel le estaba dando la espalda, pero no importaba. Comprendía el sentimiento que atravesaba su corazón ahora mismo, y no iba a culparlo por sentirse así. Por lo poco que sabía él de la madre de Ziel gracias a sueños y a lo poco que el muchacho le había contado, podía asegurar que aquella mujer seguramente fue la mejor madre sobre la faz de la tierra. Y, con ojos tristes y ceño algo fruncido, Marcus depositó su mentón sobre el hombro de Ziel, dejando caer los párpados lentamente y acariciando su tierna mejilla con lentitud armoniosa.
- Ven aquí -susurró, rodeando el cuerpo del neófito con sus brazos y volteándolo boca arriba, apartando su cabello azulado del rostro y admirando el mar azul de sus ojos. Sonrió levemente, comprensivo, y su expresión era la de un padre que intentaba consolar a un niño-. Me hubiera gustado poder conocer a tu madre... y ojalá estuviera en mis manos los medios para hacer que ella regrese a tu lado... -habló con tono calmo mientras dejaba escapar un suspiro-. Y que me acusara de pervertido por robarle a su hijo y cubrirlo de caricias indecentes -soltó una breve risa, tan breve que acabó en una sonrisa que permitía admirar sus letales y blancos colmillos a la perfección. Marcus levantó la mirada del cuello de Ziel y lo miró a los ojos otra vez-. Ella seguro está muy orgullosa de ti, de lo fuerte que eres y de lo mucho que luchas -aseguró, pinchando la mejilla de Ziel con su dedo índice, como si el joven fuera tan solo un niño al que un padre intentaba recuperar de un llanto caprichoso. Y tras unos momentos, Marcus dejó caer sus labios sobre los suyos una vez más, permitiendo que el silencio de la habitación sólo hiciera resonar el flamante sonido de los besos que el vampiro estaba obsequiándole al neófito. Acarició sus labios con los suyos y mordió levemente el inferior, sin dejar de mirarlo a los ojos ni un momento. Y luego de saborear aquella droga otra vez, dejó caer su cabeza sobre el pecho de Ziel, cual soldado exhausto de batallar en tan ardua y sangrienta guerra.
- He hecho cosas terribles, Ziel… -susurró cerrando los ojos-. Por mi egoísmo dejé morir a mi esposa, y por mi dolor abandoné a mis hijos, y quién sabe qué es de ellos ahora… -continuó, respirando pausadamente, como si en cada entrada de aire entrase consigo una afilada daga-. Y luego de eso, he asesinado, torturado… y me da terror decir cuántas cosas más he hecho. Lo malo en mí vence a lo bueno, y creo que no me alcanzará la eternidad para poder redimirme y recompensar todo el mal que he provocado –negó con la cabeza y se escondió un poco más en el pecho de Ziel-. Dime, Ziel, ¿crees que en verdad habrá perdón para alguien como yo? –preguntó tristemente, incorporándose un poco y mirando a su amante a los ojos. El rojo intenso de Marcus era apagado y triste, pero conservaba el extraño brillo de un hermoso atardecer. Pero entonces la risa llegó.
La risa y la indignación.
Marcus frunció el ceño y observó a Ziel con mala cara.
- ¿Qué? ¿Qué pensabas? ¿Qué tenía entre veinticinco y veintisiete años, como aparento? Error –soltó mientras fruncía los labios y, tras meditarlo, se lanzaba sobre Ziel otra vez, atacando sus labios sucesivas veces con los suyos-. Sí, estás con un viejo pedófilo más que pervertido, pero que es mejor que cualquier joven que te cruces por ahí –agregó, mientras su mirada iba tomando matices siniestros y algo lascivos. Lamió la mejilla de Ziel y luego la comisura de sus labios, aunque decidió frenar justo a tiempo antes de perder el control y acabar apoderándose de su cuerpo una vez más. Se apartó entre risas, por su propio bien y el de Ziel, y se dejó caer a su lado, cruzando sobre su frente su antebrazo, e intentando calmar las carcajadas. Al escuchar sus próximas palabras, ladeó la cabeza para mirarlo.
- No lo sé. Porque es irónico que me guste el rojo –dijo sin más, encogiéndose ligeramente de hombros. Y luego, poco a poco, pudo percibir cómo Ziel juntaba fuerzas para formular otra pregunta. El vampiro se sorprendió ante esta, y se dispuso a contestar-. Claro que sí. ¿Por qué no lo haría? No tengo nada de lo cual avergonzarme por estar enamorado de un hombre, por amarte a ti. Además, si alguien dijera o hiciese algo, ya sabes cómo funcionan mis métodos –sonrió, brillante y seguro de sí mismo, con aquel brillo depredador y asesino en los ojos. Ah, Marcus O’Conell, no cambiarás jamás-. Y tú.. –prosiguió-. ¿Tú tendrías una cita con un nombre? –humedeció sus labios con su lengua antes de continuar-. ¿Tendrías una cita conmigo?
Los ojos de Marcus se mostraron profundos, pero Ziel no pudo verlo pues decidió darle la espalda. Entonces, Marcus decidió atacar nuevamente, abrazándolo por detrás y recostando su mentón en su hombro como antes. Escuchó sus palabras, toda aquella información sobre él. No pudo evitar sonreír cálidamente. Ah, ¿cómo había llegado hasta este punto? Pero estaba seguro de que no quería retornar. Se sentía a gusto, se sentía amado. Finalmente, la contención y el amor que tanto había buscando incluso sin saberlo, estaba allí, frente a sus ojos, en el cuerpo de un joven vampiro sensible y herido por el Destino. Pero Marcus lo haría feliz. Marcus estaba decidido a hacer que sus días cambien, y que la sombra del pasado sea solo eso, una sombra, y que la luz del presente sea aún más fuerte, dando paso al resplandor tenue y esperanzador del futuro a su lado.
- También me gusta el siete –aprobó su elección-. Odio el gris, quizás porque odio los términos medios y quisiera saber cómo es ese taiyaki que tanto te gusta –comentó, y luego acercó peligrosamente sus labios a su oído, para formular un último comentario a modo de pregunta-. ¿Quieres salir conmigo, joven Ziel?
Una sonrisa adornó los finos labios de Marcus, y la promesa latente de aquella cita se gravaba a fuego en su corazón. Sí, lo llevaría al cine y a comer todo de tipo de comidas; le regalaría un peluche tras ganarlo en una de esas máquinas de feria; le compraría un helado y observaría, encantando, cómo se mancharía su nariz con él. Eso y mucho más deseaba compartir con Ziel, y estaba dispuesto a lograr que todo este problema de cazadores y desertores terminase pronto, pues un caballero como Marcus O’Conell jamás hace esperar a su Muñeca de porcelana.
- Marcus O'Conell
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Cerré los ojos de nuevo, pesaroso. Acaricié su rostro con ternura, sabiendo perfectamente dónde se encontraba él, memorizando perfectamente cada rasgo y la suavidad de su piel. Me sentía cansado, pero estaba tan bien este ambiente, esta nueva forma de conocernos el uno al otro; que ni siquiera pensaba que debería dormir. Ahora no quería realmente, sino seguir hablando, descubriendo nuevas cosas de Marcus. Sin duda, era algo mágico, dulce, increíble. Jamás pensaría tener un momento así con Marcus O'Conell, aquel que una vez dispuso de mí como siervo. Jamás pensé en que podría enamorarme tan profundamente de él. Sonreí inevitablemente. Normalmente acababa durmiendo y cuando ambos despertábamos, siempre ocurrían problemas. Y estaba cansado de repetir la misma situación cada vez. Por eso estaba disfrutándolo tanto, aunque me sonrojara en varias ocasiones por culpa de esta timidez inaguantable.
Los párpados subieron de nuevo, clavándose ambos iris azules y brillantes sobre el mar rojo.
-Me alegro. Y sí, me encuentro mejor. Ya... yo creo que ya no tengo ni fiebre. - Deposité la mano sobre la frente, calculando la temperatura aproximada que tenía. Hacía un rato que no la tomaba, pero al encontrarme mejor, ya lo olvidé. La sonrisa se hizo más ancha tras comprobarlo y ver que la fiebre disminuyó y había desaparecido sin dejar rastro. Aunque ninguno de los dos lo supiéramos, estar juntos nos hacía más bien que antes. Esto realmente parecía una relación de simbiosis. El aura de Marcus -e indirectamente mi propia aura- inundaba mi cuerpo, luchando contra la enfermedad que lo abatía. De esta manera, mi fiebre se reducía totalmente. Por otra parte, yo le suministraba paz a Marcus con el aura que llevaba dentro, para que no saliera en descontrol nuevamente.
- Mira. - Dije infantil, apartando los mechones de la frente y poniéndola sobre los labios del vampiro, tomando así la temperatura mejor. - ¿Has visto? Ni rastro. - Aseguré, tranquilizando la preocupación de Marcus. Volví a erguirme, restregándome de nuevo contra la suavidad de las sábanas. Se escuchó un ronroneo satisfecho. Cualquiera que viera al neófito pensaría que era un felino rebozándose en la cama de sus dueños.
De repente, giré la cabeza tras escuchar la voz interior de Marcus hablándome. Di una vuelta sobre mí mismo y quedé frente a él. Asentí, tratando de aguantar la sonrisa sobre mis labios.
-Quizá demasiado. - Murmuré a media voz, suspirando. Otro sonroje se marcaba en sus mejillas, regresando a darle la espalda al mayor. A veces incluso me dolía por quererle tanto, al igual que a Bella. Retiré de nuevo el pelo de la cara, mirando la pared. Quizá sentía quemazón en el pecho por ambos y apenas conciliara el sueño por la excesiva preocupación que tenía sobre ambos, pero me sentía bendecido por tener a dos personas como ellos a mi lado. Suspiré de nuevo, extasiado. ¿Podía sentirse alguien tan feliz como yo ahora mismo? Imposible.
Agarré las manos de Marcus cuando me abrazó por detrás, obligándole a permanecer de aquella forma y ladeé la cabeza para besar su sien. Por favor, tiempo, detente ahora pues no quiero que sigas corriendo. Permíteme quedar congelado en este exacto segundo, no avances más. Dejé que Marcus me moviera para quedar bocarriba. Me alcé un poco para rozar los labios de él y brindarle un suave beso de agradecimiento. No hacía falta que se preocupara por esto. Ya está, había sucedido y nadie es quien para cambiar el pasado. Apoyé nuevamente la nuca sobre la almohada, mirándole. Sonreí melancólicamente y negué con la cabeza.
-Y aunque tuvieras los medios, no quisiera que lo hicieras Marcus. Ella está tranquila allá donde esté, ya no tiene sufrimientos ni penas. Ahora... cuida de un hijo irresponsable que se esfuerza día a día y acaba metiéndose en tda clase de líos...- Susurré. Acaricié su rostro con dulzura. - Sabes que tarde o temprano todo el mundo tiene su hora. Incluso yo la tenía antes de convertirme, ¿recurdas? - Cerré los ojos un segundo y al abrirlos de nuevo, suspiré. Sí, yo tenía mi hora. Es más, la tuve. Mi hora como humano llegó y quedé en medias de ambos lados. Sin embargo, la rapidez del vampiro consiguió traerme de vuelta como neófito. Sonreí de lado, recordándolo. Podría decirse que yo... había muerto con diecisiete años por pasar a ser inmortal. - Creo que le caerías bien y seguro haríais buenas migas. Pero conociéndola, no le haría demasiada gracia conocer lo que me haces, Pervertido. - Reí a carcajadas, apartándole como si fuera un juego.
-¿Cómo ibas a decirle eso a una madre? ¿Estás loco? ¡Así no le caerás bien a ninguna suegra! - Exclamé, haciéndole cosquillas. Sin embargo, la risa acabó sofocándose para continuar hablando. - Bueno, quién sabe. A lo mejor piensa que debería hacerme más hombre, al igual que tú. - Arrugué el ceño, rozando su nariz con la mía, jugando. - Pero, ¿sabes, Marcus? A veces pienso que ella está con nosotros y que ya te conoce de sobra. ¿Quién piensas que me ha salvado tantas veces de caer, sino ella, Marcus? Si la Muerte no me ha llevado aún, es porque ella lo ha impedido. La he visto, Marcus. La he visto cuando la esperanza se acababa para mí. Y sigue igual que antes... - Cerré los ojos, recordando su viva imagen, añorando los recuerdos de cuando era pequeño. El azul brillante apareció de nuevo. - Casi podría asegurarte de que ya te ha concedido la bendición para que cuides de su hijo, pero no para que le hagas indecencias. - Otra vez, la risa regresó a la habitación. Amagué a morder el dedo de Marcus, sin parar de reír. Entonces, pensaba: ¿cómo sería presentarle a Bella y Marcus? ¿Cómo expresarle a mi madre que tengo dos parejas? Desde luego que ella se sentiría orgullosa de que sea feliz, pero no quita que sea totalmente extraño y antinatural.
¿Cómo sería, Madre, que aún siguieras viva?
Quizá, de ser así, no conociera a ninguno de los dos vampiros. Kai seguramente se habría perdido en el tiempo y entre mis recuerdos. Yo continuaría viviendo en nuestra casa, enfermo y admirando por la ventana cómo los campos de espigas crecían a cada primavera. Sí, quizá me hubiera curado, convirtiéndome en un recolector de trigo y arroz como la empresa Carphatia hacía; o puede que ni siquiera tuviera la edad de ahora y haya fallecido antes. Nadie conocía las suposiciones y tampoco me gustaba estudiarlas. Simplemente, dejaba que las cosas fluyeran por sus propios métodos.
Nuevamente, la risa desapareció de la habitación. Encontré sus labios, deteniéndose el sonido y transformándose en silencio; parando todo tipo de pensamientos acerca de ella. Quería a mi madre muchísimo y la echaba de menos, pero las cosas estaban bien así. ¿Verdad, Madre? Marcus y Bella estaban aquí sustituyendo su lugar, dándome el calor de una familia, igual que la que tú me brindaste.
Tomé las mejillas del vampiro con ambas manos, entregándole mi boca para que me consolara en este instante. Necesitaba sus besos para volver a la normalidad. Di un último cariño a sus labios, dejando que se posara sobre el pecho. Entonces, el pasado de Marcus apareció.
Escuché atento, acariciando su pelo azabache, respirando tranquilamente y meciéndole como a un niño. Negué con la cabeza, quedando sorprendido de que Marcus hubiera tenido hijos con la mujer de su turbio pasado. ¿Cómo serían ellos? ¿Se parecerían a Ella, o a Marcus? ¿Qué edad tendrían? Aseguraría que son mucho más mayores que yo. Conociendo que él tiene doscientos treinta años... Era divertido imaginarlo. Pero, desde luego no lo era tanto si me encontrara con uno de ellos y tuviera que explicarle mi relación con su padre. ¿Qué le diría? Hola, me llamo Ziel Carphatia, tengo diecisiete años y soy el novio de tu padre. Arrugué el ceño, mirando el techo. Ah, no podía ni concebir la idea. Sería nuevamente extraño, se viera por donde se viera.
-No la dejaste morir, Marcus. Seguro que hiciste todo lo posible por impedirlo. - Asentí lentamente, sin dejar de enredar los dedos en su pelo. - Entiendo lo difícil que era entregarla a otro vampiro para que la convirtiera. Yo... no sé si podría hacerlo.- Marcus debió sufrir demasiado con su pérdida. Debía... debía de amarla en demasía. ¿De esa forma me quería a mí también? No quería ocasionar pena en él, aunque me hacía una idea de cómo tuvo que ser para él no poder salvarla y ver cómo su vida se desvanecía entre sus brazos. Y más tarde tuvo que experimentarlo conmigo. Pero desde luego, no veía tanta culpa en él. Quizá debió intentar recordarla con su descendencia, aunque eso fuera lo más doloroso finalmente. Sin embargo, tampoco podía decir nada, ni era quién para hacerlo, pues tampoco había tenido hijos y no entendía a quién pudiera querer más: a Ella o a sus retoños.
-Puedes recompensarlo. Nunca es tarde para hacerlo. - Le sonreí, animándolo a que continuara y comenzara a reparar todo el daño que hizo. - Y, ¿a que no sabes lo que solía decir mi madre? "Ziel, todo el mundo puede cambiar y por ello, tiene una segunda oportunidad. A cada uno le es concedido un perdón. Hazlo, perdónalo de todo pecado y confía en él una vez más". Así que... Marcus O'Conell... - Levanté su mentón con una mano, acercándole. - Redímete de lo que hiciste, pues yo te perdono de todo tu pasado y me encargaré de que no vuelvas a repetir tal vivencia. - Besé su frente y lo acerqué. Paternalmente, lo abracé con todas mis fuerzas. Mis labios fueron a su pelo nuevamente, llenándole de besos y caricias. Él lo había intentado, de veras que sí. Los sentimientos fueron los que le jugaron la mala pasada. Pero estaba dispuesto a entregarle todo el tiempo que fuera necesario para que no tuviera que arrepentirse más; ni ante mí, ni ante nadie. Repararía su vida y lo haría para bien, para el buen camino. No lo dudaba. Le retiré suavemente y le concedí el perdón que tanto anhelaba Marcus O'Conell con un beso sobre sus labios.
De repente, la risa volvió a aparecer y acabó contagiándose. Esquivé sus ojos, tratando de localizar cualquier lugar para evitar encontrarlos.
-Es que... ¡entiéndeme! Te miro y me cuesta pensar que seas un vampiro con tantos años. ¡Incluso me olvido muchas veces y creo que eres humano! - Exclamé indignado. Pero sí, no suponía otra edad salvo unos... veinticuatro años o así. ¿Quién llegaría a imaginar doscientos años? Por el amor del cielo, eran ¡doscientos años! - Ah, ¿sí? ¿Tan seguro estás de que no voy a enamorarme de otra persona más cercana a mi edad? - Pregunté burlón, tentándole, respondiendo a sus besos en este juego de caricias y confesiones. - Lo que pasa es que yo soy demasiado joven para ti y eso es lo que te atrae, mentiroso. - Cerré los labios levemente, arrugando las cejas. Asomé los colmillos, en señal de advertencia, como cualquier cachorro que se divertía con su padre a morderse. Salvo que en este caso, no hacía falta llegar hasta ese extremo. De improviso, estallé a reír a carcajadas. Joven y Adulto quedaron entonces riendo, tendidos en la cama que los vio amarse.
Giré la cabeza, mirándolo. Le di con la pierna.
-Todo el mundo tiene un color que le gusta. El rojo es bonito. - Me incorporé, sentándome sobre el colchón. - Por eso me gustan tanto tus ojos. - Confesé enamorado, adicto de él. Tomé su mentón y lo besé de nuevo suavemente, con paciencia y anhelo. En cambio, sus labios volvieron a hablar. Ah, ¿por qué debía contestar en este preciso instante? Sin decir nada, sin mirar a ningún lado, me recosté de nuevo y giré avergonzado hacia el otro lado. Ah, ¿por qué? ¿En qué momento tuve que hacerle esa pregunta? Ziel, muérdete la lengua para la próxima vez y cállate, que estás más guapo cuando no hablas. Pero acabé sorprendido de su respuesta. Me esperaba más un "claro, más adelante" o un "¿por qué no?", respuestas de Marcus más habitualmente, que indicaban un "sí, pero no". No obstante, la respuesta era totalmente sincera, como hasta ahora. Eso me impactó aún más.
"No tengo nada de lo cual avergonzarme por estar enamorado de un hombre"
Ah, pues yo sí que estaba avergonzado de que la gente nos mirara por darle la mano. Tenía miedo de los cotilleos de la gente, de que nadie más volviera a darme la palabra y estuvieran esquivándome. No sentía vergüenza por Marcus, sino por los rumores que acechaban sobre nosotros si supieran. "¿Tú tendrías una cita con un hombre?" Cerré los ojos con fuerza. ¿Qué debía responder a eso? Asentí repetidas veces y luego negué otras tantas.
-Eh... no... ¡No lo sé! Depende del hombre, claro. - Me excusé, tratando de no ofenderle. Yo quería salir con Marcus, quería tener una cita con él. En cambio, era tan bochornoso reconocerlo que apenas podía hacer más que tartamudear. - Si... si es un abuelo, ¡por supuesto que no! - Alcé la voz. Di un respingo en cuanto me abrazó, tranquilizándome levemente del nerviosismo que me había entrado repentinamente. No quería salir con toda clase de hombres como estaría circulando por la mente del mayor. No, claro que no. Él... Marcus era guapo, agradable, protector, sabía qué decir en cada momento, tenía buen vestir... En definitiva, él era mi primer novio. ¿Qué esperaba? ¿Que estuviera saliendo con cientos de hombres y pidiéndole citas a cualquier? No, por favor. No. Me gustaban los hombres, pero no a tal extremo. Digamos en generalización que... solo y únicamente me gustaba él.
-E-E-El gris... - Tartamudeé nervioso. ¿Cómo se le ocurría contestar? Marcus, imbécil. Tomé aire y me serené. - El gris es un color intermedio, ni blanco ni negro. Por eso me gusta tanto. - Dije mirando de un lado a otro. Nada más que hacía pensar en esa dichosa pregunta que se le había ocurrido lanzar. La sedación vino a continuación. La tensión de mi cuerpo desapareció en cuanto puso los labios cerca de mi oído. Simplemente con aquel mínimo detalle ya me encontraba drogado antes de que empezara a hablar. Suspiré, cerrando los ojos. Parecía un encantador de serpientes. Finalmente, la misma pregunta se antes se repitió. Esta vez obtuvo respuesta, tal vez no demasiado concisa:
-Mmm... - Asentí tímidamente, sonrojado hasta las cejas. Sí, sí quería tener una cita con él, con el verdadero Marcus O'Conell. Me giré para quedar frente a su pecho y esconderme ahí. - Quiero... ir al cine. Y a comer taiyaki. Y... - Pensaba en los planes, dibujando infantilmente dibujos con el índice sobre su pecho. - No quiero que me trates como si fuera tan joven, sino más adulto. - Argumenté, continuando mientras pensaba qué más hacer. - Y... quiero regalarle a Bella un vestido elegante para que... podamos lucir de novia... y... e ir a un restaurante de bien. - Asentí conforme. Sí, con eso era suficiente. Por supuesto que él, como adulto trabajador, correría con todos los gastos.
No obstante, hubo una última petición. Levanté la cabeza y me acerqué a su oído, abrazándolo cual niño pequeño. Su voz, dejó de tartamudear instantáneamente, plasmando su deseo en un susurro casi inaudible:
"Por último quiero que me digas que me amas y hagas el amor."
Los párpados subieron de nuevo, clavándose ambos iris azules y brillantes sobre el mar rojo.
-Me alegro. Y sí, me encuentro mejor. Ya... yo creo que ya no tengo ni fiebre. - Deposité la mano sobre la frente, calculando la temperatura aproximada que tenía. Hacía un rato que no la tomaba, pero al encontrarme mejor, ya lo olvidé. La sonrisa se hizo más ancha tras comprobarlo y ver que la fiebre disminuyó y había desaparecido sin dejar rastro. Aunque ninguno de los dos lo supiéramos, estar juntos nos hacía más bien que antes. Esto realmente parecía una relación de simbiosis. El aura de Marcus -e indirectamente mi propia aura- inundaba mi cuerpo, luchando contra la enfermedad que lo abatía. De esta manera, mi fiebre se reducía totalmente. Por otra parte, yo le suministraba paz a Marcus con el aura que llevaba dentro, para que no saliera en descontrol nuevamente.
- Mira. - Dije infantil, apartando los mechones de la frente y poniéndola sobre los labios del vampiro, tomando así la temperatura mejor. - ¿Has visto? Ni rastro. - Aseguré, tranquilizando la preocupación de Marcus. Volví a erguirme, restregándome de nuevo contra la suavidad de las sábanas. Se escuchó un ronroneo satisfecho. Cualquiera que viera al neófito pensaría que era un felino rebozándose en la cama de sus dueños.
De repente, giré la cabeza tras escuchar la voz interior de Marcus hablándome. Di una vuelta sobre mí mismo y quedé frente a él. Asentí, tratando de aguantar la sonrisa sobre mis labios.
-Quizá demasiado. - Murmuré a media voz, suspirando. Otro sonroje se marcaba en sus mejillas, regresando a darle la espalda al mayor. A veces incluso me dolía por quererle tanto, al igual que a Bella. Retiré de nuevo el pelo de la cara, mirando la pared. Quizá sentía quemazón en el pecho por ambos y apenas conciliara el sueño por la excesiva preocupación que tenía sobre ambos, pero me sentía bendecido por tener a dos personas como ellos a mi lado. Suspiré de nuevo, extasiado. ¿Podía sentirse alguien tan feliz como yo ahora mismo? Imposible.
Agarré las manos de Marcus cuando me abrazó por detrás, obligándole a permanecer de aquella forma y ladeé la cabeza para besar su sien. Por favor, tiempo, detente ahora pues no quiero que sigas corriendo. Permíteme quedar congelado en este exacto segundo, no avances más. Dejé que Marcus me moviera para quedar bocarriba. Me alcé un poco para rozar los labios de él y brindarle un suave beso de agradecimiento. No hacía falta que se preocupara por esto. Ya está, había sucedido y nadie es quien para cambiar el pasado. Apoyé nuevamente la nuca sobre la almohada, mirándole. Sonreí melancólicamente y negué con la cabeza.
-Y aunque tuvieras los medios, no quisiera que lo hicieras Marcus. Ella está tranquila allá donde esté, ya no tiene sufrimientos ni penas. Ahora... cuida de un hijo irresponsable que se esfuerza día a día y acaba metiéndose en tda clase de líos...- Susurré. Acaricié su rostro con dulzura. - Sabes que tarde o temprano todo el mundo tiene su hora. Incluso yo la tenía antes de convertirme, ¿recurdas? - Cerré los ojos un segundo y al abrirlos de nuevo, suspiré. Sí, yo tenía mi hora. Es más, la tuve. Mi hora como humano llegó y quedé en medias de ambos lados. Sin embargo, la rapidez del vampiro consiguió traerme de vuelta como neófito. Sonreí de lado, recordándolo. Podría decirse que yo... había muerto con diecisiete años por pasar a ser inmortal. - Creo que le caerías bien y seguro haríais buenas migas. Pero conociéndola, no le haría demasiada gracia conocer lo que me haces, Pervertido. - Reí a carcajadas, apartándole como si fuera un juego.
-¿Cómo ibas a decirle eso a una madre? ¿Estás loco? ¡Así no le caerás bien a ninguna suegra! - Exclamé, haciéndole cosquillas. Sin embargo, la risa acabó sofocándose para continuar hablando. - Bueno, quién sabe. A lo mejor piensa que debería hacerme más hombre, al igual que tú. - Arrugué el ceño, rozando su nariz con la mía, jugando. - Pero, ¿sabes, Marcus? A veces pienso que ella está con nosotros y que ya te conoce de sobra. ¿Quién piensas que me ha salvado tantas veces de caer, sino ella, Marcus? Si la Muerte no me ha llevado aún, es porque ella lo ha impedido. La he visto, Marcus. La he visto cuando la esperanza se acababa para mí. Y sigue igual que antes... - Cerré los ojos, recordando su viva imagen, añorando los recuerdos de cuando era pequeño. El azul brillante apareció de nuevo. - Casi podría asegurarte de que ya te ha concedido la bendición para que cuides de su hijo, pero no para que le hagas indecencias. - Otra vez, la risa regresó a la habitación. Amagué a morder el dedo de Marcus, sin parar de reír. Entonces, pensaba: ¿cómo sería presentarle a Bella y Marcus? ¿Cómo expresarle a mi madre que tengo dos parejas? Desde luego que ella se sentiría orgullosa de que sea feliz, pero no quita que sea totalmente extraño y antinatural.
¿Cómo sería, Madre, que aún siguieras viva?
Quizá, de ser así, no conociera a ninguno de los dos vampiros. Kai seguramente se habría perdido en el tiempo y entre mis recuerdos. Yo continuaría viviendo en nuestra casa, enfermo y admirando por la ventana cómo los campos de espigas crecían a cada primavera. Sí, quizá me hubiera curado, convirtiéndome en un recolector de trigo y arroz como la empresa Carphatia hacía; o puede que ni siquiera tuviera la edad de ahora y haya fallecido antes. Nadie conocía las suposiciones y tampoco me gustaba estudiarlas. Simplemente, dejaba que las cosas fluyeran por sus propios métodos.
Nuevamente, la risa desapareció de la habitación. Encontré sus labios, deteniéndose el sonido y transformándose en silencio; parando todo tipo de pensamientos acerca de ella. Quería a mi madre muchísimo y la echaba de menos, pero las cosas estaban bien así. ¿Verdad, Madre? Marcus y Bella estaban aquí sustituyendo su lugar, dándome el calor de una familia, igual que la que tú me brindaste.
Tomé las mejillas del vampiro con ambas manos, entregándole mi boca para que me consolara en este instante. Necesitaba sus besos para volver a la normalidad. Di un último cariño a sus labios, dejando que se posara sobre el pecho. Entonces, el pasado de Marcus apareció.
Escuché atento, acariciando su pelo azabache, respirando tranquilamente y meciéndole como a un niño. Negué con la cabeza, quedando sorprendido de que Marcus hubiera tenido hijos con la mujer de su turbio pasado. ¿Cómo serían ellos? ¿Se parecerían a Ella, o a Marcus? ¿Qué edad tendrían? Aseguraría que son mucho más mayores que yo. Conociendo que él tiene doscientos treinta años... Era divertido imaginarlo. Pero, desde luego no lo era tanto si me encontrara con uno de ellos y tuviera que explicarle mi relación con su padre. ¿Qué le diría? Hola, me llamo Ziel Carphatia, tengo diecisiete años y soy el novio de tu padre. Arrugué el ceño, mirando el techo. Ah, no podía ni concebir la idea. Sería nuevamente extraño, se viera por donde se viera.
-No la dejaste morir, Marcus. Seguro que hiciste todo lo posible por impedirlo. - Asentí lentamente, sin dejar de enredar los dedos en su pelo. - Entiendo lo difícil que era entregarla a otro vampiro para que la convirtiera. Yo... no sé si podría hacerlo.- Marcus debió sufrir demasiado con su pérdida. Debía... debía de amarla en demasía. ¿De esa forma me quería a mí también? No quería ocasionar pena en él, aunque me hacía una idea de cómo tuvo que ser para él no poder salvarla y ver cómo su vida se desvanecía entre sus brazos. Y más tarde tuvo que experimentarlo conmigo. Pero desde luego, no veía tanta culpa en él. Quizá debió intentar recordarla con su descendencia, aunque eso fuera lo más doloroso finalmente. Sin embargo, tampoco podía decir nada, ni era quién para hacerlo, pues tampoco había tenido hijos y no entendía a quién pudiera querer más: a Ella o a sus retoños.
-Puedes recompensarlo. Nunca es tarde para hacerlo. - Le sonreí, animándolo a que continuara y comenzara a reparar todo el daño que hizo. - Y, ¿a que no sabes lo que solía decir mi madre? "Ziel, todo el mundo puede cambiar y por ello, tiene una segunda oportunidad. A cada uno le es concedido un perdón. Hazlo, perdónalo de todo pecado y confía en él una vez más". Así que... Marcus O'Conell... - Levanté su mentón con una mano, acercándole. - Redímete de lo que hiciste, pues yo te perdono de todo tu pasado y me encargaré de que no vuelvas a repetir tal vivencia. - Besé su frente y lo acerqué. Paternalmente, lo abracé con todas mis fuerzas. Mis labios fueron a su pelo nuevamente, llenándole de besos y caricias. Él lo había intentado, de veras que sí. Los sentimientos fueron los que le jugaron la mala pasada. Pero estaba dispuesto a entregarle todo el tiempo que fuera necesario para que no tuviera que arrepentirse más; ni ante mí, ni ante nadie. Repararía su vida y lo haría para bien, para el buen camino. No lo dudaba. Le retiré suavemente y le concedí el perdón que tanto anhelaba Marcus O'Conell con un beso sobre sus labios.
De repente, la risa volvió a aparecer y acabó contagiándose. Esquivé sus ojos, tratando de localizar cualquier lugar para evitar encontrarlos.
-Es que... ¡entiéndeme! Te miro y me cuesta pensar que seas un vampiro con tantos años. ¡Incluso me olvido muchas veces y creo que eres humano! - Exclamé indignado. Pero sí, no suponía otra edad salvo unos... veinticuatro años o así. ¿Quién llegaría a imaginar doscientos años? Por el amor del cielo, eran ¡doscientos años! - Ah, ¿sí? ¿Tan seguro estás de que no voy a enamorarme de otra persona más cercana a mi edad? - Pregunté burlón, tentándole, respondiendo a sus besos en este juego de caricias y confesiones. - Lo que pasa es que yo soy demasiado joven para ti y eso es lo que te atrae, mentiroso. - Cerré los labios levemente, arrugando las cejas. Asomé los colmillos, en señal de advertencia, como cualquier cachorro que se divertía con su padre a morderse. Salvo que en este caso, no hacía falta llegar hasta ese extremo. De improviso, estallé a reír a carcajadas. Joven y Adulto quedaron entonces riendo, tendidos en la cama que los vio amarse.
Giré la cabeza, mirándolo. Le di con la pierna.
-Todo el mundo tiene un color que le gusta. El rojo es bonito. - Me incorporé, sentándome sobre el colchón. - Por eso me gustan tanto tus ojos. - Confesé enamorado, adicto de él. Tomé su mentón y lo besé de nuevo suavemente, con paciencia y anhelo. En cambio, sus labios volvieron a hablar. Ah, ¿por qué debía contestar en este preciso instante? Sin decir nada, sin mirar a ningún lado, me recosté de nuevo y giré avergonzado hacia el otro lado. Ah, ¿por qué? ¿En qué momento tuve que hacerle esa pregunta? Ziel, muérdete la lengua para la próxima vez y cállate, que estás más guapo cuando no hablas. Pero acabé sorprendido de su respuesta. Me esperaba más un "claro, más adelante" o un "¿por qué no?", respuestas de Marcus más habitualmente, que indicaban un "sí, pero no". No obstante, la respuesta era totalmente sincera, como hasta ahora. Eso me impactó aún más.
"No tengo nada de lo cual avergonzarme por estar enamorado de un hombre"
Ah, pues yo sí que estaba avergonzado de que la gente nos mirara por darle la mano. Tenía miedo de los cotilleos de la gente, de que nadie más volviera a darme la palabra y estuvieran esquivándome. No sentía vergüenza por Marcus, sino por los rumores que acechaban sobre nosotros si supieran. "¿Tú tendrías una cita con un hombre?" Cerré los ojos con fuerza. ¿Qué debía responder a eso? Asentí repetidas veces y luego negué otras tantas.
-Eh... no... ¡No lo sé! Depende del hombre, claro. - Me excusé, tratando de no ofenderle. Yo quería salir con Marcus, quería tener una cita con él. En cambio, era tan bochornoso reconocerlo que apenas podía hacer más que tartamudear. - Si... si es un abuelo, ¡por supuesto que no! - Alcé la voz. Di un respingo en cuanto me abrazó, tranquilizándome levemente del nerviosismo que me había entrado repentinamente. No quería salir con toda clase de hombres como estaría circulando por la mente del mayor. No, claro que no. Él... Marcus era guapo, agradable, protector, sabía qué decir en cada momento, tenía buen vestir... En definitiva, él era mi primer novio. ¿Qué esperaba? ¿Que estuviera saliendo con cientos de hombres y pidiéndole citas a cualquier? No, por favor. No. Me gustaban los hombres, pero no a tal extremo. Digamos en generalización que... solo y únicamente me gustaba él.
-E-E-El gris... - Tartamudeé nervioso. ¿Cómo se le ocurría contestar? Marcus, imbécil. Tomé aire y me serené. - El gris es un color intermedio, ni blanco ni negro. Por eso me gusta tanto. - Dije mirando de un lado a otro. Nada más que hacía pensar en esa dichosa pregunta que se le había ocurrido lanzar. La sedación vino a continuación. La tensión de mi cuerpo desapareció en cuanto puso los labios cerca de mi oído. Simplemente con aquel mínimo detalle ya me encontraba drogado antes de que empezara a hablar. Suspiré, cerrando los ojos. Parecía un encantador de serpientes. Finalmente, la misma pregunta se antes se repitió. Esta vez obtuvo respuesta, tal vez no demasiado concisa:
-Mmm... - Asentí tímidamente, sonrojado hasta las cejas. Sí, sí quería tener una cita con él, con el verdadero Marcus O'Conell. Me giré para quedar frente a su pecho y esconderme ahí. - Quiero... ir al cine. Y a comer taiyaki. Y... - Pensaba en los planes, dibujando infantilmente dibujos con el índice sobre su pecho. - No quiero que me trates como si fuera tan joven, sino más adulto. - Argumenté, continuando mientras pensaba qué más hacer. - Y... quiero regalarle a Bella un vestido elegante para que... podamos lucir de novia... y... e ir a un restaurante de bien. - Asentí conforme. Sí, con eso era suficiente. Por supuesto que él, como adulto trabajador, correría con todos los gastos.
No obstante, hubo una última petición. Levanté la cabeza y me acerqué a su oído, abrazándolo cual niño pequeño. Su voz, dejó de tartamudear instantáneamente, plasmando su deseo en un susurro casi inaudible:
"Por último quiero que me digas que me amas y hagas el amor."
- Ziel A. Carphatia
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Marcus acariaba, ahora, una de las mejillas de Ziel. Trazaba un recorrido con sus dedos, lento, armonioso, desde debajo de su ojo izquierdo hasta su mentón. Su piel era suave, casi como la de un bebé. Ese pensamiento provocaba que se sienta un pederasta. Frunció el ceño. Creía que decirle su edad y que él le dijese la suya, no había sido una buena idea al fin y al cabo. Y rió suavemente por ese pensamiento, a la vez que Ziel le expresaba su felicidad al no tener fiebre y sentirse de maravilla. Marcus dejó que el chico acercase su frente a sus labios, y el vampiro se sorprendió. ¿Cómo se había recuperado tan de repente? Pero deseaba que continuara así, en esa mejoría. Y lo más irónico de todo es que él no tenía ni idea de que si quería que su amante estuviera bien, tan solo debía mantenerse a su lado todo el tiempo. La solución estaba en la palma de sus manos, en su aura misma -que no era suya, después de todo- y que tan solo eso bastaba para apreciar la mejoría.
- Te pondrás bien, ya verás. No dejaré que enfermes de nuevo. No lo permitiré -susurró luego de que Ziel asegurase que tal vez lo amaba demasiado. Entonces, pudo percibir en sus pensamientos aquel sentimiento de dolor. ¿Le dolía amarlo? ¿Le dolía amar a Bella de este modo también? Marcus frunció suavemente el ceño, mostrando un semblante entristecido y algo preocupado-. No quiero que este amor te haga daño -susurró, sin saber las consecuencias que acarreaban decirlo, pues ¿cómo diablos se suponía que él lo sabía? Marcus simplemente había actuado inconscientemente, quizás creyendo que Ziel se lo quería comunicar de algún modo. Y dejó caer sus labios sobre los suyos una vez más, otorgando un aletargado y paciente beso, para luego separarse y mirarlo a los ojos otra vez.
Ziel envolvió sus manos con las suyas, y Marcus apoyó su cabeza sobre la almohada, observando los mechones azules que tenía delante de sus ojos, y moviéndolos lentamente con cada exhalación.
- Lo sé... Ella está en paz, y hay veces que añoro la muerte por esa misma razón. ¿Sabes? La eternidad, por más ventajas que parezca tener, no es lo que parece. El cansancio, el hastío, el ver morir a los que amas sin poder... sin poder hacer nada -confesó, ocultando su mirada tras sus negros cabellos-. Incluso yo sé que mi hora está marcada y pactada, y que no podré escapar a la Muerte al fin y al cabo. Solo espero que me de... algo más tiempo. Quiero tiempo para compartir contigo y Bella. Quiero tiempo para sentirme amado, añorado, y amar igualmente. Quiero recuperar estos cien años perdidos, Ziel, por no decir que perdí el rumbo por unos cuantos años más. El vacío que sentí, el vacío que siento a veces, cuando me quedo solo y pieso... No quiero sentirlo, Ziel, no quiero sentirlo nunca más -soltó de forma apagada pero desesperada, denotando la pasión que se escabullía a causa de sentimientos tan profundos y ahogados en melancolía-. Me hubiera gustado tener una madre como la tuya, que estuviese siempre ahí, para ti, incluso cuando el tiempo se la hubiera llevado... Una madre que apoye todas tus decisiones, sean malas o buenas, pero que esté dispuesta a afrontar contigo los tropiezos -apretó los labios, recordando y odiando como también anhelando.
El pasado de Marcus estaba teñido de un negro profundo. Su esposa, sus hijos, su familia en sí, todo lo que había logrado conseguir, la reputación que poseía como médico ejemplar, todo... Absolutamente todo, se había ido a la mierda. Y fue su culpa. Fue su culpa y nadie podría hacerle cambiar de opinión. Ni Ziel, ahora mismo, intentando calmarle y pretendiendo hacerle ver las cosas desde otro punto de vista. Sí, lo sabía, es difícil entregar a la persona que amas a otro, y más difícil es, aun, para un vampiro. De tan solo pensar, imaginar, que otro penetrara su piel con sus pérfidos colmillos, que bebiera su sangre y se deleitara con ella... No, no podía soportarlo. Aún hoy, con simples imaginaciones, sentía que la sangre le hervía y no podía medir sus celos y su odio. Marcus hizo de una de sus manos un puño, pero rápidamente aflojó la tensión. Suspiró con pesadez y se sentó en la cama de golpe, cubriéndose el rostro con una de sus manos, y dejando caer hacia adelante su cabeza.
"Todo el mundo puede cambiar y por ello, tiene una segunda oportunidad."
Las palabras de Ziel seguían llegando a sus oídos y comenzaban a embriagarlo de nuevo. Marcus se había calmado un poco en su fuero interno, el cual estaba colapsado en emociones, y se aferró a esas dulces palabras de aquella mujer que jamás conoció pero que sentía de igual modo su calidez. ¿Una segunda oportunidad, eh? Marcus creía que ya había tenido demasiadas oportunidades en todos estos años, y que estas no podían ser limitadas, porque sería injusto; sería injusto para él y para todos. Marcus sabía que su merecido llegaría, y solo esperaba estar listo para cuando ese momento llegase. Sin embargo, ahora quería olvidar aquello. Quería olvidar el pasado por un momento, aunque sea, y disfrutar de aquel beso se redención. Quería sentirse perdonado y amado por el único ángel que tenía aquí a su lado, ya que el otro ángel que conformaba su mundo estaba perdiendo las alas en una celda oscura y sombría, y él sin saberlo. Quizás ese fuera otro pecado más sumado a la gran lista. Su cegadez por la felicidad momentánea no le permitía ver la cruda realidad duradera.
Marcus aceptó los labios de Ziel una vez más, cayendo a su lado nuevamente. Las caricias del joven eran una anestecia capaz de aliviar cualquier dolor, incluso los del alma. Marcus, con un suspiro, dejó ir toda aquella pesadez, para poder darle rienda suelta a la risa una vez más.
- Te entiendo, pero no puedes decirme que parezco un humano. ¿Qué humano podría llegar a ser tan atractivo como yo? No bromees, es imposible que me confundas con uno, aunque por un lado eso es bueno... me hace sentir normal, corriente, y es agradable sentirse parte del mundo de vez en cuando -admitió, pensativo, pero pronto regresó sobre la marcha-. Y sí, estoy muy seguro, porque no encontrarás nadie de tu edad, incluso nadie de la mía, que pueda hacerte sentir todo esto... -susurró, acercándose más a él y apoderándose de sus debilidades nuevamente, otorgando caricias indecentes en los resquicios más sensibles del cuerpo de Ziel. Ah, podría perderse en él una y otra vez, y jamás se cansaría de hacerlo-. Y puede que me gusten los jóvenes fáciles de persuadir y convencer -siseó, mordiendo su oreja perversamente, y riendo con suavidad tras palabras tan pedófilas y horrendas.
El rojo de los ojos de Marcus se intensificó ante la confesion enamorada de Ziel. El vampiro tomó su rostro entre sus manos, lamiendo con suavidad sus labios, para luego otorgarle otro beso, solo que esta vez más apasionado que los anteriores. Sin embargo, cuando Ziel comenzó a responder ante aquellos comentarios que Marcus había hecho sobre la propia pregunta que el neófito había efectuado, la mirada de Marcus se volvió algo turbia y peligrosa. Sus iris denotaban letanía. ¿Cómo que dependía el hombre? ¿Cómo que no lo haría con un abuelo? ¿Acaso Marcus debería sentirse tocado ante tales palabras descaradas?
El vampiro volvió seria su expresión y su piel marmórea reflejó la fina línea en la cual sus labios se habían convertido. Capturó con sus manos las muñécas de Ziel y le obligó a depositarlas a ambos lados de su cabeza, sobre la almohada. Marcus se situó sobre él, apresándolo y acosándolo, mientras sus pupilas se clavaban, intimidantes, en sus inocentes ojos azules.
- Te recuerdo que cada palabra que dices puede ser utilizada en tu contra -sentenció, mientras oía sus tartamudeos y sus frases inconcisas con cierta gracia, solo que si había risa alguna en el cuerpo de Marcus, esta se encontraba guardada dentro, pues su expresión denotaba una cara de muy pocos amigos.
Y mientras Ziel enumeraba todo lo que quería hacer, el vampiro regresó al ataque.
- Mereces ser castigado por esto -susurró tranquilamente, mientras se lanzaba otra vez a su cuello y lamía su piel con deseo y lascivia. Mientras sus actos promiscuos transcurrían, Ziel intentaba enunciar todo lo que deseaba hacer en una cita. Marcus sonreía suavemente mientras propinaba besos, ahora, en su torso y abdomen, descendiendo peligrosamente. Se frenó justo en su ombligo y lo miró a los ojos. ¿Qué significaba aquel rubor de sus pómulos?
- Te llevaré a todos los lugares que quieras. Haremos sentir a Bella como una verdadera Princesa. Y de acuerdo, te trataré como a un adulto, pero eso conlleva hacer cosas de adultos... -sugirió, aumentado el rubor de las mejillas de Ziel y deleitándose con su inocencia, aquella inocencia que le arrebató hace tiempo en aquel hotel, pero de la cual volvía a apoderarse una y otra vez.
Marcus trazó el recorrido de besos hacia su pecho nuevamente, y sin soltar aún sus muñecas, hizo que su nariz tocase la punta de la nariz de Ziel. Sus cabellos azabaches se inclinaron sobre su rostro, acariciando la piel blanca del joven. Su susurro pilló a Marcus desprevenido, pero le invadió el cuerpo con una fuerte corriente eléctrica. Sí, lo deseaba de nuevo. Sí, quería hacerlo suyo una vez más, y él... Él se lo estaba pidiendo.
Marcus tragó saliva y se humedeció los labios, listo para probar otra vez el manjar de sus besos. Acercó sus labios a los suyos y lo besó con suavidad, intentando controlar sus deseos y su pasión. Y sin sembrar distancia, habló, ejerciendo la presión necesaria sobre la boca del joven vampiro con la suya propia.
- Te amo, Ziel Carphatia, y jamás me cansaré de hacerlo; jamás podré abandonar este sentimiento, porque tú lo invades todo, ocupas cada parte de mi ser y amo que me arrebates lo poco bueno que tengo, para hacerlo mejor con tu gracia -confesó, a medida que sus manos contorneaban los laterales del muchacho hasta aferrar su cintura y elevarla un poco, intentando disminuir de todas formas posibles la distancia entre ambos. Y entonces Marcus descargó toda la tensión de su cuerpo sobre sus labios otra vez, pretendiendo adueñarse de aquel cuerpo una vez más, transformando toda esa pasión en besos y caricias desesperadas.
- Te pondrás bien, ya verás. No dejaré que enfermes de nuevo. No lo permitiré -susurró luego de que Ziel asegurase que tal vez lo amaba demasiado. Entonces, pudo percibir en sus pensamientos aquel sentimiento de dolor. ¿Le dolía amarlo? ¿Le dolía amar a Bella de este modo también? Marcus frunció suavemente el ceño, mostrando un semblante entristecido y algo preocupado-. No quiero que este amor te haga daño -susurró, sin saber las consecuencias que acarreaban decirlo, pues ¿cómo diablos se suponía que él lo sabía? Marcus simplemente había actuado inconscientemente, quizás creyendo que Ziel se lo quería comunicar de algún modo. Y dejó caer sus labios sobre los suyos una vez más, otorgando un aletargado y paciente beso, para luego separarse y mirarlo a los ojos otra vez.
Ziel envolvió sus manos con las suyas, y Marcus apoyó su cabeza sobre la almohada, observando los mechones azules que tenía delante de sus ojos, y moviéndolos lentamente con cada exhalación.
- Lo sé... Ella está en paz, y hay veces que añoro la muerte por esa misma razón. ¿Sabes? La eternidad, por más ventajas que parezca tener, no es lo que parece. El cansancio, el hastío, el ver morir a los que amas sin poder... sin poder hacer nada -confesó, ocultando su mirada tras sus negros cabellos-. Incluso yo sé que mi hora está marcada y pactada, y que no podré escapar a la Muerte al fin y al cabo. Solo espero que me de... algo más tiempo. Quiero tiempo para compartir contigo y Bella. Quiero tiempo para sentirme amado, añorado, y amar igualmente. Quiero recuperar estos cien años perdidos, Ziel, por no decir que perdí el rumbo por unos cuantos años más. El vacío que sentí, el vacío que siento a veces, cuando me quedo solo y pieso... No quiero sentirlo, Ziel, no quiero sentirlo nunca más -soltó de forma apagada pero desesperada, denotando la pasión que se escabullía a causa de sentimientos tan profundos y ahogados en melancolía-. Me hubiera gustado tener una madre como la tuya, que estuviese siempre ahí, para ti, incluso cuando el tiempo se la hubiera llevado... Una madre que apoye todas tus decisiones, sean malas o buenas, pero que esté dispuesta a afrontar contigo los tropiezos -apretó los labios, recordando y odiando como también anhelando.
El pasado de Marcus estaba teñido de un negro profundo. Su esposa, sus hijos, su familia en sí, todo lo que había logrado conseguir, la reputación que poseía como médico ejemplar, todo... Absolutamente todo, se había ido a la mierda. Y fue su culpa. Fue su culpa y nadie podría hacerle cambiar de opinión. Ni Ziel, ahora mismo, intentando calmarle y pretendiendo hacerle ver las cosas desde otro punto de vista. Sí, lo sabía, es difícil entregar a la persona que amas a otro, y más difícil es, aun, para un vampiro. De tan solo pensar, imaginar, que otro penetrara su piel con sus pérfidos colmillos, que bebiera su sangre y se deleitara con ella... No, no podía soportarlo. Aún hoy, con simples imaginaciones, sentía que la sangre le hervía y no podía medir sus celos y su odio. Marcus hizo de una de sus manos un puño, pero rápidamente aflojó la tensión. Suspiró con pesadez y se sentó en la cama de golpe, cubriéndose el rostro con una de sus manos, y dejando caer hacia adelante su cabeza.
"Todo el mundo puede cambiar y por ello, tiene una segunda oportunidad."
Las palabras de Ziel seguían llegando a sus oídos y comenzaban a embriagarlo de nuevo. Marcus se había calmado un poco en su fuero interno, el cual estaba colapsado en emociones, y se aferró a esas dulces palabras de aquella mujer que jamás conoció pero que sentía de igual modo su calidez. ¿Una segunda oportunidad, eh? Marcus creía que ya había tenido demasiadas oportunidades en todos estos años, y que estas no podían ser limitadas, porque sería injusto; sería injusto para él y para todos. Marcus sabía que su merecido llegaría, y solo esperaba estar listo para cuando ese momento llegase. Sin embargo, ahora quería olvidar aquello. Quería olvidar el pasado por un momento, aunque sea, y disfrutar de aquel beso se redención. Quería sentirse perdonado y amado por el único ángel que tenía aquí a su lado, ya que el otro ángel que conformaba su mundo estaba perdiendo las alas en una celda oscura y sombría, y él sin saberlo. Quizás ese fuera otro pecado más sumado a la gran lista. Su cegadez por la felicidad momentánea no le permitía ver la cruda realidad duradera.
Marcus aceptó los labios de Ziel una vez más, cayendo a su lado nuevamente. Las caricias del joven eran una anestecia capaz de aliviar cualquier dolor, incluso los del alma. Marcus, con un suspiro, dejó ir toda aquella pesadez, para poder darle rienda suelta a la risa una vez más.
- Te entiendo, pero no puedes decirme que parezco un humano. ¿Qué humano podría llegar a ser tan atractivo como yo? No bromees, es imposible que me confundas con uno, aunque por un lado eso es bueno... me hace sentir normal, corriente, y es agradable sentirse parte del mundo de vez en cuando -admitió, pensativo, pero pronto regresó sobre la marcha-. Y sí, estoy muy seguro, porque no encontrarás nadie de tu edad, incluso nadie de la mía, que pueda hacerte sentir todo esto... -susurró, acercándose más a él y apoderándose de sus debilidades nuevamente, otorgando caricias indecentes en los resquicios más sensibles del cuerpo de Ziel. Ah, podría perderse en él una y otra vez, y jamás se cansaría de hacerlo-. Y puede que me gusten los jóvenes fáciles de persuadir y convencer -siseó, mordiendo su oreja perversamente, y riendo con suavidad tras palabras tan pedófilas y horrendas.
El rojo de los ojos de Marcus se intensificó ante la confesion enamorada de Ziel. El vampiro tomó su rostro entre sus manos, lamiendo con suavidad sus labios, para luego otorgarle otro beso, solo que esta vez más apasionado que los anteriores. Sin embargo, cuando Ziel comenzó a responder ante aquellos comentarios que Marcus había hecho sobre la propia pregunta que el neófito había efectuado, la mirada de Marcus se volvió algo turbia y peligrosa. Sus iris denotaban letanía. ¿Cómo que dependía el hombre? ¿Cómo que no lo haría con un abuelo? ¿Acaso Marcus debería sentirse tocado ante tales palabras descaradas?
El vampiro volvió seria su expresión y su piel marmórea reflejó la fina línea en la cual sus labios se habían convertido. Capturó con sus manos las muñécas de Ziel y le obligó a depositarlas a ambos lados de su cabeza, sobre la almohada. Marcus se situó sobre él, apresándolo y acosándolo, mientras sus pupilas se clavaban, intimidantes, en sus inocentes ojos azules.
- Te recuerdo que cada palabra que dices puede ser utilizada en tu contra -sentenció, mientras oía sus tartamudeos y sus frases inconcisas con cierta gracia, solo que si había risa alguna en el cuerpo de Marcus, esta se encontraba guardada dentro, pues su expresión denotaba una cara de muy pocos amigos.
Y mientras Ziel enumeraba todo lo que quería hacer, el vampiro regresó al ataque.
- Mereces ser castigado por esto -susurró tranquilamente, mientras se lanzaba otra vez a su cuello y lamía su piel con deseo y lascivia. Mientras sus actos promiscuos transcurrían, Ziel intentaba enunciar todo lo que deseaba hacer en una cita. Marcus sonreía suavemente mientras propinaba besos, ahora, en su torso y abdomen, descendiendo peligrosamente. Se frenó justo en su ombligo y lo miró a los ojos. ¿Qué significaba aquel rubor de sus pómulos?
- Te llevaré a todos los lugares que quieras. Haremos sentir a Bella como una verdadera Princesa. Y de acuerdo, te trataré como a un adulto, pero eso conlleva hacer cosas de adultos... -sugirió, aumentado el rubor de las mejillas de Ziel y deleitándose con su inocencia, aquella inocencia que le arrebató hace tiempo en aquel hotel, pero de la cual volvía a apoderarse una y otra vez.
Marcus trazó el recorrido de besos hacia su pecho nuevamente, y sin soltar aún sus muñecas, hizo que su nariz tocase la punta de la nariz de Ziel. Sus cabellos azabaches se inclinaron sobre su rostro, acariciando la piel blanca del joven. Su susurro pilló a Marcus desprevenido, pero le invadió el cuerpo con una fuerte corriente eléctrica. Sí, lo deseaba de nuevo. Sí, quería hacerlo suyo una vez más, y él... Él se lo estaba pidiendo.
Marcus tragó saliva y se humedeció los labios, listo para probar otra vez el manjar de sus besos. Acercó sus labios a los suyos y lo besó con suavidad, intentando controlar sus deseos y su pasión. Y sin sembrar distancia, habló, ejerciendo la presión necesaria sobre la boca del joven vampiro con la suya propia.
- Te amo, Ziel Carphatia, y jamás me cansaré de hacerlo; jamás podré abandonar este sentimiento, porque tú lo invades todo, ocupas cada parte de mi ser y amo que me arrebates lo poco bueno que tengo, para hacerlo mejor con tu gracia -confesó, a medida que sus manos contorneaban los laterales del muchacho hasta aferrar su cintura y elevarla un poco, intentando disminuir de todas formas posibles la distancia entre ambos. Y entonces Marcus descargó toda la tensión de su cuerpo sobre sus labios otra vez, pretendiendo adueñarse de aquel cuerpo una vez más, transformando toda esa pasión en besos y caricias desesperadas.
- Marcus O'Conell
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
El rastreo había comenzado hacía ya unas horas. Alec examinaba cada calle del pueblo, sin cesar. Cronos y Ares iban con él, y estaban haciendo muy bien su trabajo. Cerca de la cafetería habían encontrado un rastro de aquel vampiro Carphatia. Antes de salir, en la Nueva Asociación, le habían facilitado muestras de la sangre del chico, para que pudiese rastrearlo con mayor facilidad. Esa hubiera sido su oportunidad para saber la verdad, pero ellos no contaban con nada del tal Marcus. Alec, apreciando la prueba que sus canes habían hallado, se percató de que era demasiado vieja. Chasqueó la lengua y continuó andando. No había tiempo que perder, ni para los desertores ni para él.
Tras avanzar durante una hora, merodeando por el pueblo, sus especulaciones lo llevaron hacia el sitio donde habían capturado a Bella: el bosque que rodeaba a la Academia. Allí pudo observar cómo los árboles habían sido repuestos por otros en una zona con la tierra removida. Alec entrecerró los ojos ante tal detalle, pues el aroma de ese muchacho era muy fuerte en esa zona, y se entremezclaba con los de otros vampiros y humanos del lugar. Sin embargo, había otra fragancia igual o más intensa, que provocó que Alec tragase saliva, pensativo. No dudó ni un instante en seguir el recorrido, en seguir ese rastro, pues estaba seguro de que ese fue el último lugar en donde estuvieron juntos, y que luego de allí no se separaron. Tal vez estuviera, incluso, enterados de lo de su chica.
Baskerville llegó a las puertas del Consejo. Admiró la gran arquitectura del mismo y percibió el aire. Sus canes comenzaron a ladrar, llamando su atención. Al acercarse a ellos, visualizó en el suelo dos gotas de sangre medianamente frescas. Aunque ya estaban secas, no databan de muchos días. Alec pasó el dedo por ellas y luego lamió su guante oscuro. Frunció levemente el ceño: bingo. Ahora solo debería continuar desde allí. ¿A dónde podrían haber ido? La mandíbula de Alec se tensó, pero su cuerpo se movió a gran velocidad por las calles, hasta que llegó a la zona residencial. Allí había un grupo de hombres alrededor de un auto completamente destruido y carbonizado. El vampiro miró a los cazadores que lo acompañaban. Según los rumores, ese auto se había estrellado allí hacía uno o dos días, como mucho, y no podían hallar a vestigios de alguna víctima que pudo estar dentro. Creían que tal vez fue un acto de vandalismo. Sin embargo, para Alec, todas las piezas cerraban, pero se guardó la información y no la comunicó con sus pares. Estos se limitaban a seguirle, confiando en sus instintos.
Había muchas casas en aquel vecindario, pero por más que esos dos intentaran esconderse, ya no podrían hacerlo. Cronos y Ares dirigían sus ladridos a una casa en particular, y por más que los vampiros hayan ocultado su esencia, los indicios de que merodeaban la zona quedarían impregnados en el aire, en los objetos… En la casa misma. Alec miró hacia ambos lados de la calle e hizo una seña a los cazadores para que se quedasen allí, cubriendo la zona por el exterior. Él intentaría infiltrarse y averiguar si sus suposiciones eran ciertas. Tras recorrer los muros, tanto él como los canes detectaron una serie de trampas típicas de cazadores. Alec frunció el ceño y luego los labios. ¿Qué clase de mierda era esa? Sin embargo, no serían problema para él. Cerró los ojos un momento y las trampas que estaban cerca ardían en fervientes llamas. Abrió los ojos y el fuego desapareció, sin dejar rastro alguno de que alguna vez estuvo allí: otra de las peculiaridades de Alec, podía ser tan destructivo como disimulado.
Tras asegurarse de que ya estaba todo listo para infiltrarse, saltó por el muro que rodeaba al jardín. Comenzó a caminar por el verde césped, y entonces apoyó uno de sus guantes negros en los fríos cristales de la casa. El aroma era muy intenso aquí, y Carphatia no estaba solo, tal como supuso. Cuando los vampiros despliegan fuertemente sus emociones, sus esencias se intensifican y hacen que sea mucho más fácil localizarlos. Alec cantó victoria por dentro, pero se mantuvo igual de calmo que cuando llegó. Comenzó a rodear la casa, hasta que maniobró con los cerrojos de una de las ventanas. Trataría de ser tan sutil e insonoro como un espectro. Y el vidrio cayó y él pudo atajarlo con una mano. Lo apoyó lentamente contra la pared. ¿Quién diría que el chico violento de hace unos momentos se tomaría tantas molestias ahora? Pero la verdad es que quería llenarse los bolsillos y saborear mejor el momento para cuando la hora de la verdad llegase.
Una vez dentro de la casa, admiró la calidez que denotaba y apretó uno de sus puños. Pudo sentir ambas presencias con más nitidez y... No pudo creerlo. Las pupilas de Alec se dilataron para luego hacerse finas como las de un felino salvaje. Ese aroma, esa sensación... Sería imposible que un hijo no reconozca a su padre, pero... ¿Y si se estaba equivocando? El chico observó las escaleras y mantuvo su semblante firme y certero. No vacilaría. El momento que tanto había esperado, el culpable por el cual tantas peripecias había pasado, podía estar allí arriba.
Alec comenzó a ascender las escaleras a una velocidad extraordinaria, pero sin hacer ningún maldito ruido. Sin embargo, al llegar a la zona superior y observar la puerta medianamente cerrada de una de las habitaciones, decidió hacer lo propio y dejó caer un jarrón que adornaba una estantería. El vampiro clavó su mirada en la puerta de madera, mientras oía los sonidos que se escabullían desde el interior de la sala. Que no le jodan. Nadie le había advertido que estos dos, además de ser uno el novio de Bella, también mantenían una relación como esa.
Alec se volteó, llevándose una mano al rostro. El nerviosismo se apoderó de su cuerpo, pero había jurado no vacilar. El rostro sin vida de su hermana acudió a su mente más que nunca, para atormentarlo y ponerlo en evidencia. Alec apretó los colmillos, haciendo sangrar un poco sus propios labios, pero se limpió con rapidez y respiró hondo, permitiendo que la frialdad volviera a su cuerpo. Estaba dicho: si tenía que incendiar el lugar y dejarse llevar por sus más bajos impulsos y por la más vil violencia, lo haría. Pero antes, debería mantener la compostura.
Alec se volteó con rudeza y arrojó un mueble por las escaleras, provocando un gran estruendo. Las cartas ya estaban echadas, y él no iba a perder la partida.
Tras avanzar durante una hora, merodeando por el pueblo, sus especulaciones lo llevaron hacia el sitio donde habían capturado a Bella: el bosque que rodeaba a la Academia. Allí pudo observar cómo los árboles habían sido repuestos por otros en una zona con la tierra removida. Alec entrecerró los ojos ante tal detalle, pues el aroma de ese muchacho era muy fuerte en esa zona, y se entremezclaba con los de otros vampiros y humanos del lugar. Sin embargo, había otra fragancia igual o más intensa, que provocó que Alec tragase saliva, pensativo. No dudó ni un instante en seguir el recorrido, en seguir ese rastro, pues estaba seguro de que ese fue el último lugar en donde estuvieron juntos, y que luego de allí no se separaron. Tal vez estuviera, incluso, enterados de lo de su chica.
Baskerville llegó a las puertas del Consejo. Admiró la gran arquitectura del mismo y percibió el aire. Sus canes comenzaron a ladrar, llamando su atención. Al acercarse a ellos, visualizó en el suelo dos gotas de sangre medianamente frescas. Aunque ya estaban secas, no databan de muchos días. Alec pasó el dedo por ellas y luego lamió su guante oscuro. Frunció levemente el ceño: bingo. Ahora solo debería continuar desde allí. ¿A dónde podrían haber ido? La mandíbula de Alec se tensó, pero su cuerpo se movió a gran velocidad por las calles, hasta que llegó a la zona residencial. Allí había un grupo de hombres alrededor de un auto completamente destruido y carbonizado. El vampiro miró a los cazadores que lo acompañaban. Según los rumores, ese auto se había estrellado allí hacía uno o dos días, como mucho, y no podían hallar a vestigios de alguna víctima que pudo estar dentro. Creían que tal vez fue un acto de vandalismo. Sin embargo, para Alec, todas las piezas cerraban, pero se guardó la información y no la comunicó con sus pares. Estos se limitaban a seguirle, confiando en sus instintos.
Había muchas casas en aquel vecindario, pero por más que esos dos intentaran esconderse, ya no podrían hacerlo. Cronos y Ares dirigían sus ladridos a una casa en particular, y por más que los vampiros hayan ocultado su esencia, los indicios de que merodeaban la zona quedarían impregnados en el aire, en los objetos… En la casa misma. Alec miró hacia ambos lados de la calle e hizo una seña a los cazadores para que se quedasen allí, cubriendo la zona por el exterior. Él intentaría infiltrarse y averiguar si sus suposiciones eran ciertas. Tras recorrer los muros, tanto él como los canes detectaron una serie de trampas típicas de cazadores. Alec frunció el ceño y luego los labios. ¿Qué clase de mierda era esa? Sin embargo, no serían problema para él. Cerró los ojos un momento y las trampas que estaban cerca ardían en fervientes llamas. Abrió los ojos y el fuego desapareció, sin dejar rastro alguno de que alguna vez estuvo allí: otra de las peculiaridades de Alec, podía ser tan destructivo como disimulado.
Tras asegurarse de que ya estaba todo listo para infiltrarse, saltó por el muro que rodeaba al jardín. Comenzó a caminar por el verde césped, y entonces apoyó uno de sus guantes negros en los fríos cristales de la casa. El aroma era muy intenso aquí, y Carphatia no estaba solo, tal como supuso. Cuando los vampiros despliegan fuertemente sus emociones, sus esencias se intensifican y hacen que sea mucho más fácil localizarlos. Alec cantó victoria por dentro, pero se mantuvo igual de calmo que cuando llegó. Comenzó a rodear la casa, hasta que maniobró con los cerrojos de una de las ventanas. Trataría de ser tan sutil e insonoro como un espectro. Y el vidrio cayó y él pudo atajarlo con una mano. Lo apoyó lentamente contra la pared. ¿Quién diría que el chico violento de hace unos momentos se tomaría tantas molestias ahora? Pero la verdad es que quería llenarse los bolsillos y saborear mejor el momento para cuando la hora de la verdad llegase.
Una vez dentro de la casa, admiró la calidez que denotaba y apretó uno de sus puños. Pudo sentir ambas presencias con más nitidez y... No pudo creerlo. Las pupilas de Alec se dilataron para luego hacerse finas como las de un felino salvaje. Ese aroma, esa sensación... Sería imposible que un hijo no reconozca a su padre, pero... ¿Y si se estaba equivocando? El chico observó las escaleras y mantuvo su semblante firme y certero. No vacilaría. El momento que tanto había esperado, el culpable por el cual tantas peripecias había pasado, podía estar allí arriba.
Alec comenzó a ascender las escaleras a una velocidad extraordinaria, pero sin hacer ningún maldito ruido. Sin embargo, al llegar a la zona superior y observar la puerta medianamente cerrada de una de las habitaciones, decidió hacer lo propio y dejó caer un jarrón que adornaba una estantería. El vampiro clavó su mirada en la puerta de madera, mientras oía los sonidos que se escabullían desde el interior de la sala. Que no le jodan. Nadie le había advertido que estos dos, además de ser uno el novio de Bella, también mantenían una relación como esa.
Alec se volteó, llevándose una mano al rostro. El nerviosismo se apoderó de su cuerpo, pero había jurado no vacilar. El rostro sin vida de su hermana acudió a su mente más que nunca, para atormentarlo y ponerlo en evidencia. Alec apretó los colmillos, haciendo sangrar un poco sus propios labios, pero se limpió con rapidez y respiró hondo, permitiendo que la frialdad volviera a su cuerpo. Estaba dicho: si tenía que incendiar el lugar y dejarse llevar por sus más bajos impulsos y por la más vil violencia, lo haría. Pero antes, debería mantener la compostura.
Alec se volteó con rudeza y arrojó un mueble por las escaleras, provocando un gran estruendo. Las cartas ya estaban echadas, y él no iba a perder la partida.
- Alec Baskerville
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Negué con la cabeza. Marcus a veces se preocupaba demasiado, pero tampoco le culpaba. Yo hacía prácticamente lo mismo y si no le preocupara al vampiro, sentiría que no me aprecia lo suficiente. No quería ocasionarle demasiado interés y que pasara las noches en vela tomándome la temperatura para que no volviera a enfermar. Eso ya lo hacía mi madre cuando era pequeño, pero no era necesario con mi edad. Tenía boca para decir si me encontraba mal y si notaba que me había incrementado la fiebre. Ya tenía asimilado de alguna forma que lo haría en el momento que le traspasé mi aura. Aún pensaba en no decírselo, pero el tiempo terminaría por hablar de verdad. Tan sólo era descubrirla. Del mismo modo que nos necesitáramos tanto en este momento, o de que Bella estaba siendo secuestrada sin que ninguno de nosotros reparara en ello ahora. Nos encontrábamos tan entregados, que aún no mirábamos el reloj.
-No importa, Marcus. Enfermar está dentro de mi cuerpo y aunque lo evites, aparecerá. - Me acurruqué en su regazo, cual cachorro, acariciando con la mejilla su hombro. - No pasa nada, de verdad. - Aseguré. No había nada malo en enfermar siempre y cuando no fuera duradero, ni permanente. Total, me acostumbré con el paso de los años y acepté finalmente de que no era un niño para salir al exterior, sino para disfrutar los pequeños placeres dentro de la misma casa todo el tiempo. Sonreí, cual imbécil. Mientras Marcus y Bella estuvieran acompañándome, estaba bien. Incluso, sin saberlo, sería la única forma de sanar. De repente, el vampiro me sorprendió. Ladeé la cabeza hacia un lado, curioso.
-¿El qué? - No hallaba relación alguna con el tema que tratábamos. Me incorporé con el ceño fruncido. - No me hace daño. - Quizá me doliera el pecho cuando los veía sufrir por amarles demasiado, pero jamás era un dolor del que no pudiera resistir. Más bien resultaba algo... extraño, pero placentero. De todas formas, ¿cómo...? ¿Cómo podía saber él en lo que estaba pensando? Espera, ¿Marcus podía leerme la mente? Traté de probar mi hipótesis.
-Marcus, una cosa... ¿En qué estoy pensando ahora mismo? - Mis ojos recorrieron la habitación, en busca de un objeto o algo. Un gorrión. Visualicé un simple gorrión en mi cabeza. Aquel animal era siempre el mayor representante de mi aura, pero había cientos de cosas sobre las que pensar.
¿Lograría adivinarlo?
La atención se descentró en cuanto los recuerdos acudieron a ambos. Lo abracé, cerrando los ojos.
-¿Por qué añoras morir? ¿Tan a disgusto estás con la vida? - Pregunté. ¿Por qué quería morirse en este preciso instante? ¿Por qué? ¿Acaso todo el amor que intentaba darle no era suficiente para que deseara seguir viviendo fervientemente? Escondí la cara en el hueco de su hombro. - Yo no quiero que te mueras. Haré lo imposible porque eso nunca ocurra. Te amo, así que no digas eso, por favor. No te voy a dejar ir, Marcus, por muy egoísta que te parezca mi petición. Ni tampoco permitiré que tu rumbo se descarrile de nuevo. Confía en mí. - Negué con la cabeza varias veces, emperrado con la idea. Definitivamente no le dejaría marcharse. Si ya no podía entregarle mi aura, le daría mi alma, mi propia vida para que él siguiera adelante. No... no quería hacerme ni a la idea de que de un día para otro, Marcus ya no estuviera con nosotros. De nuevo, volvería a la pareja de dos del principio. Y ya no podía asimilar cómo era aquello, sino verlo como algo triste y no deseado.
-Si quieres... - Empecé a hablar, mirando hacia otro lado. - Yo no soy mi madre, ni tampoco una mujer para ejercer como tal, no puedo sustituir a tu esposa y quizá ni a tus hijos. No puedo ejercer como padre para ti porque es obvio que mi edad y físico son más infantiles, pero... yo... Si quieres... - Me mordí el labio inferior, dudando. - ... puedo enseñarte todo lo que hizo mi madre conmigo. Las costumbres, sus gestos, lo que ella decía... Así... es como si ella estuviera aquí para ti... Seguramente no le habría importado adoptarte como hijo... Y... Mira esto más como... como si fuera tu hermano, ¿te parece? - Retrocedí hacia atrás para mirarlo, sonriente. Si lográbamos cambiar a este rol algunas veces, Marcus no notaría en exceso que no tiene en quien apoyarse. Podría inculcarle a él todo lo que mi madre me enseño, aunque algunas cosas ya se las sabía al dedillo, como que no paraba de sonreír normalmente. Quería interpretar como si fuera mi madre y así no se sintiera tan solo. No sabía siquiera si Marcus había tenido o no madre, pero... podía hacer todo lo que pudiera como su novio. Él conocía de sobra que podía confiar abiertamente conmigo y que no iba a señalarle con el dedo por contarme que había asesinado gente. Ese, era un dato a ignorar prácticamente.
Dejé que el silencio nos arropara una vez más, acercándome más al vampiro para encontrar calor. Echaba de menos la sensación de calidez de cuando era humano. ¿Por qué no pude conservarla?
-Es que... no sé, si me dijeras que eres humano me lo creería. - Rodé los ojos para esquivar los suyos. - ¡No te lo tengas tan creído, Marcus O'Conell! Un día... un día encontraré a alguien para darte c... - No pude ni terminar la frase. Mi cuerpo se balanceó hacia delante por la descarga eléctrica que suponía que me tocara en mi zona más débil. Mis piernas parecían temblar, aunque realmente no lo hicieran. Intenté apartar a Marcus para que se alejara y dejara a mi cuerpo descansar. - Ma... aaarr... - Apreté la mandíbula, bajando la cabeza para detener mi voz. No, por favor, otra vez no. Sin embargo, la anestesia comenzaba a cubrir el cuerpo del neófito y su cara expresaba con profundidad el placer de ser tocado por sus manos. "Yo... yo no soy fácil de p-persuadir... y... de convencer..." Pensé para él mentalmente, dado que no podía articular palabra. Cerré los ojos con fuerza, soportando la condena de estar aún desnudo entre las sábanas.
Finalmente paró, pero el neófito ya se encontraba drogado hasta las cejas. Con cuidado abrió nuevamente los ojos y lo miró. Apenas tardó en bajar los párpados cuando sus labios vinieron hacia mí. Mis manos se posaron sobre su espalda, palpando su musculatura. Ah, Marcus. Había descubierto quizá mi mayor punto débil y ahora estaba aprovechándose de él constantemente. "Eres un pervertido y un aprovechado de las debilidades ajenas", pensé. Y justamente cuando conceder más intensidad al beso, de repente se separó. Lo observé, sorprendido de cómo su expresión cambió. ¿Se había ofendido por lo que había dicho? No podía ser, pero si analizábamos la frase... era de mal interpretar. Negué con la cabeza sucesivas veces.
-No... Nonononononono, ¡no es lo que estás pensando! - Habría intentado excusarme, pero no podía mover las manos. En cambio, moví los pies, pataleando. - Yo me refería a un viejo físicamente, no por tu edad. ¡Lo juro! ¡Marcus! ¡Marcus! - Lo llamé, retorciéndome como cualquier conejo apresado por el águila. Ah... que inocencia neófita... - ¡A mí me encanta cómo eres! ¡Yo me refería a un viejo físico! ¡Con barba blanca! ¡Oh, vamos! ¡Marcus! - Tragué saliva en cuanto dijo que debería ser castigado. ¿Por qué? Yo no quería acusarle de tener doscientos años, sino me refería a un hombre mayor humano, con la piel envejecida, el pelo cano y con indecentes ideas. Aunque, a decir verdad, Marcus no podía lucir demasiado en ese tema, pues también era un pervertido.
Hubo otro respingo. Me sorprendió que lamiera mi cuello cuando realmente creí que iba a morderme con ferocidad. Sí, esperaba cualquier cosa de él cuando se enfadaba. Por eso trataba de convencerle de que realmente no lo dije por él, sino por todos aquellos hombres que se aprovecharían de la inocencia de un chico joven.
-Vamos, sabes que no lo dije por ti... - Repetí por doceava vez. Cerré los ojos, más calmo con su recorrido de besos por el cuerpo. Estiré las piernas, notando a la perfección cómo mi cuerpo se tensaba inmediatamente. Se escuchó un gemido, rompiendo el silencio por placer. Asentí a sus mandatos. Bien, mientras no me tratara como a un joven, al que trataba a veces como su propio hijo, me daba igual. - Está bien. L-lo... haré. - El sonroje inundó mis mejillas. Miré hacia otro lado, avergonzado. Sí, Marcus y yo haríamos cosas de mayores a cambio. Le dejaría mi cuerpo para que hiciera lo que se le antoje. Erguí el cuerpo levemente, sonriendo. "Por un momento te creí", le dije mentalmente. Maldito. Me había hecho creer que estaba enfadado por mi respuesta y realmente lo que intentaba era jugar conmigo y mis emociones. Sin embargo, él regresó e interpretó nuevamente erróneamente. Yo me refería al día de la cita, no ahora. Pero, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que nuestros cuerpos se reencontraran? Nadie sabía. Y ya dice el dicho:
"Mejor pájaro en mano, que ciento volando"
Suspiré, dejando salir toda la tensión a través del aire. Mis brazos fueron al encuentro de su cuello otra vez, atrayéndolo contra mi cuerpo. Enredé las piernas sobre su cintura y sonreí pícaramente, mordiendo su oreja. "Te amo", susurré contra su oído dulcemente, provocativamente incluso. Y sin más, el amor contagió las paredes de la habitación por segunda vez.
El calor se encontraba nuevamente impregnado en ambos, mezclándose con el sudor. El neófito descansaba de un lado, con la respiración ajetreada y totalmente colorado por el exceso de temperatura.
-Eres... un pervertido. - Mencioné atrevido, sofocado, escondiendo los brazos bajo la almohada. Sí, quizá le acusara de pervertido, pero me gustaba que me tocara y jugara con mi piel. La cara se estampó contra la almohada. Ya no más. Quería dormir y descansar a su lado, pero sin que se atreviera a tocarme de nuevo. Sus ojos se cerraron levemente, cansado. Le golpeé suavemente con el brazo. - Durmamos. - Ordené, acercándome a Marcus. Sí, era infantil y quería que me abrazara mientras dormía, aunque eso pudiera terminar en otra violación contra mi voluntad.
En pocos minutos, el neófito estaba durmiendo plácidamente entre las sábanas, reparando el cansancio del día que llevaron, además de la fiebre. En cambio, los cazadores se encontraban cerca, muy cerca. Arrugó el entrecejo en sueños, percibiendo el extraño olor que entraba por su nariz. Abrí un ojo al percibir el olor de Alec dentro de la casa. Miré a Marcus y me erguí, nervioso.
-Marcus, hay alguien cerca de la casa. - Parecía increíble cómo había mejorado mi olfato desde que me convertí. Pero podía olerle, podía sentirle de alguna forma. Casi hasta escuchaba el latido del corazón del tercer vampiro, detrás de la puerta. - Marcus... - Mencioné de nuevo, mirando la puerta con intriga. Sí, no tenía la menor duda de que había alguien al otro lado, observándonos mientras lo hacíamos. La verguenza esta vez quedó para después, pues las peores suposiciones se formaban dentro de mi cabeza. ¿Cazadores? ¿Un ladrón? ¿Bella? No, esta última no podía ser. La reconocería a mil metros de distancia y sin tener que ver su melena. Un jarrón se rompió afuera de la habitación. "Marcus, hay alguien". Ya no había dudas de ningún tipo. A toda prisa salí de la cama y las piernas flaquearon de repente. Me agarré a la mesilla. Esto era culpa del vampiro. En cambio, me vestí lo más rápido que pude. Quizá fuera un temeroso de que alguien nos encontrara juntos, que de que verdaderamente se halle alguien detrás de la puerta. Otro mueble cayó por las escaleras. En cuanto ya tuve nueva ropa puesta, miré a Marcus. Me acerqué instintivamente a la ventana. ¿Quién se atrevía a salir antes? ¿Y por dónde saldríamos: por la puerta o la ventana?
-No importa, Marcus. Enfermar está dentro de mi cuerpo y aunque lo evites, aparecerá. - Me acurruqué en su regazo, cual cachorro, acariciando con la mejilla su hombro. - No pasa nada, de verdad. - Aseguré. No había nada malo en enfermar siempre y cuando no fuera duradero, ni permanente. Total, me acostumbré con el paso de los años y acepté finalmente de que no era un niño para salir al exterior, sino para disfrutar los pequeños placeres dentro de la misma casa todo el tiempo. Sonreí, cual imbécil. Mientras Marcus y Bella estuvieran acompañándome, estaba bien. Incluso, sin saberlo, sería la única forma de sanar. De repente, el vampiro me sorprendió. Ladeé la cabeza hacia un lado, curioso.
-¿El qué? - No hallaba relación alguna con el tema que tratábamos. Me incorporé con el ceño fruncido. - No me hace daño. - Quizá me doliera el pecho cuando los veía sufrir por amarles demasiado, pero jamás era un dolor del que no pudiera resistir. Más bien resultaba algo... extraño, pero placentero. De todas formas, ¿cómo...? ¿Cómo podía saber él en lo que estaba pensando? Espera, ¿Marcus podía leerme la mente? Traté de probar mi hipótesis.
-Marcus, una cosa... ¿En qué estoy pensando ahora mismo? - Mis ojos recorrieron la habitación, en busca de un objeto o algo. Un gorrión. Visualicé un simple gorrión en mi cabeza. Aquel animal era siempre el mayor representante de mi aura, pero había cientos de cosas sobre las que pensar.
¿Lograría adivinarlo?
La atención se descentró en cuanto los recuerdos acudieron a ambos. Lo abracé, cerrando los ojos.
-¿Por qué añoras morir? ¿Tan a disgusto estás con la vida? - Pregunté. ¿Por qué quería morirse en este preciso instante? ¿Por qué? ¿Acaso todo el amor que intentaba darle no era suficiente para que deseara seguir viviendo fervientemente? Escondí la cara en el hueco de su hombro. - Yo no quiero que te mueras. Haré lo imposible porque eso nunca ocurra. Te amo, así que no digas eso, por favor. No te voy a dejar ir, Marcus, por muy egoísta que te parezca mi petición. Ni tampoco permitiré que tu rumbo se descarrile de nuevo. Confía en mí. - Negué con la cabeza varias veces, emperrado con la idea. Definitivamente no le dejaría marcharse. Si ya no podía entregarle mi aura, le daría mi alma, mi propia vida para que él siguiera adelante. No... no quería hacerme ni a la idea de que de un día para otro, Marcus ya no estuviera con nosotros. De nuevo, volvería a la pareja de dos del principio. Y ya no podía asimilar cómo era aquello, sino verlo como algo triste y no deseado.
-Si quieres... - Empecé a hablar, mirando hacia otro lado. - Yo no soy mi madre, ni tampoco una mujer para ejercer como tal, no puedo sustituir a tu esposa y quizá ni a tus hijos. No puedo ejercer como padre para ti porque es obvio que mi edad y físico son más infantiles, pero... yo... Si quieres... - Me mordí el labio inferior, dudando. - ... puedo enseñarte todo lo que hizo mi madre conmigo. Las costumbres, sus gestos, lo que ella decía... Así... es como si ella estuviera aquí para ti... Seguramente no le habría importado adoptarte como hijo... Y... Mira esto más como... como si fuera tu hermano, ¿te parece? - Retrocedí hacia atrás para mirarlo, sonriente. Si lográbamos cambiar a este rol algunas veces, Marcus no notaría en exceso que no tiene en quien apoyarse. Podría inculcarle a él todo lo que mi madre me enseño, aunque algunas cosas ya se las sabía al dedillo, como que no paraba de sonreír normalmente. Quería interpretar como si fuera mi madre y así no se sintiera tan solo. No sabía siquiera si Marcus había tenido o no madre, pero... podía hacer todo lo que pudiera como su novio. Él conocía de sobra que podía confiar abiertamente conmigo y que no iba a señalarle con el dedo por contarme que había asesinado gente. Ese, era un dato a ignorar prácticamente.
Dejé que el silencio nos arropara una vez más, acercándome más al vampiro para encontrar calor. Echaba de menos la sensación de calidez de cuando era humano. ¿Por qué no pude conservarla?
-Es que... no sé, si me dijeras que eres humano me lo creería. - Rodé los ojos para esquivar los suyos. - ¡No te lo tengas tan creído, Marcus O'Conell! Un día... un día encontraré a alguien para darte c... - No pude ni terminar la frase. Mi cuerpo se balanceó hacia delante por la descarga eléctrica que suponía que me tocara en mi zona más débil. Mis piernas parecían temblar, aunque realmente no lo hicieran. Intenté apartar a Marcus para que se alejara y dejara a mi cuerpo descansar. - Ma... aaarr... - Apreté la mandíbula, bajando la cabeza para detener mi voz. No, por favor, otra vez no. Sin embargo, la anestesia comenzaba a cubrir el cuerpo del neófito y su cara expresaba con profundidad el placer de ser tocado por sus manos. "Yo... yo no soy fácil de p-persuadir... y... de convencer..." Pensé para él mentalmente, dado que no podía articular palabra. Cerré los ojos con fuerza, soportando la condena de estar aún desnudo entre las sábanas.
Finalmente paró, pero el neófito ya se encontraba drogado hasta las cejas. Con cuidado abrió nuevamente los ojos y lo miró. Apenas tardó en bajar los párpados cuando sus labios vinieron hacia mí. Mis manos se posaron sobre su espalda, palpando su musculatura. Ah, Marcus. Había descubierto quizá mi mayor punto débil y ahora estaba aprovechándose de él constantemente. "Eres un pervertido y un aprovechado de las debilidades ajenas", pensé. Y justamente cuando conceder más intensidad al beso, de repente se separó. Lo observé, sorprendido de cómo su expresión cambió. ¿Se había ofendido por lo que había dicho? No podía ser, pero si analizábamos la frase... era de mal interpretar. Negué con la cabeza sucesivas veces.
-No... Nonononononono, ¡no es lo que estás pensando! - Habría intentado excusarme, pero no podía mover las manos. En cambio, moví los pies, pataleando. - Yo me refería a un viejo físicamente, no por tu edad. ¡Lo juro! ¡Marcus! ¡Marcus! - Lo llamé, retorciéndome como cualquier conejo apresado por el águila. Ah... que inocencia neófita... - ¡A mí me encanta cómo eres! ¡Yo me refería a un viejo físico! ¡Con barba blanca! ¡Oh, vamos! ¡Marcus! - Tragué saliva en cuanto dijo que debería ser castigado. ¿Por qué? Yo no quería acusarle de tener doscientos años, sino me refería a un hombre mayor humano, con la piel envejecida, el pelo cano y con indecentes ideas. Aunque, a decir verdad, Marcus no podía lucir demasiado en ese tema, pues también era un pervertido.
Hubo otro respingo. Me sorprendió que lamiera mi cuello cuando realmente creí que iba a morderme con ferocidad. Sí, esperaba cualquier cosa de él cuando se enfadaba. Por eso trataba de convencerle de que realmente no lo dije por él, sino por todos aquellos hombres que se aprovecharían de la inocencia de un chico joven.
-Vamos, sabes que no lo dije por ti... - Repetí por doceava vez. Cerré los ojos, más calmo con su recorrido de besos por el cuerpo. Estiré las piernas, notando a la perfección cómo mi cuerpo se tensaba inmediatamente. Se escuchó un gemido, rompiendo el silencio por placer. Asentí a sus mandatos. Bien, mientras no me tratara como a un joven, al que trataba a veces como su propio hijo, me daba igual. - Está bien. L-lo... haré. - El sonroje inundó mis mejillas. Miré hacia otro lado, avergonzado. Sí, Marcus y yo haríamos cosas de mayores a cambio. Le dejaría mi cuerpo para que hiciera lo que se le antoje. Erguí el cuerpo levemente, sonriendo. "Por un momento te creí", le dije mentalmente. Maldito. Me había hecho creer que estaba enfadado por mi respuesta y realmente lo que intentaba era jugar conmigo y mis emociones. Sin embargo, él regresó e interpretó nuevamente erróneamente. Yo me refería al día de la cita, no ahora. Pero, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que nuestros cuerpos se reencontraran? Nadie sabía. Y ya dice el dicho:
"Mejor pájaro en mano, que ciento volando"
Suspiré, dejando salir toda la tensión a través del aire. Mis brazos fueron al encuentro de su cuello otra vez, atrayéndolo contra mi cuerpo. Enredé las piernas sobre su cintura y sonreí pícaramente, mordiendo su oreja. "Te amo", susurré contra su oído dulcemente, provocativamente incluso. Y sin más, el amor contagió las paredes de la habitación por segunda vez.
* * *
El calor se encontraba nuevamente impregnado en ambos, mezclándose con el sudor. El neófito descansaba de un lado, con la respiración ajetreada y totalmente colorado por el exceso de temperatura.
-Eres... un pervertido. - Mencioné atrevido, sofocado, escondiendo los brazos bajo la almohada. Sí, quizá le acusara de pervertido, pero me gustaba que me tocara y jugara con mi piel. La cara se estampó contra la almohada. Ya no más. Quería dormir y descansar a su lado, pero sin que se atreviera a tocarme de nuevo. Sus ojos se cerraron levemente, cansado. Le golpeé suavemente con el brazo. - Durmamos. - Ordené, acercándome a Marcus. Sí, era infantil y quería que me abrazara mientras dormía, aunque eso pudiera terminar en otra violación contra mi voluntad.
En pocos minutos, el neófito estaba durmiendo plácidamente entre las sábanas, reparando el cansancio del día que llevaron, además de la fiebre. En cambio, los cazadores se encontraban cerca, muy cerca. Arrugó el entrecejo en sueños, percibiendo el extraño olor que entraba por su nariz. Abrí un ojo al percibir el olor de Alec dentro de la casa. Miré a Marcus y me erguí, nervioso.
-Marcus, hay alguien cerca de la casa. - Parecía increíble cómo había mejorado mi olfato desde que me convertí. Pero podía olerle, podía sentirle de alguna forma. Casi hasta escuchaba el latido del corazón del tercer vampiro, detrás de la puerta. - Marcus... - Mencioné de nuevo, mirando la puerta con intriga. Sí, no tenía la menor duda de que había alguien al otro lado, observándonos mientras lo hacíamos. La verguenza esta vez quedó para después, pues las peores suposiciones se formaban dentro de mi cabeza. ¿Cazadores? ¿Un ladrón? ¿Bella? No, esta última no podía ser. La reconocería a mil metros de distancia y sin tener que ver su melena. Un jarrón se rompió afuera de la habitación. "Marcus, hay alguien". Ya no había dudas de ningún tipo. A toda prisa salí de la cama y las piernas flaquearon de repente. Me agarré a la mesilla. Esto era culpa del vampiro. En cambio, me vestí lo más rápido que pude. Quizá fuera un temeroso de que alguien nos encontrara juntos, que de que verdaderamente se halle alguien detrás de la puerta. Otro mueble cayó por las escaleras. En cuanto ya tuve nueva ropa puesta, miré a Marcus. Me acerqué instintivamente a la ventana. ¿Quién se atrevía a salir antes? ¿Y por dónde saldríamos: por la puerta o la ventana?
- Ziel A. Carphatia
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Re: Habitación de Ziel, Bella y Marcus
Detestaba que le dijera aquella. Detestaba que no pudiera ayudarlo, en verdad, aunque lo hacía. Ziel estaba tan seguro de que enfermar era su destino que solo lo aceptaba y ya. Pero Marcus no podía aceptar aquello. Quería darle a Ziel una vida plena, en todo sentido, y se suponía que como vampiro todo mejoraría para él luego del período inestable de su conversión. Marcus observó a Ziel intenteando quitarle importancia al asunto, como él decía, pero era imposible, porque su bienestar ocupaba la mente del vampiro por completo. Sin embargo, cuando iba a replicar algo al respecto, Ziel lo observó sorprendido, como si no entendiera ni medio de lo que había dicho. Marcus lo observó desconfiado y se echó un poco hacia atrás, sin dejar de mirarlo. Es cierto, ¿por qué le había dicho eso? ¿Acaso lo había presentido, imaginado, supuesto...? Abrió los labios para intentar responder algo, pero sólo consiguió vacilar. No obstante, el neófito lo puso a prueba, y Marcus jamás creería asumir lo que estaba ocurriendo.
- No lo sé, Ziel. ¿Cómo se supone que voy a saberlo? -preguntó, negando con la cabeza, confuso-. ¿Un gorrión? -dijo por decir, pero en realidad había dado en el blanco. Lo que creyó que era su propio pensamiento especulando lo que debería estar pensando Ziel era, en realidad, el propio pensamiento de Ziel siendo interceptado por la mente de Marcus.
Y todo lo que pudiera decir luego, decidió reservárselo. Al menos en parte. Pues no quería hablar sobre eso ahora. No quería llamarla a Ella, a la Muerte, a su puerta. Prefería que se mantuviera alejada, el mayor tiempo posible,y así poder disfrutar de esta tranquilidad, de esta dicha. No sabía por qué, pero el mal presentimiento se acrecentaba con los minutos y creía que si osaban continuar hablando del fatal destino este acabaría encontrándolos. Marcus era bastante supersticioso a veces, pero la vida le había dado motivos para serlo. Y entonces preferirió quedarse de aquel modo, entre los brazos de Ziel, disfrutando de su contacto y de la paz que él le transmitía.
"Confía en mí". Y no sabes cuánto.
Ziel continuaba hablando y Marcus no pudo evitar reír suavemente ante sus próximas palabras. La ternura que transmitía Ziel con aquel gesto era tal que no podía creer que en él habitara tantoa tragedia y discoria. Marcus elevó un poco su rostro para posar suavemente sus labios sobre los suyos, acariciándolos.
- Ojalá yo pudiese ser un padre para ti. Ojalá pudiese darte todo el afecto y cariño que necesitas. Pero podemos hacer un intercambio -sonrió, como si esto fuera alguna especie de negocio-. Aunque sería un poco extraño... ¿No crees? Acabaríamos siendo unos incestuosos figurados -soltó, pensativo, pero claramente con razón. No pudo evitar reír y revolver el cabello azulado de Ziel con una de sus manos. Ah, las ocurrencias de ambos... Sin límites. Marcus se removió un poco entre las sábanas antes de continuar hablando-. Pero me gustaría que me enseñes todo eso -sonrió, mientras que un brillo alentador surcó su semblante.
Y luego de tanta ternura, ocurrió lo inevitable.
Marcus continuó haciéndose el enfadado hasta que tuvo a Ziel donde quería: bajo su cuerpo, acorralado. El chico se removía, intentaba excusarse, pero nada de eso serviría con un vampiro mutante de más de doscientos años. Marcus sonrió de lado, mostrando uno de sus amenazantes colmillos. Esta tortura apenas comenzaba para él. Esas caricias perversas eran solo el principio. "Yo no soy fácil de persuadir y de convencer", pensó el neófito. Marcus rió entre dientes. "No parece", respondió, mientras se adueñaba con sus manos de aquel cuerpo menudo e inocente. Y lo más divertido era que las acusaciones no terminaban ahí, pues Ziel continuó echando más leña al fuego: "Eres un pervertido y un aprovechado de las debilidades ajenas".
Ante tales provocaciones, Marcus no flaqueó. Al contrario, sus ganas de poseerlo se incrementaron intensamente. Ya no había vuelta atrás y debería concluirse lo que Ziel comenzó. Porque sí, él había sido el causante de los deseos de Marcus, tanto por lo que había dicho como por ser quien provocaba tanto amor y tanta pasión en él. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Marcus en el instante en que lo sujetó por la cintura, sintiendo el sudor que desprendía el cuerpo del joven vampiro. Observó su sonrisa y escuchó aquellas palabras: "Por un momento te creí". Marcus no pudo hacer otra cosa que sonreír aún más, inclinándose hacia él y besándolo con intensidad. Cuando se separó un poco, Ziel susurró aquellas palabras encantadas en su oído, como si en vez de música, Marcus necesitase aquello para ser completamente controlado y fuera un simple y manso cachorro. Marcus suspiró cerrando los ojos, anesteciado, y dejó fluir el calor que recorría sus venas, endulzando las sábanas una vez más.
Cuando la conmoción y la pasión cedieron para dar paso al descanso, Marcus se recostó a un lado de Ziel y recargó su cabeza sobre una de sus manos, mientras se sostenía con el codo apoyado en la mullida almohada. Observó al joven de cabellos azules y sonrió de lado.
- Y amas que lo sea. No sé de qué te quejas -espetó, convencido y segurísimo de sus palabras. Ziel no podía negar aquello. Y si lo hacía, era un hipócrita. Y además de hipócrita, también un pervertido, porque estaba más que claro que aquel neófito indómito no se quedaba atrás.
Marcus escuchó su orden y asintió suavemente, brindándole su brazo para que él se acurrucara, y así poder abrazarlo más cómodamente. Sin embargo, cuando Ziel se durmió en el acto, Marcus no pudo pegar un solo ojo, por dos razones: una, le agradaba demasiado verlo dormir; otra, el mal presentimiento se acrecentaba a pasos agigantados. Marcus cerró los ojos para dormitar, pero no para dormirse por completo. Necesitaba hallar dentro de su mente qué era lo que estaba ocurriendo. ¿Por qué se sentía, de repente, tan vacío e intranquilo? ¿Acaso no tenía todo lo que necesitaba ahora mismo? Y no, claramente no, pues faltaba Bella y él no tenía ni idea de lo que esos malnacidos le estaban haciendo. Ziel y Marcus creyeron que ella estaría con Kasha, protegida y tranquila, cuando en verdad aquello era una vil mentira de su imaginación, buscando otorgarles paz de algún modo. Y entonces, en medio de las meditaciones, lo sintió.
Marcus abrió los ojos y su expresión fue tan rígida como el acero. Había un vampiro cerca. Y no solo eso, sino que también cazadores. Podía sentir sus presencias, pues su olor pestilente había quedado impregnado en su nariz. Sin embargo aquel otro vampiro no era Bella, pero era desgraciadamente familiar. Tanto que jamás hubiera imaginado lo que le esperaría, en unos momentos, detrás de esa puerta. Ziel se sobresaltó al instante, despertándose. Marcus le indició que hiciese silencio, llevando su dedo índice a sus labios, verticalmente. El vampiro se movió con lentitud en la cama, poniéndose de pie y vistiendo sus pantalones. Estaba abrochándose el botón cuando el ruido de la porcelana haciéndose añicos lo desconcertó.
Marcus dio un pequeño salto y se acercó a la cama, intentando atraer a Ziel hacia sí, pero este se había levantado ya y casi conseguía caerse al suelo. Marcus ni siquiera respiraba, intentando concentrarse lo máximo que podía en aquella nueva presencia. Y en cuanto aquel estruendo de un mueble rodando por las escaleras se oyó, supo que verdaderamente estaban jodidos. Puso a Ziel tras de sí y negó con la cabeza a su gesto. No, no podía saltar por la ventana sin más, pues estaba seguro de que afuera había cazadores que no dudarían en atraparlos. No podía arriesgarse y entregarse al enemigo de ese modo. Primero debería intentar enfrentar a quien sea que estuviera al otro lado.
Marcus comenzó a avanzar hacia la puerta. ¿Y para qué? Claramente, para llevarse la mejor -o peor- sorprensa de toda su vida.
El vampiro, temerario, abrió la puerta de un ágil y certero movimiento, poniéndole el pecho a la bala literalmente. No sabía qué le esperaba del otro lado, pero no le importaba enfrentarlo. Ziel estaba allí y debía protegerlo, aunque cien balas de plata le atravesaran el pecho. Pero al otro lado había solo un individuo, vestido completamente de negro. Se trataba de un vampiro y...
Y esa mirada era más letal que cien balas de plata.
Marcus retrocedió. Por primera vez dio dos pasos hacia atrás. Sus ojos, abiertos de par en par, mostraban un leve temblor en sus iris. El cuerpo le había quedado rígido, impotente, y en ese momento supo que toda conversación anterior con Ziel, que todo momento de amor, había terminado. Todo se había acabado. Y ahora unos ojos rojos, intensos, lo acusaban como nunca jamás lo habían hecho otros. Marcus observó las facciones del vampiro, percibió su aroma, su esencia... A medida que lo hacía, la tensión se apoderaba más y más de su cuerpo. Parecía que incluso había olvidado que allí estaba Ziel, que allí había cazadores. Claramente, Marcus no estaba listo para esto. Los labios le temblaban ligeramente, pero los apretó con tal de evitar aquel nerviosismo evidente. Una y otra vez, frente a sus ojos, se recreaba la imagen de un niño idéntico al vampiro que tenía enfrente y, de pronto, la imagen se fusionaba con la figura adulta del inmortal que estaba acechandolo en esa puerta.
No, no puede ser posible. No puede ser posible. Esto... Esto no es real, se repetía a sí mismo, sucesivas veces.
Marcus bajó la mirada por un momento y se llevó una mano al rostro, cubriéndolo. Apretó la mandíbula, sintiéndose débil y pequeño por primera vez. Dio un paso más hacia atrás, aunque sabía que no debía flaquear. Esto tenía que ser un truco de esos sucios cazadores. Ellos debieron haber hecho esto a propósito. Algo raro debería estar ocurriendo porque, simplemente, no podía creerlo ni asimilarlo, pero la verdad saltaba, innegable, frente a sus ojos.
Niños corriendo. Una posada. Un hombres gris. Una mujer...
Marcus cerró los ojos con fuerza, sin poder soportar el dolor emocional que estaba sintiendo en ese mismísimo momento. ¿Cómo... Cómo podía ser posible? ¿Cómo podía ser cierto? Pero en un instante de lucidez en medio de la sofocación, sus ojos carmesíes se dejaron ver para dirigirse a Ziel. Los clavó sobre el muchacho, adoptando una expresión seria y protectora. Cerró la puerta de golpe, dejando al joven vampiro encerrado allí dentro. No podía permitir que le hiciesen daño. Debía protegerlo a toda costa, aunque tuviera que enfrentarse a ese ser tan conocido y tan maldito para él, representante vivo de su más larga y temible pesadilla.
"Cierra la ventana y quédate adentro", ordenó a Ziel, una vez la puerta fue cerrada. La conmoción se estaba apoderando del corazón de Marcus, y aunque quisiera hablar, no podía. Estaba embelesado, anonadado. Él.. Él no podía ser aquel niño. Él.. Él no podía, simplemente. Pero sí, podía y estaba frente a sus ojos.
La verdad estaba frente a sus ojos, y no quedaba más opción que enfrentarla.
- No lo sé, Ziel. ¿Cómo se supone que voy a saberlo? -preguntó, negando con la cabeza, confuso-. ¿Un gorrión? -dijo por decir, pero en realidad había dado en el blanco. Lo que creyó que era su propio pensamiento especulando lo que debería estar pensando Ziel era, en realidad, el propio pensamiento de Ziel siendo interceptado por la mente de Marcus.
Y todo lo que pudiera decir luego, decidió reservárselo. Al menos en parte. Pues no quería hablar sobre eso ahora. No quería llamarla a Ella, a la Muerte, a su puerta. Prefería que se mantuviera alejada, el mayor tiempo posible,y así poder disfrutar de esta tranquilidad, de esta dicha. No sabía por qué, pero el mal presentimiento se acrecentaba con los minutos y creía que si osaban continuar hablando del fatal destino este acabaría encontrándolos. Marcus era bastante supersticioso a veces, pero la vida le había dado motivos para serlo. Y entonces preferirió quedarse de aquel modo, entre los brazos de Ziel, disfrutando de su contacto y de la paz que él le transmitía.
"Confía en mí". Y no sabes cuánto.
Ziel continuaba hablando y Marcus no pudo evitar reír suavemente ante sus próximas palabras. La ternura que transmitía Ziel con aquel gesto era tal que no podía creer que en él habitara tantoa tragedia y discoria. Marcus elevó un poco su rostro para posar suavemente sus labios sobre los suyos, acariciándolos.
- Ojalá yo pudiese ser un padre para ti. Ojalá pudiese darte todo el afecto y cariño que necesitas. Pero podemos hacer un intercambio -sonrió, como si esto fuera alguna especie de negocio-. Aunque sería un poco extraño... ¿No crees? Acabaríamos siendo unos incestuosos figurados -soltó, pensativo, pero claramente con razón. No pudo evitar reír y revolver el cabello azulado de Ziel con una de sus manos. Ah, las ocurrencias de ambos... Sin límites. Marcus se removió un poco entre las sábanas antes de continuar hablando-. Pero me gustaría que me enseñes todo eso -sonrió, mientras que un brillo alentador surcó su semblante.
Y luego de tanta ternura, ocurrió lo inevitable.
Marcus continuó haciéndose el enfadado hasta que tuvo a Ziel donde quería: bajo su cuerpo, acorralado. El chico se removía, intentaba excusarse, pero nada de eso serviría con un vampiro mutante de más de doscientos años. Marcus sonrió de lado, mostrando uno de sus amenazantes colmillos. Esta tortura apenas comenzaba para él. Esas caricias perversas eran solo el principio. "Yo no soy fácil de persuadir y de convencer", pensó el neófito. Marcus rió entre dientes. "No parece", respondió, mientras se adueñaba con sus manos de aquel cuerpo menudo e inocente. Y lo más divertido era que las acusaciones no terminaban ahí, pues Ziel continuó echando más leña al fuego: "Eres un pervertido y un aprovechado de las debilidades ajenas".
Ante tales provocaciones, Marcus no flaqueó. Al contrario, sus ganas de poseerlo se incrementaron intensamente. Ya no había vuelta atrás y debería concluirse lo que Ziel comenzó. Porque sí, él había sido el causante de los deseos de Marcus, tanto por lo que había dicho como por ser quien provocaba tanto amor y tanta pasión en él. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Marcus en el instante en que lo sujetó por la cintura, sintiendo el sudor que desprendía el cuerpo del joven vampiro. Observó su sonrisa y escuchó aquellas palabras: "Por un momento te creí". Marcus no pudo hacer otra cosa que sonreír aún más, inclinándose hacia él y besándolo con intensidad. Cuando se separó un poco, Ziel susurró aquellas palabras encantadas en su oído, como si en vez de música, Marcus necesitase aquello para ser completamente controlado y fuera un simple y manso cachorro. Marcus suspiró cerrando los ojos, anesteciado, y dejó fluir el calor que recorría sus venas, endulzando las sábanas una vez más.
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Cuando la conmoción y la pasión cedieron para dar paso al descanso, Marcus se recostó a un lado de Ziel y recargó su cabeza sobre una de sus manos, mientras se sostenía con el codo apoyado en la mullida almohada. Observó al joven de cabellos azules y sonrió de lado.
- Y amas que lo sea. No sé de qué te quejas -espetó, convencido y segurísimo de sus palabras. Ziel no podía negar aquello. Y si lo hacía, era un hipócrita. Y además de hipócrita, también un pervertido, porque estaba más que claro que aquel neófito indómito no se quedaba atrás.
Marcus escuchó su orden y asintió suavemente, brindándole su brazo para que él se acurrucara, y así poder abrazarlo más cómodamente. Sin embargo, cuando Ziel se durmió en el acto, Marcus no pudo pegar un solo ojo, por dos razones: una, le agradaba demasiado verlo dormir; otra, el mal presentimiento se acrecentaba a pasos agigantados. Marcus cerró los ojos para dormitar, pero no para dormirse por completo. Necesitaba hallar dentro de su mente qué era lo que estaba ocurriendo. ¿Por qué se sentía, de repente, tan vacío e intranquilo? ¿Acaso no tenía todo lo que necesitaba ahora mismo? Y no, claramente no, pues faltaba Bella y él no tenía ni idea de lo que esos malnacidos le estaban haciendo. Ziel y Marcus creyeron que ella estaría con Kasha, protegida y tranquila, cuando en verdad aquello era una vil mentira de su imaginación, buscando otorgarles paz de algún modo. Y entonces, en medio de las meditaciones, lo sintió.
Marcus abrió los ojos y su expresión fue tan rígida como el acero. Había un vampiro cerca. Y no solo eso, sino que también cazadores. Podía sentir sus presencias, pues su olor pestilente había quedado impregnado en su nariz. Sin embargo aquel otro vampiro no era Bella, pero era desgraciadamente familiar. Tanto que jamás hubiera imaginado lo que le esperaría, en unos momentos, detrás de esa puerta. Ziel se sobresaltó al instante, despertándose. Marcus le indició que hiciese silencio, llevando su dedo índice a sus labios, verticalmente. El vampiro se movió con lentitud en la cama, poniéndose de pie y vistiendo sus pantalones. Estaba abrochándose el botón cuando el ruido de la porcelana haciéndose añicos lo desconcertó.
Marcus dio un pequeño salto y se acercó a la cama, intentando atraer a Ziel hacia sí, pero este se había levantado ya y casi conseguía caerse al suelo. Marcus ni siquiera respiraba, intentando concentrarse lo máximo que podía en aquella nueva presencia. Y en cuanto aquel estruendo de un mueble rodando por las escaleras se oyó, supo que verdaderamente estaban jodidos. Puso a Ziel tras de sí y negó con la cabeza a su gesto. No, no podía saltar por la ventana sin más, pues estaba seguro de que afuera había cazadores que no dudarían en atraparlos. No podía arriesgarse y entregarse al enemigo de ese modo. Primero debería intentar enfrentar a quien sea que estuviera al otro lado.
Marcus comenzó a avanzar hacia la puerta. ¿Y para qué? Claramente, para llevarse la mejor -o peor- sorprensa de toda su vida.
El vampiro, temerario, abrió la puerta de un ágil y certero movimiento, poniéndole el pecho a la bala literalmente. No sabía qué le esperaba del otro lado, pero no le importaba enfrentarlo. Ziel estaba allí y debía protegerlo, aunque cien balas de plata le atravesaran el pecho. Pero al otro lado había solo un individuo, vestido completamente de negro. Se trataba de un vampiro y...
Y esa mirada era más letal que cien balas de plata.
Marcus retrocedió. Por primera vez dio dos pasos hacia atrás. Sus ojos, abiertos de par en par, mostraban un leve temblor en sus iris. El cuerpo le había quedado rígido, impotente, y en ese momento supo que toda conversación anterior con Ziel, que todo momento de amor, había terminado. Todo se había acabado. Y ahora unos ojos rojos, intensos, lo acusaban como nunca jamás lo habían hecho otros. Marcus observó las facciones del vampiro, percibió su aroma, su esencia... A medida que lo hacía, la tensión se apoderaba más y más de su cuerpo. Parecía que incluso había olvidado que allí estaba Ziel, que allí había cazadores. Claramente, Marcus no estaba listo para esto. Los labios le temblaban ligeramente, pero los apretó con tal de evitar aquel nerviosismo evidente. Una y otra vez, frente a sus ojos, se recreaba la imagen de un niño idéntico al vampiro que tenía enfrente y, de pronto, la imagen se fusionaba con la figura adulta del inmortal que estaba acechandolo en esa puerta.
No, no puede ser posible. No puede ser posible. Esto... Esto no es real, se repetía a sí mismo, sucesivas veces.
Marcus bajó la mirada por un momento y se llevó una mano al rostro, cubriéndolo. Apretó la mandíbula, sintiéndose débil y pequeño por primera vez. Dio un paso más hacia atrás, aunque sabía que no debía flaquear. Esto tenía que ser un truco de esos sucios cazadores. Ellos debieron haber hecho esto a propósito. Algo raro debería estar ocurriendo porque, simplemente, no podía creerlo ni asimilarlo, pero la verdad saltaba, innegable, frente a sus ojos.
Niños corriendo. Una posada. Un hombres gris. Una mujer...
Marcus cerró los ojos con fuerza, sin poder soportar el dolor emocional que estaba sintiendo en ese mismísimo momento. ¿Cómo... Cómo podía ser posible? ¿Cómo podía ser cierto? Pero en un instante de lucidez en medio de la sofocación, sus ojos carmesíes se dejaron ver para dirigirse a Ziel. Los clavó sobre el muchacho, adoptando una expresión seria y protectora. Cerró la puerta de golpe, dejando al joven vampiro encerrado allí dentro. No podía permitir que le hiciesen daño. Debía protegerlo a toda costa, aunque tuviera que enfrentarse a ese ser tan conocido y tan maldito para él, representante vivo de su más larga y temible pesadilla.
"Cierra la ventana y quédate adentro", ordenó a Ziel, una vez la puerta fue cerrada. La conmoción se estaba apoderando del corazón de Marcus, y aunque quisiera hablar, no podía. Estaba embelesado, anonadado. Él.. Él no podía ser aquel niño. Él.. Él no podía, simplemente. Pero sí, podía y estaba frente a sus ojos.
La verdad estaba frente a sus ojos, y no quedaba más opción que enfrentarla.
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