Escaleras de entrada

-no ira a la academia, prefiero que este en mi casa y mi nombre es Kasha-observo como se van y miro a Fraiah-vamonos, aqui solas podriamos estar en peligro

la cojo de la mano y la saco de alli

El viaje había sido tedioso, enfermante, si se quiere. Encerrado en un ataúd, transportado en un automóvil negro de lujo, con todas las comodidades que se pudieran pensar, aún así, el lobo plateado estaba disconforme. Hacía unas 10 horas se le había acabado la última bolsa de sangre humana que llevaba consigo y el hecho de tener que quedarse en una academia que parecía ser sacada de un cuento de hadas, no le caía en gracia… pero no tenía otra opción.

Nada del asunto le había gustado desde el vamos. Pero se lo habían ordenado y tenía que hacerlo, puesto que, si bien era un vampiro con cierto “poder”, en definitiva era un simple novicio con mucho dinero. “Debes encausar tu actitud, joven Fujiwara. No es sensato que andes con ese temple pendenciero todo el tiempo ¡¿Nos estás escuchando?!” Las palabras de vampiros mucho más viejos, poderosos e influyentes que él, habían dictado su veredicto para su irreverente actitud hacia las reglas: debería asistir a la Academia Cross sin chistar o le esperaba la “muerte verdadera”.

El crepúsculo en sus tonos violáceos, azules y naranjas incendiaba las puertas de entrada, cuando el ataúd que trasportaba el coche, abrió su tapa y de él emergió la figura pálida y soberbia de Gin Fujiwara en un traje Armani del más exquisito negro. Cuando apoyó los pies en el suelo llevaba en su mano el reglamento del colegio que se había encargado de leer detalladamente. La peor de todas las reglas: no se podía beber sangre humana y él, en este momento estaba famélico. – ¡Por el amor de Dios! ¿Con qué esperan que nos alimentemos? ¡¿De amor y paz?! Malditos hippies…-. Masculló entre dientes mientras esperaba que su mayordomo bajara todos sus trastos del automóvil.

Estaba hambriento, estaba de mal humor y no tenía la más mínima intención de estar ahí. Sólo esperaba que el “comité de bienvenida” fuera algo digno del sacrificio al que se estaba exponiendo.

Finalmente, el mayordomo había desempacado el millar de trastes del señorito Fujiwara colocándolas a su lado. El peliplateado le miró con ínfulas, y estando a punto de gritarle que ni se le ocurriera que sus manos se iban a embarcar en la tarea de cargarlas hasta los dormitorios, la voz de una fémina cortó su discurso.

Era esbelta, pero delgada, y de una delicadeza que escapaba de la humana… Porque, definitivamente, esa hermosura, no era un ser tan insípido como un humano. Pronto comprendió que sus sospechas eran ciertas… Era un vampiro… un vampiro poderoso que muy probablemente podría matarlo con sólo pensarlo… quizás las leyendas eran ciertas.

Le miró descender uno o dos escalones de la entrada y escuchó con atención la melodiosa voz, sin interesarle en lo más mínimo el contenido de lo que estaba diciendo. Sólo se deleitaba en escucharla.

No le fue difícil cazar las dos bolsas en una sola mano y de un solo movimiento que, aunque rápido, no perdió la elegancia ni le despeinó un solo cabello. Alzó una ceja y no pudo evitar sonreír de medio lado. –Así que estás del bando de los chupasangre, eh?-. Dijo en un tono un tanto burlón. –Y al parecer eres una de las viejitas…-. Y sin el menor de los respetos se acercó a la bella mujer y no pudo evitar olfatearle. –Aunque no hueles como una…-. Susurró mientras un mechón del cabello de la morena de labios carmesí se deslizaba por entre sus dedos.

Gin podía percibir su poder con sólo mirarle a los ojos, ojos con historia… una historia triste, quizás? No podía estar seguro… sus poderes como novicio aún estaban un tanto revueltos y nos los controlaba por completo, era casi imposible leer esa mente que muy probablemente estuviera bloqueándolo.

-Lo siento, dulzura…-. Le dijo arrogante. –Yo soy y seré siempre alguien, de una u otra forma, aunque tenga que romperme y armarme de nuevo, jamás pasaré desapercibido. Sin ir más lejos, no tardaste nada en venir a recibirme, verdad?-. Y un atisbo de juvenil picardía brilló en sus ojos.

-Y ahora qué? Me vas a enseñar mi habitación? Me vas a llevar las maletas?-. Y casi mordiéndose los labios para no reír, miraba a la respetable vampira esperando , quizás, que ya llegara la golpiza.

Gin no estaba acostumbrado a los malos tratos. Si bien ególatra e insoportable como era, jamás le habían dado una buena tunda. Ergo… la bola de fuego impactó de lleno en el desprevenido muchacho. Uno pensaría que el vampiro chilló por su piel, por el dolor o quizás su roto orgullo… Piensen de nuevo.

-Maldita vieja!! Sabes lo que cuesta este traje?!! Por qué recurrir a la violencia si…!!!!!-. Y mientras se quejaba y gritaba de una forma que podía ser claramente escuchada hasta en Tierra del Fuego, Katrina continuaba hablando. Aún cuando el torrente de voz del peliplateado fuese horrorosamente monumental, la melodiosa voz de la mayor era claramente escuchada.

-Chillón?! Yo?! Ja! Esto no es siquiera un berrinche, y lo hayas hecho por la razón que lo hayas hecho, está bien claro que viniste. Por uno o por otra llamé tu atención y ese es el punto! JAMAS paso desapercibido, primor…-. Y otra vez el semblante volvió a su tranquilidad habitual… aunque no duró mucho, en el mismísimo momento en el que vio que todas sus pertenencias (bueno, las que tenía ahí) fueron incendiadas, en un espectacular juego de rojos, naranjas y amarillos…

Silencio sepulcral… ojos rojos e ira. Gin se había quedado completamente callado. Pasó su mano por el semblante pálido y frío y respiró con profundidad varias veces.

-Esto va de mal en peor…. Uniforme? A esa porquería sin diseño le dicen uniforme? La tela es raspocita! Y que hay cuando tenga ganas de salir por ahí? Que no tienen fines de semana? Bah… no importa… le diré a los criados que me traigan más el fin de semana…-. Dijo un tanto resignado mientras escuchaba a la morena hablar de los peligros de la academia y darle la “calurosa” bienvenida, para luego dejarle hablando solo…

-Bah… mendiga perra… no seré un pura sangre pero tengo mis trucos…-. Murmuró casi inaudiblemente y sonrió con lascivia.

Ni siquiera se detuvo a recoger la maleta, alguien ya lo haría por él, si no era el mayordomo, pues… siempre podía embaucar a alguien para que lo hiciera.

Se miró el traje deshecho en el abdomen, se metió las manos en los bolsillos y se dispuso a subir las escaleras, para entrar de una vez en la cárcel… quiero decir academia.